Enfermería

Mientras voy por el pasillo, escabulléndome del resto del mundo, veo movimiento en la sala de enfermería y, curioso, me dejo caer al pasillo, frente a la puerta, para enterarme.

Primero me acerco con sigilo y echo la cabeza por la puerta para ver a algunos de los supuestos guerreros durmiendo sobre las camas, algunos con más magulladuras que otros. Entonces una enfermera pasa cerca de mí y le pregunto si esos son las víctimas del atentado de hace dos noches y asiente para luego preguntarme que si, como otro chico, buscaba a una mujer chrysos, ya se había ido.

Me quedo mirándola durante unos segundos y luego me doy la vuelta para irme caminando despacio por el pasillo.

Así que muchos había acabado en la enfermería, ese había sido su destino. Claro, el hecho de haberme quedado era cosa del destino, yo no debía ser derrotado y acabar convaleciente en la enfermería tras la batalla. Yo era mejor guerrero que ellos y ellos, al dejarme atrás, lo habían pagado.

*mira con intensidad por la ventana y se va caminando tan tranquilo*

Al parecer alguien necesitaba la presencia del doctor tras una temporada sin demasiado revuelo. El hombrecillo salió de la sala de detrás de las cortinas con su ceño habitual y bufando por el apremio que le daban.

—Pff... Meses sin apenas un corte y, de pronto un ataque general con una docena de heridos, una niña moribunda... ¿Qué demonios estáis haciendo? —Bramó para sí el doctor.

Observó la camilla que estaba amparada por una chica piscis y se acercó a comprobar el horrible aspecto de la chica parvus que estaba tumbada en ella. Frunció más el ceño y miró a la piscis.

—¿La has traído tú? Bueno, pues venga, largo, largo de aquí. Hay que tratarla rápido, no quiero estorbos —Ordenó, haciendo gestos bruscos a la piscis para apartarla de la pequeña camilla. —¡Enfermero! —Llamó, a la espera de sus ayudantes chrysos.

Entre que los muchachos vienen y no, el doctor se acercó a la muchacha para inspeccionarla bien de cerca. Primero acercó su nariz a la boca de la chica haciendo uso del excelente olfato que caracteriza a la raza parvus para comprobar si la chica ha ingerido algún tipo de veneno o agente tóxico. Pero tras concentrarse en el olor no encontró ninguna sustancia que resulte extraña y sus labios tampoco tenían un color violeta intenso. Pensó entonces que podría descartar un envenenamiento, al menos unos convencional.

Eliminar una posibilidad no tranquilizó al doctor, sino que lo obligó a buscar nuevas respuestas. Acercó el dorso de su mano a la cara de la muchacha y pudo comprobar que una de sus mejilla estaba helada, y la otra, ardiendo.
Su gesto no pudo ser más sobresaltado, pues una diferencia de temperatura como aquella era, cuanto menos, extraña.

—Mmmgrpf... ¿Estaría durmiendo sobre algo frío? ... —Todavía no se le ocurría qué le podía haber pasado y aquella niña solo había dicho que la encontró en la habitación. El doctor negó con desagrado. —Debería encontrar algo más concreto... —Destapó a la muchacha y se dedicó a inspeccionar su cuerpo con los exámenes convencionales.


[...]


El tiempo pasaba en contra del doctor que, a pesar de haber realizado las pruebas convenientes según los extraños resultados que iba encontrando, no daba con ninguna enfermedad que recordase o que viniese reflejada en sus libros de medicina. Constantes inestables, presiones variables... Podía ser cualquier cosa, pues los resultados no lograban poner al doctor en un camino que le llevase a una afección concreta. Empezaba a desesperarse. Como siempre, pensó en lo bien que habría estado él estudiando en los avanzados laboratorios de Caligo. Seguro que allí daba con algo que lo ayudase.

La única reacción que apareció tras todo aquel tiempo inconsciente fue una fea tos sanguinolenta que desagradó todavía más al doctor. Moviendo a sus ayudantes, ordenó que se le pusieran paños y se le inyectasen diferentes analgésicos de hierbas para tratar de controlar su estado febril. Con que solo pudiesen estabilizarla...

—Levante el respaldo de la camilla para sentarla, es peligroso tenerla tumbada con esa tos —Ordenó, algo crispado.

Sin embargo, tras continuar con las pruebas y exámenes que se le iban ocurriendo como método desesperado para dar con cualquier cosa que le diera alguna pista, el parvus acaba dando con "algo" totalmente inesperado. Frunció el ceño todavía más y observó con cierta incredulidad y desagrado a la muchacha. —Estúpidos jóvenes —Escupió. —Veamos... —Rebuscó entre las estanterías para dar con algo que pudiera servirle al caso—. Esto debería servir... o eso espero. Es un tratamiento fuerte, pero quizás haga algo. O quizás lo empeore. Yo que sé. Esta estúpida podría haberme preguntado antes o haber avisado a alguien. Bah, no se puede hacer otra cosa.

[...]

Al cabo de unos veinte minutos durante los cuales el doctor pudo comprobar como el estado de la chica parecía estabilizarse mientras tomaba nota de lo sucedido, la chica despertó.

En cuanto la chica pareció recobrar el sentido, el médico se la quedó mirando con cara de pocos amigos.

—Bueno, si hablas y tienes vergüenza es que ya te estás recuperando —Sentenció, muy desagradado con la muchacha. —Supongo que no me dirás nada al respecto, así que no volveré a hacerme cargo de tu vida —Bramó, molesto, el doctor, cerrando de golpe uno de sus libros y saltando de la silla para moverse hacia uno de los muebles. No hablaba en serio, pues como médico estaba moralmente obligado a impedir la muerte de nadie, pero aquel tipo de cosas lo sacaban de sus casillas.

En cuanto la chica empezó a bociferar sobre ir al baño y cubrirse el médico apretó las comisuras de los labios en un gesto de burla.

—No se grita en una enfermería. Y tienes un baño ahí al lado, el enfermero te acompañará. No estás en condiciones de moverte demasiado —Bramó de nuevo, sin siquierar mirarla. —Eres una chica estúpida e inconsciente y si nadie te lo ha dicho, te lo digo yo ahora —Añadió, volviendo a su escritorio cerca de la camilla.

—No podré estar pendiente de ti estos días, aunque no creo que vaya a poder atarte aquí demasiado. He dado instrucciones a los enfermeros para que estén pendientes de ti por si vuelves a recaer. Ahora deja de hacer el tonto, cumple mis normas y no me llenes más la agenda. Hay gente con más cabeza y menos ganas de morir que tú -dijo, recogiendo sus cosas y acercándose a la puerta que daba a su rincón privado de la enfermería. Sin embargo, se paró antes de cruzar la cortina.

—... Por cierto... —Se giró un momento, clavándole la mirada tras las gafas con desagrado. —Las normas se escriben, redactan y publican para que la gente las cumpla... y usted, señorita, lleva, por lo que estoy informado, muchos meses... no. Rectifico. Lleva incumpliendo dos normas de especial importancia en este palacio desde el mismo momento en el que ha puesto sus pies en él —Su voz era grave y su tono duro. Hizo una pausa — ¿Me equivoco? Si sigue así, no crea que voy a dejarlo correr —Sentenció, mirando de nuevo al frente para marcharse.

El líder Darvenwish había pasado por la enfermería cuando los guerreros habían llegado, regresando después cada cierto tiempo para comprobar si el piscis despertaba o daba señales de algún tipo.

En sus diferentes visitas había aprovechado para observar el estado de los demás. Había podido ver al pequeño muchacho que no se separaba del aether y su marca en la frente era lo que más le desagradaba de aquella vuelta. Sin embargo, su prioridad era otra.

Guiado por el brillo creciente de su cristal, se acercó una vez más a la enfermería y, todavía entre las sombras del lugar, observó los primeros y ligeros movimientos del piscis cerca de su camilla.

Había pasado todo un año, lo habían dado por muerto y, extraordinariamente, estaba allí. Tenía un aspecto horrible y apenas fuerzas, pero descansaba de nuevo en Brontë y eso no dejaba de asombrar, de alguna forma, al líder Darvenwish. Aquel pececillo inconsciente y enclenque que más parecía carnaza había sobrevivido.

El líder vio como, efectivamente, el muchacho parecía haber despertado. No podía moverse demasiado y su voz era apenas audible, sin embargo el líder tomó aquello como indicio de recuperación.

Dio un par de pasos para acercarse a la camilla y poner una mano sobre ésta, mientras hacía sisear la lengua para indicar al chico que no tenía por qué hablar ahora.

—Tranquilo, Silvanus, ya nadie va a venir —Susurró, mirándolo sin querer pararse demasiado en su expresión. Era de noche, la enfermería estaba en silencio y no había nadie más que los enfermos descansando. Sin embargo, el líder no se sentía cómodo.

—Ahora estás a salvo, estás en Brontë —Continuó con el mismo tono alentador si moverse de su lugar —Has vuelto a casa —Añadió, tratando de tranquilizar al chiquillo. Sabía que, después de todo aquel tiempo, seguramente le costaría una buena temporada recomponerse, más de su estado psíquico que de el físico. Y posiblemente tendría permanentes pesadillas el resto de su vida. El líder pensó en su madre por un instante, pero desterró la idea. —Ahora puedes descansar y recuperarte