Sala común

La ceja se me frunce en medio de una frase, y alzo la vista de la lectura de forma sutil primero y, tras evaluar a Lyam, más evidente. Creo que es hora de que deje las cosas claras. A veces hay que hacerlo.

-Lyam... -. Esbozo una sonrisa, algo tirante, aunque todavía sosegada y con tono amable-. No me saludes de ese modo. Sabes que soy una persona con altas tendencias al mal humor.

Asiento suavemente, mirándolo a los ojos, como pidiendo su confirmación. Luego lanzo una breve mirada a su libro, apenas un instante, y despues a mi carta, aún a medio leer. No es su presencia lo que molesta, claro, pero empezando con un "milady" no llegará muy lejos.

Notó cómo la sonrisa se le borraba al escuchar su respuesta, y cómo un ligero rubor cubría sus mejillas, y asintió.

—Claro. —Volvió a asentir—. Ya sabes que soy muy dado a las tonterías. —Se pasó la mano libre por la nuca, observando la chimenea durante unos segundos. Luego añadió, mirándola de nuevo—. Tal vez sea demasiado dado a ellas...

Negó con la cabeza. Después observó a la chrysos con más atención que antes, reparando entonces en su pelo húmedo y en la carta que tenía en las manos. Dio un paso adelante, volviendo a esbozar una sonrisa, más suave que la anterior.

—En fin, ¿qué tal estás?

Esbozo una sonrisa, entretenida. De modo que tengo el poder de hacer que se arrepienta de sus actos... Es algo interesante, sinceramente.
Enarco ambas cejas, alzando ligeramente el mentón, con arrogancia.

-No soy nadie para juzgar tu forma de ser, pero quizás yo no sea la persona más adecuada para abusar de ese tipo de cosas-. Niego, para mí, con el gesto relajado.

A su segunda pregunta, me tomo un momento antes de responder, buscando la información adecuada para evitar responder con un seco "bien, y tú". La mirada se me desliza hasta la carta a medio leer, sin quererlo.

-No puedo quejarme. Estoy teniendo una existencia bastante pacífica. Hoy, por ejemplo, he entrenado un rato -. Le devuelvo la pregunta, con un gesto de cabeza. No estoy muy habladora, hoy.

Rió con suavidad, torciendo después la sonrisa, al ver el gesto altivo de la muchacha. No respondió inmediatamente a su comentario, sino que antes tomó asiento a su lado.

—No eres la persona adecuada porque no te gustan, pero dudo que pueda decir tantas tonterías con cualquier otra persona de palacio. —La miró—. Supongo que mi yo más infantil ha muerto aquí y ahora. —Suspiró, con cierto dramatismo, bajando un segundo la vista al suelo—. Descanse en paz, yo infantil. Durante años has sido lo suficientemente cargante como para molestar a cientos de personas indeseables.

Negó con la cabeza. Después sonrió, mirándola de reojo, y apoyó la cabeza en el respaldo. Durante un instante, su vista volvió a posarse en la carta que tenía entre las manos; mentiría si dijese que no sentía cierta curiosidad por ella, pero no pensaba indagar en la vida de la chica.

—Mi existencia también está siendo pacífica —respondió, imitándola—. Hoy, por ejemplo, he hecho lo mismo que llevo haciendo los últimos meses, que es básicamente leer y, si hay suerte, charlar con alguien. —La miró de nuevo—. Hoy he tenido suerte.

Se encogió de hombros.
Visto así, su existencia no era pacífica, sino simplemente aburrida.

Suspiro, como si l que voy a decir me representase un enorme trabajo. De hecho, así es. Me cuesta decir cosas como esta.

-Un comentario, de vez en cuando, no está mal -admito, tomándome un mechón entre los dedos, pensativa-. Incluso yo acepto algo como eso. Pero sin excesos, por favor. Y nada de milady. Tuve un novio una vez que me llamó "princesa", y no me duró- finalizo, tajante.

El motivo no era haberme llamado eso, por supuesto, pero fue uno de tantos. Ningun duraba, de todos modos. Es una mala excusa. Pero ese tipo de cosas no se las perdono a nadie.

-¿Has probado a correr un rato por el bosque? El aire puro limpia los pulmones y es bueno, también. La actividad activa el cuerpo.

Compuso una mueca de desagrado, teatral, mirándola todavía.

—¿Princesa? ¿A ti? —Apartó la vista, con el ceño fruncido y la nariz arrugada, enfatizando su mueca—. Ugh. Cómo se le ocurrió siquiera. —Negó con la cabeza—. Definitivamente, ese hombre no sabía lo que decía. Ogro te pega muchísimo más.

Volvió a negar. Luego, recobrando la seriedad que se suponía que debía tener, y componiendo una pequeña sonrisa, asintió.

—Pero nada de milady, captado.

Ensanchó la sonrisa. Durante unos segundos se preguntó cómo sería aquel antiguo novio de la chrysos, pero no dijo nada al respecto. En su lugar, se centró en responder a su pregunta, negando primero lentamente y después hablando:

—Hace bastante que no hago ejercicio, la verdad. —La miró—. Podría probar, no obstante, aunque se me antoja bastante... aburrido. —Permaneció unos segundos en silencio; luego, alzando ambas cejas y ladeando la cabeza, asintiendo mientras, añadió—. Aunque tampoco es que lo que hago normalmente sea la definición de diversión.

Lo miro, escéptica, hasta que acaba. Entonces, nuevamente, relajo el gesto y asiento conforme. Creo que no hará falta hacer ninguna referencia más al respecto. Es suficiente. Que, por lo que veo, cuanta más cancha le doy más se excede.
Esbozo una nueva sonrisa.

-Si generas una rutina, puede llegar a ser divertido. A mí me satisface notar cómo mis capacidades están al máximo, y me siento flexible, veloz y dispuesta. Es bueno para aligerar un poco la cabeza -. Me encojo de hombros-. Después de tanto leer...

Dieta sana y ejercicio..., lo mejor para el cuerpo. Incluso él podría ganar algo de masa corporal. Le vendría bien. Aunque no soy su madre y no insistiré.

Le devolvió la sonrisa, encogiéndose levemente de hombros.

—Bueno, supongo que podría intentarlo. —La miró—. Aunque soy muy malo con las rutinas y los horarios y todas esas cosas. —Frunció el ceño, asintiendo—. Soy un desastre.

Apoyó de nuevo la cabeza en el respaldo, observando durante unos segundos el techo. Parpadeó. Y finalmente, en un tono más bajo que el que había usado antes, añadió:

—Además, últimamente sólo leo ficción, nada complicado. —Bajó la vista, sin moverse, para observarla—. Libros de caballeros y esas cosas.

Mantuvo la mirada unos segundos antes de posarla en una de las paredes, desinteresado.

Asiento, conforme con su decisión. Aunque de proponerse cosas no se vive. Lo interesante es llevarlo a la práctica. Yo misma me he descuidado bastante y debería empezar a esforzarme más. Lo que hago no es suficiente.

-La rutina ayuda a llevar un estilo de vida saludable -digo sin más. Tan siesa como mi padre.

Cuando menciona los libros de caballeros no puedo evitar dejar ir un bufido, una risa. Niego varias veces, entretenida, y termino por mirarlo.

-Cuidado, no se te vaya a poner cara de Dehnel -bromeo, apoyando la cabeza, ya seca, en el respaldo.

Pliego la carta. No creo que la acabe aquí y ahora. Aunque estaba siendo interesante. Incluso me ha hecho sonreír.

Rió con suavidad.

—¿Eso lo decía también tu padre? —preguntó, divertido, mirándola nuevamente. Negó suavemente—. Seguro que sí.

Esbozó una amplia sonrisa. Y cuando la chrysos habló, volvió a reírse.

—¡Debería sentirme ofendido por semejante insinuación! —La miró—. ¿Cara de Rick Dehnel, en serio? —Frunció el ceño, manteniendo la sonrisa—. Por favor, me harían falta miles de libros de caballerías y engordar unos cuantos kilos para parecerme un poco a Rick Dehnel.

Negó con la cabeza. Rick Dehnel. Increíble. Ni aún leyendo todos los libros de caballerías acabaría pareciéndose lo más mínimo a Rick Dehnel. De hecho, la única forma que tenía de parecer un poco al flamma era tiñéndose el pelo de rojo, y ya lo había probado en el pasado y había descubierto que había sido una mala idea, así que esa situación jamás se daría.

Apoyó la mejilla en el cojín, mirándola.

Me encojo de hombros, con suavidad, seca.

-Lo digo yo. Quizás él lo dijera alguna vez, pero no diría que era algún tipo de lema. Todo el mundo dice cosas semejantes alguna vez-. Alzo las cejas, interrogante, mirándolo. Al final no es más que una frase cliché-. ¿No?

En cuanto a su respuesta, no puedo sino esbozar una sonrisa entretenida. Interesante giro.

-Es un hombre físicamente atractivo -murmuro, apartando la vista deliberadamente, divertida, ruin, con una sonrisa maliciosa.

Muevo el sobre en los dedos. Los kilos no sobran si son músculo, a no ser que sean excesivos. Sobran, sin embargo, si se comen al cerebro. Ese es el problema.

Asintió.

—Por supuesto.

Le sonrió. Y como no tenía nada más que añadir, pues no había nada que añadir, permaneció en silencio, observándola, hasta que ella habló. Entonces, dramático, frunció el ceño y separó los labios, formando un gesto de alta y falsa indignación en su rostro.

—Eso me ofende aún más. —Rió. Luego preguntó—. ¿Acaso yo no soy un hombre físicamente atractivo? —Se acercó un poco a ella—. ¿Y acaso no soy mucho más interesante que él? ¿Huh?

Curvó los labios.

Enarco una ceja, escéptica, aunque manteniendo la sonrisa. Tengo un par de cosas que objetar a toda su indignación.

-Bueno, te faltan diez kilos de músculos para empezar a competir en una liga semejante -me limito a decir, repasando el borde del sobre con los dedos, reforzando la sonrisa, desafiante. ¿Acaso no es cierto?-. Y no tiene mucho mérito que alguien me parezca más interesante que Dehnel, he de decir. Búscate otra cosa, mejor.

Estiro las manos hacia el techo, desperezándome con deleite. Ni un crujido.

Rió.

—Eso no ha respondido a mi pregunta. Tal vez sea atractivo dentro de mi liga, que, por cierto, es la de muchos hombres. —Asintió, sonriente—. En serio. Lo que pasa es que en este Palacio están todos hasta arriba de sabe Mithos lo qué.

Ensanchó la sonrisa, divertido, y se tomó unos segundos para pensar su siguiente comentario. Cuando finalmente se decidió por una nueva respuesta, susurró, acercando la mano derecha para tomar uno de los cortos mechones de la chrysos:

—Seguro que soy más divertido.

Niego suavemente, escéptica, sin abandonar mi expresión entretenida. Aquí mis gustos están claros, y esto es así desde siempre.

-Corrijo. Harían falta varios hombres como tú para hacer un verdadero hombre- comento, incisiva, casi diría que malvada.

Vuelvo ligeramente la cabeza, en dirección contraria a su rostro, cuando toma mi mechón, haciéndolo tensarse, mirándolo de reojo, recuperando un momento la seriedad. De nuevo, una sonrisa, diría que burlona.

-Me río bastante de los dos. Tendría que calibrarlo -ataco, de nuevo, con tono sereno, como si comentase un dato cualquiera, insignificante.

Hago amago de contener un bostezo, llevándome discretamente la mano a los labios. Otra rutina insana, por supuesto, acostarse a estas horas.

Suspiró. Aquello empezaba a ser malicioso de más.

—Está bien, está bien. Lo que tú digas.

Cuando la chrysos volvió la cabeza, haciendo que el mechón que él había cogido se tensase, volvió a suspirar, soltando al instante el mechón y volviendo a recostarse en el sofá, apoyando de nuevo la cabeza en el respaldo y mirándola de reojo. Sonrió cuando escuchó su respuesta, y volvió a asentir.

—Entiendo, entiendo. —Alzó la vista. Segundos después, frunció el ceño—. ¿Entonces por qué me haces compañía, huh?

De soslayo, le lanzó una corta mirada, pinchando justo después su mejilla con el índice.

Esbozo una sonrisa, satisfecha, relajándome un poco. Tampoco es mi intención torturarlo. O sí. A veces yo misma llego a dudarlo, tras pensar de nuevo las cosas que digo. Dudo, de todos modos, que eso sea algo relevante ahora mismo. Estoy de buen humor, pero no es mi mejor día. Estoy, más bien, algo cínica.

Su pregunta me hace alzar ambas cejas, y nuevamente adopto esa expresión arrogante que creo que me caracteriza. ¿No se está echando muchas flores?
Permito que me toque con el dedo en la mejilla, por infantil que resulte, mirándolo un instante. Entonces me levanto, lenta, sin prisa.

-¿Hacerte compañía? Creo que has sido el último en llegar, ¿no? -inquiero, burlona, guardándome la carta en un bolsillo-. Creo que me voy a retirar por hoy. Estoy cansada. Es tarde -murmuro luego, más seria, dejándome de tonterías. No son horas.

Sin moverse, observó cómo se levantaba, curioso, dedicándole después, cuando la chrysos se irguió del todo, una corta mirada a una de las ventanas. Debía ser bastante tarde.

Volvió a mirarla cuando habló, sonriendo ampliamente.

—Si te molestase, podías haberte ido. Seguro que cuando ves a Dehnel no te quedas charlando con él. —Ensanchó la sonrisa—. Además, no siempre soy el último en llegar. Y, bueno. —Suspiró—. Creo que todo el mundo sabe que me gusta hacerte compañía. No mucha, tampoco te creas: la justa. No eres tan especial.

Alzó las cejas. Después se levantó, sujetando el libro con la derecha, estirándose con descaro y notando cómo la espalda le crujía. La miró, y se acercó a ella, intentando coger su mano derecha con la que él tenía libre, reteniéndola un segundo.

—¿Te apetecería ir algún día al pueblo? —Tragó saliva—. No tiene que ser mañana, ni pasado, ni esta semana si no te apetece. Pero, eh. Algún día de estos... Para dar una vuelta y, no sé, ver algo diferente. —Se encogió de hombros—. O algo así...

Dejo ir ligeramente el aire por la nariz, esbozando una sonrisa, como muestra muda de una leve risa contenida. De acuerdo, ha dicho algo sobre Dehnel que sí es cierto. No se lo negaré esta vez, ni por el placer de estresarlo un poco más. No soy de jugar demasiado. Ni siquiera de pequeña lo era.
No tengo mucho que decir al respecto. De hecho, me estoy marchando cuando me retiene, haciendo que me vuelva suavemente de nuevo para mirarlo.
Lo que dice me trae recuerdos. y ya hacía tiempo, eh.

-Una cita -verbalizo. No es una pregunta. Me encojo de hombros, asintiendo sin muchas florituras, seca-. Claro. Supongo que no se trata de nada vinculante. Está bien cambiar de aires. Avísame cuando te apetezca.

Ya tengo planeado ir al pueblo con Massen, y ahora con él. Incluso a Corbin le comenté algo un día. Supongo que las actividades serán diferentes, pero puede ser entretenido. Más que no hacer nada y estar encerrada, por supuesto, aunque a eso también tengo que ponerle fin enseguida.

Parece que así queda. Él mismo se encargará de elegir la fecha, supongo, y de comunicármela. Vaya agenda apretada me surge de pronto.

Me estiro con más disimulo que él. Parece que al final también se marcha, así que salgo delante y dejo que él cierre la puerta.

*se van*

Tras semejante aventurita en Caligo, debo decir que estoy bastante satisfecha. No esperaba que las cosas salieran exactamente así (ni parecido, en realidad), pero por más que intente convencerme de que he ganado una responsabilidad y eso es un asunto muy serio, no puedo evitar la alegría de poder encargarme personalmente de cachorro. Cumpliré con él. Me lo he propuesto muy seriamente.

El pequeño aún me tiene algo de miedo, pero teniendo en cuenta los cambios por los que ha pasado en su corta vida, creo que me considera lo más seguro ahora mismo. Me hubiera gustado poder mezclarme más con el olor de su madre, pero tampoco voy a pedir imposibles. Pronto, por más que me entristezca, la habrá olvidado. Y, mientras tanto, yo debo protegerlo y cuidarlo.

Es demasiado pequeño. Tanto, que me he visto en problemas para conseguir todo lo que necesita. De la pata he podido ocuparme fácilmente, pero la comida no deja de ser un problema. Lo he alimentado como he podido, y ahora que estamos de vuelta espero poder hacerlo con más facilidad. He conseguido un biberón para él y la colaboración del servicio para obtener leche siempre que la necesite. Por lo demás, me he encargado de que tenga una cama, aunque sea provisional, y llevo con él todo el día, pendiente de sus necesidades o caprichos.

A la hora de la cena, prefiero llevármelo a la sala común. Después de todo, allí no nos molestarán, y nadie se quejará de qué hace un animal en el comedor. No tengo ganas de probar cómo de tolerante es la gente con estas cosas. Sentada en un sofá, lo acomodo y le ofrezco el biberón. Espero poder destetarlo pronto. Aunque sé cómo cuidar animales, tendré que informarme sobre él en concreto. Por ahora hago lo que puedo.

*se queda*

Ya he comido, ya he entrenado, ya me he dado una ducha... ¿Qué más puedes hacer aquí cuando estás tan sola como yo? Pues ir a rascarte las pelotas a algún sitio a ver si encuentras a alguien a quien tocárselas. Y a eso me dispongo al entrar aquí, en la sala común, donde como su propio nombre indica, es un rollo estar gastando el tiempo en no hacer nada divertido. Pero hay alguien, así que todo está...

...

Todo...

Todo está...

Siento enseguida cómo un ligero rubor acude a mis mejillas. Eso se siente, que nadie pregunte. Un nudo en la garganta es lo siguiente, y luego un cosquilleo... ¿Quién es Gerald?
Yo...
Yo...

-¿No es acaso la cosa más...? -. ¡¿Qué clase de frase de nenaza vas a decir?! Niego repetidas veces, recuperando la compostura, mirando a la flamma-. Buenos ojos te vean. ¿Tanto necesitabas un hijo que has adoptado un...? ¿Qué es eso?

Y ahora acércate con expresión anodina, asco incluso. No, estás avanzando demasiado rápido, Fifi. Venga... Que me deje tocarlo, que me deje tocarlo... Tú muy seria.

La voz de la caeruleus me pone alerta. También el pequeño se queda muy quieto, repentinamente interrumpido en su cena. Mierda... ¿No puede ni cenar en paz? Instintivamente, lo cubro ligeramente, dándole unas caricias para tranquilizarlo. Miro a Frikka con cierto aire agresivo, hasta que consigo relajar un poco el gesto. Aún alerta, vuelvo la vista al pequeño, asegurándome de que está bien, y le ofrezco de nuevo el biberón. Se me arrima un poco y continúa su cena. Eso es, precioso.

Muestro al fin una pequeña sonrisa, sin volverme a mirarla, demasiado preocupada por que Vilo esté bien. Una vez haya cenado, veremos.

-Es un vulpus -explico con voz suave, tratando de no alterarlo-. Acabamos de llegar de Caligo. Una misión. Su madre lo abandonó por una cojera, así que lo he cogido a mi cargo.

Está comiendo... Está comiendo... Es como la cosa más bonita que he visto en mucho tiempo, y come de un biberón como si fuese un bebé, pero no es un bebé, lo que lo hace cien mil veces mejor todo...
Borro la sonrisa que se me empieza a formar y vuelvo a mirar a Lea. Al menos así evito poner cara de gilipollas.

-Ah... -. Asiento, algo seca, conteniendo las ganas de mirarlo de nuevo-. Qué rollo, eh... Ahora, además de estar ocupada con tus cosas... Ya sabes... Una putada...

Roto los ojos, evitando mirar al pequeño. Venga, Frikka, o sacas conversación o te largas, pero el ridículo no.

-¿Fue bien la misión? -inquiero, por decir algo, mirándola de reojo.

Tampoco le queda mucho de la toma, y pronto decide que se ha cansado. Paladea un poco, apartando el biberón y relamiéndose, y acaba por bostezar, aunque no se acurruca. Está atento, después de todo. Tampoco se fía mucho.

Lo pongo sobre mi regazo, acomodándolo de forma que la patita, entablillada, no le sea una molestia. Procedo entonces a acariciarlo, tratando de que se relaje. No está del todo cómodo y lo sé, pero tendrá que aprender a no sentirse amenazado.

Niego con la cabeza.

-No me molesta cuidarlo -replico con una sonrisa, al tiempo que masajeo al pequeño detrás de las orejas-. Desde luego, no iba a dejarlo solo en mitad de la nada. No es más que una cojera, se le pasará. Estoy deseando verlo corretear por ahí.

Inclino la cabeza a un lado y a otro, tratando de no parecer muy avergonzada. La verdad es que fue un completo desastre. Al menos, el resultado fue positivo.

-No diría que fue fácil -admito, ocultando la incomodidad del tema-. Lo pasamos mal en algunos momentos. Resulta que dimos con unos furtivos y... Bueno, la cosa se complicó bastante. Aunque al final todo salió bien.

Al final caigo, y termino contemplando al cachorro mientras come, conteniendo por lo menos la sonrisa de estúpida por el bien de mi renombre como chica dura. La escucho mientras habla, por supuesto, pero esa historia tan trágica no me afecta: no soy una mujer de dramas, soy más de... No sé de qué soy, pero los dramas no me entristecen. El bicho, sin embargo, es adorable. Ya está, ya lo he dicho.
Y yo también estoy deseando verlo corretear, pero no te lo voy a decir, mala pécora. Mira qué cosas te traes y qué me obligas a pensar...

-Si todo salió bien, entonces todo está bien -comento, encogiéndome de hombres, mirando a Lea un instante. Me ruborizo, ligeramente, de pronto. Venga, va, solo una vez-. ¿Podría...? ¿Puedo...? -. Venga, tía dura-. ¿Se puede tocar o es un cobarde?

Un llanto que pasa por el pasillo, solo un momento, me hace arrugar el ceño. Miro un instante hacia la puerta, cerrada. ¿Ero era...?
Bah...

Espero la respuesta. Eso es lo que quiero.