Lago

El chrysos avanzó en todo momento tras la muchacha, imitando sus movimientos y sumergiéndose de vez en cuando, apenas unos segundos. Cuando la chrysos llegó al islote, a él todavía le quedaba un pequeño tramo, que decidió recorrer buceando. Salió frente a ella, sonriendo, y se echó el pelo hacia atrás.

—Genial —admitió, esbozando una amplia sonrisa.

La miró.
No se notaba especialmente cansado. Estaba seguro de que todo era gracias al colgante, pero de alguna forma se sentía un poco orgulloso de sí mismo.

Asiento, con convicción. Ahora viene el golpe de efecto.

-Pues déjame decirte que ese colgante no tiene poder alguno. Lo has hecho tú solo, motivado por el efecto placebo -le digo, muy seria, algo solemne, manteniéndome seria por un par de segundos. Termino por negar, acariciando un poco la superficie. Y luego esbozo una ínfima sonrisa, desdeñosa-. Ya te hubiese gustado que fuese así. Por desgracia, de no ser por el colgante no lo habrías conseguido.

Lo miro con una ceja alzada, arrogante. Obviamente, el amuleto ha ayudado, aunque hay que reconocerle el esfuerzo. El último día resultó mucho menos eficaz que hoy. Ahí puede verse la importancia de la sugestión en las personas.

El chrysos alzó un segundo las cejas, sorprendido por las palabras de la muchacha, pero pronto, demasiado pronto para su gusto, frunció el ceño. Permaneció unos segundos así, mirándola con cierta seriedad, hasta que, finalmente, rió.

—Eres una malísima persona, Alehyss Lester. —Se acercó a ella—. Pero me da igual.

La observó durante unos segundos. Luego alzó la vista y miró la tierra del islote, ladeando un poco la cabeza. Nunca antes había estado ahí, como resultaba evidente.

Hizo un gesto con la cabeza.

—Vamos.

Le respondo con una leve sonrisa, arrogante. Eso no necesito que me lo diga él. Lo sé por mí misma. Lo intento, incluso, día tras día. Escucharlo no me resulta ofensivo.

-Por supuesto. Recuérdalo cuando vuelva a Palacio dejándote aquí -comento, sin darle mucha importancia a mis palabras-. Entonces no te dará tan igual. Morirás ahogado o congelado. Bueno, o quizás aprendas a nadar -termino, torciendo la sonrisa, maligna.

Su pregunta me hace fruncir el ceño una fracción de segundo.

-¿A dónde? -. Observo la tierra un momento. Luego me vuelvo hacia la orilla-. Aunque dentro de poco nadar será peligroso. Volver a la orilla contraria sería la mejor opción. Aunque si quieres reconocer las nuevas tierras que tienes a tu alcance podemos salir un momento.

Le sonrió, divertido.

—Era un riesgo que asumí. —Se encogió de hombros—. Ahora permaneceré aquí para siempre. Seguro que termino muriendo congelado aquí, sin nada con lo que taparme. —Asintió—. Y mientras tú te reirías malignamente en tu cama, bajo las mantas. Aunque, bueno. —La miró—. Espero que borres todas las pruebas, o sea, quémalo todo cuando me abandones. No vaya a ser que te pillen.

Ensanchó la sonrisa. Luego, comenzó a andar hacia la orilla.

—A explorar un ratejo. —Alzó las cejas—. Vamos.

Y ambos salieron del agua.

*se van*

Hoy hace un buen día. La luz del sol me hace sentir revitalizado, y la conversación con Massen de ayer me hace sentirme más relajado al respecto. Así que creo que hoy disfrutaré, sin más, del buen día. He venido, incluso, al lago.
Dejo los zapatos junto a un árbol, y me remango los pantalones hasta la rodilla, acercándome a la orilla evitando las rocas y piedrecillas, introduciendo los pies y dejando ir un escalofrío. Está fresca. Es agradable

Cierro los ojos un momento. Una vez fui tan pequeño que estar aquí solo, tan lejos del palacio, me hubiese dado hasta miedo. Pero ahora me siento bastante bien. No sé si eso es crecer, o solo que me he acostumbrado a este sitio.
Estoy a gusto. Es raro.

Camino un poco por la orilla. A entrar en el agua no me atrevo, sin embargo.

*se queda*

Aquel día me sentía algo mejor que los anteriores. Al final, el encuentro con Jun me había servido de algo. Por fin, que ya era hora de que mejorara un poco. La verdad, me encontraba bastante más tranquila y relajada, así que, por un día, me di un descanso de entrenamientos y me fui al lago, simplemente a disfrutar del sol y el agua.

Cuando llegué, descubrí que se me habían adelantado. Jun, de nuevo. Vaya, no era exactamente a quien más a menudo podía encontrarse uno allí. De todas formas, para mí era mejor que otras compañías, así que no me importaba mucho.

-Ey -saludé, acercándome-. ¿Y tú por aquí?

Me acerqué a una roca y me fui quitando la ropa para meterme en el agua. El sol acariciaba, tibio, y se estaba a gusto. En un momento, me había subido a la misma roca y lanzado de cabeza al agua, sabiendo que allí había buena profundidad. Tal y como me gustaba hacer, pasé un buen rato nadando a ras del fondo, perezosa ante la idea de salir. Al final, sin embargo, acabé por hacerlo. Saludé a Jun desde mi posición.

-¿No te bañas? Hoy está buena -comenté.

Me vuelvo hacia Massen, alzando las cejas. Tanto sin verla, y de repente dos veces seguidas. Supongo que viene bastante por aquí, así que el extraño soy yo, pero no había pensado que la encontraría.
Enseguida esbozo una sonrisa y la saludo.

<<Vine a pasear>>, explico, moviendo las manos rápido.

La sigo con la mirada, curioso, hasta que me doy cuenta de lo que va a hacer, momento en el que la aparto algo azorado. Claro... Tiene sentido.
Cuando escucho el chapuzón vuelvo el rostro hacia el lago. Hay ondas en el agua, en el lugar al que ha saltado. Busco su silueta bajo la superficie, encontrándola alguna vez, siguiéndola con la mirada, y perdiéndola luego. Cuando sale sonrío, negando suavemente, agitando una mano delante de la cara.

<<No me siento muy seguro>>, explico, deletreando la última palabra, que creo no haberle enseñado.

La verdad es que se lo pedí, pero ahora mismo no me siento demasiado por la labor. Aunque es verdad que hace buen día.
Me acerco, sin embargo, a las rocas donde dejó su ropa, y me encaramo con algo de torpeza, tomando asiento, llegando a rozar el agua con los dedos de los pies.

Por supuesto, una negativa. Y eso que me había pedido que le enseñara a nadar... Me acerqué nadando hasta las rocas, donde él se había puesto, aunque sin salir del agua.

-Deberías aprovechar el buen día que hace -insistí-. Ha sido un verano muy malo, y ya le queda poco para acabarse. Además, me lo habías pedido. Tenemos que retomar las clases de tiro con arco, pero es que con lo de nadar ni hemos empezado, y no creo que en invierno te apetezca mucho.

Agarré una de las rocas con las manos y tiré, acercando el cuerpo a ella y apoyando los brazos y la cabeza en una especie de saliente. Lo miré, chapoteando suavemente con los pies, preocupándome por no salpicarlo.

-Tampoco es que te vaya a empujar al agua o a obligar a entrar, pero como recomendación...

Se acerca. La miro medio de reojo, poco convencido. Hasta repliego un pie sobre la roca. Porque me espero que me tire y todo... Pero termino por suspirar. Lo del invierno me convence. Porque como decirle que no hoy signifique que tendré que hacerlo cuando nieve entonces creo que mejor me lo voy a replantear.

Me pongo de pie y comienzo a desabotonarme la camisa. Me da algo de vergüenza, pero bueno... No es ningún misterio que soy un enclenque. Pronto estoy en ropa interior, y dejo el amuleto encima de la ropa, doblada sobre la roca al lado de la suya.

Bajo de la roca, tieso como un palo. Al tocar el agua con los pies, poco convencido, hago una mueca. Si es que está fría... Y entrar así...
Empiezo a entrar poco a poco. Cuando llega a los muslos la mueca crece...
Uf...

Esbocé una sonrisa cuando aceptó, alejándome un poco de la roca, empujándola, y esperando un poco más allá. Mi sonrisa se iba ampliando, divertida, con sus gestos.

-En dos minutos ni lo notarás -lo animé, nadando de aquí para allá a no mucha distancia-. Eso sí, entra a tu ritmo, ¿eh?

En lo que se decidía a entrar o no, me sumergí y comencé a bucear, alejándome un poco. Mantenía las membranas extendidas, pendiente de él en todo momento. Y, sabiendo que probablemente no le haría mucha gracia que lo dejara solo, volví a acercarme poco después, nadando con calma, un poco de cualquier manera, y esperando a que me diera el visto bueno.

-Lo bueno del lago es que casi no hay olas ni corriente, así que para aprender está muy bien -comenté, poniéndome boca arriba en el agua, tumbada.

Le dedico una sonrisa algo tensa. Muy graciosa. Dejo que se vaya, entonces, y sigo entrando, efectivamente, a mi ritmo. Cuando llego al pecho ya es bastante más fácil, y es entonces cuando ella vuelve. Quizás en el agua del lago no haya olas ni corrientes, pero en el mar es mucho más fácil flotar debido a su diferente densidad. Pero a ver cómo le explico yo eso con signos. Demasiado que deletrear.

<<Sal>>, deletreo. Luego hago el signo. <<Sal. Recuérdalo>>

Bueno... Venga... Finalmente me introduzco en el agua, con un escalofrío, cerrando los ojos. Nado como un perro, claro, pero consigo mantenerme a flote sin problemas. Sin demasiados problemas. Con pocos problemas.
Tras diez segundos, más o menos, retrocedo un poco para hacer pie de nuevo. Suficiente...

Repetí el signo que me indicaba.

-¿Sal? -repetí, sin entender muy bien qué intentaba decir con aquello.

Cuando vi que se echaba a nadar abrí la boca, dispuesta a advertirle, pero no llegué a decir nada. Simplemente dejé que lo intentara. Así, además, veía qué podía hacer. O qué se atrevía a hacer.

Cuando volvió adonde hacía pie, me acerqué.

-Vamos desde el principio -le dije, tomándolo de las manos y tirando suavemente de él-. Por ahora, relájate, ¿vale? No vas a hundirte porque no voy a dejar que te pase eso. Si estás tenso, te hundirás como una piedra. Pero si te relajas, será mucho más fácil. Solo déjate llevar, relajado, y flota. Yo me encargo de lo demás. ¿Preparado?

Esperé a que se concienciara un poco, a asegurarme de que no estaba excesivamente nervioso y de que escuchaba lo que le decía. Desde luego, si quería que aprendiera tenía que quitarle el miedo del cuerpo. Con miedo, jamás se aprendía. Sonreía. Aquello era divertido.

Dando un suave empujón con los pies, me eché a nadar de espaldas, moviéndome con mucha suavidad. Como le tenía las manos cogidas, pronto sería arrastrado conmigo. Si se relajaba, podría simplemente flotar mientras yo lo llevaba.

-Si tienes problemas, dime -pedí, mientras comenzaba a nadar al lado de las rocas.

Niego, quitándole importancia a lo de la sal. Ya se lo explicaré más adelante, cuando tenga el amuleto o, por lo menos, una hoja delante. Ahora tampoco es que sea algo con mucho sentido. De hecho, solo es una queja...

No es que no sepa nadar... Casi no sé. Vale, viendo mi estilo podría decirse que no sé. Pero ahogarme no me... Bueno, que lo mejor Ella me ayuda. La otra vez lo hizo bien. Ahora no va a ser distinto.

Dejo que me agarre y la miro, serio. Tampoco es que esté asustado. Confío en que no dejará que me ahogue. Ella nada francamente bien.
Asiento cuando estoy preparado y me echo también al agua, dejando que tire de mí. Al poco empiezo a mover algo los pies, también, para ayudarla, aunque lo hace casi todo ella.

Dibujo una sonrisa algo mordaz. ¿Y cómo te lo digo? Ahora no puedo. Solo haciendo señas aparatosas: "Me ahogo, me ahogo." Y esas no hace falta que aprendas nada para entenderlas. Es que desde que tengo el amuleto a veces, cuando no lo llevo, me sale pensar para tratar de hablar. Y es un problema, porque no funciona, claro.

Meto un momento la cabeza en el agua, mientras me remolca. Quiero mirar el fondo, pero no me atrevo a abrir los ojos y termino por sacarla, mirando de nuevo a Massen.

Echamos, pues, a nadar. La verdad, se lo veía mucho más seguro que la última vez. Aunque hacía tanto de aquello... Me alegraba que lo llevara con algo más de fluidez, e incluso que llegaba a chapotear un poco. Aproveché ese hecho para dar algo más de velocidad a la natación.

-Si quieres practicar la estabilidad en el agua, guiña el ojo derecho -pedí, divertida-. Si prefieres practicar la forma en que te impulsas, guiña el izquierdo.

No creía que le resultara el método de comunicación más agradable, pero en el agua y mientras le sostenía las manos, me parecía el más sencillo. También podíamos haber cogido el amuleto, pero como lo había dejado en la orilla, supuse que no quería meterlo en el agua.

Lo observé meter la cara en el agua, entretenida. Muchos niños se quejaban de que no querían sumergir la cabeza cuando no sabían nadar, y aunque no sabía cuál era el motivo, se me hacía algo extraño que Jun si lo hiciera.

-¿Ves algo? -pregunté.

Sin alejarme mucho de la orilla, iba llevándolo en un extraño paseo. Así se acostumbraría un poco, o eso pensaba.

Su ocurrencia me hace sonreír. Casi reír. Mero me da miedo reír y atragantarme. Me aseguro de que me esté mirando, entonces, cuando respondo, y cierro ambos ojos a la vez, con una sonrisa divertida.

Cuando salgo del agua ladeo suavemente la cabeza, curioso. No tardo en negar. Ni me he atrevido a abrirlos. Podría haber cualquier cosa increíble que ver, o un monstruo atacando, que tendría vía libre y todo...

Le hago un gesto con la cabeza hacia el islote, podría decirse que con ánimo. No es que quiera verlo, claro, pero ir un poco más adentro no estaría mal, ahora que soy un aventurero en toda regla. Termino tragando algo de agua de todas formas. Vaya gracia...

Hice una mueca en respuesta a su gesto, burlona. Qué envalentonado estaba... En fin, él mismo, a mí me servía igual. Sonreí, entretenida.

-Muy bien -declaré-. Entonces voy a soltarte las manos. No te asustes, mantente relajado, que sigo aquí.

Le solté primero la mano izquierda, tomándole la derecha con mi izquierda mientras lo rodeaba, y luego solté la derecha, apoyando ambas manos en su torso, una en el vientre y otra en el pecho.

-Mantén la posición que tenías hasta ahora -indiqué-. Si ves que no puedes, agárrate a mis hombros.

Procedí a estabilizarlo, corrigiendo un poco su postura, mientras me mantenía a flote simplemente con los pies. Le hice mantener las manos extendidas, indicándole que moviera los brazos de dentro hacia fuera para seguir bien estable, al tiempo que debía continuar dando patadas como había hecho hasta entonces. A su gesto, sonreí.

-Por ahora vamos a ver cómo te mueves -comenté-. Luego ya iremos más allá.

"No te asustes", qué fácil es decirlo. Aunque he de admitir que cuando me suelta la primera mano me acobardo un poco, y oprimo la restante con la otra, mirándola con una sonrisa algo nerviosa. Me sé mantener a flote. Solo me siento inseguro, pero no es para tanto. Aunque sentir sus dos manos en mi torso me alivia bastante, porque son suficientes para estabilizarme en el agua.

Sigo sus instrucciones, notando que avanzo un poco mejor que antes. Ahora sí, el agua sigue helada. Para cuando me doy cuenta de que estoy mejorando, estoy tiritando también. Los dientes me castañetean sin quererlo.
Se ha ido el sol. Vaya...

Apoyo las manos en sus hombros, como me dijo que hiciese, valiéndome de ellas y de mis pies para mantenerme a flote sin problemas. La miro, con una sonrisa tensa. Creo que por mi piel de gallina es bastante evidente, pero aún así separo una de ellas para hacer un gesto.

<<Frío.>>

Continuamos la práctica hasta con más o menos éxito, lo cual me alegraba mucho. Hacía un montón que no intentaba nadar con él, y lo veía bastante desenvuelto. Sin embargo, eso no era motivo para forzarlo. No me di cuenta de que tiritaba hasta que lo señaló, y sonreí, con una mueca de disculpa.

-Sí, tienes razón -asentí-. Vamos rápido. Agárrate a mi cuello.

Lo cogí por la cintura para sujetarlo y comencé a nadar hacia la orilla tan rápido como la situación me lo permitía, llevándolo conmigo. Una vez hizo pie, dejé que se valiera por sí mismo.

-La verdad es que no lo has hecho nada mal -comenté.

Cogí mi mochila y rebusqué hasta dar con una toalla, que le tendí.

-Ten, no te vaya a dar algo -comenté, escurriéndome el pelo con la otra mano. Yo estaba más acostumbrada a aquello.

Llego a ruborizarme cuando me agarra. No sin razón... Parezco el niño en apuros de siempre. No obstante, no me quejo. Cuando hago pie, al menos, me suelta, y puedo salir solo del agua. El aire también está más frío ahora, y la luz es escasa.

La miro, con sonrisa de frío, y acepto la toalla con gesto agradecido, asintiendo un par de veces.

<<Otro día más. Y arco.>>, digo, con gestos rígidos por la tensión muscular.

Me seco bien, y luego me envuelvo, sin más, dejando ir un suspiro. Me he dejado engatusar y podría decir que ha sido mala idea, pero la verdad es que me he divertido bastante.

<<Gracias.>>, le digo, risueño.

Esperé a que se secara y sintiera un poco menos de frío antes de coger la toalla que me tendía para secarme yo también. Ya no estaba seca, por supuesto, pero seguía sirviendo. Ya me secaría bien al llegar.

Asentí.

-Claro. Hay que seguir con las clases -coincidí, dispuesta a retomar lo que había dejado-. Y a ver si se mantiene el buen tiempo...

Ya vestida, me sacudí un poco el pelo con la toalla antes de guardarla definitivamente. Sonreí a Jun y me encogí de hombros.

-Me lo paso bien con estas cosas -repliqué-. Y un intercambio es un intercambio.

Me eché la mochila al hombro.

-Vamos. ¿No tienes hambre? Yo siempre me muero de hambre después de nadar.

Y volvimos juntos hacia el palacio.

*Se van*

El chrysos, sentado en la orilla del lago, daba vueltas a uno de los pequeños huesos que adornaban el collar de Alehyss. Tenía el pelo mojado, apelmazado y pegado tanto a la frente como a las mejillas, y sobre los hombros llevaba una toalla, húmeda también, que le cubría casi la totalidad de la espalda.

Lyam suspiró, y todavía girando el hueso, alzó la vista a la gran masa de agua que había frente a él, frunciendo un poco el ceño, escudriñando durante un segundo el paisaje con los ojos iluminados. Luego volvió la vista al collar, al hueso que tenía entre las manos, y curvó un poco los labios, ladeando la cabeza ligeramente hacia la derecha. Ahora que ya había arreglado todo lo que tenía que haber arreglado antes de irse a Ignis en el pueblo de paso, podía dedicarse a nadar, a practicar. Alehyss se había ido, así que tenía que hacerlo solo, pero tenía el collar, el collar mágico, el collar que te mantenía a flote, así que no tenía por qué preocuparse.

*se queda*

- ¿Qué haces? - Aparezco de entre las sombras, siseante.
Me quedo apoyado en uno de los árboles cercanos, con los brazos cruzados y el rostro intenso. Observándole con desdén y la quijada alta.

FDR: Shaft.


Doy un paso al frente y meto una de mis manos en los bolsillos.- Parece que, como siempre, las ratas salen a la luz de la luna.- Pongo mi lengua en la punta de mi colmillo derecho. -He preguntado que qué haces aquí.

Lyam puso los ojos en blanco y maldijo por lo bajo, todavía mirando el hueso, cuando escuchó a Alexander a su espalda. Pese a que sí que lo miró por encima del hombro, no respondió a su pregunta, y tras un instante volvió la vista al lago, dejando ir un suave suspiro. Volvió a darle una vuelta al hueso, y cuando escuchó de nuevo la voz de Alexander, frunció el ceño.

—Por qué Mithos qué te he hecho yo hoy —masculló entre dientes, antes de alzar el mentón y de mirar al caeruleus, torciendo una sonrisa.

Negó suavemente con la cabeza, frunciendo el ceño.

—¡Oh, Alexander! La pregunta que me haces resulta de elevada complicación, pues ¿acaso saben las personas qué hacen aquí, en este mundo terrenal? ¿Acaso saben cuál es el propósito de su existencia, el motivo por el que permanecen en según qué lugares? ¿Es acaso el destino lo que nos hace estar aquó o allá, lo que nos guía por este arduo camino que es la vida? Podría yo decirte, Alexander, querido, que estoy aquí, en este mundo terrenal, por un motivo harto complejo y podría decirte que mi existencia no tendrá ningún tipo de relevancia en este mundo, pero ¿cómo saber cuál de ambas contestaciones es la correcta? Resulta imposible saberlo, ¿no crees? —Asintió—. ¿Qué hago aquí, frente al lago? ¿Qué puedo estar haciendo frente al lago, con una toalla y el pelo húmedo, con la ropa ahí, al lado de ese árbol? —Con la mano, señaló un árbol cercano—. Resulta complicado saberlo. ¿Qué me ha traído aquí, qué hago aquí, qué sentido tiene que esté aquí? ¡Oh, la vida, oh, qué galimaeh... oh!