Lago

Sonreí nerviosa, todavía observando al suelo, y me pasé una mano por la nuca. 

—Lo... Mismo digo... —dije, en un tono más alto para que me escuchase. Tragué saliva y, lentamente, alcé la vista—. ¡Te he traído... Ropa!

Con la derecha, levanté la bolsa donde había guardado todo lo que le había comprado. Luego tomé aire.

—A ver... ¡Si te gusta! Puedo... Dejártela aquí para que te la pruebes y eso...

Bajé de nuevo la vista al suelo, sonrojada.

Alcé las cejas, extrañado.
 
-¡¿Ropa?! –grité para ser audisible-. ¡¿Cómo sabías que justo ahora estaba desnudo?! Aunque mi ropa está ahí -. Señalé con el índice, mientras mi otra mano rascaba mi cabeza con cierta confusión-. En el árbol. Secando. Acabo de lavarla.
 
Y... Bueno... ¿De dónde había sacado Inger ropa de mi talla? Esperaba que no la hubiese robado o así... Porque si por mi culpa mi novia había robado... Vaya desastre...

Fruncí el ceño. ¿De qué hablaba? ¿Cómo iba a saber yo que estaba desnudo? Vamos a ver, eso no tenía sentido. Si hubiese sabido que estaba desnudo, no hubiese venido. Además, le había dicho que iba a comprarle ropa, así que ¿por qué se extrañaba? ¿Se había olvidado?

—¡Yo no sabía que estabas desnudo! —protesté. Luego carraspeé—. Es la ropa que te dije que te iba a comprar el otro día. ¿Te acuerdas?

Lo miré (más o menos, que tampoco veía demasiado bien), expectante.

Abrí mucho los ojos y mi boca adoptó la forma de una “O”. Golpeé con el puño la palma de mi mano, horizontal y plana, dando a entender que acababa de caer en aquello.
 
-¡Cierto! ¡La ropa!
 
Esbocé una sonrisa tierna. ¿Cómo me había olvidado de aquello? Si yo siempre tenía todo en mente. Mi cerebro era como el de cualquier otro genio, como yo, y trabajaba a toda velocidad. Quizás lo había olvidado por eso: pensaba tan rápido que a veces alguna que otra cosilla se me pasaba, pero nada importante.
 
-Ahora salgo y me la pruebo. Estoy seguro de que con eso iré más elegante que ningún otro a la fiesta de cumpleaños del señor Brumm.

Comencé a acercarme a la superficie.

Al escuchar su respuesta esbocé una corta sonrisa, conforme. Al parecer no se había olvidado del todo. 

—Pensé que te habías olvidado por completo de ello —dije, fingiendo molestia. Luego sonreí más ampliamente. Por supuesto que iba a ir elegante a la fiesta. Y yo también, claro. Me había esforzado buscando ropa que pegase con aquel tipo de eventos para que nadie pudiese decirnos nada. Hacía mucho que no iba a una fiesta y, bueno, digamos que quería quedar bien. 

—Por supuesto que iremos elegantes. Los dos. 

Sonreí orgullosa. Tal vez había cosas que se me diesen mal, pero ¿buscar ropa? Eso no. Nunca. Aunque no sabía la talla exacta de Rick, había calculado cuál podía ser, así que no podía tener ningún problema. ¡Ninguno! 

—Me he esforzado buscando ropa, así que espero que te ¡¿QUÉ HACES?!

¿QUÉ HACÍA? ¿Por qué demonios salía del agua? ¡¿Es que no veía que yo, ¡yo!, estaba ahí, delante, y que veía, no mucho, pero sí algo?! Noté cómo me sonrojaba hasta las orejas y le di la espalda, nerviosa y ruborizada.

Esbocé una sonrisa. Así que ella también iría elegante. Vaya, vaya. Podríamos ser una pareja encantadora. Seguramente, mucho más que cualquier otra pareja de la fiesta, si es que había alguna más.

Me detuve a medio camino, cuando el agua me cubría hasta un poco por debajo del ombligo, y la miré curioso. Inger acababa de darse la vuelta al grito de "¿Qué haces?" y ello me confundía.

-Me acabas de decir que... -. Me rasqué la cabeza. Había veces que las mujeres eran incomprensibles hasta para mí, y eso ya era mucho-. Supongo que no querrás que me pruebe la ropa en el agua, ¿no? A no ser que sea un traje de baño.

Reí mi propio chiste. Imaginarme en traje de baño en el cumpleaños de Nagorr Brum... Eso sí sería divertido de ver.

Fruncí el ceño, más sonrojada que antes. Evidentemente, no quería que se probase la ropa en el agua, pero, aun así, podía taparse o algo. ¡O avisarme de que iba a salir del agua o algo así! Que yo seguía siendo tímida y pudorosa y aquellas cosas me daban vergüenza. 

—No, no quiero que te pruebes la ropa dentro del agua. —Carraspeé—. Pero, ¡no sé!, podáis avisar de que vas a salir o algo... Si estás desnudo y, bueno, estoy yo aquí... Imagino que lo normal es que avises para que no mire... 

Chasqueé la lengua. Jo.

Ladeé la cabeza, confuso. Telma se acercó a la superficie y salió, sacudiéndose y yendo a saludar a Inger.

-¿No me viste cuando lo hicimos? ¿No miraste?

Decían que había personas así. Personas que se sentían muy avergonzadas cuando veían el cuerpo desnudo de otras personas. Yo no lo entendía. ¿Quién no había visto desnudo a un hombre alguna vez? A ver, que yo no era CUALQUIER HOMBRE, pero tanto como para ponerse así... Lo que tenía que hacer era disfrutar de las vistas, que no se daban siempre y no todo el mundo podía ver dragones como aquel a menudo. Era, sin duda, un milagro de la naturaleza.

Noté cómo enrojecía hasta las orejas. ¡¿Es que no entendía lo que era el pudor, la vergüenza?! ¡Menudo bestia! Y aún por encima me lo soltaba así, tan tranquilo. ¿Acaso no veía que eran contextos diferentes? ¡¿Por qué no me entendía?!

—Sí que te he visto, inteligente. —Fruncí el ceño—. ¡Pero son contextos diferentes, bobo!

Sería estúpido.

Fruncí el ceño.

-¡Pues que sepas que yo no me avergüenzo de mi dragón! -dije, saliendo del agua por completo, caminando hasta el árbol y atándome los pantalones a la cintura como si fuesen una toalla-. Y deberías sentirte orgullosa de él, que es tuyo ahora mismo, al fin y al cabo. Y le gusta complacer a damas.

Me volví hacia ella, así atraviado.

-¿Así mejor?

Apreté la mandíbula. ¡Menudo idiota! ¿Por qué me decía esas cosas? Debería entender mi vergüenza. ¿Acaso no era para él una damisela en apuros? Pues eso. Las damiselas en apuros eran pudorosas, así que no podía tratarme así. Y si quería tratarme así, sin comprender mi pudor, dirigiéndose a mí como si fuese un guerrero con el que comparte baños, entonces debería tratarme así para todo. 

De reojo, lo miré, molesta.

—Sí —respondí, altiva. Luego me di la vuelta y le tendí la bolsa—. Para ti.

¡Cuánta confusión! ¡Por Mithos! De pronto pudorosa y ahora, repentinamente, como si hubiese tocado un botón, parecía enfadada. ¡¿Qué había hecho mal?! Aunque, quizás...

Sonreí para mí. Qué difícil era complacer a las damas mientras menstruaizaban. Eran peores que niñas caprichosas. Pero bueno, era un defecto a soportar.
Tomé la bolsa y miré dentro. Saqué lo que había, observándola.

-¿Me lo pruebo aquí o prefieres que vaya a cubrirme? -. Sonreí.

Me crucé de brazos y observé a Rick en silencio, aguardando su reacción. Si tuviese más dinero, le hubiese comprado más cosas, pero tampoco me disgustaba lo que le había cogido: un par de camisas, pantalones normales, ropa de traje oscura... Esperaba que la talla le fuese bien. Y que le gustase. Y si no, pues que se fastidiase. 

Al escuchar su comentario, fruncí el ceño. 

—Haz lo que te dé la gana —gruñí, mirando hacia otro lado, sonrojada.

Suspiré. Pero qué borde estaba. Yo tratando de ser natural y espintáneo y ella de morros como una chica enfadada. Pues que supiera que no me hacía ninguna gracia. Aunque se lo perdonaba porque me había regalado aquella ropa, mucho mejor que toda la que me había puesto en los últimos meses junta, que mucha tampoco era, para ser sinceros, pero bueno...

Me oculté tras un árbol y me vestí. Me abotoné la camisa, me puse los pantalones, luego la chaqueta... Faltaba un toque de color. Pero de eso me podía encargar yo. Abandoné el escondite y abrí los brazos, mostrándome.

-¿Qué tal estoy? -inquirí, sonriente.

Si ya lo sabía. Bueno como el pan recién hecho.

Ceñuda, aguardé a que Rick saliese de detrás de un árbol, pensando en lo idiota que era el estúpido flamma. Cuando minutos después salió, descrucé los brazos y lo observé, examinándolo. Tal y como yo había supuesto, le quedaba bien. 

Arqueé una ceja y me acerqué a él. Luego coloqué las manos en sus hombros y los acaricié, como si estuviese limpiando algo invisible, porque ahí no había nada. 

Me encogí de hombros y lo miré.

—Bien.

Una enorme sonrisa me iluminó el rostro. Bien era poco, lo sabía, pero no estaba mal para empezar. Menos daba una piedra, eso estaba claro.

-Tienes una buena percha, todo hay que decirlo -dije, hinchando el pecho varonilmente-. Aunque la talla está muy bien elegida, también.

Telma nos miró, sin comprender. Parecía estarse preguntando para qué eran aquellas telas tan inútiles. Luego comenzó a rumiar unas hierbas y dejó de hacernos caso. Para ella era fácil porque no tenía que ir aseada y bien vestida a las fiestas de cumpleaños de sus amigos bismontes.

Arqueé las cejas. 

—Tengo buen gusto —repliqué, altanera. Aquello no me lo podía negar. Que se atreviese a negarlo—. Y claro que la talla está bien elegida. 

Alcé el mentón con soberbia y lo observé en silencio. 

—La percha es la que es. —Me encogí de hombros—. No me quejo, pero la ropa lo hace todo.

Enarco una ceja, sintiéndome ligeramente ofendido. ¿A qué viene eso de que la ropa lo hace todo? Vaya mentira más enorme. No escuchaba una mentira tan grande desde que mi padre me dijo de pequeño que los árboles eran seres vivos como Telma o como yo. Ella, como él en su momento, parecía intentar quedarse conmigo.

-Disculpa, señorita, pero si le pones esta misma ropa a otro cualquiera no te quedaría la mitad de guapo de lo que yo quedo. Aunque, claro... Yo soy guapo hasta desnudo, así que la ropa no me iba a restar atruibutos.

Me crucé de brazos, solemne y seguro.

-La ropa está bien elegida, sí, pero con una percha así, hasta un taparrabos sirve.

Fruncí el ceño. ¿Pretendía, acaso, decirme que la ropa no servía para nada? ¿Qué todo era cuestión de belleza? ¡Pues era mentira! La ropa hacía mucho. Si ibas mal vestido, nadie se te acercaba. Si ibas bien vestido, las posibilidades de que alguien te hiciese caso eran mayores. ¡Ir arreglado era fundamental! Aunque, claro, ¿qué sabría él, que era un bruto? 

Crucé los brazos.

—Bueno, tal vez no deberías creértelo tanto, listo. —Lo miré y levanté el mentón de nuevo—. Y si un taparrabos sirve, pues devuélveme la ropa, que me ha costado dinero.

Sería ingrato.

Fruncí el ceño, confuso. ¿Quería quitarme mi regalo? Pues no sabía qué le había hecho, porque la primera en insultarme había sido ella, diciendo que era la ropa lo que me hacía tan sensual y atractivo. ¡Vaya hombre!

-La ropa ayuda, y una fiesta no es el lugar para ir con taparrabos, pero decir que soy un creído... -. Enarqué una ceja, presuntuoso-. Mucho lo importante es la ropa, pero la mitad de las mujeres sueñan con quitarla para ver qué hay debajo. Y creo que lo que yo tengo debajo de la ropa bastaría para que me permitiesen ir desnudo a la mismísima corte del rey sin considerarlo falta de elegancia.

Vaya hombre. Decirme a mí... Pfff...

Me sonrojé fuertemente y aparté la mirada. Luego crucé los brazos, tan altiva como alguien sonrojado puede hacerlo. Lo miré de reojo, presuntuosa, soberbia. 

—Creído. —Arqueé las cejas—. Nadie te dejaría ir a una fiesta desnudo, mucho menos la del rey. Y lo que tienes debajo tampoco es tanto como dices, egocéntrico. 

Aparté la mirada. No era que supiese demasiado del tema, pero me daba igual. Porque él era un ingrato, desconsiderado y bruto.

Me quedé paralizado. Inaudito. Aquello que acababa de decirme no lo había escuchado nunca antes. Las viudas, después de acostarme con ellas, me daban limonada, comida, masajes, se bañaban conmigo... Pero a mi dragón... A mi dragón nadie le había dicho aquello. Casi podía oírlo llorar, escondiéndose para que nadie lo viese.

-Pu-pues...

Me había dejado sin palabras. Aquel golpe había salido de sus labios y atacado directamente a mi orgullo, que ahora se resquebrajaba como... ¡Ni siquiera una buena metáfora se me ocurría!

-Pues si tan poco tengo, a ver si encuentras a otro que te satisfaga. A lo mejor no te llega un dragón y necesitas un... ¡Una montaña!

Resoplé.

—Claro, claro, claro. Eres tan creído que no eres capaz de ver que... Eh... Que eso no es un dragón ni nada... Y por eso me echas la culpa a mí. —Apoyé las manos en la cintura—. Y para que lo sepas, seguro que no me cuesta nada encontrar a alguien que me satisfaga.

Arqueé las cejas. Tal vez no fuese muy lista, ni se me diese bien tratar a la gente, pero fea, lo que se dice fea, no era. Además, hacía gimnasia y, bueno, no sería una tía de estas como, no sé, Fier, pero tampoco era horrible ni nada.

—Mírame. ¿De verdad crees que me costaría?

La miré fuera de mí. ¡¿Que aquello no era un dragón?! Pues ya me diría ella, doña virgen, qué era un dragón entonces. ¡Por favor, Inger! ¡Por favor!
Sin embargo, no pude decir nada. Ella me dejó mudo con su siguiente comentario. O sea que estaba tan buena que podía encontrar hombres con penes más grandes. ¡Vale! ¡Yo no iba a ser la lagartija que le impidiese encontrar un reptil de suficiente tamaño!

Fruncí el ceño, dolido. Telma seguía la conversación con poco interés.

-¡Vale! ¡Pues adelante! ¡Busca a alguien que te satisfaga! ¡Y ojalá sea tan grande que no quepa por la cueva!

Dicho esto, me di media vuelta y me alejé, furioso, con largos pasos.
Que no era un dragón...

*se va XD*

Lo miré desafiante, esperando alguna respuesta. Ni tan siquiera sabía por qué estaba molesta, pero lo estaba. ¡Y él no hacía nada para solucionarlo, sino que incrementaba mi rabia! 

Su respuesta me dejó boquiabierta. ¿Acaso era eso lo que quería? ¡Pues vale! Porque seguro que no me costaba tanto. No si no hablaba, al menos. Era bonita, la gente me decía que era guapa, el único problema que tenía era que me ponía nerviosa y huía cuando alguien se me declaraba. ¡Pero eso daba igual! 

—¡Vale! Y... Y... Y que sepas que... Eh... Eh... ¡Eso! 

Ni tan siquiera sabía qué decirle. Aunque tampoco tuve tiempo para decir mucho más, porque el muy idiota se fue. ¡Se fue! Dejándome con la palabra en la boca. ¡Menudo idiota! 

—Eso, ¡vete! ¡Sin despedirte! ¡Maleducado! —Fruncí el ceño. De reojo, miré las cosas que se había dejado ahí—. ¡Y te has dejado tus cosas, idiota! 

Pero no lo seguí, ni las recogí ni nada. En su lugar, simplemente me fui, molesta. ¡Menudo idiota!

*se va*