Sala de baile

Sin duda la sala de baile continuaba siendo uno de sus sitios predilectos. Amplia, oscura, elegante, bien decorada y casi siempre vacía. Por suerte aquella panda de indigentes mata bestias no solía tener inquietudes culturales de aquel tipo y la sala permanecía vacía durante casi todo el año.

Caminó por la amplia sala deleitándose con la suavidad y brillo del suelo y subió el pequeño peldaño donde se coronaba el piano que ya había tocado un par de veces. Pasó los dedos por las teclas, haciéndolo sonar en escala ascendente. Luego rodeó el instrumento y acarició la madera de su lateral hasta que la cola del mismo llegó a su fin.

Volvió a bajar la placa y se movió con gracia por la pista como si acompañase el paso de una grácil señorita y finalmente se acercó a los ventanales para ver la noche a través de sus variados colores.

Madame no le había dado una respuesta y, ciertamente, poco le importaba. Le debía un favor y con eso estaba satisfecho. Ya se le habían pasado las ganas de jugar y generosidad, así que ya le importaba poco qué pretendía hacer con la chica, pero quería sacar aquel tema de en medio de una vez y desentenderse.

Puso una mano enguantada sobre la cristalera. No quería pensar en cosas aburridas. Quería bailar, tocar, beber y reír mientras retozaba con multitud de acompañantes. Tenía ganas de un buen jolgorio.

Desde el último intento de abordaje de la habitación de Aren estoy algo depre. No tengo mucha gente con la que pasar el rato o hablar y me paso los días solo. Siento a veces que estoy perdiendo mi juventud entre estas cuatro paredes. Me aburro y...

Suspiro fuertemente viendo a la luna. Tengo ganas de algún cambio. Pero de algún cambio bonito y agradable...
Un escalofrío me recorre al recordar mi cautiverio y agito la cabeza. Quiero olvidar eso cuanto antes.

Tristán quiere jugar.
-No estoy de humor.- Digo morrudo y con pesar.
El dragón gira la cabeza hacia un lado, molesto y decide emprender el vuelo después de olfatear el aire.

Frunzo el ceño y le sigo, expectante.- Eh, ¿a dónde vas?- Digo con hastío.
Sin embargo, mi curiosidad aumenta cuando el reptil se introduce por una rendija de la puerta de la sala de baile y yo, con temor al principio y curiosidad al final, decido asomar la cabeza lentamente.- ¿Hola?- Digo en un tono algo temeroso.

El líder sintió la llegada del dragón y miró de refilón poco antes de que entrase. Aquel era el pequeño juguete de su piscis, con lo que supuso que no tardaría en aparecer por allí. Amplió la sonrisa. No era un jolgorio, pero podría divertirse un poco.

Se mantuvo estático hasta que el chico se asomó y dijo algo. El miedo y la curiosidad se le notaban en la voz y el líder no pudo evitar soltar una leve risilla. Se dio la vuelta con calma y elegancia e hizo aparecer su bastón en el momento justo en que su mano fue a quedar apoyada en él debido al giro.

—Buenas noches, pececillo —Entonó con voz melosa y divertida esperando a que el chico se le acercase. —Ven aquí. Quiero verte más de cerca —Apresuró para dar a entender al muchacho que no sabía temer en ir hacia a él.

Las tinieblas me hicieron sonreír enormemente y no dudé en entrar animado.

Su figura, únicamente iluminada por un par de antorchas que daban una tenue luz anaranjada a la enorme sala, hacían que detrás de él se proyectase una enorme sombra, lo que le daba, si cabe, un aspecto de mayor dominio.

Me quedé cerca de él, en frente, con una sonrisa tímida, contento de verle de nuevo. Tristán reptó por mis pantalones y se introdujo en uno de mis bolsillos del pantalón.

-Me alegro de verle, señor. - Digo con los ojos como platos.- ¿Qué tal está? Yo bien.- Digo algo tímido. No sé muy bien de qué hablar con él. Siempre me pasa lo mismo. Todo el día pensando en cosas que contarle, decirle, hablarle y luego, cuando estoy delante de él, todo me parece tan nimio, tan absurdo, tan irrelevante que... no vale la pena ni molestarle seguramente con todas mis vivencias.
- Esto... ¿Quiere... hacer algo?- Cierro los ojos con fuerza y me muerdo la lengua con fuerza. Sil eres un idiota. ¿Qué pretendías? ¿Invitarle a una cerveza en el pueblo de paso? Idiota. Que eres idiota. Pero se me ha escapado. No puedo evitar el interactuar con él de alguna manera. Antes no era tan cortado con él, creo. Sin embargo, desde mi desaparición... creo que me he vuelto un poco más... tranquilo. No sé.

El líder vio como el muchacho se apresuraba en llegar junto a él, contento, para luego saludarlo con la misma alegría. Se le quedó mirando un momento y se dio cuenta de que había crecido un poco. Ahora que tenía un aspecto saludable se había dado verdadera cuenta y, lo cierto es que también su carácter había cambiado ligeramente hacia uno más comedido. Sin embargo, el piscis no había perdido aquella parte infantil que parecía impedirle convertirse en un adulto. Aquella era una de las cosas que más gustaban al líder de él.

Todavía estaba valorando si responder al muchacho o pasar a temas que le interesasen en mayor medida cuando el chico realizó una segunda pregunta. El líder alzó las cejas con cierta sorpresa y luego dejó salir una leve carcajada. Aquello había sido tan espontáneo que le había resultado verdaderamente gracioso. Se preguntó cuánta gente le habría preguntado eso de aquella forma tan inocente.

—Pues, ahora que lo dices, sí me apetece salir un poco de la rutina —Respondió divertido ante la pregunta del muchacho –siempre manteniendo aquel tono seductor-. Lo observó con su sonrisa habitual y se acercó para apartarle el pelo del flequillo y acariciarle la magilla hasta sostenerle el mentón con suavidad.

—Hace tiempo que no estamos solos, ¿Verdad, Silvanus? —Comentó con tono zalamero y misterioso, mirando a los ojos verdes del muchacho fijamente para generar una tensión momentánea aderezada con sus caricias.

Entonces amplió su sonrisa y lo soltó, dirigiéndose lentamente hacia el piano.

—Ven conmigo, ¿sabes tocar algo? —Le preguntó ya dándole la espalda para llegar hasta el instrumento. Una vez frente a él, se apartó la chaqueta para no arrugarla en el asiento y se sentó frente al piano, tocando un par de notas y acordes como si quisiera comprobar su tono. —El piano es un instrumento asequible que suena bien con casi todo —Explicó.

Soplo aliviado al ver que el líder se lo ha tomado de buenas y no me ha largado un bofetón. Sil, debes aprender a contener tu lengua.
Sin embargo, en seguida olvido mi reprimenda para atender con ganas a cada una de sus palabras.

Su pregunta hace que un rigor se apodere de mi, dejándome estático. Era cierto, sin embargo, sus caricias y su serena mirada me emboban y me debilitan, haciendo que un escalofrío me recorra y me tiemblen las piernas de puro placer. - Verdad, señor. - Balbuceo, mirando nervioso a ambos lados, para luego, tragar saliva rápida y silenciosamente.

Sin embargo, la conversación torna a otros campos. En este caso, la música. Me quedo quieto y observo.- No... no sé tocar ese instrumento señor.- Digo dando un pasito hacia delante, como acercándome a aquel monstruo lacado en negro y de blanca e indiferente sonrisa. - Una vez tuve una flautita. Hewina me la regaló por el cumpleaños de hace dos años sin embargo...- digo frotándome el cuello y sonriendo con culpabilidad.- Nunca... aprendí a tocarla bien. Nadie me enseñó, señor. Además...- digo agachando la cabeza.- Le he perdido la pista.- Me sincero.
Me acerco otros dos pasos al escuchar sonar sus dedos.
Me coloco finalmente a su lado y extiendo tímidamente un dedo hacia una tecla.- Es raro. ¿Se sabe de memoria las teclas que son y que tiene que tocar? Son todas iguales es... ¡Es complicadísimo! - toco otra.- Mire, esta es más bonita.- Concreto al haber tocado una de las más agudas.- Ya no toco más.- Digo recogiendo mi mano, poniendo ambas una encima de la otra, delante de mis piernas. - No quiero que se ría de mí por no saber nada de esta cosa.- Le digo sincero, apretando una sonrisa.

Cuando me coloca entre sus piernas noto un ardor en mi pecho. Sin embargo, intento mantener la compostura achacando aquel gesto a la confianza que existe entre nosotros.

Obedezco al sentir sus manos corrigiéndome el torso- De... acuerdo...- aclaro en un susurro.- O-orgu...llo.- Repito. Quedándome en la posición en que sus manos me han dejado.
Noto sus movimientos y atiendo a sus explicaciones. Es como... una paleta de pinturas. De eso sí que entiendo. Pero en vez de colores: sonidos. Sus hábiles manos me hacen tocar una serie de notas simples, las cuales intento memorizar, poniendo toda mi fuerza en ello.

Cuando sus manos me sueltan para que las mías puedan volar solas por aquel mar de blanco y negro, trago saliva y repito la melodía aprendida, sin embargo cometo un error y el piano emite un quejido que rompe la melodía en cuanto sus manos se asientan en mis piernas.

-Siento...- digo tocando suavemente las notas.- Ahora mismo siento... que... - cometo un error.- Estoy enamorado de usted y... que... estoy ilusionado porque me ha dicho que me llevaría - cometo otro.- A Caligo y... - toco en silencio durante unos segundos.- Pero sobre todo ahora siento su cariño y su aprecio hacia mí.- Digo con la voz y las manos temblorosas de verdadero pánico y excitación.- Le siento. - Concluyo, cometiendo otro gazapo.
Apoyo entonces ligeramente mi cabeza hacia atrás con el fin de estar algo más cerca de él y, con la vista alzada, pienso y luego hablo.- ¿Qué soy para usted, señor? - Jamás me cansaría de hacerle esa pregunta.

El líder sonrió con cierta malicia cuando el chico empezó a hablar titubeando. Veía como le temblaban las manos cada vez más y a cada palabra los fallos se iban agravando en sus movimientos. Escurrió las manos por sus piernas hasta rodear su cintura y abrazarlo por detrás. Las palabras del chico le resultaban tan sumisas y sabrosas que se dedicó a acariciar su torso y aplicar una ligera presión cerrando las piernas en torno al muchacho. Una presión tan leve que él casi no supiese discernir si era real o una simple impresión suya provocada por la excitación.

Cuando el chico se apoyó contra sí lo estrechó un poco más, pero sintió una punzada de incomodidad en cuanto el muchacho preguntó -de nuevo- qué era para él. Al parecer no se cansaba de preguntar aquello. Arrastró una de sus manos hasta acariciar su cuello y alzarlo.

—Sabes que eres mi niño, Silvanus —Le respondió en un nuevo susurro, besándole luego en la mejilla. —Pero me duele que sigas dudando una y otra vez de mí —Le explicó, girándole ligeramente la cara para que lo viera a la cara. Luego le dio un pequeño beso en los labios. —Ya te he dicho que voy a llevarte conmigo, ¿es que no es suficiente? —Preguntó con un deje triste en su tono. Rebuscó entre su pelo con la cara y acabó por besarle el cuello al tiempo que la mano que descansaba rodeando su cintura, bajaba levemente hasta el medio de sus piernas. —Quiero oír tu música, Silvanus... —Susurró en su oído.

Me pongo nervioso de golpe al escuchar la tristeza en su dulce boca.- ¡Oh! No... no era esa mi intención señor.- Digo maldiciéndome por dentro. Usted... yo... yo únicamente quería escuchar algo bonito de sus labios. Nuestro amor es tan... inconstante y efímero que... a veces necesito que me recuerde lo que soy para usted. Siento... haberle incordiado.- Digo en un susurro quejicoso. - Lo siento...- me disculpo apesumbrado.

Sin embargo sus caricias, tan sutiles como efectivas me cortan el aliento y su último gesto hace que, instintivamente, cierre algo las piernas, apretando su mano contra mi cuerpo, mientras libero un pequeño gemido ahogado. Estoy algo tenso. Cualquiera podría entrar y... Menos mal que con Cynara fuera del radio de acción, estoy algo más tranquilo.

-Aren... yo... le he echado muchísimo de menos y...- los serpenteantes movimientos de sus manos y su lengua me dejan sin palabras.

El líder sintió los espasmos del muchacho y continuó acariciándolo mientras este hablaba para que su mente no se concentrase en nimiedades que pudieran causarle alguna duda sobre sus sentimientos.

—Ya te he dicho que sería difícil, Silvanus. Y sabes que no me gusta repetirme —Le susurró mientras la mano que le había acariciado el cuello bajaba ahora para desabrocharle la camisa botón a botón. —Te advertí de que nuestra relación sería tediosa a causa de mi cargo. Pero eso no quiere decir que los sentimientos sean efímeros o inconstantes, ¿cierto? —Preguntó con tono meloso, acariciando ya su pecho y su entrepierna con la mano que el chico había apresado entre sus muslo. Le recorrió la oreja con la lengua.

—Si el esfuerzo que nuestro secreto requiere te resulta insostenible, Silvanus, quizá debería apartarte de mí... —Indicó sobre su oído, con un tono algo más resuelto. Paró entonces sus caricias por un momento, para dar la impresión al chico de que todo se acabaría en el mismo instante en el que el líder valorase que él no podía continuar con aquello. Al poco volvió a acariciarle. —Pero si estás realmente capacitado y dispuesto a amarme de este modo, entonces no dudarás de mi palabra —Indicó con tono edulcorado, marcando una orden implícita y subconsciente en sus susurrantes palabras. La mano que acariciaba su pecho dio con uno de sus pequeños pezones y comenzó a acariciarlo en círculos.

—Déjame complacerte, Silvanus, desátate y olvida cualquier tipo de preocupación. Yo me mantendré distante, pero cuando vuelva volverás a quedar extasiado bajo mis manos. Pero no puedes dudar de mí, ¿qué clase de fidelidad es esa? La duda te aleja de mí, pequeño y si te alejas demasiado, entonces no podré volver para amarte... —Pasó la lengua por su cuello y acabó por darle un pequeño mordisco en éste. —Ven conmigo... Olvida el día y la noche y el cielo y la tierra e incluso tu propio nombre por unas horas... —Le susurró mientras continuaba recorriendo su cuerpo y apretándose contra él.

-Cierto...- corroboro, con algo de temor.
Su amenaza me hace reaccionar.- ¡No, no, por favor! ¡Ni lo piense! ¡Seré fuerte! ¡Se lo prometo!- le explico, excitado y temeroso de que todo acabe. Cuando sus manos se detuvieron, mi corazón dio un vuelco, por lo que me giro hacia él para suplicar el perdón con mi mirada. Sin embargo, no parece ser más que una ligera amenaza. Amenaza que no debo permitir que se repita.

Sus ávidas manos dieron con mi pecho, y sus dedos comenzaron a jugar realizando pequeños círculos dulces y suaves. Me sentí acunado por sus gestos y sus palabras, densas y graves. -De... acuerdo...- Digo ya algo excitado, con la respiración bastante agitada. -Hágame... olvidarlo todo.- Digo besándole con ternura.- Todo...- Repito al coger aire.

El líder sonrió con maleficencia cuando el chico sufrió aquel pequeño ataque de pánico por sus palabras, aferrándose a él. Aquella dependencia era deliciosa. Continuó acariciándolo y escuchando sus palabras suspiradas y acabó por besarlo recorriendo su boca con su bífida lengua tan característica, acariciando la del chico.

Utilizó su pulgar para masajear el punto álgido de la entrepierna del muchacho hasta sentir una ligera humedad y luego lo arrastró por su pecho hasta lleváselo a la boca y apoyárselo en los labios. La mano que acariciaba el pecho del chico se coló tras éste, y rebuscó entre sus ropas para abrirse el pantalón.

—Tengo algo que echarás de menos... —Comentó con malicia y picardía, pegándose todo lo que pudo al chico para que pudiera sentirlo. —Haz que toque para ti, mi pequeño amor de mar... —Le susurró acariciaándole el pelo y besándolo en la mandíbula. El dedo que había permanecido en la boca del chico, se escapó de ella y descendió por su mentón y su pecho hasta volver a su localización inicial.

FDR: a partir de aquí es una (fumada de) mamada de toda la vida de nuestro señor. Absténganse los no interesados. XDDDDD

No pude evitar soltar algún que otro gemido ahogado. Mi primera sacudida de placer comenzó en cuanto su mano se humedeció un poco. Instintivamente deseaba que hiciera todo lo que hacía. Era como si me leyese la mente. Su poder era tan... abrumador... o simplemente quizá es que sea algo simple. Fuera lo que fuese, accedí de buena gana a todas sus peticiones.

Cuando habla, mis pupilas se dilatan un poquito debido a su petición que, junto con sus palabras de amor y cariño, hacen que cierre los ojos con fuerza y no me llegue el momento de complacerle.

Observándole con una mirada nerviosa, por temor a que alguien pueda entrar, me deslizo entre sus piernas, nervioso y con el corazón a cien por hora. Mientras su derecha me acaricia la cabeza, su izquierda me facilita las cosas.
Estoy contento, pero tampoco es momento de mostrar una sonrisa de oreja a oreja como un tonto. Sin embargo, mi felicidad es casi palpable.

Lo he hecho más que una vez, sin embargo, parece que haya pasado una eternidad desde la última vez. Casi como que me da un poco de miedo incluso. Sin embargo, no soy un guerrero de Brontë para ahora tener miedo en situaciones así, por lo que me acerco y lamo de abajo arriba con mi -ahora fría- lengua un par de veces toda su interminable extensión. Como si del mejor postre vertical se tratase, lo lamo con cuidado y avidez, con el fin de crearle algo de expectación.
Finalmente y de forma lenta y silenciosa, decido incorporar su miembro en mi interior y cerrar los ojos con una pequeña lágrimilla en el derecho. No por una arcada, sino por cierta emoción.
Esa sensación de tener la boca llena, respirar con fuerza por la nariz - si es que te queda tiempo para respirar- y el palpitar de su corazón en mi lengua me llenan de nostalgia y alegría es... creo que no nos podríamos hacer mejor regalo de forma recíproca. Si estuviese en mi mano, no dudaría de amarle de este modo todas las noches, mientras cenase, o mientras se divirtiese en cualquier otro menester. Viviría tal y como estoy ahora toda mi vida: haciéndonos felices al mismo tiempo de una forma preciosa y envidiable.

Tomo una bocanada de aire, quedando únicamente unidos por una pequeña hebra de saliva ardiente y se me escapa una pequeña mueca sonriente antes de volver a verle a los ojos y volver a introducírmela lentamente sosteniéndole la mirada mientras lo hago.
Por mi parte, la excitación también es enorme, sin embargo, decido utilizar mis manos para repasar sus muslos y subir mi derecha un poco por su abdomen y pecho, crispando los dedos de puro placer al llegar a su cuello.

Adquiero entonces un ritmo cómodo para ambos y continúo manteniendo nuestra felicidad.

El muchacho no puso impedimento alguno, sino que accedió encantado a la práctica orden que el líder le había dado. Éste lo observó complacido y acarició su pelo mientras el chico se acomodaba de nuevo entre sus piernas. Una vez hizo su mínima parte del trabajo, cedió al muchacho toda potestad de sus piernas y llevo las manos al piano, para tocar la melodía completa de las cuatro notas que le había mostrado antes.


El hombre comenzó a tocar con la calma propia de aquella composición mientras sentía como el chico empezaba a pasarle su humedad. Sentía un ligero cosquilleo entre sus piernas mientras tocaba aquellas notas delicadas y notaba como, a medida que el piscis lo tocaba, se iba endureciendo con más avidez. Toda la tensión había bajado entre sus piernas, con lo que sus brazos transmitían a los dedos el toque necesario para continuar la melodía.

Se movía muy levemente al son de las notas y el trabajo del muchacho. Cuando éste lo introdujo del todo en su boca, el líder cerró los ojos con una sonrisa plácida mientras las notas se hacían un poco más sonoras.

Aquello era tan simple, tan perfecto. Sentía al muchacho disfrutar, quizás incluso más que él, mientras su cuerpo se perdía en los vergeles de la carne, sus manos se centraban en continuar las notas que sabían de memoria y su cabeza, sin dejar de prestar atención a nada, se evadía en el idilio momentáneo. Tan suave y tan acompasado. Su cuerpo llevaba el ritmo de la música, o su música del cuerpo, no habría sabido discernir de qué se trataba. Pero cuando sus manos apretaban con más fuerza las notas para darle intensidad a la pieza, sus caderas empezaban a moverse ligeramente siguiendo los movimientos de aquella cálida y dulce humedad.

¿Es que había algo mejor que aquello? Él sumido en sus mayores placeres, apartado del mundo y sus haberes, de sus ires y venires. Aquello era oscuridad.

Sus caderas realizaban dulces y coordinados movimientos contra mi boca. ¿Se puede existir con tal maestría? Su anatomía es perfecta, al igual que su interior. No existe en la faz de nuestro Dios, personaje tan elevado, bello y puro como la luz de luna que era mi amado.

Decido rodear su parte álgida entre mis labios y utilizar mi lengua con el fin de complacerle lo más posible en esta delicada zona mientras una de mis manos recorre el resto de su miembro de forma rítmica y, ahora, tengo grandes dudas. Quiero tenerle en mi interior. Que baje por mi garganta, su calor, su fuego, su esencia. Quiero que me llene y saborearle, relamerle hasta dejarle completamente limpio. Sin embargo, eso marcaría un sonoro final a nuestro divertimento. Por otra parte, sé que ese momento llegará pronto por lo que trabajo concienzudamente para obtener mi recompensa.

El muchacho se afanó en su empeño y el líder no decidió resistirse. Aquel era un momento para él, lo había decidido así una vez había empezado a tocar. Disfrutaría sin ningún tipo de represión de cara a otros mientras tocaba las suaves teclas una y otra vez en una melodía repetida.

Comenzó a sentir como sus dedos se crispaban ligeramente, escapando a las veces de su medido control, pero continuó tocando con maestría y calma, con las piernas bien centradas en mantener su postura.

Cuando el chico rodeó su extremo y líder encogió su vientre y se mordió el labio inferior en un movimiento que escapó por unos segundos al ciclo melódico que tocaba. Pero mantuvo su sonrisa y continuó tocando, respirando profundamente y dejándose embriagar. No quería pensar en nada, ni siquiera fantasear con nada. Simplemente disfrutar el momento. Comenzó a sentir leves escalofríos por la espalda mientras sentía que iba vertiendo una mínima parte de sus placeres para acompañar la saliva del chico.

Como durante toda la pieza, siguió el ritmo y la forma de la canción y en cuanto supo cercano el final sus piernas se tensaron un poco más en torno a la cabeza del muchacho. Continuó tocando, ya con la postura algo perjudicada y respiró con más fuerza, pugnando por acabar todo aquello con un rápido cambio de velocidad y dominación. Pero contuvo la tensión de sus manos, no podía destrozar ahora la pieza y equivocarse en una nota, o aumentar el ritmo que había llevado hasta ahora. Debía ser suave de principio a fin y contener toda aquella trémula necesidad hasta llegado su momento. No era el líder caeruleus un hombre de ponerse trabas, pero aquella agonía impuesta le resultaba deliciosa.

Cuando las notas llegaron a su fin, al tiempo que su excitación alcanzaba puntos álgidos, se concentró en dar la sutileza apropiada a los últimos tonos, apenas perceptibles y, una vez apartó las manos del marfil, su cuerpo se estremeció para llenar la cavidad del muchacho con una liberación apabullante que le cortó la respiración.

Cierro los ojos con fuerza al sentir aquella presión líquida en el fondo de mi garganta y la relajo y trago para volver a crear hueco en mi boca.
Con avidez y, antes de que su miembro se relaje, le repaso con cierta avidez, con glotonería.

Finalmente me separo y me limpio la boca a la parte interna de la manga de mi camisa y, con los carrillos encendidos ya no tanto por la situación, sino por mi esfuerzo, le veo fugazmente para, luego, pasarme una mano por la nuca y apartar la mirada.
La verdad, no sé muy bien qué hacer ahora. Quizás deba irme. Al fin y al cabo yo ya... he acabado. ¿Qué más puede querer mi señor de mí? - Gracias.- Digo simplemente, mientras, con algo de vergüenza, me pongo en pie, con el propósito de irme, aunque no lo hago. Todavía.

El líder se tomó unos segundos para recrearse en su orgasmo y luego dejó que el chico limpiase todo aquello que se había derramado y lo recolocase todo en su sitio. Él se mantuvo sentado y recto, con las manos apoyadas sobre sus cuádripceps y mirando al muchacho arrodillado desde arriba. La media sonrisa calma que su gesto solía guardar no se había esfumado en ningún momento, y allí seguía, marcando su supremacía de esa forma tan tranquila y tan peculiar.

En cuanto el muchacho bajó la cabeza y agradeció el líder amplió su sonrisa y le puso una mano en la cabeza para acariciarle el pelo, descender por éste y llegar a acariciarle una mejilla para abandonarla por el mentón.

—Mi pequeño... —Le susurró mirándolo a los ojos, profundizando en su interior. Sus mejillas encendidas y su acantonamiento general, junto con aquello ojos vidriosos, hicieron que el deseo que el líder había dejado escapar hacía un momento, fuese regresando lentamente a su cuerpo.

—Ven... —Le indicó una vez más, colocando su diestra boca arriba para que el chico la tomara. —Te haré el amor en mi habitación —Y así, en cuanto el muchacho puso su mano sobre la del líder, ambos se desvanecieron dejando la sala en el eterno silencio en el que vivía. Sin duda aquella estancia le evocaba ensoñaciones maravillosas.

Tras cargar escombros y palés de un lado a otro, me mandan a la sala de baile, pues están llevando hacia allí los restos de muebles rotos y necesitan que se vayan despiezando para hacer leña e ir sacándolos de en medio. Es increíble la lavor de los magos con la reconstrucción, pero hay tanto por hacer que más de la mitad tenemos que ir sacando trabajo como podamos.

Llego cargado con un par de sillas y trozos de mueble destrozados y los dejo caer hacia el montón que se está formando en una de las esquinas de la sala. Una vez con las manos libres, comienzo a despiezar cada resto de mueble que veo. Utilizando Shakröm, trato de ir arrancando las puntas o restos metálicos que puedan resultar dañinos y los voy dejando caer en las cajas donde poner los metales. Es uno de los trabajos menos pesados que he hecho en las últimas horas, así que no me quejo. Es casi como un descanso.

Llevo ya un tiempo haciendo atillos con los trozos de madera cuando un grupo de soldados me pide ayuda para despedazar un gran armario del que ya no se puede hacer mucho. Todos juntos lo tiramos al suelo y nos ayudamos para sacar las puertas y demás partes para poder seguir con lo de antes.

Una vez acabado con eso, doy un par de palmadas en el hombro a uno de ellos cuando se despiden y me paso una mano por la frente. Es entonces cuando veo a Inger rondando por la sala también. Hay tanta gente que ni me había fijado en ella. Veo que se encuentra bien. Me acuerco un momento.

—Ey, así que estás bien. Me alegro de verte —Le comento con una sonrisa cansada.