Sala común

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Me rasqué la punta de la nariz, con cuidado, haciendo una mueca. Luego negué.

-Tuve un innoble enfrentamiento en el pueblo -murmuré, finalmente, desinganado-. Un suceso vergonzoso...

Suspiré y me erguí un poco, para ganar porte, aunque mi estado me lo quitaba. La miré de reojo, todavía sin tener muy claro si aquellos trozos de recuerdos... No. No tenía sentido.

El fuego se reflejaba en su piel. La hacía brillar anaranjada. Me cautivaba. El fuego era muy hermoso. Era valiente, poderoso, cálido y muchas cosas más.
Llevaba demasiado tiempo mirándola sin decir nada.

-¿Has cenado? -pregunté, dándome cuenta de que había alzado demasiado el tono.

Cerré los labios, relajando un poco los hombros. Bien pensado, a aquellas horas... Estaba algo lento. Y eso que siempre había destacado por mi velocidad mental en casa.

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Esbozo una sonrisa desganada.

-¿No te llega con darte golpes contra los árboles? -murmurp, metiéndome con él un poco.

Tampoco es ninguna mentira. Rick se da golpes contra los árboles como Telma se da golpes contra Rick. No es que haya visto lo primero, pero es una escena que me parece tan plausible que no puedo evitar darlo por hecho. Es algo que le pega demasiado, con tanto músculo y tan poca cabeza. En fin.

Asiento lentamente, con un suave suspiro.

-Hace ya un rato. ¿Y tú?

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La miré alarmado. ¡¿Había presenciado aquel momento?! ¿Por qué no había dicho nada hasta entoces? Me puse en pie, acercándome a la chimenea para tirar una ramita que llevaba en el bolsillo al fuego.

-No soy un hombre violento, aunque los bandidos piensen lo contrario -murmuré, tratando de explicar que golpear árboles no era mi actitud habitual. ¡Si no atacaban!

La miré de reojo. Ya estaba más cerca.
Asentí, como ella.

-También.

La contemplé. "¿Ya está bien tu brazo?" Me mordí el labio inferior un instante, distraído, pensativo.
Me acerqué, deteniéndome junto a la butaca, sin taparle el fuego. Aquel recuerdo no tenía sentido.

-Has estado con Telma hoy... -murmuré, con tientas, temiendo equivocarme.

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No esperaba esa reacción. Arrugo la frente. ¿De qué habla?

-Claro, por supuesto... -murmuro, sin seguirlo pero sin ánimo de preguntar. Lo dejaré solo con sus historias, que se entretiene muy bien solito...

Lo miro un momento y asiento a su respuesta, algo apática. Era de esperar, a estas horas. Si no hubiera cenado, no entiendo qué hace aquí. Significaría que está enfermo, o algo semejante.

Acabo por sonreír a su comentario, asintiendo suavemente.

-Dormí con ella hoy -explico con naturalidad-. Ahora que ya tengo más movilidad, tengo que aprovechar. Aún no puedo volver a trabajar, pero sí estar más con ella. La echaba de menos.

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Al mencionar a Telma la vi sonreír de forma especial. Eso era lo que yo no tenía. Y con mi poca energía, daban ganas de rendirse. Aunque un Dehnel jamás se rendía. Pero... ¿Y Rick?

Asentí a sus palabras, contemplando las luces y sombras que el cripitoso fuego generalizaba en su rostro. Luego apreté la mandíbula un instante, lo que hizo que me doliese el pómulo.

-Me gusta cuando hueles a heno -dije, tratando de sonar viril y masculino, mirándola fijamente a los ojos.

¿Qué clase de noble frase era aquella? No había ojos como estrellas, ni labios hermosos ni nada correcto. Mi apellido se decepcionaba.

-Telma estará encantada -añadí, segundos después, como reca... reacp... echándome atrás en mis palabras.

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Frunzo el ceño al tiempo que alzo una ceja, mirándolo con cierto brillo de advertencia en los ojos. Pero qué agradable eres, Rick Dehnel. Todo un seductor. No sé qué hago no cayendo rendida a tus pies.

Me cojo la camisa con dos dedos, como si sintiera asco, y me la acerco a la nariz, con voz de desconfianza. Que yo recuerde, me he duchado.

-¿Gracias? -pregunto, sarcástica.

Acabo por relajar un poco el gesto.

-No tanto como yo -replico.

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Mi comentario no pareció gustarle demasiado. Terminé por suspirar, dibujando una sonrisa algo cansada, casi un poco triste.

-Puedo decirte que tus hermosos ojos verdes brillan como las estrellas -dije, bajando el tono, encogiéndome de hombros-. Las damas solían preferirlo. Pero esas cosas no te afectan. No creo que desees escucharlas.

Caminé de nuevo hacia el sofá, tomando asiento. Lo cierto era que, quitando un poco de ardor, estaba casi bien del todo.

Su siguiente comentario me hizo estar a punto de decir algo innoble, de lo que me hubiese arrepentido. Mi humor no era el de siempre. Imperdonable.

No sabía qué decirle, de modo que la miré. Sentía que debía cuidar mis palabras como si fuesen la delicada ropa interior de una viuda. Se enfadaban en sobremanera si la dejabas arrugarse.
¿Le interesarían a Lea las historias sobre estrellas?

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Frunzo todavía más el ceño, mirándolo como si fuera un recién llegado de otro planeta. Ni siquiera me molesto en evitar una mueca de desagrado. Me lo pienso un momento antes de responder. Finalmente suspiro, asintiendo, dándole la razón por una vez.

-Vale, vale, creo que prefiero el olor a cuadra -murmuro con cierto desdén-. Jamás entenderé qué necesidad tienen todas tus señoritas de tener a un baboso detrás repitiéndoles qué tienen de agradable. Deben de tener todas la autoestima por los suelos.

¿Qué se espera de esos comentarios? ¿Dulces suspiros? ¿Parpadeos de ensoñación? Por mí, se pueden esperar poco más que vomitonas de azúcar. Creo que hace tiempo que dejé atrás los quince años.

Vuelvo un momento la vista al fuego.

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¿Cuadra? Terminé suspirando. Me hería con sus duro tono. Rick Dehnel jamás había dicho cuadra. Bueno, sí alguna vez, pero no en aquella conversación.

Lo de baboso me hizo esbozar una mueca visible. En mi interior, algo se rompió. Dolió casi más de lo que dolía la nariz. Aunque decidí tomármelo con humor. ¡Ella me había avisado de aquello! A buen palabreador, poco conocimiento. No...

-Supongo que intentaba decir lo que querían oír -confesé, franco-. No creo que haya nada de malo en decirle a una dama... chica que es herm... guapa -. Me desinflaba un poco mientras hablaba, abandonando un poco el tono noble para disimular mi estatuto social. La miré, sonriendo con reasignación -. Todavía no he hallado lo que decirte a ti. ¿Me callo? -ofrecí, con un tono a medio camino entre la broma y la seriedad.

A la hermosa Lea no le gustaba que la llamasen hermosa. Ni tampoco la nieve. Pero sí los animales y el fuego. Era difícil definir a una dama con tan poco.

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Arrugo de nuevo la frente, esta vez conteniendo un poco la risa, sintiéndome incluso algo culpable. Ha recibido una paliza física y tengo la impresión de estarle dando una psicológica. Tampoco era mi intención. ¿He dicho algo tan malo? En fin, será que está sensible.

Suspiro, al tiempo que me paso una mano por la cara, frotándomela con aire de cansancio. Que conste que tampoco es que se merezca mi aprecio o algo así, pero es que llega a parecer un perrito con las orejas gachas. Casi dan ganas de decirle "descansa" y tirarle una galleta.

-Lo siento -refunfuño, medio a regañadientes medio aguantando la risa-. Te doy permiso para tener algo de sangre en las venas. Y una poca de iniciativa.

Espero que sea suficiente.

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"Lo siento".
Esbocé una sonrisa, entretenido. Aquello era inesperado, desde luego. ¡Una dama sorprendente! Había esperado un genio mucho mayor, viendo lo peligrosa que se había descrito, pero no era para tanto.

-Muchas gracias, señorita -respondí, con gesto burlón, exagerando de nuevo el tono para volverlo heroico-. Su amabilidad me reconforta en demas... ¿ía? ¿Demasía? -. Me encogí de hombros, dando la palabra por válida. -Pareces cansada -dije, entonces, con una sonrisa retadora, recordando el último día de nieve.

Era una buena chica. A Rick Dehnel no le importaban las apariencias. Tenía unos ojos poderosos para ver más allá. Ojos Dehnel. No tan sabios como los de mi padre, pero bueno.

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¿Suficiente? ¡¿Suficiente?! Demasiado. Uf, no caeré más en ese error.

Esbozo una mueca a sus palabras. No, no empieces otra vez. Lo ideal hubiera sido decirte que te callaras, efectivamente. Te haré caso la próxima vez. Esbozo una sonrisa que pretende tener un deje desagradable.

-Será la compañía, que me agota -respondo, picajosa.

Desínflate un poco. Créeme. No estás más atractivo imitando un globo.

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De nuevo, lanzó un ataque que acertó de lleno. Mi sonrisa segura, casi divertida, pasó a estar algo tensa, casi de disculpa. ¡Por Mithos! ¡ERA de disculpa!
Alcé ambas manos, con las palmas hacia ella, como si quisiese detener su marcha, calmarla.

-Lo siento -dije, con un suspiro, manteniendo la sonrisa cansada. Terminé inspirando hondo, conteniendo un innoble suspiro. La verdad es que estaba un poco agobiado y algo triste con aquello-. Creo que iré a descansar, pues. A [/i]dejarte[i] descansar -maticé, cruel conmigo, aunque suavizándolo con mi gesto.

Era extraño. Aquel día había estado de mal humor. Lea era directa, hiriéndome incluso un par de veces. Y aún así me sentía algo mejor.
Pero seguía sin poder tocarla. Quizás no era la dama adecuada para mí, o al revés.

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De nuevo una mueca de desagrado. ¿Por qué tiene que hacerse la víctima? ¿Qué necesidad hay? Supongo que tendrá que ver con el hecho de que es un noble mimado. No debe estar acostumbrado a que le contesten, y menos una porquera cualquiera. Qué osadía por mi parte. Vamos, es que cómo se me ocurre.

Suspiro, levantándome.

-Algo me dice que hoy te estoy cansando más yo -replico-. Aunque también da la sensación de que venías cansado de fábrica. La próxima vez deja que los árboles se peleen con otros, que a ti no te sienta muy bien. En fin, buenas noches.

Y, con un gesto, me despido y me voy. Me espera un sueño reparador. Espero.

*Se va*

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La seguí con la mirada. Al final me despedía yo primero, pero ella salía huyendo antes. No había jugado bien mis cartas, supuse. Aunque, de hecho, no estábamos jugando a las cartas.
Negué, suavemente, aunque cansado. Sus palabras no iban del todo desencaminadas, pero admitirlo era cruel y poco noble. Al fin y al cabo, la culpa no era suya. De hecho, efectivamente. Llevaba dos días cansado. Si me ponía a hacer memoria, más incluso. Bastantes más.

-Buenas noches -respondí, pero no me levanté.

Desde mi posición observé un rato más el fuego, sin pensar demasiado. Me escocían un poco los ojos, todavía.

¿Dónde estaba mi ánimo Dehnel? ¿Y mi fuerza poderosa? Necesitaba entrenar y realizar los más nobles mandatos. Una misión, quizás, me iría bien. Y, por suerte, no había viudas cerca.

Al final me puse en pie, siguiendo el camino de Lea. El pasillo ya estaba vacío.

*se va*

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Me siento al pie de la lumbre, algo desmotivado. Al final parece que sigue lloviendo. La primera vez que vine a Brontë no hacía tan mal tiempo... Y temo que si no puedo hacer llegar la carta al abuelo me quede sin medicina...
Suspiro, frotándone la cara con la mano, cansado. Tampoco podré intentar sacarme unas monedas ni ir al pueblo a por un regalo para Massen si todo sigue así.

Me cruzo de brazos, pensativo. Si a Lluvia le hago un ala, hacer un regalo para la piscis debería ser más fácil. Ni siquiera es necesario que sea algo funcional. Y con todo el tiempo libre que tengo debería ser capaz a tiempo.
Y también debería entrenar...

Pues a ver si se me ocurre algo...

*se va*

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Entré en la sala común para sentarme a descansar. Llevaba todo el día de un lado para otro. Ir a ver a Telma era difícil, pero necesario, y salir del palacio dos veces con aquel tiempo... Había recibido golpes de hielo caídos del cielo en mis musculosos brazos, en la espalda y alguno en la cara, antes de haber decidido cubrirme.
Una vez me senté, suspiré. Llevaba toda la tarde recogiendo heno, cepillando a la bismonte y limpiando su "baño". Ya me había duchado y me sentía mejor.

Me froté los moratones y contemplé el fuego. Me relajaría un poco. Aquello me sentaría bien. Empezaba a dolerme un poco la cabeza, y un noble no podía ponerse enfermo. Sería de dormir mal por culpa de los truenos.

*se queda*

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Lyo estaba en esa etapa en la que los bebés dejan de ser llorones a ser bonitos. Estaba gordete y todo le llamaba la atención desde los protectores brazos de su madre.
Cassandra no había olvidado a la pequeña Cora. Sin embargo, no podía ir en busca ni de ella ni de Kane todavía, pues su hijo era demasiado pequeño como para dejarlo solo y llevarlo con ella sería un peligro. Además... Sentía algo de miedo si decidía salir de palacio ella sola y sin permiso de la líder del mismo. En aquella ocasión había sido muy explícita y no iba a cometer el grave error de salir a la aventura sin su consentimiento. De momento esperaría.

La sala común era un buen lugar para despedir el día, por lo que se dejó caer por aquel lugar para calentarse un poco en el perpetuo fuego de la chimenea.

Una sonrisa con buenos y entretenidos recuerdos pasó por su cara al verle allí tirado. Sonrisa que se hizo más y más grande conforme los segundos pasaban y que desembocaron en una bonita carcajada.- Hola.- Dijo entre risas.
Estaba de buen humor.
Alzó una ceja con felicidad. - Cuanto tiempo.- Rió. ya no se acordaba de aquel tipo.

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Primero sonreí, al ver a la mujer. Su cara me resultaba familiar, y debía ser educado, aunque no era capaz de recordar su nombre. ¿Dónde la había visto?
...
No...
Pronto me percaté. Las aguas del río, furiosas y heladas. Mi cuerpo, paralizado por un malvado hechizo... Noches en el pueblo, siendo un mendigo...
Palidecí. Era el monstruo, la violadora de las aguas. Aunque asustaba menos aquel día. Y en sus manos llevaba...
Palidecí más. Entonces ella... Aquel día ella había...

Contemplé al bebé, fuerte y gordo, bonito, con aquel rojizo en el pelo... Como un Dehnel... Sentí sudor frío en las manos.

-¿Ese niño es...? -. Tragué saliva, nervioso. En mi familia los hombres éramos poderosos sementales...-. ¿Aquel día...?

Si era padre debería casarme. Pero me tomaba tan por sorpresa...

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Recordaba perfectamente aquella noche. Era un "gran" hombre. En otra ocasión se habría comportado de forma chulesca con él. Ahora simplemente le entraba la risa floja porque era todo demasiado absurdo.
- ¿Tú qué crees?- Preguntó divertida, siguiendo -para ella- pesada broma y se lo puso entre sus brazos. - No me acuerdo de tu nombre.- Se sinceró, encogiéndose de hombros, mientras descansaba de la carga de su hijo y se sentaba en el butacón de al lado después de haber cogido una galleta de la mesa. Algo rancia, pero galleta, al fin y al cabo, sin quitarle los ojos de encima para seguir divirtiéndose con la cara del chico. Aquello era, cuanto menos: divertido.

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Su risa no me lo dejó nada claro. Y su respuesta menos. Pero que pusiera el bebé en mis brazos me hizo pensar que sí. ¿Qué madre dejaría a su pequeño en manos de un no padre cualquiera? Aunque yo era muy de fiar.

-Pues sus orejas no son mías -respondí, mirando mejor al niño, algo ruborizado, acercándole un dedo a las manos-. ¿Cómo se llama el caballero? -pregunté, mirándola algo cojibido.

De modo que la mujer tampoco conocía mi nombre. Ya no se parecía tanto al monstruo del río. Quizás aquel día había estado bajo un embrujo.

-Soy Rick Dehnel, hijo de Reick Dehnel, hijo de... -. Carraspeé, incomodizado-. Ahora que lo pienso, me temo que tampoco sé el vuestro, damisela -me disculpé, avergonzado.

Qué innoble mostrar el dragón a una desconocida.

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-Las orejas son mías, no te preocupes. Yo me preocuparía más por el pelo- Dijo rápidamente. - Lyo.- Respondió con una sonrisa.

- Con que Rick Dehnel.- Rió entretenida, cruzándose de piernas.- "Lyo Dehnel" ¿Qué te parece? Y entonces se echó a reír con más ímpetu hasta que un par de lágrimas de diversión rodaron por sus mejillas.- Puedes llamarme Cassandra.- Dijo recuperando poco a poco el aliento. No se podía creer aquello.

Sin embargo, el chaval empezaba a darle algo de pena. Su cara reflejaba que podría desmayarse en cualquier momento.- Dime Rick, ¿Hace cuanto de lo del río? Hecha cuentas.- Intentó tranquilizarlo un poco. Le daba pena el chaval.

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¡El pelo! Aquel cabello rojizo bien podía ser mío. Y si bien palidecía, no podía dejar de pensar que aquel hermoso bebé podría ser nieto de mi padre.
Me estremecí. El niño tomó mi dedo y se lo llevó a la boca.

-Dehnel es un apellido heroico que sienta bien -murmuré, con un nudillo en la garganta, mirando a la madre, a Cassandra, nervioso.

¿Debía hacer ya mi labor como hombre y pedir su mano? Apenas me había empezado a rendir con Lea y volvía a recordarla con aquello. No era momento para casarme, pero el bebé...
Y lo que dijo ella, entonces, me tranquilizó. Claro. Aquel bebé era muy pequeño. Si hubiese sido hijo mío ya estaría casi empezando a luchar con espadas de palo.

Sonreí, más tranquilo, acunando a Lyo con virilidad.

-Pues es hermoso para no ser un Dehnel. Se nota que la madre ha puesto de su parte -dije, relajado por el peso que me quitaban de encima-. Algún día también tendré yo uno, un varón como tú, grande y fuerte, como un dragón -susurré al niño, meciéndolo un poco.

FdR- Lyo Dehnel ):

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-Guárdate esos piropos para con las mujeres que no son la tuya, Dehnel. Es un consejo.- Rió recogiendo a su hijo de sus brazos.
Vio como su cara se recomponía un poco.- ¿Te crees que si fuera tuyo habría tardado tanto en venir a junto tuya? - Rió, dándole un golpe en la frente con la palma, suave. - Además. Los hijos no se hacen de aquella manera.- Dijo dirigiéndose a la puerta. Era tarde. - Pregúntale a tu novia como se hacen. A ver si vais a tener un disgusto. O no, igual deberías tener uno pronto. Así sería amigo del mío- Dijo yéndose contenta, de buen humor.

*se va*

Edad : 32 Mensajes : 2682

Cada una de sus explicaciones tenía más sentido que la anterior. Por suerte, no había embarazado a una mujer por accidente. Aquellas cosas había que hacerlas bien. Un hijo por sorpresa complicaba la vida de un héroe. Aunque un hombre como yo, que podía morir en cualquier batalla, debía asegurar descensos.

-Buenas noches -me despedí, al verlos partir.

Me quedaba la sensación calentita del bebé en los brazos. Recordé la primera vez que había cogido a Nadia, que era mucho más pequeña.

Nadia... ¿Cómo estaría mi querida hermana?
De buen humor, decidí que era hora de moverse.

*se va*

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