Sala común

Por más que intentara tranquilizarlo, era evidente que no iba a conseguirlo. Dudaba que fuera una cuestión de sonrisas y gestos de calma. Tragué saliva. Se sentía incómodo. Era perfectamente visible. Y yo lo veía todo cada vez más frágil.

-No pasa nada -respondí, muy seria, tratando de sonar tan sincera y tranquila como me fuera posible-. De verdad. No tienes que disculparte. Yo quiero que... las cosas vayan bien entre nosotros. No quiero que estés incómodo o nervioso. Quiero poder disfrutar estando contigo. Como siempre.

No pude evitar una pequeña sonrisa a su comentario. Sonaba tierno, tan perdido y confuso. Aunque no era bueno en absoluto, claro. Solté un pequeño suspiro y me froté un momento la cabeza.

-Sé que voy a sonar a vieja absoluta -declaré-. Pero es normal que te sientas así. Has crecido mucho últimamente. Supongo que no solo en lo que se ve a simple vista. Es normal que no seas capaz de acostumbrarte a un cambio tan brusco. A mí también me pasa, aunque ahora lo llevo mejor. Creo que pasará. Para todos.

Tragué saliva, temiendo el silencio venir de nuevo. Aunque casi era peor romperlo.

-¿Te gusto yo, Jun? Y no digo como amiga -. Al final no pude contener la pregunta.

La miro un momento, de reojo. De repente parece la mediadora de algo. Pero no hay nada que mediar. Ya está. No pasa nada.
Pero estoy incómodo. No debí haber hecho eso. Me dejé llevar por la típica historia, por la muerte y el carpe diem y todo lo relacionado. No tiene nada que ver con la realidad. Uno no debe lanzarse de esa forma. Va en contra de la ciencia y en contra de la lucha. No creo que los que hacen este tipo de cosas salgan bien parados.
No sé qué las motiva.
Supongo que situaciones inusuales. Era una situación inusual.

-Las cosas irán bien –aclaro con un asentimiento, con la vista fija en el fuego-. Como siempre –tranquilizo, con el mismo tono escogido, calmo.

Llego a mirarla de reojo cuando menciona lo de crecer. Supongo que los cambios hormonales son un punto en mi contra. Juegan con el cuerpo, es normal. Parece que haya recibido dosis innecesarias de diferentes tipos, y ya normalmente a estas edades se descontrolan… En mi caso supongo que habrá sido una reacción física involuntaria producida por eso.

Entonces hace otra pregunta y me tenso de nuevo. No sé por qué insiste en una vía que ya hemos descartado.

-No sé cómo se sabe eso –me limito a hacerle llegar-. No sé. No.

No. Somos amigos. Eso está claro. No quiero iniciar ningún tipo de relación extraña. No quiero contactos que vayan más allá. No estoy preparado para esas cosas. No quiero pensar en algo como en el contacto físico, el sexo, ni en lo que le precede.
Esas cosas no me interesan.

Era evidente que estaba tenso. Muy evidente. De hecho, casi parecía enfadado. Sentí un nudo en el estómago. Aquello no era lo que quería. Yo quería que todo estuviera como siempre. No quería pelearme con él. No quería que me hablara con frases cortantes, dándome la espalda, con ese tono tan frío.

Me encogí de nuevo, abrazándome las piernas, un tanto más tensa. Bueno, era normal, ¿no? Yo misma lo había dicho. Estaba creciendo y era difícil. No pasaba nada. La próxima vez ni se acordaría. O eso pensaría de no ser por la última vez. Cada vez parecía un terreno más resbaloso. De verdad daba mucho miedo.

-Vale -murmuré, tan bajo que casi ni yo misma me oí decirlo.

Me siento algo ausente. Cuando escucho un murmullo, que resulta ser ella, claro, llego a girarme.
Alzo las cejas. Su aspecto no es el mejor, que se diga. Eso es preocupante. Yo no quiero causarle problemas. De hecho, mi intención no era ninguna, y por tanto esa no. Pero de ser una nunca sería esa.

Enseguida compongo una sonrisa, tranquilizador.
No ha pasado nada. Solo me extraña mi actitud. Es algo normal. Ella misma lo ha dicho. Un comportamiento arbitrario relativamente esperable. No pasa nada.

-Creo que elegiré agilidad. Pensaba en resistencia o fuerza, pero realmente mi intención es evitar los conflictos. Así que lo mejor es agilidad. Para poder evadirme cuando sea necesario –le expongo.

No me tiembla el tono. Es normal. Yo escojo cómo quiero que suene. Sería un poco tonto elegir uno bajo y tembloroso.
Así eliminaré la incomodidad.

No insistí en lo más mínimo cuando quiso cambiar de tema. Me entristecía ver cómo la conversación moría una y otra vez, pero no tenía más remedio que aceptarlo. Asentí con suavidad, esbozando una sonrisa escueta.

-Parece buena opción -declaré-. Bueno. Supongo que todas lo parecen, pero... Ya me entiendes.

Suspiré. Al final todo aquello me estaba dejando agotada.

-¿Te parece si vamos al comedor? Tengo algo de hambre, que a estas horas...

Asiento. Así es como es. Potenciar habilidades es una gran capacidad. Ya sea fuerza, velocidad... Lo que sea. Todo ello parece buena idea.
Está bien así. Haré eso, por ejemplo.

Asiento de nuevo a su pregunta, con una sonrisa algo tensa.

-Por supuesto. Es tarde. Aún no he cenado. Y empiezo a estar cansado. A estas horas ya suelo estar en cama.

Así que decidimos eso. Espero a que se levante y voy delante. Prefiero ir delante.
No sé qué cenaré. No tengo demasiada hambre. Algo ligero, pero apto...
Debería comer más verdura, pero no me gusta mucho. Quizás algo de sopa...
Eso estará bien.

*se van*

La sala común. En este lugar me siento cómodo. No deja de ser el lugar más (a mi parecer) lujoso o... estiloso de la zona y eso me hace sentir relajado.
El fuego en esta época siempre es un buen aliado y, auque si es muy vivo puede resultar molesto, cuando yace tenue y tranquilo, tumbado sobre las cenizas anteriormente consumidas es, sin duda, gratificante.

La vida ahora en Brontë está siendo un paréntesis enorme. Me siento perdido. Obligado a permanecer en estos muros desatendiendo mis obligaciones como padre y marido. La comunicación con carta es prácticamente nula. Ni me atrevo ni me apetece, paradójicamente, hablar con Summer. ¿Qué contarle? Nada merece la pena y mi situación sólamente la entristecería más. Sólamente le he contado lo de mi mano... al menos ahora puedo moverla. Hacer palanca.


Me dejo caer en un butacón y echo la cabeza hacia atrás. El sonido del reloj me estresa. ¿Por qué tiene que recordarme a cada instante todo el tiempo que estoy perdiendo?
Extiendo mi mano protésica al techo y la observo.
No sé qué hacer con esta vida impuesta.
Yo ya tenía una.

*se queda*

Aprovenchando la larga noche, Agatónico y yo hemos decidido jugar al escondite. Es un entrenamiento tan positivo como divertido: yo me vendo los ojos y lo busco, para ponerme en su lugar. A veces jugamos de día y es él quien me busca. pero siempre se aburre pronto y me lo encuentro dormido en cualquier rincón después de pasar horas escondida.

Hoy le he encontrado ya dos veces, con el consiguiente premio de picornio para él, pero esta vez me está costando más. Me guío por el tacto de las paredes, siguiendo un pasillo. Pero de pronto escucho un sonido a mi derecha y cruzo el umbral de una puerta, confiada.

-¡Te pillé!- grito quitándome la venda de golpe. Pero no, el ruido no ha sido Agatónico, sino un hombre en un sofá. No sé muy bien cómo he llegado a la sala común, pero es mucho más lejos de lo que esperaba estar.Eso me pone de buen humor: me demuestra que no necesito extremadamente la vista. Agito la mano, alegre, y me dirijo al hombre-. ¡Hola! ¿No habrás visto un mecña por aqui, verdad?

Ahogo el sobresalto como un caballero de la mejor manera que puedo y le veo alzando una ceja. Como no: otro rarito de Brontë. Rarita, en este caso.

-¿Un mecña?- Reviso la penumbra de la sala, únicamente iluminada por un par de antorchas y la chimenea casi extinguida, por lo que veo bastante bien.- No, lo siento.- Me levanto y apoyo una mano en su hombro con pesar (y con asco enmascarado. Al fin y al cabo: es Claritas). - No tiene pinta de estar por aquí.

La rodeo un instante. No la he visto nunca y, si lo he hecho, poca atención le he prestado. - Alexander... Alexander...- Me ahorro el apellido.

FdR: Nagorr le ha condenado a apellidarse Kettleburn por ciertos motivos vengativos. Odio a ese enano.

- ¿Tú?- Intento ser amable. Aunque me cuesta. No deja de ser una claritas. Y eso me recuerda a Hewina. Y Hewina sólo despierta odio en mi. Mithos... ¿dónde estará? Espero que lejos.

Vuelvo a la conversación.- ¿Acaso es tuyo ese... monstruito?- Me cruzo de brazos. Espectante.

Contengo una mueca de decepción cuando me dice que Agatico no está allí. ¡Tenía que haberlo estado, maldita sea! Ahora podía encontrarse en cualquier punta del castillo. Tendré que preparle una trampa anti-mecñas-tramposos-que-no-están-donde-deben.

Sin embargo, el hombre parece agradable. Eso está bien. Ni siquiera haber perdido el juego nubla mi buen humor y me siento dispuesta a tener compañía. Últimamente me estaba asalvajando un poco.

- ¡Vaya, qué manos más suaves tienes!- exclamo sonriente-. ¡Encantada! Yo soy Ío Étoile, cabeza de la revolución y condena del malvado y el avaro- finjo una cómica sátira de reverencia. Llevo días practicándola: así podré burlarme de los sucios burgueses cuando deba saludar. Es la primera vez que lo pongo en práctica con... vaya, con una persona real, y no puedo esperar a ver su reacción.

Recorro la sala, solo para comprobar que Agatónico no esté amagado detrás de un sofá o en cualquier rinconcito demasiado oscuro para mí. Mientras tanto, continuo con la conversación.

- Sí, Agatónico es mi compañero. Fui hasta Cáligo a buscarle, porque la amistad entre especies no conoce frontera de continentes alguna. Estábamos jugando al escondite, pero creo que he perdido... y a él también.

Me quedo tieso. Acariciándome el dorso de una mano con la otra al escucharla y... verla, en general.- Oh... vaya.- A mi siempre me ha gustado ser avaro y bueno... he de reconocer que un cielo no he sido... ¿Acaso es esta mujer un anti-yo?- No me gusta como suena eso de "revolución".- Añado, tanteando el terreno.

Eso debería estar prohibido. Que Claritas entrasen en mi país. Así. Porque sí. Es decir... Barthemius... lo entiendo. Es un lacayo. Pero nuestras sagradas tierras no deberían ni ser vistas por sus ojos. Cuanto menos tocadas con sus pies.

Sin embargo: sigo manteniendo un tono cordial, aunque en mi frente ya se puede observar una vena que denota cierto grado de tensión y ganas de echarse al cuello de esa mujer.

-Bueno... me has encontrado a mi...- Resuelvo.- Aunque no creo que eso sea de... tu agrado.- Termino girando mi mano metálica en círculos. - Creo que... somos demasiado distintos...- Dejo caer.

No quiero decirle que he sido un maltratador de los de su raza, pseudoasesino, maltratador de piscis también, ladrón, embustero, defraudador de impuestos y jugador ilegal.
No es una imagen que se de a la gente.- Creo que soy... demasiado "noble".- uso mis dedos para dibujar comillas en el aire.- Por lo que veo.

No hay nada debajo de los sofás. Ni sobre la chimenea ni detrás de las cortinas. Rebusco detrás de los cojines, pero nada. ¡La guía espiritual de la Revolución no puede estar equivocada en algo así! Mis instintos libertarios me dicen que iba por un buen camino para hallar a mi presa, he de estar en lo cierto.

Perdida en mi búsqueda, capto las palabras de Alexander como algo lejano y contesto vagamente.

-¡Ah, pero la revolución será algo glorioso!- manotazo al cojín-. Al fin se escuchará a aquellos que no han tenido voz hasta ahora - lo coloco de nuevo antes de atacar al siguiente- y esas ratas como Sven y su familia tendrán el agujero que merecen.

Cuando comenta ser demasiado noble levanto la cabeza y le lanzo una mirada de arriba a abajo. Vaya, ahora que lo dice, sí que tiene aspecto de señor. Mis sentidos para sentir la sangre podrida deben estar acostumbrándose a esta vida de lujo sin sentido que llevo aquí. Aun así, algo en él me agrada. Me acerco a él e imito su gesto colocando la mano en su hombro.

-No te preocupes, Alexander. Veo en ti las llamas de quien lucha por la luz y lo hermoso del mundo. Da igual dónde hayas nacido, sin duda en la Revolución podrías hallar tu sitio. Como Agatónico, donde quiera que esté- la verdad es que comienzo a preocuparme. Normalmente aparece con mayor prontitud.

Me cruzo de brazos y tuerzo una sonrisa mientras susurro por lo bajo.- Si llevan toda la vida callados por algo será...- Comento más para mi que para nadie.



La señalo con el dedo y con la boca abierta, intentando responder o... procesar o... simplemente entender a esta tía.
Implosiona mi cerebro. A esta tía le cae tan mal Svend como a mi. Me atrevería a decir que más. - Espera un momento.- Niego con la cabeza.- ¿Quieres cortarle la cabeza al tontito?- Hago referencia al líder luminoso. - Ojojo.- Río lleno de gozo por semejante contraposición. - Creí que vosotros, los morenitos, erais los lameculos expertos del globo.- Resuelvo con un azote ligero a mi coleta.- Pero veo que queda gente decente aún. A mi, mientras no vengas a revolucionarme a mi: revoluciona lo que quieras.


-Uy sí.- Saco un pañuelo del bolsillo.- Toma, límpiate las legañas un poco. Creo que te estás equivocando de "tío bueno, cosa hermosa y no sé qué rayos"- río con sarcasmo.

Si no estuviese tan controlado por los de arriba, no me importaría echarle una mano a esta tía con tal de joder al príncipe de los unicornios y de los arco iris. Pero por desgracia, creo que, por ahora, sólamente seré un espectador de sus actos.

Le miro con fingido asco.

- Nadie con dos dedos de frente quiere estar cerca del trasero de ese... ese...- hago un ruidito repugnante con la garganta al no poder encontrar un calificativo que exprese todo mi desprecio por Sven y su culo-. Yo lucho por que todos despierten y se den cuenta un día de que nuestros problemas nacen de él. Y de todos modos - me dejo caer de golpe al sofá-, la revolución alcanzará a todo el mundo. Pero no te preocupes, contigo será clemente- le guiño un ojo.

Acepto su pañuelo. ¿Tengo legañas? Qué vergüenza, por Mithos. No puedo dar la cara por la revolución teniéndola sucia. Si me vieran mis compañeros, se me caería de vergüenza.

- Muchas gracias- se lo devuelvo, cortés. Si toda la nobleza fuese como él, la lucha sería mucho más agradable. Un poco de tolerancia, de aceptación, de saber ser y estar. Divago sobre las virtudes que un repugnante burgués debería tener para no acabar bajo el brillante filo de la espada de la justicia revolucionaria. Es entonces cuando recuerdo La Cajita.

Me levanto de un salto y la saco del bolsillo. Es prácticamente hermética, así que el olor no es perceptible hasta que la abro y la coloco en el umbral de la puerta. Es casi instantáneo. Con esperar un par de minutos basta: con elegantes movimientos Agatónico hace acto de presencia, relajado y con un aire inocente. Como si no fuera con él lo de preocuparme.

Lo cojo en brazos y se desliza bajo mi camiseta, su lugar favorito, mordisqueando su pescado. Hora de recogernos.

Me levanto y acerco a Alexander. Le abrazo con efusivdad y le doy una palmada en la espalda.

- Cuando te sientas preparado para dar el paso decisivo hacia la libertad y lo justo, sabes dónde encontrarme. ¡Chao!- y salgo alegremente de la habitación.

-Creo que hay más gente dispuesta ha hacer eso de los que crees.- Yo mismo lamería el culo de Darvenwish con tal de recuperar mi vida. - Pero pocos a Svend.- Río.

Me golpeo la frente con incredulidad al ver como se limpia. No sé si es que de buena que es es tonta o de tonta que es parece buena. Sea como sea: muchas luces no parece tener.

-Oh, vale.- Sonrío. Quizá no sea de la mejor compañía pero su comportamiento es cuanto menos divertido. Pobre diabla. Ella sola se cree que va a cambiar este horrible mundo. -Nos vemos, mataluciérnagas.- Bromeo.
Ahora me pregunto si le brillará el culo a Svend por las noches. No me estrañaría nada.

Suspiro con una sonrisa y me paso una mano por el cuello.
Me voy a comer algo.

*se va*

Nada más entrar lo veo. Tampoco es que el lugar sea tan amplio como para no hacerlo, y no hay mucho más en qué fijarse. Llego a hacer amago de estrechar los ojos, recordando un momento, porque solo lo he visto una vez y hace ya su tiempo.

-Adain -termino por decir, buscando en su gesto alguna respuesta física que me haga saber que he acertado-. Sigues aquí-. Aquí. En Brontë. Ni me acordaba demasiado de él hasta este preciso momento-. Buenas tardes -termino por decir, saludando al fin.

Es lo más educado.

Venía a escribir una carta. Es la respuesta a otra de mi Eve. Parece que el haber pasado de visita por casa ha hecho que se alboroten de nuevo y, aunque el exceso de correspondencia no suele ser de mi agrado, tampoco me quejo por un poco.

Lo miro de reojo. No sé si mi presencia estorbará su lectura. De todas formas, es fácil de evitar.

FdR- Qué sosa es XD

Su torpeza se hace patente enseguida, en cuanto se incorpora. Miro fugazmente el libro que ha caído al suelo, pero él se hace con él incluso antes de que pueda pensar en si debería acercarme a hacerlo por cortesía o no.

Alester...
No puedo evitar un resoplido, fruto de una risa contenida. Bueno, es una buena forma de condensarlo, de hecho.

-Alehyss Lester -corrijo, tranquila, con una sonrisa, aún junto a la puerta-. Buen intento.

Termino por acercarme mientras habla, aunque no voy directamente hacia él, sino que me dirijo a una butaca cercana, en la que me acomodo. Una vez lo he hecho lo miro, divertida. Desde luego, es otro de los que no dan una imagen de guerrero. Empieza a ser como una costumbre por aquí. Pero incluso la chica de gafas, Anna, sigue por aquí, por lo que él no tiene por qué ser distinto, claro.

-Creí que te habrías marchado a casa -comento, dejando una hoja sobre la mesa, en la que escribiré más tarde-. Diría que llevaba mucho sin verte. Fue la primera idea que se me vino a la mente.

Si lo pienso bien, en los últimos meses no han pasado cosas demasiado traumáticas. Si se quedó pese a que lo encerrasen en las mazmorras, supongo que no ha tenido que soportar nada demasiado duro.

-¿Has mejorado con la espada? Dehnel te enseñaba, ¿no? -inquiero, mirándolo con cierta curiosidad, aunque es una curiosidad un tanto monocorde.

No se me da demasiado bien hacer amigos, hace tiempo que lo asumí. Pero la tarde de hoy resulta un tanto aburrida.

De modo que algo "especialmente horrible". No puedo evitar enarcar las cejas ante este comentario. He de decir que mucha gente que está aquí no sabe a qué se enfrenta. Estoy segura de que yo podría llegar a calificar alguna de mis experiencias en Brontë como "horribles". No obstante...

-¿Acaso te espera en casa algo peor que el poner en peligro tu vida y la de otros? ¿Algo peor que el peligro a perder un brazo o un ala?-. Ladeo la sonrisa, mordaz-. Siento verdadera curiosidad -comento, clavando los ojos en él.

Parece que ha dejado las espadas de lado. Sinceramente, yo no lo conozco apenas, no diría que siento simpatía por él o que deje de sentirla. Pero si ha dejado de estar con Dehnel admito que me siento interiormente más satisfecha. Aunque sigue llamándolo Rick, lo que me da a entender que la relación no ha cesado.

-Yo hace mucho que no lo veo -murmuro, como una observación para mí, pero en voz alta.

Tampoco es que lo busque. Aunque en los últimos encuentros se ha comportado un poco mejor.

-Quizás podrías entrenar usando la caja que hay en la sala de entrenamiento. La del duende. ¿La has usado alguna vez? -le pregunto, tranquila.

¿Yo qué tal?
Es una buena pregunta...
Aburrida. A la espera de las noticias por parte de Massen, de la aparición de alguna misión interesante o a una llamada de madame Desmarais, entrenando como siempre y...

-Sin novedad -termino por decir-. Las cosas están muy tranquilas por aquí. No es que me gusten el caos y las luchas, pero admito que soy una persona dinámica y la calma absoluta me pone nerviosa. Tengo la esperanza de que algo cambie pronto. Llevo tiempo sin misiones.

Qué sincera, Ale.
La verdad es que llevo unos meses bastante tratable. Me estoy sorprendiendo a mí misma, día tras día, viendo que no termina esta racha tan inusual.

No responde. Eso solo hace las cosas más interesantes. Supongo que una nunca olvida lo que fue. Y yo, personalmente, mantengo aún ese resquicio que me obliga a querer saber según qué cosas. Y si me lo ponen difícil resulta más atrayente.
El ser humano es así. Tampoco es que sea una cualidad única que me pertenezca solo a mí. La curiosidad abunda.

-No te preocupes. No te acosaré a preguntas -zanjo, manteniendo la sonrisa tranquila.

Ya no tengo motivos para averiguar, como antes. Ahora lo correcto es mantener la distancia y no meterme en vidas ajenas.

El tema de Dehnel lo dejo estar. Ya he ahondado mucho en él. Demasiado. Sinceramente, no me importa demasiado su vida. Me llega con saber que no trama nada que me involucre.

-Podrías enfrentarte a ti mismo -comento, peinando un mechón de pelo tras la oreja derecha-, aunque quizás prefieras medios menos agresivos.

Porque no hay que olvidar que, a mis ojos, este hombre todavía no se ha ganado el sobrenombre de "guerrero". Aunque cuando me comenta lo de entrenar siento, de nuevo, cierta curiosidad.
Más que nada porque no sé nada de él. No sé cómo de poderoso puede llegar a ser, o sus habilidades.
Solo se que es bueno volando, y que aquí le sirve de poco.

-Supongo que es muy probable que pase algo pronto. Siempre lo es. Aunque, por experiencia, sería más agradable que no pasase. Pero para eso estamos aquí, ¿no?-. Me acomodo un poco en la butaca, dibujando una sonrisa algo incisiva-. Si quieres entrenar algún día, acepto la oferta. Pero yo solo entreno en serio -advierto.

Así lo mido un poco.

Desde luego, si no se lo toma en serio contra algo que no "es real" puede que acabe llevándose más de alguna sorpresa. Al fin y al cabo, ese duende lo obtuvimos tras la misión de Ignis, y en aquella ocasión tuvimos que enfrentarnos a nuestras copias, aunque era evidente que no éramos nosotros, porque no tuvimos otra opción. Y de no haberlo hecho en serio podríamos haber muerto. Errald cerca estuvo de hacerlo. Y, de hecho, fue allí donde Massen sufrió la herida en la cara.

-Supongo que hay gustos para todo -concedo, sin más.

En mi opinión, es una herramienta muy útil. Pero quizás él necesite entrenar algunas cosas primero.

Su seguridad, una vez más, me arranca una sonrisa. Noto la sangre bullir por un momento. Los enfrentamientos son de lo más interesante que se puede hacer por aquí. Incluso por delante del sexo, muchas veces, aunque siempre depende.

-Luego no digas que no te lo advertí -le digo, mirándolo fijamente.