Biblioteca

Desvío la vista, clavándola en algunas de las estanterías cercanas, como tratanto de leer los títulos de los libros que descansan sobre ellas. Desde aquí me resulta imposible, pero es curioso intentarlo. Mientras tanto, asiento, con cierta distracción.

-Me quieren, y siempre han respetado mi privacidad -corroboro, sintiendo cómo viejos recuerdos me vienen a la mente sin buscarlos-. Basándome en muchas cosas, puedo considerar que soy una mala hija -. Lo miro -si bien también los quiero. Les escribí una carta hace poco, pero quizás deba ir a visitarlos-. Atrapo un mechón de flequillo negro entre los dedos -. Hace tanto que mamá no me ve... -murmuro, con una sonrisa algo trágica, haciendo alusión a mi aspecto, entre otras cosas.

Mamá... Qué sonoridad tan extraña. Hacía mucho que no la escuchaba salir de mis labios.

-Aunque es mejor que no hagan preguntas, porque tendría que mentirles o evitarlas.

Suspiro con cierto cansancio, abandonando el gesto nostálgico, dejando atrás mis pensamientos y, parcialmente, ese estado de ánimo. Sus palabras, sin embargo, me arrancan una sonrisa que sigue pareciendo algo triste, por llamarlo de alguna forma. Nostálgico, nuevamente, se acerca más.

-Qué dresgracia -repito, negando un par de veces.

Tengo otro tema que comentarle, pero no estoy de humor. Y ya he obtenido pocos progresos con lo de Aqua. Lo dejaré para la próxima vez que lo vea.

-Eres algo masoquista, quizás -comento, bajando el tono, con tono entretenido y algo ausente.

Con atención, Lyam escuchó las palabras de Alehyss, sintiendo de alguna forma que la chrysos le estaba confiando algo, que le estaba contando algo que no solía contar. Aunque no supo por qué tenía esa sensación, dedujo que se debía a su tono de hablar, y a las propias palabras en sí. Nunca antes la había escuchado hablar de su familia, salvando el insignificante detalle de raza de su abuela. Se preguntó, por primera vez, si los echaría de menos, y dedujo que sí, a pesar de que dudaba que la muchacha lo admitiese. ¿Se sentirían así el resto de los guerreros? Posiblemente.

—Seguro que entienden que no les escribas con demasiada regularidad —murmuró. Con cuidado, se levantó y se acercó a ella, hasta quedar a un par de pasos de su butaca. Se arrodilló antes de continuar, como si estuviese hablando con un niño pequeño—. Y seguro que saben que los quieres.

Esbozó un amago de sonrisa. Se le daba mal animar a la gente: nunca sabía cómo comportarse, qué decir. Y se le daban mal los temas familiares: no tenía experiencia, no demasiada, y se le escapaban centenares de conceptos. También evitaba esas conversaciones.

—Tal vez sea masoquista —respondió, encogiéndose de hombros—. O a lo mejor me gusta el riesgo, quién sabe.

La miró. Tras unos segundos de duda, decidió acercar su mano a la de la chrysos.

La sonrisa se vuelve algo amarga, casi irónica. Ciertamente, saben que los quiero, espero, y también doy por hecho que entienden que no puedo escribirles muy a menudo. Al fin y al cabo, cuando vine a Brontë ya llevaban tiempo sin saber de mí. No fue algo nuevo. Ellos ni siquiera tienen claro a qué "me dedico". Ni ahora ni nunca.
O eso me gusta pensar. Por desgracia, muchas veces terminé siendo sorprendida por las capacidades deductoras de mi madre. Pero soy su hija, al fin y al cabo, aunque en carácter siempre consideré que era más parecida a mi padre, callado y algo frío.
Espero que llegue un día en el que pueda contarles qué es de mi vida. Hoy por hoy, sigue siendo imposible. Aunque vivo con ello perfectamente.

Contemplo la mano de Lyam acercarse, impasible, sin reaccionar a ello. A sus palabras, sin embargo, sí reacciono, negando.

-Masoquista te describe mejor -opino.

El riesgo deja de serlo llegado un punto. En el momento en el que, tras lo sucedido, acerca su mano a la mía, está siendo masoquista. Me pregunto si la apartaría de saber por qué hago todo lo que hago para Madame Desmarais.
Jager. Nunca he mencionado su nombre delante de Lyam. Aunque la situación del aether ha acabado siendo una especie de obsesión para mí, últimamente.
¿Últimamente? No. Jager siempre fue una obsesión para mí. Desde el principio. Por un motivo o por otro, al final todo lo que hago gira en torno a él. Supongo que tengo la esperanza de ser capaz de liberarme una vez su vida no corra peligro.
Lo espero.

Finalmente, apoyó su mano encima de la de la chrysos, sin hacer fuerza, simplemente colocándola sobre ella. Alehyss se había callado, y él no sabía qué más decir, así que se limitó a observar el gesto. Hacía tiempo que había dejado de llevar los mitones, por dejadez o porque ya no le importaba que se viese lo demacradas que tenían las manos, y ahora mismo contemplaba lo diferentes que eran su mano y la de la chrysos. La mano de ella eran más bonita, suave, y morena, pero también más delgada y pequeña. Estilizada, y más caliente que la suya.
Parpadeó.

—Mi madre era prostituta y murió cuando yo tenía quince años —murmuró, sin saber bien el motivo. Tal vez, pensó, que la chrysos hubiese hablado de su familia lo había animado a ello. No recordaba habérselo contado a nadie—. Crecí en unos barrios pobres, pero me fui cuando ella murió. —Frunció el ceño—. Supongo que, en caso de definirme, aparte de masoquista, diría huérfano. Masoquista, huérfano, mentiroso, egocéntrico. Los cuatro podrían definirme.

Le sonrió.
Y apartó la mano.

Observo su mano, mirándola, en vez de a él, mientras Lyam habla, aunque sin perder detalle de lo que dice. Si bien la parte en la que vivió en unos barrios pobres podría imaginarse fácilmente, lo de una madre prostituta es algo que no me había imaginado. Supongo que una infancia de ese tipo habrá sido bastante deprimente. No puedo visualizar exactamente cómo...

Termino por alzar la vista, impasible. No digo nada al respecto. No soy de las que consuelan y abrazan sin más. No me gusta el drama. Supongo que la empatía no es mi fuerte. Mi forma de respetarlo es escucharlo, en silencio, y no pedir detalles escabrosos, no preguntar por su amiga, ni por Aqua, ni por los negocios raros que tenga. Sin embargo, si aparentase una tremenda preocupación acabaría por sentirme frívola.

-Masoquista, huérfano, mentiroso, egocéntrico -repito, ladeando ligeramente la cabeza, pensativa-. Es necesario uno bueno por lo menos -añado luego, en un intento por mostrarme agradable-. Obediente -decreto, esbozando una sonrisa desafiante.

Mi vida no ha sido un camino de rosas, pero la mayor parte de mis problemas se basaron en mis propias elecciones. Él, sin embargo, no eligió eso.
Es algo triste verlo así.

Rió con suavidad. Obediente. Entendía por qué la chrysos lo decía. Pero no estaba seguro de que eso fuese algo tan bueno. La obediencia estaba bien hasta cierto punto, luego uno se volvía dependiente y no podía tomar decisiones por sí mismo, siempre buscando la aprobación de alguien considerado superior. Y aquello no era bueno, no reportaba ningún beneficio.

—No sé hasta qué punto ser obediente es bueno —admitió, mirándola, sonriente—. Pero gracias.

Ensanchó la sonrisa y apoyó el mentón en el reposabrazos de la butaca, sobre sus brazos, que había colocado anteriormente. Contempló a la chrysos.

—También podemos incluir mi increíble atractivo físico en las cosas buenas.

Se notaba el tono jocoso en su voz.

fdr. pause uvu

Me encojo de hombros, ladeando un poco la cabeza con un amago de sonrisa, como dando a enteder que le doy la razón. Aunque solo sea en parte.

-No he dicho que tuviese que ser bueno para ti -termino por decir.

Para él quizás no, pero para el resto la obediencia es de lo más provechosa. Suele ser así. No necesito especificar nada más, pues.

La sonrisa se vuelve una mueca irónica, escéptica, tras su comentario final, más jocoso. Aquí para echarse flores estoy yo primero, gracias.

-No seas superficial -respondo, haciéndome ver muy seria.

Imitando a la muchacha, el chrysos se encogió de hombros. Era cierto: en ningún momento había dicho que tuviese que ser bueno para él. No obstante, seguía pensando que alguien excesivamente obediente podía ser un engorro, pero no lo dijo. Era innecesario.

Lo que sí respondió fue el segundo comentario de la chica, esbozando una sonrisa sesgada, jocosa y casi egocéntrica.

—¿No es una virtud?

La miró, divertido, curioso por su contestación.

Enarco ambas cejas, adoptando un posición pensativa, como si estuviese dándole vueltas a un tema muy serio. Efectivamente, he considerado muchas veces que mi apariencia agradable, por decirlo de alguna forma, es una virtud. No obstante, no considero que en sí sea una virtud. Al igual que la inteligencia, la belleza es útil si sabes sacarle partido. Como todo, supongo. Pero en caso de la belleza, hay un detalle más.

-Debes partir de que gran parte del atractivo de una persona es subjetivo, de modo que ese tipo de virtudes lo son a medias. No puedes contar con ello sin más.

Jager lo hacía. Contaba con su aspecto. Se lo creía. Y entonces siempre funcionaba. Luego perdió un ojo. Aunque supongo que se inventaría alguna historia para compensarlo y continuaría igual. Para entonces yo ya le había perdido un poco la pista.

-Aunque supongo que no hay casi nada que no sea subjetivo -declaro, al fin.

FdR- Alehystóteles y Lyatón. ¿Qué es la belleza? ¿Qué es lo objetivo? ¿Acaso somos en este munto tan vasto más que meras ideas de otros?

El chrysos rió, divertido. La seriedad con la que la muchacha se tomaba algunos temas, a un a pesar del tono bromista de la conversación, era graciosa. No obstante, escucharla elucubrar, casi filosofar, sobre un comentario que nunca había sido tomado en serio no sólo era divertido, sino que era algo casi normal en Alehyss: parecía que cualquier palabra, por simple que fuese, pudiese suscitar una profunda reflexión, unos pequeños momentos de debate.

—Entonces todo es subjetivo y mi indudable atractivo no puede considerarse como una virtud por eso mismo, ¿no? —Suspiró—. Lástima: contaba con ello desde que era joven. Tendré que replantearme mi existencia.

Le sonrió.

Me cruzo de brazos, con una sonrisa entretenida, casi como si acabase de ganar algún tipo de competición. Al menos la conversación evita que tenga esa sensación de que no hago nada, aunque en sí misma esta charla no esté resultando muy productiva a nivel "profesional", por decirlo así. De todos modos, es un entretenimiento, como lo sería el libro, y si consigo sacar alguna buena conclusión no he de considerarlo una pérdida de tiempo.

Yo cuento con mi atractivo, pese a todo. Si te crees las cosas es más sencillo que llegues a hacer que parezcan ciertas. La sugestión funciona mejor de lo que muchos quisiesen admitir.

-Apuesto que esa desgarradora idea no te dejará dormir hoy -murmuro, con un deje sarcástico, esbozando una sonrisa.

Busco las muletas con la mano y las tomo, para erguirme apoyándome en ellas. Una vez de pie, desperezo la espalda. Estar tanto tiempo sentada terminará conmigo. Hoy, más que nunca, me apetece salir a correr al bosque, aunque llueva. Si tuviese la pierna bien no sería así, estoy segura. Soy un ser caprichoso que quiere lo que no puede tener, como casi todo ser humano.

-Me estoy entumeciendo -declaro, rotando hacia atrás los hombros con desgana, un par de veces.

Ir a dormir directamente es como muy frustrante, y terminaré por querer sentarme de nuevo pronto, pero no me importaría moverme un poco, aunque solo sea un par de vueltas por los pasillos.

Lyam hace amago de ir a ofrecerme su ayuda, pero creo que ya ha captado que no la necesito, porque finalmente no dice nada. Soy perfectamente capaz de caminar, aunque necesite tres de las cuatro extremidades para hacerlo de una forma más o menos eficaz.
No necesito que nadie se compadezca. El día que me haga falta espero que mi vida llegue a su fin para no tener que vivir con miradas de pena que pretenden parecer discretas.

*se van*

Termino el libro y lo cierro, paladeando unos segundos el final. Más banal de los esperado. Al final, evidentemente, el asesino era el hermano. Pero ya tenía apariencia sospechosa desde el principio. No entiendo por qué los personajes se sorprendieron. A mí, más bien, me ha decepcionado.

Con cuidado, voy de nuevo a la estantería y dejo el libro en su sitio. No volveré a caer tan fácilmente en lo de leer una novela de ficción por mera diversión. Para esto no.
He perdido el tiempo.

*se va*

Escribo una carta, muy serio, con letra pulcra. Ya es la tercera vez que la paso a limpio, pero me sigue pareciendo un poco maleducado, por mi parte, lo que digo en ella. Empiezo a pensar que diga lo que diga molestaré al abuelo. O será que soy un cobarde.
De hecho, ambas juntas, seguro. Porque cobarde soy, pero creo que el abuelo se va a enfadar pese a todo.

Suspiro. Me duelen las piernas. Como no sea por el tiempo. Maldita sea.
Llevo un tiempo más debilucho que de costumbre.

*se queda escribiendo*

Tras reescribir la carta de unas cuatro formas diferentes, lejos de estar satisfecho, la guardo en el sobre. A ver si amaina y puedo mandarla.

*se va*

Llegado a un momento de la tarde, ya arrepentida de haber dejado una de las muletas en mi cuarto y harta de deambular por el palacio intercambiando, nada más, un par de frases con alguna gente, termino de nuevo en la biblioteca. Recorro los caminos de estanterías. De modo que hoy Lyam no ha venido a buscar más libros. Hoy hasta hubiese aceptado de buen grado charlar con él. Me encuentro bastante aburrida.

Tras mucho cavilar, tomo un libro sobre Aqua. Aprovecho que no está para estudiar yo misma. Creo que me mueve la arrogancia. Hace mucho que no estudio Aqua, y algunos de los detalles sobre su geografía empiezan a diluírse, los menos interesantes. Y quizás así pueda descubrir algo sobre lo que trama el chrysos.

*se queda leyendo*

Aburrido, el chrysos vagaba por los pasillos. La lluvia, incesante desde hacía semanas, se había transformado en una fuerte tormenta, en la que no sólo llovía, sino que el agua caía en diferentes formas. Los rayos acompañaban al líquido, con una intensidad que el muchacho no recordaba haber visto antes. Aquel tiempo era extraño; la rapidez del cambio en el clima, también. O más que extraño, violento, repentino. Se preguntó qué opinaban el resto de sus compañeros, y si aquel temporal asolaba sólo Bronté o si, por el contrario, afectaba a todo el continente.

Sumido en sus pensamientos, Lyam llegó a la biblioteca sin saber que se había estado dirigiendo ahí. Al verse dentro, pensó que la costumbre era la que lo había encaminado hacia el lugar. Debía buscar más aficiones, más sitios donde perder el tiempo. Aunque para ello el clima debería acompañar; sería más sencillo si podía salir del castillo.

Lyam se dispuso a irse, pues no necesitaba más libros y tampoco quería leer, pero en el último momento vio, de reojo, de suerte, a Alehyss Lester leyendo, concentrada. Lyam sonrió, y con el convencimiento de que su aburrimiento terminaría hablando con la muchacha, se acercó a ella.

—La próxima vez podemos venir juntos y así me ahorro pensar grandes saludos. —Ensanchó la sonrisa—. ¡Salve, Lester! Los que odian la tormenta te saludan.

Enarco una ceja al verlo acercarse. No me he equivocado, al final. No es ninguna novedad, pero todos somos humanos. Simplemente me basé en probabilidades.
Su saludo me hace mantener la ceja en su lugar, manteniendo la expresión escéptica. Cada vez resulta más extravagante. Qué increíble.

-Un buenas noches habría bastado -murmuro, dejando el libro sobre mi regazo-. Soy de las que aprecian las cosas sencillas.

Bueno. Depende de qué cosas. El mundo está lleno de matices y colores. En este caso, menos es más, y lo sencillo vence.

-¿Ya has acabado el libro del otro día? -inquiero, curiosa.

¿Hace algo más que leer? ¿Come siquiera?

El chrysos rió con suavidad al ver la reacción de la chica, el escépticismo en sus facciones. Sonriente, tomó asiento a su lado y la observó, curioso, divertido. Por supuesto que le gustaban las cosas sencillas; todo en ella, salvo, tal vez, su llamativo físico, invitaba a pensar en ello: su carácter, sus gustos. Incluso su forma de vestir, alejada de artificios.

—Lo intentaré tener en cuenta para la próxima vez. —La miró—. Aunque ya había pensado en saludarte románticamente en nuestro siguiente encuentro. —Se encogió de hombros, ladeando un poco la cabeza hacia la izquierda—. Pero me lo replantearé.

Le sonrió y, de reojo, miró el libro que había apoyado en su regazo. A diferencia del otro día, no parecía que la chrysos estuviese leyendo ficción. De hecho, al fijarse más Lyam descubrió que se trataba de un libro de Aqua. Se preguntó, volviendo la vista a la muchacha, por qué había escogido aquel continente.

—No, no he terminado. —Suspiró—. Ni tan siquiera supe que venía a la biblioteca hasta que entré. —Se inclinó hacia delante, acercándose a Alehyss, y en un tono más bajo, añadió—: El destino me ha traído hasta ti.

Una de las palabras me crispa la expresión, monocorde hasta ese instante. Alzo la vista, adoptando cuanto puedo un aura altiva para mirarlo. "Románticamente". No me gusta como suena. Suena a ramo de flores. Qué desagradable.
Cierro las tapas del libro, con suavidad. No me considero alguien cruel. Y me gusta contrastar la información. Y tengo cierta información que contrastar.

-Por cierto... Gerald me comentó que tuvisteis una charla amistosa antes de que yo volviese -murmuro, recordando las palabras del chrysos en el comedor. Ahora Lyam puede darme su versión-. ¿Recuerdas haber hablado de algo en especial?

De modo que vino aquí a causa del destino. No creo en el destino, pero sí en la costumbre, la casualidad y muchas otras cosas. Si viene tanto como parece su propio cuerpo lo traerá aquí sin percatarse. Es normal.

El chrysos cambió drásticamente su expresión, frunciendo el ceño, adoptando una mueca de casi desagrado. Así que Gerald había hablado con Alehyss. Por algún motivo, a pesar de que ya había supuesto que el tío iría pregonando, seguro que hasta tergiversando, su conversación por todo Palacio, aquello le sorprendió. Había imaginado que se mofaría de él con todos, salvo con la chrysos. Chasqueó la lengua, casi molesto.

—Hablé con él, sí. —La miró—. Buscaba a Madame, y por algún motivo acabamos hablando de tías. —Se encogió de hombros—. No hay mucho más que contar.

A saber qué le había dicho.

Si bien Gerald no me comentó en su momento nada sobre Madame Desmarais, aunque tampoco guió por aquel camino la conversación, el hecho de que ella me hiciese llamarlo ya me dio a entender que había algún tipo de relación entre ellos. Aunque los asuntos de Madame raramente me conciernen. En todo caso, dudo que Lyam sepa para qué la buscaba.
Ladeo la cabeza ligeramente, alzando un poco el mentón. Así que "de tías".

-No me resulta extraño imaginar a Gerald hablando de mujeres -reconozco. Extraño sería lo contrario-. No sabía, sin embargo, que compartieses esa afición -añado luego, enarcando las cejas, incisiva.

Conmigo no toca esos temas. ¿Será algún tipo de [/i]respeto[i]? ¿U otra cosa?
Veamos si las versiones difieren.

Volvió a chasquear la lengua, incómodo. Que no hablase con ella de eso no implicaba que, de vez en cuando, tuviese algún comentario, charla o lo que fuera. Hasta con Rick Dehnel había hablado de eso. Además, no le contaba de qué versaban todas sus conversaciones. ¿Por qué debía hacerlo? Era innecesario; su curiosidad era innecesaria.
Se echó hacia atrás en el sillón y volvió a encogerse de hombros. Luego cruzó los brazos.

—No dejo de ser un tío de veintidós años, ¿qué esperas? —La miró—. ¿Qué te dijo exactamente?

Esbozo una sonrisa, entretenida. De modo que un tío de veintidós años, eh. Me permito el relajar el gesto, asintiendo una vez, dándole la razón.

-Por supuesto. No esperaba que no lo hicieses. Es lo natural -. Me echo un poco hacia adelante, enarcando una ceja, mostrándome amigable-. ¿Y son chicas con las que te acuestas, esas de las que hablas? -inquiero, con gesto tranquilo.

Quizás no me conteste. Hay hombres que son muy tímidos. Luego su pregunta me hace encogerme de hombros. Me recuesto de nuevo, agitando un instante la cabeza para devolver el flequillo a una mejor posición.

-Me dijo que tenía un admirador -cito a Gerald, con naturalidad, clavando los ojos en Lyam.

La miró de reojo, todavía con los brazos cruzados, desconfiado. Estaba esperando el momento en el que la chrysos comenzase a reírse. Todo en ella indicaba que le estaba tomando el pelo, que se estaba burlando de él en su interior. Deseó saber qué estaba pensando para adelantarse al golpe, pero lo único que podía hacer era mirarla con cierta hostilidad.
No le gustaba hacia dónde iba la conversación.

—Sí —respondió, echándose él también hacia delante, acercándose a ella. Torció una sonrisa—. Desgraciadamente, el número no es elevado ahora mismo. Usa tu imaginación, seguro que se te ocurre algún nombre.

Ensanchó la sonrisa. Luego rió entre dientes. Admirador. Claro. En la cabeza del chrysos no cabía nada más. ¡Admitir que ella era más fuerte, más lista! Debe ser plena admiración, el culmen del subjetivismo, nada basado en hechos comprobables.

—Aunque lamento decir que no soy admirador de nadie. —La miró—. Simplemente dije que había alguien más fuerte e inteligente que yo, cosa que estoy convencido todos podrán admitir.

Bueno. Parece, por lo menos, que estamos hablando del mismo suceso. Hay nexos entre las conversaciones. Ahora queda dilucidar qué de lo que dijo Gerald era, o no, una exageración, una mentira, un invento. O, al contrario...
Lyam no parece muy contento con el tema. También lo entiendo. Nunca es agradable percatarse de que otro ha ido por ahí conntando cosas sobre ti. A Gerald no pareció importarle ser desconsiderado, pero le pega ser así de desagradable.

-Bueno -murmuro, casi como disculpándome por no haber prestado atención en clase-, no tengo más datos que los que Gerald me dio. Él usó la palabra "admirador".

Me relajo un poco en el sillón. Espero que no se sienta atacado. He de admitir que a veces soy directa, incisiva, y puede ser desagradable, pero ahora mismo solo quiero contrastar, no discutir.

Qué adulador.

-Esa chica, Inger... ¿Te cae bien? -inquiero, manteniendo el tono tranquilo. Aunque él puede tomárselo como si yo pretendiese mofarme. Es fácil que lo parezca, aunque no sea así. Son meras preguntas.

Rió entre dientes.

—Y por supuesto le creíste. —Se echó hacia atrás, arrellanándose en el sofá, cruzando las piernas—. Admiro a pocas personas. De hecho, ahora mismo ni se me ocurre alguien a quien admire.

La miró, todavía con un rastro de hostilidad. No le sorprendería nada que Alehyss creyese cualquier cosa sobre él. Hasta tendría sentido, coherencia con la actitud que había tenido con él desde el principio. Poco fiable, mentiroso, posible artífice de un malvado plan, traidor... Por algún motivo, podía imaginarse a Alehyss añadiendo esos comentarios a su descripción. Durante un segundo, se acordó de aquella lejana vez en la que se la había encontrado escribiendo en un cuaderno, en medio del bosque. Volvió a preguntarse qué había allí. Nunca había sacado ese tema, y supuso que ahora mismo no tenía mucho sentido sacarlo. Pero se lo preguntaría algún día. Sentía curiosidad.

Cuando la chica volvió a hablar, él la miró, frunciendo el ceño. ¿Iban a hablar de las chicas de Palacio? ¿Quería saber su opinión sobre las féminas de Brontë?

—Sí, es simpática —respondió, seco.