Sala de baile

Escucho lo que tiene que decir sobre Aqua, más seria. Parece que no tiene mucha información tampoco, de todos modos.
En cuanto a mi propia misión no puedo sino asentir, más seria esta vez.

-No tengo intención alguna de tomármelo a la ligera. procuro no hacer eso con nada, pero menos aún si se trata de la vida de una niña.

Dedico un vistazo al piano. Estoy a punto de despegar los labios para hablar cuando lo hace él. Curiosa, con la atención puesta en sus gestos, escucho lo que me dice. No puedo evitar un brillo de interés en los ojos y extiendo la mano para tomar el amuleto.
Lo examino con ojo crítico un par de segundos y pronto miro al señor Cogo, con una sonrisa divertida, aunque sin demasiada malicia.

-Desde luego, diría que le va mejor con el piano que con las agujas-. Enseguida llevo la diestra a un bolsillo, del que saco un pequeño estuche que siempre suelo llevar encima con algún material de costura-. Esto me llevará un par de minutos.

No espero su permiso, siquiera. Pronto estoy comparando un par de hilos y enhebrando una aguja con facilidad. Con una pequeña tijera corto un par de hilos mal afianzados y comienzo con la labor, relajada, con fluidez.

-También hice el de puntería -le comento, dedicándole un breve vistazo-. Tardé en decidirme porque no estoy habituada al combate, pero veo que hemos coincidido.

Asiento un par de veces, todavía con el gesto entretenido, el respuesta a su comentario.

-Lo cierto es que me gusta la música -admito-. No diría que es mi pasión porque es evidente que mi pasión es otra, pero tampoco he podido aprenderla. Lo que ha hecho con una aguja supera con creces lo que podría hacer yo con el piano -indico, señalando el instrumento con un suave gesto de mentón.

Mientras habla continúo con la labor, concentrada. No puedo evitar una sonrisa en la expresión, completamente tranquila, complacida. Me permito levantar la vista para mantener el contacto visual algunas veces, aunque manteniéndola la mayoría en el trabajo, del que pronto llevo la mitad.

-Yo he de decir que he notado la diferencia, pero también es cierto que tengo que mejorar, con él y sin él. No soy muy hábil-. Sonrío con apuro-. La magia chrysos nos acostumbra a no tener que apuntar, pero a medida que progreso lo voy encontrando más necesario. También es cierto que mi visión no es la mejor del mundo-. Termino con un par de puntadas, hago dos nudos para que el hilo no se suelte y los oculto entre los pliegues para evitar el efecto visual desagradable, todo ello sin cortar la conversación, con natrualidad-, pero en las largas distancias no flaquea demasiado. Tenga-. Le cedo el amuleto con con una sonrisa serena-. ¿Le parece bien así?

A estas alturas visto una sonrisa tranquila, perenne, que acompaña sus palabras, casi como si bastase por sí misma para llenar el silencio. Aunque llego a alzar un momento la vista, crispando brevemente los dedos cuando los menciona. El gesto se torna algo apurado, ligeramente azorado.

-Puede que así sea. No he tenido ocasión de comprobarlo -respondo sin más, dócil, continuando con la labor.

Me acomodo las gafas con un gesto fugaz mientras él habla de las cualidades que debe tener un mago. Esta vez la expresión que viene a mis labios es una breve mueca.

-En ese caso cualquiera diría que me falta preparación y me sobran unas dioptrías -comento, llegando a ser jocosa-. Pero me esforzaré de todas formas.

Su agradecimiento, escueto, solo recibe una negativa por mi parte. Hago amago de alisar un pliegue de mi chaqueta de lana, aunque no tiene ninguno.

-No es nada-. Hago una breve pausa, apenas un segundo, dubitativa. Refuerzo la sonrisa entonces, levantándome y acercándome a él y al piano, vuelta hacia el instrumento. Llego a extender la mano, pero no lo rozo siquiera. Y entonces miro de soslayo al señor Cogo, con una sonrisa divertida-. ¿Me enseñaría algo?

Termino por encogerme de hombros con suavidad. Me llevo una mano a las gafas, esta vez no para recolocarlas, sino para hacer referencia a las mismas.

-Es cierto que puede ser un defecto y que con ellas lo corrijo. De todos modos, es algo de mí que no puedo cambiar. Tendré que aprender a vivir con ello en Brontë como lo llevo hecho hasta ahora -determino con simpleza, sin alzar el tono, calmado, en ningún momento.

Él se aparta, dejando un hueco a su lado. Dedico un breve vistazo al asiento y acabo por tomarlo. Procuro dejarle su espacio en la medida de lo posible, aunque el sitio no sea muy amplio.
De reojo le dedico una sonrisa, a medio camino entre el apuro y el agradecimiento. Un gesto breve.

-Confiaba en que mostrar una mayor iniciativa lo hiciese aceptar -confieso, manteniendo cierto recato-. No lo entretendré demasiado.

Sigo sus indicaciones, tratando de memorizarlas. Llego a colocar los dedos sobre las teclas, imitando sus gestos con más torpeza, pero sin pulsarlas, solo tocándolas cuando considero. Aunque al final, guiada por él, me veo obligada a hacer que la melodía suene de verdad. O a pretenderlo.

-La dificultad está en usarlas al mismo tiempo... -comento concentrada, con el ceño levemente fruncido, tratando de coordinar las manos para formar una melodía que parecía sencilla.

A su leve risa respondo de manera similar, mirándolo de reojo un momento mientras mi mano derecha trata de encontrarle algún sentido al patrón que intento enseñarle.

-Lo he hecho reír -comento, volviendo la vista a las teclas, dejando entrever un matiz de orgullo en el tono, con una sonrisa algo más abierta de lo habitual.

Proseguimos un rato. Me dejo llevar por sus indicaciones, acatando lo que dice y esforzándome por corregir y no repetir cada error que me señala. En mi concentración lo escucho hablar, de todos modos, y también dejo ir yo algún comentario o sonrisa en las partes que me resultan más complejas.
Al cabo de un tiempo, sin embargo, detengo las manos sobre las teclas. Dejo escapar un suspiro suave, satisfecha.

-Creo que ha sido suficiente para estas horas. Trataré de asimilar esto y repetirlo sola mañana-. Hago una inclinación de cabeza hacia él, aún sentada, a modo de reverencia-. Muchas gracias por su tiempo, señor Cogo. Es lo que más vale de las personas.

Una vez hemos acabado me topo con su sorpresa ante mi declaración de práctica. Alzo las cejas, curiosa, y no tardo en asentir con firmeza, como si se tratase de un hecho evidente.

-Claro. Ya he dicho que no se trata del sueño de mi vida, pero sí que me ha atraído mucho la idea. Por poco que pueda retener, me sentiré satisfecha si de aquí a unos de años me encuentro un piano y soy capaz de repetir algo como esto, por lo menos-. Llevo una mano a las gafas y me las quito, limpiándolas en la lana de la chaqueta. Lo miro mientras tanto. A esta distancia no logro definirlo bien, pero estoy acostumbrada-. Se trata de satisfacción personal, nada más.

No puedo evitar alzar las cejas ante una propuesta como esa. La sonrisa no tarda en brotar, inevitablemente, por más que quiera recuperar la compostura. Tardo un instante suficientemente largo como para que resulte evidente en conseguirlo.
Asiento logrando una mezcla de timidez y disposición, con cierta ilusión.

-Estaría encantada, aunque solo fuese de venir alguna vez a escucharlo.

Pronto indica que se marcha ya. Siendo consciente de la hora, no tardo en unirme a su propuesta.
Pronto ambos dejamos la sala de música.