Sala común

Asiente.

-Cierto -repite, confirmándolo-. Es agradable saber que estás a gusto en mi casa. Supongo que eso significa que estoy haciendo bien mi trabajo.

Una vez más, se inclina suavemente hacia ella. Alzando una mano, aparta un mechón de su cara, situándolo tras la oreja, al tiempo que le propicia una tierna caricia. Mientras deja descender la mano, directa a la base de la mandíbula, deja ir uno de sus suaves hechizos, esos cosquilleos agradables con los que tiende a recorrer a los guerreros.

-Cuento contigo, cielo. Pero no te esfuerces más de lo debido. Es tarde, y necesitas un descanso -. Su voz la envuelve como un arrullo.

En el mismo instante en que la caricia termina, ella se desvanece en el aire. Aunque, por algún motivo, la morena aún puede sentir el cosquilleo un momento después de que se haya ido.

*Desaparece*

Ya he hablado demasiado hoy. Llega a resultar frustrante haberlo hecho de más cuando ya no puedes retroceder y deshacerlo. De todos modos, tengo la sensación de que tampoco le he dicho nada nuevo. Quizás un detalle. No soy tan enigmática como pretendo, y ella, más que muchos, podrá echar por tierra cualquier máscara con la que intente vestirme.

Dejo que me acaricie mansamente, sin oponer resistencia alguna. Casi podría decir que llego a acompañarla un instante con el rostro, pero creo que no sería cierto. Aunque de alguna forma agradezco el gesto.
Cuando desaparece, ese cosquilleo eléctrico sigue sobre mi piel. Me llevo la mano a la zona, rozándola con las yemas de los dedos, como esperando encontrar algo sobre ella, pero solo es una sensación.
La mano opuesta encuentra el frío metal de mi arma, como en un aviso, pero ella ya no se encuentra en la habitación. De todos modos, lo pronuncio, por si pudiese oírme, por si todavía me escucha.

-Gracias -repito, una vez más, cerrando el libro con suavidad-. Y buenas noches.

Me pongo en pie y me desperezo con algo menos de recato, ahora que estoy sola. Reviso la kusarigama por encima, pero sigue pareciendo en un estado incluso mejor que la última vez que la vi. Mañana la probaré. Ahora, sin embargo, como bien ha dicho, es tarde. No es momento de leer.

*se va*

Pese a que hacía buen día, Corbin no se veía con ánimo de estar fuera. Ni siquiera para entrenar. De hecho, ni siquiera pensaba ir a dormir fuera. Ya había tenido suficiente por aquellos días. Continuaría a la mañana siguiente, si de nuevo se sentía de humor. Por el momento, prefería concentrarse en otra cosa.

Así pues, cuando se sentó en un sillón de la sala común, asegurándose de tener una buena iluminación y una posición cómoda, lo hizo con total seguridad, dispuesto a no moverse de allí en un buen rato. Abrió el libro que llevaba entre las manos, retomando la lectura allí donde la había dejado la última vez, y se sumergió en la historia que lo atañía.

*Se queda*

Con el libro que había cogido de la biblioteca en las manos, y ya vestida, llegué a la sala común. Había logrado dormir un poco más, poco más de una hora, y aunque seguía notando cierta molestia en el estómago, me encontraba bastante mejor.

Al entrar, vi que Corbin, el claritas, estaba ahí, sentado en un sillón, leyendo. Parecía concentrado en la lectura, como siempre que lo había visto leyendo, y durante unos segundos no dije nada y me pregunté si debía dejarle en paz o si no le molestaría que le saludase. Finalmente, opté por adentrarme en el lugar y saludarle; hacía mucho que no lo veía, y siempre me había caído bien.

—Buenas noches... —murmuré, sonriendo, acercándome a otro de los sillones.

Me senté.

Corbin tardó un instante más de lo que hubiera sido considerado correcto en apartar la vista del libro. Cuando lo hizo, sin embargo, no pudo evitar alzar las cejas con cierta sorpresa. Después de tanto tiempo, la caeruleus no era de las primeras personas que se le hubiera ocurrido que pudiera encontrarse, ni en la sala común ni en ningún otro sitio.

-Vaya, Inger -pronunció, con su habitual tono serio-. Buenas noches. No esperaba verte. ¿Qué tal has estado?

Comparado con aquellas primeras veces, en que se encontraba a la pelirroja constantemente, en aquel momento se le hacía de lo más extraño dar con ella. Tanto que no podía evitar una cierta curiosidad con respecto a qué habría estado haciendo.

Sonreí cuando el claritas alzó la vista. Parecía algo sorprendido por verme, y no me extrañaba: ¿cuánto tiempo hacía que no lo veía? Mucho. Muchísimo. Antes solíamos encontrarnos bastante en la biblioteca, pero desde hacía no sabía cuántos meses habíamos dejado de coincidir.

—Yo tampoco esperaba verte, la verdad. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos —Lo miré. Me preguntaba qué habría estado haciendo este tiempo—. Yo he estado bien, normal... —Me encogí de hombros—. Estuve unos meses fuera, y volví hace también unos meses, y, eh... Eso. —Le sonreí—. ¿Tú qué tal has estado? Mithos, hacía tanto que no te veía...

Negué con suavidad, todavía sonriendo. Me resultaba tan raro habérmelo encontrado. La última vez que lo había visto estábamos de misión, creía recordar.

Viendo que aquello parecía el inicio de una conversación, Corbin decidió marcar una pausa en su lectura, dejando un dedo entre las páginas como marca temporal de la lectura antes de cerrar el libro, apoyándolo, junto a su propio brazo, en el brazo del sillón.

-Eso explica algunas cosas -murmuró, monocorde, más para sí que para ella-. Yo ya no frecuento tanto la biblioteca. Supongo que eso no ayuda a que coincidamos. Además, cada vez estoy más centrado en entrenamientos y misiones. Empiezo a estar satisfecho con lo que hago. En cuanto vea oportunidad, partiré de nuevo.

No olvidaba sus tareas. En absoluto. Los ofrecimientos de Alehyss y de la mujer caeruleus le habían resultado de lo más satisfactorios, y pensaba seguir empleándose en esa clase de encargos. Para ello, preparaba entrenamientos cada día. Además, tenía ganas de volver a enfrentarse a la chrysos, si tenía oportunidad. O a Rick, al que hacía ya un tiempo que no veía.

Asentí, curvando los labios. Sin duda, todo aquello explicaba por qué no habíamos coincidido tanto: yo me había ido y pasaba la mayor parte de mi tiempo leyendo, y él ya no frecuentaba tanto la biblioteca, se iba a diferentes misiones, entrenaba... Si lo pensaba bien, lo raro hubiese sido que nos hubiésemos seguido viendo tan a menudo.

—¿A dónde piensas irte? —inquirí, curiosa. Luego me apresuré a añadir—. Si no es indiscreción... Es... Es mera curiosidad, ya sabes. No hace falta que respondas —Me pasé una mano por el cuello, y permanecí unos segundos callada, antes de añadir—: Yo hace mucho que no voy a ninguna. Supongo que, en cuanto tenga oportunidad, buscaré algo útil que hacer.

En todo mi tiempo en Brontë, solo había ido a dos misiones. Era una cifra minúscula, bastante vergonzosa incluso.

Corbin negó suavemente con la cabeza. En realidad, no tenía ningún motivo para ocultar la información, ya que su contratante no le había pedido que lo hiciera.

-Tengo un encargo para ir a Caligo -respondió-. Uno de especial interés. Quizá pueda ver por mí mismo todo lo que me contaste en su día al respecto. Espero experiencias interesantes allí.

A aquellas alturas, tenía todo preparado al dedillo. Todo lo que necesitaba era el visto bueno de la caeruleus. Tras ello, podría partir, y lo haría de inmediato. Mientras tanto, se dedicaba a mantener su forma física, preparándose para lo que allí le esperase.

Alcé las cejas, sorprendida. No esperaba que su misión fuese en Caligo, y por algún motivo, me parecía extraño que él fuese a Caligo antes de que yo volviese. Durante un segundo, pensé en lo que Corbin podría encontrarse allí, y me pregunté si el continente estaría muy cambiado desde la última vez que estuve.
Probablemente sí.

—Vaya —murmuré. Sonreí—. Qué curioso, ¿no? Al final vas a poder visitarlo. —Ensanché la sonrisa—. Espero que te guste.

Bajé un segundo la vista. Luego añadí:

—No he vuelto a ir desde que estoy en Brontë, así que no sé lo que te puedes encontrar, pero es un lugar muy bonito. Raro también, especialmente para un claritas. —Volví a mirarlo—. Espero que no tengas problemas con el... Increíble cambio horario.

Corbin asintió. Tenía información al respecto, se había encargado de ello. De hecho, se había encargado de contrastar fuentes para obtener una información totalmente fidedigna. Sabía qué podía encontrar.

-Puedo contarte mis impresiones a la vuelta -propuso-. Por ahora estoy preparando terreno. Aunque estoy centrado en lo que a mi misión se refiere, así que no tendré tiempo de hacer mucho más.

Negó ante sus suposiciones.

-Como he dicho, estoy encargándome de prepararlo todo. Eso incluye mis horarios. Estoy acostumbrado a la vida tanto nocturna como diurna, y a convencerme de que la oscuridad no es un problema. No puedo permitirme puntos débiles de ese tipo -explicó, muy serio.

Sonreí.

—Eso sería fantástico —murmuré, mirándole—. Me encantaría saber qué opinas de Caligo. —Además, pensé, si lo escuchaba tal vez podía hacerme una idea de cómo había cambiado Caligo en tres años—. Y también qué tal ha ido el encargo.

Me pregunté si sería una misión peligrosa, aunque suponía que ni él mismo podría saber eso.

Cuando explicó, muy serio, que ya se había preparado para la vida nocturna, no pude evitar reírme. Negué con la cabeza.

—Por supuesto, qué tonta soy. —Le sonreí—. Solo alguien muy tonto se iría de misión a Caligo sin haberse acostumbrado antes a la oscuridad. —Lo miré—. Seguro que algo así no te supondrá ningún problema.

Corbin asintió, conforme.

-Por supuesto -accedió-. ¿Y tú? ¿No piensas ir a ningún sitio?

Cuando ella rectificó, se encogió de hombros. A sus ojos, la cuestión que ella había planteado no era tan descabellada. Su solución no era la única posible para adaptarse al continente oscuro, eso desde luego.

-No todos optan por lo mismo que yo -objetó-. La mayoría buscarían una fuente de luz. Imagino que no es difícil adaptarse para flammas y chrysos. Incluso yo podría valerme de la magia para estar más cómodo. Y las escasas horas de luz invitan a aprovecharse. Pero prefiero pasar desapercibido, así que adaptarme a la oscuridad también me ha parecido una opción a tener en cuenta.

Me encogí de hombros.

—Si hay alguna misión o encargo interesante, supongo que sí me iré, pero de momento... —Suspiré—. Supongo que me quedaré por aquí. —Lo miré—. No hace tanto que volví de Ignis, así que tampoco tengo una gran necesidad por irme.

Alcé la vista al techo. A pesar de lo que decía, sí estaría bien irse a alguna misión; sin duda, sería más interesante que lo que estaba haciendo últimamente.

—Cierto es —admití, cuando terminó de hablar—. No obstante, creo que es mucho mejor que te acostumbres a la oscuridad a depender de la magia, o de cualquier tipo de farol, para pasear por Caligo. Es más costoso, pero también más provechoso a la larga. Además, como tú bien dices, no llamarás tanto la atención como lo harías si utilizases la magia.

Corbin se limitó a asentir. Pese a todo, no estaba muy de acuerdo con su planteamiento. Él, por su parte, no veía el momento de salir de Brontë de nuevo, de ponerse a trabajar. Aunque, suponía, no todo el mundo tenía las mismas necesidades, y la caeruleus podía tener otros planteamientos en mente. O, tal vez, quisiera perfeccionar sus técnicas de combate antes de ponerse en marcha de nuevo.

En cuanto a sus propios planes, estaba de acuerdo con ella. Y, podía añadir, acostumbrarse a la oscuridad aumentaría sus habilidades y le proporcionaba total libertad de movimientos, tanto para moverse por Caligo en su próximo encargo como para cualquier otra situación. No podía olvidar, después de todo, su actuación en Ignis, cuando había acompañado a Alehyss.

-Será una prueba interesante -aseguró, convencido.

A continuación, marcó definitivamente la página del libro y se levantó. Al final no había tenido mucha oportunidad de leer, aunque no le importaba demasiado en aquel momento.

-Debo irme. Ha sido agradable volver a verte. Veremos si vuelve a haber una oportunidad. Buenas noches.

Y, dicho esto y con una inclinación de cabeza, tomó rumbo fuera de la sala.

*Se va*

Asentí al escucharlo.

—De eso no hay duda —murmuré.

Sonreí, y cuando el claritas se despidió, ensanché la sonrisa. Sin duda, me gustaría volver a verlo. Era un chico agradable; siempre me había gustado hablar con él. Esperaba que no tardásemos tanto en vernos de nuevo.

—Me ha alegrado verte —dije, mirándole—. Espero que nos veamos pronto. Buenas noches.

Moví la mano, en un gesto de despedida, y observé cómo se iba. Después bajé la vista al libro, que descansaba sobre mis rodillas, pero no llegué a abrirlo. En su lugar, me puse en pie, y al igual que Corbin, abandoné la sala.

*se va*

Es un buen momento para tomarse un respiro, creo, y en la sala común suelo sentirme a gusto. La biblioteca es un lugar que también me gusta mucho, pero hoy he decidido venir aquí, quizás porque no vengo a hacer cosas demasiado serias y entonces tampoco es que necesite mucho más.

Me he empezado un libro que parece interesante. Cuenta la historia de un niño que vive en la calle y consigue aprender un oficio para salir adelante. Por ahora está siendo bastante duro, pero supongo que irá yendo a mejor de aquí en adelante.

Me acomodo en el sofá y me centro enseguida en la lectura, relajado. Incluso en la torre hacía esto algunas veces. Eso no ha cambiado.

Tras un rato de agradable lectura, doy por finalizado mi tiempo de ocio y abandono el cuarto, risueño, satisfecho.

*se va*

El chrysos abrió los ojos con lentitud y observó a su alrededor. Estaba en la sala común, tumbado en el sofá; el libro que había estado leyendo, y que al menos hasta hacía unas horas había estado descansado sobre su pecho, estaba ahora en el suelo, boca abajo. Lyam resopló, y se pasó una mano por la frente. Luego, casi con pesar, se incorporó, recogió el libro, y lo colocó en la mesa. Después volvió a sentarse, arrellanándose sin vergüenza en el asiento.

El chrysos se frotó la frente; sentía la cabeza embotada, y el cuerpo todavía cansado. Suspiró. ¿Cuánto tiempo hacía que no se quedaba dormido leyendo? Mucho. Pero no le sorprendía que se hubiese quedado dormido: ayer se había acostado tarde, y hoy se había despertado ridículamente temprano para ir a entrenar. A pesar de que lo que le había dicho a Alehyss ayer, al verse despierto a una hora tan temprana, y siendo incapaz de volver a dormirse, Lyam había decidido que lo mejor que podía hacer era aprovechar el tiempo, y en aquel momento no se le ocurrió forma mejor que la de salir a entrenar.

Apoyó la cabeza en el respaldo. Suspiró de nuevo.

*se queda*

Aparece sin más a su lado, sentada sobre el brazo del sofá, con una pierna recogida sobre el mismo y mirándolo con una sutil sonrisa. Lo observa un instante, completamente inmóvil, antes de girarse suavemente hacia él, con movimientos fluidos como los de un gato, elegantes, precisos y exactos. Ladea ligeramente la sonrisa, examinándolo un momento antes de fijar los ojos en su cara, estática de nuevo.

-Hola, amor -saluda, edulcorada y tierna-. Era una lástima no habernos visto en todo el tiempo que llevas aquí, ¿no te parece? Por suerte, al final he podido ponerle solución. Lloyd, ¿verdad?

Aún no ha terminado de pronunciarlo y ya ha desaparecido, apareciendo a su otro lado, ligeramente más cerca y con la misma mirada de hielo clavada en su rostro.

-Yo soy Fera -pronuncia.

El chrysos alzó las cejas, sorprendido, cuando una mujer a la que no recordaba haber visto nunca se apareció en la sala común, sentada en el brazo del sofá, a su lado. Parpadeó.

—Eh... Hola —murmuró, sin mucho convencimiento, sin saber qué decir. Parpadeó de nuevo, y luego observó a la mujer mientras esta se giraba, curioso. Por la forma en la que había aparecido, aquella mujer debía de ser o bien una maga muy poderosa, como Madame, o bien la líder chrysos, pero Lyam no sabía quién era. Su rostro no le sonaba de nada.

Cuando la mujer habló, el chrysos frunció débilmente el ceño, aunque no le dio tiempo a decir nada: antes siquiera de terminar la frase, la mujer desapareció. Lyam arrugó más el ceño, observando el espacio que había dejado, confuso. Cuando la mujer volvió a aparecerse, más cerca, a su otro lado, todavía mirándolo a los ojos, Lyam se echó un poco hacia atrás. La contempló en silencio unos segundos, antes de decir:

—Hola, Fera. —Parpadeó—. Encantado...

La chrysos termina de acomodarse a su lado, con gestos tan fluidos como hasta entonces. Pese a que se recuesta ligeramente en el sofá, mantiene la espalda recta y la mirada fija en él. Apenas es un poco más baja que el chico, por lo que ambos rostros se mantienen prácticamente a la altura. Se mantiene inmóvil un momento más, y entonces, antes de volver a hablar, se humedece ligeramente los labios con la lengua.

-El placer es mío, cielo -responde, y su voz es casi una caricia-. ¿Qué te parece Brontë? Espero que no hayas tenido problema en acomodarte en condiciones. Me gusta que mis invitados estén satisfechos.

Como en un infantil juego, sus dedos caminan por el sofá, en un lentísimo avance, en el espacio entre ambos. Ella, sin dejar de mirarlo, no parece ser consciente.

-Tal vez haya algo que te gustaría cambiar...

Mientras la mujer se acomodaba en el sofá, el chrysos la observaba, con los labios entreabiertos, en silencio, atento a sus movimientos, inmóvil. Cuando habló, el muchacho bajó la mirada de sus ojos a sus labios, y los contempló hasta que la chrysos dejó de hablar. Entonces alzó ligeramente la mirada, y curvó un poco los labios, en un torpe amago de sonrisa.

—No... No he tenido muchos problemas —murmuró, mirándola a los ojos—. Brontë está... Bien.

Parpadeó. Por sus palabras, aquella mujer debía de ser la dueña de Palacio, y también la líder chrysos, a no ser que ambos cargos estuviesen separados.

Lyam bajó un segundo la vista al sofá, a los dedos extremadamente blancos de la mujer, que avanzaban lentamente por el espacio que había entre ambos. De nuevo, al escuchar la voz de Fera, alzó la vista.

—¿Se refiere a Brontë o...?

Dejó la frase a medias. Tragó saliva. Se sentía incapaz de hablar con claridad.

Alza una ceja, entretenida. No está del todo segura de sus palabras. O, mejor dicho, sabe perfectamente que "no muchos" es un término bastante eufemístico. Claro que esos problemas no han tenido nada que ver con la acogida o estancia en el palacio, así que no hace comentarios al respecto. En su lugar, se limita a un leve asentimiento que hace que sus rizos le acaricien suavemente las clavículas.

La pregunta del chico le hace soltar una pequeña risa, apenas una suave carcajada que fluye un instante entre ellos. Ladeando la cabeza, aún con los ojos fijos y la fina sonrisa, avanza ligeramente el cuerpo hacia él, sugerente. La mano, junto con el cuerpo, avanza con algo más de presteza, aunque luego parece remolonear de nuevo, junto a la pierna del chico.

-Por supuesto, querido -murmura, repasando un instante sus rasgos con la mirada antes de clavarla de nuevo en sus ojos castaños-. Como anfitriona, me corresponde mantener cómodos a mis invitados. En cierto modo, puede decirse que estoy a tu servicio, ¿verdad, encanto?

El chrysos torció una sonrisa, torpe, al escuchar la risa de la mujer, sin apartar la mirada de ella. Sin apenas moverse, entreabriendo un poco los labios y alzando las cejas, con cierta curiosidad, contempló cómo la líder se acercaba a él; de manera intermitente, su mirada bajaba hacia la mano de la mujer.

Tomó aire antes de hablar.

—Nunca lo he visto así —murmuró. La miró a los ojos—. Pero de todas formas, no creo que haya nada que cambiaría de Brontë...

Mentira. Llevaba meses pensando en cuántas cosas odiaba de aquel lugar, y cuántas cambiaría. Y sin embargo, ahora que alguien le preguntaba, se veía incapaz de decirlo.

La sonrisa de Fera se desvía de nuevo hacia un lado, al tiempo que su cuerpo avanza aún, apenas unos milímetros. Su mano se detiene cuando parece que ya va a rozar la pierna del chico, acomodándose suavemente junto a él.

-Oh, me alegra oír eso, amor -responde, y su voz parece envolverlo, rodeándolo-. Me gusta hablar particularmente con cada uno de vosotros, ¿sabes? Así puedo asegurarme de que todo marcha como debería y, en fin, profundizar en cada uno.

Su cuerpo aún llega a aproximarse un poco más, quedando a escasísima distancia del guerrero, antes de que ella se deshaga en el aire. Al poco, está un poco más, allá, en pie junto a una ventana. Su mano se alza hacia la cortina, tomándola con infinita suavidad, como si se tratara del objeto más delicado, y la aparta con una suave caricia.

-Parece que ha dejado de llover -comenta, de espaldas al chico-. Eso hará más fácil disfrutar del entorno -. Se vuelve hacia él, apoyándose en la ventana, y de nuevo su vista lo atrapa como una serpiente a un ratón-. ¿Tienes pensado ir a algún sitio próximamente, tesoro?