Sala de baile

*se va*

La sala de baile era uno de los lugares de recreo favoritos del líder. Solitaria, amplia, magnificente, oscura y con los instrumentos suficientes como para deleitarse con la música que más le apeteciese en cada momento.

Barthemius se hallaba sentado al piano, haciendo sonar una melodía curiosa con su gesto de siempre mientras el líder Darvenwish lo veía y no con una mano apoyada sobre el piano de cola y la otra sobre su cintura. Su vista estaba clavada en las teclas, pero su mente en un lugar mucho más lejano que la frontera del país eléctrico.


El inicio era pausado y suave, como un susurro que lo envolvía para dejarle paso a sus pensamientos más tranquilos, un halo de color claro nublando su mente recordando pasajes de cualquier momento. Sin embargo, el golpe de fuerza a pocos segundos de empezar hace que ese halo claro se torne fuerte y oscuro, un violeta fuerte que le hace pensar en su casa y en su difunto hermano. La vida que había llevado con él había sido entretenida a pesar de la enemistad que le guardaba. La composición era perfecta para momentos como aquellos pues la melodía era alegre al tiempo que ansiosa, desquiciada y decaída en según que puntos. Una maravillosa representación de la fachada con la que el mundo se cubría. Una cara feliz escondiendo un mundo interior desconcertante y sospechoso.
Disfrutó de las notas sin pensar realmente en nada concreto y, en cuanto su lacayo terminó la pieza, tomó aire profundamente.

—Siempre suena igual de bien —Comentó cambiando su posición estática para caminar hacia el lugar donde había apoyado su copa y dar un sorbo sutil. Luego fue a por uno de los violines y volvió junto a su lacayo.

—Nocturne —Indicó colocando el instrumento bajo su barbilla para que su lacayo comenzase a tocar. Mientras este lo hacía, se dedicó a preparar el instrumento y sostener correctamente el arco. Una vez tocó su entrada, dejó resbalar el arco sobre las cuerdas con una sutileza pasmosa dando a la melodía el mando que el agudo instrumento emanaba sobre el piano.


Recto como una estatua y al lado mismo de su sirviente como compañero y capitán de melodía. Le apasionaba la pieza a pesar de no ser un hombre de la música. Si para algo le había servido estudiar aquel arte era para regodearse en momentos como aquel. La tristeza y crudeza de la música siempre era hermosa y lo hacía recordar momentos de lo más elocuentes. Recordaba a su madre y sonreía con placidez cuando el violín se asemejaba a los gritos enajenados de esta cuando él había podido despojarla de sí con éxito. Se meció con el compás del violín sin apartar la sonrisa y los gritos desquiciados de su madre se continuaron con los de su cuñada en el día que dio a luz al que debía ser el hijo de su hermano. Amplió su sonrisa y apretó los ojos como si lo llenase un escalofrío de éxtasis. El joven Ezequiel, cuanto lo amaba y cuanto odiaba su madre que así fuese. El líder se sentía emocionado y plácido con la pieza, casi escuchando el fondo del piano como un susurro ajeno a su mente.

El líder amplió la sonrisa en cuanto la muchacha respondió a su incisivo comentario desde la lejanía y mantuvo su posición. Desde aquella distancia podía intuír algo sobre ella, pero todavía no se adelantaba a juzgarla del todo, quería verla más de cerca.

Su tono me hace plisar un ojillo con una sonrisa un tanto menos respetuosa, aún así reconozco que me lo merezco en parte, y lo dejo pasar. Trato de devolver mi rostro a la normalidad, respirando hondo cuando sigue en su charla. Dirijo brevemente mi mirada hacia el señor del segundo plano, ciertamente eso puede haber sido por una lengua cortada. Lo sé, soy cáustica y extremista, pero he oído que se pueden hacer cosas mucho peores. Y probablemente yo tenga que aplicarlas en el campo de batalla.

Distraigo mi mente de nuevo a temas más agradables cuando él comenta sobre la sala de música. Sala de baile y música por implicación, sí. ¿Pero en tiempo de una guerra en camino? Deberían estar muy ciegos o muy anejados de la realidad en la dirección de palacio si se ponían a orquestar fiestas en este momento. Me mantengo aún así en silencio. Que amplie su sonrisa lo apunto como positivo, pero aún así...

Asiento. Dejo ambos tomos sobre una de las mesitas auxiliares cercanas a la puerta de entrada, si puedo elegir, le daré la menor información de mi misma posible. Parece alguien poderoso y no quisiera comenzar a ganarme las enemistades cuando no llevo ni seis meses en el castillo. De camino a él en suaves y deslizados pasos, silenciosos porque voy descalza, me compongo un poco mejor el vestido. Me detengo a unos dos pasos, pero luego vuelvo a mirar el suelo y la distancia entre sus pies y los míos. Sus impecables zapatos señalan hacia mi. Estoy demasiado acostumbrada a encarar a la gente directamente, qué le voy a hacer.

Finalmente, alzo el rostro y sonrío, con las manos entrelazadas frente a mi.

- Ambos sabemos que la acústica en esta sala es excelente.- Comento, con levedad, hacia su anterior indicación sobre hablar a voces. De momento, yo no había tenido que alzar la mía en lo más mínimo, ni tan siquiera en el tono-. Pero volviendo a lo relevante, toca usted impecable. Imagino que ya se lo habrán dicho.