Sala común

No dudo mucho antes de dirigirme a la sala común. Es un lugar acogedor, con sofás bien cómodos y una chimenea enorme junto a la que olvidarse del mal tiempo. Aunque no me gusta mucho leer, siempre he pensado que como rincón de lectura es muy buen sitio. De hecho, bastante mejor sitio que como lugar para socializar.

Tomo asiento en una butaca, cerca del fuego. El lugar está vacío, lo que lo hace más agradable. Un par de boros se pasean cerca de los sofás, limpiando, y la chimenea está encendida. Miro un momento a los animalitos, con cierta preocupación. No parecen tener muy buen aspecto, pero no sabría decir a qué se debe. Nunca he tratado demasiado con boros.

Con un suspiro, me acomodo, recogiendo las piernas, y busco la página donde Gerald me interrumpió. A partir de ahí, continúo mi lectura.

*Se queda*

El mal tiempo que asolaba Brontë era bastante deprimente: desde hacía semanas, la fuerte tormenta no daba tregua, impidiéndonos salir de las paredes de Palacio. Era bastante aburrido, limitaba bastante lo que podías hacer. En mi caso, por ejemplo, pasaba los días entrenando (había vuelto a ponerme con ello, con unos resultados no tan horribles como los había imaginado) o leyendo. Apenas había con mis compañeros, a los que casi no veía; de hecho, salvando alguna conversación corta con Lyam, que parecía estar de peor humor que de costumbre, llevaba días sin toparme con nadie. Desde mi ¿cita? con Gerald, no había tenido un encuentro relevante con nadie. Eso también era deprimente. Parecía mentira que me relacionase tan poco en un lugar donde debería haber gente reunida. Aunque, por otro lado, tal vez fuese normal mi falta de sociabilidad: no sabía cuántos guerreros había en Brontë, pero no parecía que hubiese tantos como para formar un amplio y sólido ejército, así que tal vez encontrarse con alguien sí era realmente complicado, independientemente de quién fueses y de cómo organizases tu día a día.

Sumida en esos pensamientos, y con un libro en las manos, llegué a la sala común. No me di cuenta de que allí ya había alguien, alguien completamente desconocido, hasta que alcé la vista del suelo, después de haberme adentrado en la estancia. Al hacerlo, me apresuré a saludar con cierto nerviosismo:

—Eh... Buenas noches. —La miré: era una flamma bastante alta, de más o menos mi edad (o eso parecía). Parecía concentrada leyendo—. Siento molestar...

Retrocedí un par de pasos hasta toparme con una butaca apartada, lejos de ella. Me senté. No quería molestarla innecesariamente.

Curiosa historia. Tanto que, un par de veces, le doy la vuelta al libro para volver a mirar el título y el nombre de la autora. Desde luego, he tenido la puntería que no había tenido jamás a la hora de escoger una lectura. No recuerdo la última vez que un libro había conseguido que admitiera que era entretenido.

Alzo la vista al oír una voz femenina. Me encuentro entonces con una chica de pelo rojo que parece destacar especialmente contrapuesto a la palidez de su piel, y aspecto algo nervioso. Rápidamente compongo una cálida sonrisa. Sinceramente, esperaba no encontrarme a nadie si tenía suerte, pero tampoco entiendo muy bien por qué se disculpa. No ha hecho más que saludar, tampoco me ha tirado del sofá ni nada parecido. Relájate, chica, que no muerdo.

-Buenas noches -saludo yo también, con algo más de confianza y ánimo que ella-. No, mujer, no te preocupes, no molestas. Creo que tenemos una sala lo suficientemente amplia como para no pelearnos por ella, ¿no te parece?

Pese a mis palabras, no parece tener muy claro cuánto de la sala es suyo y cuánto mío. ¿Debería pintarlo con tiza en el suelo? Empiezo a sentirme incómoda, ¿la he asustado? ¿Tengo algo raro en la cara? ¿Huelo mal? Casi me molesta que me dé un trato tan desconfiado. Pero en fin, yo no le he hecho nada, el problema lo tiene ella.

Trato de hacer mi gesto tan agradable como puedo, con actitud relajada y manteniendo la sonrisa amable. Vamos, ni a un crío de tres años podría darle miedo mi aspecto ahora mismo, no me trates como si tuviera la peste.

-Soy Lea Seimz -me presento. A ver si pareciendo un poco sociable se comporta de otra forma. Me pone nerviosa.

Tras escuchar sus palabras, asentí. Tenía razón: la sala era lo suficientemente grande como para que no nos molestásemos. Le sonreí, notando un vago rubor en las mejillas. Disculparme por haber entrado había sido estúpido; haberme alejado tan rápido, más.

—Sí, sí. —Me pasé una mano por la nuca—. Es que, eh. A lo mejor había hecho que perdieses el punto o algo así.

Me encogí tímidamente de hombros. Luego, como tratando de enmendar mi error, moví un poco la butaca, acercándome a donde ella estaba, pero manteniendo una pequeña distancia entre su asiento y el mío. Volví a sonreírle cuando se presentó. Su nombre no me sonaba de nada, así que deduje que debía haber llegado o bien hacía poco, o bien durante mi ausencia. Probablemente fuese la segunda opción, no obstante: con este mal tiempo, dudaba que alguien quisiese adentrarse aquí.

—Yo soy Inger Nielsen. —Ensanché la sonrisa—. Encantada.

No sé si alegrarme o no cuando veo que acerca un poco su asiento. Parece que, sea lo que sea lo que la ha alejado tan rápido de mí, está solucionado. Por otra parte, tampoco es que le estuviera pidiendo que viniera a sentarse conmigo o algo así. Estoy muy bien sola. Eso te pasa por abrir la boca, Lea. Mejor haberla dejado a su aire.

Niego con la cabeza, al tiempo que hago un gesto, quitándole importancia.

-No, tranquila, no es la parte más interesante del libro -. Tampoco le estoy mintiendo.

Al oír su nombre siento una cierta sorpresa, pero no dejo que se refleje en mi gesto, que mantengo relajado. Así que esta es la famosa Inger. A no ser que haya otras chicas con el mismo nombre por aquí, que tampoco es descartable. Aún así, mirándola, parece la clase de damita a la que Rick quiera proteger. Una delicada princesita. Tampoco es que tenga un porte muy de clase alta, pero esa inseguridad suya es suficiente. Rick es bien capaz de atribuirle el resto sin ningún problema.

Me pregunto si, a simple vista, tengo un aspecto parecido al suyo. En cuanto a actitud, me refiero. Si Rick buscaba en mí algo como esto, el pobre debe de haberse llevado una terrible decepción.

-Igualmente -respondo. Tengo el impulso de, hechas las presentaciones, continuar con mi lectura, pero tal vez se lo tome como un rechazo. El problema es de qué le hablo yo a esta-. Está haciendo un tiempo horroroso, ¿verdad? -acabo por aportar.

Asentí. Si no estaba en una parte muy interesante, entonces la posible molestia era menor. En las partes de transición podías permitirte interrupciones, pero en un punto álgido de la historia, que te interrumpiesen resultaba muy molesto. O al menos a mí me lo resultaba. A veces hasta me ponía de mal humor durante unos minutos por eso.

La observé unos segundos en silencio, antes de dirigir mi atención al libro que había dejado sobre mis rodillas. Hechas las presentaciones, si ambas queríamos leer, no teníamos por qué seguir hablando. Ambas sabíamos quién era la otra, y añadir cosas podía resultar innecesario. A mí no me lo parecería, pero no sabía si la flamma estaría dispuesta a entablar una conversación conmigo. Tal vez por eso, cuando escuché su voz de nuevo, me sorprendí un poco. Alcé la vista, marcando con el índice el punto donde me había quedado, y la miré, sonriente.
Asentí.

—Pues... Sí. El tiempo es horrible. En todos mis años aquí, jamás había visto una tormenta semejante.

Esbocé una mueca. Ni en mis años aquí, ni en mis años en Caligo. Me preguntaba si esto era normal para los chrysos; tal vez ellos sí habían visto sucesos semejantes. Aunque lo dudaba: la tormenta parecía bastante inusual. O al menos yo la definiría así.

—¿Llevas mucho tiempo en Brontë? —pregunté, curiosa. Le sonreí, tímida—. Es que... Bueno. Como no te he visto nunca... me preguntaba si habías llegado hacía poco o no.

En todos mis años aquí. ¡En todos mis años aquí! Habla como si hubiera nacido con la construcción del palacio, o algo. Bueno, que no es nueva. Pues mira tú por dónde. Bien, pregunto por el tiempo y responde. Y después de eso, supongo, de un intento fallido de conversación, ya puede ir cada mochuelo a su olivo. Que no se diga que no lo hemos intentado, pero tampoco hay que empeñarse. Si no sale, no sale.

Pero parece que la asustadiza no opina igual, porque saca un nuevo tema. Niego lentamente, aún sonriendo.

-No, unos meses, nada más -respondo-. La verdad es que a mí tampoco me suena haberte visto por ahí. Pero por lo que dices, supongo que eres más veterana.

Podría decirle que sí he oído hablar de ella, pero tampoco es que haya oído mucho, y no creo que mencionar a su ex novio le haga mucha ilusión. Mejor dejarla tranquila.

Asentí. Si llevaba unos meses por aquí, entonces debía haber llegado durante mi ausencia. Me pregunté si había conocido a muchos guerreros y, en ese caso, a quién conocería. Pero decidí no mencionarlo. Una parte de mí me decía que aquello me haría quedar como una auténtica cotilla, una metomentodo. A fin de cuentas, acababa de conocerla: nadie hablaba de sus amistades a los pocos minutos de conocer a alguien. Y nadie preguntaba por ellas.

—Sí, llevo aquí unos cuantos años. —Le sonreí—. Al principio, bueno, es un poco duro, pero luego todo va mejor. Espero que te... Eh... Acostumbres bien a esto.

Ensanché la sonrisa.
Los primeros días eran los más raros porque todo era nuevo y tenías que acostumbrarte. Luego todo mejoraba, especialmente cuando empezabas a formar vínculos con la gente.
La observé unos segundos más. Luego volví la vista al libro, curiosa por la historia.

Me encojo de hombros, con un gesto que indica que me fío de lo que dice. Aunque, la verdad, yo creo que me he acostumbrado bastante rápido. Si con acostumbrado queremos decir que me que refugiado rápidamente en las cuadras a trabajar con los animales. Que, a fin de cuentas, era para mí un aspecto bastante importante de acostumbrarse a un sitio.

-Creo que lo llevo bastante bien -comento, animada. Hago un gesto de disgusto, señalando la ventana-. Salvo por este tiempo. No me gusta la sensación de estar encerrada. Pero pasará pronto, espero, y podremos seguir trabajando. Ya he salido a alguna misión, aunque por ahora ha sido poca cosa... Y bueno, quizá lo peor ha sido el ataque al palacio fue lo peor, pero espero que esa clase de cosas no se den muy a menudo.

Se me borra un poco la sonrisa al pensar en ello. Suelo evitar recordarlo, pero cuando viene es difícil de ignorar.

Escuché lo que decía con atención, mirándola de reojo, con una sonrisa en la comisura de los labios. Para haber llegado hacía unos meses, lo cierto era que había hecho bastantes cosas. Yo en mis primeros meses apenas me había movido de Palacio. Y tampoco hacía demasiado ahora precisamente. Suspiré. A veces podía llegar a sentirme algo inútil. Recordar los diferentes ataques a Brontë y mi actuación en ellos me hacían sentir así, incompetente, débil. Era desagradable, pero aún así, no ponía demasiado por mi parte para cambiarlo: entrenaba, sí, pero no mucho, y la mayoría del tiempo lo ocupaba leyendo. Debía ponerle una solución.

—Yo en mis primeros meses no hice demasiado... —murmuré. Esbocé una mueca—. Y el ataque a Palacio... Definitivamente no fue agradable. Espero que no se repita en mucho tiempo, aunque...

Me encogí de hombros, suspirando. Habíamos tenido bastantes ataques para ser un lugar tan importante: el secuestro de Silvanus, la muerte de Adela, el ataque de los mercenarios, los bichos verdes. Era extraño. No invitaba a pensar que en el futuro no se repetirían, sino todo lo contrario.

No, si ya se te ve que eres un poco paradita, monada. Me pregunto si a ti te ha venido también el líder parvus a decir que no estás haciendo nada. Aunque no tiene pinta, por lo que dices. ¿Y por qué a mí sí, entonces?

La escucho hablar, con gesto algo más serio. Tampoco es momento de echarse a reír, precisamente. Frunzo un poco el ceño.

-¿Aunque...? -pregunto, temiendo la respuesta.

No me irás a decir ahora que sí es habitual... A ver si resulta que yo debería ir haciendo las maletas. Aunque ya me dirás adónde voy a ir, porque a casa otra vez, no.

Esbocé una mueca al escuchar su pregunta. Realmente, debí haberme callado antes de murmurar el aunque. No era buena idea contarle a los nuevos guerreros la cantidad de ataques que había sufrido este lugar.
Suspiré.

—Lo cierto es que hubo... Bastantes ataques. —La miré de reojo; chasqueé la lengua—. Primero unas bestias... Extrañas. No sé de dónde salieron ni nada semejante. Luego...

Fruncí el ceño. A ver cómo le explicaba yo que un hombre había entrado y matado a una guerrera. Y que luego otro había sido secuestrado. Esa era la clase de cosas que un líder debía hacer, y yo no era un líder ni tenía madera para serlo.

—Luego... Bueno. Hubo un ataque, de una organización, creo. No estoy segura. —Bajé la vista—. Una guerrera murió; otro fue secuestrado días más tarde, aunque ya lo han rescatado. Se llama Silvanus. —Esbocé un amago de sonrisa, aunque no era un gesto feliz—. Después unos mercenarios atacaron Brontë... Y finalmente lo que tú has vivido.

La observé unos segundos en silencio, preguntándome cómo se lo tomaría. Yo, si fuese ella, probablemente estaría un poco asustada. Pero no todo el mundo era como yo, por suerte.

—Es... Bueno. Parece algo habitual... Aunque luego hay muchos meses de calma y todo eso...

Me mantengo seria, mirándola con atención, mientras habla. Voy haciendo recuento de lo que dice. Cada vez suena peor. ¿No era este sitio seguro? ¿No hay un buen número de líderes poderosos para proteger el lugar? Trago saliva. ¿Y cómo se lo toma con tanta calma? ¿Me está tomando el pelo?

-¿Y después de todo eso aún hay gente que sigue aquí? -pregunto, algo incrédula.

No sé si prefería no saberlo. No. Es mejor ahora. Si pasa algo, estoy sobre aviso. Aunque hay un asunto que me llama la atención.

-¿Y con todo eso solo ha muerto un guerrero?

Bueno, y las personas del servicio que correspondan. Que me imagino que son unas cuantas. Porque en el último ataque, por lo menos, ha sido así. No, esto no suena bien.

Me encogí de hombros, sintiéndome de pronto algo pequeña, sin saber bien qué decirle. Por qué la gente seguía viniendo aquí, por qué yo misma estaba aquí era un misterio. No sabía qué hacía ahí, aunque no se lo había dicho a nadie. De hecho, nunca supe por qué había decidido entrar en este ejército, por qué había decidido venir a Brontë. El que estaba interesado era mi hermano, no yo. Él era el que debía estar luchando, no yo.
No supe qué responderle a la flamma, así que me limité a decirle un seco:

—Sí.

Y esbocé un amago de sonrisa, no muy alegre.

—Supongo que la gente quiere ser de ayuda, o algo así...

Volví a encogerme de hombros. A su segunda pregunta, respondí asintiendo. La única guerrera que yo conocía que había muerto era Adela. Nadie más. Por suerte.

—Sí. Aunque también hay gente de servicio, y no sé si habrá más personas con el último ataque...

Cuando fui al lago a ver los cadáveres, me había encontrado con muchos rostros desconocidos. No sabía si alguno de ellos era un guerrero o no, y había asociado todos esos cuerpos a miembros del servicio.

Me quedo callada, pensativa. La verdad, estoy sorprendida. Nadie me ha hablado de esto hasta ahora. Me pregunto cuánto hará de los anteriores ataques. Deberían informar de estas cosas. Aunque claro, para la reputación del lugar, eso es evidente. No pueden permitirse que parezca que no lo tienen todo bajo control.

Contengo una mirada escéptica cuando trata de explicarlo. "O algo así". Muy buena respuesta para una de las personas que está tomando esa actitud. Se ve que es una chica que tiene las cosas claras. Trato de sonreír un poco.

-Supongo que sí -respondo.

Asiento cuando habla del último ataque. De eso sí sé algo.

-Creo que el servicio ha sido la principal víctima del asedio -coincido.

Le devolví el intento de sonrisa, sin saber qué más añadir. No era un tema agradable; recordar esos sucesos sólo acababa con mi buen humor y me hacía pensar que no servía para nada. Me ponía triste, en general. Y me generaba dudas. No me gustaba hablar de ello.

—El último ataque ha sido... Tan extraño —murmuré, bajando la vista. No sabía qué eran aquellos seres, ni por qué ni cómo habían llegado hasta Brontë. Cómo funcionaban, de dónde venían. Nunca había visto algo semejante. Parpadeé—. Nunca había visto nada semejante...

La miré de reojo.

¿Tan extraño? ¿Qué quiere decir eso, que otras muertes son normales? ¿Qué un secuestro es normal? Vale que esto sea un ejército. Vale que no se suponga que todos vamos a morir como ancianos en nuestras camas, rodeados de una feliz familia. Lo entiendo y lo acepto. Pero por lo que dice, parece que recibamos más daño que el bien que hacemos.

Dice que apenas hizo nada en sus primeros meses, y tampoco ha mencionado qué ha hecho desde entonces. En cambio, tiene una larga lista de tragedias que contar. Me pregunto si será solo cosa suya. Otras personas con las que me he encontrado tienen más aspecto de enfrentar lo que venga que ella. Rick o Gerald, por ejemplo. Aunque yo tampoco es que sea una maravilla en ese aspecto.

Asiento.

-Yo tampoco -respondo, con gesto grave-. Y, por lo que parece, nadie. Porque no he oído ni una sola explicación al respecto.

Quizá tenga que tomar una decisión ya mismo. O entrenar en serio o irme de aquí. Pero, tal y como habla, no puedo seguir como hasta ahora.

Miro un momento por la ventana. Es irónico. Odio esta tormenta, pero en cierto modo, es probable que nos proteja de esa clase de problemas.

Asentí. Efectivamente, yo tampoco había oído ninguna explicación al respecto. Nadie se había dignado a decirnos qué eran esos bichos, o de dónde habían salido, o qué había sucedido exactamente, cómo podía explicarse un suceso así. Supuse que probablemente no supiesen explicarlo, y que por eso decidían no dar explicaciones. Era la opción más factible.

—Con un poco de suerte, no tardarán en darnos alguna explicación... —murmuré.

Eso esperaba.
A pesar de que no tenía claro qué había pasado con Silvanus, confiaban en que nos explicase este suceso. Muchísima gente había muerto; nos debían una explicación. O al menos eso creía.

Observé una de las ventanas. La lluvia seguía cayendo sin cesar, y de vez en cuando se podía ver la luz de algún trueno, relámpago o cómo se llamase. Parecía bastante tarde también.

Esbozo una sonrisa triste. Lo dudo mucho, sinceramente. Los grandes no suelen ver necesario el dar explicaciones. ¿Para qué? Pero tampoco tengo por qué decírselo a ella. Si quiere confiar en que alguien va a explicarle algo, está en su derecho. La esperanza es lo último que se pierde, o eso dicen.

-Habrá que esperar entonces -respondo, tratando de sonar positiva.

Ayer acabé el día de muy mal humor. Ya no me había despertado muy de buenas, pero después de mi encuentro con Frikka y Gerald, la cosa no había hecho sino empeorar. Hoy, que me había propuesto tomarme el día con más filosofía, parecía que no iba a acabar muy bien tampoco. No era que me enfadara aquella chica (¿por qué iba a enfadarme?), pero empezaba a deprimirme un poco.

Quizá debería pedir otras impresiones. Tal y como ella lo pinta, parecía todo muy negro. Como no consiga un punto de vista más positivo pronto, acabaré por marcharme. En este momento, solo hay una cosa que me impida hacerlo... Aprieto disimuladamente un puño.

Suspiré. Evidentemente, no podíamos hacer otra cosa que esperar. Era bastante desalentador tener que esperar por algo que probablemente no llegaría, pero no podíamos hacer más. A no ser que decidiéramos investigar por nuestra cuenta y tuviésemos una increíble suerte para hallar pistas, cosa que era improbable.

—Poco más podemos hacer... —murmuré, por llenar el silencio más que por seguir con la conversación.

Volví a observar una de las ventanas. Tras unos segundos contemplando la tormenta, cerré el libro y me volví hacia Lea, sonriendo, aunque no se me veía demasiado feliz.

—Pero... no le des muchas vueltas. Y no dejes que eso te deprima ni nada por el estilo porque también hay cosas buenas y, bueno. Seguro que eres fuerte y todo eso.

Ensanché la sonrisa.

¿Que no le dé muchas vueltas? ¿QUE NO LE DÉ MUCHAS VUELTAS? Bueno, bueno, Inger Nielsen, tendrás otras cualidades, pero desde luego, como oradora, no daba por ti un efestión. Tampoco parece que seas muy resuelta. Diría más bien asustadiza. ¿Hoy de has dejado las virtudes en cama?

"Seguro que eres fuerte y todo eso." La verdad es que dan ganas de echarse a reír. Anotaré consolar entre tus no habilidades.

De nuevo trato de sonreír, una sonrisa acorde a la situación. Asiento a sus palabras.

-Bueno, es que me has dejado bastante descolocada -explico, tratando de no dejarla como culpable-. Nadie me había hablado de problemas anteriores hasta ahora, me pilla un poco por sorpresa. Supongo que el enterarse de golpe no ayuda a hacerlo parecer maravilloso, precisamente. Y supongo que cada ataque traerá como consecuencia un refuerzo de las defensas del lugar para evitar que vuelva a pasar.

Es lo mínimo, digo yo...

Lo cierto era que no sabía muy bien qué decirle. Por lo que me dijo, era la primera vez que oía hablar de esos problemas, hecho que ya era evidente antes de que lo admitiese. Así que yo debía tranquilizarla, darle unas palabras de ánimo o lo que fuese que se hiciese en esas situaciones. Suspiré. Aquello se me daba bastante mal, aunque sí podía asegurarle una cosa:

—Han reforzado las defensas después de los ataques. —La miré—. Imagino que tras este las reforzarán aún más.

Volví a sonreírle, tratando de infundirle ánimos con el gesto. Luego me levanté, y tras coger el libro y echar un último vistazo a la ventana, me giré hacia Lea.

—Yo... Yo me voy a ir yendo. Tengo algunas cosas que hacer antes de acostarme. —Sonreí de nuevo—. Ha sido agradable hablar contigo. ¡Espero que nos veamos más! —Ensanché la sonrisa—. Y no pienses demasiado en ello... Espero no haberte asustado ni nada parecido...

Realmente lo esperaba. No quería echar a los guerreros de Brontë.
Tras desearle buenas noches a la flamma, abandoné la sala común. Todavía tenía un par de horas antes de irme a dormir.

*se va*

Trato de hacer de mi gesto uno más tranquilo. Al final, parece que es la asustadiza la que me ha asustado a mí. Definitivamente, voy a tener que hablar con alguien de esto. Y a ser posible, pronto. Los razonamientos de esta chica no tienen mucho sentido para mí...

Asiento, con algo más de ánimo.

-Es un alivio. Espero que esta vez sea suficiente para que no se repita más -. No me gusta la idea de nuevos ataques.

Parece que se despide. Hasta que no habla de que tiene que hacer unas cosas antes de acostarse no me doy cuenta de la hora. Mithos. Con tanto hablar de todo esto, me he quedado tan absorta en la idea de los peligros de Brontë que me he olvidado del tiempo. Desde luego, debería irme a dormir ya mismo. Con respecto a su petición, dudo que pueda hacerle caso.

-Lo intentaré -digo, de todas formas, por dejarla a ella al menos sin cargo de conciencia-. Yo tendría que haberme ido hace un buen rato, en realidad. Ya nos veremos por aquí, espero.

Y, sin hablar mucho más, las dos nos vamos. Sin embargo, soy la única que se dirige a las habitaciones. No dejo de pensar en todo lo que ha dicho.

*Se va*

Tras abrir varias puertas sin éxito, toca la de la sala común. Meto la cabeza y miro a un lado y a otro, pero está vacía. Suspiro, cansada. Al menos esta no es como la anterior habitación, en la que estaban charlando aquellas dos chrysos tan ruidosas...

-Aquí tampoco -murmuro, mirando de reojo a Massen, haciendo un gesto con la cabeza, indicando que hay que seguir-. Que no hace falta que vengas, a todo esto. No te sientas obligada-añado, con un tono no muy agradable. Pero las palabras lo son, al fin y al cabo. ¿No?

Es algo estiradilla, y se cree mayor de lo que es, pero es una tía legal. Supongo que al final se puede contar con ella. Mírala, qué maja, ¿no?

Por supuesto, no apareció a la primera. Ni a la segunda. Ni a la tercera. Frikka parecía de bastante mal humor, y era comprensible. Al menos, ya no íbamos echando carreras por los pasillos, así que no me importaba demasiado.

Me encogí de hombros, tratando de infundirle confianza con una sonrisa, cuando me dijo que no tenía que ir con ella.

-No me importa -repuse-. Así te hago compañía. Si quieres, cuando lo encontremos, os dejo solos.

Al momento me planteé si no me habría ido de la lengua. No iba con segundas intenciones, pero de Frikka me esperaría que pensara que sí. Bueno, lo mejor sería no insistir en el tema.

-En fin, vamos -añadí, rápidamente, volviendo hacia el pasillo y rogando por que pasara por alto el comentario anterior.

*Se van*