Sala común

La observé en silencio mientras hablaba, atenta a sus palabras. Cuando terminó, parpadeé, y luego asentí débilmente. Parecía que mis disculpas y explicaciones no sólo eran innecesarias porque eran una tontería, sino que también lo eran porque a la chrysos, a pesar de lo que yo había pensado, no le afectaba. Me pregunté, entonces, por qué me había parecido tan malhumorada, tan cortante el otro día. Tal vez, pensé, habían sido meras imagiones mías.

—Tampoco hemos hablado demasiado —murmuré—. Y siempre que me lo encuentro está con un libro en las manos.

Alcé la vista al techo. ¿Por qué se estaba volviendo huraño el chrysos? Recordaba que cuando lo vi por primera vez no me lo había parecido; sí me había parecido un poco seco, pero nada más. Parpadeé. A lo mejor lo que había dicho que no le gustaba nadie de este sitio era verdad.

Tras terminar la carta, mientras seca, me vuelvo hacia ella, escuchando sus palabras. "Siempre" que se lo encuentra. Primero dice que no son amigos y ahora parece que tengan una cita a la semana.
Es irrelevante.

Asienti, con desgana, aunque sin borrar el leve rastro de sonrisa para suavizar mi actitud seria. Al menos ha abandonado las insinuaciones extrañas.

-De eso hablabáis el otro día, ¿no? De un libro -pregunto, contenplando a la caeruleus-. ¿Era de ese?

Nunca la había oído tan emocionada como entonces en los pasillos. Y lo poco que escuché sonaba, efectivamente, a libro.
Ya hablé con Inger de libros, una vez. De cuentos. ¿Tendrá alguna otra pasión?

Asentí animadamente, sonriendo. Y luego negué débilmente. Si se refería al libro que tenía en las rodillas, no, no hablábamos de ese.

—¡Sí! Aunque, bueno. Yo era la que hablaba, más bien. —Sonreí—. Él casi no decía nada y se limitaba a caminar. A veces asentía, muy serio todo. Que, eh. Bueno, no digo que sea malo. —Me encogí de hombros—. El libro es uno que creo que tiene ahora él. ¡Es uno muy bueno! Bueno, al menos a mí me gusta. El final es un sí, pero no, porque realmente es el que pega, pero no, porque es muy cruel y no quiero creer que termina así, pero lo cierto es que no se me ocurre otro posible final para la historia.

Suspiré.
Aquel libro era genial; todo el mundo debería leerlo.

—Aunque no sé si lo leerá —añadí—. Siempre que lo encuentro está con la geografía de Aqua, así que... —Me encogí de hombros—. Pero, bueno. Tampoco es algo demasiado relevante... Quiero decir, a mí el libro me pareció muy bueno, pero, eh... Que lo lea quien quiera.

Sonreí.

—¿Tú lees? —La miré. Luego, notando cómo enrojecía un poco, añadí—. Quiero decir. Sé que lees. Es obvio que lees, sabes leer. Pero, eh... Lo que quería decir es si te gusta, si lees en tu tiempo libre y eso...

No le digo que me bastó con oírla cinco segundos para darme cuenda de que era ella la que hablaba. Sería un comentario cruel, hiriente incluso, e innecesario. En lugar de eso la escucho, silenciosa. Al menos, pese a su timidez, llena el silencio con eficacia. Es una buena virtud para ciertas cosas, si ese día no te resulta engorroso.

-¿Cuel? -inquiero, seria, alzando una ceja ante la mención de la palabra, incluso con cierto aire escéptico.

No sé qué libro es, ni de qué trata, pero se me ocurren varios conceptos "crueles" relacionados con el tema. Meras suposiciones.

Su mención a Aqua me resulta más interesante. ¿Es el continente que le toca o está interesado en Aqua? Dudo que ella lo sepa.

-Leo -repito, con un asentimiento-. Seguramente la mayor parte de mis lecturas te resulten aburridas -. O petulantes-. Disfruto leyendo para saber más.

Pese a su cara más bien escéptica, asentí vehementemente al escuchar su pregunta. Sí, el final era cruel. O al menos me parecía cruel.

—Sí, cruel. —La miré—. Al final aunque los dos protagonistas quieren estar juntos no pueden, porque son de reinos diferentes, y ambos tienen sus obligaciones y, bueno. Tienen que reparar muchas cosas, y no pueden permitirse quedarse juntos para siempre en el reino de ella, así que él se va. Y, bueno, muere mucha gente y todo eso.

Suspiré.
Realmente pasaban muchas más cosas, pero no quería destriparle todo el libro a la chrysos. A lo mejor se planteaba leerlo o algo, y no tendría gracia que ya se supiese todos los giros de guión y finales de los personajes. Eso sería muy aburrido.

Asentí al escuchar su respuesta. Le pegaba leer cosas para aprender, más que leer por entretenimiento. Me pregunté si ella también leía mucho sobre geografía, como el chrysos. O a lo mejor leía sobre política e historia, como mi hermano.

—Entiendo... —Sonreí—. Entonces no tenemos esto en común, supongo.

De modo que eso es cruel. Comprendo por qué. La muerte de personas me recuerda al ataque, en el que no estuve. Lo de los protagonistas...
Me encojo ligeramente de hombros.

-No sabría si llamarlo cruel o realista -murmuro, alzando el mentón, recolocándome sobre la silla-. ¿Consideras cruel la realidad?

Muere gente todos los días. Las tragedias son algo real. Por eso no me gusta leer tragedias ficticidas. Ya tengo bastantes problemas a los que prestar atención.

-Supongo que no -coincido, con un gesto de asentimiento-. Suele pasar.

La contemplo fijamente. Se me dan mal este tipo de conversaciones.

-¿Qué más te gusta? -termino por preguntar, tras un breve silencio, intentando sacar algún tema a flote.

No espero muchas coincidencias.

Fruncí el ceño. ¿Consideraba cruel la realidad? A veces. La realidad podía ser cruel, pero no siempre lo era; a veces podía ser bonita, feliz, y otras veces podía ser cruel, triste. Suponía que dependía del momento, del suceso en cuestión. Pero reducir la realidad a un sólo adjetivo no me parecía correcto. Porque, para empezar, ¿cuántas realidades había? Suponía, creía que cada uno tenía la suya propia, y lo que a mí me podía afectar a ella podía serle diferente y viceversa. Y eso ya creaba dos realidades diferentes. O algo así. Filosofar no se me daba bien.

—Me parece cruel y bonita. —La miré—. Depende del momento, y depende de la persona que viva ese momento y de su pasado y demás...

Me encogí de hombros.
No sabía si me estaba entendiendo no. Esperaba que sí, porque tampoco estaba convencida de poder explicarlo todo mejor con más palabras. Me imaginaba trabandome a mí misma, tartamudeando y negando para luego afirmar, dando vueltas sobre lo mismo una y otra vez.

—Me gusta el chocolate —Reí—. Y más seriamente... Me gusta viajar. —Parpadeé—. Y me gusta el fuego, me parece bonito visualmente. Y me gusta dibujar, aunque no lo hago muy, muy, muy bien. —La miré. Sonreí—. Y me gusta estar con mi familia y entrenar con mi hermano, y forjar espadas. —Ensanché la sonrisa—. ¿A ti qué te gusta?

No sabía nada de ella, ninguno de sus gustos, salvo que leía libros para ganar conocimiento. Me preguntaba qué más hacía en su tiempo libre.

Asiento, dando a entender que la sigo, si bien se lía un poco, por decirlo de alguna forma. Es una definición válida, como cualquier otra. Yo apuesto más por no describir la vida. Como ella ha dicho, la percepción varía según la persona. Buscar adjetivos para culpar a la vida de cruel es simplemente una manera de evadirse de la realidad.

Luego pasa a sus gustos. Me resulta avasallante. No tengo claro cómo está hilando las cosas.

De todo lo que dice, me quedo con algo, que me extraña especialmente.

-¿Forjar espadas? -repito, alzando una ceja, algo contrariada.

Es el tipo de comentario inesperado que no le pega en absoluto. Inger Nielsen, me has sorprendido.
En cuanto a mí, sería más sencillo decirte qué no me gusta. Tendría más sobre lo que explayarme.
De hecho... ¿Qué puedo responder? Me estoy sintiendo algo triste.
El silencio, pero sería borde. Sentirme superior a los demás, o...
Decido seguir su patrón. Es más sencillo.

-También me gusta viajar -coincido, pensativa-. No siento entusiasmo por demasiadas actividades. Me gusta ser eficiente.

Debería buscarme una vida un poco más animada. Alguna afición.

Asentí vehementemente.

—Sí, forjar espadas. —Esbocé una amplia sonrisa—. Mi familia es herrera, así que sé forjar espadas. Y más armas, pero forjar espadas es más divertido. Mi hermano también sabe, lo hace mejor que yo.

Suponía que nadie se esperaría que yo supiese, y disfrutase, forjando espadas. Admitía que mi aspecto no era el que uno visualizaba cuando oía la palabra herrero.

Escuché con atención lo que Alehyss decía, y cuando terminó no pude evitar sentirme un poco... confusa. Parecía que no le gustaban demasiadas cosas que no tuviesen nada que ver con ganar conocimiento o habilidades. Salvo viajar, claro.

Asentí, sin saber bien qué decirle.

—Ser eficiente está bien —murmuré finalmente.

De modo que de ahí le viene esa inquietud tan extraña. Todo cobra sentido. No se me ocurren muchas más formas de imaginarla forjando espadas, ni nada semejante. Al final la solución más sencilla suele ser, también, la más plausible. Aunque no se puede utilizar la generalidad para trazar futuros planteamientos.

-Es una habilidad extraña. Supongo que será duro -comento. Sé un poco sobre la teoría de la forja, pero su práctica no me interesa en extremo.

Lanzo una rápida ojeada a sus brazos. Sigue costándome imaginarla con un martillo golpeando metal incandescete.

En cuanto a su comentario. Efectivamente, ser eficiente está bien. La propia palabra, eficiente, pretende decir eso. Pero más allá de estar bien o no estarlo, supongo que estará pensando en mí como una persona triste y gris.
No me considero una persona triste.

Me vuelvo un instante hacia la carta, ya seca. La pliego, como la primera, y la meto en el segundo sobre, cerrándolo. Esto ya está lista.

-He terminado -informo, volviéndome de nuevo hacia la caeruleus.

Primero tengo que enviar esto. Luego iré a cenar. Llevo un rato con hambre.

-Supongo que querrás leer -doy por hecho, tomando las muletas para incorporarme-. Yo tengo que terminar con esto -añado, mostrando los sobres antes de guardarlos.

Me encogí de hombros.
Al principio sí que me resultaba duro, muy duro, pero ahora ya no me parecía tan complicado, ni cansado, como antes. Suponía que por los años.

—Antes se me hacía más complicado; ahora lo llevo mejor —acabé respondiendo, sonriendo un poco.

La observé unos segundos más, y luego bajé la vista al libro, en silencio, sin saber qué más decir. Cuando ella volvió a hablar, asentí. Me pregunté qué había escrito, pero no dije nada. No era una pregunta educada, ni, mucho menos, necesaria. Pensé que yo también debería comprobar si tenía correo; a lo mejor mis padres me habían respondido. Tenía que comprobarlo.

—Buenas noches entonces. —Le sonreí—. Ha sido un placer hablar contigo y, eh... Siento las equivocaciones.

Ensanché la sonrisa, observándola.

Ignoro sus nuevas disculpas. Creo que es una caracteríscitca suya que no se puede cambiar. Por lo menos, no me corresponde a mí corregirla.

-Buenas noches -respondo, dedicándole una última mirada.

La dejo en la sala común, leyendo, que es lo que ha venido a hacer, al fin y al cabo. Me dirigiré con paso lento a entregar las cartas a alguno del servicio.
Sin lugar a dudas, tengo que hacer algo de mi vida. Quizás entrene magia, aunque esa idea me provoque cierto desagrado. Pero poco más puedo hacer, en estas circunstancias, y no puedo apalancarme.

*se va*

Tras despedirme de Alehyss, abrí, de nuevo, el libro, dispuesta a concentrarme finalmente en la lectura. Había pasado un buen rato hablando con la chrysos, así que suponía que tenía que hacer cambios en el horario que había marcado esta mañana.

Había leído un par de páginas antes de que Gerald entrase. Cuando lo hizo, saludando tan efusivamente, me obligué a mí misma a apartar la vista del libro y a centrarme en el chrysos. Tal vez debería leer por las noches en lugar de por las mañanas: parecía que en lo que yo consideraba mañana la gente estaba bastante activa. O, tal vez, me había confundido al decidir venir a la sala común. Como su propio nombre indicaba, era un lugar al que los guerreros acudían, donde incluso se reunían. La próxima vez iría a la biblioteca.

—He estado leyendo —murmuré, alzando la vista para mirar al chrysos. Le sonreí—. Pero no me he ido a ningún sitio.

Ensanché la sonrisa. Era cierto que hacía mucho que no me encontraba con él. ¿Cómo le iría? ¿Qué tal estaría?

—Pues... Tirando —respondí finalmente—. Bien, supongo. ¿Tú cómo estás?

Me reí con suavidad.

—Me he encontrado con gente que no tenía la cara llena de letras, así que creo que ese no es el problema.

Y le sonreí.
Gerald era un tipo simpático; me caía bien, era divertido. Deberíamos vernos más. Siempre me lo pasaba bien cuando estaba con él.

Me encogí de hombros con su siguiente comentario, sintiendo que me hacía más pequeña con ese simple gesto, pero no respondí. No sabía qué decirle. Una parte de mí decía que, si le contaba que me había puesto tristona unos días porque mi novio me había dejado, se reiría. Al menos un poco. Y yo no le culparía, porque que una guerrera se perdiese tiempo pensando en eso era vergonzoso. Aunque ese periodo de tristeza fuese pequeño.

Sí respondí, no obstante, a su comentario del pueblo.

—Podemos ir cuando quieras.

Curvé los labios. Podía ir con él cuando me lo dijese. Ya había pensado ir con él cuando aún estaba con Rick, en plan amigos sin más, pero ahora ni tan siquiera tenía que preocuparme por lo que pensase o dejase de pensar el flamma.

El chrysos volvió a preguntar por mi estado de ánimo, echándose hacia delante y todo, pareciendo hasta interesado en cómo estaba. Lo miré de reojo. Luego suspiré.

—Digamos que vuelvo a estar en el mercado —respondí, agravando la voz, imitando una voz masculina que no daba el pego. Le sonreí.

Ensanché la sonrisa y, divertida, asentí.

—A lo mejor. O tal vez sólo debas buscarme mejor. —Lo miré de reojo—. Te juro que no me escondo de la gente.

No lo hacía, pero tampoco me esforzaba en exceso por socializar. Simplemente, estaba un poco a mi aire, yendo de un lado a otro, leyendo o entrenando (cuando lo hacía). A lo mejor el problema estaba en mi horario, que seguía siendo casi el mismo que el que tenía en Caligo. Tal vez debería intentar adaptarme del todo al de Fulmen.

Su siguiente comentario me sorprendió un poco por lo repentino del asunto. ¿Quería ir ahora, ahora por la noche al pueblo? ¿No era un poco tarde? Al menos para él. Aunque, por otro lado, seguro que era divertido. Sería como pasear en Caligo, viendo las estrellas y las pocas lucecitas que hay cuando es de noche. Además, no perdía nada yendo con él. Es más: seguro que ganaba más saliendo de Palacio que quedándome aquí encerrada.

Lo observé durante unos segundos, en silencio. Aparte de simpático, el chrysos era también atractivo. Parpadeé. Luego sonreí un poco, coqueta, y ladeé la cabeza hacia el lado donde él estaba sentado. Lo miré.

—¿Ahora ahora?

Todavía observándole, ensanché la sonrisa. Sí, era una hora perfecta. Tenía razón. Yo veía mejor ahora, él estaba acostumbrado, y a estas horas las calles no estaban llenas de gente, sino casi lo contrario. Era una hora perfecta.

Contemplé cómo se levantaba, en silencio, todavía con los labios curvados y la cabeza ladeada, y cuando me tendió la mano asentí débilmente. Luego cerré el libro y tomé la mano que me ofrecía, sonriente.

—Entonces vamos —murmuré, sin soltarle aún. Luego, ya separando mi mano de la suya, comencé a caminar hacia la salida, con él.

*se van*

He podido hacerme con unas láminas metálicas, del tamaño de las cartas de una baraja, más o menos, con las que podré pasar un poco de tiempo sin sentir que no existo para nada más que vagar, leer y esperar la respuesta de Heylel, tal vez la de mis padres. Por el momento me dedicaré a la magia, aunque me disguste. Nunca se me ha dado especialmente bien. Y, si bien soy una persona que está muy de acuerdo con potenciar los puntos débiles para mejorar las habilidades, a veces en este campo siento que me basta con lo mínimo, porque acabo sin ver avances.
Aunque tampoco me lo tomo especialmente en serio. Supongo que tampoco me apasiona.

Apilo las láminas de metal en una mesa, tomando solo una. La sostengo con la mano, apretándola suavemente con los dedos. No pesa demasiado, y eso me favorecerá.

-Sakröm -murmuro, notando cómo la magia comienza a ascender hasta la palma.

Al abrir los dedos compruebo, satisfecha, que la lámina se queda pegada. Al tratarse solo de una es sencillo. Tras unos segundos, la sujeto de nuevo, dando por finalizado el hechizo. Procedo, pues, a tomar otra, para repetir el proceso con dos. Solo tengo siete, de modo que no podré avanzar mucho hoy, pero si consigo superarlo con creces ya se me ocurrirán nuevas metas. También estoy especialmente interesada en ver cuánto tiempo soy capaz de sostenerlas. Al pesar tan poco, confío en que bastante, pero mi magia tiende a tener unos picos que no puedo controlar, y a veces el hechizo se detiene un instante sin mi consentimiento. En esas situaciones, veo caer las láminas, y resulta de lo más frustrante.

Repito el proceso hasta aburrirme. Tratándose de mí, es bastante tiempo. Tiendo a tener paciencia en este tipo de situaciones, y esto no es menos entretenido que cualquier otra actividad. Luego pruebo a mantener dos sakröm a la vez, adheriendo una lámina a cada mano, tratando de controlar los picos eléctricos en ambas.

La verdad es que no soy amante de la magia, pero es un buen ejercicio de concentración, incluso de relajación. Cuando me doy cuenta, bien ha podido pasar una hora. Me ha servido para conocer un poco más mis límites y me siento un poco más relajada.
Quizás lo haga más a menudo. Al menos no me sentiré tan inútil mientras no pueda moverme.

*se va*

Tras entrar me dejé caer en el sofá, con las piernas abiertas, cansado. Me reacosté contra la parte blanda de poner la espalda y cerré los ojos. Después de la cena me encontraba algo mejor, y una ducha había acabado por purificar mi innobleza. Seguramente al día siguiente sería poderoso y nuevamente honorable.

Por el momento, estaba como en una extraña nube. No volvería a repetir aquella noche. Lo peor era el dolor de estómago, pero lo peor eran los golpes y moratones de mi cuerpo.
No recordaba al hombre del pueblo, pero si volvía a verlo no me metería con él. Y no por innoble, sino por bruto.

*se queda dormitando, pero está*

Estoy bastante satisfecha con mis mejoras. Los ejercicios de rehabilitación se me hacen pesados, pero los hago sin rechistar. Después de todo, aún me duele un poco el hombro, aunque parece más un rastro de lo que ha sido que algo por lo que preocuparse. En cualquier caso, no tengo ganas de repetir la experiencia, así que lo mejor será prevenir.

Me dirijo a la sala común después de cenar. Me apetece volver a dormir en las cuadras, pero no quiero abusar. Y, por otra parte, las habitaciones no resultan ni una décima parte de atractivas, así que no me apetece acostarme aún. Seguramente, si me relajo un rato pueda adormilarme un poco.

Resulta que no estoy sola. Me quedo un momento en la puerta, dudando si entrar, y al final niego con la cabeza. Al menos no tengo que dedicarme a fingir simpatía y poner cara de buena persona. Me limito a entrar y dirigirme a un sillón cerca del fuego. Adoro el fuego.

-Buenas noches -murmuro, sin mucho ánimo-. Ya veo que lo que mejoro yo lo empeoran otros, ¿te has tirado del tejado?

Ya no sabía si estaba despierto o no. Tenía los ojos medio resecos y la vista perdida en algún punto de la pared de enfrente, en el que habían empezado a moverse unas luces sin control. Entonces un movimiento por el rabito del ojo me hizo volver un poco a la realidad. Me erguí un poco, pasándome una mano por la boca. Creía que tenía baba en la mejilla, pero no.

Al ver a Lea no supe si alegrarme o no hacerlo. Por una parte, me incomodaba tratar con la gente, dado mi malestar, y no quería que me viese en aquella innoble situación. Al mismo tiempo, no podía evitar sentir cierta ilusión, por decirlo de algún modo. Hacía tiempo que no la veía.

-Buenas noches -respondí, esbozando una sonrisa no muy pronomizada.

Al ver que llevaba el brazo libre palidecí un instante. Había creído que... ¿Entonces los recuerdos borrosos de la otra noche eran...?

-¿Ah? -. Tardé varios segundos en comprender lo que había dicho -. Ah, no -respondí, negando-. Ya estás bien -observé.

Me sentía como algo adormilado, solo que sin sueño.

Alzo una ceja, mirándolo con cierta curiosidad. Sí que está espabilado hoy, vamos. Definitivamente, parece que se haya topado con un horrdet. No recordaba haberlo visto así nunca antes. Quizá lo habían dejado demasiado apalizado. Así a lo mejor relajaba el ritmo. No tenía por qué ser negativo.

-¿Estás seguro? -pregunté, escéptica-. Te recordaba con un par de luces más. Aunque a lo mejor era mi imaginación.

Me recodé en el brazo del sofá, apoyada en el brazo bueno. Recogí las piernas y giré un poco el cuerpo de cara al fuego. Sí que era adorable haberme liberado de aquel estúpido cabestrillo.