Enfermería

Saliva, una fina capa de sudor, calor, excitación... Mi cabeza estaba envuelta en tantas cosas que sentía que iba a explotar. Y no solo una de las cabezas.
Hizo algo de presión contra mi mano cuando la toqué, y correspondí haciendo lo propio. Apenas me había apartado y ya quería regresar a ella, con mayor intensidad. Quería deshacerme de la última prenda de ropa y probar más zonas de su cuerpo. Tras haber saboreado buena parte de Lea, sentía un increíble y excitante deseo por aquella última zona. Las viudas siempre me habían dicho que aquel tipo de actos eran los más nobles que podían ofrecérsele a una dama, que meter el dragón no era, ni de lejos, lo que más apreciaban. Mi cabeza había sido guiada infinitas veces, había sido enseñado por las más sabias, y ya entendía por qué: todo lo que había aprendido era para demostrar mis habilidades a aquella increíble mujer que tenía desnuda frente a mí.

Pero no.
Me empujó y acabé tumbado, sobre la cama. La contemplé desde mi nueva posición, sintiendo un nuevo cosquilleo poderoso surgir desde mi interior. ¿Iba a...? ¿De verdad iba a...?
Jadeé al tenerla en el cuello, acariciando su cuerpo hacia abajo, pegando bien las manos a su cintura, a su cadera, y luego metiendo la punta de los pulgares bajo la última de sus prendas. Pegaba el cuerpo a ella, buscando aumentar el contacto.
Finalmente me decidí y tiré de las bragas, haciéndolas resbalar por sus piernas.

Mi padre siempre me había dicho algo muy cierto: la ropa húmeda era lo peor que te podía pasar casi siempre. Menos si se trataba de los paños menores de una dama.
Pude, finalmente, tocar directamente su trasero, sin ropa, y rodeé de nuevo sus muslos desde atrás. Estaba tan cerca de la puerta que no comprendía cómo no había explotado todavía, cómo no temblaba...

Me mantengo sobre él, ejerciendo ahora mayor presión desde mi posición dominante. No rehuye el contacto, más bien todo lo contrario, parece que no sea suficiente. Y ahora, con tan poca ropa, puedo sentirlo todavía con mayor claridad, completamente endurecido. Como un juego, repito el movimiento pélvico de antes, esperando su respuesta con interés.

Mientras tanto, mi boca juguetea en su hombro, recorriendo la piel lisa y brillante, mordisqueando aquí y allá y dejando un rastro de saliva a su paso. Lo dejo que termine de desnudarle, ayudándole a hacerlo, y de nuevo me apoyo sobre él, esta vez ya solo con su ropa de por medio. Siento que me recorre un agradable cosquilleo y dejo ir un leve jadeo, lanzando el aliento contra su pecho.

Paso por encima del pezón izquierdo, deteniéndome sobre él un momento y repasándolo por la lengua al tiempo que, una vez más, ejerzo presión por la pelvis. Pero tampoco ahí me detengo. Desciendo el resto del pecho, acercándome poco a poco al centro del torso. Tampoco me separo (aunque no uso la boca) al pasar por encima de las vendas. Me dejo deslizar entonces hacia abajo, sentándome ya sobre sus muslos, y continúo el camino hasta dar con el ombligo, donde dejo un leve rastro de saliva y un beso superficial.

Para entonces, las manos, que acompañaban a la boca en los costados, han llegado ya al pantalón. Introduzco los dedos por debajo de toda la ropa, tirando de ella hacia abajo con seguridad, dejándolo, como yo, desnudo y expuesto. Me dirijo entonces a lo que, me consta, aguarda con más ansia, terminando de recorrer con la boca el camino hasta la entrepierna.

Me detengo al llegar a esta altura, sin llegar a tocarla, dejando ir simplemente mi aliento sobre ella, con las manos situadas en sus caderas. Me acerco entonces con la boca, depositando un suave beso en la punta, apenas antes de que la mano derecha la alcance y acaricie hacia abajo, en un gesto no muy rápido pero sí firme. Comienzo entonces, con calma, a seguir el juego con la lengua, y poco después con la boca.

Sentirla contra mi dragón era el suplicio más delicioso que había sentido jamás en toda mi vida. Me estremecía a ratos, cuando más presionaba, buscándola con la pelvis, con un ansia poderosa.
Allí por donde pasaba, quedaba un rastro frío, en contraste con el calor que surgía del resto de la piel. Y luego logré quitarle las bragas y las apreté en la mano un momento, sintiendo la humedad en los dedos, la perfecta, cálida y excitante humedad que había salido del lugar en el que yo deseaba estar por encima de todo.
Sentía su humedad incluso a través del pantalón. Gemí, bajito, y deslicé una mano, finalmente, desde sus pechos y su vientre hasta aquella zona, interpusiéndola entre ella y yo. Allí, directamente contra la suave piel, la humedad crecía. Mojada. Aquella era la palabra.
Dejé que los dedos se deslizasen por ella, impregnándose, resbalando mejor después de un par de caricias. La reconocía, con suavidad, lento, calentando más que satisfaciendo, mientras ella descendía por mi cuerpo. Terminó por quedarme demasiado lejos, y ya no pude alcanzarla, por lo que rocé anhelante su vientre y luego recogí la mano, llevándome a los labios, probándola y estremeciéndome de nuevo, con un gemido grave. El dragón dio un latigazo, excitado.
Solo de imaginar cómo sería directamente...

Llegó al pantalón. Cuando arrancó la tela una parte de mí se alzó más, liberado del peso y la tirantez que lo contenía. Un auténtico y poderoso dr...
No.
No no.
NO.

La vi descender, incredulizado. Me aparté el dedo, ya sin sabor a ella, de los labios.
El aire caliente me arrancó un suave temblor. Contuve el aliento. El beso fue un estremecimiento, y él reaccionó moviéndose ligeramente, ansioso. Y luego...
Luego aferré las sábanas con las manos, tensando un poco el cuerpo, alzando el mentón, crispándome, alzando ligeramente la pelvis sin ser consciente.
Mi respiración se hizo más fuerte, guiada por sus gestos. Cada vez que profundizaba de nuevo contenía un jadeo grave, que salía de todos modos, más grave. Quería reaccionar, pero estaba tan... No podía... Era...

-Lea -llamé, finalmente, con voz entrecortada. Pronunciar su nombre allí también me excitaba. Esperé su mirada, aunque una mirada en aquel contexto podía ser tan excitante como letal.

Quería hacer lo propio. Era una práctica interesante, como muchas otras, que demostraba que no era necesario entrar en cueva alguna para que ambos, a la vez...

Su docilidad, creada a partir de una excitación contenida, tan evidente por su tensión, resulta divertida. Juego con ella, recorriendo el miembro con la mano y la lengua, introduciéndomelo en la boca, centrándome especialmente en el glande, que en ningún momento dejo desatendido. Presto atención a sus reacciones, señales que me indican qué será más interesante, qué ritmo quiero escoger, qué movimientos. Y, pese a que soy consciente de cuánto lo disfrutaría, no acelero, sino que mantengo la calma, incitándolo a pedir más.

Acaba por pronunciar mi nombre, y alzo los ojos hacia él, deteniéndome pero sin llegar a separarme. Lo miro un momento muy seria, lo suficiente como para asustarlo un poco, y luego relajo el gesto y reinicio la actividad, manteniendo la vista hacia él, atenta a sus expresiones mientras lo manejo.

Me aparto entonces para besar con suavidad el hueso de su cadera, y avanzo luego hacia arriba, casi diría que reptando sobre él, acariciándolo con la boca mientras subo, tal y como hacen tras ella mis pechos y vientre. Finalmente me sitúo de nuevo sobre su miembro, sentándome sobre él como cuando aún llevaba ropa. El contacto directo me produce un cosquilleo.

Con la cara sobre la suya, apoyo la frente y la nariz contra su cara, mirándolo a los ojos y torciendo una sonrisa. De nuevo, mi pelo, como una cortina, nos rodea. Dejo ir mi respiración contra la suya.

-¿Sí...? -pregunto en un murmullo, con más que evidentemente fingida inocencia.

Empecé a pensar que realmente Gerald me había matado y aquello era lo que iba después de vivir una vida tan noble y llena de hazañas. El placer físico se mezclaba con la excitación y, en cuanto la llamé y me miró y... ¿La había molestado? ¿Acaso era que...?
Me tensé un instante, pero descendió de nuevo, y luego subió y luego..., mientras me miraba. ¡Me miraba! Un hombre que no muriese tras aquello no era un auténtico hombre. Un caballero debía saber contenerse, pero morir por dentro.
Jadeaba de manera entrecortada, incapaz de pronunciar aquello que quería decirle. "Yo también quiero hacértelo", "Yo también quiero comerte". Me estremecía. ¡NO AGUANTARÍA ASÍ ETERNAMENTE! Estaba con las capacidades de aguante algo mermuadas. Pero debía esforzarme por ella, por no ser un ridículo quinceañero como me sentía parecer.

Se detuvo de pronto, y emití un jadeo, mezcla de alivio y angustia. Deseaba más, por supuesto, pero... Au...

Comenzó a subir de nuevo, y verla subir me arrancó el aire por los labios. Un cosquilleo ascendía con ella, como una extensión de su cuerpo en el mío. Y acabó sobre mí, sobre el alzado yo, mientras observaba su rostro desde cerca, queriendo besarla pero paralizado al mismo tiempo.

Su pregunta me obligó a abrir los labios, pero no sabía qué decir. Todos mis pensamientos estaban, junto con mi sangre, tan cerca de ella que casi estaban dentro, aunque no lo estaba.
Había vuelto las manos a ella, en algún momento, a sus muslos. Moví suavemente la cadera, rozándola ya con la cabeza que no era la cabeza, adelante y atrás, con los ojos clavados en los suyos.
Y ya no pude más. Ya estaba todo listo y si no procedía no tenía claro que fuese a aguantar como un buen guerrero. Ya no podría más.
Di con la entrada y empujé, despacio, observando su gesto, abstraído, concentrado, apretando ligeramente los dientes para contener el aire. Cuando hube entrado por completo, me detuve un momento, con la cadera arriba. Y entonces comencé a moverme, primero despacio, con movimientos amplios, como ella misma había hecho, temiendo acabar demasiado pronto si me lanzaba a la carrera. Disfruté de su expresión hasta que mis cuerpo me pidió buscar sus labios.

Ni siquiera tenía claro dónde estaba ya. Solo que ella estaba sobre mí.

Por supuesto, no tiene palabras. Por supuesto, está en blanco. Tal y como debe ser. Me dedico a contemplarlo en silencio, esperando una respuesta por su parte. Entreabre la boca e imito su gesto, en una mezcla de burla e imitación a hablar. Presiono un poco con la pelvis, como si eso fuera a devolverlo a la realidad. Y de hecho, en cierto modo, así es.

Noto que sus manos, sobre mis muslos, cobran vida de nuevo, reclamándome. En un primer momento me limito a esperar a que actúe. Cuando toma mi cadera me roza contra sí, y yo aumento el movimiento por mi cuenta. Colaboro en su intento por penetrarme, alzándome un poco sobre él y facilitando su movimiento de cadera. Cuando entra, bajo sobre él despacio, mirándolo desde cierta altura, dejando ir un jadeo con algo de voz cuando alcanza el fondo. Siento una oleada de calor nueva recorrerme.

Al principio los movimientos son lentos. Desde mi posición, subo y bajo sobre él al tiempo que él baja y sube hacia mí, acoplando el uno los movimientos al otro, facilitando el roce. En cuanto encuentro el ritmo, que por su suavidad resulta fácil de seguir, mi respiración se acopla a él. Dejo ir algo la voz, aunque trato que no pase de los susurros. En otra situación no me importaría el volumen, pero no quiero llamar la atención de los enfermeros.

Mi cadera sigue un agradable vaivén que me hace sentir continuas oleadas de placer. Tengo las manos apoyadas sobre sus hombros, de los que empujo o tiro para facilitar mis movimientos. Acabo por acercarme a él de nuevo, apoyando la cabeza junto a la suya, dejando ir los jadeos junto a su oído. Que sepa lo que me pasa, que sea plenamente consciente de lo que está haciendo y reaccione al respecto. Que acabe por no poder aguantarlo más.

Lo noto moverse a mi lado, reclamándome la boca, y tras una caricia de mi pelo llego a su encuentro, profundizando al mismo ritmo que entra y sale, dejando chocar mis jadeos contra los suyos.

Los movimientos eran lentos, pero intensos. Podía notar cada uno de forma independiente, igual de poderosa. Y su voz, sin embargo, me animaba. Al principio podía controlarme sin más, y seguir con aquel ritmo, pero llegaba a escuchar un leve murmullo, un suave gemido, al final de sus jadeos, y aquello hacía que mi dragón quisiese alzarse más y no le fuese posible, porque ya no había más que alzar. Y cuando la tuve junto al oído ya deseé, simplemente, tirarla sobre la cama y empezar a moverme con furia y deseo.
Por suerte no podía, y por respeto tampoco.

Comencé a aumentar el ritmo, poco a poco, pero un poco más cada vez. Notaba cómo crecía mi temperatura, cómo el placer me arrancaba gruñidos que contenía apretando los dientes.
Una mujer increíble... Una mujer impresionante...
Tiré de sus labios, los mordí, entré en su boca mientras jadeaba, mientras mi cadera empezaba a subir más rápido, a bajar más rápido, a aumentar la intensidad, las ganas, el deseo... Las manos, en el culo, la seguían, no la presionaban porque ni siquiera hubiese hecho falta de ser yo un innoble hombre.

Jadeaba, grave, gemía a veces. No sabía en qué ocupar mi boca, si en ella o en el aire. Fui a por su cuello, que besé un instante y pasé a morder luego. Y entonces lo solté. Me costaba mantener la boca ocupada mientras el tiempo que pasaba entre que entraba y salía era cada vez más corto.

Aguantaría. ¡¡AGUANTARÍA AUNQUE ESTUVIESE DESEOSO DE ACABAR!! Sería un verdadero hombre nada ridículo. Iba a hacer que no pudiese más. Deseaba ser yo la que la dejase incredulizada, aunque parecía difícil ya...

Al principio los movimientos son lentos, tanto que resultan cuidadosos, e incluso puedo controlar cada roce situando la cadera a placer. Claro que, poco a poco, esto resulta más complicado, ya que al aumentar la intensidad es más práctico dejarse llevar que tratar de controlar a la perfección los movimientos. Al final, el propio cuerpo, por instinto o experiencia, sabe qué es lo más adecuado. Por tanto, poco a poco, la mente va dejando paso al cuerpo, que se guía por aquello que más agradable resulta.

Su ritmo, que al principio parece comedido, se va desenmascarando gradualmente en uno desesperado. Lo siento entrar y salir y disfruto cada parte del proceso, sin contenerme a la hora de expresarlo. El sexo es más gratificante cuando no te dedicas a esconder que lo disfrutas. Así pues, al tiempo que mi cadera sube y baja, lo dejo ocupar mi cuello y sitúo la boca de nuevo junto a su oído, aprovechando la poca distancia para dejar ir un poco más la voz, sabiendo que va a oírla perfectamente, cada jadeo, cada gemido. Esperando que responda a ellos.

Cuando me suelta, me alzo de nuevo sobre él, aprovechando el cambio de postura para conseguir un mayor roce y una mayor amplitud de movimientos. Sus manos sobre mis nalgas me sirven en parte de apoyo, y las mías sobre sus hombros terminan de facilitar el proceso. Mantengo la cara perfectamente visible frente a la suya, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, dejando que vea mi expresión si así lo quiere, que se deleite en lo que supone, que oiga los sonidos que se me escapan con el aliento.

Como él, colaboro en aumentar el ritmo.

Su voz me impulsaba. Sus gestos me impulsaban. Su presencia allí, sin más, me impulsaba a seguir moviéndome, dejando ir cada vez más aire. No me podía creer que aquella joven tímida a la que había conocido con ayuda de Telma, tan dulce y delicada, aquella mujer que luego había descubierto otra cara más seria, más severa, que tan difícil era de tratar algunas veces por mi incapacidad para comprenderla, fuese la que en aquel instante estaba sobre mí, moviéndose, permitiéndome entrar y salir de ella, gimiendo a mi oído para recompensar mis acciones como las damas recompensaban a los caballeros, aunque las acciones no fueran salvarlas de enemigos...

Quería cerrar los ojos para dejarme llevar todavía más por las sensaciones atropelladas, pero al mismo tiempo disfrutaba de la visión de su rostro, del disfrute en sus gestos.
Apenas tocaba la camilla, pasaba casi todo el tiempo en el aire, embistiendo, deseoso de llevarla más allá. Apenas escuchaba el sonido de la cama, que chirriaba ligeramente con los movimientos, aunque sonaba casi al mismo volumen que ella. No tenía, ni de lejos, el mismo interés.

Empezaba a pasarme factura. El dragón llevaba mucho tiempo alzado, había aguantado bien la boca de Lea, pero empezaba a sentir que el momento final se acercaba. Había aprendido a retrasarlo, como un buen y viril hombre, pero por mucho que lo desease no podría evitarlo eternamente. Y, además, mi cuerpo no colaboraba con la idea de calmarse, pues seguía aumentando los movimientos hasta que me era prácticamente imposible seguir un ritmo mayor en aquella posición.

Ladeé la cabeza para alcanzar una de sus muñecas, que reposaba sobre mi hombro, mordiendo con delicadeza la piel. Me mantuve en aquella posición, con los ojos entrecerrados, respirando sobre su mano, incluso después de haberla soltado.

Con el aumento de ritmo resulta cada vez más difícil contenerme. La voz se me escapa con más facilidad de la que me gustaría, haciendo que moderar el volumen sea una tarea de lo más complicada. No puedo evitar clavar los dedos en su piel debido al esfuerzo que supone el movimiento, cada vez más urgente, más desesperado.

El contacto de su boca con la muñeca, una zona sensible y habitualmente fácilmente alterable, resulta insignificante en comparación con otras sensaciones que me recorren. De ellas destacan las oleadas que suben desde el bajo vientre y se extienden por todo el cuerpo, fluyendo con ellas un calor que hace ya tiempo que me ha cubierto de una capa de sudor, que me quita el aire y me hace sentir la boca seca. Y bajaría sobre él para cambiar ese último hecho en contacto con su boca, pero en este momento es una molestia secundaria. Siento como si me corriera fuego en vez de sangre por las venas.

Pese a que el ritmo se hace tan rápido como resulta humanamente posible, desesperado ya, la urgencia no hace sino crecer, obligándome a tensarme entera, sin poder evitarlo. Hace ya tiempo que tengo los ojos cerrados con fuerza, y a estas alturas la cadera se me mueve sola, independientemente de lo que yo espere de ella, buscando más, si es que ese más de verdad existe.

Al final, acabo por impulsarme desde sus hombros y alzarme del todo sobre él, sintiendo una tensión insostenible, cómo la espalda se me arquea, buscando con las manos un apoyo a mi espalda y manteniéndome estática, incapaz de moverme por un momento debido a la tensión. Dejo, pues, que sea él el que se encargue del roce, de complacerme, de penetrarme hasta hacerme estallar. Trato de apretar los dientes, pero solo consigo que se me escape el aire en repentinamente hondos suspiros, al tiempo que mi cadera se convulsiona y un placer incontenible me recorre el cuerpo entero.

Cuando consigo tomar aire de nuevo, me echo otra vez sobre él, buscando su cuello, permitiéndole continuar si así lo desea mientras yo intento recuperar un ritmo constante en mi respiración.

No solo su voz se escuchaba, también la mía. Los jadeos roncos eran cada vez más ansiosos, animales incluso, mientras me esforzaba por contener aquello que mi cuerpo deseaba alcanzar. Era un ejercicio interesante e intenso. Al final solo conseguía prolongar aquel placer cada vez más, y si me concentraba en ella y apretaba los dientes con fuerza era capaz de soportarlo y disfrutar aún más de ello.

Sentía el aire que respiraba caliente, a mi alrededor, fruto de mi propio calor corporal. Las manos, asidas a ella, sentían su cuerpo húmedo, atractivamente húmedo, recubierto por el sudor más maravilloso que existía sobre la faz de Mithos.

Volví a mirarla, aunque ya me costaba mantener los ojos abiertos, incluso aunque fuese para aquello. Y, a pesar de que lo deseaba, mi cadera no podía ascender más aprisa. Se me ocurría levantarme y cambiar de postura, pero el trayecto sería demasiado largo y no podía pensar en dejar de sentir aquello ni un segundo.
Mis manos ascendieron a su cadera, desde donde podían manejarla de manera diferente. Asido a ella, sirviéndome de su cuerpo como apoyo, con las rodillas dobladas sobre la cama y los pies apoyados también, con los dedos crispados, como queriendo agarrarse a la sábana, dejé ir un hondo jadeo y logré alzar la pelvis por completo, manteniendo media espalda en el aire y sosteniéndome con la otra mitad. Con el cuerpo libre pude incrementar el ritmo un poco más, aunque aquello agotaría antes incluso, y aunque dudaba que fuese algo que el médico recomendase.

Cada embestida me hacia tensar más las piernas, la espalda, que se curvaba hacia arriba, aunque ya no podía diferenciar un movimiento del siguiente. Apoyé la cabeza sobre el colchón, echando la barbilla hacia atrás, arqueándome por completo. La hiperventilación me nublaba la mente, pero el placer me hostigaba. Solo quería entrar en ella, en aquel momento, y enfocaba toda mi fuerza, toda mi energía, en ello, en penetrarla. Sería el más obediente de todos sus animales.

Y entonces ella cambió de postura y la vi estremecerse, tensarse, detenerse, mientras yo seguía buscándola con un ansia incontrolable, con sed y hambre de su cuerpo.
Cuando comprendí, sin embargo, que ella había llegado al clímax, cuando volvió sobre mí, liberé al fin a mi cuerpo, para permitir que hiciera lo propio como llevaba un buen rato suplicando.
Me contraje sobre ella, un par de embestidas fueron más secas, de repente, y terminé pegado a ella por un momento, tenso, completamente dentro, dejando ir un hondo y seco jadeo. Traté de no derrumbarme luego, volviendo a apoyar todo mi cuerpo con el máximo cuidado, pues ella estaba sobre mí. Respiré, entonces, agotado, notándola subir y bajar encima de mi vientre y mi pecho, con los brazos rodeándola sin fuerza.

Tenía la mirada borrosa, pero aún así traté de enfocarla. Los latidos me retumbaban muy fuerte contra el pecho, y de pronto me había invadido un cansancio profundo y apacible, relajante. Me pesaban los párpados, pero los mantuve abiertos, recuperando la calma.

Apenas se mantiene un momento más antes de dejarse ir él también. Lo siento por fuera y por dentro, tensándose, contrayéndose, convulsionándose, llenándome. Hasta diría que me sorprende, viendo su estado durante el acto, que haya conseguido llegar hasta aquí. Resulta de lo más satisfactorio.

Me detengo definitivamente cuando él lo hace, con la respiración entrecortada, el pulso acelerado y la temperatura corporal por encima de lo habitual. Me dejo reposar sobre él en un principio, apoyando la cabeza en su pecho y cerrando los ojos, manteniéndolo aún en mi interior. Me rodea con los brazos, arropándome en cierto modo, y su respiración acompaña a la mía.

Al cabo de un tiempo de calma, inspiro por fin hondamente y, sujetándome a él, me arrastro un poco hacia arriba, estremeciéndome y soltando algo de aire cuando lo siento salir de mi interior. Avanzo apenas sobre él, apoyándome de nuevo en su cuerpo. Un poco después me incorporo de nuevo, terminando de alzarme para alcanzar primero su cuello y después su boca en besos más suaves, sintiendo tanto su piel como la mía pegajosas por el sudor.

Salgo de encima de él y tomo las sábanas de la cama, tapándonos a ambos con ellas. Me hago hueco después entre su brazo y su torso, dejándome reposar por fin, con el cuerpo y la cara orientados hacia él y cerrando los ojos. Supongo que no necesito dar explicaciones. Ya tendrá tiempo de descansar él solo mañana. Por el momento, no me apetece volver a los dormitorios.

El momento que siguió a aquello fue armonioso y relajante. Su calor desnudo contra mi cuerpo era una sensación subline. Poco a poco me calmaba. Era como si flotase en el agua del lago una tarde de verano. No sentía el peso de mi cuerpo, ni el del suyo, solo su calor y su suavidad.

La sentí acercarse y esbocé una sonrisa, cansado, pero satisfecho. Cerré los ojos al sentirla en mi cuello y correspondí a los otros besos. En aquel momento el deseo se había saciado, de momento, y entonces podía sentir solo aquel agradable cosquilleo en el vientre, y el calor en los labios.

"Eres impresionante."
Quería hablar, pero tenía miedo, porque las palabras que querían salir de mi boca no eran apropiadas. De modo que, mientras buscaba algo trementamente ocurrente, inteligente y noble que decir, me acomodé a sus deseos para que pudiese recostarse.
Caprichoso, me acerqué a su rostro, viéndola relajada, con los ojos cerrados, y besé suavemente su párpado cerrado. Fue apenas un roce. Luego retrocedí un poco, dejándole espacio.
Los ojos se me querían cerrar.

"Creo que te quiero."
Se me dibujó una sonrisa tensa, en los labios. Decir aquello sería como invitarla a salir de mi cama y marcharse. Era normal pensarlo después de aquello, pero me tomaría por un loco, y ya había insistido tanto...
Prefería callar. Su lenta respiración me tranquilizaba.

*se duermen*

Cuando despierto por la mañana me encuentro perfectamente arropada contra Rick. Abro los ojos despacio, con el rostro inexpresivo, y tras un momento de reposo me reacomodo, tumbándome boca arriba, y miro alrededor. Lo siento revolverse a mi lado, pero no se despierta. No tardo en localizar la ropa, la mayor parte de ella en el suelo, alguna prenda con más suerte a los pies de la cama. Me froto la cara y bostezo. Supongo que ya he abusado suficiente.

Lo miro un momento, pensativa, y acabo por darle un pequeño beso en los labios. De nuevo se revuelve, y parece querer corresponder en sueños. Mejor no alterarlo, no tengo intención de despertarlo. Me escurro entre sus brazos, que aún me retienen, y salgo de la cama, sentándome un momento en ella. Suspiro y acabo por levantarme. De estar en mi habitación, probablemente hoy me hubiera quedado dando vueltas en cama un poco más, pero no es el caso.

Recojo la ropa del suelo y la echo sobre la cama, para a continuación proceder a vestirme. Echo su ropa a los pies de la cama, por evitarle el encontrarla hecha un gurruño cuando despierte. Después, sencillamente, corro la cortina y paso al otro lado, cerrándola de nuevo a mi espalda.

Echo a andar fuera del lugar, esperando no encontrarme con ningún enfermero, planteándome que a este ritmo van a acabar por odiarme. Al fin y al cabo, esto no deja de ser una invasión a su lugar de trabajo.

*Se va*

Abrí los ojos cuando el sol ya había salido hacía tiempo. Tenía la vista clavada en el techo. Mi brazo parecía estar rodeando algo, pero al volver la cabeza hacia él, aunque ni siquiera era necesario, no había nada allí. Nadie allí.

Las imágenes de la noche anterior llegaron poco a poco a mi cabeza, desordenadas, caósticas... Me revolví en la cama, sin poder ocultar la sonrisa que se me escapaba sin quererlo, estirándome, mientras sentía un extraño cosquilleo en el cuerpo, como si Lea todavía estuviese allí.

Antes de aquella noche no había imaginado a Lea de aquel modo. Incluso en los establos me había visto incredulizado por sus acciones. No había estado casada, pero era viuda de corazón, por decirlo de algún modo. Ni eso. Porque era más joven que cualquiera de mis viudas, entre otras cosas.
Me vino, de pronto, la imagen de ella con mi dragón en la boca y me estremecí. Él hizo un intento por alzarse fuerte. En respuesta, me levanté yo, antes de que aquello siguiese.

-¡Una ducha! ¡Una ducha largfría! -me preopuse, todavía con voz ronca de recién levantado.

Tomé mi pantalón y una camisa y me vestí. Expliqué, luego, a uno de los enfermeros que me iba ausentar para ir al baño a asearme.
Su sonrisa era poco tranquilizadora. Cuánta maldad había dentro del palacio... Aquellos maldito chrysos...

*se va*

Entre el chico del servicio y yo, conseguimos traer a Narbe y dejarlo en una cama. Tiene mala cara, todavía. En principio yo podría irme ya, pero bueno... Tengo curiosidad, así que me quedo a vigilar al durmiente, no se vaya a ir mientras el chrysos va a por uno de los enfermeros para que le eche un ojo rápido.

-Vaya susto que me has dado. Creí que eras un puto cadáver -gruño, con desgana, frotándome un poco el pelo.

Llevaba ya mucho sin verlo, la verdad, y no es el mejor reencuentro que esperaba. Tampoco es que seamos íntimos, o algo... Aunque siempre me ha caído extrañamente bien. Y digo siempre, de nuevo, como si nos hubiésemos visto más de un par de veces.

La verdad es que es bastánte estúpido, como casi todos por aquí, pero me cae bien. Es un tipo majo.

...

¿Y cómo será...?

No hay nadie mirando... Me aseguro, pero no hay nadie mirando. Así es. Nadie...
No puedo evitar sentirme ligeramente voyeur, o acosadora, o enferma, o algo, pero..., de todos modos aproximo lentamente una mano hacia él. La apoyo sobre su pecho, insegura, sobre la ropa. Luego, con la misma sensación de que estoy haciendo algo horrible, bajo hasta el vientre. Siempre... Siempre pienso que tocar los abdominales de un guerrero tiene que ser interesante... No en vano son hombres más preparados físicamente, y por tanto...
Trago saliva y echo la vista atrás, de nuevo. Pero no hay nadie. Y vuelvo la vista a él, algo incómoda, retirando la mano de su cuerpo. Examino los piercings que lleva. Yo todavía no le he enseñado mi pendiente y...

Me quedo mirándolo un par de segundos, sintiéndome nerviosa. Empiezo a tener la sensación de que esté haciendo algo malo, y tampoco es que...
Está pálido, así que quizás tenga fiebre, y comprobarlo no es algo malo...
Coloco el dorso de la mano sobre su frente. Como es flamma está más caliente, así que tampoco sé medirlo exactamente. Contengo la respiración, casi, como si una perturbación en el aire fuese a ser fatal... Luego, despacio, paso a llevarla a su mejilla derecha y...

Un crujido me hace sobresaltarme y me aparto de un salto, prácticamente. Ya viene el enfermero. Y yo me siento como si tuviese un cadáver escondido debajo de la cama. Qué estrés...

Me limito a explicarle lo que pasó, cómo lo encontré y así (tardo como treinta segundos, a lo sumo) y luego me despido, escueta, para salir con paso apurado de la enfermería.

Joder... ¿Qué pasa, Frikka? Tú no eres de esas enfermas que...

*se va*

Entré con Lyo pegado a mi cuerpo y algo pálido, buscando enseguida un médico al que acudir. No quería que el niño lo notase, pero estaba innoblemente nervioso, preocupado. Era una sensación de lo más cobarde, pero... ¿Qué podía hacer más que aquello?
Por suerte, Lyo era un niño fuerte... Sería difícil que... ¡Mithos, solo de pensarlo!

-Por favor, necesito ayuda -dije al primer miembro del servicio de enfermeros que encontré, aunque por el llanto del niño ya parecía haber venido directo hacia mí-. No sé que le pasa. Ha empezado a llorar y diría que le duele algo...

Él lo tomó de mis brazos y me hizo acompañarlo a una sala más pequeña. Nada más rozar la piel de Lyo me hizo saber que, efectivamente, tenía fiebre. ¡¿Acaso había fracasado en mi intento por protegerlo de los males?! No era más que un guerrero incapaz que no sabía cumplir su cometido, como tantas otras veces. Solo un inepto que pretendía hacerse cargo de todo sin lograr nada.

-¿Ves cómo se toca la oreja? -me indicó el chico tras algunas pruebas-. Tiene una otitis. Es algo normal en niños. Con la medicación adecuada se le pasará en unos días. No tienes de qué preocuparte. No es nada grave.

A quizás era un hombre un tanto exagerado, algunas veces...
El enfermero le hizo alguna prueba más a Lyo, explicándome mientras lo que pasaba y cómo lo trataría, y haciéndome preguntas también sobre él, sus rutinas, alimentación y semejantes. Aprovechó para pesarlo, examinar sus dientes y demás, mientras yo observaba en silencio, firme.

-Le he aplicado un hechizo calmante -me dijo, devolviéndomelo, ya dormido-. Diría que esta noche puede quedarse aquí, por si pasa cualquier cosa, pero si todo va bien mañana puedes llevártelo sin problemas. Llegará con darle unas gotas.

Asentí, serio, obediente. Aquellos hombres habían sido mis salvadores algunas veces, y eran los que se ocupaban de todos nosotros cuando hacía falta. ¿No eran acaso más héroes que yo mismo, que luchaba sin lograr demasiado?

-Muchas gracias -dije, solemnizado, acompañando las palabras de una reverencia-. Lo acompañaré esta noche  -indiqué.

El muchacho me acompañó a una cama con barrotes en la que pude acostar a Lyo. Luego yo tomé a siento en un sillón a su lado, rascándome la mejilla, más aliviado.
Miré a mi alrededor. Todo estaba muy silencioso, muy tranquilo.

Estando allí no podía evitar pensar en mi última estancia en la enfermería, y aún entonces, meses después, no sabía si tacharla de ingrata o de lo contrario...

*se queda hasta la mañana siguiente y luego se va*

Le indico a Lyam que me deje en una camilla cuando llegamos, y lo miro, todavía seria, muy seria.

-Gracias -. Pese a que la palabra sea de agradecimiento, el tono parece más de lo contrario, aunque no sea con él con el que estoy enfadada-. Ya te informaré, si estás interesado -menciono, con tono algo anodino, frustrada.

Me paso una mano por el flequillo, casi con agobio. Uno de los miembros del servicio que se encarga de la enfermería me ve, y me hace un gesto, indicando que ahora viene, perdiéndose un instante en una habitación contigua. Yo, por mi parte, me descalzo, apretando un instante los dientes, esta vez por el dolor.

No creo en la suerte, pero si lo hiciese...

El chrysos le sonrió, ignorando el tono, molesto, con el que la muchacha habló. Era evidente que estaba de mal humor, enfadada, pero al menos esta vez el chrysos sabía que no era culpa suya.

—De nada —murmuró. Observó, durante un segundo, la enfermería, buscando a algún miembro del servicio. Cuando finalmente vio a uno, que le hizo un gesto a la chica, volvió a mirarla. Asintió—. Estaría bien saberlo... Solo si quieres, claro. —Torció una sonrisa—. Pero seguro que no es nada, ya verás. Un esguince como mucho.

Bajó la vista a su pie derecho, ahora descalzo. Luego carraspeó.

—Era un muñeco nada más, ¿no...? —Alzó la vista—. ¿Necesitas algo más...?

Parpadeó.

Asiento, con desgana. Ya encontraré la forma de hacerle un resumen si me resulta propicio. Ahora prefiero enterarme yo sola para saber a qué atenerme, de todos modos. La privacidad médica es un derecho. Es algo que mi padre siempre me hizo tener muy en cuenta, y que me interesa. Y, puesto que dudo que en Brontë exista una verdadera "privacidad", al menos preservar la poca que pueda conseguir.

Cuando menciona lo del esguince no puedo evitar un leve tic en la cara, un gesto breve, pero revelador, y lo miro con algo más de frialdad de pronto.

-Esperemos que no llegue a eso -murmuro, de peor talante, bajando la vista de nuevo a mis rodillas.

-Solo uno, sí -confirmo-. Lo dejé casi en el centro, así que, a no ser que ya se hayan encargado, será sencillo verlo -explico. No es una gran tarea.

Vuelvo la vista al percibir un movimiento. Parece que ya vienen. Estoy expectante. Creo que acabaré por darle alguna mala contestación a alguien hoy. Puedo imaginar a Madame Desmarais sonriendo para sí en su guarida, o donde se encuentre, divirtiéndose mucho con la situación.

El chrysos suspiró al escuchar a la muchacha. Qué mal humor tenía a veces. Ni que un esguince le fuese a hacer la vida imposible; dentro de lo mala que podría ser la lesión, seguro que un esguince era lo menos duro.

—Esperemos que no llegue a eso, sí...

Era cierto que esperaba que no llegara a eso y que se quedase en una herida superficial, algo que no necesitaba reposo ni nada semejante, solo un poco de pomada. Pero a saber.

—Vale. —Asintió—. Lo recogeré.

La miró un segundo, antes de girarse para ver al miembro del servicio que ya había visto antes y que, ahora, se acercaba a la camilla. Suspiró. Luego volvió a mirar a la chrysos, sonrió.

—Ya verás como no es nada. —La besó en la mejilla, apenas un roce—. Nos vemos luego. Mejórate.

Tanto físicamente como anímicamente, pensó, pero no lo dijo. Seguro que a la chrysos no le hacía ninguna gracia que le dijese que tenía un humor de perros. Además, él muy probablemente también estaría de mal humor si se lesionaba. Aunque, también muy probablemente, no estaría tan enfadado como ella.

*se va*

En el momento en el que el joven del servicio se acerca con intención de examinar a la chrysos, una sombra aparece a su espalda, posando suavemente una mano en su hombro. Cuando el chico se vuelve, da un respingo y se echa a un lado, con una pequeña reverencia, ante Fera.

-Déjalo, Vinion -ordena esta, con voz tierna-. Yo me encargaré esta vez, querido.

Tras echar un último vistazo a la morena, el chrysos hace una nueva reverencia y se retira a otros quehaceres. Es entonces cuando, por primera vez, la líder fija los ojos en Alehyss, con una pequeña sonrisa. Se acerca, casi como si se deslizara por encima del suelo, hasta su cama.

-He oído que alguien estaba haciendo de transporte en los pasillos -comenta, como única explicación-. ¿Qué ha pasado, cielo? No esperaba verte por aquí tan pronto.

Con un sutil gesto, calma, le indica que suba las piernas a la camilla.

Hago un gesto de despedida a Lyam, algo reacia,. Este mal humor me durará mucho más de lo que tarde en curarme. No solo estoy poniendo trabas a mi trabajo, sino que el motivo es tan ridículo que no deja de darme rabia. Por lo menos, aquí viene el enfermero, dispuesto a arreglarme como haga falta, ¿verdad?
Pero no le da tiempo ni a ponerse a ello. Apenas me ha hecho un par de preguntas y una nueva presencia se hace notar en la sala. Y, sinceramente he de decir, no esperaba verla hasta dentro de mucho.

-Fera -murmuro, alzando las cejas un momento, relajando la expresión a causa de lo inesperado de la situación. Su explicación es suficiente, aunque hubiese preferido no haber sido vista en tal situación-. He tenido un pequeño accidente durante el entrenamiento -comento, con tono algo cínico, todavía enfadada conmigo misma.

A su gesto, obedezco, sin hacer gestos de dolor pese a los pinchazos del tobillo. Según nuestra última conversación, puedo llegar a suponer por qué se encuentra aquí, pero al mismo tiempo me parece excesivo. Aunque quizás me convenga, por supuesto.

Según ella apoya las piernas sobre la camilla, Fera se hace su propio espacio, sentándose a los pies de la misma y tomando el pie derecho, sin siquiera preguntar. No es demasiado brusca, aunque tampoco delicada. Su actitud relajada no parece acorde con la atención que se presta habitualmente a esa clase de exámenes, y por otra parte, parece saber perfectamente qué está haciendo en cada momento.

-Creía recordar que manejabas mejor tus herramientas, amor -murmura, sin mirarla, con una casi imperceptible sombra de sonrisa en la cara-. Bueno, podía ser peor. Solo está esguinzado. Será rápido.

Mientras habla, va moviendo el pie y el tobillo a su gusto, forzándolo a adaptarse a los gestos que ella indica, sin preocuparse del dolor que pueda causar a la morena. Al cabo de un momento, un leve cosquilleo comienza a recorrer la zona, hundiéndose bajo la piel y extendiéndose, al tiempo que ella va masajeando el tobillo.

-¿Cómo ha sido exactamente? -pregunta con voz tenue.

Desde luego, llego a sentirme fuera de lugar en una situación como esta. Estoy segura de que no son muchos los que puedan contar esta experiencia, y de que muchos alardearían de ello. No obstante, me lo llego a tomar con bastante normalidad, pese a todo.

-Simplemente pisé mal -respondo, llegando a notar cierto tono justificador en mi voz, sin quererlo-. No suele pasarme eso -añado mirándola, seria.

Cada vez que mueve el pie, siento un dolor agudo, y aunque no quiero revelar dolor, no puedo evitar llegar a tensarme un poco en una o dos ocasiones, pero lo llevo con entereza. Al mencionar lo del esguince casi dibujo una mueca, pero pronto da a entender que la solución será más simple que las indicaciones que mi padre me obligó a seguir alguna vez.
De nuevo, toca, haciéndome sentir más dolor que antes, pero la dejo trabajar en silencio. El cosquilleo alivia un poco, si cabe, la desagradable sensación de dolor que se mezcla con la de inflamación.

-Estaba pisando, probando una maniobra nueva. Fue torpeza -explico, algo incómoda al respecto-. No tengo muy claro, todavía, cómo pude hacer para pisar de esa forma -añado, suspirando con cierta resignación.

No quiero explicarle lo frustrante que es para mí, incluso humillante, algo como esto. Supongo que no será difícil leerlo en mi actitud.