Sala común

Mañana... Mmm... No me apetece demasiado recoger rocas. Pero voy a hacerlo. Si quiero empezar a sentir que mi dolencia está llegando a su fin, lo primero es ponerme a trabajar y dejarme de rodeos. Ya basta de hacer el vago, Alehyss Lester, ya has tenido bastante. Me he relajado, ha estado bien, y punto. Ha sido suficiente.

Su mención a la gente afortunada me hace esbozar una sonrisa, entretenida.

-Soy atractiva. Siempre tuve a todos los hombres que quise -murmuro, haciendo memoria, con humor-. Otras mujeres menos agraciadas o menos atrevidas -. Menos zorras, quizás- me envidiaban porque ellas no podían. Y sin embargo al final me equivoqué en mi elección. Y a saber cuantas de ellas seguirán rajando aún hoy de mí por haberme llevado al más guapo de todos...

Niego varias veces, con una sonrisa resignada. Al final cada uno tiene sus armas, y depende de cómo las use...

-No digo que unos no tengan más facilidades que otros, pero eso de llamar a alguien "afortunado"... Seguramente haya alguno que lo sea, y otros muchos que solo lo parezcan.

A mí esas cosas me dan igual. Prefiero pensar que a veces hay errores y otras casualidades, nada más.

Y asus últimas palabras, asiento. Al verlo acomodarse sobre mí, de reojo, tengo la tentación de apartarme, casi para ver solo cómo reacciona, pero no me muevo y contemplo el fuego, todavía embelesada.
Ayer Massen parecía afortunada, Lyam. Pero hacía mucho tiempo que no veía a alguien llorar como ella lo hizo hoy...

FdR- Massen ;O;

Para su sorpresa, la chrysos no se apartó, sino que permaneció quieta, permitiéndole apoyarse. Era un gesto extraño: normalmente Alehyss rechazaba esa clase de contacto, el usarla como apoyo.
También era agradable.

Con los ojos cerrados, escuchó sus palabras. Tal vez afortunada no era la palabra adecuada. Al final, nadie era afortunado para siempre. Podías ser feliz unos días, semanas, meses, incluso años, pero aquello no era algo permanente. Al final, la desdicha acababa llegando, y entonces todo se iba a la mierda.

—Tal vez afortunado no sea la palabra adecuada. —Entreabrió los ojos—. Al final nadie puede ser feliz siempre. —Parpadeó—. Tal vez tener predisposición hacia algo sea el término más adecuado, pero qué más da.

Suspiró.
Luego separó la cabeza unos centímetros y observó el cuello de la muchacha, fijándose de nuevo en cómo había cambiado la longitud de su pelo.
Tras unos segundos en silencio, besó su cuello con suavidad, apenas rozándolo con los labios. Después alzó la vista.

Siento el suave beso sobre mi cuello, quedándome inmóvil, sin reaccionar, con la mirada, quizás, más fija todavía en el fuego. Mi cerebro sí funciona a toda prisa, por supuesto, es inevitable que analice cada nueva situación y me haga un mapa mental con todas las posibilidades, explorándolas, evaluando primero cada camino, antes de llevar ninguno a la práctica. No siempre existe la posicibilidad, ni se tiene la frialdad, de poder hacerlo, pero ahora mismo sí lo consigo.

Hundo los dedos en su pelo, a modo de caricia, de alguna forma, peinándole el flequillo hacia atrás un momento.

-Hoy no puedo -murmuro, con suavidad, mirándolo a los ojos, asegurándome de que no vea agresividad, de que comprenda.

Ahora no puedo. Me he propuesto que estaré ahí cuando Massen despierte. Me he comprometivo a velar su sueño y no lo estoy haciendo. Pero, aunque no se lo haya dicho a ella, tengo esa sensación de que la estaré traicionando si no lo hago.
Nunca he tenido hermanos. Pero su hermana ha muerto. No me hace falta tenerlos para imaginar lo doloroso que debe de ser. Y ella es joven. Lo acabará superando, por supuesto. Habrá algún día en el que no llore al pensar en ella, aunque sí se ponga triste. Pero mañana se despertará con los ojos hinchados de llorar y un extraño cansancio, como si no hubiese dormido en toda la noche. Y si entonces no estoy me sentiré hipócrita por haberla consolado para luego, al verla dormida, irme sin más a disfrutar de la noche.
Pero no te puedo decir eso, Lyam, porque eso es asunto de Massen, y no puedo decírtelo sin más. Ayer hubiese sido un mejor día, mañana también, seguramente, pero no hoy.

Tendría que haberme ido ya. Si por cualquier motivo ha despertado y necesita a alguien me sentiré culpable. Aunque no es más asunto mío de lo que yo considere, de todas formas.

Cerró de nuevo los ojos al notar los dedos de la chrysos en su pelo, acariciándole, y luego echándole el flequillo hacia atrás, y apoyó la frente en su hombro. Cuando habló, alzó la vista y la observó unos segundos en silencio. Luego asintió, curvando los labios, y volvió a apoyar la frente en su hombro.

Permaneció así unos segundos, antes de apartarse de nuevo. Al volver a alzarse, volvió a observarla, y esta vez, se acercó a ella y la besó con suavidad, apenas unos segundos.

—Deberíamos ir a dormir —murmuró. Miró, por encima del hombro, una de las ventanas, y compuso una mueca—. Mañana nadie me va a sacar de cama. Nadie.

Negó con la cabeza.

Me mantengo inmóvil cuando me besa, sin apartarme, al fin y al cabo. Por suerte, no se propasa. No hay intenciones de ir más allá. Está bien. Es lo que le he pedido. Sigue siendo obediente, como le dije en su momento.
Muevo la cabeza un instante, en un asentimiento, indicando que estoy de acuerdo con sus palabras. Es tarde. Debería haberme ido hace tiempo. Solo quería despejarme un poco, no dejarla sola.

Tomo la muleta y me pongo en pie de primera. Espero que siga dormida, que esté bien.

-No serás el único al que le cueste -murmuro, en respuesta, con una sonrisa tensa. Solo de imaginarme cómo estaré ya tengo ganas de no ir a la cama jamás.

Lyam se levanta después de mí, que ya he iniciado la marcha, y me sigue. Murmuro un buenas noches antes de que nos separemos, y un "que te mejores", o algo semejante para su dolor de cabeza. Luego cada uno se marcha por su lado.

*se van*

Entré y miré a ambos lados. Había abierto un par de cuartos, aquella, la sala común, era la tercera, pero nada. Fruncí el ceño, contrarizado, y dejé ir un suspiro grave. Esaría durmiendo, por supuesto. Entonces no podría preguntarle qué tal había estado aquella tarde con Telma. Aunque seguramente la bismonte ya estaría en los establos a aquellas horas. Hasta quizás se hubiese quedado Lea con ella aquella noche. Porque, por mucho que preguntase, Telma no me iba a contar, con palabras, qué tal el día.
Era lo malo.

Cerré la puerta y seguí abriendo algunas más.

*se va*

Llevo unos días bajo la supervisión del señor Brumm. Al parecer el otro día me volví a desvanecer. Yo no lo recuerdo, pero sí que no tenía muy claro cómo había dejado de estar en el comedor cuando me desperté. Massen estaba conmigo, pero tenía una cara algo rara, y tras intentar entender la situación, imposible por la falta de datos, nos despedimos. Pero luego el señor Brumm me contó aquello, que me había vuelto a pasar, y entendí un poco más.
Me dolió la garganta, como cuando me desperté en la enfermería, pero no me sentía débil. De hecho, al contrario: me notaba bastante lleno de energía.
De todos modos el señor Brumm me dijo que no me esforzase en los días siguientes, así que me dedico al estudio, como acostumbro. He empezado con bocetos nuevos basados en una fórmula que he encontrado. Si el material funciona como el de este libro, esa área debería ser suficiente, aunque hago los cálculos redondeando hacia arriba para darme un poco de margen de error.

Hace mucho que no veo a Lluvia. Y quiero hablar con Massen para disculparme. No es como si lo provocase yo, pero he comprendido su expresión nada más entender lo que había pasado.
Soy un desastre...

*se queda*

Terminado el trabajo, y tras darme una ducha, decidí que era momento de dedicarme a descansar un poco. Alehyss y yo íbamos estableciendo cada vez más la distancia que nos era habitual, así que con el paso de los días me encontraba cada vez más a menudo sola. Sin embargo, como no me convenía pensar, buscaba siempre algo con qué entretenerme.

Aquella noche, antes de la cena, había cogido un libro en la biblioteca, con intención de relajarme y descansar un rato. Seguía necesitando mejorar mi lectura si quería llegar a leer con auténtica fluidez, así que no me quedaba más remedio que practicar de vez en cuando. Aunque, la verdad, tampoco era lo que más me apetecía.

Al entrar vi a Jun sentado, estudiando. No me acerqué. Seguía enfadada por lo del otro día, tanto con él como con el líder. Y, dado que sus asuntos tampoco eran asunto mío, no tenía motivos para reclamar una explicación.

-Hola -saludé con desgana.

Y, sin mirarlo siquiera, tomé asiento en una butaca junto al fuego y abrí el libro por una página al azar. Tampoco me interesaba el contenido. Solo practicar.

Como invocada por mis pensamientos, Massen entra en la sala. Enseguida noto que mantiene la distancia. Me genera cierta angustia. No sé lidiar bien con enfados... La gente no suele enfadarse conmigo. El único, el abuelo, pero él se enfada de una manera diferente, más autoritaria, cuando lo desobedezco...

Me paso una mano por la coronilla, despeinándome un poco, y dejo el libro en el sofá. Inspiro profundamente y me alzo, caminando hacia ella. Me planto en frente y hago una pronunciada reverencia, muy serio, alzando un poco los ojos para mirarla mientras.

Lo siento mucho, Massen.

No voy a lloriquear aunque esté enfadada. Cuando me yergo la miro sereno, serio, aunque con ese malestar y arrepentimiento contenido en la mirada.

Oh... Es que la estoy molestando y...
¡NO!

Aunque lo sentí mirarme, moverse y acercarse, mantuve la vista clavada en el libro, fingiendo leer. De hecho, el asunto era que ni siquiera conseguía enganchar en una frase, aunque fuera una al azar. Qué asco.

Acabé por alzar la vista después de un momento, asegurándome de que fuera evidente, un instante, que lo estaba ignorando. Cuando lo miré estaba serio, casi tanto como yo. Mantuve una mirada un tanto dura. Si estaba enfermo no era culpa suya, eso desde luego. Pero si no se informaba y cuidaba, sí lo era. Y si no me escuchaba cuando necesitaba hablar con él, también. En cualquier caso, no tenía excusa.

-Qué pasa -murmuré con tono agrio.

Tengo ganas, de verdad, de dejarla en paz. Pero, si bien es cierto que siempre he sido un gran cobarde, sé apreciar lo que tengo. Y no voy a comportarme como un tonto por vergüenza miedo.
Esta vez tengo uma hoja, y tinta. Puedo escribir frases más largas.

"Lo siento mucho, Massen. Cuando desperté no recordaba lo que pasó, pero ahora ya lo sé. Me gustaría hablar contigo apropiadamente."

La miro serio, insistente. No voy a rendirme a la primera mirada hosca. Mucho tienes que aprender del abuelo para asustarme.
Inspiro hondo por la nariz.

Tomé la hoja y la leí con detenimiento. Luego lo miré. Ah, claro, cuando a él le convenía sí que podíamos hablar. Seguro que cuando el asunto era suyo no colapsaba y se volvía loco. Seguro que podíamos hablar perfectamente.

Pero yo, a diferencia de otros, sabía respetar esa clase de cosas. Sin variar la expresión, le devolví la hoja y, con un suspiro, cerré el libro y lo dejé a un lado. Después me reacomodé en mi asiento, sentándome más hacia él.

-Vale -acepté, con el mismo tono seco-. Pues hablemos.

Trago saliva, incómodo. Luego empiezo a escribir otra vez, con la mano más firme que consigo. El señor Brumm me ofreció otra cosa, pero no esperaba encontrarla ahora y no sé cómo funciona exactamente. Ahora... Bueno...

"Siento lo que pasó el otro día. He tenido la oportunidad de comprobar que reacciono a estímulos emocionales. Eso hace que me sienta mucho más arrepentido con respecto a lo sucedido, dado que fue por mi incapacidad para mantener la calma."

Muestro el texto y la miro. Me froto el flequillo con la mano. Aparto la vista un instante y la recupero. Nada de marchas atrás, Jun.

"Desde pequeño siempre he estado rodeado de médicos. Me hacían tantas pruebas y me daban tantas medicinas que nunca lo encontré extraño. Me enseñaron que no debía ni preocuparme siquiera por qué me pasaba porque todo estaba bien. Me enseñaron que aquello era normal y que no debía extrañarme ni oponerme.
Me he dado cuenta de que he sido un estúpido despreocupado, un irresponsable. Siempre quejándome de que soy peligroso, de que puedo herir a otros, pero nunca intentando comprender el motivo."

Tras entregarle la hoja, me removí un poco más, recogiéndome en mi asiento. Con la misma expresión invariable, observé cómo escribía, y cuando terminó y me tendió la hoja la tomé y leí. Fruncí el ceño, sin entender muy bien a qué se refería. La gente normalmente reaccionaba a estímulos emocionales. Otra cosa era reaccionar como él lo había hecho. Y en cuanto a mantener o no la calma, nunca había visto un caso en el que tuviera semejantes consecuencias.

Le devolví la hoja sin mediar palabra, limitándome a encogerme de hombros. Muy bien, pues lo sentía. Jun era una de esas personas acostumbradas a arrepentirse, o esa impresión me daba. Siempre agobiado, siempre estresado por todo. No esperaba que mantuviera la calma tras algo así, sinceramente. Claro que el asunto iba más allá, eso desde luego.

De nuevo se puso a escribir, y de nuevo esperé. Cuando me tendió la hoja, la leí, tal y como había hecho antes. Esta vez no había gran novedad. Nada que no supusiera, nada que no le hubiera dicho desde hacía tiempo. Pero seguía siendo su vida, y no tenía por qué darme explicaciones, o eso se podría argumentar, al menos. Respecto a mí, lo que me molestaba era que no hubiera escuchado, fuera por voluntad propia o no.

Otra vez le devolví la hoja con la misma expresión.

-¿Y ahora ya lo sabes? -pregunté, aunque lo dudaba.

Niego suavemente, bajando la vista. Al alzarla estoy frunciendo el ceño, con determinación, sin embargo.

"Voy a averiguarlo."

Liego me deshincho un poco. Mucha determinación, mucho todo, pero estropeé un momento importante y delicado. Eso no me lo quitan ni cien disculpas ni averiguar mil veces lo que me pasa, ni plantar cara a un millón de abuelos juntos.

<<Lo siento.>>, repito, con una expresión de arrepentimiento distinto, esperando que entienda la leve diferencia.

Lo siento todo...

<<Tú me importas mucho.>>

No es exactamente lo que diría de poder comunicarme bien. El concepto, la expresión... Se entiende, espero.
Me preocupa lo que me dijo. Me arrepiento de haberme alterado tanto, pasara lo que pasara, en un momento como aquel. Me siento hasta sucio, por ello.

Asentí lentamente, encogiéndome de hombros. Era un comienzo. Antes ni siquiera tenía interés. Por algo había que empezar. Aunque seguía sin ser asunto mío, pero me preocupaba que se tomara con tanta calma aquellas cosas. Estar todo el día rodeado de médicos, por acostumbrado que estuviera, no era algo natural.

Cuando se disculpó de nuevo no pude evitar desviar la vista un momento. Estaba dolida. No podía evitarlo. No me gustaba hablar de mí misma. No de mis problemas, al menos. Y entendía que él no fuera consciente de ese detalle. Pero el hecho de haber intentado desahogarme y no haber podido, aunque no fuera intencionado por su parte, me había resultado absolutamente hiriente.

Me encogí de hombros, mordiéndome un carrillo, dejando de mirarlo definitivamente. Parpadeé un par de veces. Jun no entendía nada. Yo tenía que se fuerte, porque era la única forma en que podía sobrevivir. En realidad, nadie entendía nada. Tampoco conocían a Minta. Seguro que Inma lo entendía perfectamente. O Inwir, incluso.

Con las rodillas recogidas, enterré la cara en ellas. Al final, daba lo mismo. Al menos estaba Alehyss. Ella tampoco lo entendía, pero era evidente que se esforzaba al máximo al respecto.

La contemplo, inmóvil, silencioso. No lo he arreglado. No era eso.
Es normal que esté triste...
Es normal, porque su hermana...
Yo no tengo hermanos, Massen. No sé cómo es eso. Ni siquiera tuve verdaderos amigos nunca. A veces jugaba con niños. A veces los magos de la Torre pasaban el tiempo conmigo. Y luego está el abuelo. Pero no entiendo cómo es tener un hermano.
Cuando vi a Lluvia llorar, sin ala, me sentí como si me hubiesen golpeado. No pude evitar empezar a notar como frío desde dentro. ¿Puede ser parecido a eso pero peor? ¿Cómo de fuerte es una sensación tan horrible? Nunca la he experimentado. Jamás. Siempre he vivido protegido, con la vida solucionada. Nunca he tenido una verdadera pérdida. Supongo que eso me hace más débil.

Me acerco, inseguro. A ratos tengo la sensación de que solo lo estropeo todo un poco más. Pero luego, con torpeza, trato de atraerla y abrazarla, aunque llegue un poco tarde.
Quiero conseguir su regalo bueno de cumpleaños. Quiero ir a buscarlo. A Lluvia le daré un ala. A Massen esto.

Lo sentí cerca apenas un momento antes de que me rodeara con los brazos. Probablemente porque ya no le estaba prestando atención. ¿Estaba siendo injusta? Tal vez sí. Le exigía explicaciones sobre sus problemas que ni siquiera se daba a sí mismo, y a cambio le imponía mis propios problemas. Tal vez solo quería que lo dejase en paz. Como Frikka. Como Alehyss. Como todos.

Alcé la vista. No iba a llorar más, porque así me lo había impuesto, y ni un abrazo iba a cambiar ese hecho. Tenía la sensación de que, llorando, se me escapaba el dolor, pero también Minta. Y quería guardar a Minta dentro, así que no podía permitírmelo.

Siempre había tenido la impresión de imponérselo todo a Jun. Incluso en un momento como aquel, tenía la impresión de que solo me estaba abrazando porque era lo que creía que yo quería. No era una idea descabellada.

-¿Te parece que soy un incordio? -pregunté, con voz tan neutra que sonaba algo antinatural.

Alzo las cejas, sorprendido con su pregunta. ¡¿Un incordio?! Lo contrario, llegaría a decir. Soy yo el que siempre se cuelga de ella. Si incluso me ha ayudado cuando no sabía qué hacer con respecto a Lluvia.
Es un poco mandona, pero no un incordio.

Esbozo una sonrisa, cálido. Tomo rápido la pluma y garabateo.

"Eres la persona que más me ha empujado a crecer. En todo caso, el incordio soy yo, que soy incapaz de valerme por mí mismo y siempre termino acudiendo a ti, haciéndote cargar conmigo."

Voy a crecer más para poder soportarla también a ella si alguna vez hace falta. Quiero poder apoyar a Lluvia, quiero poder apoyar a Massen... A todos.
Pongo la mano sobre la suya, oprimiéndola un momento, con cariño.

Acabé por esbozar una sonrisa desganada. Al final era la tontería de siempre. El "soy horrible; no, el horrible soy yo". Una discusión estúpida que no llevaba a ninguna parte, a fin de cuentas.

Nunca había tenido oportunidad de relacionarme con gente de mi edad, más allá de mis hermanos. En el glaciar no había mucha gente, precisamente. Así que cuando llegué a Brontë y ni siquiera tenía eso, me sentí algo perdida. Poco a poco había ido mejorando. Todo el mundo era mayor que yo, pero me iba sintiendo más integrada. No olvidaba a Nagore, aunque se hubiera ido. Me había ayudado mucho a no sentirme sola.

Y luego estaba Jun. Jun no se parecía en nada a Nagore, pero seguía siendo un amigo, a su manera. Uno de los más cercanos que tenía en aquel momento. Porque Frikka era demasiado dura, y Alehyss demasiado protectora (aunque no tanto últimamente) como para resultar cercanas. También estaba Follow, pero él era diferente.

Di la vuelta a mi mano, tomando la suya y atrayéndolo, y le di un abrazo. Jun era más dulce, quizá porque era más inseguro. Y yo tampoco era precisamente una gran amante del contacto físico, pero echaba de menos gestos cariñosos últimamente.

-También tú me ayudas, aunque no te lo parezca -reconocí, medio a regañadientes.

Correspondo a su abrazo con una sonrisa, frotando un instante la mejilla contra la suya. Parece que ya está un poco mejor la cosa... Menos mal, porque con lo mal que se me dan estas cosas me temo que un poco más y me rendía para lloriquear.
Que no, que no, que a partir de ahora ya no... Voy a esforzarme un poco más.

Me aparto al escucharla, con una sonrisa. No la ayudé cuando más lo necesitaba, de todos modos. Le debo una. Una grande.

"A partir de ahora vas a conocer a un nuevo Jun. Te voy a ayudar mucho más. Y voy a intentar ser menos torpe."

La miro fijamente y asiento un momento, interrogante. Se me escapa un pequeño bostezo. No quiero molestarla con mi irme a la cama temprano de siempre, y trato de contenerlo, pero es difícil.
Ella lo ve, por supuesto. Creo que, por una vez, coincide conmigo. Es tarde. Para los dos.

*se van*

El chrysos, arrodillado frente a la mesa, con un lápiz entre los dedos, releía sus notas, atento. A pesar del aparente desastre que ocupaba buena parte del mueble, con papeles y lápices por ella, había un orden en la disposición: las notas estaban agrupadas primero por tema, y luego por tiempo. A su izquierda estaban aquellas que había tomado al inicio de su estancia, comenzando por el evento de las bestias, y de ahí avanzaban hasta la otra punta, cubriendo la misión donde habían encontrado a Madame, el ataque de los mercenarios, lo relacionado con el secuestro de Silvanus, el rescate del mismo, el ataque de los extraños insectos, y todo lo que había investigado sobre Aqua y más recientemente Lumen. En la parte horizontal más alejada a él estaban las más antiguas, y de ahí bajaban hasta su opuesta, abarcando todos los datos sobre los diferentes temas. A su derecha había un par de libros, dispersos, papel y una fina y ajada carpeta.

Normalmente no acumulaba tanto papel, pero llevaba unos meses sin hacer limpieza de todo lo que había guardado, y ahora mismo se disponía a emendar su error. A pesar del número, no sería difícil resumirlas: la mayoría de ellas estaban esquemáticamente, con un par de datos anotados con todas las letras, palabras recortadas, donde sólo se podían ver un par de caracteres, flechas y círculos de diferentes colores (rojo, azul, verde, dependiendo de la importancia del elemento, denotando el verde mayor trascendencia y el rojo menor papel casi terciario), algún que otro número, y también un par de toscos dibujos, feos y sin clase, un completo desastre que probablemente nadie identificaría. Había pensado cómo tomar notas hacía años, su yo del pasado había pensado que de esta forma sólo se entenderían si él estaba presente para traducirlas, y desde entonces había mantenido el estilo. No obstante, las notas que guardaban no reflejaban ni la mitad de lo que sabía del tema, de hecho, sólo eran aquellos detalles que, pese a sí resultar importantes, no eran relevantes, pues siempre se había cerciorado de recordar todo aquello que fuese básico o de suma importancia para una misión. Si bien llegaba a anotarlo para no olvidarlo, tras un par de días se deshacía de todo aquello, quemándolo y memorizando su contenido. Así solía recordar a quiénes eran los principales protagonistas de una historia, las características más relevantes de ellos, como podía ser un estilo de lucha o un rasgo notorio de su personalidad, el lugar del suceso y el orden en el que se habían sucedido los acontecimientos. En las notas se encontraba todo lo demás: personas ajenas que podrían saber algo, y que aparecían siempre representadas con una letra de su nombre, no con su nombre completo, detalles sobre la decoración del lugar, sobre otros personajes, secundarios, que habían participado, como podía ser su posición durante el evento o qué estaban haciendo cuando él había llegado, una estimación de la fecha en la que había ocurrido, la posible relación que podía haber entre diferentes temas, suposiciones de diferentes teorías, datos sobre los monstruos que habían visto, que eran las que los dibujos representaba.

El chrysos clavó la vista en el último de los papeles referidos al ataque de los insectos, frunciendo levemente el ceño, comenzando a tachar aquello que ya sabía que era erróneo.

Tras un par de horas, sintiéndose satisfecho, recogió todo y se marchó.

*se va*

Tomo asiento con un suspiro cansado. Todavía tengo el pelo algo húmedo por el baño, pero se secará pronto, por lo que simplemente evito recostarme sobre el respaldo para que no adopte una forma rara. Contemplo, entonces, la carta que tengo entre las manos, con expresión... ¿cómo decirlo? Escéptica, incluso.Me la acaba de entregar un miembro del servicio en el pasillo. Es, quizás, lo que menos esperaba recibir. Ni siquiera lo esperaba poco, porque no lo esperaba para nada. No obstante, poco me queda más que abrirla, leerla y entender al fin de qué va todo esto.

Abro la carta con cuidado, y despliego el papel ante mis ojos, comenzando a recorrer lentamente las palabras, una a una, deteniéndome en todas ellas, absorbiendo su significado como si no las hubiese leído antes.

*se queda leyendo*

El chrysos avanzaba por los pasillos en dirección a la sala común, alternando la vista entre los pasillos y el libro que tenía entre las manos. Llevaba un par de días leyendo un libro de caballerías que le había llamado la atención en la biblioteca por lo infantil y absurdo de su premisa, y ahora mismo se encontraba en una parte lo suficientemente interesante como para mantenerlo enganchado aún mientras caminaba: en la obra, un anciano caballero confundía las enormes torres del Palacio de Caligo con gigantes, y avanzaba hacia ellas armado con su lanza mientras su joven escudera chillaba que se detuviese, que aquello no eran más que torres. El chrysos se preguntaba si el anciano hombre entraría en razón, si escucharía a la muchacha, o si por el contrario, los guardias de Caligo acabarían arrestándolos.

Cuando entró en la sala todavía mantenía la mirada fija en las páginas, así que no se dio cuenta de que estaba ocupada hasta que se adentró en ella y alzó la vista. Esbozó una enorme sonrisa al ver a la chrysos, y cerró el libro, acercándose a ella al tiempo.

—Alehyss Lester, milady, qué placer encontraros.

La miró, ensanchando la sonrisa, a un par de pasos del sofá.