Sala de baile

Lluvia ladeó la cabeza, frunciendo un poco el ceño.

—¿Las dos mujeres de prisión?

¿Por qué iban a ayudarlas si ellas habían atacado primero? Entendía que sí curasen las heridas mayores para que no se muriesen y pudiesen hablar, pero no entendía por qué deberían atenderlas más. Aunque, ahora que lo pensaba, tal vez el señor Cierzo hubiese querido decir otra cosa.

Caviló un segundo antes de responder a la pregunta del aether.

—Bueno, estamos nosotros dos y luego hay una chica llamada Ben que es muy buena como usted. —Le sonrió—. Es caeruleus, y aunque no he hablado mucho con ella, parece maja.

La pregunta me pilló un poco por sorpresa. Parecía bien informada. De todas formas, era lógico encontrar lagunas entre los datos que tenía, ya que no había tomado parte.

-Las dos mujeres que iniciaron el ataque -expliqué-. Actualmente están bajo jurisdicción de los líderes de Brontë. Quieren obtener información de ellas relativo al ataque, aunque no sé cuánto se ha avanzado en ese aspecto. Además, tienen que ocuparse de su traslado, ya que, al parecer, no se quedarán aquí mucho tiempo.

Asentí, frunciendo un poco el ceño, pensativo. Lo cierto era que el nombre me sonaba, pero no creía conocerla. Quizás la diferencia horaria fuera un problema, ya que Lluvia tampoco parecía haber coincidido mucho con ella. Por otra parte, casos como el de Frikka me hacían pensar que podía haber otros motivos.

-No la conozco -reconocí-. ¿También toca el piano?

Lluvia asintió, comprendiendo. Claro: el traslado. De eso debían encargarse los líderes. Se sentía un poco tonta por no haberlo pensado antes.

—Supongo que no les quedará mucho si llevan desde el domingo en las mazmorras —murmuró. Frunció un poco el ceño—. O, bueno, creo. Yo no dudaría en hablar si estuviese ante algún líder, pero a lo mejor ellas son diferentes.

Lluvia esperaba que no. Sabía que las mazmorras estaban para algo y que nadie dejaría que se escapasen, pero no le gustaba mucho que hubiese prisioneros en Brontë. Le daba cierta inseguridad.

—Sí, toca el piano. —Sonrió. Tras un segundo, compuso una mueca—. Pero, sin ánimo de ofender, no creo que tenga muchos modales al menos con el propio piano. Cuando la vi estaba comiendo mientras tocaba, ¡comiendo!

¡Comiendo!

Estaba absolutamente seguro de que eran diferentes. No imaginaba a Lluvia enfrentando al ejército con el desparpajo y descaro de la caeruleus que había llegado, por lo visto, en busca de sus compañeros. Quizás le perdiera la lengua, al menos, y eso facilitase el interrogatorio.

-Lo iremos sabiendo a medida que las cosas avancen -apunté.

No me resultó extraña su reacción escandalizada. Después de todo, un piano era un instrumento caro, delicado, y había que cuidarlo. Sin embargo, viendo la media social de los guerreros, tampoco me extrañaba que hubiera alguno descuidado.

-No ha recibido una educación muy buena entonces -respondí-. ¿Qué maestro de música enseñaría a tocar y no a respetar los instrumentos?

Lo extraño era que, pese a todo, tocara tan bien como Lluvia decía.

Asintió. Seguro. Probablemente pronto sabrían más cosas. No parecía que los líderes fuesen a ocultar nada y Lluvia no creía que fuesen a aguantar tanto tiempo en las mazmorras.
En cuanto al tema de Ben, Lluvia asintió. Quizá, incluso, Ben no había tenido maestro, aunque Lluvia no se explicaba entonces cómo había aprendido a tocar tan bien el piano.

—A lo mejor ni ha tenido un maestro, aunque eso sería un poco imposible porque no tocaba mal el piano. —Frunció el ceño. Tras un segundo, recordó—: También toca la flauta, ahora que lo recuerdo.

La posibilidad, por su descripción, resultaba un tanto absurda. Sin embargo, siempre cabía la posibilidad de que la tal Ben fuese una mujer-orquesta o algo así. Los músicos errantes no eran tan cuidadosos con sus cosas como lo sería alguien cultivado, pero eso no quería decir que tuvieran que ser necesariamente malos músicos.

-Quizá se dedicara a tocar por las calles, o incluso por distintas ciudades -sugerí-. Eso lo explicaría. Después de todo, hay otros instrumentos con teclado que se pueden llevar de un sitio a otro, igual que la flauta. Quizá toque el piano a partir de algún otro instrumento del estilo.

Por supuesto, cabía la posibilidad de que tuviera un piano propio, pero eso era menos probable. Si tocaba varios instrumentos, en cambio, era más probable que fuera buena en música.

Lluvia meditó las palabras del señor Cierzo. Lo cierto es que no se lo había planteando antes, pero tenía sentido. Eso explicaría su falta de... Modales con el piano, el poco cuidado que había tenido con él.

—Es probable... —Le sonrió—. A lo mejor su maestro también era miembro de una orquesta o algo así. Pero, sea como sea, toca bien, así que es interesante que esté en Brontë, aunque hace mucho que no me la encuentro...

Por más que lo pensaba, no podía entender la relación entre tocar bien un instrumento y ser útil para Brontë. ¿Acaso luchaba a golpe de flauta? No me parecía el método más eficaz, sinceramente. Quizás Lluvia se estuviera desviando demasiado de lo que se suponía que hacía allí. Nunca me había tenido mucha pinta de guerrera, pero esa clase de comentarios me parecían excesivos.

Busqué la forma de obviarlo. No me correspondía a mí reprenderla. Era cosa de los líderes llamarle la atención si perdía el norte.

-Es posible que se deba a los horarios -apunté-. Has dicho que era caeruleus, ¿me equivoco? Es probable que se mueva cuando tú estás durmiendo. De lo contrario, sería muy fácil que os encontrarais, al menos en las habitaciones.

Lluvia tardó unos segundos en responder. Lo más probable es que la diferencia de horarios fuese el motivo, pero.

—Bueno... Tampoco veo a mucha gente, así que. —Se encogió de hombros—. Tampoco le doy mucha importancia. Pero seguro que, como dice, el horario tiene algo que ver.

Le sonrió.

Desde luego, era extraña. Casi parecía esconderse de la gente, pero luego pedía conversación de forma abierta. Y ella misma decía que no le daba gran importancia. No dejaba nada claro qué pensar de sus intereses sociales.

En cualquier caso, asentí.

-Probablemente aparecerá cuando menos pienses en ella -concedí-. Eso es lo que suele pasar.

Aunque siempre podía ser que no volviera a verla. En Brontë, nunca se sabía.

-Se ha hecho tarde para cualquier práctica -declaré, levantándome-. Quizá en otro momento. Ya nos veremos, Lluvia.

Y, tras despedirme con una pequeña reverencia, abandoné la sala.

*Se va*

Lluvia se encogió un poco. Quizá sí apareciese en cualquier momento, cuando ella menos se lo esperase, o quizá no apareciese nunca; era imposible saberlo. De todas formas, se había acostumbrado a estar más sola que acompañada, así que tampoco le daba mucha importancia.

Cuando Cierzo se despidió, sonrió y asintió, a modo de pequeña reverencia. Luego dijo:

—Buenas noches, señor Cierzo. Qué descanse.

Y observó cómo se marchaba. Fue entonces cuando se acordó de que no le había dicho que había leído el libro que él le había recomendado. La próxima vez que lo viese, se lo diría; la historia le había gustado.

*se va*

El chrysos rozó las teclas del piano y se sentó en la esquina del banco, en una posición lateral, de tal forma que no quedaba de frente al instrumento ni le daba por completo la espalda a la puerta. Sus dedos volvieron a rozar las teclas, silenciosos, como si estuviesen tanteando. De pronto, el índice hundió una de las teclas y un sonido grave resonó en la sala durante varios segundos, hasta que el chrysos apartó el dedo. Lyam parpadeó. No sabía nada de música, pero le gustaba, y hoy por algún motivo había recordado su lejana niñez en la que él y su madre cantaban cuando volvían del mercado. Su madre siempre había cantado bien, recordaba, aunque ahora se veía incapaz de describir su voz; solo recordaba que era suave, y que le gustaba.

Una nueva tecla se hundió y un sonido agudo envolvió el lugar. El chrysos volvió a parpadear y volvió a hundir una tecla, y luego otra y otra, sin buscar crear una melodía, tartando, sin embargo, de repetir la nota con su voz.

Hacía mucho que no hacía algo así.

*se queda*

A Ben se le había cortado el bostezo al oír la nota que hendía el aire. Era la primera nota de "La Hija del Mesonero", estaba segura. En realidad, en teoría, y solo en teoría, estaba de camino hacia el baño e iba a lavarse la cara. Pero, como a menudo ocurría, los pasos medio sonámbulos la habían guiado hacia otro lugar, hacia uno mucho más entretenido que el baño. Se quedó junto a la puerta, pegada al marco, escuchando con genuina curiosidad. Al comienzo de "La Hija del Mesonero" le siguió el principio del estribillo de "Cazador del Bulptón", y tras este llegó la larga nota final de "En las Cocinas de mi Señora". Para cuando la música le evocó "Hunia del Cantarillo", no pudo evitar asomar la cabeza a la sala.

-Anda la madre que me trajo y se largó -sonrió, sorprendida al ver al chrysos allí-. Creí que habíamos quedado en que tú eras de cabriolas, pero si también vas a por la música te voy a acabar por coger cariño.

Entró en la sala mientras se rascaba una oreja con la mano izquierda y se frotaba un ojo con la derecha. Dejó ir un nuevo bostezo y se estiró. Después, comenzó a dar saltitos en el sitio, como si calentara para hacer ejercicio.

-¿Está bueno el piano? A veces se pone traicionero. Es caprichoso, el descarao.

El chrysos se detuvo y calló en cuanto notó cómo alguien abría la puerta y se volvió hacia allí, con las mejillas algo sonrojadas pero tratando de mantener, pese a todo, un semblante serio. Quien acababa de entrar era la caeruleus del otro día, Ben. Lyam reprimió un suspiro y negó.

—No voy por la música —respondió, apartando la mano del piano, girandose para quedar completamente de espaldas al instrumento—. Tranquila. 

Al chrysos le extrañaba que la caeruleus estuviese despierta tan temprano, pero no preguntó, y en su lugar esperó a ver si hacía otro comentario. Cuando lo hizo, frunció el ceño y miró al piano, algo confuso. Terminó por encogerse de hombros.

—No sé tocar el piano, así que... No sé... 

Se llevó una mano a la nuca, apenas un segundo. Luego compuso un amago de sonrisa y volvió a mirar a la muchacha.

Ben lo miró con curiosidad, pensándose qué decir. Al final, acabó por encogerse de hombros, quitándole importancia.

-Bueno, intentaré cogerte cariño igual -decidió con una sonrisa.

Acabó por acercarse del todo, ignorando completamente el apuro del chico. Al contrario que él, que había dado la espalda al piano, Ben pulsó una tecla, y luego otra y otra, hasta que dio con la que buscaba. Una vez localizada "La Hija del Mesonero", no tuvo problemas en dar con "Cazador del Bulptón", ni con "Las Cocinas de mi Señora", ni tampoco con "Hunia del Cantarillo".

Rió a su comentario.

-Pues estabas tocando, y no veo que te diera ningún problema -comentó, entretenida-. No saber no es un problema. La música hay que inventarla. Da igual lo que toques mientras te guste -. Improvisó una melodía, tocando notas al azar con un ritmo alegre-. Salvo que quieras tocar algo que ya está inventado. Entonces puedes pedir a alguien que te lo enseñe o buscarlo tú mismo. Pero inventar es más divertido.

El chrysos no se movió cuando la caeruleus se acercó ni cuando empezó a tocar, aunque sí prestó atención a las notas. Sin volverse hacia ella, se encogió de hombros para responder a su comentario.

—Tampoco me va mucho, no te creas, y lo que hacía tampoco era para tanto —murmuró. Tras un segundo, la miró de reojo—. A ti sí te va, ¿no?

No tenía muchas ganas de hablar (como le pasaba últimamente casi siempre), pero tampoco iba a largarse ahora. Un poco de charla tampoco lo mataría. 

—¿Qué sabes tocar?

Ben no dejaba que el humor del chico la afectara en absoluto. Bajó el ritmo de la música, tocando con más suavidad, de tal forma que las notas apenas se oían, pero sin dejar el teclado.

-Oh, sí, por supuesto -respondió con orgullo-. La música está entre las cosas más fantásticas de la vida, y yo cojo tanta como puedo.

Cuando el chico preguntó, su sonrisa se tornó un tanto nostálgica y calló un momento, pensativa. Cuando volvió a hablar, casi parecía que estuviera recitando de memoria su retahíla.

-Canto el valor de los héroes y la melancolía de las damas. Canto el amor y la muerte. Canto las nanas que duermen a los niños y las marchas que alegran las fiestas. Canto al pícaro y al sabio, y canto las putas y sus parientes. A quien lo quiera se lo canto dulce y a quien lo quiera, picante. Mi flauta lo canta todo -. Le dedicó una mirada divertida-. El piano es más terco, pero también se le puede sacar algo si se insiste. La pregunta es: ¿qué quieres que toque?

El chrysos asintió al escuchar su primer comentario. Sin duda, estaba tan feliz como el otro día. Se preguntó durante un segundo si la muchacha siempre sería así de enérgica, pero al final decidió que no le importaba. 

La respuesta de la caeruleus a su pregunta le hizo alzar las cejas, algo sorprendido por el recital con el que había respondido a una pregunta tan aparentemente simple como la suya, pero de nuevo no dijo nada y se limitó a escucharla con atención, mirándola de reojo. Finalmente llegó a la conclusión de que el instrumento que la muchacha tocaba habitualmente debía de ser la flauta, aunque también parecía capaz de manejar el piano.

—Dejaré que me sorprendas —respondió, como respuesta a su pregunta. Tampoco tenía especial interés—. Lo que más te inspire ahora mismo o algo así.

Ben tuvo que pensárselo un momento antes de escoger. Después de recorrer la sala con la mirada, abandonó el piano para dirigirse al arpa y tomó asiento apoyándose en ella. Una mano recorrió las cuerdas sin demasiado interés, quizás por el simple placer de hacerlas sonar, y después, un dedo de la mano contraria punzó una cuerda y rápidamente la de al lado, repitiendo la misma nota varias veces.

Después, la música comenzó. Era una cancioncilla sencilla, no demasiado rápida pero sí alegre, y muy conocida. Ben la había aprendido hacía muchos años, en el pueblillo en el que se había criado, y había estado durante muchos años entre sus favoritas. La sonada melodía tenía muchas letras, y la que Ben cantó la había aprendido en la ciudad. Hablaba de una moza que quería hacerse al mar, y para ello se hacía pasar por hombre. Sin embargo, el mar estaba lejos de su casa, y al final solo conseguía que la metieran bajo tierra, trabajando de minera. La letra, triste, contrastaba mucho con la música, pero a Ben le gustaba la historia que contaba, así que no tardó en concentrarse completamente en su tarea.

Cuando la caeruleus se levantó, el chrysos frunció el ceño, algo confuso, pero no fue hasta que Ben se sentó frente al arpa que entendió lo que la había hecho levantarse. Que tocase el arpa, claro, le sorprendió más que que hubiese abandonado el piano, pero decidió no hacer preguntas y escuchar la canción con atención. 

El chrysos creía conocer la canción, pero no recordaba de qué ni cuándo la había escuchado. La melodía, la música, era alegre, pero no la letra, que era lo que al chrysos realmente le sonaba. Probablemente la hubiese escuchado en las calles alguna vez, concluyó, olvidándose ya de aquellas preguntas y centrándose solo en escuchar a la muchacha. Nunca antes había conocido a alguien que tocase el arpa, así que era algo de cierto interés. 

El chrysos solo habló y se movió, levantándose del banco, cuando la canción terminó definitivamente. Entonces esbozó un amago de sonrisa.

—Un poco triste, ¿no? —Miró a la muchacha—. Pero ha estado bien.

Ben se encogió de hombros, claramente despreocupada.

-Bueno, la moza del mar no es muy realista -opinó, sin darle mucha importancia-. Me dijeron que la historia se cuenta en Hellion, en la parte alta, y que allí sucedió de verdad. Claro que con las canciones nunca se sabe, pero de la parte alta se dice que no hay dónde navegar. La verdad, no sé quién pudo hablarle del mar a la moza. Eso no me lo ha dicho nadie.

Tampoco había preguntado. Aquello le pasaba siempre a Ben. Cuando oía una buena historia, solía pensar que era clara y exacta. Solo cuando ya era tarde para hacer preguntas se planteaba que, quizás, había detalles que quedaban sin respuesta. Aquello, por otra parte, daba misterio a lo que se contaba, así que no era tan malo.

El chrysos se encogió de hombros. 

—Quizá oyó hablar de él en alguna historia y quería ir a verlo, quién sabe. 

Tampoco le importaba demasiado. No dejaba de ser una canción y en la canción cómo hubiese conocido la mujer el mar no era importante. 

—No perdía mucho por intentarlo, ¿no? Aunque al final hubiese salido mal.

La mayoría de esas historias parecían terminar mal, de alguna forma. Era como si te invitasen a no intentarlo.

Ben se encogió de hombros.

-Perdió la luz y el cielo -objetó, convencida-. A mí lo de la luz no me habría importado mucho, pero no creo que la moza del mar fuese caeruleus. Aunque a lo mejor tenía sangre piscis, eso explicaría algunas cosas.

Aunque dejaría otras tantas en el aire, como cómo había llegado la sangre piscis hasta las tierras de la Hellion. Quizás un comerciante, pero sería un comerciante muy aventurero.

Ben estaba pensando en todo aquello cuando su estómago rugió sonoramente, como queriendo dar su opinión. Ben se frotó el vientre con la mano mientras reía. Había cogido la costumbre de esperar a que el hambre fuera evidente antes de acercarse al comedor a acallarla. Tenía la sensación de que la comida se agradecía mucho más así.

Se levantó de su asiento y se estiró, perezosa.

-Creo que tendremos que seguir hablando de la moza del mar otro día -comentó-. Me ha surgido otro asunto más urgente. Pero ya nos veremos por ahí. Por lo visto, no tendrá por qué ser en los tejados.

Con un gesto de despedida, dejó al chico junto al piano y tomó el rumbo del comedor aún con la melodía de la canción entre los labios. Ya ni se acordaba del baño.

*Se va*

El chrysos se encogió de hombros. Que fuese a perder ambas cosas era algo que la mujer de la canción no podía saber, pero aun así dudaba que hubiese decidido quedarse sin ver el mar por miedo a perder la luz y el cielo. Si tanto lo deseaba, a fin de cuentas, era lógico pensar que intentaría todo lo posible para llegar al mar independientemente de los riesgos y las posibles pérdidas. Aunque, bueno, quizá él no fuese el más indicado para hablar de aquello. 

Lyam se despidió de la caeruleus con un leve asentimiento.

—Hasta otra —murmuró, cuando la chica ya se iba. Luego, una vez a solas, suspiró y observó sin demasiado interés la sala.

Se fue poco después.

*se va*

Una vez más, lluvia. Y eso que hacía más calor. Y eso que el invierno parecía haber cedido del todo. Pero, a fin de cuenta, las lluvias no eran algo exclusivo del invierno. Me había permitido, pese a todo, abrir una ventana para que la sala se airease un poco. No podía decir que hiciera excesivo calor, pero sí que la lluvia había frustrado mis planes de un buen paseo.

Me quedaba, en cualquier caso, el piano. Aquella vez había dado con la sala vacía, así que había acomodado una partitura y me había sentado a hacer sonar las teclas. Pronto, el silencio era sustituido por las notas. Mi único público, un boro, parecía tan interesado en mi música como yo lo estaba en su alimentación.

*Se queda*