Sala común

Lyam contemplaba el avance de la mujer inmóvil, curioso, expectante. En algún punto, había ladeado ligeramente la cabeza, entreabriendo más los labios, entrecerrando un poco los ojos, que continuaban observando atentos los gestos de la mujer, fijándose no solo en el avance de su cuerpo, sino también en el del su mano, que finalmente no llegó a rozarle la pierna, sino que simplemente se acomodó cerca de él.

Cuando la mujer habló, el chrysos la miró de nuevo; antes de responder, Lyam contempló de nuevo sus facciones, como si las estudiara. De nuevo, una sonrisa torpe se dibujó en sus labios.

—¿Y ya ha hablado con muchos...? —se animó a preguntar, volviendo a mirarla a los ojos. Al notar cómo la mujer se aproximaba más, quedando apenas una pequeña distancia entre ambos, Lyam ensanchó la sonrisa.

La mujer desapareció al momento. El chrysos, todavía sonriente, frunció el ceño, y observó la sala, buscándola. Fera se apareció al lado de la ventana. El chrysos, desde el sofá, la contempló, embelesado, pasando la vista de su pelo trigueño a su espalda, y de su espalda a sus piernas, y de sus piernas a sus rizos.

No se dio cuenta de que había dejado de llover hasta que la mujer lo comentó. Entonces, lentamente, como si aquella simple acción le costase un soberano esfuerzo, el chrysos apartó la mirada del cuerpo de la mujer y miró durante tan solo un instante una de las ventanas. Luego volvió a mirar a Fera.

—No tengo pensado ir a ningún lado —respondió—. Salvo, tal vez, a alguna misión, si es que hay alguna interesante.

La chrysos se encoge un instante de hombros, sin apartar de él la vista.

-Creo que muy pocos en comparación con los que sois, vida -declara, con tono entristecido-. Lamentablemente, tengo mucho trabajo en Brontë. Enseño a tres prometedoras alumnas y tengo algunos asuntos menores de diplomacia de atender. Tampoco puedo olvidar mis estudios, y de vez en cuando Jill me encarga que le apoye en alguna cuestión relacionada con el ejército. En conjunto, tengo mucho menos tiempo de el que querría para disfrutar de mis huéspedes. Aunque cada nuevo encuentro supone una gran satisfacción.

Desde su posición en la ventana, lo evalúa un instante, asintiendo tras su examen. Lo ha estado observando, exactamente igual que al resto. No siempre ha cumplido con sus obligaciones, pero hace ya cierto tiempo que se ha puesto a trabajar, y sus continuos entrenamientos dicen algo su favor.

De nuevo, se desvanece, y esta vez es algo más difícil de localizar. Sin embargo, pronto el chrysos puede sentir el suave tacto de unos dedos hundiéndose en su pelo. Una extraña corriente eléctrica lo atraviesa desde la coronilla hasta la base de la columna, introduciéndose bajo su piel y dejando a su paso un agradable cosquilleo y una sensación de relajación y alivio, como si su cuerpo se hubiera vuelto más ligero de pronto. La líder se ha situado a su espalda, en pie, y lo observa con una encantadora sonrisa en los labios.

-Y ¿hay alguna interesante, querido?

Lyam la escuchó con atención, sin apartar la vista de ella. Aunque al hacer la pregunta no lo había pensado, tenía sentido que una mujer como ella, miembro importante de Palacio, líder de una raza, no tuviese demasiado tiempo para hablar con los guerreros, independientemente de las personas a las que ella personalmente impartiese lecciones. El chrysos se preguntó quiénes serían aquellas alumnas.  

—Es una pena que esté tan ocupada —dijo—. Seguro que todos los guerreros estarían interesados en verla... —añadió, en un tono más bajo.

Sin saber qué más decir, el chrysos la contemplaba, con los labios ligeramente curvados. De pronto, la mujer volvió a desaparecer. Lyam, de nuevo, la buscó con la mirada, pero esta vez no supo dónde Fera se había aparecido hasta que notó sus dedos hundiéndose en su pelo, liberando una extraña corriente eléctrica que recorrió al chico desde la coronilla hasta la columna, hundiéndose en su piel. El chrysos se estremeció débilmente, notando un cosquilleo donde antes había estado la corriente, y después una extraña relajación, como si su cuerpo se hubiese liberado de toda la tensión que podía haber acumulado.

Suspiró, y arqueó el cuello hacia atrás para mirar a la mujer. Débilmente, negó con la cabeza.

—Últimamente no he visto ninguna... —murmuró. Y tras unos segundos en silencio, como si se hubiese acordado de pronto, añadió—: Además, no tengo arma ahora mismo. Me gustaría tener alguna antes de irme a ningún sitio... A no ser que no le moleste que tome prestadas de la sala de entrenamiento.

Cuando el chrysos arquea el cuello, alzando la vista hacia ella, Fera se recoda en el respaldo del sofá, aún con los dedos entrelazados en el pelo del chico. Un mechón de rizo rubio resbala hasta la mejilla de él, rozándolo un instante y acomodándose en ella.

-No me molesta que tomes prestadas las armas -declara, segura-. A fin de cuentas, están ahí para vosotros. Pero creo que es mejor que tengas una propia. ¿Qué te gustaría? ¿Una espada? ¿Un arco? ¿O mejor un hechizo?

Con calma, va pasando los dedos por el pelo de él, masajeando suavemente su cabeza. Los ojos se mantienen fijos en los castaños del guerrero.

-Haremos un trato -propone, con voz zalamera-. Yo te proporcionaré un arma a tu elección. La que más te guste, tesoro. Y, a cambio, tú comenzarás a tutearme desde ya mismo. Es una buena oferta, ¿eh, encanto?

El chrysos, con los ojos fijos en la mujer, curvó los labios; cuando notó un mechón de la chrysos en su mejilla, Lyam apartó un instante la vista, observando el mechón de la mujer. No se molestó en apartarlo, ni se movió siquiera, y en su lugar, al cabo de un segundo, alzó la vista de nuevo para mirar a Fera.

Lyam la escuchó con atención, interesado, todavía notando los dedos de la chrysos en su pelo, acariciándole. Al escuchar su oferta, alzó un poco las cejas, sorprendido, pero no tardó en asentir levemente, sonriéndole con la torpeza con la que había estado sonriendo durante toda su conversación.

—Lo cierto es que no sé lo que quiero... —murmuró—. Antes peleaba con una daga, pero era poco práctica a la hora de luchar contra bestias. —Parpadeó—. Supongo que una espada estaría bien, porque no creo que me lleve demasiado aprender a usarla, pero cualquier cosa que estaría bien.

La observó en silencio. Luego esbozó una nueva sonrisa.

—Muchas gracias.

Fera lo contempla un instante en silencio, antes de asentir. Y, con su asentimiento, su mechón ofrece una nueva caricia al chico. Tras examinarlo una última vez se incorpora, rompiendo el contacto con su pelo.

-Veremos si te satisface lo que puedo ofrecerte -indica, con voz pensativa, alzando la mano izquierda ante sí.

En apenas un momento, una espada enfundada se materializa en ella. La mujer se desvanece, apareciendo de nuevo ante el chico y desenvaina la espada ante él, apuntándolo. Es un mandoble bastante largo, de doble filo y hoja brillante y no muy ancha. La empuñadura, de hierro, tiene un acabado simple, al igual que la funda, que la mujer sostiene en la mano derecha, suspendida de un cinturón de cuero. Y, pese a tratarse de un mandoble, la líder lo maneja con total soltura en una sola mano.

-No es un arma que haya tenido mucho uso -explica, recorriendo con la punta primero la mejilla del chico, después su cuello y por último su pecho, quedando justo sobre el esternón, pero sin proporcionarle más que un suave roce. Sus ojos, en cambio, seguían fijos en los de él-. La hoja es ligera y está bien equilibrada. Las proporciones son buenas para tu constitución. Además, no es una espada aparatosa. Te será fácil aprender con ella -. Abre la mano, como para dejar caer la espada. Sin embargo, en lugar de ello, esta se dirige suavemente hacia ella, como atraída por una fuerza magnética-. Toda ella, incluyendo la vaina, es de metal. Podrías, incluso, transmitir tu magia a través de ella, si así lo vieras necesario. Si la quieres, es tuya.

En un momento, la espada estuvo de vuelta en su vaina. La mujer se la tendió al chico, mirándolo con una ceja alzada y media sonrisa.

-Dale buen uso -pide, por último.

El chrysos notó de nuevo cómo el mechón de la mujer le rozaba la mejilla, como una caricia, y sonrió. Luego, cuando la líder se separó, rompiendo el contacto, giró el cuello para no perderla de vista. De nuevo, la miraba con curiosidad, pero, esta vez, el interés no venía directamente de la propia mujer, sino del arma que le ofrecería. No tenía pensado quejarse, y aceptaría cualquier cosa que la líder le diese, pero le era imposible no mirarla expectante.

Cuando la mujer hizo aparecer un arma con tan solo un gesto, levantando simplemente la mano izquierda, el chrysos alzó las cejas, sorprendido. Cuando volvió a desaparecer, apareciendose al instante ante él, apuntándolo con el filo del arma, Lyam tragó saliva. Mientras Fera hablaba, Lyam, sin apartar la mirada de sus ojos, notaba el filo de la espada sobre él, apenas un roce sobre la mejilla, el cuello, y el pecho. Pese a ello, el chrysos escuchaba con atención las palabras de la líder, tomando mentalmente nota de todos los detalles.

Concluida la explicación, con la espada ya envainada, el chrysos asintió. Se puso en pie; alargó el brazo, dispuesto a coger el arma.

—Le daré un buen uso —aseguró, mirando a Fera a los ojos. Asintió—. Me comprometo a dárselo, y a aprender a usarla a la perfección.

Permaneció un segundo en silencio. Luego, haciendo una pequeña reverencia con la cabeza, apenas inclinándola hacia la líder, añadió:

—Muchas gracias.

La líder deja el arma en manos de su nuevo portador, soltándola definitivamente. Asiente con seguridad a la promesa del chico. Es lo que espera de él, después de todo. Por eso lo ha acogido y por eso se la ha dado. Y confía en que cumplirá con sus obligaciones, como en el momento está haciendo.

Cuando agacha la cabeza, se acerca a él, acortando notablemente las distancias y apoya la palma de la mano en la base de su mejilla, junto a la mandíbula, haciéndole alzar el rostro hacia ella. La distancia que los separa es tan corta que él puede sentir su fresco aliento cuando habla.

-Sé que esto valdrá la pena -indica. Una vez más, se humedece los labios, y tras ello, la punta de su lengua roza su colmillo superior derecho un instante. La sonrisa vuelve a su rostro, y los ojos están clavados en los de él-. Cuento contigo, amor.

Y, dejándole una nueva descarga en la mejilla, un último cosquilleo, se desvanece definitivamente.

*Desaparece*

El chrysos asió con fuerza el arma, sonriendo, y la contempló, durante un segundo, antes de alzar la vista de nuevo para mirar a Fera.

—Muchas gracias —repitió, y entonces, apenas un segundo después, la vio acercarse.

Lyam, con la mirada fija en los movimientos de la mujer, alzó las cejas y entreabrió los labios, permaneciendo inmóvil, sin saber qué hacer mientras la distancia entre ambos se acortaba. Notó la mano de Fera sobre su mejilla, y no se opuso cuando la mujer le hizo alzar el rostro hacia ella, sino que se dejó llevar, entrecerrando un poco los ojos, que permanecían fijos en los de la mujer. Cuando Fera habló, Lyam notó su aliento sobre su piel; la mirada del chrysos bajó entonces a los labios de la líder. Y antes de que pudiese decir algo, la mujer desapareció, dejándole un último cosquilleo en la mejilla donde había apoyado la mano.

Lyam parpadeó. Observó a su alrededor un momento, preguntándose si Fera se aparecería de nuevo en algún lugar o si, esta vez, no volvería a reaparecer; al comprobar que la chrysos se había marchado definitivamente, Lyam bajó la mirada al arma.

Sonrió.

—Gracias... —repitió, a pesar de que ahí no había nadie.

*se va*

Me encuentro leyendo, tranquila. El pie está perfectamente y yo me encuentro descansada. Podría decir que no tengo nada de qué quejarme.
Un ligero alboroto al otro lado de la puerta me hace alzar la vista. Estoy por ignorarlo, pero acabo por levantarme, con gesto perezoso, y caminar hasta la puerta. Al abrirla veo a un par de chicas del servicio hablando con gesto preocupado. Al verme, callan de pronto.

-¿Ha pasado algo? -inquiero, seria.

No tardan en hablar, y entonces abro ligeramente los ojos, tensándome. Cierro el libro y se lo pongo a una en el pecho. Es hora de buscar información.

*se va*

No es gran cosa, pero al menos no luzco un muñón.
Me miro la mano de cobre que el médico me ha colocado. Al menos no queda tan mal como pensaba.

Hago pasar a un boro conmigo y me apoyo en la ventana mientras el animalito come entusiasmado. Me veo reflejado en una vitrina. Realmente tenía el pelo más largo.
Suspiro.- Será mejor que acabe pronto de ordenar este lugar para irme a descansar.- Mascullo de mala gana mientras comienzo a ahuecar los cojines y a pasar un paño por las estanterías.



*se queda*

El chrysos avanzaba por los pasillos dando largas zancadas, malhumorado. A pesar de que se había pasado toda el día buscando información, no había encontrado nada, absolutamente nada. Había ido al pueblo por la tarde, pensando que ahí encontraría algún tipo de pista, pero con lo único con lo que se había encontrado había sido con unos soldados que, a pesar de su insistencia, no le habían contado nada. Tenía que hablar con los líderes, habían dicho, y a pesar de las propuestas del joven, ninguno soltó prenda.

Lyam giró al llegar por una esquina. Lo único que había descubierto en el pueblo era el lugar donde debían, por la cantidad de soldados, haberse producido los asesinatos, y aun así, desde su posición, solo podía verse una ventana rota. Frunció el ceño. Si al menos pudiese encontrarse con algún líder, pues no estaría tan frustrado, pero no había visto a ninguno en toda la tarde, y eso que los había estado buscando. Tenía especial interés en ver a la líder flamma: si sus sospechas eran ciertas y una de las muertas era una de sus muchachas, tal vez la mujer pudiese saber algo; al menos, esperaba, podría decir por qué estaba en el pueblo aquel día.

El chrysos maldijo por lo bajo y caminó hasta la sala común, pensando que tal vez ahí estuviese algún líder. Al entrar, sin embargo, se encontró con Alexander, que parecía muy concentrado en limpiar la sala común. Lyam alzó las cejas. En otra ocasión, le hubiese molestado haber visto al caeruleus; ahora, sin embargo, hasta podía decirse que se alegraba.

—Eh, tú. —llamó—. ¿Ayer contaste todo lo que sabías o te dejaste algo? —Se acercó a él. Fue entonces cuándo se fijó en su mano de cobre, pero a pesar de que aquel aparato le sorprendió, no dijo nada al respecto: cómo hubiese perdido la mano Alexander no era algo que le preocupase ahora mismo.

Me giro sobre mis puntas y dejo lo que estoy haciendo como si fuese algo poco importante, sentándome con chulería en un sofá orejero con las piernas cruzadas.
- No.- Digo con una enorme sonrisa de satisfacción.- No sé nada más. Los de arriba han cortado el... grifo.- Me sacudo el pelo con un gesto en mi última palabra.

Tamborileo con mi única mano encima del reposabrazos mientras le veo, inquisitivo y con una perpétua sonrisa afilada.- Cuanto tiempo... ¿cómo está mi compañero de juegos favorito?- Comento socarrón. A pesar de mi rango de servicio, me siento igual o mas poderoso incluso que antes. Quizá sean los años. He madurado.

A pesar de que el caeruleus se sentó, Lyam permaneció de pie, a unos metros de él, con el ceño fruncido y la vista fija en Alexander, atento. Pensaba que, dado que el caeruleus ayer parecía saber más que el resto, tal vez supiese todavía más. A lo mejor tenía más información, algo que hubiese oído en sabía Mithos dónde.

La respuesta, que no tardó en llegar, resultó ser decepcionante. Lyam maldijo por lo bajo.

—¿Nada de nada? ¿Y quién te contó todo esto sabe algo más? ¿Quién es, cómo te enteraste de lo que pasaba? —Dio un paso hacia él—. ¿Quién te dio la información?

Nadie en el pasillo sabía nada hasta que apareció él, que, a pesar de no tener tanta información como podía parecer, sí sabía mucho más que el resto. Quien se lo hubiese contado, tal vez supiese más, aunque fuese algo que hubiese decidido omitir por considerarlo irrelevante.

—Estoy bien, perfectamente —respondió, serio. Lyam no tenía ganas de discutir con Alexander. Si no sabía nada más, se iría: no iba a perder su tiempo con el caeruleus.

Alzo una ceja extremadamente.- ¿Quién te crees que eres para pedirme explicaciones?- Advierto.- Simplemente... lo escuché cerca de las cocinas por pura casualidad. Lyam... - hablo con tono monocorde y superior mientras me examino las uñas de la mano.- Sé que te encantaría que estuviese metido hasta el cuello en el tema de esas dos chicas pero...- Agacho la cabeza y le veo con inquina.- Siento... decepcionarte.- Sonrío enormemente.- Déjalo en un "he tenido suerte al enterarme" y en un "habéis tenido suerte en enteraros por mí". Sinceramente... no creo que los de arriba abran mucho la mano con respecto a este tema. Respira. No eres tú el muerto. Aunque déjame darte un consejo: si quieres seguir siendo mi archienemigo, te aconsejo que te mantengas alejado de cosas que no te incumben o podrías aparecer como ellas. Tómatelo como un consejo, no como una amenaza.- Le guiño un ojo, cómplice.

-Te veo tenso, amigo mío. - Observo. - No te ha sentado tan bien como a mi todo este tiempo. Tienes ojeras.- Resuelvo.

El chrysos torció una sonrisa, mordaz. Si el caeruleus creía que así sonaba como una persona confiable, debería replantearse su forma de hablar. No obstante, a pesar del consejo del noble, el chrysos debía aceptar que era perfectamente plausible que Alexander no supiese más. Que estuviese implicado en un asunto como aquel sería absurdo: de haber formado parte, ¿por qué habría vuelto a Palacio? No tenía sentido, y mal que le pesase, el caeruleus no era tan imbécil.

—Tranquilo. —Ensanchó la sonrisa—. Sé defenderme.

Lo miró durante un segundo más. Luego se dio la vuelta y comenzó a andar hacia la salida. Cuando escuchó la voz del caeruleus, se detuvo un instante, y, de reojo, lo miró. Sonrió ampliamente.

—Al menos conservo las dos manos. —Alzó un poco las cejas—. ¿A quién decías que no le ha sentado bien todo este tiempo?

Y sin esperar una respuesta, se fue.

*se va*

FDR: uooooo lyam uooooo~~

-Descansa, Lyam.- Canturreo, despidiéndolo con mi mano de cobre como lo haría un príncipe.- Volveremos a encontrarnos, ratita presumida~.- Desdoblo las piernas para cambiar la de abajo por la de arriba y quedarme un rato descansando observando al boro en silencio.
-Creo que debería seguir limpiando este lugar...- comento con vagancia.

*limpia y se va*

Un nuevo bostezo acude a mis labios, y apoyo el codo en la rodilla, con los ojos entrecerrados. Mira que no deja de llover, joder... Siempre que pasan cosas malas por aquí parece que tiene que llover. Y cuando no también, la verdad...

Me estiro, abriendo mucho la boca, cerrando los ojos por completo y apoyándome en el sofá. Luego clavo la mirada en el techo, con el gesto arrugado. No estoy exactamente asustada, y el histerismo inicial se ha ido... Es solo que estas cosas desmoralizan la hostia, y claro...

-Señorita Norz... Norzbiart, me alegra haberla encontrado.

Alzo la vista, mirando la puerta. Es el chico de la otra vez. Se ve que no aprende, hostia. Lleva una carta en la mano.
Enseguida me yergo, muy rígida.

-Njorthrbiartr -me apresuro a decir, sin mucho cuidado, haciéndole gestos rápidos para que me la entregue-. La jota se lee como una mezcla entre una elle y una i  , y la última erre apenas hace falta que la... ¡Trae de una vez, hostia! -apremio, nerviosa.

Enseguida me la entrega, disculpándose con una reverencia, y se larga. Por fin dan noticias de nuevo. Se divierten sin dar señales, los muy cabrones.
Busco los datos con la mirada, ansiosa, y no tardo en dar con ellos. Me quedo algo fría de pronto.

-Fenris... -murmuro, para mí, enarcando las cejas, con cierto escepticismo.

Abro la carta, bastante menos animada, y empiezo a leer la pulcra letra de mi hermano. Y, poco a poco comprendo. Y me siento un poco más...
No puede ser... Por favor. ¿En serio?

Doblo la carta y la guardo de nuevo. Anda que, lo que faltaba...

*se va*

Aquello era el colmo...
Se sentó con furia y lágrimas en los ojos, mientras se echaba hacia atrás el pelo. Estaba algo asustada...
Branne se quedó en silencio, con un nudo en la garganta. ¿Acaso era ella la siguiente? ¿Qué demonios estaba ocurriendo?

Se estaba organizando una ofensiva y no quería ir. No quería morir. ¿Cómo era posible que Eld se hubiese muerto? No tenía sentido alguno... si hasta no hace mucho era ella la Segunda.

Su Señora estaba débil y asustada... no quería salir casi de su cuarto y Vatra no se separaba de ella ni un instante. Se sentía algo abrumada. Sin embargo: debía ser fuerte y proteger el palacio de todo mal. No sabía qué demonios estaba ocurriendo fuera de aquellos muros y le encantaría saberlo. Sin embargo, cuidar a su anciana Señora era lo principal. Estaba realmente preocupada por su salud.

*se queda, algo agobiada por todo lo que está ocurriendo a su alrededor*

La sala común del palacio era un lugar que no solía frecuentar; siempre había preferido los lugares abiertos al exterior, en contacto con la brisa nocturna, sin embargo, a veces se agradecía la cálida y acogedora envoltura del interior. Había una mujer flamma con aire pensativo, parecía un poco alterada. El malestar en el palacio llevaba ya varios días desde el trágico suceso, era normal encontrarse a gente chismorreando o caras bajas de vez en cuando.

Me acerqué a ella, manteniéndome de pie con una sonrisa atenuada.

- Buenas noches - nunca era yo la que hablaba con desconocidos en el palacio, pero esa noche me sentía distinta, como de buen humor -. ¿Te importa si me siento?

No esperé a su respuesta y me acomodé en el sillón que estaba a su lado con una posición recta y firme, girando mi cara hacia ella.

- Soy Elektra, encantada - mi sonrisa no había cambiado un ápice desde mi entrada en la habitación.

La vio entrar con la mirada cansada. Escuchó en silencio y asintió.- Elektra. Un placer. - Repitió.- Yo soy Branne del Fuego Firm... bueno, déjalo en que soy Branne. Hoy no estoy de humor, lo siento.- Comentó arrugando un poco la nariz.

Le echó un vistazo. Una parvus. Eso la animó. Al fin y al cabo, ella era medio parvus también. - Espero que las cosas se solucionen pronto.- Comentó. Si era una buena guerrera de Brontë sabía a lo que Branne se refería.
Sorbió por la nariz.

Branne le echó un vistazo de nuevo a la jovencita, pensativa. El plan de recuperar las defensas de la líder seguía en pie.- Oye, Elektra, perdón por ser tan directa con lo que te voy a preguntar pero...- se rascó la nuca, algo azorada.- Es mi trabajo. - Carraspeó.- ¿Te interesaría hacerte más fuerte? - Comenzó.

La flamma se hacía llamar Branne que, efectivamente, estaba con el ánimo caído a causa de lo que había pasado recientemente, o al menos esa era la impresión que daba.

- Los golpes duros siempre necesitan un tiempo de reposo - comenté mermando la sonrisa, pero sin borrarla.

Agaché un poco la cabeza como gesto de empatía, aunque claramente no me identificaba con ella. Es cierto que había sido impactante la noticia, pero por fortuna o por desgracia, no había sido capaz de derramar ni una sola lágrima.

Al escuchar sus palabras mi cabeza se alzó, recuperando la posición inicial, aunque esta vez apuntando hacia ella. ¿A qué se refería con que su trabajo era hacerme más fuerte?

- Por supuesto que me interesaría, como miembro de esta comunidad de guerreros nunca rechazaría una oferta que colabore en mi formación como tal - respondí a su pregunta, mostrando ese orgullo de Brontë que cualquier guerrero debería tener (o al menos eso parecía) -. ¿Eres acaso una entrenadora personal del palacio?

Su respuesta le devolvió algo de la felicidad perdida que tanto buscaba y se echó hacia delante en el sofá.- Verás, existe una manera de que consigas experiencia el doble de rápido y que aprendas hechizos de alto poder. Pronto estarías a nuestro nivel. Te lo explicaré. Después de las pérdidas sufridas en Brontë, mi Señora Flavia busca encarecidamente mujeres capaces y eficientes que puedan protegerla. Siempre ha sido una mujer febril. A cambio, te enseñará nuevas habilidades de combate y una mayor experiencia en batalla, así como hechizos nuevos. Sin embargo, existen dos condiciones que debes jurar: la primera es completa lealtad a Mi Señora. La segunda, es que debes guardar celibato. A mi no me preguntes, yo no he puesto las normas.- Rió, algo más aliviada de sus penas al haber hablado tanto. Sin duda, estaba más animada.- No tienes que responderme ahora. Piénsatelo. Si realmente quieres superar a tus compañeros con creces, la líder se ocupará personalmente que así lo hagas. Aunque es algo que debes valorar tú.- Acabó, contenta.

-Piensalo, ¿vale?- Dijo guiñándole un ojo.- Por supuesto si tienes alguna duda, pregúntame.

Sus palabras me callan por completo. Mi cara falla al intentar esconder el asombro. No me había dado cuenta de que Branne fuera una de las chicas de la líder flamma. Su oferta me dejó de piedra por unos instantes... Para ser sincera, Flavia me resultaba un poco indiferente, pero aquéllo que se me ofrecía era sin duda una oferta que no podía rechazar. Hacía mucho tiempo que buscaba un reto y nuevas formas de renovar mi estilo de lucha, y aquella oportunidad se me había presentado en el momento más inesperado, justo el día que me sentía generosa y me atreví a hablar con una desconocida compañera del palacio. tenía mucho en lo que pensar, pero una respuesta rápida que dar.

- Vaya... Me siento realmente afortunada... - todavía seguía pensativa, sin saber cómo reaccionar.

Sonreír, tenía que sonreír, estaba contenta, ¿no? Una sonrisa sincera -qué raro se me hacía- se dibujó en mi cara y fue entonces cuando me sentí preparada para hablar y dejar a la Elektra de siempre salir.

- A ser verdad, me considero una dama bastante capaz y eficiente para... servir - pronuncié la última palabra con dificultad, pero era un reto a superar, al fin y al cabo, no todo en Brontë podía ser rosas -. Como ya he dicho, no podría rechazar una oferta que implicase una mejora de mis condiciones de lucha. Sin embargo, un juramento de lealtad es algo bastante serio que necesita algún tiempo de meditación.

Quizás no era el mejor momento para tomar la decisión, necesitaría pensar en el tema con la cabeza fría; sin embargo, alguna parte de mi mente se moría porque respondiese con un gran "sí" al momento.

- No te voy a mentir, la idea es bastante tentadora, pero tengo miedo a precipitarme - oculté una pequeña risa con la mano derecha -. Sin duda no tardaré en dar una respuesta definitiva.

-Consúltalo con la almohada.- Rió mientras se levantaba para luego estrecharle una mano.- Decidas lo que decidas, ha sido un placer conocerte, Elektra.- Se despidió con una sonrisilla.

-Bueno, ahora debo irme. Mi Señora se encuentra con una salud algo delicada y debo supervisarla. Estaré rondando esta zona con frecuencia para que me encuentres pronto ya sea para decir un sí o un no. Venga, hasta otro momento. ¡Chao!


Y entonces desapareció de golpe.


*se va*