Sala común

Me encuentro algo aburrida, leyendo un libro en silencio, aunque no demasiado concentrada. Odio cuando no soy capaz de hallar esa tranquilidad total que me permite pensar fríamente hasta el punto de no distraerme. Sera también por la desagradable debilidad que siento a ratos, o por los chispazos que saltan de mi cuerpo de vez en cuando, al ritmo de los rayos. Era lo que me faltaba para acompañar el dolor de la pierna, que, por otra parte, va mucho mejor.

Quizás podría ir a casa. Tres días me bastan para ir hasta allí, y con la pierna herida tampoco es que pueda hacer demasiado aquí. Y estoy preocupada por mis padres, lo admito. Sería incluso una irresponsabilidad no hacerlo.

Contemplo el fuego un instante, pensativa, absorta por su movimiento. Luego, con lentitud, regreso al libro.

*se queda*

Aquí está, por fin, tranquila y elegante como siempre, mirándome de esa forma, como si estuviese bajo sus pies en todo momento y le bastase cualquier gesto para partirme el cuello. No dudo que así sea, pero su manera de disfrutar de ello llega a resultar desagradable. Es como si uno nunca pudiera relajarse en su presencia, como si estuviera siendo puesta a prueba todo el día.
Esto, en contra de lo que pueda parecer, es bueno. Resultaría estresante una exposición muy elevada a ella, pero de vez en cuando es como un recuerdo. Un incentivo para no bajar la guardia.

Asiento, lentamente, mirándola en silencio. Hasta que hablo.

-Buenas tardes, Madame Desmarais -digo, con voz tranquila, respondiendo a su saludo.

Aguardo. No tengo nada que decirle. tengo preguntas. No obstante, es ella la que ha venido. Debo mantenerme atenta y obediente.

FdR- Pausado, que tengo que salir a hacer unas cosas u.u

Tanta calma empieza a resultarme desagradable. Aunque, por suerte, es una conversación fácil de decir. No tengo miedo de caer en una de sus trampas, ni siento que sus palabras vayan con segundas intenciones. Más bien parece que esté esperando al momento adecuado, ya sea para decir algo o para que yo reaccione de algún modo.

-Pronto comenzaré con la rehabilitación de la pierna. La reconstrucción muscular va bien-respondo, clavando los ojos en los de la caeruleus, con tono relajado, casi sumiso.

Su observación, su felicitación, por llamarlo de algún modo, me hace realizar, únicamente, un asentimiento, como muestra de gratitud. Supongo que siempre me observa. Y también que conoce los motivos por los cuales entrené mi mediocre magia.
"¿Sucede algo, Madame?", "¿qué desea?", quiero preguntar. Pero no lo hago. Porque le basta con mirarme para saber que lo estoy pensando. No quiero pecar de insolente.

Entro primero, con gesto cansado. Lo que me ha redondeado la noche, ya, ha sido el maldito Gerald apareciendo. Creo que va a tener muchas más cosas "graciosas" que decirme la próxima vez que nos veamos. Qué maravilla. Seguramente el muy capullo ya está buscando el momento y lugar adecuados.
Espero equivocarme.

Compruebo que el cuarto esté vacío y luego me dirijo hacia el sofá, tomando asiento con fatiga, dejando la muleta a un lado y frotándome el tabique nasal un momento antes de mirar a Lyam. A ver por dónde empezamos...

-Nunca he sido una persona muy dada a hablar -. Confieso la obviedad con gesto neutro, casi resignada-. Estoy acostumbrada a irme cuando la situación me disgusta o me es indiferente si me lo puedo permitir. Pero comprendo que no es agradable, por lo que procuraré no hacerlo más.

Si quiere hablar, que lo haga poco a poco. No voy a hacer lo que él y a soltar un enorme monólogo. No me gusta proceder así. Siempre siento que no estoy siendo clara, que estoy hablando de más y semejantes cosas desagradables.

El chrysos esperó en el marco de la puerta, de brazos cruzados, a que la chica se sentase. Luego lentamente se adentró en la sala y se acercó al sofá, pero no llegó a tomar asiento: en su lugar, guardó las manos en los bolsillos y la observó, expectante. No sabía qué decirle, ni tampoco que hacer, salvo esperar. Todo lo que quería decir ya lo había dicho, y lo había hecho atropelladamente, rápido, alzando y bajando el tono, moviendo mucho los brazos y mostrándose poco claro en general. Pero lo había dicho, y ahora dudaba que pudiese repetirlo. A fin de cuentas, ni tan siquiera había pensado que acabaría hablando de eso, mucho menos que acabase contándole todo aquello a la chrysos. Con la de tiempo que había invertido intentando negarlo, intentando evitarlo. Y al final no sólo lo había oído ella, sino que también lo había oído aquel gilipollas. Ojalá se atragantase de verdad con el palo aquel y perdiese la voz, u ojalá desapareciese. También era una opción valida.

—Realmente puedes hacer lo que quieras —murmuró. Miró a la chica—. Quiero decir, no me hace ni puta gracia, pero no creo que tenga derecho a decirte qué hacer o dejar de hacer. —Torció una sonrisa—. Aunque supongo que eso demuestra que te he disgustado bastantes veces, ¿no? O sido indiferente. —Negó con la cabeza—. No sé cuál prefiero. Creo que la segunda. —Asintió—. Sí. La segunda.

Tragó saliva.

Alzo ambas cejas, como dando las cosas por hecho.

-Por supuesto que puedo hacer lo que quiera -respondo, clara, concisa. La última vez también dijo algo parecido. Dijo que "acabaría haciendo lo que quisiera de todos modos". Me resulta desagradable-. Pero, en contra de lo que se pueda pensar, lo que me mueve en mi día a día no es el odio y la furia -añado, mezclando sarcasmo con un tono monocorde, sin querer parecer graciosa en ningún aspecto-. Pero si puedo evitar incomodar a alguien, lo haré. Exceptuando las veces en las que mi intención sea, precisamente, molestar o ser desagradable.

Suspiro. Relajo las cejas y ladeo la cabeza ligeramente, como pretendiendo mirarlo desde una nueva perspectiva. Atrapo un mechón de mi flequillo entre los dedos, lo contemplo y lo suelo. Irguiéndome de nuevo, acomodándome, sigo.

-Me has disgustado varias veces -admito-, y sido indiferente otras tantas-. Arqueo las cejas, ahora sí, interrogante-. ¿Por qué prefieres la indiferencia?

Asintió. No tenía por qué decirselo: él ya sabía que haría lo que quisiese. No esperaba menos de ella. Si repetía que no tenía por qué cambiar, era simplemente para dejar las cosas claras. Tampoco tenía por qué decirle que el odio y la ira no eran lo que la movían: eso también lo sabía. Así se lo había hecho saber en su última conversación, aunque admitía que tal vez no había escogido las palabras adecuadas.

—Sólo lo digo por dejarlo claro. —La miró—. Quiero decir, no espero que cambies porque yo te lo pida expresamente. Mithos, eso sería horrible. —Sonrió—. No lo hagas. A no ser que pretendas matarme. —Frunció el ceño, fingiendo seriedad—. En ese caso, agradecería que reconsiderases tus opciones y que, por favor, cambies de idea.

Ensanchó la sonrisa. Después suspiró y miró a otro lado, posando su vista en las paredes, la chimenea, la mesa, el suelo, el techo y finalmente la muchacha de nuevo. Se pasó una mano por la nuca, despeinándose, reparando en el hecho de que debía cortarse el pelo ya.

—Prefiero ser indiferente porque el disgusto es un sentimiento negativo en sí mismo, y la indiferencia no causa tal malestar. No causa nada, pero nada a veces es mejor que pena, enfado, o decepción.

Se encogió de hombros.

Suspiro, con cansancio, pero más relajada que en la biblioteca. Si es que no tiene que justificarme ni darme permiso. Voy a hacer lo que quiera. Simplemente tendré en cuenta sus opiniones. Nada más. Es sencillo. Creo que los dos lo hemos entendido.

-No intentaré matarte -me limito a decir, con una sonrisa igual de cansada que el suspiro.

Es lo único que puedo asegurarle por ahora. Aunque si vuelve a llamarme princesa quizás sea yo la que reconsidere mis opciones.
Ante su declaración, luego, me encojo de hombros.

-Había escuchado lo contrario, sin embargo. Que la indiferencia es la peor manera de despreciar a alguien. Al fin y al cabo, se estaría hablando de un individuo que ni siquiera merece desprecio.

Arrugo el gesto, pensativa. Es una premisa interesante. Teniendo en cuenta la de cosas que me son indiferentes y las que me desagradan... ¿Qué diría que es peor? Es difícil de saber, porque tendría que verlo desde el punto de vista de ellas, y no desde el mío.
Supongo que no es algo que tenga una respuesta determinada.

Esbozó una amplia sonrisa, cansado.

—Bueno, entonces supongo que me quedaré con el disgusto. O con ambas. Sí, de hecho, no escogeré. Ya que he ganado ambas disfrutaré de los privilegios de las dos. —Alzó la mano derecha—. Disgusto. —Alzó la mano izquierda—. Indiferencia. —Asintió—. Sí señor.

Parpadeó. Al menos, pensó, nadie había hablado de decepciones. Aquello sería mucho peor que el disgusto o la indiferencia. Decepción por allí, decepción por allá. ¿A cuánta gente había decepcionado a lo largo de su vida? Probablemente a bastantes. Su adolescencia la había dedicado a eso prácticamente: golpe en la nariz, golpe en las piernas, sangre por todas partes, peleas todas las semanas, decepción aquí, y decepción allá. Decepción al llegar a casa, decepción cuando lo salvaban en mitad de una pelea, decepción al no poder explicarse. Era un desastre, siempre lo había sido.

Suspiró. Luego, armándose de valor, preguntó:

—¿Y eso es todo? ¿Disgusto e indiferencia...?

¿Y eso es todo? ¿En serio?
Tuerzo un poco el gesto primero. Luego sonrío, algo tensa, pero sonrisa, al fin y al cabo. No tientes a la suerte, pequeño chrysos.

-Algua vez ha habido algo bueno -me permito decir, con un leve asentimiento, relajando un poco más la expresión, concesiva-. No soy una persona muy agradable, así que si todo fuese desagradable e indiferente simplemente habría fingido que soy sorda.

Se me da bien ignorar a la gente. Y a él lo he ignorado varias veces. Si quiere animarse, que se quede con que también le he hecho caso otras veces, porque raras veces sale de mí un reconocimiento expreso.
De hecho, el que yo esté aquí hablando con él tras su comportamiento en la biblioteca es una muestra de simpatía, supongo. Y un poco de benevolencia.

Asintió un par de veces, sin decir nada, y apartó la mirada de nuevo, fijándose en la chimenea, apagada. Si hubiese fuego, podía quedarse embobado mirando las llamas, y entonces no parecería idiota, pero no había fuego, así que simplemente observaba las paredes y los restos de leña quemada, fingiendo absorción cuando realmente la chimenea no le interesaba en absoluto. Parecía idiota, dándole no la espalda, sino la nuca a la muchacha.

Tragó saliva, y se pasó una mano por el cuello, todavía sin mirarla.

—Me alegra que no fingieses ser sorda.

La miró de reojo.

Suspiro, llevándome de nuevo la mano a la frente. Lo cierto es que estoy francamente fatigada. Hoy el dolor de cabeza es menor que el de ayer, pero sigue siendo de lo más desagradable. A ver si la tormenta pasa de una vez.
Quizás sí deba ir a casa, aprovechando que estoy incapaz de hacer nada.

-A ver... -murmuro, pensativa. ¿Qué más?-. ¿Quieres que te diga cosas? Nunca me ha gustado contar mis preocupaciones, por lo general. Hay excepciones, pero por lo general no siento la necesidad de hablar de mis problemas o pensamientos. No es nada personal. Me asquea hacerlo si no tengo ganas. No es nada personal.

Lo miro, frunciendo un poco el ceño. Soy seca y reservada.

-Si necesito ayuda, la pido. No siempre, lo admito. Me gusta arreglármelas por mí misma. Más bien, no me gusta depender del resto. Pero eso ya lo sabes.

No sé qué le estoy aportando con esto. Agradezco que quiera ser de ayuda, pero, sinceramente, últimamente parece ser él el que necesita apoyo, y no al revés.

Negó con la cabeza. No era eso. No quería que le contase cosas, y a la vez sí de alguna forma, pero no quería que le contase cosas sólo por lo que acababa de decirle. De hecho, todo aquello era secundario. Él tampoco le contaba sus problemas a la gente, así que la entendía. Era algo diferente.

—No es eso. No quiero que me cuentes cosas. —La miró—. Quiero decir: si quieres, adelante. Te escucharé. Pero no es eso. Yo mismo no cuento las cosas. —Esbozó un amago de sonrisa—. ¿Cómo de hipócrita sería pedir que me confiases tus problemas, pensamientos o lo que sea que atraviesa tu cabeza? —Negó—. Nah.

Se llevó de nuevo una mano a la nuca, y observó esta vez la pared que estaba detrás de Alehyss, a unos cuantos metros de ella. Suspiró. Contempló de nuevo el suelo.

—Simplemente creo que no te entiendo, porque o lo mismo me echas o lo mismo te acercas, así que... —Se encogió de hombros. Sonrió ampliamente—. No soy un lumbrera, Alehyss, por favor, estas cosas me confunden. No doy a más. Mithos, soy un hombre. No estoy capacitado para esto, va en contra de mis orígenes y naturaleza. —Negó con la cabeza—. Demasiado complicado.

Asiento. Es simple, entonces. Simplemente las señales contradictorias lo confunden. No es que sea fácil de soluciones, ni siquiera sé si es posible, pero al menos comprendo su demanda, su problema.

-No me entiendes -repito, con un leve asentimiento. Entiendo lo que dice. Me ha pasado otras veces. Supongo que tengo una forma de comportarme un poco contradictoria. Soy egoísta y me muevo por mis intereses y mi humor. No es raro que un día resulte simpática y al siguiente desagradable solo porque llueve, o porque i interlocutor no reacciona como deseo-. ¿Estás pidiendo que exprese verbalmente lo que pienso? ¿Lo que "siento"?

Lo observo, relajada, con gesto tranquilo.

Suspiró, y de nuevo, observó las diferentes paredes de la habitación, los muebles que la formaban, el techo, el suelo, las ventanas, la lluvia que caía, la luz que se veía cuando caía algún rayo, y la chimenea, los restos de leña. Se pasó una mano por el flequillo, echándoselo inúltimente hacia atrás. Aquello era horrible. Era peor que un interrogatorio, casi peor que estar a solas con Aren Darvenwish. A pesar de lo rápido que él había hablado, la chrysos se lo tomaba todo con tanta calma que sólo le ponía nervioso. Le impacientaba. Cuando habló, suspiró de nuevo. Y asintió.

—Sí. Creo. —Frunció el ceño—. Si.

Bajó la vista. ¿Realmente quería saberlo? No estaba del todo convencido, a pesar de su monólogo y de la conversación que estaban teniendo.

La miró, expectante, curioso. Nervioso.

Asiento, de nuevo. Es una demanda simple. Solo quiere saber qué siento yo por él. Supongo que eso es lo que la gente espera cuando expone sus propios sentimientos. Lo que pasa es que esto a mí me pone en un compromiso un tanto incómodo.

-Realmente eso resulta irrelevante -murmuro, seria, sin despegar la vista de él-. Considero que responder a eso con sinceridad no aportaría nada a ninguno de los dos. No ahora mismo, por lo menos.

Esto resulta un poco agobiante. De sentimientos es de lo que no me gusta hablar. Es de lo que me niego a hablar, más bien. ¿El motivo? Simplemente ese: no me aporta nada, porque no va a variar nada. ¿Qué más da? Sea positivo o negativo, no va a hacer que las cosas cambien. Ahora mismo mis esfuerzos deben estar centrados en salvar a Jager.
Y bueno... Jager tiene bastante que ver con el tema. Pero dudo que Lyam quiera hablar de Jager. Aunque hablar de Jager sería una buena manera de explicar mi situación.

-No sé si me estoy explicando. Es... -. Frunzo el ceño, como buscando las palabras apropiadas- es un ámbito de mi vida que llevo dejando al margen varios años -. Desde aquello-. Digamos que "no estoy preparada" -. Hago comillas con los dedos, seria.

Es así, por decirlo de algún modo. Para qué negarlo. Por fin he conseguido dejar de pensar obsesivamente en el aether, pero sigo sin considerar que desee abrirme a este tipo de temas. No es que siga sufriendo por lo que pasó, supongo que ya no es así. No obstante, creo que ahora mismo ese tipo de preguntas me distraerían de mis objetivos.
Madame me ha dado buenas noticias. Jager será liberado pronto, aunque sea temporalmente. Quizás el volver a verlo me permita saber por fin cómo me siento con respecto a él ahora que todo esto ha pasado y, consecuentemente, cómo me siento con respecto a mí misma.

Negó con la cabeza, dibujando un amago de sonrisa. ¿Por qué preguntaba si luego no respondía? Si de primeras no tenía pensado responder a su pregunta, si no tenía pensado responder a su verdadera inquietud, entonces podía ahorrarse el ofrecimiento. No le daría esperanzas, ni le daría todos esos nervios, y sería todo más sencillo. Tragó saliva, y apartó la vista de la chrysos, clavandola de nuevo en la chimenea. ¿Para qué le había servido el monólogo y que ahora Gerald se estuviese carcajeando de él si no le iba a responder a lo único que le importaba? De haberlo sabido no hubiese dicho nada, y seguiría esforzándose por negar lo evidente. Frunció el ceño. No le importaba que no estuviese preparada, no era eso lo que le había preguntado. Ni tampoco que eso cambiase las cosas. En ningún momento había propuesto que comenzasen a vivir el maravilloso romance de Brontë, una épica historia de amor, traición, golpes y pasión; simplemente, lo único que quería saber era qué sentía ella. Por cliché que sonase, por sacado de cuento que sonase.

Bajó la vista; suspiró. Luego asintió un par de veces. Y sin embargo, la respuesta no resultaba sorprendente. ¿Cómo había empezado su monólogo? Con precisamente eso. ¿Por qué esperar algo diferente? ¿Por qué insistir, por qué volver a preguntar?

—De acuerdo. —La miró—. Está bien.

Su expresión no me gusta. No es culpa suya. No creo que me haya explicado bien. Tampoco es culpa mía. Son mis circunstancias. Considero que no es un tema en el que me deba meter ahora mismo.
Frunzo el ceño, sin embargo, cuando habla.

-¿Está bien? -inquiero, dura de pronto-. Ese es tu problema. Siempre está bien. Todo. Aunque sea mentira -. Me froto la frente un instante, con frustración-. ¿Sabes siquiera el motivo de mi respuesta? Pues el motivo es Jager, el capullo que te partió las costillas-. Esbozo una sonrisa tensa, casi acercándose a un comienzo de histeria-. ¿Te sigue pareciendo que "está bien"? Por favor... Te preocupa saber qué siento, pero no el por qué no lo digo. Pues nada "da igual" y nada "está bien". Joder...

Ya he sentido dos chispas recorrerme. Y no tengo claro si son por la tormenta o no. Maldita sea.
Necesito ver a Jager, mirarlo a los ojos y decirle "te he salvado, estamos en paz, déjame tranquila para el resto de mi vida". Creo que en ese momento seré francamente feliz. Una nueva yo nacerá.
Lo espero, sinceramente. Hoy por hoy, ni siquiera me pertenezco a mí misma.

-¿Crees que evito responderte porque me considero superior? ¿Porque me divierte? Seguramente no. Claro que no es eso.

Niego. Eso no es, por supuesto.
Maldita sea.

Frunció el ceño. Efectivamente, sí, era un mentiroso. Antes de confesar que tenía un problema, que algo no le gustaba, prefería decir que estaba bien, que todo estaba bien. Y sabía que no estaba bien, ¿pero qué quería que hiciese? Era así. Y además no quería discutir, ni debatir, ni tan siquiera estaba seguro de que quisiese seguir con el tema y de que no se arrepentía de haber dicho aquel estúpido monólogo.

Jager. El tío del parche, cómo olvidarlo. Cómo olvidar toda aquella noche, realmente: el principio de su me convertiré en un guerrero provechoso y el final del mismo, le había durado poco el rollo moralista. Apretó la mandíbula.

—Sí, Alehyss, soy un mentiroso. —La miró. Se encogió de hombros—. ¿Qué quieres que le haga? Tú te vas de habitaciones y yo cuento mentiras. —Chasqueó la lengua—. Soy así, he crecido siendo así. Estoy acostumbrado a ello. —Negó con la cabeza—. Y francamente, ¿qué más puedo decirte? ¿Qué no es eso lo que esperaba? ¿Para qué? Si no respondiste antes no lo harás ahora. O tal vez sí, qué sé yo.

Se pasó una mano por la nuca y suspiró. Observó unos segundos la pared, luego volvió a mirarla.

—No digo que te sientas superior, o que te diviertas. ¡Mithos, ¿podrías dejar de poner frases que no he dicho en mi boca?! Creo que simplemente no te apetece hablar de ello. Y creo también, ya que has insistido en que no valen los está bien, que en ningún momento te he preguntado si querías que empezásemos a hacerle la competencia a Rick Dehnel e Inger Nielsen ni nada semejante. Lo único que he preguntado ha sido qué sentías. Y realmente ni tan siquiera yo lo he preguntado: tú misma has formulado la pregunta.

Frunció el ceño, se frotó la frente. Suspiró.

—Y francamente, espero que superes tus problemas con ese tipo, sean cuales sean. Independientemente de todo lo demás.

La miró.

Por un instante estoy a punto de levantarme y largarme. Me duele la cabeza, estoy incómoda y empiezo a ponerme de mal humor de nuevo. Es como soy, al final. Qué decepción de persona. No me gusta ser así.

-Hagamos un trato -siseo, con cansancio-. Dejo de largarme de las habitaciones y tú te dejas de mentiras. Y si somos capaces de hacer eso seguramente acabemos sintiéndonos todos mucho mejor, ¿verdad? -inquiero, aunque empiezo a notar mi tono algo histriónico. No hay nada que odie más que perder los nervios. Y seguramente sí que lo haya.

Un nuevo chispazo.

En momentos como este mi cerebro enfermo comienza a pensar en sexo. Todo sería más sencillo entonces, tras hacerlo. Estaría más relajada y vería las cosas de otro modo. Ahora bastante tengo con contener la histeria y calmarme. Pero pedirlo en estas situaciones es casi una broma de mal gusto.
Quizás eso era lo mejor de Jager. Todo lo solucionaba con sexo. Era un capullo integral, desde luego, pero ni siquiera podía verlo porque cuando me enfadaba acababa relajada y medio dormida. Luego acabó asqueándome, pero el motivo fue otro.

La observó en silencio unos segundos antes de responder, con el ceño levemente fruncido. Luego, ignorando el tono con el que había hablado, y el chispazo que recorrió su rostro, asintió.

—De acuerdo.

A ver quién aguantaba antes. Probablemente ella. Llevar casi toda una vida mintiendo, usar un nombre falso, una identidad falsa, un pasado falso jugaba bastante en su contra. Toda su vida era una mentira desde hacía años, y ahora tenía que dejarlas de lado.

Suspiró, y bajó la vista.
De pronto se sentía cansado.

—¿Algo más que añadir o ponemos fin a esto?

Le sostengo la mirada, seria, calmándome poco a poco, consiguiendo volver a la yo que más me gusta, la tranquila, la que domina la situación, la calmada... Tomo la muleta cuando termina de hablar, levantándome con su ayuda, y doy varios pasos, pesados, cansados, sin responder a su pregunta, acercándome a él. Al llegar a su lado me apoyo contra su cuerpo, abatida, cansada. Me duele la cabeza, no me gusta haber hablado de Jager y estoy descontenta conmigo misma, ahora mismo.
Por una vez, aunque sea, me apoyaré contra él, aunque a cambio parezca vulnerable. Estoy bastante cansada de todo, en general.
Él tiene sus propios problemas. Y no me gusta perder los nervios porque demuestra mi debilidad. Y más cuando se supone que debería estar centrándome en cosas más importantes que en perder el control.

En Heylel me hubiese apoyado de forma diferente, y seguramente las cosas me hubiesen ido mejor si estuviese también. Y si no hubiese sido lo que era...
Estoy agotada.