Enfermería

Me paro y agacho la cabeza. - Osea, que para ti nunca he razonado, ¿verdad? Nunca he estado cuerda ¿VERDAD? -chillo-. ERES UNA HIPÓCRITA, MASSEN DEW -chillo aún de espaldas a ella.

Mi pecho sube y baja en un modo frenético. -Es cierto. No estoy en condiciones, será mucho mejor que me quede tumbada en cama mientras...- entonces me doy la vuelta e intento agarrarla a ella por cualquier parte. - ¡MIENTRAS TÚ TE VAS A PASAR LA TARDE CON ÉL EN LOS JARDINES!- digo al borde del llanto.

Quiero pegarle, pero no deja de ser mi amiga y por mucho que la odie ahora, cada vez que la veo no puedo evitar recordar la inmensidad de noches que nos pasamos juntas riendo en las habitaciones, o todas las tardes que había perdido a su lado en la biblioteca para que pudiese leer "embarazosamente" sin equivocarse.
Ya no sé que pensar. Quiero darle un puñetazo por todo el daño que me está haciendo, pero no puedo obviar el echo de que es mi mejor amiga y como no se qué hacer, decido, con un golpe seco, deshacerme de ella de la mejor manera que puedo. -Déjame en paz. No quiero volver a saber nada de ti. Que seas muy feliz, Massen Dew -digo ahora con un tono amargo, cansado y apagado, para no volver a dirigirle la palabra.

*se va hacia las habitaciones*

FdR: puedes pararla aquí, en los pasillos o en las habitaciones si quieres seguir el rol, sino, fin xDDDD owo/

Nagore se limitó a tergiversar lo que le decía, y se soltó de mis manos para agarrarme ella a mí. Ni siquiera tenía muy claro cómo se sentía exactamente. En cualquier caso, estaba claro que no pensaba razonar en absoluto. La solté definitivamente y la miré con gesto frío. Podía poner de mi parte para arreglar las cosas, pero no pensaba arrastrarme detrás de ella.

-De acuerdo -respondí, en el tono más frío que fui capaz-. Adiós.

Me quedé allí un momento más, debatiéndome entre la angustia y la impotencia, y finalmente abandoné la enfermería, con lágrimas en los ojos.

FdR.: NooooOOOOoooooo. ;________________________; ESTÚPIDAS NIÑAS QUE SON ESTÚPIDAS. AAOKHNFDN BDSAFJKHFADSNFD. NO PENSÁIS EN MIS SENTIMIENTOS.

Me aseguro de que Dehnel llegue sano a la enfermería. Pronto veo a Fier coger las riendas de su curación, así que me disculpo, diciendo que yo tampoco me encuentro demasiado bien (lo cual es verdad).

Me disculpo y me despido.

-Mis disculpas. Espero que tengamos tiempo en otro momento de conocernos. Muchas gracias por tu ayuda.

Hago una leve inclinación de cabeza y salgo de la habitación. Los de la enfermería se ocuparán de él.

*se va*

FdR- Lleva todo el camino abatida, no se lo tengas en cuenta.

Me desnudan con arrojo. Veo a ratos a las personas que allí se encuentran. Lester y la alada Fier, pero las imágenes se sobreponen unas sobre otras y nada cobra sentido. Ni siquiera logro sentir pudor cuando mi dragón sale a la luz.

Lester se va, y si bien no me cae muy bien, entiendo su prota partida, así que no se lo reprocho mentalmente por esta vez. Se queda entonces Fier. La hermosa Fier.

- Lo siento... -digo como puedo.

Al final he entrado en palacio, y no quería hacerlo hasta recuperar mi nobleza.

-Claro que la recuerdo -digo, débil pero galán- ¿Cómo olvidar a Fier, dama dueña de mis sueños más hermosos? Cierro los ojos y veo tu rostro...

Me siento humillado por encontrarme así frente a ella, semidesnudo, delgado y enfermizo. Y más aún cuando dice lo de vomitar. Frunzo el ceño.

- No he comido n... nada malo. Solo unas bayas rojas, de hecho. Dulces y ricas... No creo que necesite echar nada fuera... La comida no se tira... Y hacer eso delante de una mujer tan bella es deplorobable como el más sucio acto de maldad que pueda hacer un noble mendigo como yo...

Me estremecía, dormido. Sentía frío y humedad en las sienes. El pelo, más largo que antaño, me cubría el rostro pegándose a él, sudado.

Yo estaba en una habitación negra y oscura. No había luz y apenas podía ver. Se escuchaba un batir de alas en el aire, y en las manos no tenía más que una frágil espada de palo. Me cubría, mirando a todos lados, buscando en el cielo el ave que producía aquel sonido al volar, pero no era capaz de ubicar la procedencia del sonido.

Un chillido de bestia me asustó. Sin duda aquello era un dragón. Pero no estaba sobre mí, ni bajo mis pies. Entonces lo vi, moviéndose en mi brazo, y del tatuaje de dragón que tenía grabado en la piel salió un reptil de verdad, conformado de mis escamas, ascendiendo hasta mi cuello y cubriéndome la cara con las alas, impidiéndome respirar, ahogándome, atosigándome.

*se revuelve dormido y gruñe con la cara tapada con las mantas*

Abrí los ojos lentamente. Algo me intranquiliza y noto el corazón latir deprisa, como si me persiguiesen. Aunque nada más despertar, olvido qué era lo que soñaba y el temor se desvanece un poco. Me encuentro algo mareado, pero mejor que por la tarde. O al menos eso creo, porque me acuerdo muy borrosamente de lo sucedido, así que quizás estuve de fiesta y no lo recuerdo.

Fier leía cerca de mí. La observé.

¿Estaría también ella en la fiesta? Me daba vergüenza interrumpirla y por ello me quedé con los ojos abiertos mirando al techo. En mi mente retumbaba una conocida canción que siempre me cantaba mi abuela cuando había trévores en los campos que rodeaban nuestra casa.

"Cinco es buena suerte
para quien lo encuentre.
Difícil es de hallar,
afortunado serás.

Tres es lo normal,
todos los encuentran.
Si tu hallas uno,
no lo guardes más.

Dos para un amante
es el importante.
Si encuentras este,
el amor llegará.

Si si no lo encuentras,
y si no lo hallas,
coges el de tres
y una hora arrancas ya."

Me ruboricé.

- ¡¿Te he molestado cantando?! Lo siento...

Se veía que los genios como yo pensábamos demasiado alto. Debía cantar pensando más bajo o mis ondas cerebroneuronalecosas se cruzarían por el aire con ella y la distraerían, como acababa de ocurrir. ¡Vaya idiota estaba hecho!
Y aún por encima desnudo. Eso sí era una falta de respeto. Por suerte, recordaba que me había desnudado una enfermera muy parecida a Nagorr Brumm y eso me hacía estar más tranquilo.

Si quien te desnuda tiene más pelo que tú no se considera infidelidad.

-Ah... Una canción que cantaba mi abuela cuando yo era pequeño. Era para usar los trévores dependiendo de las hojas que tuvieran...

Me rasco la cara con la mano, algo tímido. Hablar de canciones de mi abuela suena, quizá, algo infantil, pero toda mi familia fue siempre muy dada a cantar, así que casi todo lo que sé existe en forma de canción.

Repiro la canción con un hilo de voz, lo bastante para que la escuche.

-Cinco es buena suerte
para quien lo encuentre.
Difícil es de hallar,
afortunado serás.

Tres es lo normal,
todos los encuentran.
Si tu hallas uno,
no lo guardes más.

Dos para un amante
es el importante.
Si encuentras este,
el amor llegará.

Si si no lo encuentras,
y si no lo hallas,
coges el de tres
y una hora arrancas ya.

Me rasco el pelo con la mano.

- Yo siempre lo hacía de niño. Le arrancaba una hoja a los trévores de tres para que tuvieran dos y así tener suerte en el amor. Cosas de niños.


FdR- Estoy usando el herbolario para algo! : D

Sus caricias me hacían ruborizarme. No sabía qué me avergonzaba más: si el estar en aquella situación con ella, cuidándome y acariciándome o si el hecho de que no le había hablado de Inger. Pero es que cuando estaba con Fier no pensaba en Inger, o sí lo hacía. Pero la aether me turbaba, con sus alas blancas de angel y su largo cabello. Parecía como una especie de obsesión, como cuando un niño encuentra algo que brilla mucho y se olvida de seguir a su madre y se pierde...

Fier brillaba y me entretenía, y entonces me perdía y no pensaba con serenidad. La belleza, al fin y al cabo, está hecha para ser contemplada, y más aún cuando era así de amable.

Me costaba mirarla directamente, pero al mismo tiempo quería hacerlo. Ello me hacía sentirme algo tonto.

- ¿Cómo reconocerías a la mujer perfecta? -me atrevo a preguntar, nervioso.

Es el momento perfecto para hablarle de Inger, la hermosa caeruleus.

Lo que dice de sus padres, no sé por qué, me recordó a Heylel.

Todo lo demás me hizo latir fuerte el corazón, emocionado, imaginando cada una de las cosas que decía y poniendo momentos reales a sus palabras.

Recuerdos me asaltaron. Recuerdos de mujeres que no eran la adecuada, sino viudas cuarentonas, o de mi madre, a la que no quiero de forma así romántica, pero que también ha sido siempre para mí, de alguna forma, la mujer perfecta. También recordé a Inger, y su beso de reconciliación cuando regresé, junto al río. Su encantadora timidez, o su vergüenza al hablar con la segunda letra de cada palabra para insinuarse torpemente.

Pero también pienso en la mujer que tengo frente a mí. ¿Acaso decía todo aquello porque estaba loca por mis huesos? No era la primera que sucumbía a mis encantos, tanto como noble como como mendigo.Y esa forma de hablar, de acariciarme...

Me pregunté cómo podía saber si era ella si no había acomodado jamás mis manos a su cintura, ni probado sus labios, ni conocía sus costumbres lo bastante bien como para ver sus rastros en las cosas...

La miré fijamente unos segundos. Pero al sentirme enrojecer bajé la vista. Aquello no estaba bien. Yo, noble o mendigo, no debía pensar aquellas cosas. Si daba esperanzas a la pobre Fier... ¡No podía jugar con dos chicas!

Se despidió cortando de raíz mis pensamientos, y en el fondo lo agradecí, pues la confusión de mi cerebro me empezaba a dar dolor de cabeza. No eran buenas horas para debates de intereses.

La despedí con una sonrisa y su partida me dejó algo melancólico. Cuando estaba enfermo en casa siempre había alguien que me cuidaba o me hacía caso. Ahora esa hora de dormir, pero... ¿vendría alguien a verme algún día o me consumiría la soledad?

Suspiré y cerré los ojos, prefiriendo disfrutar de los últimos recuerdos de la noche.

Quizás soñase con trévores, o con comida... Con cosas buenas.

*se duerme como un niño pequeño XD*

Tras un par de días con un ligero dolor en la muñeca derecha, decidí acercarme a la enfermería en busca de un ungüento o algo por el estilo. No sabía muy bien cómo me había hecho daño, pero suponía que había sido entrenando el otro día. Eso o me había dado un golpe contra algo y no lo recordaba.

Al llegar, miré en rededor, buscando a alguien que pudiese atenderme. Había estado ya un par de veces en la enfermería, hecho del que no me enorgullecía demasiado, pero seguía sin saber muy bien cómo funcionaba la cosa. No sabía si el médico trabajaba a todas horas, si había enfermeras ayudándole (sólo había estado con el parvus), si el médico atendía a todo el mundo, si tú mismo podías rebuscar algo...

Observando la estancia, me topé con algo que llamó mi atención: Rick estaba tumbado en una de las camas, durmiendo. Preocupada, fruncí el ceño y entreabrí los labios, preguntándome qué le habría pasado. Segundos después, me planté al lado de su cama. No quería despertarle, así que lo contemplé en silencio, todavía esperando a que alguien apareciese (sólo que, ahora, ya no le preguntaría si podía darme un ungüento, sino que también le preguntaría qué le había pasado al flamma).

*se queda*

Balbuceaba palabras incomprensibles en sueños. La fiebre ya había remitido, pero el malestar seguía haciendo mi descanso intranquilo.

Abrí los ojos lentamente. Había alguien cerca de mí, una mujer, pero mi empanamiento y mi visión borrosa de acabar de despertar no me dejaba fijar a la chica en cuestión. Quizás fuese la hermosa Fier, o tal vez una de las enfermeras que me habían cuidado.

Fuera como fuese, le sonreí.

-Hola -saludé con voz ronca de dormido.

Bostecé ampliamente y los ojos se me llenaron de lágrimas.

Rick abrió los ojos con lentitud y yo me acerqué a la cama, ligeramente ruborizada. Me preguntaba si lo había despertado (esperaba que no, pero qué sabía yo). Cuando sonrió, sonreí, y cuando saludó, me pasé una mano por la nuca.

—Hola... —murmuré. Me llevé la mano al cuello—. ¿Te he despertado? Siento si te he despertado. No era mi intención despertarte, aunque a lo mejor he hecho demasiado ruido o... o... O algo. —Me mordí el labio inferior—. Lo siento...

Le pasé una mano suavemente por la frente, apartándole el flequillo.

—¿Cómo estás...? ¿Qué te ha pasado...?

Era Inger. Ensanché mi sonrisa al comprobarlo. Negué ligeramente.

-Una hermosa dama nunca molesta ni despierta, pues el sueño más profundo no es comparable al sueño que es poder verla y tocarla, sintiendo el calor que emana de su piel blanca -dije con suavidad, a causa del sueño y la ligera debilidad que todavía sentía.

La tierna Inger me apartó el pelo de la cara con dulzura. Cerré los ojos y un nuevo bostezo voraz acudió a mis labios.

-En mis días de mendigo, a causa del hambre que me asolaba, comí unas dulces y hermosas bayas rojas que lejos estaban de ser adecuadas para mi consumo. Por suerte Telma no las comió, pero yo me intoxiqué con ellas, como bien me explicó una amable enfermera. Por suerte ya estoy casi bien del todo. Soy un mendigo duro.

La miré, y mi expresión se volvió grave como lo era mi voz.

-La pregunta importante es qué te trae a ti a este lugar poco apto para doncellas.