Sala común

Asiento, sin más. Luego la observo debatirse. Se creerá que no lo veo. Que pienso que es inmune. ¿Se puede ser inmune a Vilo? Lo dudo seriamente. Ladeo la cabeza, haciéndome la tonta, esperando a que formule su pregunta. Y la forma en que la formula resulta bastante ridícula. Porque, por vergüenza que le dé, más ridículo es querer ocultarlo.

Oigo un berrido conocido y me crispo un momento. Por favor, que no entre aquí ese crío. No quiero saber nada de él, y menos ahora que tengo a quien cuidar.

-Bueno, sí que es bastante cobarde -declaro, esperando un brillo de desilusión en sus ojos antes de decir más-. Aunque supongo que puedes intentarlo. Pero despacio. Dejando primero que te huela la mano. Esperando a que él te deje que lo toques. Está asustado, su primer contacto con la gente no ha sido muy inspirador.

Mantengo a Vilo quieto, firme, atenta a su aceptación o no de la chica. No pienso forzarlo. Es demasiado pequeño, entendería que tratara de escabullirse. Ya me cuesta a mí, que soy quien lo cuida...

Me temo que me va a decir que no, y esto debe de ser lo que significa quedarse a medias. Es espantoso, como dicen. Horrible. Deleznable... Así que cuando me dice que lo intente despacio... ¿Qué voy a hacer? Asiento enseguida, acuclillándome. Promesa de sangre, pacto, o lo que sea...
Frunzo los labios, preparada, y le acerco la mano al hocico, dejando que se acerque él a oler, que se creerá esta que es la primera vez que toco a un animal que se asusta. ¿Y Fenris qué?
Esa fue buena, Frikka. Autochoque.

En fin... Que si me acepta lo que haré será tocarle la cabecita y morir de... Acariciarlo, vamos, lo que se hace de toda la vida. Sin ser una bruta, que ya lo sé, pero joder.

-Suerte que tiene, entonces, de que no ande por aquí quien yo me sé -murmuro, haciendo una mueca. Realmente tengo que hablar de él porque estoy obsesionada, lo sé-. Seguro que lo cogía por la cola -. Dirijo un mirada tímida a Lea. Venga, Fifi, despierta-. ¿Cómo se llama?

Vilo tarda un momento en reaccionar, algo apurando, pero a base de gestos suaves y caricias, hasta se atreve a asomar la naricilla, reconociendo a la chica. Un olor extraño, una vez más, pero sobre mi regazo está en terreno conocido, así que no es tan grave. Acaba por agachar la cabeza cuando ella hace amago de acariciarlo, pegándose contra mí, permitiéndole el gesto. Yo me limito a observar el proceso, contenta de que no quiera salir huyendo, acariciándole un poquito la garganta.

A su comentario, no me contengo en fruncir el ceño. Veríamos si estuviera por aquí "quien ella se sabe".

-Yo sí que lo iba a coger a él por la cola -repliqué, algo dura-. Y tirar de ella hasta arrancársela.

Oh, ya lo creo que sí. Mejor que no me pongan a prueba. Por evitar baños de sangre. Mejor que siga ahí abajo, donde no tenga que verlo.

-Vilo -respondo a su pregunta, con voz algo más suave.

Me deja. ¡ME DEJA! Qué suave... Qué calentito... No me importaría dormir con este hombre, la verdad. Si es que es hombre... Por él me hacía bolli, y eso que lo intenté y no me salió, pero por él lo volvía a intentar.

Dejo ir una risilla malvada al comentario de Lea. Eso pagaría por verlo. Y por ver a Gerry... A mí él me cae bien, por supuesto, pero puedo imaginar varios motivos para que ella no opine lo mismo; a veces me cuesta entender los míos propios, y cuando me acuerdo deseo no haber pensado en ello antes.

-Ah, claro -. Paso de la cabeza a acariciar un poco el cuerpo, también-. Si no estabas quizás no lo sepas. Supongo que te interesará saberlo, por si vuelve para apuñalar a tu novio -. Tuerzo el gesto-. Gerry se ha ido un tiempo de Brontë. Tienes vía libre para hacer lo que quieras en los establos por un tiempo -. Me encojo de hombros, dejando ir otra risilla burlona, aunque termina por apagarse. Suspiro, entonces, con desánimo.

¿Por qué soy así de petarda? ¿No puedo decir las cosas como alguien normal? Así es más divertido.
No tengo claro si la aviso para que lo sepa, como buena compañera, o para que conozca mi sufrimiento y me de un par de palmaditas en el hombro. Joder...

-Vilo, eh... -murmuro, volviendo a tocarle la cabeza.

Quiero uno.

No sé si me agrada mucho la noticia. Por una parte, no me gusta que esté suelto. Por otra, al menos está lejos. Mientras sea esa la situación, puedo estar tranquila. Pero el hecho de que tenga libertades me hace mantenerme alerta.

-Por mí que no vuelva -suspiro con cierto cansancio. La miro enarcando una ceja, con aire escéptico-. Ah, ¿porque cuado está él tengo que pedir un permiso?

Me hace gracia el tonillo con el que me lo dice, sin saber que la he visto en situación similar y en el mismo sitio. Pero no soy tan mala como para decírselo. Y, realmente, no sé si estaba haciendo exactamente lo mismo. Por su aspecto, bien podría haberse limitado a una crisis de romanticismo. Pobrecita, que ya no tiene quien la abrace por las noches. Aunque, para que te abrace ese, no sé si vale la pena del todo. Ella sabrá.

Asiento, bajando la vista al pequeño, que se ha hecho un ovillo, dejándose estar, tranquilo. Parece que lo lleva bien. Es un alivio verlo. No debe ser muy desconfiado por naturaleza si se está tan quieto tan pronto. Aunque lleva días exclusivamente con mi compañía, supongo que ya me habrá puesto etiqueta.

-Parece que te tolera -indico. Tampoco voy a decir "que le gustas". Mucho pretender sería, y también una estupidez.

A lo primero que dice, no puedo evitar esbozar una sonrisa triste, deteniendo la mano, bajando la vista al suelo. Por mí, que vuelva, porque si no volviese, entonces... Se me hace un nudo incómodo en la garganta, y lo deshago siguiendo con las caricias.
Me siento en el suelo, que estar en cuclillas cansa, pero que no me escuche mi padre.

-Él se las apaña siempre para estar donde más toca los huevos, así que, más que permiso, quizás una guarida secreta -me mofo, con desgana, pasándome la mano libre por el flequillo, echándomelo hacia atrás, algo agobiada. Ella no es la ideal para hablar de este, pero es que no sé de qué otra cosa puedo hablar.

No se han ido hace tanto, pero cada día me pongo más nerviosa. Sé que soy una histérica, pero creo que hasta que reciba noticias de Cierzo, porque el otro no las mandaría así se encontrase a medio puto palacio por un pueblo y ellos se ofreciesen a traérmelas, no voy a sentirme reconfortada. Desalado, no seas desalmado esta vez, por favor.

-Claro que me tolera. Es un cobarde, sabe a quién no quiere tener como enemigo -trato de bromear, poco convencida, riendo entre dientes.

Detengo la mano y la retiro, apoyando las dos sobre las rodillas, que tengo pegadas al cuerpo. Miro a Lea un instante, pensativa. Es, francamente, un poco sosilla..., y con Gerry tendríamos discrepancias, pero aún así mi impresión sobre ella ha mejorado con respecto a la primera vez que la vi. ¿Será porque estoy jodidamente sola? Me vendría bien ver a Massen.

Ahí tengo que darle la razón, por desgracia. Asiento. La verdad es que suena bien eso de tenerlo alejado. Donde no tenga ni que plantearme que pueda aparecer a la vuelta de la esquina. Supongo que, mientras no vuelva, la noticia no es tan mala.

Esbozo una pequeña sonrisa ante su comentario. Anda, que impone mucho esta. Pero en fin, tampoco tengo motivos para llevarle la contraria. Como mínimo, serviría de aprendiz de Gerald para molestar, y no me apetece ponerla a prueba. Ya he tenido ocasión de comprobar sus habilidades en alguna ocasión.

Vilo bosteza, gimiendo ligeramente al hacerlo. La verdad es que no son horas para él. Prefiero que duerma de un tirón por la noche, que así puedo dormir yo también. Lo acaricio con suavidad y recojo el biberón.

-Veremos qué te parece cuando sea más alto que tú -bromeo-. Por ahora me lo llevo a dormir. Ya nos veremos, ¿eh? Buenas noches.

Y, dicho esto, tomo al pequeño en brazos y me marcho con él.

*Se van*

La despido con un gesto de cabeza, alzando el mentón, con un amago de sonrisa. Ya nos veremos. Eso. Lo que tú digas. A ver si es verdad. O no. Tampoco es que me muera por ti. Aunque, desde luego, he estado con gente peor. A esos ni los llamaría gente, pero tú eres gente, al menos.
Cuando esa cosa sea más alta que yo dejará de ser adorable, en mi opinión. Para qué mentir... No tienden a gustarme las cosas adorables comunes, pero los cachorros tienen un algo que a quién no...

Pronto estoy sola. No es que sea una soledad que se note mucho, que Lea tampoco ampara ahí lo indecible, pero se nota. Se nota porque se me vienen las cosas un poco encima, y al no estar ella es más evidente que me siento sola. Algo así. Bien pensado, es un poco como ese cachorro que llevaba, pero a mí no me han recogido.
Bueno, no; quizás eso sea un poco melodramático de más. No me gusta admitirlo, pero estoy melodramas total. Y si el primer punto es admitirlo, cambiarlo sería la hostia. Al menos estoy mejor que los primeros días, y sin ir a llorarle a Massen, ni nada parecido. Está muy bien.

Me levanto del suelo, sacudiéndome el pantalón, limpio, por cierto, y entrelazo las manos, estirándome hacia el techo con un ligero gruñido. Un par de vértebras me crujen, qué maravilla. Muevo el cuello a los lados, perezosa.

Ya no queda tanta noche, pero aún queda, y no tengo sueño. A ver en qué me entretengo hasta que den las seis. Quizás algo más de ejercicio esté bien, o puede que lea un poco. Hace mucho que no leo.

*se va*

Logré deshacerme de Lyo aquella noche, dejándolo durmiendo en la cuna de la habitación. Aunque gracias a los amables muchachos del servicio estaba mucho más descansado y tenía mucho tiempo para mis cosas, acababa queriendo relajarme en solitario de vez en cuando, y dado que en el cuarto que me habían asignado era difícil por el niño, la sala común acababa siendo la opción más acertada.

Entré con el pelo húmedo por la ducha y una camiseta de asas de color negro, simple, muy cómoda para descansar un rato. Llevaba incluso el oscuro pantalón del pijama, ligero y cómodo, aunque muchas veces terminaba durmiendo sin él, debido a mi sangre poderosa de fuego.
Una chica limpiaba allí. Una chica del servicio, parecía, y sin embargo... ¿Acaso no era chrysos? Era la primera vez que veía aquello. ¿Acaso habían comprendido al fin que eran unos asesinos malditos?

-Buenas noches -saludé, risueño, a la joven de pelo verdoso, llevándome las manos a las caderas, sacando pecho ligeramente-. ¿Necesita ayuda en algo?

Poniendo las viudas a un lado... Yo no era mucho de chrysos, pero aquel traje puesto en una mujer diferente resultaba incluso interesante. ¡Mithos! Que innoble pensamiento, por otro lado...

Enseguida, nada más llamarla, me di cuenta de que sí necesitaba mi ayuda. ¡Mi heroica ayuda para ser salvada de el cruel destino que la quería hacer caer! Porque me negaba a pensar que fuese culpa mía por solo llamarla.
Las mujeres torpes eran más hermosas, por otra parte.

Enseguida busqué sostener su cuerpo, recibiéndola contra mi pecho, rodeándola con uno de mis brazos para impedir que se cayese hacia el lado. Su fragilidad resultaba tierna. Hermosa. Dulce. Delicada.

-No pasa nada -murmuré, sonriendo, mirándola a los ojos, fijamente, y apartándome un poco de ella, como un auténtico caballero-. Te recogería de nuevo si volvieses a caer -aseguré, con una noble expresión-. No obstante, mejor evitar tropiezos.

La contemplé un momento, en silencio, y pronto me di cuenta de lo que faltaba. Enseguida hice una reverencia caballerosa.

-Mi nombre es Rick Dehnel, hijo de Reick Deh... -. Negué suavemente-. A tu servicio si necesitas cualquier cosa.

Al fin y al cabo era un protector. Tenía que ayudar a los demás.

Asentí, amable. Todo el mundo tenía tropiezos a veces. ¡Incluso yo mismo! Especialmente por la noche, cuando mi vista no era tan buena. Nadie era perfecto.

Su elegante reverencia me enterneció. Me recordaba ligeramente al hogar. En Brontë nadie me había saludado de aquel modo, y no me había dado cuenta hasta aquel preciso momento.
Enseguida pasó a presentarse y ensanché la sonrisa, animado, pero cumedido.

-¿Cuál prefieres de los dos? Porque no sabría escoger... ¡Y no es necesario que me trates de usted! De tú a tú está mejor -aseguré, risueño. Mi padre no opinaría lo mismo, pero era lo mejor para acercarse a la gente-. Nos serviremos mutuamente, en ese caso -añadí, seguro y noble.

En seguida noté que tenía una pequeña mancha en la cara. Dudé un instante, pero terminé por extender un brazo hacia ella, esperando a su confirmación, ya fuera con palabras o con un gesto, para limpiar su mejilla.

-Tienes aquí... -murmuré, concentrado y noble.

Mithos... ¿Era, quizás, tan delicada que encandilaba?
Lea hubiese apartado el rostro para limpiarse ella, mirándome como si la hubiese manchado yo. Estaba seguro.

-Aloe -repetí, asintiendo, borrando la sonrisa por un instante para recuperarla luego, convencido, noble, animado-. Así será, pues, como te llame-. Y al oír lo de "caballero" no pude sino sacar algo más de pecho, orgulloso.

La contemplé un momento. Sus rasgos eran extraños, llegaba a parecer una mestiza, pero aquello le sentaba bien. Y, desde luego, su dulzura aumentaba por momentos. Parecía que cada gesto le saliese perfecto para resultar hermosa y delicada. ¿Lo prepararía o sería natural de ella?

-No es ninguna molestia. Me gusta ayudar. Soy un protector. Acude a mí si legas a necesitar ayuda, en serio -insistí, noble.

Y en cuanto a la mancha... No solo se dejó limpiar, sino que parecía llegar a disfrutar del contacto, convertido de pronto en caricia. Un par de latidos se me aceleraron sin quererlo, y llegué a ponerme nervioso. ¡¿Qué era aquello?!
Cuando tomó mi mano traté de pensar en otra cosa, aunque resultaba muy agradable todo lo que hacía. Era como... ¡No, maldito seas!

-Gracias... -murmuré, algo abistrido, contemplándola un instante. Pronto me apresuré a sacar un tema con el que distraerme-. Er... ¿Cómo es que atiendes en Brontë sin ser chrysos? Eres, creo, la primera que veo... Me resulta muy agradable que así sea -aseguré, risueño.

Una unión de razas más que en guerreros. ¡Aquello era lo más noble!

Me llevé una mano al pecho, con el puño cerrado, noble, solemne, abriéndolo un poco más, incluso. Rebosizaba de orgullo, por supuesto, ante lo que era.

-¡Por supuesto! La gente suele preferir la fama y la riqueza. ¡Solo piensan en sí misms! Pero yo pienso en los demás, los cuido, los ayudo-. La miré, poderoso, sonriendo al final-. Estoy a tu servicio y al de todos. Además, cualquiera querría defender a una dama como tú por interés, así que puedo cuidarte incluso de esos innobles -añadí, risueño.

¡¿Pero qué hacía?!
Lea... ¿Dónde estaría Lea? La veía tan poco en los últimos tiempos...

-¿Desagradar? -pregunté de pronto, confuso-. ¿A quién ibas a desagradarle? Y más aún teniendo en cuenta que vienes a ayudar. ¡Eres digna de admirar! Una dama respetable... -. Era inevitable. Parecía tan tierna...- Has llegado hace poco, ¿verdad?

"No será problema complaceros en todo lo que pidáis."
Mi dragón sufrió un leve latigazo un momento, y me vi apretado a obligar al puño... No, al revés... Tuve que contenerlo. Quizás llevando ya un mes me volvía nuevamente débil e innoble, pero aquellos pensamientos que surcaban mi cabeza eran imperdonables.
Asentí, con una sonrisa algo tensa.

-Gracias por el ofrecimiento -fui capaz de decir-. Espero no ser un incordio.

De nuevo, aunque buscase a Lea no la hallaría. Con mala suerte, sin embargo, me encontraría a Fera en el pasillo, al huir del lugar.

Una semana. ¡Acababa de llegar, pues!

-Si necesitas que te presente a alguien, no dudes en pedírmelo. Soy veterano por aquí y conozco a la gente más simpática -aseguré, con gesto amable.

Y entonces la noté acercarse. Aguanté la respiración por un momento, poco seguro de lo que iba a hacer, entrecerrando los ojos un instante. Era por no ser desagradable o maleducado; un acto reflejo.
No obstante, no fue a los labios, sino a la mejilla. No me pareció desagradable, por supuesto. En mi corazón ya había una dama, y acababa de conocer a aquella otra. No era momento de cautivarse, Mithos.

-Buenas noches, Aloe -respondí, conteniendo las ganas de llevarme la mano a la mejilla, pensativo.

Era dulce como una dama de las más tiernas. Se trataba, sin duda, de una muchacha de lo más agradable. Y nada chrysos malvada, por suerte.

Pronto me di cuenta de que me había quedado solo y de que ya no pintaba nada allí. Ya era hora de dormir, no fuese a ser que Lyo llorase y yo no estuviese.

*se va*

El chrysos, arrellanado en el sofá, contemplaba las páginas del libro que tenía entre las manos sin demasiado interés, incapaz de concentrarse en la lectura. A pesar de que se había despertado hacia relativamente poco, sentía el cuerpo algo cansado, y tal vez por eso era incapaz de leer más de dos frases sin perder el hilo de la historia. No obstante, no tenía pensado volver a dormirse, pues estaba convencido de que sería incapaz de conciliar el sueño y de que, en un par de minutos, acabaría por despertarse del todo.

El chico reprimió un bostezo y alzó la vista al techo, cerrando el libro al hacerlo. Parpadeó, y después suspiró. Tenía que hablar con la caeruleus, pensó, y disculparse por no haber ido a entrenar con ella. Ahora que ya no renqueaba, no tenía excusa para ignorar su promesa.

*se queda*

Entro con papel, pluma y un tintero en las manos, con intención de tomar asiento frente a la mesa nada más llegar, pero enseguida veo a Lyam, que lee, sin una expresión demasiado emocionada, acomodado en el sofá.

-Buenas tardes -saludo, haciendo un gesto, mirándolo con curiosidad un instante.

Pese a todo, tomo asiento en una de las sillas, dejando las cosas sobre la madera, colocando las hojas de papel apiladas, unas sobre otras, sin que ninguna sobresalga por debajo o por encima de las demás.
Está leyendo, así que supongo que tengo un momento. Está ocupado, al fin y al cabo.

Mojo la pluma en tinta y comienzo a rasgar sobre el papel, con pulcritud.

Lyam no apartó la vista del techo hasta que escuchó la voz de Alehyss. Entonces, sin apartar la cabeza del respaldo, bajó la vista y la miró, de reojo, primero sin excesivo interés, y luego, al ver que llevaba papel y pluma, con un brillo de curiosidad. Pese a todo, cuando habló, aquella curiosidad no se reflejó.

—Buenas.

La contempló unos segundos más, antes de volver a alzar la mirada. Bostezó sin pudor. La muchacha parecía ocupada, así que optó por no decir nada más, y se limitó a inspeccionar la ya tan conocida sala común.

Bueno... Parece que ambos coincidimos en que el otro está ocupado. Lo mejor para maximizar la eficiencia es no distraerse con factores externos. Pese a todo, me permito el detener mi escritura un momento, entre que mojo la pluma y la acerco de nuevo al papel, para dirigirle una última pregunta.

-¿Cómo te encuentras?

Y mantengo la mirada un instante, esperando una respuesta, o una confirmación visual por lo menos. De todos modos, puedo oír mientras escribo.
Por supuesto, no se trata de un "qué tal" convencional. Teniendo en cuenta la última vez que lo vi, el significado de esa pregunta engloba cosas mucho más concretas, como su recuperación y todo lo demás.