Enfermería

Al verla la saludé, animado, con una sonrisa. Sin embargo, tras sentarse, fue directa al grano, aturdiéndome por un momento. Pronto comprendí lo que sucedía y asentí. Si Telma estaba mal Lea se preocupaba, y si Lea se preocupaba porque yo no atendía a Telma el prejudicado era solo yo. Y en aquel momento delicado tenía mucho que perder con un pequeño error... Mithos...

Me ayudé de las manos para sentarme. Llevaba dos días quieto, así que estaba mucho mejor. ¡Todo por aceptar noblemente las instrucciones del médico y de sus enfermeros, como un auténtico y heroico paciente!

-Me siento bastante bien. Puedo ir ahora -ofrecí, dispuesto, con una sonrisa.

Levantarme al segundo día había sido algo exagerado, pero ya no tenía fiebre y la herida iba mejor. No habría problema alguno si no me esforzaba demasiado.

Lo miro un momento con los ojos entornados. Desde luego, no tiene límite. Y así está. Es capaz de saltar por la ventana si así consigue llegar antes a los establos. Si es que no hay por dónde cogerlo...

Suspiro, pasándome la mano por la cara para apartarme el flequillo. Y aún seguiría arrastrándose después de la caída.

-Será mejor que no -replico-. Además, ahora ya es hora de que vaya durmiendo. Si fueras solo conseguirías alterarla, no dormiría y estaría peor. Ya tendrás tiempo de ir cuando te encuentres en condiciones.

Si es que no se le pude decir nada, que no razona.

Terminé por asentir. También tenía razón, la verdad. Tendría que ir al día siguiente para tenerlas a las dos contentas. Ya era bastante tener a una mujer incomprensible cerca, pero dos sí que era complicado... ¡Y eso que yo era todo un experto sobre las mujeres que no eran Lea! No en vano era de la familia Dehnel. Cuando volviese a ver a mi padre le pediría consejos para aquella mujer tan complicada.

-De acuerdo-. Aproveché que ya me había destumbado para sacar los pies de las sábanas y quedarme sentado con ellos colgando, estirando un poco la espalda-. ¿Y tú qué tal?

"¿Cómo estás? ¿Qué has hecho hoy? Acércate..."
Creo que no podía evitar mirarla con cierto interés... más allá. En los establos se había desatado mi imaginación y al haber dormido con ella pegada... cada vez me era más difícil no quitarle la ropa en mi mente al contemplarla.
Incluso en aquella distancia sentía aquella especie de tirón. Era difícil, aunque la herida ayudaba a que mantuviese el control. No podía saltar sobre ella porque me rompería y empezaría a sangrar. Hubiese sido ridículo.

La parte buena de todo esto es que no importa lo que le diga, me hará caso. Ya puedo pedirle que aguante la respiración hasta que se le pongan las escamas azules, que estoy segura de que lo hará. Eso hace fácil mantenerlo controlado.

Me encojo de hombros.

-Normal. Bien -digo, sin mucho convencimiento-. Las obras avanzan rápido, así que cada vez hay menos que hacer. Aunque los animales requieren mucha atención, sobre todo después de tanto tiempo encerrados.

Nada que no debiera saber ya, en realidad.

Crucé la pierna derecha sobre la rodilla izquierda, un instante, para rascarme la pantorrilla. Luego me puse de pie, ,por segunda vez en el día. Era un alivio no estar sentado, la verdad. Podía darle la razón a Lea. Yo apenas llevaba unos días allí quieto y ya estaba deseando marcharme a correr por los jardines, o a levantar a Vardjäs para ejercitar los brazos.

-Me estoy perdiendo el final del arreglo-. Me peiné el flequillo, agobiado, con una mueca. Era un hombre francamente activo-. No es Telma la única que desea que salga de aquí...

Yo me moría de ganas, desde luego.
La miré. "¿Y tú?" Mithos... Aquello era insano.

-Había prometido que volvería al pueblo, también.

Estaba más cerca que en la cama. Pero no lo suficientemente cerca.

Dejé ver un amago de sonrisa, dirigiéndole una mirada reprobatoria. Sí, definitivamente es peor que un crío. Aún más incansable y agotador.

Me encojo de hombros.

-Tampoco está siendo nada interesante -repliqué, con cierta indiferencia-. Nadie va a echártelo en cara, así que relájate y concéntrate en lo tuyo. Cuando de verdad hayas descansado podrás ir adonde quieras. Incluido el pueblo.

Me acuerdo por un momento de mi conversación con Frikka al respecto. Y, una vez más, quedaba de manifiesto que era como un libro abierto. El primero en ofrecerse para reconstruirlo entero, si hace falta.

Me encogí de hombros con una sonrisa. Lo cierto era que lo primordial era curarme. Y ya no solo para seguir ayudando, sino también porque era un guerrero, y mi cuerpo era mi arma, mi herramienta. Si estaba estropeado no podría enfrentarme al mal si nos atacaba. Y lo necesitaba para poder proteger a los demás.

-Me gusta colaborar -murmuré, con simpleza.

La miré. Primero a los ojos. Luego a los labios. Estaba sentada, me quedaban un poco abajo. La última vez me había rechazado. La anterior no. Aquello era un empate, sin duda. Y... Mithos...
Apreté el puño derecho contra el cuerpo. Estaba decidido a intentar desempatar conmigo mismo.

Alcé de nuevo la vista y me acerqué, determinado, con intención de intentar besarla. Aunque no tenía nada claro. ¡El corazón Dehnel era valiente! Y me había contenido al tenerla en mi cama. ¡Había sido un caballero! Pero se acumulaba y se acumulaba y...

Eso lo sabemos todos, Rick. Que eres incapaz de estarte quieto y que necesitas traer el bien al mundo desesperadamente. Si encima te va a suponer un estrés, mejor déjalo estar, porque menudo engorro.

-Precisamente -insisto-. Mejor colaborar en buenas condiciones, ¿no? Es más efectivo.

Ni siquiera ahora, en un sitio tan pequeño, se está quieto. Mithos... Me pone nerviosa... Llevo un rato viéndolo venir, lo cual lo hace todavía más molesto. Es como un depredador rondando a su presa. Un depredador bastante poco convencido de sí mismo.

No me pilla por sorpresa. Al final es un matojo de ansiedad, y eso es todo. En cierto modo me hace gracia, tengo que reconocer. No lo rechazo, pero tampoco hago mucho al respecto. Al final queda en un beso suave. Lo miro un momento con expresión muy seria, casi diría que dura. Luego desvío la vista ligeramente, fijándola en mi dedo, que repasa una patilla con gesto suave. Le dan un aire diferente.

Vuelvo la vista a él de nuevo e imito su gesto con más confianza de la que él ofrece.

Como siempre, tenía razón. Mejor reponerse y luego trabajar. Estábamos todos de acuerdo.

En cuanto a lo que verdaderamente me importaba en aquel momento... No se apartó. Los últimos milímetros parecieron eternos, la atracción que sentía aumentaba al tenerla más cerca, al sentir su aliento sobre los labios, al notar su calor a través del aire, y me dejaba llevar por aquel cosquilleo en el estómago que me hacía desear acercarme más todavía.
La tensión bajó y creció cuando alcancé su boca. Notaba la ansiedad crecer en mi interior, como si tuviese que librar una batalla y llegasen cada vez más enemigos y desease vencerlos a todos con el mero poder de mi nobleza y abatirlos uno tras otro y verlos caer con el deleite de la victoria y...
Mithos... ¿Acaso...?

Se apartó y quería buscarla de nuevo, pero aquella expresión era como una barrera. Y, sin embargo, aunque parecía mirarme como aquella profesora de piano que había tenido una vez cada vez que me pedía que tocase, vino de nuevo, rompiendo aquel cosquilleo que tiraba de mí ella misma.
Correspondí con ganas. No iba a dudar tanto como la última vez. Ya había perdido bastantes ocasiones por mi temor a aquella mujer, o por la espada de Gerald, pero Gerald estaba entre rejas y no iba a ir a ensartarme en la propia enfermería. Así que la busqué, me acoplé al ritmo que ella inició, acaricié sus labios con los míos, me introduje en su boca para probar de nuevo su sabor...
No podía creerlo, y sin embargo... Solo por aquello, algo tan sencillo como aquello, Rick Dehnel notaba cómo subía la temperatura de su cuerpo, cómo el dragón dormido quería despertar. ¡¿Tan pronto?! Aquello era hasta ridículo.

Creí escuchar mi nombre, pero un zumbido en mi cabeza me impidió procesarlo.

Por supuesto, no pone ninguna pega. Jamás pone ninguna pena. Me da una extraña sensación de control que resulta de lo más agradable. Tengo esa sensación de que puedo hacer absolutamente lo que quiera, y es una sensación completamente satisfactoria.

Así pues, lo dejo insistir, modulando a mi gusto la intensidad y el ritmo, sintiendo cómo se acopla desesperado. Evidentemente, hay ritmos que le gustan más que otros, eso desde luego, y no me siento de humor para intentar contrariarlo.

La mano sobre su cara lo acaricia hasta la nuca, quedando ligeramente bajo el pelo y acercándolo un poco más, al tiempo que yo me adelanto. Puedo sentir cómo se acelera, cómo crece la tensión para él. Por mi parte, me dedico a disfrutarlo, incluidas sus reacciones. Acabo incluso por incorporarme, despacio, hasta quedar en pie frente a él.

Bajo levemente la mano, dejándola a medio camino entre la nuca y el hombro. La otra rodea su cintura hasta la espalda, al tiempo que doy un paso.

El cosquilleo descendía desde el estómago en dirección hacia abajo, al ombligo, y más abajo luego. Era como una corriente, pero no la corriente de un maldito chrysos de ojos opacos.

Me dejaba llevar a ratos por ella y a ratos por las ganas que tenía de ella. De nuevo, sentía la cabeza ligera, y aquel zumbido me inundaba todavía más los oídos.
Cuando se levantó pude incorporarme, ganando comodidad y libertad. Uno de mis brazos rodeó su cintura, atrayéndola, aunque ella misma parecía venir a mí. Con la izquierda alcé suavemente su rostro, recorriendo la línea de su mandíbula en dirección a su cuello.
¿Cómo podía alzar el vuelo tan pronto? Sin un roce siquiera...

La derecha se pegaba a su cuerpo, acariciándola, descendiendo de la cintura a la cadera, y de allí al trasero, que tocaba con más reservas, pero con ganas de todas formas.

Descendí por el cuello, doblando un poco las rodillas, recorriendo cada centímetro de piel, hasta llegar a la clavícula, a la altura del hombro.

Me aparté un instante, con todo el control que pude conseguir, irguiéndome de nuevo para mirarla un momento, con la mirada algo borrosa, forzándome a respirar más despacio. Me acerqué de nuevo, buscando atrapar su labio inferior un instante, pellizcándolo con los dientes.

¡EL FUEGO BULLÍA EN MI INTERIOR!

Parece que llevemos direcciones contrarias, uno tendiendo hacia abajo y el otro hacia arriba. Me incomoda. Me resulta desagradable la forma en que se dobla. Tampoco puedo hacer mucho al respecto.

La mano en la espalda recorre las escamas hacia arribla, acercándose lentamente a las más prominentes, subiendo más allá de las vendas, acariciándolas con suavidad. La otra mano se mantiene en su cuello, siguiendo los movimientos de este y, en cierto modo, guiándolos.

En cuanto a él, parece que se le quede pequeña. Creo que eso es lo que me desagrada. Me alzo un poco, especialmente en el momento en que baja hacia el cuello. Doy un paso más, obligándolo a él a retroceder un poco.

Cuando vuelve a buscarme la boca, pese a todo, no se lo permito. Esquivándolo, casi llegando a rozarlo, me escabullo en dirección a su cuello, recorriéndolo en besos minúsculos hacia arriba, en dirección a la oreja. Al llegar ahí dejo ir suavemente el cálido aliento de forma deliberada, antes de sujetar un momento el lóbulo con los labios.

Tras eso, sí le permito besarme.

FdR- Pausando en malos momentos, as it always is. ¿Vendrá Gerald de las mazmorras porque se ha dejado su osito de peluche en la camilla? CHAN CHAN CHAN...

Era como si la piel se me erizase allí donde ella tocaba. Cuando busqué de nuevo su boca, sin embargo, me evitó, y por un instante me quedé aturdido. La sentí entonces en mi cuello, ascendiendo, y luché para que mi cuerpo no se crispase. Dejé ir el aire con suavidad cuando su aliento me rozó, estremeciéndome ligeramente.
Me seguía sintiendo como años atrás, de alguna forma. Ni siquiera comprendía por qué no temblaba, pero conseguía no hacerlo.
La besé con ansia, acariciando su lengua con la mía, su paladar, atrayendo sus labios. No sabía si era ella la que emitía aquel calor, o si era yo mismo, pero pese a todo buscaba pegar mi cuerpo al suyo, ansiándolo más, queriéndola más cerca.

Había retrocedido en algún momento, y notaba la cama contra mis piernas, por detrás. Me senté. Era alta, como solían serlo las camas de hospital, pero bastó para que ella quedase un par de centímetros por encima de mí de todos modos.
La contemplé un segundo, con la mirada turbia, tan cerca que todavía sentía estar pegado a ella. Finalmente extendí las manos, introduciéndolas bajo su ropa, tocando la cintura caliente, directamente piel con piel. Comencé a ascenderlas, en una caricia, manteniendo su cuerpo cerca del mío, arrastrando la ropa a mi paso, buscando como finalidad deshacerme de aquella tela, inservible en aquel momento, ayudarla a desnudarse...
Desnudarse...
Desnuda...

Mithos.

En el momento en el que da con la camilla siento un cambio en la altura, volviéndose todo más cómodo. Sigue atrayéndome, ante lo cual no tengo nada que objetar, así que al poco estoy medio echada sobre él, empujándolo contra mí desde la espalda y el cuello y tirando de sus labios con la misma finalidad.

Al sentir subir la camisa acerco un poco más el cuerpo, dispuesta a dejarle paso con los brazos. Pero, como en cierto momento me resulta demasiado lento (aunque, en realidad, no lo es tanto), acabo por deshacerme yo de ella, echándola a un lado sin mucho cuidado. Tras ello me acerco de nuevo, acariciándole el torso y los brazos.

Una vez más, me acerco a su boca, de la que he quedado separada por la ropa. Al tiempo, alzo una rodilla hacia la cama, echándome sobre él. No tardo en sentir el bulto entre sus piernas contra mi cuerpo, y aumento el contacto sin pudor.

Terminó por apartarse un instante para quitarse ella la prenda. Me vi apartado de su cuerpo, lo que me generaba una extraña ansiedad, pero al mismo tiempo pude contemplar cómo su piel salía a la luz. La recorrí con la mirada, anheloso, queriendo aprenderme sus curvas, pero sin tiempo suficiente para ello. Finalicé en sus pechos, todavía noblemente cubiertos, y ella se acercó de nuevo, ya con la ropa en el suelo.

-Mithos... -me oí jadear, justo antes de probar su boca de nuevo, cuyo contacto no conseguía saciarme nunca.

Me eché un poco hacia atrás al verla venir, apoyando la izquierda sobre la camilla para evitar poner la barriga rígida y que me tirase de la herida. Y me tensé un instante, jadeando una vez, grave, al sentir su cuerpo contra lo que debía de ser ya la parte más innoblemente dura de mi cuerpo, en aquellos momentos.

De los labios bajé al mentón y de aquel al cuello. No era capaz de abarcar todo lo que deseaba, pero la nueva situación me hacía más fácil el acceso a las zonas más bajas a las que de pie no llegaba bien. Recorría la piel de su cuello con los labios, mordiendo suavemente a veces, pero ascendiendo pronto a los labios, de nuevo, comiéndole la boca, excitado.
Con la mano derecha la atraía, desde el trasero, aunque se bastaba ella sola, y sentía que mi cuerpo quería acelerarse más al sentir toda su piel contra la mía, herviente. Odiaba estar vendado, en aquel instante, pues no podía tenerla tanto como deseaba.
La derecha la recorrió y se pegó a su viente, ascendiendo pegada, alcanzando el pecho, todavía cubierto. La rodeé, llegando a la espalda, para dar con el cierre de la última y malvada prenda. Me costó un segundo conseguir que la mano me prestase atención y se concentrase, pero cuando obedeció conseguí desabrochar su sostén.

Quería seguir besándola, pero también quería contemplar aquella nueva zona descubierta que tantas veces había imaginado.

Lo voy atrayendo hacia mí, explorándole la boca con la mía, al tiempo que mi cuerpo se acerca más al suyo, pegándose a él. Pero parece, ahora más que antes, preocupado de llegar más abajo, así que echo la cabeza hacia atrás cuando comienza a descender por el cuello, asiéndole la cabeza con la mano y pegándole la cara a mi piel.

Dejo ir un suave jadeo antes de recibirlo de nuevo en la boca, alternando breves momentos de agresividad, en que aumento el ritmo y le muerdo el labio, con otros más lentos, en los que profundizo de nuevo. Cuando me atrae desde abajo alzo la otra rodilla, quedando ya sobre la cama, con él entre mis piernas. Es en ese preciso momento en que me echo un poco hacia abajo, aumentando la presión. Es apenas un momento, tras el que me alzo de nuevo, disminuyendo el contacto con su cadera y aumentándolo con su torso.

En lo que se entretiene en deshacerse de mi ropa, me entretengo con el otro lado de su cuello, recorriéndolo de forma algo distinta a como lo hacía hasta ahora, aumentando los mordiscos y las succiones en lugar de limitarme a besos superficiales.

Me separo cuando siento que se deshace la presión en mi torso, y me alejo entonces un poco, dejando resbalar la pieza por los brazos para dejarla a un lado, tal y como he hecho antes. Al mismo tiempo que me separo desciendo de nuevo sobre él, atrapando su boca una vez más. Y, cuando la prenda ya ha caído a un lado, me alzo como antes, acercándome a su pecho sin llegar a hacer presión contra él, limitándome a rozarlo con el mío.

Cada vez que la escuchaba respirar se me erizaba el pelo de la nuca. Me gustaba todo: cuando se alejaba y me tentaba, cuando me mordía, cuando sentía su lengua en mi boca o simplemente su piel, suave y tersa, contra mí. Abrí mucho los ojos un instante, al sentirla sobre mí, y alcé la cadera, siguiéndola con mi cuerpo, buscando aquella presión, pero se me escapó.

Tenía la piel del cuello de gallina cuando conseguí, finalmente, liberar su pecho. Sus pechos. Tetas. Me estremecía, ansioso, excitado, pero mantenía los ojos abiertos para poder verla en aquel preciso instante. Me quedé un momento callado, sin respirar, con los latidos en los oídos, contemplándola... El tiempo iba más despacio de repente, mientras la miraba embelesado, aunque aquello no duró demasiado. El dragón Dehnel había alzado el vuelo hacía tiempo, y sentía las mismas ansias que yo mismo por tocarla.

Correspondí a su nuevo beso con ansia animal, conteniendo un gruñido excitado antes de hacerlo, y cuando su pecho me tocó, tocó el mío, tan suave como si fuese una caricia, pero..., entonces incluso se me escapó un gemido grave, con cierta angustia, aún en sus labios.

La derecha ya tenía vía libre. La localicé en sus costillas, mientras, rondando la zona, abarcando los alrededores, rodeando el pecho desde abajo, entre el pulgar y el resto de los dedos. Poco a poco ascendí, palpando aquella piel suave, aquella zona maravillosamente blanda, rozando suavemente el pezón, finalmente, y estremeciéndome yo antes que ella.

Me ayudé de la izquierda para alzarme más, abandonando mi posición diagonal para sentarme recto de nuevo, pasando la mano en torno a su cintura para ayudarla a mantener el equilibrio y no cayese hacia atrás. Me separé de ella tirando un momento de su labio inferior y luego bajé hacia el esternón, inspirando el aroma de su piel, sin dejar de recorrerla.

Va perdiendo el control. En realidad, hace bastante que lo ha perdido, pero poco a poco se va haciendo más evidente. Yo, por mi parte, empiezo a encontrar problemas al respecto. Refrenarlo sería una tarea sobrehumana ahora mismo a no ser que lo hiciera de golpe, y no tengo esas intenciones. Pero seguir su ritmo implica dejarse llevar más de lo que tenía en mente, lo que complica las cosas. Aún así, acabo acercándome más a esa opción; resulta mucho más atrayente.

Me desea. Tanto que no sabe por dónde empezar a servirse. Eso me distrae. Siento su mano acercarse al pecho, y mi principal reacción es alzarlo. Es como un reto. Alcánzalo. No te demores mucho, imagina que no estará ahí para siempre. ¿Qué harías entonces? ¿Qué harías si lo cubriera, si te impidiera alcanzarlo? Por supuesto, no lo hago. Le permito hacerse con él, me adelanto incluso, animándolo a hacerlo, estremeciéndome con él.

Desciendo una vez más cuando se incorpora, esta vez durante un momento más largo, aunque tampoco demasiado. Quizá yo también empiezo a tener demasiados intereses. Cuando me muerde el labio inferior, con intención de separarse, agarro el suyo superior, reteniéndolo un momento más. Sería interesante verlo suplicar, pero no soy tan cruel.

Así que dejo que descienda, que persiga lo que busca, que se acerque a su propia mano. Claro que no todo son ventajas. Cuando empieza a descender yo me alzo una vez más. Con ello me acerco a él, a su mano y a su boca, pero ya no estoy sentada sobre sus piernas, sino apoyada en mis rodillas. Le rodeo la cabeza con las manos, en un gesto casi cariñoso, atrayéndolo allá donde busca llegar.

Cada vez que se me escapaba la ansiaba un poco más, la buscaba con más ímpetu, la perseguía. No había, en aquel momento, nada más que pudiese desear que alcanzarla. Y cuando lo conseguía era más satisfactorio incluso de lo que había esperado, como si hubiese superado un noble reto para llegar a ello. A ella.

Alcancé su canalillo. Con ella alzada era más sencillo, y recorrí la piel con suaves besos, disfrutando de cada centímetro, descendiendo primero, eligiendo luego el pecho izquierdo e invadiéndolo, arrastrando los labios húmedos por la piel, sintiendo más que fuego entre las piernas, mientras la derecha se encargaba de acariciar, apretar, sentir, reconocer, todo, el pecho contrario.
Contenía los jadeos para no respirar como un pervertido sobre ella, aproximándome a su pezón sin alcanzarlo, rodeándolo desde más cerca cada vez. Al final, sin poder soportarlo, lo besé con suma suavidad, estremeciéndome entero. Luego abrí los labios, ya sobre él, y comencé a lamerlo, con un cuidado que contrastizaba con mis ansiosos gestos anteriores, sintiendo cómo cambiaba ligeramente su forma. Pasé, luego, a hacer movimientos circulares, siguiendo su forma, alternando el exterior con el justo centro, más elevado. Succioné. Acaricié con los dientes. Lo abandoné para explorar de nuevo el pecho y volver una vez más, deleitándome con el sabor de lo que conocía como una zona prohibida, rozando su piel con la punta de la nariz, con la frente, mientras avanzaba.
Aún pegado a ella, saboreándola, alcé la vista, sin despegarme, alzando un poco el cuello para poder hacerlo, buscando contemplar sus gestos, su rostro, sus ojos... Innobles pensamientos se me pasaban por la mente desde hacía rato, pero al mismo tiempo no podía dejar de sentir una opresión extraña en el pecho, que me distraía un poco, a ratos. Y no solo aquella opresión.

Descendí de su pecho a las costillas, justo donde terminaba la atrayente curvatura, y me deslicé por la piel en dirección al otro, mientras la mano que allí estaba acudía a su trasero, junto con la otra. Descendí ambas, pegadas a su pantalón, hasta alcanzar sus muslos, por detrás, que rodeé, llegando con los dedos a la cara interna de estos.

Estaba ardiendo.

FdR- Pausado por clases

Lo contemplo mientras baja, guiándolo, exponiéndome. El calor se hace cada vez más evidente, especialmente al sentir su aliento y piel contra la mía. El contraste entre esas partes de mi cuerpo y aquellas al descubierto, que parecen frías en comparación, hace que se me erice la piel. Cuando alcanza la zona lo aprieto un poco más contra mí, aflojando al momento siguiente, expectante.

Y, de pronto, parece encontrar la calma. No. No es calma. Pero, por algún motivo, de pronto ya no parece verse incapaz de abarcarlo todo, sino que avanza deteniéndose más, con más detalle, dando vueltas con seguridad. Cuando se acerca, al principio, tenso los dedos, enterrándolos entre sus mechones. Continúa su camino, y mientras tanto espero, sintiendo que cada vez se acerca más hasta que alcanza el centro. Cierro entonces los ojos, inspirando por la nariz con fuerza, y lo invito a tomarlo, inclinando la cabeza sobre la suya, de tal forma que mi pelo cae en cascada rodeándolo.

Con la cara apoyada sobre su pelo, lo acerco con las manos, indicándole que continúe con lo que ya está haciendo. Mantengo la boca entreabierta, y de ella surge continuamente el aliento, que cae sobre él. A veces, incluso, se escapa algo de voz, apenas un hilo. Cuando alza la vista lo siento moverse y abro un momento los ojos, aunque no tardo en volver a cerrarlos, al tiempo que lo empujo suavemente con la mano, indicándole que no se distraiga de lo que está haciendo. Tengo el impulso de descender cuando abandona el pecho, pero lo dejo estar cuando se dirige al otro.

Mientras tanto, su mano desciende, uniéndose a la otra, sobre mi nalga. Ambas continúan el descenso, y no opongo resistencia cuando se cuelan entre mis piernas. Sin embargo, aferro con fuerza el pelo y tiro de él suavemente hacia abajo, obligándolo a alzar la cabeza. Desciendo entonces, buscando su boca, y cuando la encuentro continúo hasta sentarme de nuevo sobre él, acariciándolo con un movimiento de pelvis.

Mi mano derecha baja también, desde el pelo, pasando junto a la oreja, acariciando suavemente el cuello y situándose en el torso. Mientras tanto, profundizo de nuevo, encontrando su boca especialmente húmeda y cálida. Repito el movimiento pélvico.

Me dediqué completamente a sus pechos, disfrutando enormemente de la sensación de poder tener esa parte tan ansiada de su cuerpo entre los labios. Verla, también, con los ojos cerrados, escuchar su suave voz a ratos, su respiración excitada... Todo aquello se acumulaba entre mis piernas, aumentando un deseo que cada vez me costaba más contener.
Su cabello caía sobre mis hombros, acariciando la parte superior de mi espalda, rozándome con suavidad, como una más de las caricias que ella me brindaba.

Me encontraba en mitad de mi idilístico disfrute cuando ella me reclamó de nuevo. Su boca se encontró con la mía, que todavía no tenía claro para qué me había sacado del paraíso, y correspondí a su beso con ganas, perdiendo la calma que había ganado en sus pechos. Y entonces llegó la presión de nuevo, y jadeé una vez, sin abandonar sus labios. Era consciente de su caricia; mi cuerpo recordaba cada zona que ella iba tocando, como si dejase un rastro caliente de piel erizada allí donde rozaban sus dedos.
Quería prestar tanta atención a sus labios como antes, a su boca, a su lengua, pero se movió de nuevo, y mi dragón reaccionó, ansioso, obligándome a contener un jadeo. Aquella vez respondí, tirando de ella hacia abajo, alzando la pelvis para aumentar el contacto.

Desnudar a una dama y entrar en ella sin más no estaba bien. Aquel momento ya tenía la mitad del permiso concedido, pero aún no la había mirado a los ojos con una sonrisa viril, asintiendo suavemente, antes de, delicado como un hombre caballeroso, invitarla a tumbarse para luego, con manos suaves y...
¡¡MITHOS!!

Llevé las manos a su pantalón, palpando sin ver, concentrado en besarla, buscando el botón para deshacerme de aquella maldita tela, malvada de corazón, que alejaba al héroe de su mayor objetivo en aquel instante.

Responde, tal y como debe ser, acelerándose. Parece que se ha acabado la tranquilidad de nuevo. Eso es. Desespérate. Eso es lo que busco. Deséame hasta que no puedas soportarlo. Aumento el ritmo en la boca, y de nuevo empujo hacia abajo cuando tira de mí, presionando esta vez más que las anteriores. Y después, ya no aguanta mucho más.

Se me escapa una sonrisa de medio lado cuando lo siento forcejear, ansioso, con mi pantalón. La mano que bajaba por su torso siguió el camino a mayor velocidad, rozando mi brazo el suyo en el descenso. Alzando en seguida la zona, y acaricio un momento su mano, dando la impresión de que voy en su ayuda. Sin embargo, no es así. En un roce, atraso la pelvis, dejando un hueco a la mano que ha bajado, que lo palpa, al principio en una caricia suave, y después ejerciendo algo más de presión.

Hago incluso amago de introducir la mano en sus pantalones, pero tampoco llego a hacerlo. Repaso el borde de los mismos y, entonces sí, voy en su ayuda para deshacer el cierre de mi propio pantalón. Con la otra mano, aún en el cuello, tiro de él hacia mí, enredándome en su lengua.

Luchaba contra su malvado pantalón, y ella decidió bajar en mi ayuda. Me estremecía a su paso, retrasando un poco allí donde tocaba, agradado por su contacto. Sin embargo, su mano fue a otro sitio. Me tensé, dejando ir un jadeo. La miré, tragué saliva, me abalancé sobre su boca, ansioso.
No recordaba la última vez que había estado tan excitado como aquella. Sus gestos, su movimiento, sus formas, su respiración..., incluso su olor me llamaba con fuerza inhumana.
se movía rondando la zona, la guarida del dragón, y yo me sentía al límite. Se me escapó un hilo de voz, pero, lejos de dedicarse más a aquella zona, finalmente, me ayudó.

Tiraba de sus labios con ganas, cada vez más apurado, deslizando el pantalón, ya libre, por sus piernas, pegando las manos a ellas con deleite, disfrutando del tacto de las partes de su cuerpo que no había tocado nunca antes. Aún quedaban otras, otras que ansiaba de la misma forma, pero no daba a basto para tenerlas todas.
Cuando el pantalón cayó al suelo la miré, de las piernas al rostro, como si contemplase la mayor obra de arte existente sobre la faz de Mithos. Aunque mi madre no había conseguido jamás que me interesase tanto por el arte como hacía en aquel momento.
Terminé en sus ojos, jadeando ligeramente, y alcé las cejas un instante, lanzándole el piropo sin necesidad de palabras. Y regresé a por sus labios, acariciando su pecho con la derecha y el muslo con la izquierda, oprimiendo la carne, acercándome a la cara interna, donde el calor es más intenso. Guiado por la temperatura, tras haber recorrido buena parte de su piel, rocé sus bragas con suavidad, acercando los dedos a la zona que cubría la entrada a lo que siempre había visto como el templo más impenetrable del mundo, acariciando la zona superficialmente, sin hacer apenas presión.
Tras sentir la humedad me estremecí, dejando ir un gemido bajo un instante, llevando la mano de nuevo al muslo, todavía muy cerca de la puerta, pudiendo sentir aquella sensación ardiente a través del aire.

Resoplé, excitado.
Sentí el impulso de llamarla, por algún motivo.

Con mi ayuda, logra deshacerse más fácilmente del pantalón, dejándome prácticamente desnuda. No me molesta. En esta situación, ni siquiera siento el frío. Sí me molesta cuando se detiene. Sé que me está estudiando, y eso no es desagradable, pero no es buen momento para detenerse. Cuando alcanza mis ojos, con una mirada desesperada, yo alzo una ceja, torciendo una sonrisa, y lo atraigo de nuevo. No tengo tiempo para eso ahora, Rick.

Pronto se concentra de nuevo y vuelve a recorrerme. Me alzo un poco para facilitárselo, con lo que termina una vez más el contacto. Sus manos me exploran, una de ellas sustituyendo a su entrepierna, aunque solo superficialmente. Al sentirla, bajo un poco, obligándole a ejercer una pequeña presión. No tarda en abandonar la zona, de vuelta al muslo.

Suelto contra su boca una mezcla de suspiro y jadeo. Ya no me apetece seguir con esto, porque se está volviendo aburrido. Llevo, pues, ambas manos a sus hombros y me aparto de su boca, clavándole una mirada exigente. Lo empujo entonces hacia atrás y a la derecha, tumbándolo sobre la cama. A horcajadas sobre él, me lanzo a por su cuello, concretamente a su garganta, mientras las manos recorren su torso de nuevo. La boca desciende con ellas, dirigiéndose a la clavícula izquierda.