Observatorio.

Le toca limpiar en el observatorio antes de acabar su turno. Tres boros recorren el lugar, por suelo y paredes, mientras ella se encarga de las cosas más delicadas.

Ha pasado paños húmedos por los muebles para que queden bien limpios y les ha sacado brillo con cera. Ha limpiado los libros e instrumentos pequeños con cariño y ahínco para que quedasen perfectos y ha sacudido las alfombras y limpiado los cristales.
Ahora sólo queda el gran telescopio, aunque decir sólo resulta un eufemismo para ella. Es un gran aparato, uno de los más grandes que ha visto. Su forma cilíndrica y creciente hasta la lente le resulta enormemente conmovedora. Se acerca al margen y pone su ojo en el visor, observando por un momento las estrellas, que resaltan enormemente en un cielo que ve tan oscuro. Se aparta y sigue admirando la estructura.

Recorre el pequeño palco hacia el lado derecho, consumiendo el aparato con sus ojos golosos muy abiertos. De la boca entreabierta sale un ligero suspiro de admiración al comprobar el enorme percal del material pulido y el brillo liso que desprende. Al acercarse un paso, sus manos aprietan el mandil con emoción y sus comisuran se tensan ligeramente. No sabe cómo empezar, pero debe tocarlo. Debe limpiarlo y dejarlo tan reluciente como parece, erguido hacia el cielo con gesto imponente.

Finalmente se acerca a tocarlo y extiende la mano con suavidad, apenas rozando su suave superficie. No tarda en apoyar la mano al completo, deleitada con tu tacto. Le gustan esos materiales, huelen, saben y se sienten como un penetrante filo de hielo que le transmite calma y placer. Levanta la mano y ve la marca húmeda y respalndeciente que deja a su paso. Debe darse prisa en limpiarlo.

Pero antes de eso se toma un momento más. Está demasiado cerca y su mejilla ya disfruta del frío apoyada sobre la superficie. Respira profundamente, pero su olfato no es tan descriptivo. Mantiene los ojos cerrados, calmos, deleitados. Mediante el oído comprueba que sigue sola en el lugar, donde los boros apenas producen un traqueteo liviano y arrullador. Es entonces cuando abre la boca con calma y pasa la lengua en un largo trayecto húmedo que sigue la suave curva del cilindro. Siente un escalofrío desde las amígdalas hasta el cóxis y resguarda su lengua apretando el labio inferior con los dientes. Al poco los ojos se le despegan y a ellos se les une una suave sonrisa. Entonces si coge el paño y empieza a frotar con suavidad el metal.

Está ensimismada en su limpieza, tratando con sumo cuidado el telescopio, como si se tratara de un cachorro vivo al que hubiese que acicalar. Frota suavemente el paño de arria abajo sin dar apenas cuenta del resto de la sala, centrada en admirar el brillante ejemploar.

Una voz la sobresalta y da un pequeño respingo, el trapo sale volando hasta caer a un paso de ella y no puede sino sentir cierto rubor y encojer los hombros por haber sido descubierta en medio de sus ensoñaciones. Es el caballero Dehnel y no un superior, por suerte, pero no quiere defraudar a nadie.

Hace una pequeña reverencia con las manos unidas frente al delantal. Luego niega con la cabeza bastante enérgica.

—Claro que no, caballero. Este lugar es para vosotros, no quiero molestar vuestros quéhaceres —Se encoje de hombros y presta atención al paño del suelo. Entonces flexiona ligeramente las piernas y se incluna hacia adelante para alcanzarlo. Sus rodillas se acarician ligeramente y su pecho se ve expuesto hacia adelante en el tiempo que recoge el trapo. Despues se yergue y vuelve a su trabajo.

—¿Qué talestás esta noche? Ya que has venido, me alegro de verte de nuevo —Le dedica una suave sonrisa y entonces continúa frotando el telescopio con gestos amplios y suaves.

Dedica una sonrisa amable y un suave "gracias" al empeño del flamma y simplemente continúa con su trabajo. Escucha entonces sus palabras y lo mira un momento con curiosidad, sin saber a qué se refiere. Cae luego en la cuenta y se lleva una mano a la boca.

—¡Oh, lo siento! Estaba tan entretenida limpiando que no me di cuenta de que quisieras usarlo... Es tuyo, por supuesto —No separa la mano del metal por el momento y lo mira un instante. —Puedo hacerlo luego... —su voz es algo más apagada y su mano, perezosa, acaba por despegarse del objeto, acariciándolo en el recorrido y escondiendo una ligera sonrisa. Se echa a un lado y espera mientras él se aproxima a la mirilla. Entonces muestra curiosidad ante su pregunta y mira al techo, como él.

—¿Una dama dulce? No sé sí entonces te resultará útil la respuesta de una sirvienta común —Responde, risueña pero humilde. Aprieta el paño entre las manos —Son hermosas y calmas, brillan tanto ahí arriba que parecen... No sabría compararlas, pero son hermosas —Como un manto que te arropa en la noche —Acaba añadiendo. se abraza con suavidad los hombros, encogiendo un poco la cabeza para arrullarse en ellos.

—¿Pero por qué un caballero se interesa por las estrellas? —Pegunta con amabilidad.

Niega con cierta diversión ante su caballerosidad y pone las manos a la espalda, entretenida.

—No te preocupes, de todas formas, yo tampoco quiero perder la atención en tu compañía, caballero —Añade, amigable. Extiende la mano hacia el aparato, frotándolo de nuevo con suavidad y perdiendo su vista en él por un momento —Además, ya resplandece bastante. Realmente, era más un pasatiempo... —Confiesa, bajando lavista algo cohibida, recatada.

Levanta la vista hacia él, de nuevo interesada y curiosa por sus palabras y ríe ligeramente llevando el dorso de la mano a la boca.

—Eres un hombre halagador. Supongo que dirás eso a todas las señoritas que deban lavarte las sábanas —se atreve a bromear, con un ligero gesto pillo y risueño.

Escucha sobre las estrella, que aprecen arrancar al hombre un tinte nostálgico. Se lo queda mirando mientras él se pierde en el cielo y en sus palabras y lleva las manos al frente para enlazarlas frente a su mandilón.

—Pareces un hombre que sabe contar historias. ¿Por qué ha cambiado tú visión de las estrellas? Si es como tus palabras, me gustaría oírta hablar de ellas, caballero —Comenta con una sonrisa dulce.

Escucha sus palabras entretenida. No ve maldad en su mirada, aunque le parece pronto para fiarse. Asiente, complacida.

—Entonces te haré saber que eres muy amable y gentil también, caballero —Le informa, sincera. Mantiene su ideal del trato justo.

Escucha sus palabras y le suenan casi heridas. Parece que algo no le deje disfrutar de ellas. Se acerca un paso y le pone una mano sobre el brazo, firme pero dócil.

—No sé mucho de sabios, pero sí que lo que nos hace sonreír es mejor hacerlo perdurar —Añade, cariñosa, maternal. Escucha la mención del mago y lo observa con curiosidad. Mira al cielo y vuelve a él. Niega lentamente.

—No sé nada sobre las estrellas, pero me encantaría conocerlo —Le dedica una sonrisa amable y mira a su alrededor. Los boros han acabado con lo que puede permitirse escucharla.