Sala común

Como respuesta a las palabras del aether, el chrysos asintió y movió la mano a modo de despedida. No tenía nada más que decir, así que dejó que Heylel se fuese sin pronunciar palabra alguna. Luego, de nuevo a solas, cogió el libro, volvió a tumbarse y retomó la lectura.

La geografía nunca le había interesado demasiado. Pero desde hacía unos meses, aquello era casi lo único que leía. Cuando lo hacía se acordaba de la conversación que había tenido con la chrysos, de cómo ella le había dicho lo útil que era. Y aunque seguía encontrándola bastante tediosa, tenía que darle la razón: era útil, importante. Ahora tenía una idea mucho más clara de cómo era el mundo, de cómo llegar a diferentes lugares y de qué podía encontrarse. Y aquello, sin duda, le parecía útil. También, ahora que sabía un poco de Ignis, otro poco de Aqua, y otro poco de Lumen (aparte de un bastante de Fulmen), tenía que admitir que tenía su pequeño punto interesante.

Tras leer un poco más, decidió que ya se había hecho lo suficientemente tarde como para irse a los dormitorios y abandonó la sala común. Antes de marcharse, pensó que tal vez debería ver a la chrysos.

*se va*

El chrysos, tumbado en el sofá, leía con interés. Ahora que había terminado su, por llamarlo de alguna forma, estudio sobre el relieve de Aqua, veía mucho más interesante el resto de los libros. Aquel tema, que le había llevado semanas, le había parecido el súmmum del aburrimiento, de lo poco interesante, así que ahora encontraba atrayente cualquier tipo de tema. Estaba convencido de que no encontraría nada más tedioso que aquello, y se enfrentaba a las lecturas con un renovado interés. Ahora mismo, por ejemplo, se encontraba sumergido en la historia del continente de los piscis, atento a los cambios políticos del lugar, a cómo se había formado la forma de gobierno actual y a las guerras que habían emprendido.

Al igual que la geografía, la historia era un universo nuevo para el chrysos. Salvando algunos detalles que hasta un niño sabría, Lyam desconocía cómo había sido el pasado. No sabía qué guerras se habían producido, quiénes habían sido los vencedores y quiénes los perdedores, ni tampoco sabía por qué las relaciones entre los continentes eran de aquella manera. Era, en una palabra, un inculto. Con todas las letras.

*se queda*

Llego a la sala común bastante malhumorada. Lo cierto es que me molesta que la gente sea tan sensible. Apenas fue una carcajada, y me disculpé. Por no hablar de que en ningún momento pretendí herirlo. ¿Está mal disfrutar? ¿Bajar la guardia? ¿Reírse un poco?

Al abrir la puerta veo a Lyam sentado, leyendo. Este chico es todo acción, desde luego. Creo que no lo veo dar más de diez pasos desde que salvamos al chaval aquel de pelo blanco. Me parece bien que estudie, pero sigue resultando un poco pasivo de más, ¿no?

Sin mediar palabra, me acerco a él y me dejo caer a su lado, sentada, en el pequeño hueco que queda libre en el sofá. Dejo ir un suspiro cansado y me froto los ojos con la mano, frustrada.

-Buenas noches -murmuro, sin demasiada pasión.

El chrysos alzó la vista al escuchar unos pasos, que pronto identificó como los de Alehyss Lester. Al verla, curvó ligeramente los labios y la saludó con la mano, al tiempo que cerraba el libro y lo apoyaba sobre su pecho. Cuando se acercó, dispuesta a sentarse, apartó los pies, haciéndole sitio, pero no se sentó; en su lugar, permaneció tumbado.

—Buenas noches —respondió.

Por algún motivo, la chrysos parecía decaída. O algo así. A lo mejor sólo estaba enfadada, pero era evidente que no estaba de muy buen humor. Aunque, bien pensado, la chrysos no solía estar de buen humor. O, al menos, no dejaba que se le viese.

—¿Qué te pasa?

Niego, lentamente, aunque mi cara grita que no es una sonrisa lo próximo que saldrá de mis labios. Y, personalmente, no creo que sorprenda a Lyam. Pero, por raro que me resulte, por una vez, no tengo ganas de escupirle y generar una discusión desagradable que termine en yo estando de peor humor y él largándose como un perro ofendido, con el rabo entre las piernas.
Por eso niego. No quiero hablar de ello porque me ha molestado, pero si lo contase sería ridículamene infantil. Es así como soy: ridículamente... infantil. He de aprender a controlar mi temperamento. Al menos debo hacerlo si quiero sentir que tengo más edad mental que Jager.

Tras un suspiro algo desquiciado miro directamente al chrysos y el libro que tiene en las manos.

-Aqua -comento, monocorde.

Se encogió de hombros. Si no quería contárselo, él no iba a insistir. No quería que se enfadase (Mithos, no), ni que le gritase (Mithos, no y no), ni que soltase alguna borde ironía de las suyas. Ya se le pasaría el mal humor. O al menos disminuiría. ¿Alguna vez abandonaría el mal humor del todo a Alehyss Lester? A veces lo dudaba.

Al escuchar su suspiro, puso los ojos en blanco. Luego la miró a los ojos y curvó los labios. Asintió.

—Aqua. Como la última vez.

Miró el libro durante unos segundos; después, sin levantarse, colocó el libro en la mesa, estirando mucho los brazos. Se acomodó en el sofá.

—Aunque lo que estoy leyendo ahora es más interesante que lo que leía la última vez que te vi —admitió.

Observó a la chrysos durante unos segundos, pasando de su rostro a sus piernas. Frenó el infantil deseo de ponerle los pies encima.

Asiento, sin hacerle demasiado caso. Geografía... Seguramente sabe la mitad de las cosas que yo sé, o menos, aunque es más que probable que ahora mismo sepa alguna que yo no, sin embargo. Es normal, pero frustrante. La geografía no cambia, pero es imposible recordar todos los datos existentes en el mundo. Entonces... ¿Acaso tengo que repasar todo lo que sé para asegurarme de que sigue siendo más?
¿Por qué haría yo eso? Nunca comprenderé por qué me mueve tal arrogancia... incluso de pequeña necesitaba ser más que el resto de los niños. De hecho, nunca hubiese caído en las garras de Jager de no ser porque tenía esa certeza de que yo era especial. No podía ser que me estuviese tratando como a cualquiera de sus chicas.

-¿Soy demasiado arrogante? -inquiero, casi como un pensamiento en voz alta, para mí, mirando al frente. Aunque enseguida cambio el objeto de mi mirada, dirigiendo, de reojo, una a Lyam, taladrándolo.

Sé lo que pensará. Y sé que, pes a ello, este será uno de esos momentos en los que los hombres se plantean seriamente si deben mentir o decir la verdad. Y, elija la que elija, sabré qué piensa.

El chrysos observó a Alehyss, esperando algún tipo de respuesta, comentario, algo. Cuando finalmente la chica asintió, curvó los labios, todavía a la espera de que dijese algo para continuar la conversación. Algo que no llegó. La chrysos parecía estar sumida en sus propios pensamientos, ajena a lo que pasaba a su alrededor. Lyam frunció levemente el ceño, confuso. Era evidente que le pasaba algo, aunque ella no lo dijese (no necesitaba que se lo confirmase, de todas formas). El chrysos rechazó la idea de que estuviese molesta, decidiendo que Alehyss Lester estaba ahora mismo (viernes noche, invierno; localización espacial: sala común, Brontë) decaída.

La había visto pocas veces así, y la mayoría de las veces (por no decir todas) en las que se la había encontrado tan desanimada, la había visto en las mazmorras, estando ella encerrada. El chrysos se sentó y la miró. Pensó en decirle algo para animarla, y también pensó que probablemente metería la pata si abría la boca. Hasta una pequeña parte de él se planteó abrazarla, pero se apresuró a desterrar esa idea a un rincón oscuro de su cerebro, oculto a todo el mundo entre los que él mismo estaba incluido.

Y entonces Alehyss Lester preguntó si era demasiado arrogante.

El chrysos alzó las cejas, sorprendido por la pregunta, y miró a la chica a los ojos, cambiando su sorpresa por cierta seriedad. ¿Era arrogante? Sí, sin duda. Seguro que ella misma era consciente de que lo era. Ahora: ¿debía él decirle la verdad o buscaba alguna palabra de apoyo? Y en caso de que no dijese la verdad, ¿sabría que mentía? Estaba convencido de que sí. Así que, dado que la chrysos sabría que la respuesta era un sí pronunciase un monosílabo u otro, respondió con sinceridad:

—Sí. Un poco, al menos. —La miró a los ojos. Curvó ligeramente los labios y carraspeó—. Aunque tienes motivos. Quiero decir, eres lista, fuerte, guapa... —Se encogió de hombros—. Cualquiera en tu lugar caería en la arrogancia. —Tragó saliva—. Pero también eres más cosas, aparte de arrogante... Quiero decir. Una cosa no quita la otra. Puedes creerte mejor que yo, por ejemplo, pero... —Volvió a carraspear—. Sueles echarme una... Mano. —Chasqueó la lengua—. A... veces... Y, bueno, ayudas a la gente... Y en general no eres mala persona, ni nada por el estilo. Y, bueno. —Sonrojado, apoyó una mano en un hombro de la chrysos—. Lo que quiero decir es que tienes un defecto, pero no todo es malo y en general no eres desagradable y sueles ayudar a la gente, y eres una buena compañera a pesar de tu arrogancia y no se te da mal el trabajo en equipo porque pese a todo tienes en cuenta a los demás y sabes tomar buenas decisiones de acuerdo a eso y, bueno, para ser alguien arrogante no estás tan mal como persona arrogante. Quiero decir, hay gente arrogante que ignoran a todo el mundo y van a su aire, pero tú eres diferente así que, bueno, tu arrogancia no es tan desagradable como podría ser la arrogancia de otro o, al menos, a mí no me resulta extremadamente desagradable, a pesar de que haya días en los que desearía no haberme cruzado contigo, pero eso también tiene que ver con mi forma de ser, no sólo con la tuya. Y, bueno, de las personas arrogantes del mundo, eres...

Se calló. Suficiente. Bastaba ya. Estaba ridículamente sonrojado. Como una quinceañera. Lo que le faltaba.

fdr. es esa falta de signos de puntuación intencionada.
sí. lo es.

Solo escucho la mitad de lo que me dice. Nada más escuchar el sí, es me escapa aire por la nariz, casi en forma de risa, aunque apenas suena. También me permito el dibujar una escueta sonrisa. Y juro que en ningún momento hice ninguna pregunta para obtener elogios de ningún tipo a cambio.
Y aún así los tengo. De algún modo... mi vida ha sido así mucho tiempo. Recuerdo momentos, cuando apenas tenía doce, trece años... Similares. Supongo que al final incluso esas cosas forjan a uno, aunque lo mío viene de antes. Eso solo alimentó lo que ya existía: una arrogancia inmensa.

-La mitad de lo que has dicho no es más que una sarta de ñoñerías -mascullo, reposando la cabeza sobre el respaldo mientras me cruzo de brazos y cierro los ojos. De hecho, más de la mitad. Pero me permito, pese a todo, dibujar media sonrisa-. ¿Soy...?

Aunque sea arrogante... Aunque simplemente sean palabras bonitas que cautivan a las mujeres, pero que tiendo a ignorar, considerando innecesarias, edulcoradas, estúpidas, ridículas... Deseo, al mismo tiempo, que mi ego sea alimentado.
Qué desagradable y egoísta eres, Alehyss Lester...

Chasqueó la lengua y quitó la mano de su hombro, con una cierta brusquedad. Luego volvió a tumbarse en el sofá, todavía sonrojado.

—También eres una borde —murmuró. Ahora sí, apoyó los pies en las piernas de la chrysos—. Y una desagradable. Tienes un humor de perros casi todos los días, y no se te puede replicar. —La miró—. Pero no estás tan mal. De todas las personas arrogantes a las que conozco, eres una de las más tolerables.

Alzó la vista al techo y cruzó los brazos.
Fin del tema.

Fin del asunto, por lo que veo. Y una borde, nada más ni nada menos. Eso me ha llamado. Tan cierto... Y en esta situación, ni siquiera puedo enfadarme. Al fin y al cabo, yo he pedido que me den la información. Sería excesivamente borde y arrogante por mi parte, y se supone que los excesos nos son buenos, aunque se trate de mí. De modo que, simplemente, con una sonrisa condescendiente, casi burlona, utilizo mis manos para levantar sus pies y echarlos a un lado, delicadamente, pero casi jocosa.

-No te excedas utilizando a Alehyss Lester para apoyar tus pies -advierto, aunque continúo con mi jocoso tono burlón.

Burlón.
Pero no utilices a Alehyss Lester para apoyar tus pies. Todavía no he caído tan bajo. Y espero no hacerlo nunca. No es el tipo de cosas cariñosas o sumisas que hago.

Curvó los labios cuando la chica le apartó los pies. No esperaba menos.

—Qué poco aprecio, por Mithos. Con lo cómoda que me estabas resultando —comentó, jocoso. Luego la miró, sonriente—. ¿Puedo apoyar la cabeza? ¿O también es otro exceso? Tus piernas son especialmente cómodas, Lester. Me gustan.

Ensanchó la sonrisa y se acomodó en el sofá. Se pasó una mano por la frente, echándose el flequillo hacia atrás. Luego preguntó.

—¿Estás mejor?

Cierro los ojos de nuevo, aún con el gesto relajado, pero reforzando mi cruce de brazos. No estoy de mal humor, pese a todo. Lo estuve poco tiempo, de hecho. Fue más bien... decaimiento... frustración, decepción... Y eso persiste, pero dudo que sea tan fácil de borrar como oír unas palabras edulcoradas.

-Creo que no me rebajaré a ser la almohada de nadie, por el momento.

El acto de dejar a un hombre apoyarse sobre mis piernas... Ya no hablamos de acariciar nada, sino, simplemente, de dejar que se apoye sobre ellas... Solo se lo permití a Jager, y fue cuando aún era estúpida y creía en cosas que, sin duda, no existen. Por suerte.

-No recuerdo haber estado mal -respondo, evasiva.

Muestro una sonrisa y lo digo con calma y buen humor, pero hay algo en mis palabras que las hace tajantes. Hasta yo lo noto, aunque no hay agresividad. No sé que es. Quizás la seguridad. Quizás es porque suena como si me lo creyese.

El chrysos rió.

—No esperaba menos.

Y era cierto.
Estiró los brazos con descaro, todavía tumbado en el sofá, y observó a la chica, sonriente, esperando la respuesta a su otra pregunta. Cuando llegó, menos borde que de costumbre pero tajante de algún modo, parpadeó y apartó la vista. Luego se encogió de hombros.

—Imaginaciones mías, supongo.

Suspiró. Todavía observando el techo, se animó a hacer otra pregunta.

—¿Cuándo te vas?

¿Cuándo me voy?
¿Cuándo... me voy?

-Buena pregunta -murmuro, como si yo misma acabase de percatarme de ello. Aunque, de hecho, es algo en lo que he pensado bastante. Pienso bastante en ese tipo de cosas... -. Supongo que la próxima semana. Todavía tengo que hablar con alguien.

La señal de Madame... Siendo como es, podría dármela ahora mismo. Aparecerse, sonriendo como si pretendiese seducir a todo aquel que la mirase, pero con algo oscuro en su interior... Y, entonces, burlona, insinuar que es el momento, y que la decisión no me pertenece a mí. Ella decide a dónde voy...

-¿Qué opinas de Madame Desmarais? -inquiero de pronto, borrando todo atisbo de sonrisa y mirándolo muy seria, de forma casi ansiosa.

El chrysos frunció el ceño, confuso. ¿No sabía cuándo se iba? Por algún motivo, aquello le pareció extraño, más de lo que le resultaría de costumbre. Por ser como era Alehyss, se imaginaba que ya tenía todo pensado, que ya sabía todo: cuándo se iba, a dónde, a qué. Pero no sabía ni a dónde iba (o al menos no lo sabía cuando se lo había preguntado), ni cuándo. Se preguntó quién le había ordenado aquello, y por qué no le daba más datos. Le parecía, de alguna forma, absurdo. Cuánto más datos tuviese, mejor podría prepararse.

—Si yo fuera tú, buscaría cuanto antes a esa persona —murmuró.

Se preguntaba quién sería esa persona. ¿Un guerrero? ¿Un antiguo compañero? ¿Un líder? ¿O, tal vez, aquella mujer de las mazmorras, la caeruleus a la que habían ido a buscar? Tenía un vago recuerdo de aquel día, pero recordaba que no entendió el trato de Madame con la chrysos. Tal vez fuese ella a quien esperaba Alehyss. Y, de alguna forma, esa idea cobró un poco más de fuerza al escuchar la pregunta de la chica. Ambas debían tener algún tipo de relación, fuese cuál fuese, aunque él no podía hacer nada más que intuir.

—Apenas la he visto —respondió—. La vi cuando la fuimos a buscar, y también aquel día en las mazmorras. —La miró a los ojos—. No tengo nada en contra de ella, pues a mí no me ha hecho nada; más bien, lo contrario: aquel día, en las mazmorras, me anestesió, gesto bastante agradable. No obstante, tampoco me inspira demasiada confianza. —Suspiró. Recordaba que, cuando la había visto, se había sentido como un ratón frente a una enorme serpiente—. De alguna forma, y sin que esto salga de aquí, creo que me siento ligeramente intimidado, aunque de momento no tenga motivos para ello.

Observó a la chrysos en silencio durante unos segundos. Luego, en voz mucho más baja, añadió:

—Intenta volver de una pieza del sitio al que sea que vayas.

Apartó la vista.

Su opinión... No me sorprende, la verdad. no me aporta demasiada información nueva. Pero, pese a eso, no puedo decir que no me sirva de ayuda. Al fin y al cabo, es una opinión diferente a la mía. Apuesto a que ella no se comporta igual con todo el mundo. Sería, sin más, ridículo. Y si consigo reunir más información...
...
¿Qué?
Seguiré en sus manos, pero tengo la esperanza de que pueda llegar a servir de algo. De lo que sea. Aunque solo sea la certeza de que no puedo hacer nada contra ella... Que solo reforzaría mi sumisión.

-Suele provocar esa sensación... -comento, dejando la frase en el aire.

Una serpiente y un ratón... Una auténtica víbora. Y, pese a todo, tiene todo mi respeto...

La preocupación de Lyam me arranca un "ju". Parece ridículo, pero yo misma me sorprendí un día viendo a Jager sin un ojo en su hermoso rostro.

-Descuida -murmuro, mirándolo de reojo.

Casi sin darme cuenta, un bostezo asoma a mis labios, llenándome los ojos de lágrimas.

Asintió al escuchar la respuesta de la chica. Por lo que decía, su impresión no era extraña, especial, sino que era habitual. De alguna forma, probablemente la más egoísta de todas, aquello era un alivio.

No añadió nada más, y cuando escuchó la risa, el pequeño pero audible "ju" de la chrysos, frunció el ceño, llenándose de orgullo. Rápidamente, a su comentario inicial añadió:

—Esperar por ti y descubrir que vuelves sin un brazo no sería agradable. O sin una pierna. O sin un ojo. O que directamente no vuelves. Sería toda una pérdida de tiempo.

Así que más le valía volver de una pieza, pensó.

De reojo, todavía tumbado, observó una de las ventanas. Por lo que pudo ver, debía ser bastante tarde. El chrysos se sentó, estiró los brazos y miró a la chica, que acababa de bostezar. Curvó los labios.

—Deberías irte a dormir. Ya es bastante tarde. —Volvió a estirar los brazos—. Y yo debería hacer lo mismo.

Si volviese sin un brazo o sin una pierna no podría salvar a Jager y a los otros. Si volviese sin un ojo... Si ese idiota puedo, yo debería poder, aunque mi habilidad combativa se vería muy reducida y, además... Odio las heridas en la cara. Es otro de esos malditos resquicios de mi arrogancia. No lo puedo evitar. Una de las tantas cosas que odio...

Asiento. Lo cierto es que estoy cansada. Y también es tarde. Todo se vuelve más negativo al poner en riesgo mi capacidad para madrugar mañana. Hoy fue un día de relax, pero eso se acabó. No tengo tiempo para relajarme. Ni siquiera ganas, realmente. Estoy ocupada, y es por propia voluntad... a medias. Pero lo es en parte.

Me pongo en pie y noto crujir mi espalda al estirarla. Lyam también se levanta  recoge su material de lectura.
Me vendrá bien dormir.

Tras una escueta despedida, cada uno de nosotros se marcha por un camino. Yo voy a la habitación de las chicas. No sé si él hace lo propio o no. No me importa demasiado.

*se van*

Cuando Fera se apareció en la sala común, lo hizo ya envuelta en un sirbilo, prevenida por el ataque de su anterior adversario. Las esporas eran de lo más tóxicas, de eso no cabía duda. Y ella no podía permitirse que le afectaran.

Se encuentra con un adversario centrado en la puerta. Esta vez, ni siquiera se molesta en dirigirle la palabra. Lamentando la pérdida del sofá, que en este momento le parece necesaria, lanza un châxsio contra él.

La electricidad recorrió todo su cuerpo. Sin embargo, el tiempo que había permanecido en silencio y soledad no lo había desaprovechado y, una vez hubo muerto, decenas de hijos se abalanzaron sobre ella. Otros huyeron por la ventana. Algunos cogieron libros y los quemaron en la chimenea, mientras otros se colaron por detrás de la estantería y se la echaron encima a la lider. -Muere, por favor. - Repitieron uno tras otro.

FdR: holiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiizz~~

El efecto del hechizo es el esperado, pero nuevos seres salen del cuerpo muerto. Frunce los labios. Quien haya hecho esto, lo pagará muy caro. Aún dentro del sirbilo, que la protege de cualquier ataque, físico o no, de las criaturas, alza una mano y murmura unas palabras.

Al instante, la habitación se cubre de fogonazos eléctricos, que lucen como estrellas. Las pequeñas chispas inundan la habitación, quemando esporas y seres ya formados. Trata de evitar daños al espacio, pero no es posible priorizarlo todo.

El líder caeruleus aparece junto a ella. Relaja el gesto, pero se mantiene seria.

-Buenas tardes, Darvenwish. Aunque ojalá fueran mejores.

Aún con su barrera, Fera mantuvo el sirbilo que la protegía.

-Sé que no hace falta que lo pida, pero te agradecería que tuvieras cuidado con los daños materiales -murmura.