Biblioteca

Ensancho la sonrisa, que se vuelve algo tirante. Estás dando las cosas por hecho muy pronto, Lloyd. No he dicho eso en ningún momento. Aunque si te ofendes terminaré por sacar unas conclusiones que no te gustarán.

-No me dedico a creer a la gente a ciegas, aunque pueda parecerlo -. Bajo el tono, más fría en las últimas palabras, como ofendida-. Si tomase sus palabras por completa verdad no trataría de contrastarlas.

Su actitud comienza a molestarme un poco. Nunca pretendí discutir. Simplemente tengo unas dudas que quiero disipar.
E Inger, por simpática que sea, no tiene que ver con ellas.

Suspiro, algo cansada, incómoda, contemplando la tapa del libro. No sé ni por qué he iniciado esta conversación. Ahora me arrepiento de no haber hablado banalmente sobre la costa de Aqua, o su clima.

La miró de reojo, en silencio. Si lo que quería era contrastar sus palabras, podía haberlo dicho, en vez de casi burlarse. Chasqueó la lengua, incómodo de nuevo, menos molesto que antes. Ahora lo que faltaba era que se ofendiese por su insinuación. Sería el colmo.

—¿Qué quieres contrastar? Si tienes alguna duda, puedes preguntar sin más.

Que preguntase. Él contestaría. Y ella decidiría si creerle o no.

—No quiero discutir. Mucho menos por tonterías, aunque pueda parecerlo.

No quería discutir con ella. Llevaban tiempo sin enfados ni malos rollos y podían seguir así.

Parece más tranquilo. Me alegra. No me gustaría empezar con una desagradable discusión ahora mismo, aquí.
Me pienso, tras su pregunta, cómo plantear exactamente lo que quiero plantearle. La exactitud es muy útil.

-Él me dio a entender, de alguna forma, que tú te habías referido a nosotros. A nosotros.

Serena, lo contemplo, como buscando en su gesto algún cambio. Los ojos suelen ser más sinceros que las palabras.

Suavizo un poco el gesto y asiento, dando a entender que tampoco quiero discutir. No quiero discutir. Hoy no.

La contempló estoico, en silencio, durante unos segundos, meditando sus palabras. Frunció levemente el ceño, todavía pensativo, tratando de recordar con exactitud qué había dicho en la conversación. No recordaba haberse referido a ellos como un nosotros romántico, aunque sí había mencionado a la chica.
Suspiró.

—En ningún momento quise dar a entender que había algo romántico entre nosotros —aclaró—. Aunque parece que mis intenciones no dieron sus frutos.

La miró. Tras unos segundos, añadió:

—Le dije que había alguien, pero que no era nada serio.

Asiento, dando a entender que entiendo sua palabras. Por supuesto, no estaba allí, así que no puedo asegurar que lo dice sea cierto. No creo que haya forma de que vuelva a aquel momento y los escuche, así que debo aceptar lo que me dice. Ya sea verdad o mentira. Lo acepto. Lo creo, digamos. Me sirve. Y por eso asiento.

-De acuerdo -termino por decir, relajando nuevamente el gesto.

Concuerda. Tiene sentido. Es plausible.
Me relajo en mi asiento.

-Quizás me lo haya tomado de la forma equivocada -murmuro, bajando la vista al libro.

La observó estático, expectante por su respuesta. No había imaginado que la conversación llegaría hasta ese punto, y ahora sentía una intranquila curiosidad por su respuesta. Tal vez se molestase, o tal vez no. Y si no le molestaba, tal vez lo aceptaba. Esa opción, pensó, estaría bien.
La muchacha relajó el gesto, mostrándose menos agresiva, menos hostil que al inicio de la conversación. Él finalmente, al tener su respuesta, baTjó la vista. Asintió débilmente.

—No soy tan idiota como para insinuar lo contrario. —Esbozó un amago de sonrisa—. Tranquila.

Suspiró. De reojo, volvió a observarla, apenas un par de segundos más, antes de ponerse en pie.

No sé bien qué decirle ahora. Quizás he sido un poco seca. No es que me sienta culpable, no creo haber hecho nada malo, solo trataba de encontrarle sentido a lo que Gerald me había dicho en el comedor. Y ahora todo cobra, en parte, ese sentido.
Lo contemplo, mientras se levanta. Frunzo los labios, incómoda. Que se marche en este momento es algo, más bien, que vería propio de mí, aunque es normal que las personas abandonen las conversaciones que no son de su agrado.

Siento la necesidad de decir algo. No sé qué, exactamente. Se me ocurre alguna cosa, pero mi forma de ser me hace que sea imposible que la pronuncie. Ya revelé demasiado sobre mi vida la última vez que nos vimos aquí. Hacerme ver tan vulnerable, un libro abierto, mostrando mis debilidades...

Suspiro, aparentemente cansada, siguiéndolo con la vista.

Se pasó las manos por el rostro, suspirando. Cuando las apartó, volvía a sonreír ampliamente, casi como cuando se había acercado a hablar con ella. La contempló en silencio, observando su cuello, y tras un par de segundos habló.

—Voy a otro sitio. Probablemente a tumbarme en el sofá o algo semejante. —Dio un par de pasos hacia ella, hasta quedarse a su derecha. Antes de terminar, se arrodilló y la miró a los ojos—. ¿Vienes, te quedas o...?

Parpadeó. Su voz sonaba, a pesar de la expresión de su rostro, menos animada que antes. No demasiado, no obstante: sólo un poco.

Sus palabras me hacen pensar. No en sus palabras, sino en otras cosas. En palabras de Gerald, por ejemplo, aquel día, en el comedor. ¿Estoy haciendo algo malo con este chico? Siempre defiendo mi manera de pensar, creo que es correcta, tan correcta como la de cualquier otro, pero ello no me da derecho a imponerla como verídica, solo a aplicarla a mí.
Alehyss Lester no cree en la fidelidad. Alehyss Lester cree que ella es muy joven para ser fiel, que ya tendrá tiempo para serlo cuando no tenga preocupaciones y se sienta satisfecha con su vida, quizás. No es que Alehyss Lester no tenga sentimientos, que no pueda apreciar, querer, odiar... Odiar se me da bien.
Pero entonces recuerdo a Jager, y no puedo evitar pensar que no quiero ser como él. No digo que el planteamiento del aether esté mal. La estúpida fui yo. Pero, pese a todo, no quiero generar la misma sensación en los demás. Ya fui así una vez, pero luego comprendí, y supongo que tras comprender mi deber es ser consecuente.

No hablo de relaciones, sino de otra cosa. De sentimientos. Considero que el sexo y las emociones no deberían estar ligados. Por desgracia, por bonita que sea la teoría, la práctica termina, la mayor parte de las veces, alejándose mucho de la primera. Entonces hay problemas.

Carraspeo, ignorando su pregunta un instante, mirándolo a los ojos, interrogante, con el gesto relajado. Y juro que, por una vez, me estoy esforzando por ser más comprensiva, más humana de lo que suelo. Porque no quiero convertirme en Jager.
No somos pareja- ¿Y eso qué más da? No estamos hablando de relación. No hablo de relaciones. Hablo de sentimientos, que son independientes de las relaciones, que se hieren igual.
Entonces la pregunta de verdad pasa a ser otra diferente a "¿Le has dicho a Gerald que estamos juntos?"

-¿Esperas fidelidad de mí? -pronuncio, mirándolo fijamente, muy seria, sin atisbo alguno de sarcasmo o escepticismo.

El chrysos permaneció arrodillado, al lado de la chica, mientras esperaba por su respuesta. Le sorprendía que le llevase tanto tiempo responder a una pregunta tan simple como aquella, y no tardó en suponer que la muchacha estaba pensando en otras cosas, otras alejadas de su pregunta, que pocomo nada tenían que ver con ella. Y cuando finalmente la chica habló, se arrepintió de haber entrado en la biblioteca, de haberse acercado a ella.
Volvía, si bien no de la misma forma, al tema de antes, y no entendía por qué no dejaba, simplemente, de darle vueltas. Por qué no se limitaba a esquivar el tema, a no preguntar, a ignorar detalles. Él lo hacía, era un experto en eso. Siempre lo había sido.

Suspiró, y clavó sus ojos en los suyos. No entendía por qué le preguntaba su opinión, si al final haría lo que quisiese. Le importaría bien poco lo que él quisiese, y él no la culparía por ello, porque conocía, o creía conocer, a Alehyss Lester lo suficiente como para saber cómo era.

—No espero nada —murmuró. Esbozó un amago de sonrisa y se puso en pie—. Y aunque lo esperase, acabarías haciendo lo que querrías. —Se encogió de hombros—. No te preocupes.

Realmente hacía tiempo que había dejado de esperar nada de la gente. Aquello le hacía evocar la imagen de la flamma. Ella hacía años que había dejado de aguardar algo por parte de los demás. Tenía razón con su filosofía.

—Si quieres venir, puedes venir. —La miró, y sonrió, esta vez más sincero que antes—. Pero no pienso filosofar en un lugar tan incómodo como la biblioteca.

Lo que dice me ofende. Incluso podría lllegar a decir que acabo de sentirme herida. Es extraño. Desde que entré en las mazmorras el mundo me ha parecido más gris, apagado, triste. Ahora, de pronto, me he visto arrastrada a una realidad diferente a la que ahora mismo me importa, pero que también existe.
Es como si acabase de llamarme puta a la cara. Así me siento. Pero no lo ha hecho, y no puedo ponerme a gritar como una energúmena sin más. Es algo impropio.

Mi expresión cambia: el ceño se frunce, la mandíbula se aprieta, una chispa recorre el rostro.

-Debes de tener una muy mala imagen de mí si crees que me resulta indiferente herir a la gente -me encuentro gruñendo, malhumorada, tan indignada por dentro que ni soy capaz de expresarlo, y termino frustrada por no poder hacerlo.

No sé para qué me preocupo. Ni él espera que me preocupe, al fin y al cabo.

Me levanto, desafiante, con ayuda de la muleta, mirándolo casi como si lo juzgase. Sé que no parezco empática, pero jamás creí que hasta ese punto le pareciese cruel.
Respiro hondo, calmándome un poco. ¿Y qué más da? ¿Qué le voy a decir? Si no entiende, no entiende. No me apetecer romperle la cabeza. No quiero. Sin más.

Realmente soy un poco egoísta. Eso es cierto.

-De acuerdo -murmuro, incómoda, malhumorada, pero más controlada.

Que haga lo que quiera él también. No es el momento de discutir. Ya habrá otros mejores. Cuando me haya calmado, por ejemplo.
Sinceramente, no entiendo a Lyam. No sé qué pasa por su cabeza, a veces. Será que en el fondo tampoco soy tan lista como me creo.

Frunció él también el ceño, molesto no con las incorrectas palabras de la muchacha, sino con su tono de voz. Él en ningún momento había dicho, tampoco insinuado, que creía que le era indiferente herir a la gente. No. Lo que había dicho era que haría lo que quisiese, deseos ajenos aparte. Sí, la había llamado egoísta, pero no mala persona, insensible. No esperaba nada de ella porque había dejado de esperar cosas de la gente; todo el asunto de agosto le había dado pruebas para pensar que las personas hacían lo que más le convenían: eran egoístas, seguían sus propios deseos. Esperar el altruismo era inútil, y él mismo se incluía en ese grupo de personas. Él mismo era egoísta.

—Yo no he dicho eso —gruñó, mirándola a los ojos—. Si creyese eso, no estaría aquí, hablando contigo, ni te hubiese esperado. —Dio un paso hacia ella—. Si realmente pensase eso, te ignoraría; se me da bastante bien. Pero no pienso que eres una mala persona, ni que la gente te es indiferente. Y creo que en ningún momento he dicho algo semejante.

La observó en silencio unos segundos. Luego añadió:

—Y no espero nada de nadie. No eres una excepción. Eso no tiene nada que ver contigo.

Lo fulmino con la mirada, pero acabo por relajarme. Llego a sonreír, aunque no se me ve demasiado contenta. Pero no puedo evitar pensar que no tengo nada que echarle en cara. ¿Cuándo he esperado nada de nadie? ¿Cuándo he confiado en los demás? Alguna vez, por supuesto... Y para lo que obtuve, preferí no haberlo hecho. Y él... Ya ha sufrido bastante a mis manos. No sé qué pretendo demostrarle. No tengo derecho a echarle en cara nada, tras lo que hice.

Me siento repentinamente abatida, cansada, pero tiene razón. Está bien. Estoy siendo un poco injusta con todo. Es egoísmo. Me hace sentir que tengo derecho a decir este tipo de cosas.
Egoísta Lester.

Supongo que hay, por lo menos, un motivo más para mi mal humor. Pero me temo que hoy tampoco va a ser resuelto.

-Vámonos -concedo, finalmente, mansa.

Hoy no quiero hablar. Antes pensaré. Por ahora, es tarde. Prefiero no darle vueltas a estas horas.

*se van*

Estaba en la biblioteca por hacer algo. Al principio había pensado que aquella lluvia cesaría o que, por lo menos, se normalizaría, pero llegado aquel momento... De haber esperado con Lea en los establos a que parase seguiríamos allí para siempre. Lo peor de todo era que, lejos de mejorar, el tiempo parecía ir a peor. Y yo tenía que ir cada día a las cuadras a cuidar un rato a Tel, que parecía cada vez más agobiada, pero que se negaba a salir. De no haberse puesto tan testaruda la habría traído a palacio y todo listo.

Suspiré, pasando una página más de aquel libro de poemas épicos de héroes bondadosos, sin demasiadas ganas. La historia iba de un guerrero parecido a mí que vivía aventuras parecidas a las mías, pero su nombre no se parecía al mío, y en vez de una espada llevaba una lanza. En mi opinión, la espada era mucho más noble.

Bostecé, cansado. Se hacía tarde. La verdad era que tenía que irme temprano a la cama. Al día siguiente llevaría comida a Tel y entrenaría un poco. Suponía que Lea no tendría muchas ganas de salir, odiando como parecía odiar la lluvia, así que supuse que no la encontraría en los establos. Las damas delicadas escapaban de las crueles tormentas. ¡Era cuestión de vida!

La verdad era que no estaba seguro de querer verla. Empezaba a pensar, a veces, en dejar de molestarla. Pero no podía evitar encontrármela en los establos, y no iba a dejar de ver a Telma, ni a decirle a Lea que lo hiciese ella. Pero mientras lloviese ella podría estar tranquila sin encontrarme.
Un noble guerrero no se rendía, pero a veces uno parecía que se quedaba sin fuerzas. Con "uno" me refería a mí.

Me froté la nariz con los dedos. La noche del ataque se había dejado abrazar, pero seguramente había sido por la tristeza de verse vencida en batalla.
Al final ella tenía razón y yo no podía ser Telma. Debía hablar con Gerald y decirle que estaba equivocado con lo de Lea.

Levaba un buen rato leyendo la misma frase y ni así la entendía. Debía de ser muy difícil, o seguro que era la hora. En la hora de los caeruleus resultaba más difícil leer.
Dejé el libro, levantándome, y con un nuevo bostezo me desperezosé. Necesitaba dormir.

*se va*

Cada vez me siento más encerrada. Necesito salir. Tiene que dejar de llover o voy a volverme loca aquí dentro. No tengo nada que hacer en absoluto. No aguanto más esta situación. Quiero ir a ver a Telma, saber si está bien y asegurarme de que lo esté. Me estoy poniendo de los nervios.

No sé qué hago en la biblioteca. El caso es que aquí he llegado y aquí me quedo. No me gustan los libros, pero por lo menos no hay gente molestando y diciendo gilipolleces. Cojo un libro con brusquedad y me siento en un rincón en el suelo, asqueada. Necesito distraerme. Dudo que lo consiga con esto, pero quiero distraerme.

Lo abro y trato de concentrarme en la lectura, sin mucho éxito.

*Se queda*

Escucho una voz proveniente de la entrada. Es de noche, ¿quién va a venir aquí a estas horas? ¿Algún caeruleus aburrido? Suspiro, tratando de ignorar a quien sea, y trato de seguir concentrándome en la lectura.

No es fácil. Cada vez se lo oye más cerca. Cuando una extraña risa estalla algo más cerca, acabo por alzar la vista, con una mueca de absoluto desagrado. Gerald desaparece al poco tras una estantería. Eso. Vete. Déjame en paz, por favor...

Parece que no hay suerte. Al rato aparece a mi espalda, recitando una serie de bromas que ya he oído antes, y que no dejan de parecerme terriblemente patéticas por más que las escuche. Está claramente borracho. Desde luego, hoy no es mi noche. Cierro el libro dando un golpe, con el ceño fruncido, sin mirarlo.

-No soy popular en ningún sitio -replico, seca y seria-. La ventaja de este es que la gente está callada. Aplícatelo.

Siento cómo me tenso en el momento en el que se acerca. ¿Pero este qué se ha creído, que soy un parque de atracciones? Le doy un buen capirotazo en la frente y trato de apartarlo.

-Pobre de lo que hay entre tus piernas entonces -respondo con voz desagradable.

Por supuesto, no se da por aludido. Entra dentro de su carácter habitual, y dudo mucho que el alcohol pueda cambiar ese hecho. Se acerca de nuevo, y en cuanto tengo oportunidad lo agarro por los pelos, tirando de él para apartármelo.

-Guárdate el baboseo para otra ocasión mejor -replico, malhumorada. No he llegado con mucho ánimo, pero esto ya empieza a hacerse insoportable-. O cómprate un cojín y frótate con él. Yo hoy no estoy de humor para complacer a nadie.

¿Dónde está la caeruleus ahora? Podía venir aquí y llevárselo de la manita. Podían irse a dormir juntitos y que la sobara un poco a ella. ¿O acaso le gustaba follar mientras le dirigían constantes miradas asesinas? Que, bien pensado, tampoco sería el primero...

No me puedo creer que se ponga tan pesado. Ni siquiera eso es cierto. Claro que me lo puedo creer. Tampoco puede llevar tanto sin sexo. En el dudoso caso de que no haya caído la caeruleus el otro día, estoy segura de que ha encontrado a alguna otra con la que ocupar su tiempo. No parece la clase de hombre que pierda un minuto en buscar unas piernas entre las que meterse.

Acabo por intensificar el tirón, empujándolo para alejarlo, y entonces me levanto, furiosa. Le he dicho que no. No tengo nada contra el sexo y no tengo nada contra el sexo con él, pero ha aparecido en mal momento. Que vuelva a intentarlo otro día, si tantas ganas tiene. Hoy no quiero y no voy a cambiar de opinión por darle el gusto.

-¿Por qué no te buscas a otra que se deje complacer mejor? -pregunto, conteniéndome en la medida de lo posible para no estamparle la cabeza contra la estantería.

Suelto un suspiro exasperado, pasándome una mano por la cara. Y eso que una de las primeras cosas que he intentado dejarle bien claras es que yo decido cuándo y qué hago con mi cuerpo. Parece que el mensaje no ha calado del todo, y a raíz de ello no vienen más que problemas. Supongo que intentar razonar con un borracho es absurdo. Pero, mientras no vuelva a intentar manosearme sin permiso, puedo tolerarlo.

-Eso no es algo que te incumba, Gerald -respondo, cortante-. ¿O ahora vas a querer que te nombre mi leal caballero? Creí que era sexo. Sexo voluntario. Lo que prefiero ahora mismo es que me dejes en paz. Llevo una semana encerrada en este asqueroso edificio y esta noche ya he tenido un encontronazo. No me apetece. No sé por qué tengo que dar más explicaciones que esa.

Roto los ojos, poniéndolos en blanco, y entonces dirijo un efusivo gesto hacia la puerta de la biblioteca. ¡Pero si lo está diciendo él mismo, Mithos!

-¡Exacto! ¡Podías haber buscado a otra! Y créeme, aún estás a tiempo. Seguro que aún hay alguna chica levantada esperando un buen revolcón en algún rincón de este palacio. ¿Qué haces aquí perdiendo el tiempo con una desagradable como yo? Te aseguro que no me pondré celosa en absoluto. Siéntete libre de restregarte con quien quieras. Móntate una orgía si te apetece, me parecerá fantástico. Pero a mí, hoy, no me apetece.

Solo haz lo que te dé la gana, siempre y cuando incluya el dejarme en paz. Habrá otras ocasiones. Ocasiones en que me apetezca disfrutar de un buen polvo. Esta noche no es una de esas ocasiones.

Se queda callado. Al fin. Casi puedo sentir el alivio que me invade. De no ser porque aún está ahí, frente a mí, como amenazando con no ir a dejarme en paz jamás. Sin embargo, por fin comienza a moverse, y me pregunto si al fin puedo quedarme sola.

Y entonces vuelve a abrir la boca, y esta vez ya estoy demasiado cansada para aguantarlo. Me mantengo un momento estática, mirándolo fijamente. Puedo imaginar qué pretende. Estoy a punto de responder con un comentario mordaz, pero no llego a hacerlo.

En su lugar, compongo una sonrisa, una de esas que tengo tan bien ensayadas, agradable, dulce, incluso con un deje pícaro. Me acerco a él con pasos lentos, en silencio, mirándolo fijamente, tratando de hacer parecer mis ojos grandes y llamativos. De no ser por que conozco a una auténtica profesional, diría que es la mayor zorra que he visto en mi vida.

Llego a quedarme a apenas unos centímetros de él. Entonces, sin previo aviso, descargo un puñetazo en su estómago. Estoy harta de sus tonterías.

-¿Nadie te ha enseñado qué es y qué no es asunto tuyo? Porque te vendría bien aprenderlo -murmuro entre dientes, furiosa.

Ni siquiera sé muy bien por qué me molesta tanto. El caso es que me ha llevado a mi límite. No tardo demasiado en alejarme de él. Tomo el libro de la mesa y lo devuelvo una estantería, sin fijarme muy bien en dónde lo dejo.

-Buenas noches, Gerald -me despido con tono agrio.

Ya he tenido demasiado por esta noche.

*Se va*