Enfermería

Su aspecto desafiante toca un poco los huevos, pero decido pasarlo por alto. Me froto la cara con la mano un momento, con gesto cansado, mascullando por lo bajo, hasta que considero oportuno responder a su pregunta. ¿He venido a eso? Diría que sí, es lo más probable, aunque también vine a ver si estaba bien. Lo admito. A ver si después de lo de ayer no había muerto nadie, más bien.
Joder.

Asiento, seca.

-Supongo que sería un buen comienzo -murmuro, sin hacer aspavientos, con tono neutro, tendiendo a borde.

Obviamente no soy aquí tu mujercita, y no voy a montar un drama, pero ya que lo preguntas, Gerald, es una buena idea. Venga, habla y hazme ver que eres más gilipollas de lo que creo. Porque te juro que he intentado buscarle excusas a tu comportamiento, y me temo que lo vas a estropear todo de nuevo.

Enarco una ceja, con sorna, esbozando una sonrisa. Por supuesto, Gerald. Estaba allí no pudiste evitar clavar tu espada en él, porque estaba, nada más. Así es como funciona una mente equilibrada. Por supuesto.
Si ese es el caso, no deberías estar armado.

-Lo vi perfectamente -repito, con un asentimiento, tensa solo de recordarlo-, pero, ¿sabes? No soy capaz de meterme en tu jodida y enferma cabeza y entenderlo, Gerald. ¿Quisiste y lo hiciste? No hace falta que me expliques que eres un caprichoso de mierda, eso ya lo sé, es uno de tus insoportables rasgos. ¿Pero quisiste qué? ¿Hacerle un nuevo orto al flamma ese? ¿Ocupar su lugar y follarte a la sosa de Lea? ¿O sabías que estaba allí, mirando, y querías darme la noche y dejarme en evidencia como una cerda que espía a parejas mientras se lo montan?

Aprieto los labios al acabar, aséptica. Me esfuerzo para calmar un poco mi tono, para evitar que se vuelva acusador, agudo y desagradable. Al final me dirá "meh" y pasará de mi culo, me dará la espalda y seguirá tocando los huevos sin decir nada.
Joder.

No dejo de mirarla cuando se decide a hablar y levanto ligeramente el mentón cuando escucho lo que dice, entornando los ojos, desafiante a sus palabras, pero de una forma mucho más desagradable que antes. Cuando acaba sólo relajo la expresión con un suspiro y río un poco.

—¿Qué es lo que quieres saber? ¿Qué prefieres que sea? ¿Prefieres que sea un loco al que le gusta matar gente por el mero hecho de crecerse? ¿Prefieres que sea un loco más pasional movido por los celos? ¿Ese último tendría mejor excusa o sería más argumentado el del primero? ¿Quién te crees que soy? —Suelto, casi incrédulo, impertinente diría. Me pongo serio al momento.

—No hay ningún tipo de argumento válido, Frikka. Me dejé llevar por lo mismo que me guía al ensartar a mis adversarios esperando a que se les queden los ojos vidriosos. No respeté su derecho a permanecer de una pieza porque no soporto su presencia —Sentencio, ya con desagrado en la voz. —Y lo hice de la forma más despreciable que podía habérseme ocurrido. Porque él estaba allí cuando llegué y el momento era perfecto. Y aún así... —Tomo aire, calmando un poco la tensión en mi tono. —Y aún así no entré a matar —Es puramente un juicio, una sentencia a mí mismo. Me llevo la mano a la cara un momento, buscando una explicación.

—No tengo una respuesta para ti —Concluyo. —Si te sigue importando, lo mejor que puedes hacer es avisar a Cierzo. Después de verle puede que tenga algo más que argumentar —Añado, ahorrándome más rodeos. No puedo centrarme de otra forma, tiene que oírme él.

Me froto el pelo con las manos, soltando un quejido frustrado. Vale, ya lo pillo, joder. Tampoco me sorprende que te andes con esas evasivas. Cierzo, Cierzo, Cierzo... Ve y fóllate a Cierzo.
De acuerdo. Puedes odiar a ese tío. No lo conozco. Quizás sea un gilipollas. Parecía un poco memo y parado. Y si no le he perdido ahora mismo el respeto a Gerald es por lo que ha dicho de que no entró a matar. Supongo que es humano, al fin y al cabo. De no ser por eso, tal vez me hubiese largado asfixiada por su gilipollez.

Me froto la cara con la mano, una vez más, recuperando la compostura. Luego, arisca, le dedico una nueva mirada. Tendré que hablar con Cierzo, según parece. Vaya que sí.

-¿Y qué hay de ese tatuaje? -inquiero, hosca, apoyando la mejilla en la palma de la mano, haciendo alusión a su cuello con la barbilla. Le ha llegado a rozar la cara.

Ahora me dirá que se lo agrandó para ser todavía más magnánimo. Sí, Gerald, ayer por la noche, en las cuadras. No me torees.

En algún instante me he puesto de pie, mientras habla, para caminar de un lado a otro con mala cara, escuchándolo, con los brazos cruzados. Le lanzo miradas fugaces, furtivas. Ignoro el nudo en la garganta, que va creciendo poco a poco. Sé que esto es por lo que estuvo hace unas semanas aquí, también, cuando Massen me dijo aquello. Por supuesto, entonces no lo sabía, no lo imaginaba, y no insistí. O quizás me podía haber llegado a oler algo, nada relacionado con el tatuaje, por supuesto, pero sabía que algo malo había, desde aquel abrazo el día que me dijo que se iba.

Me detengo, como me levanté, en algún momento, junto a su cama, frente a él. Lo miro fijamente, furibunda. Me noto las fosas nasales dilatadas. Y ni siquiera tengo un jodido motivo. Soy así de niña, en el fondo. Al final siempre me meto en rollos que no me convienen...

Y entonces lo dice. "Hasta que me mate". Eso ha dicho, ¿no?
Me detengo un instante. No de quedarme inmóvil, ya lo estaba, sino de detenerme, por completo. Mi respiración se detiene. Mis ideas se detienen. Creo que por un instante ni siquiera me oigo latir el corazón.
¿Qué esperaba? Yendo por donde iba la conversación, es lo más normal. Pero es jodidamente insufrible. Él lo es. Es insufrible. Incluso es él el que tiene que morirse. Ni siquiera le deja ese respiro a otro que se merezca que la gente vaya a ir a llorarle. Es él, el cabrón, el que se muere. Así luego parecerás hasta bueno, ¿verdad? Luego dirán que tenías muchos amigos, que hiciste buenos trabajos allá donde fuiste, que eras un gran hombre, que cometiste tus errores, como todos, y ya está. Ese serías. Un buen espadachín, un gran tipo.
Y tú eres un capullo que no merece la pena. Todas esas fulanas a las que te tiras... La mitad te tienen asco y la otra mitad siguen esperando noticias tuyas. ¿Cuántos hijos tienes perdidos por el mundo, Gerald? Míralo así: cuando mueras y sus pobres madres les digan que no tienen padre ya no será una jodida mentira.

Apenas un segundos después me pongo en marcha. Me deslizo hacia él, ágil, veloz, escurridiza. Así es como soy, ¿no? Evasiva. En apenas un instante estoy apoyándome en su cama con la  palma de la mano abierta, inclinándome hacia delante con una seguridad extraña, y en un momento después lo he besado. Y ya está. Arremeto contra él un instante, dos embestidas, intensas, pero no violentas, y luego me separo y me yergo. Casi tengo ganas de frotarme los labios con el brazo. Es, sin duda, lo más sucio que he besado nunca, y eso que los críos se meten cosas asquerosas en la boca.

Lo miro un momento más, ya erguida, separada de su cama, apretando la mandíbula. Aquí no puede alcanzarme.

-Diré a Cierzo que venga a verte -digo, sin más, serena.

Por fuera, por supuesto.

Si puedes ve por el mundo y encuentra una cura a esa mierda que te consume, hazme el favor. Luego vuelve y compórtate como un ser humano, y no como un cabrón que debería estar entre rejas por peligroso. Si te mueres, por otra parte, no tendré a nadie recordándome esto, por lo menos.

-Buenas noches -mascullo, dedicándole una última mirada, arisca.

Y me largo, como vine. Ya sé todo lo que podía contarme, ¿no?

*se va*

Allí pasaban pocas cosas. El médico vino a verme y a darme unas pastillas una vez, el resto del tiempo fueron miembros del servicio de enfermería los que se pasaron. Al final del día me dieron una sopa templada que parecía más agua que otra cosa. Luego, aunque no querían dejarme, insistí en que me dejasen salir para ver a Telma. Ya llevaba dos días allí, y la última vez que ella había sabido de mí me había visto ser traspasado como un flan. Telma tenía un amo poderoso, por supuesto, pero quizás estaba preocupada.

Quisieron ayudarme a levantarme, pero pude yo solo. Me recordaron que no debía hacer esfuerzos. ¡Ni que fuese a ponerme a entrenar! Era poderoso, pero no estúpido. Luego, cubriéndome las vendas con una camisa floja y una capa, abandoné la estancia.
No pude evitar contemplar un instante la cama más alejada, cubierta por cortinas, y fruncir el ceño.

*se va*

Se ve gente salir, gente entrar, se escucha cómo hablan, unos más alto y otros más bajo, pero lo que no se ve, desde luego, es que nadie venga a verme. No es algo que me preocupe, claro... Yo estoy muy cómodo, leyendo. Pero te hace darte cuenta de lo que es la vida. Ellos son guerreros, Jun, tú solo un crío que ha venido a pretender que lo es.

Hace poco se fue el flamma, Rick Dehnel, que apenas llegó ayer de madrugada, y yo ya llevo aquí tres días y un poco más. ¿Y qué sé? Sinceramente, poco... Me desmayé, el señor Brumm me trajo, me sentía agotado y débil y ya me encuentro mejor. Mañana espero irme.
Luego hay otros recuerdos, recuerdos de algo más, tan difusos que no soy capaz de saber si lo soñé o qué... Solo sé que todo estaba oscuro.

Me como la cena, tranquilo, en silencio.

*se queda indefinidamente*

Para que me dé tiempo a todo, después de trabajar he llevado a los chicos a las cuadras un poco antes de lo normal. Tras eso, con calma, me he dado un baño, relajándome un poco. Por último, antes de cenar, me dirijo a la enfermería, a ver cómo está Rick. Telma no ha cambiado su actitud lastimera, así que espero que se recupere pronto y la compense. La pobre no merece estar así.

Según entro, voy directamente hacia su cama, pero me paro un poco antes de llegar. Las cortinas están descorridas, y la cama vacía y recogida. Me quedo un momento quieta, mirándola, y acabo por apretar los puños y fruncir el ceño, furiosa. ¿Para eso me tomo la molestia? ¿Para llegar y encontrarme con que ya se ha ido a colgarse de alguna lámpara?

Soltando un bufido, doy media vuelta y abandono el lugar. Muy bien. Pues si no necesita que nadie se preocupe, que se cuide solo. Y que cuide a Telma, eso desde luego.

*Se va*

Tras mi encuentro con Frikka, me había dirigido directamente a la enfermería, que había encontrado relativamente ocupada. No me paré en ninguna de las camillas, sino que busqué y me acerqué directamente a la de Gerald. Roncaba como un orkrich.

Para hacer tiempo, saqué de nuevo las cartas y, tras sentarme, me puse a repasarlas. Era aburrido, pero era mejor que mirar al techo. Tuve tiempo de darles todas las vueltas que quise, dado que la siesta iba para largo. Por fin, ya de noche, abrió los ojos. Guardé las cartas, con las que ya empezaba a plantearme practicar papiroflexia.

-Nos va afectando la edad, rubia -comenté.

Cuando se incorporó, parecía perfectamente. De hecho, ya me había extrañado en un primer momento que consintiera quedarse, y supuse que o estaba muy mal o le habían obligado a reposar. Pero no parecía necesitarlo.

Cuando trató de extender una mano y se encontró atrapado, por una parte, cualquier duda al respecto quedó resuelta. Por otra, no pude evitar una extraña sensación desagradable. Enarqué una ceja, preguntándome cómo habría acabado así. Tal vez me había perdido algo más de lo que yo creía.

Asentí a su pregunta.

-Este mediodía -concreté, con gesto serio-. Y visto lo visto, parece que hice bien en venir en el momento. Aunque tú seas un ceporro y me tengas en vilo toda una tarde.

Iba a descansar, a dormir. El calmante dejaba de hacer efecto y pronto tendría que tomar otro si quería que el vientre no me doliese. Sin embargo, al ver la luz encendida, no pude evitar fijarme en la cama más alejada de la mía, la de Gerald. A través de la cortina se intuía una sombra. Debido al silencio, se escuchaban murmullos. No sabía quién era, ni de qué hablaban, pero no quería saberlo. Ni siquiera quería escuchar el sonido de su voz en susurros.

A veces me había parecido que de haberle roto la nariz o un par de costillas aquello nunca hubiese sucedido. No quería demostrar mi fuerza para acobardarlo, porque se suponía que era mi compañero, pero de haberlo sabido antes...

Me llevé una mano al vientre y dejé la enfermería de nuevo, esperando que Gerald se quedase solo de nuevo. Esperaba que estuviese atado a su cama, porque lo veía capaz de atreverse a acercarse a la mía durante la noche, con aquella sonrisa suya.
No podría controlarme de volver a verlo en aquellas circunstancias. En los establos me había contenido, pero si quería guerra acabaría por tenerla.
Había un límite para ser todo un caballero.

*se va*

Parecía que no tenía muchas ganas de irse por las ramas, por una vez. Eso estaba bien, porque la situación no pedía precisamente esperar. Me limité a negar con la cabeza cuando preguntó si sabía algo. Lo mejor, esperaba, era que me lo contara él. Porque visto lo visto, parecía ser perfectamente responsable de sus actos.

Empezó, pues, a narrar lo sucedido. Y en el proceso se me pasaron un buen montón de ideas por la cabeza. Claro que yo llegué a expresar ninguna. El mal augurio pronto dio un paso a un primer pensamiento, en cierto modo de confirmación y en cierto modo de culpabilidad; pues claro que habría salido perdiendo habiéndolo defendido, no había puesto pegas al respecto precisamente por ello.

El relato demostró que, efectivamente, se le iba de las manos. Tanto con respecto a Dehnel, cuya relación no acababa de entender (no era más que un simplón con dinero, algo cargante, pero tampoco merecía odio), como con respecto a esa tal Lea con la que tenía aquellos tira y afloja. Parecía tener muy claro qué había sentido en aquel momento, pero el por qué seguía siendo un completo enigma. Porque su odio contra Dehnel, por el simple hecho de conocer a ambos, me parecía absurdo.

Para cuando terminó, yo estaba recostado contra el respaldo de mi asiento, con el codo apoyando en el brazo del mismo y dos dedos a los lados del tabique nasal, frotándolo. Suspiré. Desde luego que no era fácil entender qué le pasaba. Solté aire de golpe.

-Solo por curiosidad -murmuré con voz ronca y la mandíbula apretada-. ¿Has matado a Dehnel?

Bien pensado, debería estar también en la enfermería, pero como no me había parado a ver quién estaba, no sabía si una de las camillas ocupadas era del flamma. Por otra parte, no parecía hablar como si lo hubiera matado. O sí. No estaba seguro. Y, desde luego, cualquier ataque de Gerald contra Dehnel podía afectar por completo a mi familia, según la reacción del flamma.

Apoyé la mano en el brazo de la silla y alcé la vista hacia Gerald, con mirada grave, cansada.

-No lo sé, Gerald, no sé qué te pasa -respondí, con tono seco-. Pero averiguarlo empieza a ser una auténtica emergencia. No sé si el problema es de Dehnel, de Lea, tuyo o de los tres, pero va siendo hora de hacer algo al respecto. Algo que no implique derramamiento de sangre, a poder ser.

Recordé entonces el comentario de Frikka acerca del tatuaje. Mirando a Gerald, se veía asomar la marca oscura por el cuello. Por otra parte, el hecho de que, con semejante historia, estuviese en la enfermería y no en los calabozos era bastante significativo. Señalé la marca con un gesto.

-¿Cuánto ha avanzado? -gruñí.

Me mantuve en silencio la mayor parte del tiempo, limitándome a escuchar, a dejar que se dijera las cosas a sí mismo en voz alta. En parte, porque le serviría para organizarse mejor las ideas, y en parte porque solo se me ocurrían comentarios mordaces que añadir, que en aquel momento solo hubiesen apartado la atención del objetivo.

Tal y como había pensado, no necesitaba nada realmente. Solo hablar consigo mismo. Las conclusiones las sacaba él solo. Y, la verdad, parecía bastante consciente de su situación como para intentar hacerle "abrir los ojos" o algo por el estilo. Lo que parecía era que le fuera indiferente, lo cual era bastante más preocupante.

Acabé por componer una mueca y suspirar. Y aquella, si no me equivocaba, era su moza a la que había ido a hablar usando los consejos de un aether sin alas borracho. Si al final aún iba a poder echárseme la culpa. Lo que faltaba.

-Tampoco yo puedo aportar mucho -repliqué-. Lo más fácil sería decir que eres un perturbado y ponerte una camisa de fuerza. Pero ni siquiera tienes la excusa de estar loco, sabes demasiado bien lo que has hecho para eso.

Cuando apartó la camisa para ver los bordes de la marca apreté de nuevo la mandíbula. Con aquel panorama, hasta el miedo de Frikka tenía sentido. Me froté un momento los ojos.

-¿Sigues pensando en buscarle solución? -pregunté.

Siguió escupiendo lo que guardaba dentro. Yo escuchaba, atento pero sin intervenir. Él solo parecía bastarse. En cuanto a mis impresiones, sí era cierto que había algunos detalles reveladores, pero en su mayoría no me sorprendía. A fin de cuentas, había luchado con él, había visto esa expresión de regocijo clavando en un cuerpo su katana. No me estaba confesando nada nuevo, en realidad. Aunque, en cierto modo, esa parte de él había pasado un tiempo dormida, y Dehnel parecía haberla despertado de nuevo.

Roté los ojos.

-Pues si es lo que eres, no hay mucho que hacerle -concluí-. Aunque no estaría de más que aprendieras a mantener un poco mejor la cabeza fría. No es nada que nadie pueda hacer por ti, así que no voy a entrar a discutir al respecto.

En cuanto a la marca, no podía sino sentirme aliviado. Por mi parte, llevaba mucho tiempo planteándome lo que por fin él decía, si sobreviviría solo, si llegaría a tiempo. Evidentemente, hablar al respecto sin su previo consentimiento estaba descartado, y empezaba a pensar que dicho consentimiento no se daría nunca.

Me pasé una mano por la cara, frotándomela y apartándome el pelo. Cuántas vueltas daba siempre.

-Hoy he recibido una carta de casa -informé en un gruñido-. De mi padre, curiosamente, y no de mi madre, que fue a quien yo escribí. Puedo imaginar el por qué. Me pide que vaya a verlos en cuanto mis asuntos me lo permitan. Pero empiezo a pensar que es posible que cierto asunto me obligue a aplazar el viaje, ¿tú qué opinas? ¿Es muy íntimo y personal eso de buscar el remedio para una maldición? ¿O permite compañía?

FdR: este post tiene hasta su propia sound track https://www.youtube.com/watch?v=n-VdOd9y5OU

Su reacción, en un principio, me resultó un tanto confusa. Entre otras cosas porque llevaba un rato hablándome sin siquiera mirarme, como una quinceañera pudorosa confesando su amor. El repentino cambio, el hecho de inclinarse hacia mí, ese brillo extraño en los ojos, las preguntas casi ansiosas. Quizá debería haberle planteado el asunto en otros términos, que parece que le esté regalando una casa como recompensa por apuñalar a Dehnel. Aunque, bien pensado, a quién le importa Dehnel.

Con una ceja arqueada, lo observé un momento, limitando mis respuestas a leves asentimientos, aún analizando sus reacciones. Por fin pareció declarar lo que ya parecía, su total acuerdo. Si es que no sabía por qué me dedicaba a esperar a que salieran de él las cosas, si al final iba a aceptar cualquier propuesta que le ofreciera.

-Míralo de este modo: Comparado con volver a Ventus como paria, no suena nada mal -comenté, mordaz.