Biblioteca

La miro a los ojos, pensativo. Su pregunta parece tan fácil de responder y es, a la vez, tan compleja.

"No me dejan salir porque es peligroso."

Eso dice siempre el abuelo. Es peligroso que salga. Y lo entiendo bien... Una de las pocas veces que me aventuré un poco más lejos me capturaron... La torre es segura y el resto de lugares, incluso este, no lo son. Quizás ella, acostumbrada a desobedecer a su abuelo, lo vea ridículo, pero yo no puedo decidir si salgo o no. Estoy al cuidado del abuelo, y si me arriesgo lo arriesgo a él.
Aunque quizás esa sea la excusa que uso para no enfrentarme a él e irme. Aún así... ¿Qué haría fuera? No sé hacer nada, ni valerme...

Esbozo una sonrisa algo triste.

"Tengo que aprovechar que estoy aquí para hacer cosas."

Un argumento demasiado simple. Un argumento que no era válido. Negué enérgicamente con la cabeza, casi ofendida.

-Menuda tontería -solté, casi enfadada-. Anda, que si nadie saliera de sus casas porque es peligroso, ¿qué sería del mundo? Puedes esconderte en una cueva bajo tierra y acabar sepultado. Puedes encerrarte en lo más alto de la más alta torre y que se venga abajo. Peligroso no es salir, peligroso es no aprender a enfrentarte al mundo.

No sabía muy bien de dónde sacaba las palabras, pero las sentía. Algo me molestaba en todo aquello. Nunca, jamás, había dejado atrás a Sock hasta que él mismo impuso que prefería quedarse. Él lo había decidido y yo no tenía nada que decir al respecto, pero que otros decidieran por uno era algo que odiaba con todas mis fuerzas. Si esa era su situación, entendía perfectamente su curiosidad.

Me di cuenta de pronto de lo alterada que estaba y me obligué a tranquilizarme. Correspondí a su triste sonrisa.

-Entonces deberías aprovechar fuera días como hoy. No siempre hace un calor tan agradable, pero los libros siempre esperan en los estantes.

Sus palabras, no sé si duras, ciertas o qué, me hacen apartar la mirada, algo triste. Tiene toda la razón y, lo peor, es que aunque lo sepa no tengo nada que hacer al respecto. No solo agradezco lo que el abuelo ha hecho por mí hasta el punto de no ser capaz de exigirle algo así, sino que además estoy seguro de que me pasarán muchas más cosas si salgo... Quizás hasta me vuelva a capturar Sanders. Sabe donde estoy, al fin y al cabo.

Suspiro. Ella tiene razón. Debo aprovechar el tiempo que estaré aquí antes de que se acabe, pues en cuanto me vaya... Volveré a la vida de siempre. Podría decirse que esto son como unas vacaciones en las que salgo de la rutina de mi vida.

No sabía muy bien si lo había ofendido o hecho sentir mal, o si simplemente se había puesto así el solo, pero me daba algo de pena verlo tan alicaído. No sabía en qué clase de lugar lo tenían encerrado, pero ninguna opción me parecía perdonable.

Me levanté y, tras dudar un momento, le quité el libro que tenía en las manos y lo puse sobre una mesa. Luego me volví hacia él y esbocé una sonrisa amistosa.

-Hora de tomar el sol -decidí, en un tono suave pero que no admitía réplica.

Y, tomándolo de la mano, lo conduje fuera de la biblioteca, hacia los exteriores. Pensándolo bien, no sabía qué pretendía yo tampoco encerrándome a estudiar en un día tan bonito.

*Se van*

Tras el encuentro de ayer con Fier, no pude quitarme de la cabeza el hecho de que hacía meses que no escribía nada a mis padres, así que, justo cuando terminé mi sesión de entrenamiento, decidí ponerme a ello.

La biblioteca estaba vacía, cosa que agradecí: no me gustaba escribir con gente mirando; me sentía extraña, como si me estuviesen observando aun a pesar de que, muy probablemente, nadie me prestaba atención. Tras dedicarle un rápido vistazo a las estanterías, cogí pluma, tintero, papel y tomé asiento. Observé el papel; durante unos largos segundos, permanecí estática, con la pluma entre las manos, a escasos centímetros de la hoja todavía blanca, cavilando qué podía contarles. Pensé que podía hablarles del encuentro con los mercenarios, pero luego pensé que aquello los preocuparía, y yo no quería preocuparlos; pensé en hablarles de la gente que había conocido, pero ya había hablado de mis compañeros en otras cartas y no tenía muchas cosas más que contar de ellos, aparte del hecho de que había conocido a más gente, pero no me pareció un suceso tan relevante como para ocupar una carta; pensé en preguntarles qué tal estaban, en construir la carta a base de preguntas, pero luego aquello se me antojó estúpido y frío; pensé en hablarles de que había vuelto a entrenar de forma constante y de que había estado leyendo mucho, pero, de nuevo, aquello me pareció insustancial.

Suspiré. Realmente tenía muchas ganas de enviarles una carta, pero no sabía qué poner. Con cuidado, dejé la pluma en el tintero y contemplé la estancia, todavía pensando qué poner, como si esperase que la biblioteca me diese alguna idea.

*se queda*

Después de haber estado escribiendo la carta a Gabrielle por los distintos rincones del palacio y pasando la tarde, decido acercarme a la biblioteca para sellar la carta. Creo que los del servicio ya me miran un poco mal por hacer demasiado gasto en papel, tinta, plumas y demás, pero no puedo evitarlo.

Al llegar busco mi lugar de siempre y, unas mesas más allá, me encuentro a Inger sentada mirando las musarañas. Sonrío ampliamente. Hace tiempo que no la veo así que me pongo muy contento y me acerco con pasitos rápidos a saludarla.

—Iiiingeeeer —Le digo con emoción mientras me siento, en bajito por si molestamos. —Cuánto tiempo sin hablar, chica mía. ¿Qué tal? ¿Cómo lo llevas? ¿Qué tal Rick? ¿Todo bien? ¿Tienes alguna herida de la última pelea? Dime, dime, cuéntamelo todo —Le digo, muy rápido, al tiempo que la agarro de las manos con emoción y me acerco a ella sobre la mesa.

Estaba tan concentrada pensando que no me di cuenta de que Heylel había entrado hasta que me llamó. Sorprendida, alcé las cejas y esbocé una amplia sonrisa. ¡Hacía un montón que no hablaba con Heylel! Y, a decir verdad, tenía ganas de charlar con él. Siempre me había gustado el aether: me recordaba, de alguna forma, a un protector, a una especie de confesor, a alguien que escucha y se preocupa por los demás en todo momento, dando buenos consejos para ayudarnos. Era como una especie de padre, sólo que sin la parte severa de todos los padres respecto a los hijos. Y eso lo hacía aún mejor.

—¡Sí, hacía mucho tiempo que no hablábamos! —exclamé emocionada, sonriendo ampliamente—. Pues... Pues... Pues yo estoy bien. No tengo ninguna herida ni nada. ¿Y tú? ¿Tú estás bien o te pasó algo...? —Le miré a los ojos. Luego, en un tono menos alegre, añadí—: A Rick hace días que no lo veo, pero supongo que estará bien... Ya se fue de la enfermería, así que tiene que estar bien...

Sonreí bastante más cuando me respondió ilusionada y asentí con mucha energía. Inger era una de las personas con las que mejor me llevaba en Brontë además de sentirme el celestino y protector de su relación con Rick. Casi como su padrino.

—Yo estoy perfecto, perfecto. Me alegro mucho por ti —Le digo en un principio, riendo y sacándole hierro al asunto. Las paleas no son una conversación interesante en este momento y sus palabras sobre Rick ya me preocupan.

—Oh, ¿cómo que hace tiempo que no lo ves? ¿Os ha pasado algo? Quiero decir... Seguís juntos, ¿no? Porque estáis hechos el uno para el otro y se os ve muy contentos y felices cuando se os ve y, ya sabes —Le digo con tono de preocupación. Ahora que lo pienso, el día de los malhechores en el jardín estaban ella, Rick y Corbin... Cuando llegué había asumido que Corbin había llegado más tarde por su posición pero, ¿y si estaban los tres juntos? ¿Estarían hablando de "algo"? De todas formas Inger había permanecido al lado de Rick en la lucha y eso ya decía mucho.

Sonreí ampliamente.

—Me alegro —le dije, soltándome de sus manos. Luego lo miré y escuché lo que decía, atenta.

Sus preguntas me hicieron apartar la mirada. Realmente no tenía muy claro qué responderle. Durante el suceso con los mercenarios me había enfadado con Rick, pero toda mi molestia había desaparecido cuando el líder lo atacó. No obstante, como no lo había visto desde entonces, no sabía si se había molestado por mi actitud o no.

—Pues... Seguimos juntos, sí... Pero no sé si está enfadado o no, porque durante lo de los mercenarios me enfadé con él y, eh... Bueno. A lo mejor se enfadó porque me enfadé o algo así... —Lo miré y me encogí de hombros—. Supongo que ya nos veremos... Y ya lo descubriré.

Aparto las manos de la mesa cuando ella también vuelve a su postura y la escucho con curiosidad e intriga. Por su cara parece que las cosas no van bien del todo y eso no puede ser. Aunque una pareja puede tener baches, claro... Pero la última vez que la vi había otro bache y tantos baches pues...

Cuando explicó su preocupación asentí y sonreí con condescendencia.

—Bueno, mujer, no te preocupes. La mayoría de las discusiones de ese tipo se alargan por malentendidos. Rick es un chico amable y bueno así que no creo que se haya enfadado por algo así —Comento amablemente, para tranquilizarla. Luego frunzo un poco el ceño, curioso. —Que, bueno, no es por cotillear pero, ¿qué pasó con los mercenarios para que discutieses con él? La pelea se resolvió bien al final. Bueno, con la actuación de Corbin y todo eso. Menudo chico, ¿eh? Parece más fuerte de lo que se deja ver —Comento las últimas frases con una risilla socarrona. Igual así se anima acontarme algo del chico. Debo valorar qué pasa entre esos tres. Por su bien.

Esbocé una corta sonrisa.

—A ver... —susurré. Realmente esperaba que no se hubiese enfadado, pero quién sabía. A lo mejor sí se había ofendido o algo así.

Sus preguntas sobre el suceso me hicieron dibujar una mueca. No me gustaba recordar aquella noche; cuanto más lo hacía, más inútil y patética veía mi actuación.

—Me enfadé porque no me dejaba moverme... —dije, seria, mirándole a los ojos. Luego fruncí el ceño—. ¡Estaban en medio! Intentando protegerme y lo único que hacía era causar problemas, y yo no pude hacer nada y fue muy frustrante... ¡Porque sé defenderme, y era él el que estaba desarmado! Debía haberme dejado tranquila...

Chasqueé la lengua. Aquello me había molestado sobremanera. Se suponía que yo era una guerrera; no necesitaba que nadie me salvase. Suspiré.

—Y... Sí. Corbin estuvo increíble... Si no hubiese sido por él, no tengo ni idea de qué hubiera pasado... Sin... Eh... Ánimo de ofender... —Sonreí debilmente. Luego añadí—: Y, sí, no me esperaba que fuese tan fuerte... —Ensanché la sonrisa—. Quiero decir... Lo vi entrenar un día, así que supuse que se lo tomaba en serio... Pero aun así... ¡guau!

Escucho a Inger con entusismo cuando veo que se pone un poco más nerviosa explicando la situación y luego suspiro un poco apurado.

—Ah, eso... Ya, entiendo. Supongo que solo quiere que estés bien y no te pase nada. Eso es adorable —Sonrío —Pero, tienes razón, quizá deba darte un poco más de libertad a ese respecto. Quizá no te vea como una chica dura —Comento, entre jocoso y amable. Supongo que entiendo un poco a Inger y su incomodidad. A fin de cuentas creo que olvidamos que es una guerrera más.

Pero mi sonrisa se vuelve algo menos agradable cuando, al mencionar a Corbin, Inger se entusiasma hablando de él y de su seriedad y de su fuerza y de su "guau"... Frunzo el ceño un poco y vuelvo a sonreír, ahora un poco menos de verdad, pero de verdad igualmente. Que es Inger y es muy maja.

—Así que lo has visto entrenar, vaya... Parece que os lleváis bastante bien, ¿no? Yo, la verdad, no lo conozco demasiado... ¿Es un hombre de provecho? Bueno, ya me entiendes —Bromeo, apoyando los codos en la mesa para sostenerme el mentón con las manos emitiendo una sonrisa curiosa. Esos comentarios tan entusiasmados o incluso encandilados suenan un poco extraños... Debo defender el territorio de Rick, el pobre es tan... Inocente.

Fruncí levemente el ceño.

—Eso no es adorable. Es peligroso. —Miré a Heylel—. A... Además, en ningún momento le pedí que me protegiese... Puedo valerme yo misma.

Aparté la mirada. Eso último no era técnicamente cierto. El suceso con los mercenarios me había demostrado que no podía enfrentarme a determinadas personas yo sola, por mucho que quisiese. No obstante, tampoco creía que necesitase la constante protección de nadie; se suponía que era una guerrera, así que debía defenderme por mí misma y no depender de nadie. Y creía que era capaz de hacerlo, en mayor o menor medida. Que necesitase ayuda en algún momento no significaba que no pudiese hacer nada. Y si necesitaba ayuda, yo misma me encargaría de pedirlo, aunque esperaba no tener que hacerlo próximamente. Quería hacerme más fuerte para no depender en ningún momento de nadie. Había empezado con esas sesiones de entrenamiento precisamente por eso, porque quería ser mejor para que no se repitiese lo de aquella noche. Y lo conseguiría.

—Realmente no lo conozco tanto —murmuré, volviendo a centrarme en mi conversación con Heylel. Esbocé una sonrisa—. Lo... Lo vi entrenar hace tiempo, y realmente no vi demasiado... —Me pasé una mano por la nuca—. De hecho, sólo recuerdo que estaba en la sala de entrenamiento y poco más... —Me encogí de hombros. Luego miré a Heylel—. Pero, bueno... Por lo que sé de él, sí que parece un hombre de provecho... O sea... Lee mucho, y es listo, o eso parece... Y es fuerte... Y muy majo. —Sonreí—. Y... Bueno... tampoco es... Precisamente... Feo... Así que... Sí, supongo que es... De provecho...

Me encogí de hombros.

—Bueno, sí que puede llegar a ser peligroso. Pero piensa que poco le importará el peligro si ve que te puede pasar algo malo —Comento con tranquilidad. —Aunque seguro que si le demuestras que no eres una demisela en apuros entenderá que no debe ponerse tanto en medio —Añado con una sonrisa agradable.

Y entonces viene Corbin, claro. Mano a la nuca, descripción precisa, sonrisa, dudas al hablar. No no no no no no no no no, Inger. Esto no se hace así. No puedes enredarte con Rick en una preciosa relación en la que estáis hechos el uno para el otro y luego ir fijándote así en el primer claritas guapetón que pasa por delante. Tendrá muchas cosas buenas, pero no no no no no no no. Por un momento me imagino agarrándola de los hombros mientras le explico eso.

—Vaya, sí, parece un chico agradable, entonces... —Comento de entrada. No sé, ¿debería decirle algo sobre eso? Una parte de mí siente que sí, que debo prevenirla, pero no sé. —Hum... Supongo que tendrá facilidad con las chicas. Ya sabes, un chico tan amigable y guapo... La mayoría suelen ser bastante despreocupados con las mujeres —Comento con tono de broma para que no me tomase como un inventor de chismorreos. Todo esto son hipótesis y comentarios distendidos, un poco de gracia para la situación. Aunque seguro que Corbin era un picaflor de esos.

Fruncí mucho el ceño, molesta de pronto.

—¡Pero yo no quiero que le pase nada malo! Y no necesito que me proteja. Y si no lo necesito y no quiero que le pase nada malo, ¡entonces no debería hacerlo! ¡Y debería dejarme a mí tranquila, y no estorbar, y...! —Tomé aire sonoramente—. Y limitarse a lo suyo... —concluí pasados unos segundos, con un tono más tranquilo y bajo, antes de clavar la vista en mis rodillas. Realmente aquello me frustraba. Y parecía que Heylel no entendía mi frustración, lo que hacía aquel tema mucho más molesto.

Volví a mirar al aether cuando mencionó a Corbin, y alcé levemente las cejas durante unos segundos, antes de volver a arrugar el ceño. ¿Por qué decía aquello? Yo no conocía a Corbin, así que no podía saber qué facilidad tenía o dejaba de tener con las mujeres.

Me encogí de hombros.

—No sé... Tampoco lo conozco mucho, pero conmigo es majo y... —Me encogí de hombros—. Bastante atento. No parece un mal chico y, no sé, supongo que la tendrá... Pero ya te digo que no sé... Tendría sentido, supongo... —Lo miré—. Creo...

Tras mis comentario, Inger parece un poco molesta. Al parecer hay algo con Rick que no funciona bien y, a pesar de mis esfuerzos, mi desconocimiento me hace meter la pata y alejarme del problema en lugar de calmar la situación. La miro con los ojos algo más abiertos y luego miro a la mesa, algo cabizbajo y avergonzado.

—Oh, lo siento... No pretendía darle la razón o algo así. Entiendo lo que dices —Me limito a decir con un tono más manso. Como su respuesta sobre Corbin también parece algo arisca, opto por dejar estar el tema. Al menos hasta que hable con Rick. O hasta que yo hable con Rick... Cuando levanto la cabeza recompongo la sonrisa.

—Bueeeno, creo que ya se está haciendo demasiado tarde. Espero no haberte chafado la noches con mis preguntas. Solo quería saber qué tal estabas y demás. Ahora creo que debería irme a descansar así que ánimo con el grandullón, ¿vale? —Me levanto y le sonrío de nuevo. —Buenas noches —Dada mi despedida pongo pies en polvorosa. Parece que no ha sido un buen día. Tendré que volver cuando los ánimos estén menos caldeados... Por el momento parecen una pareja más o menos estable. Espero que esos enfados y esa buena imagen de Corbin no lleguen a ninguna parte...

*se va todo preocupado el hombre*

Observé a Heylel en silencio mientras él hablaba, pensando que a lo mejor había sido demasiado brusca. Con mi comentario no había querido ofenderle, ni molestarle, ni hacer que se sintiese mal. Sólo había querido expresar mi descontento, aunque a lo mejor había sido demasiado arisca, borde.

—Y yo no... No pretendía molestarte, ni... Hacerte sentir mal... Lamento si lo he hecho —murmuré, bajando la vista—. Y no, no me has chafado la noches ni nada... ¡De hecho me lo he pasado bien hablando contigo! Tenía ganas de, eso, charlar contigo, en serio... —Lo miré de nuevo. Luego esbocé una corta sonrisa—. Bu... Buenas noches, y, en serio, perdón si te he molestado...

Contemplé cómo el aether abandonaba la biblioteca y, cuando se fue, suspiré. Me sentía un poco mal. Que yo estuviese frustrada por algo no implicaba que tuviese que hablarle así a la gente que se preocupaba por mí. Y aunque me había disculpado, todavía estaba arrepentida por cómo le había respondido. A fin de cuentas, Heylel sólo quería ayudar.

Miré la pluma y la hoja que había sobre la mesa y exhalé un nuevo suspiro, cansada de pronto. Seguía sin saber qué escribir y aquello, al igual que el final de la conversación con Heylel, me entristecía de alguna forma. No entendía por qué me costaba tanto escribir la carta. Tampoco entendía por qué le había respondido así al aether, ni por qué Rick creía que era una damisela en apuros, ni por qué habían venido unos mercenarios, ni por qué el parvus que apareció aquel día no nos dio más explicaciones. No entendía nada, y mi incomprensión me molestaba, me frustraba. Me hacía sentir estúpida e impotente. Y asustada.

Apreté los labios, que habían empezado a temblar hacía unos segundos, y comencé a llorar espontáneamente, en silencio. Ni tan siquiera sabía por qué lloraba exactamente, pero lloraba, cabizbaja, observando mis rodillas, agitándome levemente, dejando que las lágrimas brotasen y atravesasen mis mejillas, sin molestarme a limpiarlas, con las manos fuertemente oprimidas y los labios sellados.

No lloré demasiado y, cuando terminé, pasados un par de minutos, suspiré fuertemente, como si quisiese expulsar todos los sonidos que tenía que haber exhalado durante el llanto. Después, tras limpiarme, abandoné la biblioteca.

*se va*

Corbin entró con decisión en la biblioteca, dispuesto a acabar con aquello. Había tardado mucho tiempo en intentar plasmar nada en el papel porque le parecía absurdo, pero ya era hora de ponerse en serio con aquello, o acabaría volviéndose loco a base de darle vueltas.

Llegó junto a una mesa, tomó papel, pluma y tintero, mojó la pluma en tinta y comenzó a escribir.

Excelentísima señora:

Aquella había sido una de sus principales dudas: el encabezado. Tras muchas vueltas, había decidido que, probablemente, lo más fácil sería seguirle el juego a la chica. Existía posibilidad de que no entendiera la broma, pero para hacerla más patente Corbin decidió rodearla de un buen número de florituras, exagerando con burla la formalidad del texto. En cuanto al resto, continuó en un tono más jovial.

No he vuelto a saber nada sobre el asunto de la otra noche. No he encontrado a nadie que me diera más información al respecto, pero continúo alerta. Parece que, finalmente, lo más fácil será que me acabes informando tú al respecto, si es que has tenido más éxito que yo investigando.

Por lo demás, nada ha cambiado demasiado. Sigo con mis lecturas, y estoy intentando perfeccionar mi entrenamiento. Parece que mis sentidos tienen aún mucho que desarrollar, teniendo en cuenta la facilidad con que me tumbó aquel hombre. No me gustaría que algo del estilo volviera a ocurrir.

Espero tu respuesta, o verte por aquí en algún momento. Veremos qué se da antes.

Un saludo,
Corbin ad Falace
Faldice

No le gustaba demasiado aquel borrón de la firma, así que decidió modificarlo para hacerlo parecer una mancha de tinta. En cuanto al resto, por fin, parecía bastante satisfecho con el resultado. Tomó papel secante y lacre, dobló y selló la carta, indicó el nombre de la destinataria y, antes de salir de la biblioteca, encargó a un chico del servicio que allí estaba que se la hicieran llegar.

Después, salió.

*Se va*

Sentada, con una hoja y un tintero delante, una pluma en la mano derecha y la carta de Corbin en un sobre, a mi lado, observo pensativa el blanco papel. Su carta, más que nada, ha creado una pregunta en mí. Ahora siento la necesidad de responderla, pero he de ir con cautela. Ya que todo empezó como un juego, así debe seguir. Si no se levantan sospechas, podré averiguar qué había bajo esa mancha de tinta.

Lo más difícil es hallar un principio a la altura del suyo. Tras cavilar unos segundos comienzo a escribir con letra estilizada y fluida.

Mi noble y fiel vasallo:

Esbozo una sonrisa para mí. Mojo de nuevo la punta de la pluma y comienzo una nueva línea, dejando un buen espacio en medio.

Parece que he tenido más suerte (o pericia) en mi búsqueda de información sobre los sucesos de la otra noche. De todas formas, sigo investigando. Espero tener...

Mojo de nuevo la pluma, pensativa.

*se queda*

El chrysos vagaba por los pasillos sin saber muy bien qué hacer. Llevaba así algunos días, dando vueltas sin rumbo, pensando en muchas cosas y en nada a la vez. Ahora mismo, mientras giraba por un pasillo, pensaba en que todavía no había respondido a la carta, pero hasta hacía unos segundos había estado pensando en la carta que el líder parvus había enviado. Cuando la había recibido, su primera reacción fue de extrañeza, pues no esperaba recibir ningún tipo de correspondencia hasta que él enviase la carta que aún no había escrito; cuando supo que era del parvus, se planteó seriamente ignorarla, pues la última vez que había recibido algo de ese señor había acabado yendo a una misión a la que nunca había querido ir y de la que no había sacado nada en claro; y cuando la abrió, pasado un buen tiempo, pensó si aquello iba realmente en serio. Por algún motivo, era incapaz de imaginarse que un líder quisiese hacer una fiesta.

Al llegar a un punto del pasillo, decidió ir a la biblioteca, así que dio media vuelta y deshizo parte del camino que había hecho. La biblioteca no le gustaba demasiado, pero menos le gustaba estar bajo la lluvia y si volvía al dormitorio, estaba convencido de que mágicamente acabaría fusionado con la cama. Además, a lo mejor podía coger un libro o algo. La verdad, hacía bastante que no leía nada y a lo mejor eso apagaba su aburrimiento.

Al entrar en la estancia, le dedicó un rápido vistazo y, al hacerlo, sus ojos se encontraron con la figura de Alehyss Lester, que parecía estar escribiendo algo. El chrysos la observó con curiosidad, preguntándose qué estaría haciendo exactamente. Luego, pasados unos segundos, se adentró en el lugar y se acercó a las estanterías. Al pasar por delante de la chrysos, murmuró:

—Hola...

Y luego volvió a concentrarse en las estanterías, buscando algún título interesante.

La puerta se abre con un sonido suave. Alzo un instante la vista. El que entra es Lyam. Ello me incomoda. La última vez que estuvimos juntos pude percibir su deseo por mi cuerpo, y no me gusta eso. Quiero distanciarme de él, así que que me atosigue no es algo agradable. Haga lo que haga, no le daré pie a acabar en la cama.

-Hola -respondo serena, a su saludo.

Su atención está centrada en las estanterías. Parece que busca algo.
Lo miro de reojo.
Me está ignorando.

Miro de nuevo hacia el papel, escribiendo un par de frases más. El rasgar de la pluma hace un sonido agradable.
Elevo la vista al techo, pensativa. La verdad es que es difícil comunicarse con Corbin por carta. No tenemos mucha confianza y el chico es bastante cerrado (yo no me quedo atrás), por lo que no sé muy bien por qué punto atacar.
Mi mano tamborilea sobre la mesa, frustrada.

¿Y este por qué no me dice nada? Generalmente me sigue como un perro, con su excesivamente estirada sonrisa.
Le lanzo una furtiva mirada de reojo, sin mover la cabeza para que no la perciba. Luego cojo el sobre y saco de nuevo la carta. Comienzo a releerla. Quizás eso me inspire.

El chrysos, todavía contemplando los libros, asintió levemente, dando a entender que había escuchado el saludo de Alehyss. Luego frunció levemente el ceño, retrocedió un par de pasos, y miró hacia arriba, pensativo, intentando buscar entre los libros de los anaqueles más altos algún título más interesante. Tras unos segundos de observación, finalmente encontró uno que le llamó la atención y, sonriente, fue a buscar una escalera.

Al volver a pasar por el lugar donde estaba sentada la chrysos, la miró de reojo, sin mover la cabeza. Parecía que no estaba escribiendo nada. Lyam se pregunto si sería porque ya había terminado o porque tenía algún problema. Lo segundo, por algún motivo, le extrañaría bastante: no se imaginaba a Alehyss Lester teniendo problemas para escribir una carta. Aunque, bien pensado, tampoco se imaginaba a él mismo con problemas para responder correspondencia y ahí estaba, rehuyendo de la respuesta que tenía que escribir.

Cuando volvió, ya cargado con la escalera, la chrysos tenía una carta entre las manos. Lyam frunció levemente el ceño y la observó con curiosidad durante unos segundos, preguntándose qué había en ella y quién la había escrito. Luego, apartó la mirada, colocó la escalera y subió por ella hasta que logró alcanzar el libro que le había llamado la atención. Sin bajarse, abrió el libro y comenzó a leer las primeras páginas.

Lo miro de reojo a ratos, tratando que no lo note. Soy capaz de ver por el rabillo del ojo, gracias a la visión periférica, que de vez en cuando me lanza alguna mirada, pero no dice nada. Ni una sola palabra.
Tengo que contenerme para dejar de golpear la mesa con los dedos, crispada.

Mi noble y fiel vasallo:

Parece que he tenido más suerte (o pericia) en mi búsqueda de información sobre los sucesos de la otra noche. De todas formas, sigo investigando. Espero tener la información al completo sobre el suceso para el momento en el que nos encontremos, pues explicarlo por carta es innecesariamente complicado y podría dar lugar a malentendidos.

Sobre...

Suspiro, tratando de disimularlo lo máximo posible. Si el maldito Lyam se fuese de aquí dejaría de desconcentrarme.

Frunció el ceño. Lo que estaba leyendo no sólo no le gustaba, sino que o bien no lo entendía, o no tenía sentido. Molesto, chasqueó la lengua y colocó el libro en su sitio. Suspiró. Realmente no tenía muy claro qué clase de libro quería, pero ya que estaba ahí, intentaría coger alguno. Además, si se iba sin nada, estaba casi seguro de que la chrysos pensaría cosas completamente surrealistas, como que realmente no quería ningún libro y que sólo estaba fingiendo para poder verla o algo así. O a lo mejor pensaba que era tonto.

Curioso, volvió a observar los libros que había en aquella zona, intentando encontrar uno que tuviese ya no sólo un título interesante, sino unas primeras páginas decentes. Tras unos largos segundos, finalmente se decantó por uno, y subió un nuevo peldaño para cogerlo. Al igual que había hecho con el anterior, lo abrió y empezó a leer las primeras páginas.

La pluma rasga el papel con elegancia. Siempre me he sentido muy orgullosa de mi caligrafía. Si algo es armónico en el papel demuestra una mayor serenidad mental.

Sobre los entrenamientos, también yo me he estado esforzando más recientemente. Sería interesante, quizás, entrenar juntos un día. Creo que podría ayudarnos a encontrar puntos fuertes y débiles al otro.

Y, con la excusa, averiguo lo de la mancha de tinta.

¿Hay, quizás algo más que decirle? Aprieto la mandíbula, pensativa.
Noto el rumor de los pasos de Lyam por la biblioteca. Me pone excesivamente nerviosa. No está actuando con normalidad. La normalidad dicta que venga y sea edulcorado. Está tramando algo.