Sala de baile

La chica parece acercarse al fin con lo que el líder se decanta por observar su marcha. Parece una mujer educada y exquisita tanto en su forma de hablar como de moverse y, por su aspecto, la habría juzgado como una de esas nobles de aire virginal e influjo inocente que hechizan a los hombres con una parpadeo fino y una sonrisa dulce y recatada manteniendo la impresión de que no se dejarán en brazos de aquellos que consideran perros tratando de adularlas con vacías palabras para arrancarle un trozo de carne mientras que la realidad es la de aquellas que, cuando el sol no alumbra su piel marfilada dándoles aspectos de ángeles inalcanzables se dejan tomar por la puerta trasera para disfrutar del poderío de un hombre bien dotado sin que el día de su matrimonio su ingenuo y estúpido caballero andante de cuenta de cual fraude ha adquirido en el intercambio de su renombre y riqueza.

Sin embargo iba descalza y aquel gesto con los libros junto a su mirada entusiasta denotaban un deje cohemio y despistado al que poco importaba la vida de corte. El líder tomó abundante aire de forma sutil y se mantuvo a la espera como hasta el momento. A su primer comentario, volvió a ampliar su sonrisa.

—Lo es, sin embargo soy del gusto de hablar de cerca y no teniendo que intuír a mi acompañante. La gente siempre se entiende mejor —Comentó con voz suave y resuelta. A los halagos de la señorita, el líder indicó una pausa con su disestra. Era más impetuosa de lo que cualquiera que la admirase podría imaginar aunque sus detalles lo advirtieran.

—Antes de nada me gustaría poder llamaros con un nombre o pareceré demasiado atrevido si os refieron como "bella aether" —Su voz sonó de nuevo zalamera y divertida y acompañó su diálogo con un gesto sutil de cabeza que acentuaba su comentario.

La joven, a pesar de parecer levemente sorprendida por el atrevimiento, mantiene bastante la compostura, lo que reafirma la idea incial de líder sobre que su belleza tiende a imponer a los hombres y embelesarlos. Fier Galatea, claro, no podía ser Lluvia. Su siguiente respuesta hace que alce las cejas debido al atrevimiento de la muchacha y deje salir una ligera risa.

—Sin duda a muchos les gustaría llamarme así, aunque al nombre que respondo es al de Aren Darvenwish —Respondió, como siempre, dejando caer con la suavidad de la pluma y el peso del plomo, el apellido que cargaba con el mando de un continente. La muchacha no era como el claritas de la biblioteca, ella había sabido ser precavida desde un inicio con lo que no tenía sentido mantener el secretismo sobre su persona. Se humedeció sutilmente los labios, pues no le agradaba la tirantez que le producían las conversaciones largas o pausadas. —Sin duda he podido ser más cortés al preguntar vuestro nombre, quizá prefiráis un trato más sobrio —Indicó con mayor diligencia sin perder la cuidada sonrisa.

El líder entornó lo ojos en cuanto la aether respondió a su comentario. Ahora que sabía de quién se trataba parecía hablarle con mucha más osadía. El líder se preguntó qué le habría dado semejante arranque a la mujer, pues siempre había un motivo cuando la respuesta a su nombre era de oposición y no de humildad. El muchacho chrysos había respondido a su rango también con descaro, y Alehyss, ambos de dudosa procedencia. Había dos cosas que daban tal osadía, el poder y la miseria, y al mirar a Fier tenía un cierto dilema entre ambos. Sabía que entre las familias aether no había ninguna con un poder que pudiese resultarle a tomar en cuenta, pero la muchacha no parecía salida de cualquier tugurio, claro que las apariencias eran una de las cosas mejor guardadas de Brontë. El juego con la muchacha había tomado un camino muy distinto. Su sonrisa se redujo sin llegar a desaparecer.


—Siempre he hecho lo que me place y, precisamente por eso, querida Fier, deberías ser "consciente y consecuente" con la forma en la que hablas —Dicho esto, el líder hizo un gesto a Barthemius para que lo acompañase en su partida, pasando de largo de la muchacha.

—No conviene entrometerse demasiado, Fier Galatea, para ello hay que ser muy listo o muy idiota —En cuanto ya lo distanciaban unos pasos de ella y Barthemius se había puesto a un paso por detrás de él, ambos desaparecieron en la sala.

*se desvanecen*

Amatista golpeteaba el suelo con fuerza a cada paso. La sala, enorme y vacía, parecía pedir desesperadamente un grito que rompiera su silencio. La cosa era que, aquel día en concreto, no me apetecía concederle su deseo.

Avancé hasta el piano y apoyé en él la guadaña. Salté al taburete y me senté, sintiendo un eco de dolor al hacerlo. Crují los dedos uno a uno con un aire muy solemne. Luego, sonriente, abrí la tapa del piano y pulsé una tecla. El grave sonido resonó por toda la sala.

-¡Miau! -canté en el mismo tono.

*Se queda*

El sonido se quebró de pronto cuando empezaron a sonar los pasos. Di un respingo y bajé ambas manos de las teclas al taburete con rapidez. Las uñas se clavaron en el cuero.

Con cierto miedo y algo encogida, alcé la vista para mirarlo. Permanecí en silencio, mirándolo desde abajo, seria, atenta.

Por debajo del piano, pataleaba rítmicamente en el aire.

Desvié la mirada hacia las teclas, pero al momento la posé de nuevo en Aren. Tragué saliva. Poco a poco, fui permitiéndome vistazos más largos al piano, aunque sin dejar de vigilarlo por el rabillo del ojo.

Una mano, distraídamente, casi como si yo no la manejara, subió de nuevo a las teclas y pulsó una. Esta vez, el sonido que inundó el ambiente fue más agudo.

-Estoy bien -afirmé con voz suave, mirando el piano, cuando el sonido se apagó.

De nuevo, lo miré de reojo. Pulsé otra tecla, y al hacerlo volví la vista al piano.

-¿Y cómo está Aren? -hablaba muy despacito, con voz apagada, como si cada palabra me costase mucho.

Apoyé un codo en el piano, haciendo salir del mismo un sonido bastante poco armónico. Me repasé los labios con el dedo, con el ceño fruncido, mirando ahora al frente, ya sin volver la vista a Aren cada cierto tiempo.

-An... -cavilé-. An se fue de viaje. Hace ya tiempo que se fue, se fue muy lejos -. Lo miré de reojo-. A lo mejor vuelve -insinué.

Dejé de apoyarme en el piano y volví la vista a las teclas. De nuevo, pulsé una, la más grave. Sonreí un poquito.

-¿Vas a buscarla?

Mientras él hablaba, dos de mis dedos recorrían las teclas lentamente, caminando sobre ellas. Pese a que lo escuchaba, no parecía que le estuviera prestando la menor atención.

Demostré que no era así al asentir, conforme, a sus palabras. Levanté ambos dedos.

-Suerte.

De nuevo, volví a colocar mis dedos sobre las teclas y a "caminar" con ellos. No tardé, sin embargo, en levantarlos de nuevo, girando, esta vez sí, la cara completamente hacia él, muy seria.

-¿No? -pregunté.

Mi otra mano, en el bolsillo, palpaba la piedra de dragón.

En mi expresión seria se formó un puchero. Cuando dejó de hablar, saqué del bolsillo la piedra de dragón y la posé con sumo cuidado sobre el piano, de tal forma que no llegó a hundir las teclas. Después, me levanté y tomé a Amatista.

Avancé por detrás del piano, pasando junto a todas sus teclas, en dirección a Aren. Me detuve junto a la esquina de instrumento y volví la vista a él. En un gesto rápido, pulsé la tecla más aguda. Luego asentí, satisfecha, y me volví a mirarlo.

Terminé de recorrer la distancia que nos separaba y me coloqué junto a él. Con aire vacilante, alcé una mano y agarré su capa con la mano que tenía libre. Miré hacia arriba, seria.

-¿Te vas para siempre? -pregunté, con cierto asombro en la voz.

Mi gesto mostró una cierta decepción. Solté su capa y llevé la mano a Amatista, apoyando el mentón en la punta de su mástil.

-Ah -respondí, triste.

De pronto comencé a mirar alrededor, como buscando algo que se me hubiera perdido. Al final, mi vista se detuvo en él de nuevo.

-Pero es que no se ha perdido -repliqué-. Está de viaje.

Volví junto al piano y tomé la piedra, que volví a guardar en un bolsillo.

-Frus.

Me volví hacia él, con el ceño fruncido, algo enfadada.

-No lo sé -repuse, cortante-. A lo mejor sí. A lo mejor viene y ve que ya no hay nadie. Y entonces, ¿qué? Entonces sí que querrá no haber vuelto.

Me senté en el taburete, de nuevo moviendo las piernas, aunque ahora con cierto nerviosismo. Dejé la guadaña a un lado y volví a mirarlo.

-Se fue a hacer un recado. Y porque estaba muy malita -repuse-. Aún está muy malita, y va a estar muy malita siempre. Pero al menos, cuando viene, encuentra gente buena. El chiquillo. Aren. Y se pone buena.

Me puse de pie en el taburete, con los brazos en jarras.

-¿O qué pasa? -le espeté-. ¿No eres bueno? ¿O no la quieres y no quieres que se cure? -De un salto, bajé al suelo-. Todos igual, ¡todos! ¡Siempre se tiene que ir de viaje! ¡PUES A AN NO LE GUSTA SALIR TANTO DE VIAJE!

Inclinada hacia adelante, lo miraba, con el rostro contraído y los puños apretados. Eché a correr hacia él y, de nuevo, lo cogí de la capa, con un puchero tembloroso.

Lo solté y me di la vuelta, alejándome de él. Tomé a Amatista con cuidado, como si estuviera cogiendo a un niño.

-Si Aren sigue vivo, An volverá -declaré, en voz baja pero audible.

Tragué saliva. Lentamente, me volví hacia él.

-Aren es importante para An -me detuve un momento, pensativa, antes de volver a hablar-. An lo quiere mucho porque siempre ha sido bueno con ella. No le gustaría volver y no encontrarlo. Lo... echa de menos.

Fruncí un poco los labios cuando habló, con el inferior levantado, mirándolo. Sus palabras consiguieron relajarme un poco. Posé ambas manos sobre la suya cuando me frotó la cabeza, apretándola un poquito, en un gesto casi cariños.

Incluso llegué a sonreír un poquito.

-Sí. Vendrá a verlo, así que tiene que estar. Y... vendrá pronto -añadí, algo ansiosa.

Finalmente, Aren se alejó y se deshizo. Borré la sonrisa y miré las cenizas que quedaban, también desapareciendo. Con una mano, les dije adiós.

Por último, avancé hacia la puerta. Yo no podía deshacerme en el aire. Una pena. Miau.

*Se va*