Lago

En mitad de mi ejercicio, una sensación extraña me invade. Y no es extraña del todo, aunque en un principio llegue a resultarlo. Porque en cuanto comprendo que no viene de la nada, que no es producida por mi cuerpo, o por el agua, o por el contacto de ambos, entiendo de dónde viene. Y, de alguna forma, es como si no solo lo entendiese. Es como si se me mostrase ese hecho.

Involuntariamente, como llamada, miro en una dirección, hacia la orilla, y creo diferenciar na figura conocida. Y estoy segura de que sí es ella, de que está ahí de verdad.
Por un momento creo que me ha llamado, y llego a poner rumbo hacia el lugar en el que se encuentra, pero no he dado ni dos brazadas cuando, al volver a buscarla, no la encuentro. Así que deduzco que solo se ha presentado un instante, que no tenemos nada que tratar ahora. Quizás solo ha sido una breve evasión de sus deberes. un recordatorio de que está aquí, en Brontë.
No creo que deba buscarle sentido, de alguna forma, a lo que ella busque o quiera. Ni entendía siquiera, para empezar, lo que me trajo aquí.

Simplemente da la sensación de que le debo estar agradecida. Y diría que Fera no me ha causado nunca algún problema. Más bien al contrario.
Siempre ha obrado de forma que tuviese algo que agradecerle.

Me quedo nadando un buen rato más. Nadie vuelve a observarme, aunque llego a pensar que igualmente pueden estar haciéndolo, solo que yo no puedo verlo.
No es algo que me preocupe, porque no pasa nada relacionado.

Cuando me canso, salgo del agua. Me desnudo y me visto solo con la ropa seca, tras haberme escurrido el pelo.
Vuelvo a Palacio con paso ligero, apremiada por el frío, que se nota más ahora, con el cuerpo húmedo.

Y, pese a todo, parece no ser tan desagradable como esperaba.

*se va*

La carrera terminó por llevarle al lago, donde finalmente el chrysos decidió detenerse, apoyando las manos en las rodillas, resollando. Apenas podía distinguir la silueta de los árboles, pero aun así no iluminó sus ojos hasta que finalmente decidió que ahí podía terminar su carrera por los exteriores. Entonces sus ojos adquirieron una cierta luz, escasa, la suficiente como para que él pudiese ver y él se acercó a la orilla, donde se agachó para mojarse las manos y pasárselas por la cara, apartando restos de sudor. La diferencia de temperatura resultó algo desagradable.

La nieve seguía cayendo y por eso, en vez de sentarse, el chrysos volvió sobre sus pasos y se apoyó contra un árbol, recuperando el aliento. No tenía mucha resistencia; tenía que probar a entrenar con el amuleto. La próxima.

*se queda*

Una vez más, mantengo el amuleto guardado. Pero, en esta ocasión, no soy yo quien mantiene el ritmo de la marcha, sino Vilo. La carrera ha empezado en los jardines, pero de eso ya hace tiempo. En esa zona, la nieve está más retirada y no hace tanto frío. En cambio, a medida que uno se aleja del castillo, la nieve se acumula más y dificulta el paso, bajando también la temperatura. Por otra parte, la carrera me mantiene caliente, así que no es tan preocupante.

Puede que Vilo haya crecido, pero sigue volviéndolo loco la idea de jugar. Corre de un lado para otro y no baja el ritmo en ningún momento, lo que me obliga a mí a mantenerlo. Me empleo a fondo en seguirlo, tratando de mantener el ritmo cardíaco y respiratorio estable para evitar caer en la fatiga. Tengo que levantar mucho las piernas para correr por la nieve, y cada vez que apoyo un pie, la pierna se hunde con él, enterrándose e impidiéndome avanzar con fluidez.

No sé cuándo lo he hecho, pero el caso es que he sacado la espada y la tengo en las manos. Correr con una espada desenvainada mientras juegas con un vulpus no es lo que cualquier padre recomendaría a su hijo, pero a mí más me vale aprender a controlar todo lo que ello implica. Mientras sigo la carrera, muevo la espada a un lado y a otro, remando, ocupándome de mantener a Vilo lejos de los filos en todo momento, concentrada en mantener el ritmo, el ejercicio, la atención. Y, además, la noche ya ha caído, así que ahora debo preocuparme también de la vista. El lago, por suerte, es grande, y su orilla es un camino fácil de seguir.

En un momento dado, tengo la sensación de que Vilo aumenta el ritmo. Al principio me digo que es cosa mía, que mi cansancio intenta convencerme de ello, y me exijo continuar a su altura. Al final, sin embargo, el cambio de velocidad acaba siendo evidente, y yo tengo que obligarme a mantener el mío. Acabo por devolver la espada a mi espalda y continuar la carrera con un flagrare en la mano, ya en busca del pequeño. Para cuando lo localizo, me encuentro con que me ha dejado para correr hacia otra figura. Una que, muy probablemente, estaba haciendo lo mismo que yo hasta hace un momento.

Sin forzar el ritmo ni dejarme vencer por el cansancio, me concentro en mantener mi trote hasta llegar a su altura.

-Vilo -llamo, y la voz me sale tomada y tensa por el cansancio, pero consigo que no suene jadeante-. No molestes a la gente.

Al final, acabo por detenerme cuando llego a su altura. Vilo está olfateándolo mientras mueve la cola, y no para de moverse a su alrededor. Yo le dedico una sonrisa dulce. ¿Es que ni cuando quiero entrenar puedo estar sola?

-Perdona, es demasiado entusiasta -me disculpo con suavidad, tratando de reclamar la atención del vulpus-. Soy Lea.

El chrysos no se dio cuenta de que el animal se estaba acercando hasta que lo vio cerca de él, a unos metros. Frunció el ceño, pero no se movió en un primer momento, esperando que el bicho siguiese su camino, o el camino de quien fuese su dueño y lo dejase en paz, pero pronto descubrió que, a diferencia de él, el animal sí parecía estar interesado en acercarse, así que se apartó del árbol, aún con el ceño fruncido, y observó al bicho con una expresión que decía claramente "ni se te ocurra acercarte". No es que él tuviese algo en contra de los animales, pero no le gustaban. Ni un poco.

—Hola, tú —dijo, sin embargo, con desconfianza, aún mirando al animal. Luego, al escuchar unos nuevos pasos alzó la mirada, topándose entonces con la que debía de ser la dueña del bicho, una flamma a la que no recordaba haber visto antes y que parecía haber estado haciendo lo mismo que él.

Lyam le dedicó una sonrisa, y al momento bajó la vista al animal, que seguía dando vueltas alrededor suya. Por qué, Mithos, por qué.

—Eh. No te preocupes —respondió, mirando de nuevo a la mujer. O sí, mejor sí: preocúpate y haz que tu animal vuelva contigo, fuera, bicho, fuera—. Lyam. Encantado.

Vaya, encima nos ha salido de pocas palabras. Razón de más para seguir con mi vida. Si es que Vilo tiene a bien dejar de perder el tiempo con quien no compensa. Por suerte, el hecho de que me acerque acaba por animarlo a obedecer. En otros tiempos se le habría subido encima, probablemente, pero ya no suele hacer esas cosas. Y, en cuanto me agacho un poco, deja al chico y vuelve a mi lado con ánimo de lavarme la cara.

-Igualmente -le respondo con voz amable, mientras mantengo a Vilo a mi lado, entre abrazos y caricias.

No creo que con semejante parón pueda volver a ponerme a entrenar, así que busco en mi ropa hasta dar con el amuleto, que froto hasta que el pequeño elemental me rodea para darme calor. Sé que al principio me agobiará un poco, pero es mejor que una pulmonía.

En cuanto me levanto, Vilo sale corriendo de nuevo como una flecha, en dirección desconocida. Lo vigilo desde la distancia, poco dispuesta a volver a echar a correr tras él. Me conviene más seguir poniendo en orden mis pulsaciones y respiración.

-Los hay que no se cansan nunca... -comento, divertida.

Por suerte, el animal no tardó mucho en dejarlo en paz para irse con su dueña, y aunque el chrysos mantuvo los labios curvados en una amable sonrisa, por dentro no pudo alegrarse más de que el bicho se hubiese apartado. En silencio, miró tanto a la flamma con el animal, torciendo un poco la sonrisa cuando el bicho volvió a lanzarse a sabía Mithos dónde. La chica no lo siguió, probablemente porque estaría cansada o algo así, así que el chrysos decidió ser un poco amable y no irse de inmediato.

—Bueno, si no es muy mayor, supongo que es normal —murmuró, no muy convencido, en respuesta al comentario de la flamma. ¿Era mayor el animal? ¿Sí, no? —. ¿Cuántos meses...? —Frunció el ceño—. Ehhhhhh... ¿Años tiene?

Ya veo que es un auténtico maestro de la lógica. Y un experto en animales, por otra parte, aunque eso lo veo más comprensible. Río con suavidad, negando a su segundo intento.

-Meses mejor -señalo, manteniendo la cándida sonrisa-. Aunque, a decir verdad, no lo sé a ciencia cierta. Lo encontré hace unos nueve meses, y yo calculo que por entonces no tendría más que unas semanas. Ha crecido rápido, pero aún le queda otro tanto.

Últimamente no hago más que hablar del tamaño de Vilo. Y lo curioso es que las conversaciones interesan a desconocidos. Entiendo que a Rick le preocupe si viene o no a dormir con nosotros, y es evidente que a Frikka le encantaría encontrar algún brebaje que lo hiciera crecer más despacio, pero es con ellos con quienes comparto mis impresiones.

-De todas formas, es inofensivo.

Creo. Mejor decirlo, que no me ha pasado por alto esa mirada de desprecio. La típica actitud de superioridad que dan ganas de borrar de un golpe y que tanto le gusta poner a la gente. Me enerva.

El chrysos asintió. Lo cierto es que no estaba para nada interesado en hablar del bicho, pero no se le ocurría nada mejor que decir. Honestamente, últimamente tenía muy pocas ganas de hablar o relacionarse con la gente de Brontë, pero no podía quedarse encerrado en los dormitorios todo el día y tampoco podía huir de la primera persona que se encontrase. Aunque esa persona tuviese un bicho con ella, por muy inofensivo que fuese.

—Se me dan muy mal los animales —admitió, torciendo una sonrisa—. ¿Qué es? Es decir, ¿de qué raza es? —Alzó ambas cejas—. ¿Lo encontraste aquí?

¿No tenía Rick también un bichejo?

No me digas, chaval. Jamás se me hubiera ocurrido. Aunque su ignorancia llega a ir más allá de la media, como no tarda en demostrar. ¿Cómo que raza? ¿Qué quiere que le diga? ¿Caeruleus? No es un perro, Mithos, es un animal salvaje y no tiene más raza que esa. Ni siquiera puede dársele una raza por las marcas que tiene, que probablemente es lo que haría la mayoría.

-Es un vulpus -explico alegremente, sin inmutarme ante la estupidez de su pregunta-. No pertenece a ninguna raza concreta. Es una especie salvaje de Lumen.

Podría darle un buen número de datos, pero visto su interés, voy a tener el detalle de ahorrárselos. Una loa a su triste desprecio.

Niego a la segunda pregunta, llegando a reír con suavidad. Sí, hay manadas pululando por las mazmorras, ¿no?

-Lo encontré en Caligo, estando de misión -relato-. Unos furtivos lo habían capturado, al igual que a toda su camada y a su madre. Liberé al resto, pero él se había roto una pata y no pudo seguirlos. Lo he cuidado desde entonces.

Alzó ambas cejas. Pues, mira, en su vida. Aunque bueno, si era de Lumen, hasta tenía sentido que no se hubiese encontrado con uno antes. Nunca había estado, a fin de cuentas. Decidió, no obstante, no hacer muchos comentarios más al respecto, que ni siquiera le interesaba y estaba quedando como el ignorante que realmente era. Sí, respondió, sin embargo, a su siguiente comentario.

—Pobre —murmuró. Que no le gustasen no significaba que no pudiese a llegar a sentir una cierta pena por un bicho separado de toda su camada. No obstante, no era aquello, precisamente, lo que le llamaba la atención—. Si has hace tanto tiempo de misión, entonces debes de llevar bastante tiempo aquí. —Sonrió—. Pensé que ya conocía a casi todos los que llevan más de un par de meses, pero ya veo que no es el caso.

Bueno, no voy a venir yo ahora a decir que me sé su vida, pero tampoco creo yo que él pretenda saberse la de todos. La mía, si es por mí, puede saltársela y tan a gusto. Pero si a lo que se refiere es a que ni le suena mi cara, creo que he ido a dar con uno que no levanta los ojos de la punta de sus zapatos. Bueno, está bien saber que hay un hombre en este maldito palacio al que no le he llamado la atención. Se supone que es lo que intentaba.

-Nos hemos visto de pasada alguna vez. A mí sí me suena tu cara -le señalo, con una sonrisa. Tampoco sé yo decir dónde, pero me cruzo con mucha gente por los pasillos todos los días, así que no creo que haya necesidad de justificar nada-. Pero sí, ya llevo bastante. Digamos que este es mi segundo invierno. Quizá el recuerdo me engañe, pero el primero no me había parecido ni tan largo ni tan insistente -bromeo.

Echo un vistazo de nuevo en busca de Vilo.

El chrysos alzó las cejas, algo sorprendido. ¿Le sonaba su cara? ¿De qué? ¿De cuándo? ¿De dónde? Probablemente de los pasillos, supuso, porque él no recordaba haberla visto en ningún otro sitio. ¿O sí? No, no la recordaba, y eso que la chica ya llevaba su tiempo en Palacio.

—Supongo que cuando me viste debería haber estado mirando al suelo o techo entonces. —Le sonrió. Luego ladeó la cabeza—. Yo llevo unos cuatro y creo que este es el más largo de todos los inviernos que he visto. Aunque, bueno —Compuso una mueca—, al menos en este nada ni nadie ha destrozado Brontë.

De momento al menos. Y espera que se mantuviese así.

fdr. oh, la ironía.

Me encojo de hombros. No sé, tampoco es que te haya estado retratando, siguiendo tus miradas, preguntándome por tus pensamientos, indagando en tu existencia en este mundo. Tengo otras ocupaciones, con permiso.

Me encojo de hombros, ofreciendo una sonrisa de disculpa.

-No recuerdo tantos detalles. Solo me suenas, pero tampoco podría decir dónde te he visto. Hay mucha gente en el palacio con la que una se cruza continuamente -repongo, restándole importancia.

No me gusta el cariz que toma la conversación, pero me obligo a mantener la sonrisa, dándole un matiz apenado. Asiento con suavidad.

-Y espero que así siga siendo... -respondo, algo tensa-. Este año ha sido movidito. Creía que la idea era que buscáramos el combate fuera de Brontë, pero...

Negó suavemente. Tampoco es que fuese algo tan importante, solo le extrañaba no recordarla.

—Oh, no te preocupes. Por el pasillo uno se cruza con muchísima gente, así que. Tampoco es que tenga gran importancia.

No tenía ninguna, de hecho. En otra época quizá sí se hubiese molestado consigo mismo por no recordar una cara, o por no conocer a alguien que ya llevaba tanto tiempo en Palacio, pero ahora no podría importarle menos.

Se encogió de hombros al escuchar el siguiente comentario de la chica.

—Bueno... No diría que está bien que haya tantos problemas fuera de Brontë, pero hay algunos, como los de la misiones en Ignis, no sé si las conoces, que supongo que demuestran que estamos haciendo un buen trabajo. —La miró de reojo—. Aunque yo también prefiero que no pase nada aquí, en Palacio. Esos ataques siempre acaban... No muy bien.

Puedes estar seguro de que no me preocupa en absoluto, así como puedes estar seguro de que no tiene la menor importancia. Pero supongo que lo que quieres es que ahora te dedique una sonrisa dócil y asienta como si estuviera tratando de asimilar la gran revelación que has tenido, así que eso será lo que haga. Mira tú qué maja que soy.

Algo he oído de las misiones de Ignis, sí. Algo de un tal Prosper. Algo que no indica precisamente que las cosas os hayan ido muy bien allí. Pero tampoco vengo a desmoralizar a nadie, así que voy a guardarme ese pequeño e insignificante detalle para mí, no sea que el pobre chaval tenga que quedar mal. Que ya bastante poco ayuda su maravillosa capacidad expresiva.

Asiento de nuevo, esta vez más efusiva.

-Claro -respondo, con ánimo-. Todos trabajamos en que nada así vuelva a suceder. Desde el verano, las cosas parecen haberse calmado un poco. Solo tenemos que conseguir que continúe así.

Porque claro, es cosa nuestra, que lo estamos consiguiendo todo muy activamente y tal.

Al escuchar sus palabras, el chrysos borró la sonrisa, algo incómodo de pronto. Para él las cosas no se habían calmado después del verano, sino todo lo contrario. Pero, bueno, no estaban hablando de esa clase de misiones, ¿no? Simplemente, a nivel de Brontë, era cierto que desde entonces no habían recibido más ataques. Él mismo lo había dicho.

—Imagino que tras los últimos ataques los líderes habrán tomado medidas para que no se repitan los destrozos. —Se encogió de hombros, esbozando una nueva sonrisa—. Supongo que las cosas en Brontë seguirán así durante bastante tiempo y que nosotros nos dedicaremos a luchar fuera de aquí.

Parpadeó.

—¿En cuántas misiones has participado? —La miró de reojo—. Es simple curiosidad.

Pues a ver si se cumple. Asiento de nuevo.

-Sí, supongo que sí -coincido, tranquila-. Que yo sepa, así es como se supone que debe ser.

La idea de que los líderes estén protegiendo nuestra base es tan tranquilizadora como poco segura. Después de todo, esto no son más de suposiciones, y los líderes tienden a no dar demasiadas explicaciones acerca de los ataques.

Su "simple curiosidad" no me gusta ni un pelo. No puedo evitar ver cómo la conversación se va acercando a Lis, y no quiero hablar del tema. Prefiero mantenerla protegida del conocimiento de otros.

Me encojo de hombros, sencillamente.

-En unas pocas -respondo, ambigua-. Lo siento, no llevo mucho la cuenta...

El chrysos asintió, pero no añadió más al primer comentario. No había mucho más que decir respecto a los líderes y Palacio. O al menos a él no se le ocurría qué más decir, sensación que en la última semana se iba haciendo más y más frecuente. Resultaba bastante desagradable.

A su siguiente comentario, respondió negando con suavidad.

—No hace falta que te disculpes. Era por... Sacar un tema de conversación o algo así. —Metió las manos en los bolsillos, torciendo una sonrisa—. Supongo que ya habrás notado que no se me da especialmente bien.

Probablemente el hecho de que no quisiese hablar con nadie ayudaba a que le costase hablar, pero en fin.

Bueno, creo que esto bien puede ser el momento para dejar la conversación. Sinceramente, yo tampoco tengo mucho más que decir. Echo una mirada de nuevo hacia el lago, pero Vilo ha desaparecido. Parece que ha decidido que ya ha dado las buenas noches y se ha metido en el bosque. Es lo habitual últimamente, después de todo.

Sonrío, tranquilizadora.

-No tienes que forzarte -le aseguro, siempre mansa-. No era mi intención molestarte. De hecho, creo que voy a ir volviendo al palacio. Se ha hecho tarde, ¿verdad? Supongo que nos encontraremos por ahí en alguna otra ocasión. Tal vez ahora sí te suene mi cara.

Y, tras despedirme, me interno de nuevo en el bosque.

*Se va*

El chrysos negó suavemente.

—No me estabas molestando —aseguró. Y en parte era cierto, porque a pesar de que no tenía ganas ni ánimos para hablar con nadie, lo cierto era que la presencia en sí de la chica no era una molestia. No era alguien como Alexander, por ejemplo: ese sí que molestaba con solo estar presente.

No obstante, a pesar de todo, no buscó continuar la conversación. Cuando la chica se despidió, él hizo lo mismo, curvando un poco los labios al escuchar su último comentario y despidiéndose con un amable:

—Buenas noches.

Y un corto gesto. Luego, el chrysos permaneció unos segundos más en el lago, pensativo, hasta que finalmente decidió que lo mejor ahora mismo sería volver a Palacio.

*se va*

El siguiente grupo tomó el camino que daba al lago, buscando otro camino para llegar a Palacio. Este estaba dirigido por una caeruleus armada con una gran espada. Detrás de ella, a unos cuantos metros, otro grupo formado por tres bestias la seguían. El agua vibraba con sus pasos; los animales del lago se alejeban de la orilla, buscando un lugar seguro cerca del islote.

La caeruleus que iba a cabeza parecía decidida, preparada para enfrentarse a quien fuese que apareciese.

*se quedan*

Había oído un ruido extraño, y rápidamente había tomado la espada y salido a los exteriores. Había algo gordo ahí fuera. Cuidándome de mis pasos, avancé en dirección a los ruidos que escuchaba, y cuando finalmente llegué al límite del bosque con el lago me detuve.

Reconocí al instante a la caeruleus que allí había. Era la misma a la que nos habíamos enfrentado en la misión de Aqua. Tragué saliva, y con cuidado traté de esconderme para estudiar la situación. Detrás de ella había tres bestias extrañas. Fruncí el ceño. ¿Qué hacían aquí? ¿Vendrían a por sus compañeros? ¿El espía que había en Brontë los había avisado de dónde estaban?

De pronto, notaba mi respiración más agitada que antes.

Corbin sabía que en la oscuridad no tenía ventaja, pero aún así trataba de mantenerse oculto. Con pies ligeros, avanzaba pegado a los árboles, buscando no dejarse ver. Las tres moles gigantes tenían el tamaño suficiente como para distinguirse incluso en la oscuridad. Le pareció ver también otra figura, pero no podía estar seguro.

Esperando poder mantener el factor sorpresa mínimamente, envió un clair ëm yäk contra una de las grandes moles, un objetivo fácil incluso en aquella oscuridad. Después rápidamente, cambió su posición para evitar ser localizado.

Me he dado toda la prisa que he podido para llegar. La katana se balancea en mi cintura con cada paso, por lo que termino por llevarme una mano a la cintura para evitar que haga ruido. Por suerte para mí, es de noche: estoy en mi elemento. Bueno, la oscuridad no es un elemento, ¿no? Es...
Bueno, qué más da.

He acabado llegando al lago. Es difícil decidir a dónde vas cuando no sabes a dónde vas. Por suerte, tras algunas vueltas, parece que he dado con la clave.
¿O no es suerte? Ya veremos...

Me voy asomando a los árboles. No veo nada hasta que veo una figura saliendo del agua... Y luego otra...
Jo-der.

¡Y una chica! Una caeruleus pelirroja escondida detrás de un árbol. Como imita un poco mi situación, imagino que no es enemiga.
Voy a hacerle un gesto para ver si se entera de que estoy aquí cuando algo pasa: un ataque. Un hechizo claritas.

Me mantengo tras el árbol, observando la respuesta a lo que cojones pase.

Al oír la alarma, me había armado rápidamente para responder. Llevaba mi puñal a la cintura, el brazalete en el brazo y la gema de ksà en el bolsillo con un ntendbit cargado, junto a mi pequeño mayordomo. Veríamos si tenía ocasión de utilizarlo.

Si me quedaban dudas de adónde me estaba dirigiendo, una luz repentina me las quitó. Raudo, pasé a esconderme tras un árbol y me quedé observando. No tardé en darme cuenta de que no era el único que se escondía. Y lo que al principio me hizo alarmarme acabó por sorprenderme. ¿No era... Frikka?

En voz baja, conjuré un suavísimo aethes para llamar su atención. Por si acaso me había equivocado de persona, conjuré también un ntendbit. Cualquier error se podía arreglar a golpe de hechizos, después de todo.