Sala de baile

Ben la miraba muy seria, con los ojos muy abiertos, asintiendo a todo lo que decía. Parecía que había comprendido a qué se refería. Era mejor dejarlo estar. Un descanso era suficiente.

-S-s-sí, eso, e-eso -aprobó, tratando de dar seguridad a su propia voz.

Aunque, después de todo, la narración de Frikka la relajaba y la hacía reír. Acompañaba con los dedos sus propias expresiones, y la música parecía un elemento más de ella. Negó con suavidad, todavía dejando escapar alguna risita.

-Ya se te veía, ya -comentó, medio burlona-. Pero eso es falta de costumbre. Aunque empezar por licor de fuego no es lo más recomendable. Eso te quema las tripas. Prueba un licor de frutas o así. Es más para principiantes.

No puedo evitar la carcajada. Viéndola tan nerviosa... ¿No le habrán hecho un buen cumpleaños en su vida? Y yo ni tengo claro con quién se lleva bien por aquí como para organizarle algo. Pues qué gracia. Es que somos todos tan independientes...

La mueca persiste mientras recuerdo la noche del licor de fuego. Que era fuego al entrar y al salir, por cierto. Jo-der.

-Oh, el de frutas sabe menos mal. Una noche probé una cosa más bien dulce y no acabó mal del todo-. La noche. Es decir... Bueno... Carraspeo incómoda-. Lo que no tengo claro es qué llevaba, y al que me lo recomendó no lo he visto mucho desde entonces. Un buen colega. Espero que no se haya ido.

O algo peor, que así... Aunque esas cosas se saben.

Ben acompañaba las palabras de su compañera con pequeños cabeceos, y el ritmo de la música parecía acompañar a los cabeceos, y los pies acompañar al ritmo de la música. Acabó por apoyar de nuevo la cabeza en el arpa, mirando a su compañera con una sonrisa, mientras los dedos seguían jugueteando con las cuerdas.

-Ah, no sé, pero te enseño yo algunos -se ofreció, encogiéndose de hombros-. Hay mucha cosa para principiantes, no creas. Supongo que porque todo el mundo tiene que empezar. Los hay con gusto a fruta, y a caramelo, y a café y hasta sin gusto. Todo para elegir. Pero todas son pequeñas bombas ocultas, de eso no te olvides.

Ella no tenía un aguante maravilloso, pero prefería las cosas fuertes, esas que le dejaban la garganta ardiendo y la lengua dormida. Esas eran las que de verdad disfrutaba, porque eran las que le aseguraban que el efecto iba a ser demoledor.

Voy asintiendo mientras habla, tomando nota en la cabeza, como si de verdad esto fuese una clase y yo tuviese mucho que aprender. Entonces, de pronto, caigo, y frunzo un poco el ceño.
No es que no agradezca la intención, pero lo que yo quiero no es iniciarme en el mundo de los asesina-hígados. Lo que querría es no volver a pasarme el día colgada del váter. Y eso se puede conseguir acostumbrando al cuerpo, claro, pero también sin repetir cosas como las de aquella noche. Ambas opciones valen, y la segunda es más saludable.

Hola, mamá. Me he ido lejos, pero soy una buena chica.

-Como sea, me lo tomaré con calma en un tiempo-. O no me lo tomaré, mejor dicho, a no ser que no haya un buen motivo-. Al fin y al cabo, la vida del guerrero es corta, según se dice. Y no quiero que lo sea más-. Ni que lo sea, vaya. ¿A qué viene esto?-. Pero si un día cuadra y repetimos, Retales, no me des nada que lleve fuego en el nombre, por favor -le pido.

Extiendo una mano hacia ella, pero no le llego. Al final, perezosa, me levanto y me acerco para tirarle un poco de la oreja, mientras cuento.

-¿Y cuántos eran, decías?

Ben asintió, conforme. No parecía tampoco ansiosa por volver a emborracharse, aunque era evidente que estaba más predispuesta que su compañera. Después de todo, estaba segura ya de que en aquello podía enseñarle mucho.

-La próxima vez te daré aguardiente negro -declaró, segura-. Tan oscuro como su nombre. La primera vez que lo tomé estaba segura de que intentaban hacerme tragar pintura. Aunque hacer un cuadro a lametones no parece mala idea después de meterse eso en el cuerpo, así que...

Frunció el ceño cuando Frikka preguntó. Tuvo que dejar de tocar para examinarse los dedos, mientras mascullaba cálculos incomprensibles. Acabó por mirar a la chica, poco convencida.

-¿Veinte? -sugirió.

No puedo reprimir una risa despectiva, y le doy un codazo en el costado.

-Te he dicho que nada de fuego. Eso de ardiente suena casi peor que lo de negro. A mí, si me quieres convencer, búscate otra forma, que vas de culo, Retales. Aunque-. Le sonrío con desdén-, si quieres beberlo y pintar un cuadro con la lengua para mí, adelante. Estaré encantada de recordar la escena para siempre. Colgaré esa obra en mi casa.

La verdad es que Ben no da muchos datos directos de su vida. A muchas de las preguntas que le hago responde de forma que parezca que ha respondido, cuando los detalles son tan pobres que costaría saber a ciencia cierta su procedencia. Pero a veces dice esas cosas de pasar hambre, o se emociona tanto si se habla de hacerle un regalo, que de verdad que parece que ha sido una vida dura. Y ahora, momento en el que la veo contar para responder a una pregunta tan sencilla, no me atrevo a sonreír y creer que me toma el pelo.
Resulta un poco duro.

-¿Veinte? -repito sin más, con una sonrisa burlona-. ¡Bueno! Pues entonces tenemos los mismos. Aunque, que lo sepas, yo soy mayor porque cumplo en...

Nos quedamos charlando poco más, hasta que se me ocurre proponer que vayamos a comer un poco. No tendrá fiesta, pero espero que acepte un trozo de tarta.

*se van*

Ben no prestó demasiada atención al hecho de que Johan había tomado la iniciativa de entrar en la sala sin que ella le dijera nada. Estaba mucho más interesada por el hecho de entrar en la sala en sí mismo. Trató de mostrarse serena, pero no le duró mucho. Después de todo, los instrumentos parecían llamarla, así que acabó por soltar a su compañero y dirigirse al piano, quizás más rápido de lo que se habría considerado natural.

En seguida había abierto la tapa y paseaba los dedos por encima de las teclas, como si hacerlo le proporcionara un tremendo alivio. Había decidido que el arpa y el piano eran los instrumentos más fáciles, y los utilizaba con más frecuencia por ello. Después de todo, dominar la técnica no dejaba tiempo para extraer la música, que era lo verdaderamente importante.

-Pues aquí está -la presentó, cuando se dio cuenta de que había dejado de prestar atención a su compañero-. Para tu uso y disfrute.

Johan deja que se aleje y se queda junto a la puerta abierta viéndola disfrutar, porque, desde luego, así es como llamaría él a lo que ella hace en ese momento. Acaba acercándose con pasos lentos, tranquilos, mirando a su alrededor como si fuese la primera vez que lo ve todo y, finalmente, la alcanza. Se sitúa un poco por detrás, a su derecha, con los hombros superpuestos, asomado por encima.
La mira entonces, con una sonrisa curiosa. Acerca la diestra a las teclas y pulsa varias. El acorde no suena demasiado bien.

-Se me da mejor la percusión -le dice, apartándose un poco y volviéndose para buscar algún otro instrumento-. No debo de tener un oído muy fino.

Se dirige entonces a unos bongos y tamborilea un instante con los dedos. Luego la mira, entretenido.

-¿Me tocas algo? -le pide, con naturalidad.

Ben dejó que se acercara, que mirara, que presionara él mismo las teclas, pero cuando expuso su petición de forma tan explícita, vaciló. No le importaba que la oyeran tocar, pero no era lo mismo que tocar para alguien. Tocar para alguien exigía un pago de algún tipo. No necesariamente en efestiones, por supuesto, ya que no los necesitaba en aquel momento. Pero regalar lo que vendía no le hacía mucha gracia.

Acabó por dedicarle una sonrisa, observándolo con una mezcla de diversión y curiosidad. Un acorde resonó con claridad por toda la sala. A Ben le encantaba la acústica de aquel lugar.

-Si quieres una canción, tienes que ofrecer un ritmo -expuso, segura.

Una vez él se lo diera, ella le ofrecería una música acorde al mismo. Un pago por un servicio, y ambos en relación.

Johan alza las cejas al recibir esa respuesta, borrando la sonrisa y sustituyéndola por cierta sorpresa. De nuevo, tamborilea con los dedos, pensativo. Al final, risueño de nuevo, busca por la habitación hasta dar con un pequeño timbal y se sienta con las piernas cruzadas, colocándolo un poco, con una sonrisa satisfecha.

-No esperes mucho -le dice.

Johan adopta entonces una extraña expresión de concentración, como si tratase de recordar algo y no lo encontrase. Aunque, de hecho, al final se decide y empieza a crear un ritmo algo torpe, tal y como ha prometido, pero animado. Quizás no sea un artista, pero Johan tampoco se considera demasiado tímido.
Mientras tanto, con gesto entretenido, la miró, invitándola a cumplir con su parte.

Ben vio que dudaba, y entendió que resultaba, como siempre, más fácil recibir que dar. No se le hacía extraño, pues sabía cómo funcionaba el mundo. De todas formas, el chico no se negó, y pronto lo oía marcar un ritmo que, si bien torpe, era suficientemente firme para seguirlo.

Con una sonrisa en los labios, Ben dejó que lo afianzara mientras escogía las notas en su cabeza, y entonces tocó un acorde largo, mientras la cabeza se le movía al ritmo del timbal. Pronto marcaba otros, cada vez más rápida, segura y animada. Después de todo, la música tendía a metérsele en la cabeza con mucha facilidad, y llegaba a dominarla visiblemente.

Apenas llevaba un momento tocando cuando comenzó a silbar, añadiendo una tercera voz a la improvisada pieza.

Cuando ella empieza a tocar Johan trata de adaptarse un poco mejor a la música, de acoplarse, aunque ella sea evidentemente mejor que él y no pueda mejorar mucho la calidad de lo que ofrece. Aunque, no puede negar que, incluso con su torpeza, resulta divertido.
Y entonces ella empieza a silbar y Johan la mira, curioso, sin detener los golpes de sus manos. Un brillo de interés acude a sus ojos, por una vez. A veces le pasa. A veces le apetece hacer cosas absurdas como esa porque son divertidas, simplemente.

Inspira profundamente por la nariz y responde a los silbidos con voz, improvisando, también, una canción algo absurda  en la que hila frases que, si bien tienden a tener sentido de por sí, no tienen demasiado en conjunto. Y, sin embargo, no le parece que esté quedando mal. No, Johan no cree ser un artista pero, de todos modos, le está gustando cómo suena eso.

El hecho de que él intentara adaptarse a ella no facilitaba mucho las cosas, teniendo en cuenta que era ella la que dominaba mejor la situación para llevarlos a ambos a la par. De todas formas, Ben no tuvo queja, y se limitó a continuar con lo que hacía, perfectamente tranquila, como si aquello fuera una actuación ensayada una y mil veces.

Cuando lo oyó unirse al conjunto, estuvo a punto de dejar de silbar, como estuvo a punto a lo largo de la extraña canción de sustituír la melodía entre sus labios por sonoras carcajadas. De todas formas, Ben estaba muy acostumbrada a la improvisación, así que supo mantener la entereza y continuar con su canción, incluyendo florituras que acompañasen a la voz.

Pues claro que una sala de música era necesaria. Habría sido un auténtico crimen no tenerla.

Al final Johan termina la extraña historia en la que canta sobre un hombre que se ha perdido y llegado a Brontë, donde los pasillos le son más como un laberinto que como caminos que seguir y todo lo inusual que encuentra en cada sala de la misma absurda forma que la ha empezado. El hombre acaba cayendo por la ventana accidentalmente y, congelado en la nieve, espera a la primavera para poder volver a moverse.

Con un redoble da el ritmo por terminado y deja ir un par de carcajadas suaves. Estira las manos, tranquilo, hacia el techo. Luego se deja caer hacia atrás, tumbándose, y cierra los ojos. Aún tararea un momento lo que acabó siendo el estribillo de esa especie de cancioncilla extraña.

-¿Cómo se llama la chica del piano? -pregunta al aire entonces, abriendo los ojos y clavándolos en el techo.

Ben escuchaba la canción, preguntándose en su fuero interno si sería capaz de memorizarla. Probablemente se le quedara grabada alguna estrofa, un hecho que ocurría con frecuencia, pero al tratarse de una improvisación, era difícil retenerla entera. De todas formas, el buen rato que suponía la dejaba bastante satisfecha.

Al redoble de tambores lo acompañó un silbido prolongado, pero sobre todo un fuerte acorde que quedó suspendido en el aire. Ben se vio incluso con el valor de probar suerte con los pedales, hecho que pocas veces llevaba a cabo por tratarse de algo que le costaba dominar. Recordar qué pedal hacía cada cosa le resultaba complejo. Aquella vez en concreto acertó, sin embargo, y su potente acorde quedó prolongando incluso más de lo que sería natural.

Para cuando estalló en carcajadas, tenía ya las mejillas ardientes y tensas de sonreír. Añadió al cierre de la obra un aplauso bien animado, antes de volverse de medio lado en el piano para mirar a su acompañante, mientras su mano izquierda seguía acariciando las teclas, reticente a dejar la música.

-Ben -respondió, sin importarle mucho que fingiera hablar con alguien más-. La chica del piano tiene un nombre bastante sencillito.

Se obligó a levantarse del taburete y se estiró, satisfecha, buscando desentumecerse de la postura del piano. Mientras abría y cerraba los dedos, estirándolos también, miró de nuevo al extraño chico azul.

-Bueno, ahora que ya te he demostrado lo magnífico que es tener una sala de música, ¿quieres conocer algún otro sitio? -preguntó, animada.

Johan no puede evitar una sonrisa con algo de aire, satisfecho con la respuesta. Ben es más fácil de lo que hubiese imaginado, sí. Y también da más juego. Porque Laura no es un nombre que él pueda decir tener. Aunque, llega a pensar, quizás Ben tampoco, por respeto. Ya lo pensará llegado el momento, como suele hacer.

Se incorpora tranquilo, apoyando las manos en el suelo y mirándola. Se me ha descolocado un poco la coleta, pero no es algo muy importante. No tiene ningún sitio importante al que presentarse, de todos modos.

-Creo que ahora me iré a la cama -se disculpa, sin embargo, cuando ella le propone seguir con el tour. Al fin y al cabo, lo ha visto casi todo, y aunque sea de trasnochar ya lleva un día largo a cuestas-. Te dejo acompañarme un rato si quieres- le ofrece, con gesto tranquilo y una suave burla implícita.

No tarda demasiado en suceder. Pronto Johan está en pie y dispuesto a marcharse. Aunque espera, antes de hacerlo, a que ella termine y se decida sobre si seguirlo o no hacerlo.

Tenía la esperanza de que la nieve diera una tregua. De vez en cuando, el cielo amagaba despejarse, dejaba pasar algún rayo de sol, la temperatura subía y dejaban de caer los copos. Pero eran momentos muy concretos, y en cuanto un poco de viento soplaba de nuevo, las nubes volvían a cerrar el cielo y la nieve aumentaba su fuerza.

No era desagradable. No dolía, no sonaba. Pero, de todas formas, seguía siendo agotadora. Estaba nevando tanto que el servicio no tenía tregua a la hora de limpiar los caminos, el hielo se había formado en los menos transitados y el simple hecho de salir a pasear parecía costar un enorme esfuerzo.

Así que, una vez más, permanecí dentro del palacio. En la biblioteca, hacía un par de días, había dado por casualidad con la sección de música, y me había hecho con un par de volúmenes, cuadernos que recogían partituras, en su mayoría clásicas. Algunas ya las sabía tocar, y otras me resultaban absolutamente nuevas. Pero tanto unas como otras podían proporcionarme un entretenimiento agradable.

Así pues, tras sentarme al piano y dejar a un lado uno de los volúmenes, abrí el otro por una página que ya había dejado marcada y lo puse en el atril ante mí. Tras acariciar las teclas con los dedos, poniéndolas en posición, releí el comienzo de la partitura. Después comencé a tocar la pieza.

*Se queda*

No era una pieza muy larga. O, más bien, no era un fragmento muy largo, ya que ni siquiera se trataba de la pieza completa. Era una simple introducción, pero la música era agradable y suave, sin fortissimos, ni siquiera fortes, y los acordes no resultaban demasiado cargados.

Vi la figura que se colaba en la sala, pero no le presté atención. Aquello sucedía a menudo. No había muchos músicos en Brontë, y en cambio sí había muchos guerreros dispuestos a curiosear. También los miembros del servicio lo hacían, pero ellos eran mucho más discretos y respetuosos por su condición.

Acabé la pieza y continué con algunas notas dudosas, tratando de recordar cómo seguía la composición. Al final, acabé por rendirme y miré por primera vez a quien me escuchaba, que resultó ser Anna, la costurera. Le dediqué una inclinación de cabeza.

-Buenas tardes -saludé con mi voz ronca.

Negué con la cabeza, rechazando la necesidad de una disculpa. Siempre aquella manía de pedir perdón por todo. Siempre las mismas palabras rondando.

-No ha sido molestia -respondí-. Soy capaz de concentrarme aunque haya gente.

De hecho, estaba bastante más acostumbrado a tocar con público que sin él. El la residencia de los Aërd siempre había, por lo menos, dos personas pendientes de mi música. Un requisito sin el cual mi señora madre no podía estar tranquila.

Busqué alrededor cuando vi que se acercaba, a sabiendas de que, si no se lo decía, se quedaría de pie. Finalmente, localicé la banqueta del arpa apenas un poco más allá, y se la señalé con un gesto de la mano.

-Siéntate, por favor -invité, volviéndome hacia ella. De nuevo, disculpas-. Yo estoy bien, gracias. Sin muchas tareas estos días. ¿Y tú? ¿Has tenido tiempo de replantearte las cosas?

Pensé un momento en lo que me decía. Un descanso... Más bien, haber firmado la paz. Bueno, eso respecto a Dehnel. Respecto a mis misiones, por otra parte, tenía mucho que estudiar. No, no era un descanso exactamente.

-Bueno, aún tengo ciertas obligaciones que me requieren -puntualicé, pensativo-. Supongo que son más relajadas que otras que he tenido no hace tanto, pero obligaciones a fin de cuentas.

Por lo visto, para ella las cosas habían cambiado mucho. No conocía el motivo de la transformación, pero no olvidaba su aire agobiado y desesperado cuando me había hablado de sus miedos respecto a Brontë. Quizás había sido el hecho en sí de pronunciar sus temores en voz alta, o quizás las reflexiones que los habían seguido, o cualquier anécdota que la había hecho cambiar su punto de vista. En cualquier caso, había encontrado la motivación.

-Supongo que lo será -coincidí, asintiendo-. Asegúrate de ir bien preparada. Sea lo que sea lo que te espera, la preparación lo hará más sencillo. ¿Ya sabes de qué se trata?

Negué con suavidad. Yo también había oído hablar del tema, pero no sabía de nadie que hubiera tenido nada que ver con el asunto. Por lo que se decía, no había sido el mayor éxito de Brontë, precisamente. Aunque de poco servía atender a simples rumores.

-No, no he tenido nada que ver -respondí-. He estado ocupándome de otra cuestión respecto a Brontë en este tiempo, pero no sabía nada de la incursión a Aqua hasta que volvieron.

Por lo que decía, a mí no me parecía tan simple como enfrentarse al clima. Una niña perdida en Aqua podía haber caído en algún lugar helado, o incluso haber sido secuestrada. Podía ser que tuviera que enfrentarse a alguien o incluso que diera con la niña demasiado tarde. Pero no quería asustarla, así que me limité a asentir.

-Por supuesto, eso es lo que parece -coincidí-. Simplemente, no te tomes el encargo a la ligera, y es probable que todo salga bien.

Callé un momento, sumiéndome en mis pensamientos. Entonces de pronto, recordé algo que me hizo echar mano de uno de mis bolsillos, rebuscando en él.

-Por cierto -comenté, tendiéndole una tira de cuero con una piedra engarzada-. Cuando Rheon vino a Brontë fabriqué esto. Había pensado que podrías darle unos retoques. Como sastre, no valgo gran cosa.