Sala común

Corbin atendía a la conversación como un alumno aplicado atiende en el colegio. Bebía de las palabras de la caeruleus y ataba cabos lentamente, casi como si a su cerebro le diera pereza ponerse en marcha.

Lo que la chica decía tenía sentido para él, pero iba en contra de todo aquello que le habían inculcado. Y, por tanto, se anulaba. Eso hacía que resultase muy complicado seguir el hilo del tema.

Cuando ella calló, acabó por cerrar el libro de golpe, con gesto imperturbable. Su cabeza, sin embargo, por una vez, iba a toda máquina. Se levantó bruscamente.

-Dispénsame -habló-. Tengo que... Voy a... -Sacudió la cabeza, confuso-. Da igual. Adiós.

Y, a grandes zancadas y paso rápido, abandonó el lugar.

*Se va*

Parece que se ha puesto nervioso, y dudo que sea por mi enorme belleza y mi gran verborrea, la verdad. Si al final es un zopenco calzonazos... Seguro que acaba de darse cuenta de que su vida no tiene sentido y va a intentar suicidarse para luego volver a nacer y ver el mundo con otros ojos.

...

No, no lo creo.

-Ni el nombre me dice... -gruño-. Aquí la gente es más rara que en mi ciudad, y no me negará nadie que eso es más difícil que que un bismonte cague en una botella...

Suspiro y me encamino hacia la puerta. Filosofar es divertido, pero al final, a lo tonto, no he hecho una mierda. Aunque, bien pensado, la noche acaba de empezar. Llueve, así que quizás vaya a meterme un poco con los chicos simpáticos del comedor y luego persiga a un boro... Y luego algo de provecho, que no estoy aquí para perder el tiempo...

*se va*

Había enviado ya las dos cartas escritas el día que me encontré con Frikka. La de Nagore la guardaba para mí. Había, sin embargo, otras tres cartas a las que debía atender, así que me dirigí a la sala común con idea de dejar el trabajo hecho.

Empecé por la de Allie. No hacía mucho, había recibido noticias de Arennette, así que podía utilizarlas para rellenar la carta con cualquier tontería. Además, pese a que ella no soltaba prenda, seguía insistiendo siempre que escribía en que me diera más información sobre las muñecas. A fin de cuentas, era la mejor forma de mantenerme protegida de la vieja caeruleus.

Fue una carta fácil, pues tenía bastante idea de qué escribir en ella. Las otras dos, sin embargo, eran mucho más complicadas. La del abuelo, porque ni siquiera había decidido qué responder. Y la de Sock, porque llevaba dos años sin hablar con él y porque responderle implicaba dejar ver qué le iba a decir al abuelo.

Pese a todo, decidí empezar por esa.

*Se queda*

Necesito saber dónde está la biblioteca. Anoche tuve un sueño en el que mi hermano me señalaba un libro negro con la portada dorada. Durante el sueño yo sabía que allí escrito estaba el futuro de Lumen, y que si lo leía sería capaz de cambiarlo. Y que ese libro estaba en Brontë. Así que tengo que encontrarlo.

He pasado por muchas salas, y aún no sé dónde está. Y he acabado otra vez en la sala común. ¡Ya he pasado por aquí tres veces! ¡Malditos burgueses y sus estúpidos inmensos palacios! Pero esta vez no estoy sola. Hay una chiquilla monísima sentada rodeada de papeles. ¡Los jóvenes son el futuro de la revolución! Así que le salto encima.

-¡¡¡Hola!!! ¿Qué haces?

Tras muchos esfuerzos, conseguí redactar la carta de Sock. Era difícil, y mucho, además de tremendamente aburrido. Pero era algo que tenía que hacer, ya había dejado correr el tiempo demasiado.

Estaba a punto de firmar la carta cuando alguien se abalanzó sobre mí por la espalda, haciéndome dar un fuerte respingo. Cuando me recobré del susto inicial y alcé la vista, me encontré con una chica de piel oscura y pelo muy corto que me miraba con una enorme sonrisa.

-Eh... Estoy... escribiendo una carta -dije, aún algo impresionada.

¿La conocía y no me acordaba de ella? Se me hacían un poco extrañas tantas confianzas.

Me siento a su lado, sonriente. Me trasmite muy buenas vibraciones. Parece valiente debajo de su dulzura. Y un pueblo sin miedo es lo más temible.

- No me gustan las cartas. Son útiles, pero pueden traicionarte. Pueden retenerlas y traerte problemas. Revelar planes, secretos. Yo una vez estuve detenida por eso mismo. No fue muy grave, pero de no haber sido por aquella carta no hubiera pasado.

La gente inteligente escribe cartas. Y lee libros. Igual ella sabe dónde puede estar el libro que busco. Pero no debo ir comentando su existencia a cada persona que conozca. Mejor la tanteo un poco antes de preguntar nada.

La observé en silencio mientras tomaba asiento a mi lado, escuchándola. Mientras ella hablaba, yo reflexionaba sobre lo que decía. Era cierto, las cartas podían ser peligrosas. Eso me hizo pensar en Allie y nuestra correspondencia. Por suerte, estaba bastante controlada, y aún así, creía, estábamos siendo bastante cuidadosas.

En el caso de la carta de Sock, sin embargo, no había mucho que encontrar. A fin de cuentas, no guardaba ningún secreto.

Me encogí de hombros.

-Bueno, esta en concreto no tiene mucha información jugosa -repuse-. Solo es una carta para mi hermano. No creo que a nadie le pueda interesar el contenido.

Callé un momento, y entonces me di cuenta de que no me había presentado. Qué modales... Una cosa era confianza, y otra...

-Soy Massen Dew -hablé rápidamente.

Me cruzo de piernas y me balanceo hacia adelante y atrás mientras habla.
- Yo también tengo un hermano. A veces hablamos. No nos hacen falta cartas, aunque tampoco creo que tuvieran mucha miga. Bueno, le cuento todo lo que me pasa, así que supongo que en el fondo sí. ¿Llevas mucho tiempo aquí?

- ¡Hola, Masendiu! Yo soy Ío. Un placer- me brillan los ojos mientras le contesto. Cuántos amigos estoy haciendo últimamente. Mi hermanito se va a morir de envidia.

Sonreí, algo tímida.

-En realidad yo tengo muchos hermanos -aclaré-. Pero no puedo dedicarme a escribirles a todos. Les escribo a los que tienen más relación conmigo.

O a los que deberían tener, al menos. ¿Eh, Sock?

La claritas se presentó como Ío. Vaya, era un nombre fácil, aunque no lo había oído nunca antes.

-Llevo algo más de dos años en Brontë -dije. Encogí las piernas, subiendo los pies al asiento, y me las abracé, apoyando la cabeza en las rodillas-. ¿Y tú?

Qué envidia, tener muchos hermanos. Y vivos, imagino. Me gustaría tanto que mi hermanito hubiera vivido... Hubiéramos sido grandes amigos. Y hubiésemos luchado mucho juntos. Y hubiéramos provocado muchos atentados. Y me hubiera dado el libro, y no aparecido en sueños. Y mi plan estaría mucho más cerca de su apoteósico final.

- Vaya. Sí que deber de tener muchos. ¿A cuántos escribes hoy?

-Yo no llevo casi tiempo. Soy una novata. Estoy todavía acostumbrándome al lugar. ¿En la biblioteca hay libros especiales?

Sonreí, encogiéndome de hombros.

-Hoy solo a uno. Y hace mucho que no nos escribimos, así que es importante -expliqué.

Tal y como pensaba, había llegado hacía poco. Me extrañó su interés por la biblioteca. Aunque, por algún motivo, era algo que solía atraer a la gente.

Fruncí el ceño, pensativa.

-Pues... la verdad es que no lo sé -confesé-. Hay libros. Muchos libros. Pero no sé si son especiales... Aunque imagino que sí habrá alguno especial. En una biblioteca tan grande...

La miré con curiosidad. Parecía entusiasta. Eso siempre era bueno.

-¿Te gusta Brontë? -pregunté.

Jo. La chica lista no sabe de libros especiales. Bueno. Si la República de Lumen depende de ello, sé que lo encontraré. Es mi destino, mi misión. Puede ser difícil, si hay tantos libros. Puede ser muy difícil. Mi querido hermano podría haberme dado alguna indicación más...

Masendiu sigue hablando, aunque esté perdida en mis pensamientos.

- No, no me gusta. Es un lugar demasiado... - hago varios aspavientos, tratando de encontrar la palabra. Burgués. Pretencioso. Vacuo- grande. No sé. No estoy aún acostumbrada.

Me levanto de un salto y le tomo la mano.

-¡Vamos, Masendiu, llévame a la biblioteca! ¡Cumplimos con una misión para la República!- y la arrastro fuera de allí.

*se van*

-Ya viene.- Dijo cerrando la puerta tras ella.

Eld, desganada y con cara de perro pulgoso, apagó todos los focos de luz de la habitación, incluido el eterno fuego de la chimenea que caracterizaba a aquella acogedora sala.

Todas las chicas se pusieron detrás de uno de los enormes sofás, esperando a que Gerald hiciese acto de presencia.


*se quedan todas ajijí. Bueno. Todas no. Sólo las majas.*

Al unísono y, por orden de estatura, salen las cinco guerreras de detrás del sofá mientras vuelven a iluminarlo todo.- FELICIDADEEEES~- Canturrean tres voces al unísono, la de Felhlo, la de Branne y la de Tuli.
Por su parte, Vatra y Eld se quedan estáticas, con los brazos alzados acorde con la coreografía del resto pero con cara de pez, mirando al infinito deseando que aquella pantomima acabase pronto. En el más sepulcral silencio.

-¡Eh! ¡Os habéis rajado! - Les regañó Tuli a las dos silenciosas.- Se suponía que teníamos que felicitarle todas.

-Cállate.- Dijeron al unísono Vatra y Eld, con mala cara.

Branne llevó la delantera.- Gerald Browen ajijí.- Rió, arrastrándolo hacia el sofá. - Felicidades de nuevo ajijí~- Rió.

Tuli se sentó a su lado y le echó un brazo por encima de los hombros, chocando su frente con la suya.- Este es mi machote, ahí, dándonos duro.- Satirizó.- A ver, pioja.- Le dijo a Felhlo.- ¿No le vamos a dar su regalo especial por haber luchado contra todas?- Dijo dándole un fuerte puñetazo en la barriga a modo de juego.

Eld y Vatra seguían con cara de muertas, pero ahora lucían un gorrito de fiesta cada uno, ya que Branne se los acababa de poner.- Venga, tomemos tarta ajijí. Mirad qué monas estáis ajijí.

-Te voy a matar, maldito tapón de botella...- Masculló Vatra, maldiciendo todo lo inmaldecible, con cierto sonrojo de vergüenza.

-Aquí está, Gelald.- Dijo Felhlo, apareciendo con un paquete blandito entre sus manos. - Espero que te guste.- dijo en bajito y con tartamudeando.

El ambiente es bueno.
-Claro que hay tarta.- Comentó Branne, trayendo un pedazo para el invitado de honor. Felhlo, tímida, también cogió un cacho para comer tímidamente en una esquina.

-Espero que te haya gustado.- Dijo Tuli. La hemos hecho con algo de magia~- dijo moviendo los dedos como si moviese una marioneta, para luego reír. Te sienta bien. - Acabó por decir.

[...]

El tiempo pasó de una forma bastante entretenida y, al rato, Vatra se dirigió a Gerald, no sin antes quitarse aquél ridículo gorro de fiesta.- ¿Podemos hablar?- Dijo alejándolo un poco del centro de la fiesta, dejando al resto de chicas parlotear en un segundo plano.

Vatra le vio alzando una ceja.- A mi chulerías no, ¿eh? Chulerías, no.- Dijo con garbo, imitando su postura. Estaba relajada y tampoco era necesario estar tensa  y seria todo el día.

-El caso.- Carraspeó.- La líder quiere verte a solas.- Dijo algo seca.- No ahora, por supuesto. Pero - se encogió de hombros.- Un día de estos, supongo. Estate atento.- Dijo apoyando una de sus manos en su hombro. - Era eso... nada más. No quería romper el buen ambiente dando recaditos y por eso te he apartado.- Se excusó. - Bueno, vuelve a la fiesta. - Dijo con el ceño fruncido de nuevo y señalando la tarta.- Aunque supongo que pronto nos retiraremos.- Aclaró.

[...]

Efectivamente, al cabo de una media hora, el cansancio del parloteo comenzó a hacer mella y las chicas se despidieron con cortesía. Algunas con más cortesía que otras, pero se podía palpar el buen ambiente.

Poco a poco, fueron desapareciendo todas ellas.
Gerald hizo lo propio y se retiró también.

*se van*

Al escuchar la voz del aether, el chrysos apartó la mirada del libro y alzó ligeramente el mentón para poder verlo.

—Bien —murmuró con sequedad. Luego volvió a bajar la vista al libro y, tras tomarse unos segundos para terminar de leer la página, añadió—: Aquí, leyendo.

Desde hacía meses, aquello era lo único que hacía: leía en la sala común, leía en la biblioteca, en los dormitorios, en los jardines, en los tejados, en el bosque. Sus costillas ya no le dolían, ya no sentía ningún tipo de malestar al moverse, así que a veces también leía en las ramas de los árboles, alejado de la gente de Palacio. No había vuelto a bajar a las mazmorras, a pesar de que hacía meses había dicho que volvería, y no había vuelto a hablar con nadie que no fuese del servicio hasta ahora.

Tenía también un aspecto más descuidado que antes. El pelo le había crecido hasta casi cubrirle los ojos y no se había molestado en arreglárselo (aunque a veces, como ahora, se lo recogía en una pequeña coleta para poder ver bien). Su forma de vestir se había vuelto algo zarrapastrosa, combinando lo primero que encontrase en su baúl a pesar de lo grande que le quedase o de la extraña mezcla que formaban los colores. Y si alguien se fijaba mucho, tal vez apreciase que estaba más delgado.

Su aspecto, podíamos decir, daba pena, pero no se quejaba.

—¿Y tú? ¿Tú cómo estás? —preguntó, apartando el libro y sentándose, dejandole espacio al aether para que se sentase en el sofá.

fdr. en estos meses me he dado a la bebida y las drogas, sup
(no, es mentira).

El chrysos torció una sonrisa y miró al aether, que ahora estaba sentado a su lado, de reojo. Había un cierto rastro de curiosidad en sus ojos; a pesar de que no creía que el aether necesitase explicarse, no podía evitar preguntarse qué le diría.

—Te escucho.

Y eso hizo. Mientras Heylel hablaba, el chrysos no pronunció palabra. De vez en cuando lo miraba de reojo, pero por lo general mantenía la vista fija en la chimenea, apagada, y no se movía, limitándose a procesar las palabras del aether. Cuando Heylel terminó de hablar, el chrysos lo miró de reojo y parpadeó. Luego apartó la vista y torció, de nuevo, una sonrisa.

Entendía lo que el aether había dicho. Lo comprendía, y no le culpaba. Lo había culpado hacía meses, pero aquello sólo había durado unos segundos. Después, tras ese periodo en el que lo único que sintió fue una rabia hacia el aether, había pasado a culparse a sí mismo. Porque aquello, sin duda, no hubiese pasado si hubiese tenido más cuidado. Por eso mismo tampoco culpaba ni despreciaba a Alehyss. No tenía sentido hacerlo. Si él hubiese prestado más atención, si se hubiese preocupado más por sí mismo, entonces no hubiese terminado con las costillas rotas. Si hubiese escuchado los consejos que le dieron, entonces no hubiese seguido a Alehyss, no se hubiese preocupado por ella y le habría hecho las preguntas que debió haberle hecho. Ni le habría contado nada a Heylel.

Así que ¿qué sentido tenía culparles? Ninguno. A fin de cuentas, ambos hacían su trabajo, lo que más les beneficiaba. Que él hubiese decidido cambiar de parecer a mitad de camino era su problema. Ellos no habían hecho nada que no fuese coherente. No había razón para enfadarse.

—Hiciste lo que tenías que hacer —murmuró. Luego apartó la vista de la chimenea y miró al aether. Sonrió—. Tranquilo, no pienso que seas un mentiroso. O un hipócrita. Así que no te preocupes por ello. —Ensanchó la sonrisa—. Además. Admite que no éramos tan amigos. Estoy seguro, pero seguro al cien por cien, segurísimo, de que no te caía tan bien, así que —Se encogió de hombros— no te preocupes.

Lyam apoyó la cabeza contra el respaldo del sofá y alzó la vista hacia el techo. Tras unos segundos en silencio, añadió:

—Por otro lado, tampoco es que yo fuese un santo. Así que estamos en paz. Sin rencores. Ve a casa y no te preocupes. Disfruta. Pásalo bien con tu familia. Cuida mucho del piscis. Que intente olvidar lo que pasó y etcétera, etcétera. Que aprenda muchas cosas y que disfrute. Disfrutad. Tened una buena vida. Los tres. Pasadlo bien y todas esas cosas que se dicen.

Fdr. go.

De reojo, miró de nuevo al aether, los labios ligeramente curvados y la cabeza todavía apoyada en el respaldo del sofá. La sonrisa, irónica, se ensanchó cuando escuchó sus palabras.

—Entonces aprecias a todo el mundo —apostilló. Finalmente, apartó la cabeza del sofá y miró al aether. Antes de hablar, se encogió de hombros—: Supongo que está bien. Gracias.

Sonrió débilmente. Luego volvió la vista hacia la chimenea. Realmente no le importaba cuánto aprecio tenía o dejaba de tenerle el aether, aunque estaba convenido de que ese aprecio que decía sentir era más cortesía que otra cosa (porque eran, fueron compañeros y aquello era lo que se llevaba, o sabía Mithos por qué). Pero como aquello no le importaba, no veía motivo para seguir defendiendo su posición.

Cuando el aether se levantó, el chrysos volvió a mirarlo, en silencio, atento a sus palabras. Durante unos segundos observó la mano que le tendía, pero terminó por estrechársela.

—Cuídate tú también —murmuró, arrellanándose de nuevo en el sofá. Luego, de reojo de nuevo, observó cómo el aether se marchaba, preguntándose si debía decir algo o no. Finalmente, justo después de que el aether volviese a despedirse, añadió—: No te guardo rencor. Tampoco a Alehyss. Y realmente espero que tu vida sea fantástica. También espero que ella pueda salir pronto de los calabozos.

Se encogió de hombros.

—No os culpo a ninguno. Lo que pasó pasó porque no fui lo suficientemente cuidadoso. Así que, en serio, no te preocupes. —Miró la espalda del aether—. Hasta otra, supongo.