Sala común

De nuevo, un resoplido. Su matiz, esa petición de que no lo corte en dos, es lo que determina la realidad. Sé diferenciar un entrenamiento de un combate a muerte, por supuesto. Pero no dejo de tener la sensación de que lloriqueará si le hago un corte.
Todo se verá, claro.

-No te preocupes. Nunca hago heridas que no se puedan cerrar. No cuando entreno -comento, con tono mordaz, entretenida.

Y parece una broma. Pero, de hecho, no lo es.

-No obstante, tendrá que ser un poco más tarde. Ahora mismo tengo que responder unas cartas con urgencia, mal que me pese -añado, torciendo el gesto, señalando la hoja que he dejado sobre la mesa, frente a mí, con un gesto de mentón-. He de admitir, sin embargo, que ahora me has generado expectativas. Si esperas unos minutos, estaré lista -propongo.

Quizás exagero. No espero de él más que de otro. Pero me quedo con esa sensación de que lo he juzgado mal.

*FdR: Rol pausado

Asiento con tranquilidad. Decir que me anima sería exagerado, teniendo en cuenta que no espero de él más que de muchos, ni siquiera lo mismo, pero ha conseguido, al menos, llamar un poco mi atención.

-Será una buena forma de entretenerse y fortalecerse, por lo menos -comento.

Me pongo pues con la carta, procurando acabar pronto para pasar a otras tareas más importantes. Tampoco es que Eve reclame información nueva, y la que ya me ha dado me basta para una temporada, de momento, por lo que no he de pedir más tampoco.

-No de la familia, es de una amiga -explico, sin entrar en muchos detalles-. No soy muy dada al correo, pero un poco no hace daño a nadie. Aunque pasé hace poco por casa y no tengo demasiadas novedades.

Él, supongo, no habrá vuelto aún, incluso con la llegada del fin del año (está aquí, al fin y al cabo), porque ha llegado aquí hace poco.

Me dedico a mi carta mientras él se mantiene en silencio. Llega a resultar algo incómodo, tengo la sensación de que estoy entorpeciendo alguna acción, pero prosigo de todos modos, sin levantar la vista del papel más que en algunos momentos que utilizo para pensar cuáles serán mis palabras. Evito, en la medida de todo lo posible, mirarlo, porque ello desencadenaría una conversación, lo que solo prolongaría más mi escritura, y cuando ya me doy por satisfecha, entonces, me detengo, contemplando el papel, releyendo un poco mientras espero a que se seque para plegarla.
Esta vez sí que hablo.

-Creo que esto ya está. Lo entregaré de camino a la sala de entrenamiento a alguien del servicio, así que por mi parte podemos ir yendo -le propongo, con una sonrisa escueta, poniéndome en pie-. Si es que sigues dispuesto a ello -añado, con un matiz más divertido en tono.

Me dejo caer, algo agotada, en uno de los sillones de la Sala Común.
En silencio, apoyo un codo en el reposabrazos mientras que con la mano me froto la sien.
Alzo los ojos y veo al fuegode la chimenea, siempre encendido, con cierta preocupación.

Cuando acepté el cargo para sustituír a Cynara nunca creí que esto iba a ser tan agotador. Me da rabia reconocerlo pero entre atender a los guerreros, investigaciones y dirigir una provincia en la distancia... Todo agota.
Me pregunto qué será de la joven a la que sustituyo. Y de la pequeña Jillian. Su prima es una buena anfitriona, pero la pequeña Campbell es mi ojito derecho y aún no he tenido ocasión si quiera de verla... Eso me entristece.
¿En qué estará metida?

Suspiro y me retoco el pelo con sutileza. Hecho de menos alguien con quien conversar.

*se queda, vagueando, porque puede*

Entro ligero, con Tristán mordisqueándome con cuidado la oreja derecha.
La veo ahí sentada y me paro un momento.- Perdón si interrumpo.- Me disculpo, con una sonrisa.

Sé lo que esta señora piensa de mi, de mis gustos y de lo muy mal que habla de mi. Sin embargo esa no es razón para darle más motivos a que lo siga haciendo, por lo que decido comportarme como si yo no supiera nada de eso.

Aren siempre la critica y, ahora que la tengo delante, me vienen a la mente todas sus críticas, lo que me hace tener una sonrisa en la boca constantemente aunque sin ser excesiva.

-Sólamente he venido a ver como está todo. ¿Se encuentra bien? Me han dicho que hace un par de días hubo un percance en el palacio. Mis disculpas por no acudir a resolverlo.

Realmente tanto Aren como yo nos dimos cuenta, pero detener una noche de sexo cuando otros podían ocuparse... no sé, era como tontería, ¿no?

La verdad es que esta pobre señora me da algo de penica. Siempre sola, con ese ceño tan fruncido que podría romper una puerta con él... Siento su amargura rezumando.
-¿Le importa si me siento?- Pregunto acercándome con lentitud a una butaca cercana. - Voy a darle de comer al dragón.- Me explico.

Al verle entrar con su sonrisa de desviado, roto los ojos y le hago un gesto de resignación con la mano para que pase.- Pasa, anda.- Digo con mucho ánimo.

Le veo bien. Es un jovencito sanote y risueño. Sin embargo está envenenado y corrupto por dentro. - Oh, sí.- Le disculpo.- No te preocupes. Ya sabes que los ancianos tenemos problemas para conciliar el sueño.- Satirizo.- Nagorr y yo nos ocupamos del problema como buenos profesionales.- Canturreo, mientras me veo las uñas de una mano.- No fue nada grave. Sólo un loco que se fugó de las mazmorras.- Le veo fijamente, pensando que ahí es donde los de su calaña deberían estar. Sin embargo, siendo el protegido del líder oscuro, una debe medir mucho sus palabras. Casi tanto o más que con un propio líder. A veces la caja del juguete es más valorada que el propio juguete en sí.

- ¡Claro que no me importa, rapaz! ¿Qué te crees que soy? ¿Un ogro? Si tus piernas están cansadas.- A saber de qué.- Descánsalas, hijo mío. Descansa a mi vera.- Acabo diciendo.


Cuando hace referencia al dragón le veo.- Je.- Satirizo.- Eso en Ignis no se llama dragón, se llama ratón.- Digo con los ojos entornados.- Aunque supongo que como compañía está bien. - Aclaro para mi misma.- No creo que sea de utilidad para muchas otras cosas. ¿Acierto?- ¿Por qué gasto mi tiempo hablando de dragones?


-Silvanus, ¿verdad?- Creo que ese era su nombre.

-Ajajaja.- Río, frotándome la nuca, con algo de incomodidad. Al final siempre acaba echando una pulla.
-Oh bueno, al final siempre es útil. Lo uso de mensajero y recadero; así como para encender fuegos cada vez que salgo de misión, por ejemplo. Es útil para explorar desde el cielo y así. -Hago una pausa.- Aunque reconozco que es más una mascota que otra cosa.- Acabo por darle la razón.

-Sí, ese es mi nombre.- Le aclaro.- Y ahora no me ponga en el compromiso de decirle todos los suyos porque no me los sé.- Me sincero con una sonrisa. Es una señoa ácida, pero bueno: por ahora me lo paso bien.

Con su comentario acaba por arrancarme una sonrisa. Cosa que no tenía prevista. - Bueno, pus ya va siendo hora de que te los aprendas. Qué menos, ¿verdad? Al fin y al cabo, el saber no ocupa lugar, por muy largo que sea mi nombre. ¿Acaso miento? - Pregunto.

-Bueno...- Me levanto.- Ha sido un placer, Silvanus.- Sinceramente... -Hago una pausa.- Nada, déjalo.- Acabo por soltar con una sonrisa mientras niego con la cabeza.
-Venga, vete a descansar.- Le acabo por decir con un ligero frote en la cabeza.


Supongo que... no deja de ser una personita al fin y al cabo. Por muy desamueblada que tenga la cabeza.

*se va*

-Lo tendré en cuenta.- Asiento con seriedad. Al fin y al cabo no deja de ser una petición de un líder.

Ahora soy yo quien frunce el ceño con extrañeza. No la acabo por entender muy bien, por lo que simplemente me encojo de hombros y, con una sonrisa, me voy yo también del lugar, no sin antes darle de comer a Tristán.
Le doy un besito en el hocico y me marcho.
- Es una señora un poco rara pero tampoco tiene pinta de bicho. Creo que le hace falta divertirse un poco más.- Le susurro, con una sonrisa.

*se va*

El chrysos, tumbado boca arriba en uno de los sofás, leía el libro de magia curativa que había cogido anteayer de la biblioteca. Tenía el ceño fruncido, una clara expresión de confusión en el rosto, y pasaba las páginas con excesiva lentitud, deteniéndose en las palabras que ahí aparecían más de lo normal, llegando la mayoría de las veces a releerlas una y otra vez, tratando de buscar el significado que escondían. No era la primera vez que el chrysos leía sobre magia, pero lo parecía: los párrafos le parecían una confusa mezcla de conceptos que era incapaz de visualizar, mucho menos entender, y varios de los términos que ahí aparecían le eran completamente desconocidos. Se sentía estúpido, pero pese a todo, seguía obcecado con tratar de entender aquello, y por eso seguía pasando las páginas, releyendo los párrafos con interés y suma atención.

Afuera llovía, y hacía frío, y probablemente era ese mal tiempo el que había hecho que el chrysos hubiese decidido pasar buena parte de su tarde dentro de Palacio. Había salido, no obstante, primero para ir al pueblo y luego para pasarse un momento por la capilla. No creía en Mithos, nunca lo había hecho y nunca lo haría, pero por algún motivo, tal vez por la atmósfera que pesaba sobre Palacio, sintió que debía mostrar, al menos, sus condolencias, o algo así. Hacer acto de presencia, al menos, aunque fuese solo un momento; nunca estaba mucho tiempo en las capillas.

Lyam suspiró, y al intentar pasar la página, el libros que sostenía sobre su cabeza cayó, dándole un golpe en la ceja. El chrysos soltó un quejido entonces, y se llevó una mano a la ceja. Luego recogió el libro, que se había caído en el suelo, y estirando el brazo derecho, lo colocó sobre la mesa. Después cerró los ojos.

No estaba cansado, sin embargo, ni tenía pensado dormirse.

Abrió los ojos pasado un rato, y tardó un poco en ubicarse, pero cuando finalmente lo hizo, resopló, se puso en pie y, tras coger todo lo que había traído consigo, abandonó la sala común.
El sofá era incómodo para dormir.

*se va*

Ben estaba muy acostumbrada a pasar los inviernos de forma cruda, pero no podía dejar de admitir que parecía que Mithos le estuviera mandando constantes señales de su infinita suerte. Arrebujada en dos mantas (dos, que no una, pues había descubierto que podía disponer de ellas), observaba el fuego con evidente fascinación grabada en sus ojos opacos. No parecía molestarle en absoluto la luz que este emitía, o quizás llevaba tanto tiempo contemplando la hoguera que se había acostumbrado al dolor.

Recordaba muy bien las semanas antes de llegar a Brontë. Habían sido particularmente duras, ya que la tormenta la había pillado no solo a la intemperie, sino además en mitad de un viaje. Ben había conseguido una buena colección de moretones cortesía de la tormenta, y un buen número de sobresaltos en sus intentos por guarecerse.

El invierno era mucho más calmo que aquello. Incluso si se trataba de nieve, esta tendía a caer blandamente, y solo el viento podía alterarla. Pero Ben sabía lo aterrador que podía resultar el frío, y conocía a la perfección la sensación de que se le fueran a caer las orejas o los dedos de los pies, y el entumecimiento constante que parecía ir a matarla sin que se diera cuenta.

No quería ni pensar lo crudo que habría sido aquel invierno si no pudiera estar allí metida con sus dos mantas. Al principio había pensado que era simplemente el clima de Brontë, pero incluso los miembros del servicio parecían sorprendidos por la fuerza del invierno. Así que Ben no podía sino agradecer una y otra vez la posibilidad de estar allí metida, aislada de cualquier inconveniente, disfrutando del calor del fuego, y casi incluso de su luz.

*Se queda acochadita*

Entre la ducha que ponía fin al entrenamiento y la cena había diversas actividades que me gustaba realizar. Y los paseos nocturnos con Telma no era interesantes en días los que anochecía tan pronto y la nieve lo cubría todo. Lo cierto era que yo aguantaba el frío como el mejor de los hombres, pero aquel invierno estaba siendo espantoso. Y habiendo estado en Ignis hacía tan poco se notaba todavía más la diferencia con respecto a casa.

Y hablando de casa...
Me habían llegado un par de cartas de casa. Y dadas las fechas recientes, suponía el contenido. ¡Pero qué retraso! Quizás con las nevadas el correo se hubiese retrasado. Porque quizás mi padre fuese un hombre serio que no tenía tiempo para chiquilladas, pero Nadia jamás se había retrasado en sus felicitaciones.

No obstante, cuando entré en la sala común, dispuesto a leer las cartas tranquilamente al lado del fuego, me encontré con que no estaba solo.
Alcé las cejas, curioso, al examinar la figura de la persona que ya había encontrado las maravillas de una buena chimenea.

-¡Oh! Buenas noches. Espero no estorbar.

La miré un poco mejor, entonces. ¿De qué me sonaba?
Demonios, olvidar un rostro o un nombre era realmente innoble, y más aún siendo el de un compañero de batallas.

Ben volvió la cabeza cuando oyó a alguien entrar, y su primera reacción fue una encantadora sonrisa. Aquel debía ser un veterano; ya lo había visto por allí antes, y su cuerpo esculpido hablaba por él. Le dedicó una vaga imitación de un saludo militar, con dos dedos en la frente.

-¡Ey! -saludó-. Nada de estorbar, hombre, ven, siéntate aquí a mi vera. El fuego pide compañía, y los escamosos como nosotros siempre nos sentimos encantados de dársela, ¿o no? Y más con este perro tiempo...

Se arrebujó, dejándose poseer por un momento por un escalofrío. La verdad era que aquella chimenea era la auténtica representación de la gloria, y cualquiera que dijera lo contrario solo podía estar mal de la chola.

Me quedé todavía un momento en la puerta mientras hablaba, mirándola algo descocentrado... No, desconcertado. Pero no era capaz de recordar dónde la había visto. Quizás, entonces, solo nos habíamos cruzado por los pasillos, pero no habíamos llegado a hablar.
Era lo más probable.
Quizás llevaba una racha menos atento con mis compañeros de lo adecuado. ¡Quizás me había estado comportando mal! Menudo desastre de guerrero.

-¡Claro! No hay nada como compartir compañía -terminé por declarar, casi más para mí que para ella, sonriendo y caminando hasta el sofá, tomando asiento a su lado-. Soy Rick Dehnel, un placer -me presenté, contemplándola curioso y risueño.

¿Escamosos? ¿Acaso era flamma? Porque tenía ojos de chrysos no asesina, pero sus orejas no eran las de...

-Desde luego, no hay nada como el fuego para calentar el cuerpo. Bueno, alguna otra cosa se me ocurre... -añadí, con una sonrisa divertida. Un vaso de vino ayudaba también-.Disculpa... ¿No hemos hablado antes?

En el comedor...
En los establos...
En el bosque...

Aunque el sofá era suficientemente grande para ambos, Ben se movió un poco para dejarle más sitio, como una muestra de que su presencia no le molestaba para nada. Asintió con efusividad. Rick. Nombre corto, nombre fácil. Esos eran los mejores.

-Yo soy Ben, encantada -se presentó, animada.

Su sonrisa se amplió con el comentario de su compañero, y alzó las cejas con curiosidad. Llegó, incluso, a inclinarse un poco hacia adelante con interés, aunque el gesto fue muy sutil.

-¿Ah, sí? Pues cuenta, cuenta. Esas cosas hay que compartirlas -lo animó.

Pensó un momento en su pregunta, y acabó por levantar el labio inferior y encogerse de hombros.

-Bueno, una ve por ahí a la gente -comenzó-. Pero no me suena haber hablado mucho contigo. Quizá un día de pasada, pero ni idea. Pero sí te he visto por ahí, ¿eh? Tu cara me suena.

Ben...
Fruncí el ceño, pensativo. Tenía un amigo en Ignis llamado Rubben. Lo llamábamos Ben. Y hasta allí me sonaba el nombre. Pero no de Brontë, desde luego.

Me rasqué la mejilla esbozando una sonrisa a su pregunta, irguiéndome bien en el asiento.

-Ya sabes... Si te gusta el fuego te gustará el licor de fuego, o el vino... ¡Incluso la cerveza! Esas bebidas calientan hasta el alma más helada. Aunque no pienses ahora que soy uno de esos innobles borrachos que se pasan el día bebiendo-. Me sentía algo incómodo, como si no me diese centrado.

¡De modo que le sonaba también! Entonces sería aquello. Nos habríamos cruzado y saludado noblemente, habríamos hablado sobre misiones y entrenamientos y luego nos habíamos despedido. Todo sencillo.

-Tiene sentido -terminé por admitir con un asentimiento, satisfecho. Llevé un momento la vista a las cartas, muy breve-. Cada vez somos más por aquí. Cuando llegué éramos tan pocos que todos nos conocíamos los unos a los otros, pero supongo que es inevitable que, llegado un momento, alguien se te pase -le dije, casi como una disculpa, en parte.

Ben no pudo evitar palmearse la frente y soltar una carcajada. Pues claro que el alcohol mantenía el cuerpo caliente, qué tonta.

-Claro, claro -asintió, efusiva-. Si precisamente el otro día estuve disfrutando de buena compañía y un licor de fuego casero que te hacía sentir el verano -. Asintió, recordándolo con expresión divertida-. Me lo traje de Ignis, ¿sabes? Estuve allí hace poco. Y debo decir que fue una maravilla.

Miró a Rick con curiosidad. Cuando había llegado... Eso tenía que haber sido hacía mucho tiempo, entonces.

-¿Estás seguro de que os conocíais todos? -preguntó, un tanto incrédula-. Entonces debes de estar desde hace mucho...

De nuevo, fruncí el ceño. A cada cosa que decía era como si...
Licor de fuego casero... De Ignis... Escamosos... Fuego... ¡Demonios! Si tenía frente a mí a una flamma y no me daba cuenta. Vaya innobleza, el no fijarse.

-¿Has estado hace poco? Yo también he regresado hace poco a Ignis, ¿sabes? Pero no me traje licor de fuego. Quizás hubiese sido una buena idea, eh. La apuntaré para la próxima vez que vaya -le comenté, animado-. ¿Y has ido de visita?

El regreso al hogar, claro. Qué agradable.

Reí a su pregunta, asintiendo enseguida.

-¡Oh, claro! El entrañabe Heylel, siempre hablando de su encantadora mujer, Silvanus y Hewina, a los que hace que no veo... La despiadada Lester-. La un poco menos menos despiadada Lester-. Massen Dew, por supuesto. Una joven muy valiente. Y... También está Inger y una aether de la que no recuerdo bien el nombre y mi...-. Abrí los ojos, de pronto, con cierta sorpresa-. ¿Ciro? ¿Ciero? ... Demonios, aquel chico...

Buscando el nombre de un claritas al que había recordado de pronto me despisté de lo que ella decía. Cuando la miré ya había hablado, y no tenía claro qué había dicho.

-¿Perdón...? ¡Ah! Bueno... ¡Casi cuatro años ya! Diría que el tiempo pasa volando, pero lo cierto es que se nota que ha sido mucho.

Cuatro años. Incluso yo me notaba cambiado después de aquello.

Ben asintió, contenta, casi hasta orgullosa. Había sido fantástico presentarse a trabajar así. Le había venido muy bien y había dado unos resultados magníficos, o eso opinaba ella. Pese a las pérdidas, que no eran pocas...

-¿Visi-? ¡Ah, no, no, qué va! -negó, efusiva-. De misión, de misión. Me envió Brontë con un compañero. Adain, ¿te suena? Es majo. Y eso, allá nos fuimos tan contentos. Una señora nos dio el licor. Exquisito, una maravilla.

La retahíla de nombres resultaba confusa, teniendo en cuenta que solo podía extraer de ella un par de conocidos. ¿Dónde estaban los veteranos? ¿Estarían demasiado ocupados para presentarse en ningún sitio que ella frecuentara? Resultaba un tanto curioso. Por otra parte, no le pasó por alto que la relación de Rick con ellos, en ciertos casos, no debía ser muy estrecha.

Silbó, impresionada. Aunque tenía sentido, si llevaba como Massen. Le sonaba que ella le había dicho algo así también.

-Ah, si yo me hubiera enterado antes, también habría venido entonces... -suspiró.

¡De misión! Aquel también había sido mi caso. No era extraño. No siempre volvía un por casa a lo que quería. A veces era por trabajo. Aunque en mi caso, el trabajo era lo que yo había querido. De modo que...
¡De todas formas!

-¡Adain! Adain es amigo mío -me apresuré a decir, animado-. Y demonios, tengo que verlo. No lo he encontrado en un tiempo. Quizás no lo he buscado tanto como debería. Podrá reprochármelo, desde luego...-. Me apoyé contra el respaldo. Menudo innoble era yo-. ¿Y cómo está? ¿Qué tal le ha ido? Y a ti, claro. Supongo, por lo que dices, que todo salio bien.

Y no solo por el licor, claro. La recompensa más grande era el trabajo cumplido.

-¿Cuándo viniste tú? Desde luego, este es un sitio del que uno puede sentirse orgulloso por estar, no lo niego. Me alegra que te sientas a gusto aquí.

Ben alzó las cejas, sorprendida por la coincidencia, pero no dijo nada. Acabó por encogerse de hombros.

-Bueno, ha sido un lío, pero todo ha acabado bien -decidió finalmente-. Fue un poco estresante, pero yo creo que lo pasamos bien. Ya te dará un poco de licor de fuego del que se trajo el, ¿ah? Tú reclámale, no sea que lo esté escondiendo.

Ben asintió con entusiasmo.

-Es maravilloso -coincidió-. Llevo desde la primavera pasada. Llegué justo después de que amainara la gran tormenta. Un viaje tortuoso y un destino paradisíaco.

Suspiró y se envolvió más en las mantas, satisfecha.