Observatorio.

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Al final me toca a mí, de todos modos, si bien su mirada transmite reconocimiento. Es tal y como esperaba. Su forma de actuar no hace sino ensanchar un poco mi sonrisa de deleite. Me permito el ir acercándome con pasos lentos, sensuales, controlados, mientras hablo.

-Tú debes de ser Corbin -comienzo, zalamera, interesada-. ¿Te estoy molestando? -termino, a apenas unos tres metros de él.

Corbin, el claritas extraño, capaz de contener mejor muchos de sus gestos. Sus reacciones resultan fascinantemente contenidas. Es agradable ver que no todas las personas son libros abiertos todo el tiempo. Creo que podría llegar a gustarme que trabajase para mí en ciertas circunstancias, pero no estoy aquí para eso.

-Puedes llamarme Madame Desmarais -recito, con tono calmo, incluso amable, aunque con un ápice de maldad en el fondo.

Según he podido saber, no tiene por qué captar esto último. Aunque me es indiferente que lo haga. Sería incluso entretenido.

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Corbin, por alguna razón, no se sintió del todo sorprendido cuando la caeruleus dijo su nombre. Llevaba el tiempo suficiente en el palacio como para haber entendido que, aunque él no llevara su nombre escrito en la gente, muchos podían saberlo independientemente de si él así lo quería o no. No solía darse el caso, ya que no había mucha gente interesada en él, pero era una posibilidad.

Asintió lentamente, serio. A la pregunta de la mujer dudó un momento. De hecho, sí, lo estaba molestando. Había interrumpido su lectura, lo cual era bastante molesto. Sin embargo, comprendió que eso a ella no le importaba. Empezaba a ver cómo a veces, la gente hacía preguntas para las que no esperaba una respuesta. O cuya respuesta ignoraban. Acabó, pues, por encogerse de hombros.

Ante la presentación de la mujer, Corbin asintió.

-De acuerdo -dijo, sin más, esperando algo más de información que le indicara para qué lo requería la mujer.

Era evidente que ella no necesitaba que él ofreciera un nombre, así que no añadió más.

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Dejo ir una carcajada musical, controlada, concisa. No creo que él vea la gracia, pero es enormemente gracioso. Sin embargo, me recompongo enseguida, ladeando ligeramente la cabeza, acariciando un mechón de mi cabello con falsa distracción, como si estuviese buscando las palabras que decirle. Palabras que ya había decidido bastante antes de aparecer.

-Quizás no caigas en ello, pero tienes un objeto interesante -dejo caer, con suavidad-. ¿Tienes alguna idea de cuál podría ser? -inquiero luego, deteniendo el resto de mis gestos, quedando solo con los ojos clavados en él.

No es un hombre de muchas palabras, eso desde luego. Me pregunto cómo pudo soportar Alehyss más de un mes con este hombre a su lado. Ella no es muy habladora, tampoco, pero en su caso se trata más de un tema de guardar las apariencias, mientras que en él se ve que es auténtico.

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Corbin consideró un poco absurda la pregunta de la mujer, en cierto modo. Nada de lo que él guardaba podría considerarse de otra forma, o al menos así era para él. Tampoco se sentía muy atraído por lo material, así que era lo lógico.

Pese a ello, un brillo de reconocimiento fue perfectamente visible en su mirada. Un objeto interesante hasta el punto de resultar misterioso. Algo desesperante, podría decirse. Su mente se trasladó a su cadera, de la que pendía el objeto mencionado. Corbin tenía una cierta tendencia a llevar consigo sus posesiones allá donde fuera.

-Se me ocurre qué puede ser -afirmó, seguro, sin alzar el tono, aún mirando a la mujer.

En aquel momento, había conseguido captar su atención.

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Asiento, con una sonrisa condescendiente, dando a entender que está en lo cierto con aquello que está pensando. Desde luego, resulta un chico de lo más eficaz. Tiene una personalidad labrada, muy apta para una vida dedicada a la lucha. Al menos tiene las cosas claras, y no creo que retroceda ante el peligro. Eso, junto nada que perder... Cada vez me resulta más interesante poseerlo, pero no, no lo necesito. Y puedo disponer de él si me hace falta. Ahora lo sé.

-Efectivamente, es un objeto un tanto misterioso. ¿Has sido capaz de abrirla? -inquiero, aproximándome, rodeándolo, sin romper nunca una mínima distancia, como acechándolo sin decidirme a atacar, divertida.

No, no lo ha hecho. Lo sé. Pero hay que permitir que los otros sientan que participan en la conversación. Y así tengo la oportunidad de observarlo un poco más.

Siento a Alehyss nerviosa en los pasillos, un instante. Qué entretenido.

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Corbin acabó por cerrar el libro, marcando la página en la que iba antes de cerrarlo. Después de todo, aquella conversación empezaba a tomar un cariz interesante, y no valía la pena perdérselo. La mujer parecía, efectivamente, saber perfectamente de qué hablaba. Daba una sensación de seguridad en sí misma que la hacía parecer respetable. O eso pensaba el claritas.

-No -respondió de nuevo, conciso, como era habitual en él.

La observó en todo momento, siguiendo con atención cada uno de sus movimientos, en guardia, en cierto modo, pero sin llegar a estar nervioso. Simplemente, se mantenía alerta.

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Asiento, con deleite. Efectivamente, todo va como deseo. Me gusta que las cosas sean así. De hecho, vivo y me muevo con ese propósito. Siempre he dedicado todo mi esfuerzo a poder sacar todo aquello que me puede ser de provecho, que me interesa, de las cosas que me encuentro. Aunque, por supuesto, se aceptar con mucha entereza los rechazos. Si son, obviamente, dados por alguien con derecho a rechazarme. Hay poca gente que tenga ese nivel. Los demás simplemente creen que pueden.

-¿Me la permites? -inquiero, sin extender ninguna mano hacia él, pero sin que haga falta para dejar claras mis intenciones.

No pienso acercarme. Si está interesado, deberá ser él el que me la entregue. Al fin y al cabo, ¿qué salgo ganando yo con esto, Corbin? Más que tener el placer de conversar contigo y ganarme tu favor, por supuesto.

Sonrío, relajada, expectante.

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Corbin la contempló un momento, pensativo. Por un instante, tuvo el impulso de hacer preguntas, de mostrar su curiosidad abiertamente. Por supuesto, no llegó a hacerlo. Corbin había aprendido desde muy pequeño que preguntar no era algo que se esperara de él, no era algo que tuviera permitido. Preguntar no debía ser necesario, tan solo acatar. Falace decía que, algún día, tal vez, podría permitirse llevar las riendas, y que entonces no necesitaría preguntar porque estaría todo en sus manos. Mientras no fuera así, sin embargo, debía responder sin cuestionar lo que se le exigía.

Lo curioso era que, desde que abandonara Lumen, muy pocos habían exigido nada. Y, aún así, a Corbin no le parecía que no hubiera preguntas que hacer. Había muchas, de hecho. Y, pese a todo, callaba.

Tras un momento, Corbin desató la daga y se la tendió a la mujer, sin perder de vista sus movimientos. Después, simplemente, esperó.

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Noto cierta curiosidad en su mirada, sus gestos, pero no dice nada. En su lugar, tras un instante, me tiende lo que deseo, y lo agradezco con un simple gesto de cabeza, alargando la mano para tomar la daga entre los dedos. Con sumo cuidado, retraigo el brazo, acercando el arma a mi rostro, suavemente. La recorro con la mirada, volviéndola, antes de volver de nuevo la vista al claritas.

-Como pensaba... Es un objeto peligroso, ahora mismo -comento, desenvainándola sin problemas, dejando a la vista una hoja que emite un leve brillo rojizo, oscuro. Interesante-. Este arma tiene imbuido un poco del poder del fuego, pero quemará al que lo porte, calcinando la piel de sus manos -murmuro, introduciendo la daga de nuevo en la vaina y tendiéndosela a Corbin-. Habría que arreglarla para poder usarla.

Sonrío, calma, con una brillante mirada de expectación.

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Corbin contempló, cada vez más intrigado, cómo la mujer examinaba el arma. Si ya le había inspirado respeto en un principio, éste se afianzó al ver cómo desenvainaba la daga sin problemas, como si no hubiera nada de extraño en ella. Observó atentamente el color rojizo de la hoja, pero no se movió.

Escuchó en silencio las palabras de la mujer, aceptando el arma cuando ella se la tendió de nuevo. La examinó entre sus manos, con cierta curiosidad.

Finalmente, alzó la vista.

-¿Qué implicaría arreglarla? -preguntó.

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Esbozo una sonrisa, amable, aproximándome a él. Acerco una mano a su rostro, como con intención de acariciarlo, aunque no lo hago por un par de centímetros. Toco el aire que lo rodea, como si su cuerpo llegase hasta ahí. Por fin hace una pregunta. ¿Tanto he captado tu atención? ¿Tanto te interesa un objeto tan burdo?

-Habría que forjar un mango nuevo. Eso sería lo más seguro... Aunque, por supuesto, tendría que tratarse de un herrero especial. No todos saben cómo tratar con armas mágicas, al fin y al cabo. Supongo que lo comprendes.

De hacerse mal, pequeño, tu mano terminaría calcinada como si hubiese estado expuesta al fuego durante horas. No creo que quieras ver cómo tu cuerpo se convierte en cenizas.

-Se trata de una forja especial, pero a partir de entonces podrías usarla con relativa seguridad.

Siempre y cuando el arma no pierda la protección de nuevo... O no la cojas por la hoja. Supongo que habrá alguno que lo haya hecho.

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No esperaba la respuesta que le ofreció la caeruleus. Cuando había expuesto la situación, Corbin había pensado, antes de reforjar el arma, en conseguir algún tipo de protección contra ella. De hecho, la primera idea que le había venido a la mente habían sido unos guantes ignífugos, o algo similar. Aunque, tratándose de magia flamma, no tenía información suficiente como para saber si sus propuestas tenían sentido.

Pudo percibir cómo la mano de la mujer se acercaba a él, pero se mantuvo inmóvil, sin mostrar la más mínima reacción. Estaba más preocupado en sus palabras que en sus acciones. Una forja no era un asunto cualquiera, desde luego. El poder del arma era un detalle a tener en cuenta a la hora de molestarse o no en algo así. Después de todo, incluso si conseguía darle un uso, necesitaría aprender a usarla correctamente.

-¿Valdría la pena tomarse la molestia? -preguntó.

La idea empezaba a dar vueltas en su cabeza.

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Cavilo a su pregunta, aunque ya tengo la respuesta. La que él quiere escuchar, al menos. Sé por dónde hay que tirar con este chico. lo he podido observar de cerca, a mi manera. Conozco los estímulos que lo mueven.

-No es el arma más poderosa que existe, admito, he visto otras mejores. No obstante, teniendo en cuenta la situación mundial, cualquier ayuda es poca. Y ninguno de tus compañeros cuenta con ninguna. ¿No aportaría eso una ventaja?-. Guardo silencio un instante, observando su respuesta física, con calma. Prosigo antes de que pueda hablar él-. Y conozco una forja en la que la molestia se convertiría en un entrenamiento.

Ahora sí, espero. Quizás me haya equivodado. No siempre puedo acertar. Sin embargo, suelo tener confianza en mis posibilidades. Creo que me lo puedo permitir, a estas alturas de la vida. No me siento, para nada, como una fracasada. Ni fallando una sola vez, de tantas que acierto.
Me recoloco la boa de pelo, serena.

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Corbin no entendió del todo el razonamiento de la mujer. Sí, efectivamente, toda arma aportaba una ventaja, pero había muchas formas de aprovechar ciertas ventajas. Tal vez, por ejemplo, convendría más ceder aquel arma a cambio de otra más manejable o que estuviera más relacionada con su forma de luchar. Corbin dudaba al respecto. Además, sin poder probar el arma, era difícil saberlo.

Por otra parte, le resultaba indiferente si sus compañeros poseían armas similares o no. De hecho, en todo caso, podría suponer algo positivo que así fuera. Después de todo, ya que eran sus compañeros y que iba a tener que trabajar con ellos, que estuvieran bien equipados pasaba de lo conveniente a lo necesario. A Corbin le interesaba, en todo caso, tener ventaja sobre sus oponentes. Tampoco comentó nada a este respecto.

Se preguntó, por último, qué entendería aquella mujer por entrenamiento. Quizá aquello sí era interesante saberlo.

-No la habría adquirido si no hubiera contado con que me proporcionaría algún beneficio -explicó Corbin; a pesar de que para él aquello era algo evidente, la respuesta de la mujer le hacía pensar que tal vez no lo era para ella-. Lo que me pregunto es si el beneficio compensa las molestias. O si, simplemente, se une al beneficio del entrenamiento.

Poco a poco, el interés iba haciendo que comenzara a hablar.

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¿Se va a fiar tanto de mi criterio que me deja a mí darle la impresión final? A estas alturas, seguramente, muchos ya habrían dado por hecho que es un buen motivo para moverse. Su cautela es admirable. No obstante, no estaría aquí si esto no me resultase provechoso también a mí, de modo que si he de decirlo literalmente para que lo hagas, querido Corbin, lo haré sin el más mínimo atisbo de duda en la voz.

-Considero que sí, que resultaría bastante provechoso -zanjo, entretenida, con una sonrisa relajada y tranquila-. No creo que haya ningún elemento negativo en la ecuación que te propongo.

¿Y qué problema podría haber, al fin y al cabo? Sinceramente, Corbin, pocas veces he ofrecido ofertas tan provechosas para la otra parte. Y solo por ser tú. ¿No te parece fascinante?

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Corbin no se vio muy satisfecho por la respuesta, una simple afirmación. Aún así, seguía sintiendo una enorme curiosidad por aquel arma, y eso no era algo que pudiera negar. Informarse respecto a ella sería importante antes de proceder a usarla, desde luego, pero ¿qué le estaba ofreciendo aquella mujer sino información?

Lo sopesó un momento, dando vueltas a la daga entre las manos. Después, miró de nuevo a la caeruleus.

-¿Y qué tiene esa forja de particular? -preguntó entonces.

FdR- Pausado

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Poco a poco, llegamos al punto que me resulta interesante. Aunque, sinceramente, me importa poco que desee o no la daga. Se la puede tomar, si así lo desea, como mi regalo personal por haber ayudado a Alehyss en su misión. Al fin y al cabo, de no ser por él hubiese sido muy probable que ella no la hubiese cumplido con éxito. Es humana, aunque parezca que pretenda negarlo a veces, y se acobardó como una principiante. Aunque una profesional como yo ya contaba con esa posibilidad desde el principio, obviamente. No me gusta dejar el resultado de mis negocios al azar.
Jugueteo, "distraída", con uno de los mechones de mi cabello, relajada. Supongo que es un gesto cuyos múltiples significados él no puede apreciar. Es casi curioso. Tengo, de alguna forma, ganas de ver hasta qué punto desconocer la comunicación común entre individuos, la que va más allá de la más básica.

-El artesano es excepcional, por supuesto. Pero, a cambio, se encuentra situada en un lugar de difícil y peligroso acceso.

Cualquiera podría pensar que el hombre no es inteligente y no quiere ganarse la vida, evitando a los clientes. Como es obvio, todo tiene su explicación pertinente, pero eso no es algo que interese al claritas.

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Corbin escuchaba, atento, serio, con su gesto habitual. Tenía la sensación de estar siendo estudiado en todo momento, lo que lo mantenía en guardia y lo instaba a estudiar a su interlocutora. No halló gran cosa en su estudio. Nada que no hubiera visto ya. Probablemente, nada que ella no hubiera mostrado deliberadamente.

Le impacientaba un poco la calma con la que la mujer iba dejando caer pequeñas gotas de información, la lentitud con la que se expresaba. Corbin se limitó a asentir, esperando algún otro dato de interés. Por el momento, la información era demasiado escasa para hacer nada con ella.

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Esbozo una sonrisa, ladina. No es tan divertido si no interactúas, Corbin... Una pena que no haga esto por diversión, simplemente, aunque admito que es un buen detalle con el que aderezar mis días. Supongo que tendré que buscar otra forma de divertirme contigo cuando no me muevan los negocios.

-Si te interesa el lugar, puedo decirte cómo llegar -declaro finalmente, mirándolo con un brillo de curiosidad. No es que crea que no le interesa, pero necesito que exprese verbalmente su deseo tras escuchar mis palabras. Solo así podré considerar que es, realmente, un trato-. Aunque a cambio me gustaría que, aprovechando tu hipotética visita a aquel lugar, me trajeses algo que tienen allí, preparado para mí. Es un encargo simple. No te acarrearía problemas- comento, con contagiosa despreocupación.

Al fin y al cabo, no gano nada aprovechándome cruelmente de ti. Solo un poquito, un pequeño favor, Corbin. Podría pedírselo a otro, pero tú hasta encontrarías provechoso este trato, no como uno de mis niños.
Piénsalo bien. ¿Qué puedes perder?

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Corbin mantuvo la mirada fija en la mujer cuando esta volvió a hablar, extrañamente intrigado. Sí, claro que podía decírselo. Porque, según sus propias palabras, ella sabía dónde estaba aquella forja alejada del mundo, el un lugar inhóspito. Evidentemente, podría decirle cómo llegar. Lo que Corbin no entendía era por qué, ya que ella misma y por propia voluntad, había expuesto todos los puntos, no había ofrecido ya esa información.

Sin embargo, cuando ella siguió hablando surgió en los ojos de Corbin un reconocimiento. Así que ella quería que él fuera allí. Quería que recogiera algo para ella. Quería encargarle algo. Aquello estaba bien. Corbin esperaba, cuando amainara la tormenta, poder realizar algún encargo. Tener ya uno solo agilizaba las cosas. Y, como pago por sus servicios, obtendría información sobre la daga y, probablemente, la posibilidad de usarla. Desde luego, sonaba muy bien.

Así que aquello era, ¿no? Aquello era hacer...

-Parece un buen trato -asintió con voz monocorde.

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Un buen trato, por supuesto. Y no sabes hasta qué punto sales ganando con respecto a otros tratos que he hecho antes. Será que hoy me siento bondadosa. Al fin y al cabo, no tengo motivos para recompensarte por tu viaje con Alehyss. Fue ella la que te lo pidió y, en todo caso, sería ella la que debiese pagártelo. Aunque en aquel caso, supongo, el propio viaje fue el pago.
Te mueven unos intereses extraños, Corbin. El dinero puede abrir muchas más puertas que tus puños. Aunque, por supuesto, el poder está vinculado al dinero, de una forma u otra, así que si te haces poderoso terminarás abriendo las puertas que quieras.
Me gustaría poder contar contigo en ese momento.

-Es un buen trato -aseguro, con gesto relajado, dando mi propia opinión, aunque no parece que haga falta reforzar sus impresiones-. En cuanto la tormenta cese te daré los datos. Me preocupa que haya podido cambiar su situación temporalmente debido a la crisis del mundo, así que debo asegurarme. Es un mero trámite.

Mis tacones resuenan en el suelo, alejándose de él. Me siento complacida ahora mismo. Una copa de vino me sentaría bien, incluso.

-A partir de entonces, estará en tus manos.

¿La decisión? Puede. Podría rechazarlo, si lo desease. Le llegaría con formularlo frente a mí.
Pero no hablo de que la decisión esté en sus manos. Será el encargo. Lo hará. Para mí.

-Buenas noches, Corbin -susurro, entretenida, desapareciéndome allí mismo, dejando solo un ratro de edulcorado olor floral en la habitación.

*desaparece*

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Corbin asintió, conforme. Aquello era perfectamente normal y tenía total sentido. En cualquier caso, no podría hacer nada hasta después de la tormenta, así que no le molestaba esperar.

-De acuerdo -aceptó, sin más.

Entonces ella decidió retirarse, y evidentemente él no tuvo ninguna pega al respecto.

-Buenas noches.

Cuando la mujer se hubo marchado, Corbin se ató de nuevo la daga y decidió retirarse también. Era tarde para seguir leyendo.

*se va*

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Llovía. Llovía y llovía. Y llovía más. A veces me preguntaba si el celemoto seguiría enfadado y por eso habría vuelto. A lo mejor era eso. Que había vuelto a perder la luz y la estaba buscando. Hum...

Incluso si subía arriba del todo, no podía ver las estrellas por culpa de aquel celemoto pequeñito. En realidad no era más que lluvia, no llegaba a celemoto. Pero podía llamarlo celemoto pequeñito.

Como no podía ver brillos arriba, me quedé en la parte de abajo. Las escaleras redondas me dejaban espacio para jugar. Fui colocando a su alrededor tesoros piedra, haciendo dibujos. La piedra caliente la guardaría para el final.

*Se queda*

Edad : 24 Mensajes : 1446

Con la lluvia no puedo acceder al taller. No diría que no puedo, es más bien que no me gusta mojarme y llenarme de barro, y no quiero molestar a alguien del servicio para que me haga un favor tan tonto, y creo que aquí había uno de esos, así que espero tener suerte. Sin embargo, antes de ponerme a buscar por ningún lado, me encuentro con Ayne, que está dejando piedras por el suelo. La saludo con la mano, con una sonrisa, y la miro curioso, enseguida.
Lo cierto es que no sé que hace. Pero es de mala educación hacer esas preguntas cuando llegas a un sitio, así que supongo que simplemente esperaré a que ella lleve las riendas de la conversación. Mientras tanto, reviso la sala, buscando un momento con la mirada lo que he venido a buscar: un nivel. Si es que lo hay.

O quizás en el sótano...

Edad : 30 Mensajes : 1315

Se me iluminó el rostro al ver aparecer al otro chiquillo. Rápidamente, busqué entre todas las piedras que había ido colocando, hasta dar con un pequeño ónice. Tomándolo y rebuscando en mis bolsillos, me acerqué hasta él.

-¡Hola! ¿Es época de oscuritos? He visto hermanos tuyos -expliqué, encantada, tomándole una mano-. Y tengo tu pelo. Aunque no es tuyo. Pero es tuyo, sí. Es de tu hermana más hermana. ¿La conoces?

Mientras hablaba, puse sobre la palma de su mano el ónice y, sobre él, un mechoncito de la hermana del otro chiquillo.