Sala de baile

La muchacha vuelve algo cansada del entrenamiento pero no tanto como para que el ruido en el salón de baile no llame su atención tanto como para querer entrar.

-¿Hola? -Saluda a nadie buscando con la mirada. Dos figuras no tardan en captar su atención, así como el estruendo del piano.

La muchacha se coloca el pelo, dudando de si la han oído o no, pero decide acercarse al instrumento.

-Ya decía yo que me pareció oír a alguien. -Dijo a modo de saludo una vez estuvo lo suficientemente cerca.

-He oído unas cuantas notas de piano. -Dijo sonriente mirando a la niña, distraída, analizando la situación.

Observó a la felíz familia manteniendo la sonrisa. -Hola, Julia. -Saludó a la pequeña, dividiendo la lista de preguntas mentalmente para aclararse. Negó tras la pregunta.

-Los instrumentos no son lo mío, aunque estuve en clases de canto de niña. -Añadió quitándole importancia con una mano, encogiéndose de hombros. -Tampoco te creas que tengo especial interés por tocar música.

Observó una vez más el entorno, algo inquieta. No sabía si se requería algo de ella para con la niña o la sonrisa era orgullo continuado de madre. ¿Era la madre?

-¿Es tuya la pequeña?-dijo para salir de dudas.

Rió al oír "chiquillo". Era como que hablaba su propio idioma, pero sin preocuparse de que los demás lo hablasen también.

-Bueno, veo que tiene una gran variedad de gustos.

Sí que era de ella la criatura. La verdad es que parecía una madre con la que al menos no te podías aburrir. Era como que pensaba al tiempo que hablaba, por lo que frases largas y preguntas continuas salían por su boca. La muchacha se concentró en captar toda la información para no perderse en la charla.

-Tuya y del...chiquillo. -Repitió como repasando lo que la chica decía, sonriendo. -Ya veo. No sabía que dejarían venir niños a Brontë. -Aunque separarles de sus padres tampoco estaría bien, y si aquí estaba su trabajo...

Antes de darse cuenta la niña huía del lugar y su madre detrás. Todo estaba pasando muy deprisa.

-Esto-eh-sí...-Balbuceó. -A ver si nos volvemos a ver -alcanzó a decir, aturullada por la velocidad del encuentro.

Miró al piano pensando en lo que acababa de decir y recordó los intentos de su padre por que aprendiera a tocar un instrumento. Cantar al menos no requería aporrear trozos de dientes de animales. Soltó el aire en un "pff" de desprecio hacia el piano, como si él fuera el culpable de esos años, y se dio la vuelta para irse.

Antes de salir se paró y giró sobre sus talones. Miró al techo y alzó una ceja antes de hacer sonar una nota dulce con la garganta, sin abrir siquiera los labios, algo nasal. Apretó la boca asintiendo sorprendida.
Al menos tiene buena acústica, pensó.
Y con las mismas salió taconeando rítmicamente de la estancia.


*Fin de escena*

El líder permanecía sentado en una de las butacas de la sala de baile mientras su sirviente claritas tocaba el piano con pericia. El hombre mantenía una pierna apoyaza sobre la rodilla contraria y el dorso de su mano dejaba descansar a su mentón mientras mantenía la vista perdida en la penumbra que había pedido en la sala de baile.

La música lo ayudaba a aflojar los nudos de su mente. Sus ideas, recuerdos y responsabilidades apretaban como correas gruesas y ásperas de las que mil caballos tiraban con fuerza manteniendo tensas hasta abrir yagas en la superficie. Pero la música parecía amainar a aquellas bestias y las hacía detener su carrera para aflojar las ataduras que retumbaban en su cabeza. Sentía las cuerdas flácidas y suaves, un pequeño descanso plácido que le ofrecían las manos del claritas. En momentos como ese el líder caeruleus reducía el mundo a la compañía del claritas, donde las cosas eran más sencillas y tranquilas.

Las notas le hacían pensar en buenos momentos y, por supuesto, le venían a la cabeza imágenes de su pequeña celebridad. Lamentablemente, pese a lo buenas que pudieran ser algunas de ellas, solían acompañarse de pensamientos tintados de desagrado y acababa descartándolas por vivencias más personales.

El líder ya no tenía claro dónde deseaba estar. Antes escabapa hacia Caligo para huir de los quebraderos de Brontë y ahora, sin embargo, parecía hacerlo también a la inversa. ¿Cuál era entonces su lugar de descanso? ¿Ya no quedaba algo como eso sobre Mithos? ¿Había existido en algún momento para él?

El líder sintió una presencia por el pasillo, una igual que todas las que se pueden sentir y que generalmente no son más que personas del servicio moviéndose de un lado a otro. Por eso no le dio importancia hasta que escuchó el sonido de la puerta.

Giró la cabeza para ver de qué se trataba y sus pupilas, casi totalmente abiertas en la penumbra, se contrageron rápidamente, centrando su atención en la figura.

Apenas pudo ver una silueta a causa del contraste, pero rápidamente pudo ir distinguiendo los rasgos más generales. Cara suave, cabellera rubia, estructura reducida en general. Su gesto se petrificó un momento y notó un vuelco en su interior, algo que luchaba con toda su artillería contra la razón que taladraba su mente. La imagen de la cabeza descolocada del muchacho se le apareció delante como si siguiera en aquella habitación, mirándolo fijamente. Él no se dio cuenta ya, pero incliuso Barthemius dejó de tocar un instante, centrando sus ojos sin alma en la puerta. Luego, con un gesto resignado, continuó la melodía.

Para entonces el líder se había aparecido frente al muchacho, agarrándolo con urgencia de los hombros. Se sentía enloquecer. Había un terrible error de cálculo en su mente, en su percepción, algo grabe estaba fallando y todo le indicaba que no podía dejarse engañar, que estaba siendo víctima de un conjuro, una ilusión. Pero tampoco percibía una fuerza con la capacidad de hacerle algo como aquello.

Fue entonces cuando sus ojos volvieron en sí, casi arrastrando al muchacho dentro de la sala para poder verle bien en la oscuridad. Y entonces su cuerpo se fue calmando y su gesto dejó de estar crispado para colocarse la cara de amargor. Finalmente se recompuso hasta estar simplemente serio y soltó los hombros del muchacho, haciendo que su mano derecha agarrarse su cara por un momento, observándolo. Al final lo soltó.

—Casi consigues engañarme. Te pareces demasiado a alguien que conocía —Un familiar, supuso. Había personas que simplemente se parecían; pero también compartían raza y su timbre era similar al de su hermano. Lo miraba cada vez con mirada más afilada, directo a los ojos, buscando que dejase aquella farsa. Ver tal parecido lo crispaba.

—¿Eres familiar de Silvanus Kettleburn? —. Barthemius detuvo de nuevo el piano.

El líder pasó por alto la respuesta del muchacho por haber sido el primero en actuar de forma poco ortodoxa y, sobre todo, al comprobar que rápidamente iba siendo consciente de su posición.

No le hace falta escuchar su afirmación para asumirlo pero, tras el momento de tensión anterior, tampoco le sonaba de más comprobar que no estaba perdiendo el juicio por completo. Entornó los ojos cuando el piscis indicó que venía a llevárselo.

—Gabriel Kettlebur —Repitió —Yo soy el líder caeruleus, Aren Darvenwish. Tu hermano trabajaba bajo mi mando —Explicó —Habría esperado que viniesen por él sus padres, aunque asumo que te habrán enviado como responsable —Dedujo. —Silvanus está a la espera de enterramiento en Brontë. Lo habitual, formando parte de mis escuadrones, es enterrarlo en Caligo, pero pese a que se conocía que todavía le quedaba familia en Aqua había decidido hacer una excepción y permitir que sus padres pudiesen tenerlo de vuelta en casa. Debo darte mis condolencias —Resumió con tono calmado. Cada minuto que pasaba iba molestándole más aquel muchacho. El hecho de parecerse a Silvanus y de indicar con tanta tranquilidad que iba a "llevárselo" estaban irritando sus nervios, ahora a flor de piel a causa del sobresalto.

—En Caligo sería enterrado con grandes honores. Por eso esperaba hablar con su padre, para preguntar qué decidiría al respecto —Añadió.

El líder observa la actitud del muchacho. Sin duda podía apreciar perfectamente de dónde venían la falta de educación y de saber estar de Silvanus observando mínimamente a uno de sus hermanos. Al parecer el chiquillo no era consciente de la situación en la que se encontraba, por mucho que el líder había tratado de exponer claramente los hechos.

—Te ofrezco volver con vida a la madriguera de dónde se supone que hayas salido —Sentenció cuando el muchacho terminó de hablar. —Creo que no me he expresado con suficiente claridad para una mente pueril como la tuya, así que te haré el favor de repetírtelo —Su voz estaba teñida de desagrado.

—Silvanus Kettleburn dejó de pertenecer a Aqua en el momento en que se alistó en mis filas, es responsabilidad de mi ejército y mi país y sólo se accederá a enviarlo a su tierra, rompiendo el protocolo, si la familia desea un entierro digno en su cementerio. Bajo ningún concepto permitiré que uno de mis hombres sea tirado en cualquier hueco maloliente cuando merece ciertos honores. Si esto es todo lo que tienes que decir, la conversación está acabada. Se enviará una invitación a sus padres y no volverás a presentarte delante de mí si quieres seguir con tu estúpida vida —Sentenció con determinación.

Quiso pasar por alto el resto de palabras del muchacho, pero había una frase concreta que logró volver a su mente tras el discurso. Sin duda aquel piscis era más desagradable y mentiroso de lo esperado por su aspecto. Y su aspecto era deleznable.