Sala común

Con pasos lentos y el libro en las manos, el chrysos llegó a la sala común. Aquel sitio, a pesar de que las posibilidades de encontrarse con alguien eran elevadas, le gustaba; le parecía extrañamente acogedor, con los sillones y la chimenea que solía ver apagada. Así que cuando quería leer durante el día, acostumbraba a escoger la sala por encima de la biblioteca. Por suerte para él, y en contra de toda lógica, apenas se encontraba con guerreros o líderes en ella.

Aquel día, sin embargo, sí se topó con un guerrero en uno de los sofás. Sorprendido, no por encontrarse con alguien, sino, por el hecho de que la caeruleus estuviese despierta, alzó las cejas.

—Buenos días —murmuró. Luego miró por una de las ventanas; le parecía peculiar que la muchacha se hubiese despertado tan temprano. La mañana no era algo que asociase con los caeruleus.

Pese a que estaba bastante cansada, aquel día me había despertado sorprendentemente temprano, mucho antes aue algunas de mis compañeras de cuarto, y mucho antes de lo que estaba acoatumbrada. Había intentado volver a dormirme, convencida de que si no lo hacía acabaría cansándome a media tarde, pero al comprobar lo imposible del asunto, decidí salir de los dormitorios. Aproveché que tenía toda la mañana por delante para darme un largo y relajante baño, para desayunar mucho y para escoger un nuevo libro en la biblioteca. Luego decidí trasladarme a la sala común.

Concentrada como estaba en la lectura, no me di cuenta de que alguien había entrado hasta que escuché una voz que me resultó lejanamente familiar. No supe quién había hablado hasta que aparté la vista del libro, dejando a la princesa a lomos de un enorme dragón y al bandido corriendo tras ellos; al hacerlo, me encontré con el chrysos que había intentado ayudarme con los mercenarios, Lyam (o algo semejante). Fruncí levemente el ceño, confusa por su imagen. La última vez que lo había visto, en el cumpleaños del líder parvus, no llevaba el pelo naranja. También lo recordaba menos delgado; enclenque sí, pero no tanto. Me pregunté el motivo de tanto cambio, pero no dije nada. En su lugar, curvé ligeramente los labios.

—Buenos días.

Lo miré en silencio durante unos segundos, cavilando mis siguientes palabras. Desde lo de Rick no había hablado con nadie, ni había visto a nadie, y lo cierto es es que no sabía si quería compañía o no. Mi humor, a pesar de que había mejorado considerablemente y de que no me lo estaba tomando tan mal como había imaginado (más bien, todo lo contrario), seguía sin ser el mejor. Pero finalmente decidí invitarlo pasar, golpeando el cojín que estaba a mi izquierda con la palma de la mano.

—¿Qué tal? —Sonreí. El chrysos tomó asiento, un poco apartado de mí—. Cuánto tiempo sin verte...

Me resultaba extraño las pocas veces que coincidía con el muchacho. A pesar de que ambos llevábamos en Brontë años, apenas lo había visto un par de veces.

Todavía desde el marco de la puerta, Lyam observaba a la muchacha, sin saber si debía entrar o si sería mejor para ambos que diese media vuelta. La caeruleus tenía un libro entre las manos, uno pequeño y con las tapas verdes, y era diferente al recuerdo que el chrysos tenía de ella. Tenía el pelo más corto, la cara menos redondeada, pero el cuerpo ligeramente más ancho. Lyam de preguntó si su forma de hablar, que recordaba entrecortada, llens de tartamudeos y alteraciones en la voz también había cambiado.

Cuando la muchacha golpeó el cojín, el chrysos curvó un poco los labios y se adentró en la sala. Si ambos querían leer, pensó, no hablarían demasiado.

—Pues... Bien —mintió, mirando a la muchacha de reojo. Se fijó en el interior del libro; había una ilustración de un dragón amarillo sobrevolando una ciudad entre el texto. Esbozó una sonrisa involuntaria—. Llevo un tiempo sin mucho que hacer, y en el ataque no me ha pasado nada, así que bien. —Volvió la vista a la chica—. ¿Tú?

Inger Nielsen era una de las personas a las que menos había visto de todo Brontë. Era gracioso de alguna forma; recordaba que la muchacha, pese a no parecerle demasiado despierta, le había caído bastante bien cuando habían hablado.

Asentí.
Era evidente que en el ataque no le había pasado nada: no había ningún tipo de marca, alguna cicatriz, una venda, cortes, que indicase que hubiese luchado siquiera, así que no me sorprendí. Aunque debía admitir que no parecía excesivamente fuerte; tal vez, pensé, simplemente fuese escurridizo. Por su constitución, eso tampoco sería sorprendente.

Lo miré de reojo, dándome cuenta de que él, más que observarme a mí, observaba el libro, y esbocé un amago de sonrisa. Cavilé durante unos segundos su pregunta. ¿Cómo estaba yo? Había vuelto hacía aproximadamente un mes, tras pasar una larga tempprada en casa, mi abuela había muerto, el palacio había sido atacado de nuevo y yo apenas había servido para algo y mi novio acababa de romper conmigo sin saber yo el motivo. Pero sin embargo no estaba triste; habìa estado desganada unos días, pero no estaba triste. Ya no. Pero tampoco estaba especialmente animada. Era extraño.

—Pues. Bien, creo. —Fruncí el ceño y callé de nuevo. Parpadeé—. Sí, estoy bien. Tal vez no sea la persona más animada de Palacio, pero estoy bien.

Sonreí y clavé mis ojos en los suyos. Me fijé en que tenía unas débiles ojeras, pero no lo mencioné. Tampoco me adentré en más detalles de mi vida; dudaba que le interesasen.

Me acomodé en el sofá y bajé la vista al libro, sin llegar a leer nada.

—Es extraño que nos encontremos tan poco —murmuré.

Acaricié la página.

Mientras esperaba la respuedta de la caeruleus, Lyam observaba con un brillo curioso el libro. Por la ilustración, y por las frases que estaba leyendo, dedujo que se trataba de un cuento infantil, uno con dragones y princesas. El chrysos sonrió; le parecía curioso encontrarse con alguien que leyese esa clase de cuentos en Brontë. Pensó durante un segundo en su infancia, cuando jugaba a inventarse historias de bandidos y a representarlas delante de los chiquillos del barrio, corriendo de un lado a otro y moviendo mucho los brazos, interpretando tanto al héroe como al villano mientras Dena se reía. Lo recordaba como algo divertido.

Apartó la vista cuando Inger habló. Sonriente, clavó los ojos en los de la caeruleus, que también había curvado los labios. Asintió.

—Entonces ya somos dos.

Se preguntó si la falta de ánimo de la muchacha se debía a algo grave o al cansancio. Tal vez echaba de menos a su familia; tal vez estaba cansada de estar tan lejos de casa. No obstante, a pesar de la relativa curiosidad de que sentía, no preguntó. En su lugar, se limitó a apoyar la cabeza en el respaldo y a colocar el libro en sus piernas. Suspiró, y cuando la chica habló, rió con suavidad.

—Lo cierto es que me encuentro poco con mucha gente. —La miró de reojo, torciendo una sonrisa—. No es nada personal.

Alzó la vista al techo.

Pese a que no dije nada, notaba el interés con el que el chrysos observaba el libro. Incluso parecía que estaba leyendo, aunque dudaba que se estuviese enterando de la trama. El cuento no era complicado, pero yo ya iba por la mitad, así que era improbable que captase todos los detalles.

Sonreí. Por algún motivo, estaba muy relajada con el chico. Suponía que era porque era la primera persona con la que hablaba en semanas y porque estábamos teniendo una conversación distendida, simple, sin entrar en detalles escabrosos. Me resultaba agradable, y él me caía bien. No lo consideraba como algo más que un compañero, pero me gustaba. Una pena que no quisiese relacionarse con la gente.

—Oh, bueno. —Sonreí—. Entonces no me preocuparé por lo mal que te pueda caer y pensaré que, simplemente, nos desprecias a todos por igual. —Lo miré—. Qué poco agradable.

Reí. Luego, notando como enrojecía, me apresuré añadir:

—Es... Es broma, eh. O sea. Eh. Nada iba en serio.

Sonreí con timidez.

Lyam bajó la vista y observó el libro, deteniéndose unos segundos para releer el título. Lo abrió con tranquilidad, buscando el capítulo donde se había quedado, y luego, una vez lo encontró, volvió a mirar a la chica, sonriente. Tal vez fuese porque la conversación era intrascendente, o porque la muchacha parecía simple, sin una pizca de sarcasmo o malas contestaciones en su interior, pero el chrysos se sentía a gusto a su lado. Por algún motivo, tenía la misma sensación que cuando hablaba con un crío, con la única diferencia de que la chica hacía tiempo que había pasado esa edad.
Era agradable.

Volvió la vista al libro, y escuchó en silencio la respuesta de la muchacha, esbozando una pequeña sonrisa. Le parecía curioso la enorme diferencia que había entre su forma de hablar en su primer encuentro y su forma de hablar en el segundo: cuando se emcontraron en la biblioteca, la muchacha había tartamudeado en todo momento, sonrojándose cada dos por tres; ahora, sin embargo, parecía mucho menos tímida y asustadiza que antes, hasta podía decir que había hecho algún comentario jocoso, algo que no recordaba que hubiese hecho la última vez. Lyam se preguntó el motivo del cambio, aunque no tardó en descubrir que la chica sí seguía explicando sus bromas.

Rió.

—Oh, no, Inger, no. —La miró, fingiendo una repentina seriedad—. No te disculpes. Realmente todo lo que has dicho es cierto: os desprecio a todos por igual. Lo único que me gusta de este sitio es la comida. El resto no.

Sonrió.

Sonreí, mirándolo de reojo. Asentí varias veces, llevándome la mano al pecho con dramatismo. Incluso cerré los ojos, como si sus palabras me hubiesen dañado en lo más profundo de mi corazón.

—Oh, claro. La comida es lo único bueno del lugar. —Lo miré; pasados unos segundos, volví a cerrarlos—. Nosotros somos seres despreciables, indignos de tu simpatía. No sé cómo puedes soportar estar ahora mismo sentado a mi lado.

Curvé de nuevo los labios. Después estiré los brazos, estirándome con cierto descaro, y me arrellané en el sofá. Sonriente, bajé la vista al libro. Acaricié las páginas.

—No lo parece, pero es bastante serio para ser un cuento. —Sonreí—. Me gusta; te lo recomiendo.

Lo había estado observando mientras él veía el libro, así que pensé que debía estar interesado. Y a mí me encantaba recomendar y hablar de libros.

El chrysos rió con suavidad y negó varias veces con la cabeza. Luego se encogió de hombros y respondió:

—No hay demasiados sofás en Brontë, y, bueno, digamos que eres un poco soportable. —Frunció el ceño. La miró—. Pero no demasiado, no te creas.

Y volvió a sonreír.
Imitando a la muchacha, estiró él también los brazos, deslizándose por el cojín del sofá hasta que su cabeza quedó apoyada en el cojín donde debía estar su pared. Cogió el libro, que pese al descenso había permanecido abierto en sus piernas, y observó las páginas. La caeruleus también había bajado la vista al libro, así que suponía que el tiempo de charla había terminado.

Lyam leyó una frase, y cuando escuchó de nuevo la voz de Inger, la miró de reojo. Sonrió ampliamente, y asintió.

—Entonces esperaré que me lo des cuando lo termines —murmuró, todavía con los labios curvados, antes de volver la vista al libro. La caeruleus lo imitó, y ambos se enfrascaron en sus respectivas lecturas, comentando de vez en cuando palabras que no entendían o fragmentos que les parecían curiosos. Inger incluso le preguntó si tenía pensado viajar a Aqua, y, a pesar de que el chrysos lo negó, ambos estuvieron charlando durante unos minutos de viajes que habían hecho o que tenían interés en realizar. Así Lyam descubrió que Inger había pasado los últimos meses en Ignis, donde tenía familia, y que luego había viajado ella sola desde el continente de fuego hasta Fulmen.

Finalmente, cuando la lectura no era suficiente entretenimiento, ambos abandonaron la sala común, charlando animadamente sobre qué clase de comida podrían pedir aquella mañana.

*se van*

fdr. entretenimiento del ferry terminado

Entro con paso lento, sentándome en el sofá en cuanto lo alcanzo. Discreta, tomo una de las botellas de calmante y bebo un sorbo, menos de lo acostumbrado. No me apetece caer noqueada en la sala común.
Yo debería estar durmiendo. Estoy bastante cansada.

Dejo las muletas a mi izquierda. Señalo entonces el libro que Lyam lleva en las manos.

-¿Ya te aburrió la geografía? -inquiero, seria.

Nada más entrar en la sala común, el chrysos se estiró con descaro, notándose algo cansado. De reojo, miró por una de las ventanas. Por la escasa luz que entraba, era evidente que debía ser bastante tarde. Por no decir muy tarde. Se preguntó qué hora sería.

En silencio, se acercó al sofá donde se había sentado la chrysos, dejando el libro en la mesa al pasar por ella, y tomó asiento, con cuidado de no molestar a la muchacha. Luego la miró y sonrió.

—Nunca me dejó de aburrir —respondió, casi jocoso. Luego negó con la cabeza y añadió—. Sigo leyendo sobre países y todo eso, pero a veces también leo cosas más fáciles de leer y más entretenidas.

Se acomodó en el sofá.

Asiento, cansada. Es cómo esperaba, de alguna forma. Incluso yo leo alguna vez simple literatura, aunque no la disfrute del mismo modo.
Mi mirada viaja del libro al chrysos. Lo contemplo varios segundos. Finalmente despego los labios.

-¿Y has decidido a dónde te vas a ir? -inquiero, con el mismo tono que el que pregunta qué va a comer.

¿Para qué leer sobre algo aburrido? Por su utilidad. La utilidad de conocer el mundo... ¿Cuál podría ser sino?

De reojo, observó a la chrysos, en silencio, sin saber qué decirle. La muchacha parecía absorta, con la vista fija en el libro que él acababa de dejar en la mesa. Se preguntó qué estaba pensando, y cuando finalmente supo qué era lo que pasaba por la cabeza de la chrysos en esos instantes, frunció el ceño.
¿Por qué le preguntaba aquello? ¿Por qué asumía que se iba a ir? ¿Por qué sacaba el tema? Podía no sacarlo, así se ahorraba darle vueltas a las cosas. Ni tan siquiera sabía si quería irse o no, y ni tan siquiera sabía por qué no quería irse con lo poco que le gustaba aquel sitio.
La observó en silencio durante unos segundos, sin saber qué hacer o decir. Finalmente, sonrió un poco.

—Nunca he dicho que me fuese a ir —murmuró, todavía mirándola.

Poco a poco hace efecto. Incluso tan poca cantidad basta, a estas horas, para abatirme. Solo aumenta mi cansacio, y empiezan a pesarme los párpados, aunque logro disimularlo.
Qué denigrante.

La respuesta de Lyam me hace mirarlo, asentir levemente. Efectivamente, nunca lo ha dicho. Pero ello no me responde, a menos que añada un "no me voy" detrás.

No es el momento. No quiero iniciar una conversación profunda ahora. Ni siquiera tengo fuerza para ser mordaz o poner mala cara.
Finalmente, un bostezo se abre paso, delator. Me acomodo en los cojines, cerrando los ojos para escapar de la luz.

-¿Qué continente te gusta más? -inquiero, con voz tranquila.

Dejaré que hable un rato. Luego me iré a dormir.

Le sonrió cuando lo miró, pero no dijo nada más y, en su lugar, se acomodó en el sofá. Era bastante tarde. Era, de hecho, muy tarde. Estaba convencido de que mañana no se despertaría hasta pasado el mediodía. Es más: probablemente se despertase a una hora denigrantemente tarde.

De reojo, el chrysos observó a Alehyss, y al ver cómo se acomodaba en el sofá, bostezo y ojos cerrados incluidos, esbozó una sonrisa jocosa. Ignorando la pregunta de la muchacha, se puso en pie y se acercó a ella.

—Mañana te lo cuento. —Ensanchó la sonrisa—. Para cama. Arriba o te dejaré ahí tirada, y será incómodo, muy incómodo, porque el sofá parece cómodo pero realmente no lo es tanto, así que arriba.

Tras una pequeña conversación, en la que él insistía en que se levantase y ella lo ignoraba, casi quejándose, finalmente, y tras muchos esfuerzos, la chrysos se levantó, y ambos abandonaron la sala común.

*se va*

fdr. y yo también abandono este mundo de gente despierta

Tomo asiento, dejando un par de papeles y los instrumentos para escribir sobre la mesa. Las muletas, como siempre, descansan a mi lado, lo suficientemente cerca como para que las tome en caso de necesidad.

Tras haber hablado con Massen, he tomado la determinación de escribir a casa. Ahora mismo no puedo ir, y hay varios motivos para ello, pero hace mucho que no mando noticias. Sin embargo, la carta a Heylel es más importante para mí ahora mismo, de modo que empiezo con ella. Es sencillo. Agradezco la información de la carta anterior y pido que si tiene alguna novedad me avise. Si la vida lo trata bien, bastante tendrá con su propia felicidad, no necesita que me alegre por él. Y en cuanto al ataque, supongo que Massen, por ejemplo, se encargará de las novedades.

Tras secar la primera carta, la doblo pulcramente, introduciéndola en un sobre sin nombre y cerrándolo. Luego comienzo la segunda, a mis padres.
A ver qué me invento esta vez.

*se queda*

Tras una buena ducha y un buen desayuno, había decidido dedicar parte de mi mañana a la lectura. Si bien era cierto que casi podía decir que estaba todo el día leyendo, también era cierto que quería volver a entrenar, así que había decidido organizarme de la siguiente forma: por la mañana, después del desayuno, y dado que no era aconsejable hacer ejercicio después de comer, leería un poco, lo suficiente para hacer la digestión; después, antes de comer, entrenaría hasta que ya no pudiese más; luego comería, y después intentaría socializar un poco. Por la noche, si no estaba muy cansada y si no estaba charlando con alguien, leería de nuevo, hasta que me entrase el sueño. Así, esperaba, podría no descuidar ninguna de las actividades que tenía pensado hacer en Brontë. Hacer un horario siempre me había servido, así que esperaba que este también diese sus frutos.

Leer en la biblioteca es más incómodo que leer en la sala común, con sus sofás y cojines y su chimenea casi siempre apagada, así que me dirigí hacia el lugar. Sin embargo, nada más llegar, noté cómo me arrepentía sobremanera de no haberme quedado en la silenciosa y solitaria biblioteca: sentada en uno de los sillones, Alehyss Lester parecía concentrada escribiendo, y yo no pude evitar acordarme de nuestro último encuentro en los pasillos y en lo incómoda que había estado. La chrysos me había impuesto más aquella vez que en todas las ocasiones anteriores, tal vez porque parecía estar molesta, irritada con mi presencia, o porque estaba molesta con el otro chrysos por estar conmigo o qué sabía yo. El caso era que no parecía que le hubiese hecho mucha gracia que yo estuviese ahí, en los pasillos, obstruyendo un reencuentro que sonaba a cuento pero que no se parecía a un cuento, y ahora yo estaba ahí, en la sala común, molestando de nuevo.

Me pregunté si podía huir sin más, si a lo mejor la chica no me había visto, pero deduje que era imposible que no me hubiese visto. Llevaba ahí unos buenos segundos, parada en el marco de la puerta, observando la estancia sin saber si dar un paso hacia delante o uno hacia atrás. Suspiré.

—Buenas... tardes —murmuré.

El sonido de la puerta me hace alzar la vista. Inger Nielsen acaba de entrar, y su mirada me recuerda a la de un animal en el bosque después de escuchar el crujido de una rama. Francamente, no parece la misma que hablaba animadamente con Lyam por los pasillos. Aunque sí se asemeja a la Inger que más familiar me resulta.

-Buenas tardes -respondo, mirándola, supliendo el titubeo de sus palabras poniendo más seguridad en las mías.

Es extraño verla a menudo, aunque no desagradable, en este caso. No tengo nada en su contra mientras no me estorbe en un momento crucial. Ahora mismo, por otra parte, estoy bastante ociosa. Y no especialmente de mal humor.

-Disculpa si el otro día te sentiste incómoda -comienzo, directa. No he olvidado su expresión en los pasillos, hace un par de noches-. No fue mi intención.

Si bien deseé que se fuera, esperaba que lo hiciese simplemente notando que debía hacerlo. La incomodidad la puso ella. Ahora, sin embargo, su presencia no me es innecesaria.

FdR- Intenta ser maja, aunque no sé si se nota... xDU

El saludo de la chrysos fue mucho más seguro que el mío, cosa que no me sorprendió demasiado. Me imaginaba que Alehyss, por lo poco que sabía de ella, era mucho menos insegura que yo, y también mucho más seria y directa. En los pasillos lo pareció, al menos. Aunque también parecía bastante malhumorada, y no sabía si era así de normal o si simplemente le había molestado algo (algo personificado en mi presencia. O algo así).

Me adentré en la sala común, dando un par de pasos, y me senté en un sillón alejado del suyo, pero no tan distante como parecer que pretendía ignorarla. La miré un segundo, curvando los labios un poco, y luego abrí el libro, dispuesta a leer y a no molestarla. Pero la chrysos volvió a hablar, así que no leí nada y en su lugar la miré de nuevo. Negué, tras unos segundos, con la cabeza.

—Oh, no te preocupes... —murmuré. Realmente no estaba enfadada, ni tampoco especialmente triste por el vacio que me habían hecho. Tampoco me había gustado demasiado, pero no era algo que me afectase mucho. No iba a dramatizar sobre ello—. Yo, eh... Siento haberos molestado. —Fruncí el ceño—. Quiero decir... No fue conscientemente... Pero siento, eh. No sé. ¿Si te molesté? Sí, eso. Siento si te molesté. Aunque realmente no sé si te molesté, pero bueno. —Me pasé una mano por la nuca—. Nos encontramos en la biblioteca sin más y estabamos hablando porque íbamos por el mismo pasillo, nada más, de hecho, él casi no hablaba ni nada, era como sólo yo, pero, bueno, siento eso, si te molesté, enfadé o... Algo. O sea. Si es que estabas molesta. Si no, pues, eh. Pues podrías olvidar lo que dije —Asentí— y como si nada...

Notaba que tenía las mejillas algo rojas. Deduje que sería la vergüenza por ser incapaz de hablar con claridad.
Esbocé un amago de sonrisa, tímido.

Se decide a entrar. Quizás haya decidido que no muerdo. Está bien. Si se hubiese ido me habría molestado. Obviamente, comprendo que quizás quiera estar sola. Eso lo acepto. Pero lo de Inger parece mera inseguridad.
Ciertamente, la gente insegura me pone un poco nerviosa.

Niego, lentamente, tras escucharla. Aunque en mi interior sus palabras me resultan un poco cansinas, en lugar de suspirar esbozo una sutil sonrisa, tratando de ser amable. Con suerte dejará de aturullarse sola.

-No me molestaste -aclaro, con tono neutro, más agradable que borde. Aunque lo cierto es que sí preferí que se fuera-. No tienes que justificarte.

Quizás desee leer y sea ahora yo la molesta. Observo el libro que lleva, un momento, antes de ascender de nuevo a sus ojos, segura.
Inger Nielsen. Edad, entre dieciocho y veinticinco, aunque de apariencia más bien joven. Pelirroja. Ojos castaños. De carácter pusilánime. Es tímida e insegura. Disfruta de entretenimientos mundanos y de poca utilidad práctica.
Eso escribí sobre ella, resumidamente. Cuesta imaginarla luchando. Es peor, pues seguramente engañe. Es fácil subestimarla.

-¿Te estoy molestando yo ahora? -inquiero, haciendo referencia a su libro con un gesto.

Me encogí de hombros.
No sabía si decía que no la había molestado porque admitirlo sería sinceramente cruel o porque realmente no la había molestado. En aquel momento, me había parecido que sí, que le estorbaba, pero apenas conocía a la chrysos, así que podía haber sido una percepción subjetiva.

—Bueno... Lo digo por si acaso... —Me pasé la mano por el cuello—. Quiero decir... —La miré de reojo—. Por si alguna otra vez, lejana y muy, muy distante, nos encuentras hablando pues... Eso. Que probablemente nos encontramos en algún lugar sin más, ni tan siquiera somos amigos ni nada, así que... Eso. Y, eh. —Asentí débilmente—.Sí. Eso.

La observé durante un par de segundos más, y luego volví la vista al libro, al tiempo que me acomodaba en el sillón. Aquellas explicaciones eran probablemente innecesarias, pero aún así una parte de mí me decía que tal vez fuese buena idea explicarle... por qué estábamos juntos en los pasillos. Sonaba estúpido si lo pensaba. La gente se encontraba a diario en los pasillos. Eran un lugar concurrido, todos teníamos que pasar por ellos.

Negué con la cabeza cuando me preguntó si molestaba. Su presencia no me resultaba una incordio; si me hubiese molestado, no hubiese entrado. Así de simple.

—No. No, me molestas. —Sonreí—. Tranquila.

No estará tratando de insinuar lo que creo, ¿verdad?
Consigo evitar que, sin quererlo, mis cejas se tensen un instante. Y menos mal, porque no me gustaría fruncirle el ceño a Inger. Aunque sí siento la necesidad de responder a sus palabras. De todos modos, evito ser borde, por lo que esbozo, incluso, una sonrisa tranquilizadora, adoptando un tono despreocupado.

-Siéntete libre de hablar con quien desees. Quizás le vengas bien como amiga, incluso. Está volviéndose algo huraño -la animo. A mí como si te acuestas con él, pero no vengas a ser condescendiente conmigo sin necesidad.

Me vuelvo para escribir un nuevo párrafo de la carta. No me gusta que las cosas se malinterpreten. Termina generándoss un bulo inmenso y la información se corrompe.
Aprieto los labios un instante, aprovechando que le doy la espalda ahora mismo. No tardo demasiado en escribir las líneas deseadas.