Lago

El chrysos esbozó una amplia sonrisa al escuchar la respuesta del caeruleus, volviendo la vista al lago, esperando que Alexander se fuese, o lo dejase en paz, o se tirase al lago y nadase hasta que él lo perdiese de vista. Aquello, pese a sus claros deseos, no ocurrió, y pronto Lyam notó la mano de Alexander sobre su cabeza.

Con un rápido movimiento, la apartó, frunciendo de nuevo el ceño, alzando de nuevo la vista para mirarlo, con la comisura derecha del labio ligeramente alzada. No tardó demasiado en ensanchar la sonrisa, con fingida timidez, bajando un segundo la vista al suelo. Antes de hablar, dejó ir un suave suspiro.

—Oh, Alexander, querido, no me digas esas cosas, que me sonrojas. —Ladeó un poco la cabeza, pestañeando con rapidez, llevándose una mano a la nuca—. Soy un chico tímido...

Recibo su rechazo con compostura y me cruzo de brazos, para verle desde arriba con una ceja alzada.
Al escuchar sus palabras, me inclino hacia delante y le doy un par de palmaditas en la cara, cada cual más fuerte que la anterior.- No me digas...- Sonrío furtivo.- Creía que la gente tímida no iba medio desnuda por ahí con una toalla encima.- Continúo.- Entonces yo debo ser un pervertido.- Le pico.- Ten cuidado entonces, Lili~- Le lanzo un beso por el aire, para luego acuclillarme enfrente suya y al cabo de un par de segundos de silencio, darle con el puño de metal en el hombro, no muy fuerte, sólo un toque.

Me lo estoy pasando en grande.





FDR: NOOOOOOOOOOO QUÉ ES ESTO. NOOOOO. SE SUPONE QUE ÍBAIS A PEGAROS. DEJAD DE SER MADUROS Y HACER BROMAS DE HOMOSEXUALES. YO QUERÍA SANGRE. SARA. SE ESTÁN HACIENDO AMIGOS. AMIGOS DE ESOS QUE SE PICAN. PERO QUE SON AMIGOS. Y NO QUIERO XDDDDDDDDDDDDD

El chrysos torció una sonrisa, jocosa, al notar las pequeñas palmadas que el caeruleus le daba en la mejilla, sin molestarse en apartarse. Cuando finalmente el siempre muy serio Alexander terminó, Lyam soltó una carcajada, suave, y se llevó una mano a la mejilla, palpándosela un segundo antes de responder.

—La gente tímida también tiene derecho a nadar, Alexander, por favor. —Alzó las cejas. Luego apartó la mirada, encogiéndose levemente de hombros—. Le diré a todo Palacio que tengan cuidado contigo, pues. No querría que alguien sufriese por culpa de tus perversiones.

Observó cómo Alexander se acuclillaba frente a él, alzando un segundo las cejas, y antes de que el caeruleus le golpease en el brazo, se movió hacia un lado, veloz, esquivando el golpe.

fdr. pausado, que alex se quedó sin internet u.u

- Algún día tendrás que enseñarme lo bien que nadas.- Le pico. - Al fin y al cabo, te veo bastante puesto en ese tema.- Río.

FDR: Splash free~~

Chasqueo la lengua al ver que me esquiva.- Qué poco divertido eres.- Le digo sin reparo alguno.
Ahora que me fijo, lleva tiempo manoseando algo.
-¿Qué es eso?- Pregunto curioso, intentando echarle la mano.- ¿De dónde lo has robado?- Inquiero.- Sabes que robar pertenencias de Brontë está prohibido, ¿verdad?- Le acuso  intentando verlo un poco más de cerca.

FDR: Y lo dice el que saqueó medio Brontë.

El chrysos ignoró los comentarios del caeruleus y volvió a observar el lago, sin demasiado interés, preguntándose por qué Alexander Price, Alexander Price el noble gilipollas, parecía tan interesado en hablar con él. Por supuesto, esto no se lo preguntó al noble, y en su lugar se limitó a observar el agua, escuchando de fondo a Alexander, sin mirarlo y sin dirigirle la palabra. Sí lo miró, pese a todo, cuando el caeruleus hizo ademán de tocar el collar. Entonces el chyrsos respondió apartándose, impidiendo que aquel tipo le pusiese las manos encima.

—No lo he robado —dijo, serio, mirando a Alexander. Torció una sonrisa—. No me dedico a esas cosas, por mucho que te cueste pillarlo.

Robaba de pequeño, sí, pero no ahora que tenía veintitrés años y era un guerrero de Brontë, por Mithos, por qué querría él meterse en esa clase de problemas.

-¿Entonces de donde lo has sacado? ¿Te lo ha regalado tu novia?- Me llevo el dorso de la mano a la comisura de la boca para reír con malicia.- Alex, qué tonto eres. Como si alguien como él pudiese tener novia.- Mis palabras pinchan.

Me levanto, aburrido ya de su presencia y una vez que estoy en pie le empujo con una pierna en el hombro, echándolo hacia atrás.- Vale, vale, pringado.- Me despido con una mano, sin mirar atrás. - Nos veremos.

*se va a no ser que Lyam no quiera*




FDR: e.é... qué pasa aquí è.e

De nuevo, el chrysos no se molestó en responder al caeruleus. Ya había comprobado hacía años que hablar con alguien como Alexander era ya no solo ridículo, sino una absoluta pérdida de tiempo. Así que, mientras el caerulues se mofaba de él, el chrysos observaba el agua, en silencio, sin interés. Lyam no miró al caeruleus hasta que este se levantó, y cuando vio que Alexander iba a golpearle, Lyam se echó de nuevo a un lado, veloz, esquivando el golpe.

Apretó la mandíbula, y todavía con el mentón alzado, observó al caeruleus, frunciendo el ceño.

—Adiós —dijo, seco, observando cómo el chico se alejaba. Tras unos segundos volvió la vista al collar, agarrando de nuevo un hueso, girándolo entre sus dedos. Esbozó una suave sonrisa, y tras unos largos minutos en los que no hizo más que contemplar el collar, se puso en pie.

*se viste y se va*

Hace peor día que de costumbre. Tampoco es eso... Lo que hace es más frío, menos sol, y eso no me gusta mucho... Yo necesito salir. No en el sentido literal de la palabra, bueno, pero necesito luz. Si luz noto que me consumo. Y en esta época del año no es que se regale. Se acercan tiempos oscuros.
Supongo que por eso no me gusta el invierno. Frío y oscuridad...

De todas formas, al menos no llueve, y por eso he abandonado los muros de Bontë armado con una toalla y algo de comer y me he venido al lago. ¡No a nadar, por supuesto! Solo a dar un paseo, supongo. Desde que dejé la Torre puedo pemitirme caprichos como este y comer donde yo quiera, o lo que yo quiera.
Está muy bien.

Elijo una zona con hierba para poner la toalla y me siento encima. Por suerte he tomado la precaución de abrigarme, porque sopla un viento algo desagradable, pero en resumen me siento bastante bien.

En silencio, claro, abro la cesta que me he traído, con la comida y un libro, y empiezo con lo primero. Para lo segundo tengo toda la tarde.

*se queda*

Estoy un buen rato comiendo, y luego abro el libro y me pongo con él, entretenido. No obstante, en esta época la noche comienza a llegar antes, y para los claritas como yo antes incluso.
Cuando la luz empieza a incomodarme en los ojos lo recojo todo y parto de nuevo hacia palacio.

*se va*

Aprovechando que la lluvia de los últimos días parecía haber cesado, el chrysos se acercó al lago, con el collar de Alehyss en el cuello y un par de toallas en las manos. Lyam había decidido que, como pronto llegarían las épocas de lluvia y frío, debía utilizar aquellos días donde el tiempo era mejor para nadar y darle algún uso al collar de la muchacha, quien, a fin de cuentas, no se lo había dejado para que estuviese muerto de asco en un baúl.

Hoy hacía más frío que las últimas veces que había ido, pero aquello no le importaba demasiado; no tenía pensado quedarse hasta muy tarde, y malo sería que en aquel relativamente corto periodo de tiempo le cogiese el frío.

Lyam se detuvo un segundo en la orilla, todavía vestido, a un par de pasos del punto donde el agua bañaba la tierra, y observó el horizonte, iluminando ligeramente los ojos. Luego se desvistió, dejó las cosas apiladas cerca de un árbol próximo, y tras llevarse durante apenas un instante los dedos al collar, comenzó a adentrarse en el agua, lentamente, notando el cambio de temperatura y componiendo una mueca. Tal vez algún día llegase a nadar con cierta clase, pero nunca sería capaz de lanzarse al agua como Alehyss. Nunca. Jamás. Ni muerto, vamos.

Lo contemplaba desde hacía rato, desde las sombras, a la perfección, mientras nadaba. A ratos pensaba en atacar, en cegarlo, y en ver cómo se hundía, pero al mismo tiempo le provocaban curiosidad sus acciones, y no se decidía a hacerlo. Aunque, recordaba, ya lo había cegado una vez. Y, pensaba con cierto entretenimiento, en el agua sería mucho más divertido. Y más por ser de noche, pues la desorientación causaría más miedo, todavía.

Y a Zacharyas le gustaba el miedo. Incluso, pensaba, a veces, que podía llegar a olerlo, aunque no fuese cierto. Y le resultaba fragante como el mejor perfume.
El olor del terror venía de la palidez y de los ojos, y era algo que al caeruleus le encantaba.

Acabó, pues, por acercarse a la orilla, a observarlo más de cerca, encapuchado, entre las sombras, como un espectro más.

*se queda XD*

Tras unos largos minutos en los que el chyrsos avanzaba y retrocedía en el agua, sin llegar nunca a adentrarse completamente en ella, dejando su torso al descubierto, finalmente Lyam comenzó a nadar, avanzando hacia delante en el agua, sumergiéndose de vez en cuando, saliendo a la superficie tras permanecer algunos segundos bajo el agua. Las brazadas del chrysos, a pesar de que ya llevaba semanas practicando, seguían teniendo su torpeza inicial, pero ahora Lyam se atrevía a hacer cosas que antes de tener el collar jamás se le hubiesen ocurrido, a pesar de la sencillez de estas acciones. Bucear era una de ellas, y tal vez la más importante, pero también intentaba practicar otros estilos, como espalda o crol, sin demasiado éxito.

Sin embargo, a pesar de que no podía decirse que hubiese mejorado demasiado, sí podía decirse que, al menos, ya no parecía que se fuese a hundir en cualquier momento. Y aquello estaba bien, porque no era tan ridículo como antes, cuando parecía poco más que un perro que luchaba por mantener la cabeza fuera del agua.

No lo había visto. Zacharyas se sentía invisible, y aquello lo hizo sentir un escalofrío. Pero no por frío, o por terror, sino de placer. Imaginaba las muchas cosas que podía hacer, amparado en el desconocimiento del otro. Matarlo no sería difícil, pensaba. Ahogado en aquel lugar, ni siquiera él sería el culpable. Un simple accidente... ¿Verdad?

Sonrió, para sí, oculto bajo su capucha, y lentamente, entonces, comenzó a desvestirse, quedando nada más que con la ropa interior, con su pálido cuerpo a la luz. O a la sombra, pues ya no había más luz que la de la luna aquellas horas.

Se internó en el agua, sintiendo su mordisco, con satisfacción, y comenzó un lento avance hacia la figura del muchacho, tratando de ser sigiloso en el agua, hundiéndose enseguida para no verse desde la superficie.
No le importaba el dolor de sus pulmones cuando el aire comenzaba a escasear.

Necesitaba pasar bajo él, pensaba Zacharyas. Rozaría sus pies por debajo, sujetaría su tobillo con la mano huesuda.
No le importaba ser visto, tampoco. Si era atacado también disfrutaría, al fin y al cabo, de alguna forma.

El chrysos no se dio cuenta de que había alguien más en el lago hasta que notó un movimiento en el agua detrás de él. Entonces Lyam se giró y se mantuvo quieto, con los ojos iluminados, atento a lo que se presentaba ante él, moviendo en todo momento los pies para no hundirse. Frunció el ceño, escudriñó el horizonte y también a su alrededor, y solo al final se sumergió en el agua, manteniendo los ojos entreabiertos y todavía iluminados, y observó lo que tenía ahora ante él. No permaneció, pese a todo, mucho tiempo sumergido. Cuando salió a la superficie, lo primero que hizo fue apartarse el pelo de la cara, en un gesto bastante rápido, preguntándose si no se estaba imaginando cosas.

Fue entonces cuando notó algo rozándole los pies, y al momento notó una mano sujetándole un tobillo. Lyam frunció el ceño, e intentó mover el pie, tratando de librarse, dispuesto, si no lo lograba, a intentar golpear a quien le estuviese sujetando con la otra pierna.

Zacharyas sonreía para sí, incluso bajo el agua, encontrando la escena tremendamente divertida. Tiró un poco de la pierna hacia abajo, hacia sí, y después, con suma calma, la soltó, encajando sin queja alguna los golpes que la otra pierna del chico le asestaron. Se dejó ir entonces, manso, hasta salir a flote. El espeso cabello, liso por el agua, se pegó a su rostro, aunque no llegó a tapar la pérfida sonrisa que se le dibujó en los labios, fruto de la entretenida situación que estaba viviendo.

Extendió una mano suavemente hacia el chrysos, sacándola del agua, nadando con calma, pero consiguiendo mantenerse a flote sin demasiados problemas.

-Soy -. Carraspeó, y volvió a intentarlo-. Zacharyas Blacksmith. Un placer -murmuró, con voz ronca, contemplándolo curioso.

El chrysos notó como el extraño tiraba de su pierna hacia abajo, llegando a sumergirlo apenas un instante, y como respuesta movió su otra pierna, golpeando al extraño un par de veces mientras maldecía por lo bajo. Cuando finalmente lo soltó, Lyam retrocedió torpemente, con la velocidad que podía tener dentro del agua, y frunció el ceño, alerta, colocando bajo el agua los brazos en posición defensiva, sin dejar de mover los pies. En esa posición le costaba un poco más mantenerse a flote, pero no le preocupaba demasiado porque tenía el collar, y si tenía el collar no podía hundirse.

Cuando el extraño afloró, un caeruleus al que el chrysos en un principio no recordó, pero que después, pasados unos minutos, logró visualizar en la biblioteca, saliendo al instante de entrar: aquella había sido la única vez que el chrysos lo había visto, y casi se le había olvidado, pero no. De aquella todavía enviaba notas asiduamente a Dena, y recordaba haber anotado a alguien como el caeruleus que tenía ahora a un par de metros.

Lyam frunció el ceño y se alejó todavía más cuando el caeruleus extendió una de sus manos hacia él. Lo escuchó en silencio, sin apartar la mirada de él, desconfiado.

—Hola —gruñó, borde, cuando el extraño se presentó.

Zacharyas, viendo que no obtenía respuesta a su gesto, terminó por retirar la mano, pasados varios segundos, pero no la sonrisa. Lento, dirigió una breve mirada al cielo oscuro, luego al lago, al agua que lo rodeaba, y terminó de nuevo en el muchacho que tenía frente a él, que tan frágil le parecía en el agua.

-No era mi intención incomodarte -comenzó, calmado, con tono algo rasposo y sonrisa perenne. En cierto modo aquello era verdad, aunque también era mentira, por otro lado-. Hay otro guerrero que disfruta de enfrentamientos esporádicos. Me preguntaba si sería habitual -. Se encogió de hombros con suma sencillez. Carraspeó-. Veo que el caso no es ese. Debo disculparme.

Lo observaba con una curiosidad extraña, como si se tratase de un nuevo espécimen jamás visto.

Lyam no apartaba la mirada del caeruleus, al que observaba con suma atención, preparado por si intentaba hacer cualquier cosa rara. Cuando vio que movía el brazo, la primera reacción del chrysos fue la de volver a retroceder, tenso, apartándose más del extraño, pero al ver que el caeruleus solo la retiraba, Lyam se relajó un poco.

El chrysos volvió a escuchar en silencio y con desconfianza las palabras del caeruleus. Si hubiese querido, hubiese podido comprender las intenciones de Zacharyas, pero no quería, así que cuando terminó de hablar, siguió observándolo con sospecha, receloso de acercarse a él. De nuevo, al hablar lo hizo casi gruñendo:

—No me importa entrenar con otros —aclaró. Frunció en ceño—. En tierra.

¿Le serviría de ayuda entrenar con alguien en el agua? Más que probablemente. ¿Significaba eso que quisiese pelear contra algún guerrero dentro del agua? No. Ni con el collar ni sin él, mucho menos sin él. Era cierto que se atrevía a hacer cosas en el agua que antes no hubiese pensado en hacer ni borracho ni hasta las cejas de lo que fuese, pero eso no significaba que supiese manejarse dentro del agua. Y él no era estúpido: no se enfrentaría con alguien para perder.

Se quería.
Un poquito al menos.

Zacharyas ladeó la cabeza, aún con la sonrisa, y manteniendo aquel aura extraña, curiosa, mientras diesccionaba al chrysos con la mirada. Finalmente asintió.

-Insisto en mi disculpa -comentó, con voz ronca. Y aunque no era el tono con el que la gente pedía disculpas, porque no parecía arrepentido en absoluto, aquello no era una mentira.

Acto seguido comenzó a nadar hacia la orilla, alejándose del otro hombre, que no le había dado su nombre, sin intención de preguntar al respecto. Respetaba, al fin y al cabo, el derecho al anonimato. Y los nombres no eran algo que despertase la curiosidad de Zacharyas más que otras cosas.
Había logrado incomodarlo, pero no asustarlo, exactamente. Era una batalla ganada y perdida al mismo tiempo. No podía evitar pensar aquello.

El chrysos mantuvo en todo momento la mirada en el caeruleus, en silencio, observando todos los movimientos del extraño. Cuando Zacharyas habló, Lyam asintió lentamente, sin apartar la mirada en ningún momento de él.

—Vale —dijo.

Contempló cómo el caeruleus se alejaba en silencio, y cuando estuvo lo suficientemente lejos, cuando ya era improbable que lo notase, el chrysos suspiró y relajó los hombros, bajando la mirada ligeramente iluminada al agua que tenía delante, dibujando un suave juego de luces en la superficie acuosa. Tragó saliva, tomó aire y dejó ir el aire por los labios entreabiertos.

Nunca lo admitiría, pero se había asustado. No por el caeruleus en sí mismo, sino porque había pensado que se vería inmerso en un combate dentro del agua. Zacharyas no le asustaba, pero sí la perspectiva de verse involucrado en una lucha que sabía que no podía ganar nunca, porque sabía que por mucho que nadase jamás podría vencer a nadie dentro del agua, con el collar o sin él, que, de todas formas, algún día tendría que devolver a su legítima dueña. Le asustaba combatir contra alguien que ahora mismo tenía la cara del caeruleus y fracasar, y hundirse por culpa de ello, notando cómo la presión de su pecho aumentaba, cómo sus pulmones se encharcaban, cómo el aire se le escapaba, cómo era incapaz de salir a flote y caía, caía y caía en las profundidades del mar hasta finalmente desaparecer. El chrysos podía aprender a nadar, pero jamás se quitaría ese miedo (siempre estaría ahí, esperando cualquier momento para aparecer por sorpresa y lastrarle hasta el fondo del mar, hasta ahogarle). No se lo quitaría porque siempre lo había temido, porque todas sus pesadillas eran sobre eso: mil manos agarrándole las piernas, los pies, y él hundiéndose, tratando de aferrarse a la vida y fracasando, cayendo hasta tocar el fin del mar, que debía estar lleno de monstruos porque aquel lugar debía ser horrible, y a ese lugar llegaba él mientras veía cómo la luz disminuía, desaparecía y todo se volvía de un color oscuro, no sabía si negro o azul, mientras él seguía hundiéndose y la presión aumentaba y asfixiaba y.

El chrysos tomó aire con fuerza, por la nariz, hinchándose el pecho, notando que su corazón galopaba, nervioso de pronto. Comenzó a nadar, rápido, con toda la rapidez que podía tener hacia la orilla, mientras pensaba a pesar de que intentaba mantener la mente en blanco, a pesar de que trataba de no pensar. Pero nunca podía dejar de pensar en ello cuando empezaba a pensar en ello, no hasta que daba vueltas y se calmaba, y respiraba, grandes bocanadas que le llenaban los pulmones.

Se detuvo cuando llegó a una zona en la que hacía pie, y se llevó las manos a la cabeza, cubriéndose el rostro, maldiciendo por lo bajo porque cuánto tiempo hacía de la última. Crispó las manos.

Zacharyas alcanzó la orilla poco después y se volvió hacia el chrysos, curioso. Tomó su capa, secándose con ella, como si fuese una toalla, y luego, lentamente, comenzó a vestirse. Fue entonces, mientras empezaba a ponerse la ropa, cuando vio al chrysos sin nombre nadar hacia la orilla también, aunque a un punto algo alejado del que él ocupaba. Parecía más nervioso, se dijo, aunque desde allí no podía ver sus ojos, que delatarían su miedo, ni notar si existía o no una palidez mayor.

Pero Zacharyas quiso creer que sí. Quiso creer que el chrysos estaba asustado porque comprendía la frágil vida que tenía, y que él hubiese podido haberle arrebatado. Por lo menos, pensaba, había podido intentar hacerla peligrar.
Pero no hubiese sido una muerte bella.

Ni siquiera tenía un nombre que recordar, pensaba Zacharyas.

-Buenas noches -dijo a Lyam, desde su posición entre las sombras, alzando la voz para que lo oyese.

Entonces, lento, puso rumbo de vuelta al palacio de Brontë.

*se va XD*

El chrysos inspiró con fuerza y dejó salir el aire con suavidad, tratando de tranquilizarse. Repitió el proceso varias veces, notando ahora que las tenía fuera del agua cómo las manos le temblaban un poco, y se esforzó en pensar en cualquier otra cosa, lo que fuese, concentrándose al completo en el primer pensamiento ajeno a aquel miedo que se le apareció. Lentamente, fue calmándose, aunque no apartó las manos de la cara hasta mucho después, cuando ya llevaba varios minutos tranquilo, en paz.

Al bajar las manos, detuvo la derecha durante un largo instante en el collar, recordándose a sí mismo que no le pasaría nada en el agua siempre y cuando lo llevase porque aquel era un collar mágico y la magia debía ser así. Luego, lentamente, comenzó a caminar hacia la orilla, donde ya no había rastro del caeruleus; en su fuero interno, el chrysos agradeció que no estuviese ahí.

Se secó y vistió con bastante rapidez, sin detenerse un segundo más que el necesario. Luego, cabizbajo, se fue a dormir. A dormir.

*se va*

Hoy no llovía, y como no llovía, el chrysos estaba en el lago, adentrándose en la enorme masa de agua con el collar de Alehyss puesto, como siempre. A pesar de que estaba considerablemente cansado (se había acostado especialmente tarde), al despertar en los dormitorios y ver el día que hacía, había decidido que tenía que aprovecharlo, y tras dedicarse a las habituales tareas matutinas, había abandonado el interior de Palacio cargado con todo lo que necesitaba para el ejercicio.

El agua estaba considerablemente fría, y avanzaba con lentitud, abrazándose a sí mismo, tratando de reprimir así el ligero temblor que atacaba a sus brazos. Si supiese lanzarse al agua como la chrysos, probablemente ya lo hubiese hecho, porque parecía mucho más cómodo y rápido que ir paso a paso, y probablemente ahora ya estaría nadando; pero como no sabía, ni tenía muy claro cómo aprender a hacerlo, tardó un buen rato en llegar al punto donde ya no hacía pie y, en consecuencia, en empezar a nadar.

Lyam estuvo un buen rato nadando, practicando diferentes estilos con algo más de éxito que la última vez, aunque no demasiado: cualquiera que supiese algo de natación podría señalar mil errores en su forma de hacer las cosas, y él solo podría asentir con solemnidad y aceptar las críticas. No obstante, estaba bastante satisfecho con sus progresos. Si ahora mismo pudiese decirle a su yo de quince años que a los veintitrés estaría aprendiendo a nadar, su estúpido pequeño yo se hubiese echado a reír escandalosamente, hubiese repetido "nadar, nadar, yo, nadar, ajajajaja" un par de veces y le hubiese dado un par de palmaditas en el hombro (claro, tío, claro, hubiese dicho, seguro, tío, seguro).

Qué imbécil era de pequeño, pensó, ya fuera del agua. Sacudió la cabeza; suspiró. Con las yemas de los dedos acarició el collar, y curvó los labios.

*tras recoger y tó se va*

Tras la frustración del entrenamiento fui a por Telma y, aunque ya quedaba poca luz me dirigí con ella al lago, en un paseo. Por desgracia apenas veía: en aquella época la luz era escasa, pero con un flagrare podía iluminar nuestro camino. Yo avanzaba delante, aunque a ratos me volvía para animarla a acelerar un poco el paso y no pararse a mordisquear cualquier hierba.

-Vuelve el invierno, eh Tel! Quién tuviese ese pelo tan largo. Estoy seguro de que no sabes lo que es el frío -le dije, parándome a acariciarla un rato antes de acercarme a la orilla.

Suspiré, rozándome un momento la herida de la mejilla con la mano. Aún me escocía. Pero más me escocía aquella sensación de no haber cumplido con mi deber.

Volví junto a ella y la acaricié un poco más. Ella se puso a rumiar, como siempre. Yo, entonces, comencé a lanzar golpes al aire para entrar en calor.
Quizás no pudiese plantar cara a una dama, pero el aire podía estar bien seguro de que recibiría mis golpes.

*se queda*

Me quedé un buen rato con Tel, pero como era tarde al final terminé por volver con ella a los establos. Nos vendría bien descansar.

*se va*

A veces una persona, de repente, sin previo aviso, lleva a cabo acciones o tiene pensamientos que no se hubiesen dado en una situación normal. No sé bien a qué se debe, por qué existen esos arrebatos en los que un ser humano, de pronto, actúa contra su naturaleza y, durante un momento, se vuelve otro.
Aunque no hay muchas cosas que yo sepa, en el fondo. Quiero decir que, realmente, no soy mejor de lo que soy. Simplemente.

El agua está helada, hoy. No he traído ropa de recambio, por lo que ya decidiré que haré con la ropa interior, que llevo puesta, cuando salga. Tampoco he traído toalla.
Son este tipo de locuras las que atentan contra la salud de la gente. Pero hoy no estoy aquí para recordar los sermones de mi padre, ni los míos propios.
No diría que estoy aquí por algo especial. Solo satisfago un capricho algo infantil.

*nada*

Ni ella misma puede explicar qué le ha llevado a seguirla, pero lo ha hecho. Quizás sea un simple juego, la posibilidad de divertirse, aunque sea solo un momento. Quizás el apuro de que ese día se han conmemorado muertes que no deben recordarse con bajas entre los guerreros. Quizás, sencillamente, no hay ningún motivo que lo explique, ni razón alguna para querer explicarlo.

Aparece en la orilla, a una distancia más que considerable, y sabe que no se quedará mucho. No tiene nada contra el frío, en realidad, pero tampoco intenciones de exponerse a una noche así. Será solo un momento, un gesto rápido, grácil, ligero como solo ella sabe ejecutarlo. Apenas un instante y habrá cumplido con lo que allí la ha llevado.

Se detiene a observarla, pese a todo, antes de actuar. Tan solo un momento. Lo suficiente como para poder examinar su cuerpo de una forma que solo la magia permite. Después, procede. Una mano desciende, acompañada del cuerpo, hasta la superficie del agua. Como en un intento por acompañarla, los rizos caen en saltos danzantes, envueltos y envolviendo el aura de la noche. Una corriente nace de sus dedos y corre por el agua. La alcanza. La envuelve en cosquillas traviesas y sutiles. Una sencilla protección, una forma de asegurarse de que la locura nocturna no suponga días de cama que pueden emplearse al servicio de palacio. Alguien del nivel de Alehyss no debe olvidar cuál es su deber por algo así, después de todo.

Se asegura de dejar la marca que la haga reconocible. Deja, incluso, que la guerrera la localice en la orilla, que perciba, aunque no pueda ver, una sonrisa que la recorra en un placentero escalofrío. Después, sin darle opción ni acceso a nada más, se desvanece tan suavemente como ha llegado.

*Desaparece*