Sala de baile

Recibí cada palabra de una forma que no sería capaz de definir. En un principio, fruncí el ceño. Cuando detuvo su exposición, sin embargo, lo relajé y alcé una ceja. Por el simple hecho de complacer aquella extraña petición, no respondí a su pregunta. Me quedé en silencio, masticando las palabras, centrado en pequeños matices que, probablemente, ella no habría querido destacar.

Estoy cómoda simplemente a tu lado.

Casi me dieron ganas de reír. ¿De verdad se sentía cómoda? Yo tenía la sensación de que podría cortar muchos de aquellos fríos silencios con mis propias garras, y que aún así me resentiría más yo que ellos. Especialmente, aquella noche, después de cómo acabó nuestro anterior encuentro. Hablar de eso, sin embargo, me parecía casi doloroso.

Tú eres muy intenso y yo demasiado curiosa.

No podía evitar resaltar en mi mente que solo había utilizado la expresión "demasiado" para referirse a sí misma. Me preguntaba si aquello era un alarde de humildad, un gesto de consideración hacia mí, o simplemente lo que de verdad consideraba. Por otra parte, aquel término, curiosa, daba más y más vueltas en mi mente. No permitiría que justificara aquello como curiosidad. Me había parecido más bien grosería, si no una rabieta infantil.

Por algún motivo, no era capaz de permanecer en silencio. Y ella tenía razón a ese respecto, yo no era muy conversador, pero en aquel momento sentía que me costaba horrores morderme la lengua. Lo conseguí durante unos minutos, pero aquel par de ideas parecían dispuestas a salir por mi boca luchara lo que luchase. Finalmente, me rendí en parte, dejando salir una de ellas, repitiendo una sola palabra suya:

-Cómoda.

Cerré los ojos, tratando de calmar un fuego interno que parecía avivarse. No me gustaba aquella situación, ni sus palabras, ni el ambiente, ni todo lo que implicaba. Seguía sintiéndome, si no furioso, dolido. Pero no quería enfadarme con ella. Algo en mí me decía que aquello no tenía sentido, que debía enfadarme, que se lo merecía y que tendría que afrontarlo, pero era una parte pequeña, con una voz demasiado débil y vacilante para imponerse. Sentía, por otra parte, una cierta decepción, y en cierto modo me parecía que aquello era casi peor. Abrí los ojos de nuevo y los clavé en su cara.

La distancia física entre ambos comenzaba a causarme cierto malestar. Sabía perfectamente que el hecho de que ella estuviera sentada y yo en pie no la ponía en ningún sentido por debajo de mí, pero no me parecía una disposición cómoda. Algo no acababa de encajar en mi cabeza de todo aquello. Por ello, a pesar de que sentarme en el suelo me parecía de lo más extraño, me obligué a mí mismo a hacerlo. Pronto descubrí que no era cómodo, que no me sentía natural y que no encontraba ninguna postura de mi agrado, y me sentí algo ridículo.

Desvié la vista al fuego, intentando ignorar cada parte de mi cuerpo molesta en aquella postura, y permanecí inmóvil. Ya que ella buscaba silencio y yo tampoco quería añadir nada a sus palabras, no volví a hablar.

La oía moverse, hacer algo, no sabía exactamente qué, pero no quería mirarla. En mi estatismo, sentía cómo el cuerpo se me iba agarrotando y los dedos empezaban a dormírseme, pero me sentía demasiado torpe al moverme como para cambiar de postura. El único movimiento que hice fue más un gesto reflejo que voluntario, al sentir por el rabillo del ojo cómo algo me acercaba. Era su mano, que se extendía hacia mí.

No tardó en retirarla, mientras hablaba. Y ante sus palabras, mi primer instinto fue de rechazo. El hecho de estar así en el suelo ya era por sí mismo bastante humillante. No dejé entrever esa sensación, sin embargo. Temía herirla con mi rechazo, o hacer el muro que nos separaba más alto todavía. Tardé un momento en reaccionar y atreverme a responde a su invitación.

Lentamente, con cierta cautela, como un animal que no sabe si es buena idea aceptar la comida que se le ofrece, me recliné hacia ella. No me sentía capaz de pronunciar una sola palabra. Me parecía que mis labios estuvieran pegados y se me hubiera incrustado una piedra en la garganta.

Me preparé para encontrarme en una posición todavía más incómoda, y terminé de reclinarme. No pude menos que sorprenderme al descubrir que, aunque no era una maravilla, me encontraba algo mejor. A pesar de que estaba más en contacto con el frío y duro suelo, suponía no tener que soportar el peso de la espalda y las alas sin un punto de apoyo. Volví a mirar al suelo, mientras me acostumbraba a aquella posición, un poco más relajado.

Cuando habló, despegué por fin los labios, entreabriendo la boca, para descubrir que tenía la garganta seca. Me humedecí los labios con la lengua y carraspeé antes de hablar.

-Estoy bien. El silencio es agradable. Tienes razón -parecía gruñir más que hablar, pero no resultaba agresivo. Me sentía algo avergonzado por mi torpeza, en palabras y en movimientos.

Empezaba a sorprenderme un tanto su actitud. Tras haber declarado que prefería el silencio, de pronto parecía ansiosa con deshacerlo. Su pregunta me provocó un enorme escalofrío. ¿Por qué preguntaba aquello? ¿Qué pretendía? ¿En qué estaba pensando? En mi cabeza surgió la imagen de ella extendiendo sus manos hacia mis alas, y la sola idea del contacto de unas manos como las suyas y unas alas como las mías me provocó aunténtica repulsión. Intenté borrar aquella imagen de mi cabeza, repitiéndome internamente que no era eso lo que ella pedía, que no tenía por qué rechazarla, que la desconfianza era precisamente lo que nos había hecho acabar de aquella forma la última vez.

Cerré los ojos, asegurándome así de no reflejar con ellos absolutamente nada y relajé el rostro tanto como pude. Imaginé el tacto suave de sus manos, la cercanía de su particular olor, el tacto de una caricia. De pronto, me sentía incómodo al pensar que la pregunta llevaba demasiado tiempo en el aire. Me pregunté si se tomaría a mal tanto silencio y procuré ponerle remedio al instante.

-Sí -susurré, con voz tan segura como pude.

Oí el roce de sus plumas al extenderse hacia mí y aspiré hondamente, buscando en el aire su perfume, levemente perceptible. Su tacto tardó un poco más en llegar, como un leve toque en mi oreja que lentamente se encaminó hacia mi mejilla. Solté el aire, sintiendo cómo la tensión de mis músculos parecía terminar de deshacerse, y dejé que una de mis comisuras se levantara un poco, en un amago de sonrisa.

Abrí los ojos. Lentamente, muy lentamente, como queriendo ofrecerle toda oportunidad de evitar el gesto si así lo veía oportuno, alargué una mano en busca de su pelo. Había un mechón que se extendía por el suelo hasta muy cerca de mi cara, y quise recorrerlo suavemente con mi dedo.

No tardé en retirarme, sin embargo, con la atención fija en su mano, posada sobre mi mejilla. Alcé mi propia mano del mechón a mi cara, para acariciar con los dedos su suave piel pálida. Ahora sí habría dicho, convencido, que el silencio era de verdad acogedor.

Sus dedos parecían jugar entre los míos, pero con tanta dejadez que no estaba seguro de si podía considerarlo exactamente un juego. Pese a que parecían querer atrapar mi mano, fui yo quien acabó cogiendo la suya, y llevándola muy lentamente sobre mis labios. Aspiré su perfume, que al estar tan cerca resultaba mucho más penetrante. El extraño aroma habitual parecía mezclado con los olores del bosque y del ejercicio, pero no resultaba por ello menos agradable.

Miré hacia arriba, buscándola. Un impulso empezaba a apoderarse de mí -una vez más-, aunque de forma muy débil. Lo sentía como un cosquilleo, casi podría decir que indefinido, pero poco a poco fue tomando forma y extendiéndose. Cuando finalmente lo acogí y lo acepté, me preocupé de no apartar la vista de ella. Tiré de su mano un poco hacia mí, invitándola más que llevándola a recostarse ella también, aunque manteniendo una cierta prudencia. No quería romper un ambiente tan tranquilo.

No accedió a mi invitación, o al menos no de la forma esperada. Sí que aceptó, en cambio, acercarse un poco más, hasta el punto de sustituír a la capa como "almohada". Aunque la dejé hacer, me sentí un poco extraño en aquella situación. Era, en cualquier caso, acorde con cómo me sentía habitualmente cuando nos encontrábamos: extrañamente cerca y extrañamente lejos.

En mi nueva posición, busqué otra vez su cara, y encontré sus ojos fijos en los míos, interrogantes. No varié mi expresión, pero solté la mano posada sobre la suya para acariciarle la mejilla con el reverso de los dedos, apenas un momento. Volví a bajar la mano y cerré los ojos, con un suspiro. Casi había dejado de intentar entenderla, y me guiaba únicamente de mi instinto y caprichos. Parecía que, cuando lo hacía así, todo estaba más calmo.

Hacía mucho tiempo que no me sentía tan en paz con el mundo. Incluso el dolor parecía remitir un poco.

Su mano sobre mi pecho me hacía sentir con más nitidez mis propios latidos, perfectamente rítmicos y tranquilos. Demasiado rítmicos y tranquilos, me parecía. No obstante, aún intentando voluntariamente crear ideas en mi cabeza que me pusieran más en guardia, no me sentía capaz en aquel momento. No tenía sentido provocarlo.

Rompió por fin el silencio, aunque en un murmullo que, de no ser por el escaso ruido de la habitación, no habría conseguido percibir. Negué con la cabeza, sin abrir los ojos.

-Nada -murmuré en el mismo volumen.

Entonces, una idea acudió a mi mente y abrí los ojos de golpe, frunciendo el ceño. Busqué su mirada y buceé en ella, evaluándola, sopesando mis posibilidades. No lo merecía, desde luego, pero ni siquiera mis motivos habituales para no concedérselo parecían válidos en aquel momento.

Con mucho cuidado, casi con miedo, tomé la mano que tenía sobre mi pecho entre las mías y cerré su puño lentamente, dejando tan solo extendido el dedo índice. Ahora sí, a pesar de no tener ya su mano sobre el pecho, sentía mi corazón acelerarse, y casi temblaba. En ningún momento aparté los ojos de los suyos, en una mirada de advertencia, casi de amenaza.

Frente a la dureza de mi mirada y la tensión de mi cuerpo, mis manos parecían tremendamente suaves. Muy despacio, guié su mano hacia mi espalda, y posé su dedo, apenas un roce, sobre la zona del álula de mi ala izquierda. Aunque intentaba reflejar una absoluta autoridad en mi mirada, sentía que mis ojos se teñían de un fuego de inquietud y dolor. Ante todo, me mantuve firme en mi gesto, pendiente de no soltar su mano en ningún momento.

No pude soportarlo mucho tiempo, pero ella pareció comprenderlo o compartirlo, porque retiró el dedo. De pronto, me di cuenta de que estaba jadeando de puro nervio, y de que tenía la cara recubierta de un sudor helado. Tuve el impulso de soltar su mano de golpe, con un instinto repentino de repeler todo contacto, pero en su lugar la solté despacio, casi tiernamente.

Fui algo más brusco a la hora de incorporarme, como quien despierta de golpe de una pesadilla. Miré alrededor, sintiéndome un poco mareado. Con manos temblorosas recogí la capa de cualquier manera y miré a la chica, apretando la mandíbula. Quizá yo mismo me había excedido, o quizá sencillamente aquella reacción era inevitable. Hacía años que nadie más que yo tocaba esas alas, y ni siquiera recordaba haber permitido ese contacto voluntariamente.

No había sido doloroso realmente, pero sí algo desolador. Poco podía sentir en esa parte de mi cuerpo más allá de dolor, así que el contacto con su piel era muy diferente a otras veces en que me tocaba.

Me puse en pie y, aún jadeando y temblando, con el rostro pálido y sudoroso. Traté de ponerme la capa y de ocultar las alas debajo, aunque a duras penas lo conseguí.

La miré a los ojos, con una mezcla de terror, sufrimiento y súplica en la cara. No era algo sencillo de explicar. No era sencillo en absoluto.

-Lo siento -fue todo lo que pude decir, atropelladamente.

Inmediatamente, me di la vuelta y avancé hacia la puerta en rápidas zancadas.

*Se va*

Tras dar muchas vueltas por los pasillos, llego a una sala en la que no recuerdo haber estado. Deduzco, por los instrumentos que hay, que debe ser una estancia dedicada al ámbito de la música y, movido por la curiosidad, decido adentrarme en ella. Una de las cosas que tiene vivir en el desierto es que no puedes ir por ahí cargando con pianos y arpas, así que nunca he estado rodeado de tantos instrumentos como ahora.

Me acerco a los violines y los observo con curiosidad, preguntándome cómo se tocarán y qué clase de sonido tendrán. Cojo uno de los arcos que hay al lado de uno de ellos y lo muevo entre mis dedos, curioso. Luego lo dejo donde estaba: no quiero estropear nada.

*se queda*

Después de una tarde de entrenamiento, casi había olvidado ya mi encuentro con Nagore. Casi. En cualquier caso, no parecía que estuviera destinada a olvidar nada aquel día, porque mientras caminaba por los pasillos, de vuelta a las habitaciones, reconocí una figura que hacía mucho que no veía al fondo de la sala de baile. Me paré en seco y sonreí. Estaba bien preocuparme por Nagore, pero la situación de Seth no me parecía demasiado buena tampoco.

-¡Anda, cuánto tiempo! -dije, componiendo mi mejor sonrisa, aunque algo nerviosa-. Buenas noches, Seth.

Avancé por la sala hasta donde él estaba, junto a los instrumentos. Esperaba que Nagore no se hubiera excedido, y Seth no tenía mal aspecto. Interiormente, di un suspiro de alivio.

Una voz familiar suena detrás de mí. Sonriente, me giro y observo a Massen Dew, la piscis que acaba de saludarme. Hace mucho que no la veo (tanto que no recuerdo haberme parado a pensar en ella hasta ahora que la tengo enfrente), así que me pregunto cómo estará.

—¡Pues sí! Ha pasado un montón de tiempo. —Con un par de pasos, me acerco hasta donde ella está—. ¿Qué tal estás, Massen?

Ensancho una enorme sonrisa. Lo cierto es que me alegro de verla: la piscis me cae especialmente bien.

Fdr. "la piscis que no recuerdo me cae especialmente bien"

El chico parecía tan animado como siempre.

-Bueno, pues bien -respondí, animada-. Igual que siempre, supongo. Últimamente salgo menos al lago, por la lluvia y eso -me encogí de hombros-. Pero todo como siempre. ¿Cómo estás tú?

Antes de que llegara a contestarme, sentí que alguien más entraba y me giré. Sentí un leve rubor en las mejillas al ver entrar a Follow. Esperaba que, al menos, no quisiera mantener su actitud de las últimas veces delante de más gente.

Efectivamente, parecía más sutil, pero guardaba en parte aquella actitud. Cuando me saludó en nuestra lengua ladeé la cabeza, sorprendida. No me pasaba por alto su forma de excluir a Seth, y me extrañó, ya que tenía entendido que se llevaban bien. Traté de enmendarlo.

-Buenas noches, Follow -respondí. A continuación miré a Seth, aún sonriente. Esperaba que Follow tuviera el detalle de saludarlo a él también, al menos...