Sala de baile

No tenía muy claro por qué había acabado allí, pero ahí estaba, sentado en el suelo de la sala de baile, observando los instrumentos sin demasiado interés, escuchando la tormenta, con un manojo de viejos papeles a su derecha. Era consciente de que aquel no era precisamente el sitio indicado para leer, ni para simplemente estar, pero al encontrárselo vacío, había decidido quedarse.

Estaba de mal humor.
O mejor dicho: estaba de peor humor que de costumbre.

Su última conversación con la chrysos, o su no conversación posterior, habían generado en él una molestia que había ido creciendo con el transcurso de los días. Odiaba no poder terminar de hablar, quedarse con las ganas de decir algo más, de explicarse mejor, y aquello era precisamente lo que había pasado después de que él y Alehyss abandonasen la biblioteca: él, como un idiota, intentando explicar claramente sus palabras; ella, cortante como siempre.

Qué desagradable.

No obstante, de su conversación con la chica no sólo había sacado una molestia, sino la curiosidad necesaria para releer las notas que había tomado hacía meses de sus compañeros. Si bien solía quemar todo lo que pudiese relacionarlo con algo que no es precisamente legal y que tiene así pinta rara, también solía quedarse con un par de notas sobre la gente. Su memoria no era la de un genio, así que si no lo hacía, acabaría olvidándose de los detalles.

Tal y como había supuesto, había cosas que no recordaba haber escrito, y otras que no entendía por qué las había escrito, en qué estaría pensando cuando las anotó. También había partes incomprensibles, que había tratado adivinar con diferentes resultados. Visto con perspectiva, varias de las cosas que había escrito le hacían gracia. Era curioso ver cómo cambiaba la percepción de uno con el paso del tiempo.

*se queda*

El chrysos no se dio cuenta de la presencia de la caeruleus hasta que la primera nota, aguda, irritante, resonó en la sala. Molesto, frunció el ceño y bajó el papel que estaba leyendo, topándose así con la persona que se había aparecido en la sala: Madame. Cómo no. Por algún motivo, al chrysos no le sorprendió que fuese precisamente ella la que había aparecido. Siempre que estaba malhumorado, que para ser justos era buena parte de los días del mes, la mujer aparecía, sonriente, jocosa. Molesta. Parecía que aparecía simplemente para reírse, como quien va a ver a un bufón a una función. Podía resultar desagradable, y en esa ocasión, lo era.

—Creo que es usted la primera persona que me lo dice —respondió. Torció una sonrisa—. Y no, no sé tocar.

Apartó la mirada.

Rió entre dientes. A pesar de que le gustaba la música, no tenía ningún interés en aprender. ¿Para qué? Sería una pérdida de tiempo; había cosas más útiles con las que uno podía enriquecerse.

—Lamento anunciar que no está en mis intereses. —Se encogió de hombros, con una sonrisa en la comisura de los labios—. Lo siento.

Realmente no lo sentía. Y además, estaba casi seguro de que la caeruleus se esperaba esa respuesta, o una similar en su defecto.

Observó a la mujer en silencio, expectante por lo que fuese que quisiese. Cuando desapareció, alzó ligeramente las cejas, aunque no tardó en fruncir el ceño de nuevo al escuchar su voz tras su espalda. Sin levantarse del suelo, sin prácticamente moverse, alzó el cuello y la miró, todavía dándole la espalda.

—¿Qué quiere?

Siempre que aparecía quería algo.
O en su defecto, él quería algo.

Al ver cómo la caeruleus se agachaba, inclinándose un poco sobre él, el chrysos torció una sonrisa, sin apartar la mirada de los ojos de la mujer y sin decir nada, expectante por lo que fuese que iba a decir. Escuchó su pregunta sin variar ni su posición ni su expresión, y cuando se irguió de nuevo, él volvió a mirar al frente. Rió entre dientes de nuevo, jocoso.

—¿Compañía? ¿Solo? Debe de estar muy aburrida entonces, buscando mi compañía. —Observó a la caeruleus, que acababa de sentarse en uno de los sillones. Sonrió—. Soy terrible conversando, un borde con todas las letras, maleducado y sin mucho que decir. Definitivamente, ha escogido mal su compañía, Madame.

Volvió la vista a sus notas, desinteresado. Una vez leídas, una vez recordado qué había escrito, carecían de interés. Para él, claro.

—No voy a leer más, no me hace falta.

El chrysos suspiró. Si la caeruleus no estaba aburrida, entonces no entendía qué estaba haciendo ahí. No entendía por qué buscaba compañía, y por qué se conformaba con la suya, si no estaba hastiada. Se la imaginaba como una mujer ocupada, con una ingente cantidad de trabajo o de, simplemente, cosas que hacer con la que ocupar su tiempo, así que el único motivo por el que se le ocurría que podía pararse a simplemente charlar era el aburrimiento.

—Usted también me causa cierta simpatía —admitió, dibujando un amago de sonrisa. Si bien la presencia de la caeruleus, sus formas, altivas, jocosas, como si se riese del mundo, no eran las más agradables, la mujer le caía extrañamente bien. No sabía los motivos, tal vez porque la veía bastante más de lo que había esperado jamás, o porque realmente a él no le había hecho nada, pero su compañía no le desagradaba. No siempre. Pensó durante unos segundos en la opinión que le había dado a Alehyss sobre la caeruleus. Si se la pidiese ahora, sería bastante diferente a la que le había dado.

En silencio, observó a la mujer. Cuando esta anunció que se iba, él se encogió de hombros, sonriendo aún. Si se iba porque creía que le molestaba, motivo bastante improbable, la mujer se equivocaba. Realmente no le molestaba, y si había apartado los papeles era porque no le importaba charlar con ella un rato. Tampoco tenía especial interés, no obstante.

—Lo mismo le digo. —La miró. Ensanchó la sonrisa—. Buenas noches.

Sin duda, la conversación había sido no sólo corta, sino bastante insustancial.

Esperó a que la mujer desapareciese para recoger sus cosas. Observó unos segundos más los papeles, ya de pie, dispuesto a irse. Debería deshacerse de ellos, pensó.

*se va*

Cuchillo en mano, había ido buscando un sitio en el que nadie me molestara. Después de la experiencia con Rick el otro día, no quería ir por ahí asustando a la gente. Por otra parte, no podía seguirme refugiando todo el tiempo en el hechizo de la sala de entrenamiento; tenía que arriesgar un poco.

Por eso, visto que salir fuera seguía sin parecer una opción, busqué algún lugar poco transitado donde trabajar. Acabé por escoger la sala de baile. Era una sala amplia, pero no había mucha actividad en ella. Normal, por otra parte.

Me dirigí directamente al fondo, a la zona de los instrumentos, y me senté frente al piano. Si alguien entraba, sería fácil ocultar qué estaba haciendo, y evitar con ello sustos como el que le había dado a Rick. Una vez allí, pues, comencé a trabajar.

Empecé con un corte pequeño, muy superficial, en la palma de la mano. Evidentemente, en un momento estaba cerrado. Volví a abrirlo, situando otro similar junto a él. De nuevo, los cerré en seguida. Parecía evidente que no era difícil si los cortes eran así. Aunque, con semejantes rasguños de pacotilla, uno ni se molestaría en hacer un hechizo.

Decidí, pues, imprimir algo más de fuerza, aunque siempre sin pasarme. Llegado aquel punto, el cortar la piel no suponía nada, no me causaba sensación de ningún tipo. Aquello, pensé, era bueno. Continué cortando y curando, una y otra vez.

*Se queda*

El chrysos vagaba por los pasillos, observando de vez en cuando por las ventanas el exterior, donde la lluvia seguía cayendo y los rayos seguían apareciendo, con algunos insignificantes chispazos en su propia piel, nada demasiado grave. Nada había cambiado desde hacía semanas, y aquello comenzaba a resultar exasperante. ¿Cuánto tiempo duraría la tormenta? A ese paso acabarían con el agua hasta las orejas, o al menos los animales del establo sí acabarían casi ahogados. ¿Cómo estarían los exteriores de Brontë? Seguro que embarrados, con árboles caídos y un destrozo patente en cada lugar. ¿Y fuera de Brontë? ¿Cómo estaría el resto de Fulmen? Probablemente peor; por algún motivo, tal vez porque pensaba que el palacio debía tener algún tipo de magia a su alrededor, era incapaz de imaginarse el resto del continente en mejor estado. Casas derruidas, construcciones destrozadas, inundadas, árboles rotos, agua en las calles, cadáveres en las esquinas, y chrysos chispeando y enfermando como moscas. Algo así se había imaginado cuando había leído el anuncio, a pesar de que el centro de sus atenciones no había sido el continente en el que vivía.

Sumido en esos pensamientos, el chrysos llegó a la sala de baile, sin saber hasta hallarse frente a la puerta que se había estado dirigiendo hacia allí. Al adentrarse en la estancia, se dio cuenta de que no estaba vacía, y de que Massen Dew, la piscis, estaba frente al piano, haciendo Mithos sabía qué. Probablemente tocar el piano, aunque no se apreciaba ningún sonido. El chrysos frunció ligeramente el ceño y, curioso, observó la espalda de la piscis, intentando no molestarla. Si se volvía, la saludaría sin más.

Hacía tiempo que no la veía.

fdr. *post escrito única y exclusivamente para decir ¡feliz cumple! si la ocasión se presenta, sí, es lo que pensáis*
(?)

Hasta que una gota de sangre no cayó sobre el piano no me di cuenta de que, por más que pretendiera pasar desapercibida, no iba a servir de nada si no tenía cuidado con cosas como aquella. Qué lista, Massen Dew. Busqué un pañuelo en mi bolsillo (aunque ya estaba bien, todavía lo llevaba) y limpié con él, primero, el filo del cuchillo, y después, la sangre del piano.

La tecla, al presionarla, se hundió, produciendo un sonido más bien grave que llenó toda la sala. Como consecuencia, casi inconscientemente, miré alrededor, como si esperara ver el sonido esparcirse. Y, al hacerlo, me encontré con una cara conocida junto a la puerta. Di un respingo al verlo, sorprendida.

Disimuladamente, tratando en todo momento de que no lo viera, envolví el cuchillo en el pañuelo y lo puse entre mis piernas, sujetándolo y ocultándolo así. Sonreí a Lyam.

-Buenas noches.

Finalmente, sí se escuchó un sonido, grave, envolvente. El chrysos alzó las cejas, sorprendido, pues realmente no imaginaba que la piscis supiese tocar el piano (por algún motivo, era incapaz de imaginarla frente a él, a pesar de que ahora mismo estaba frente al instrumento), pero no tardó en esbozar una sonrisa al ver el rostro de la muchacha. Dio un paso adelante, sonriente, con las manos en los bolsillos.

—Buenas noches.

Observó el resto de la sala, reparando en el resto de los instrumentos, el techo y las ventanas, donde se detuvo unos segundos más para observar la lluvia.

—¿Interrumpo algo? —Volvió a mirar a la piscis—. No sabía que tocases.

Sentí que enrojecía levemente, y comencé a negar muy deprisa, gesticulando mucho con los brazos. Si solo me faltaba que se pensase que estaba dando un recital... Qué vergüenza. A lo mejor la sala de baile tampoco era buen sitio para aquello...

-Ah, no, en realidad no toco -respondí, hablando muy deprisa-. Solo estaba... Bueno, en realidad no estaba haciendo nada.

Un relámpago se dejó ver desde detrás de los ventanales, muy cerca, llamando mi atención. Me volví de nuevo hacia Lyam, alzando las cejas.

-Ahí fuera sí que tienen un buen concierto... -comenté, tratando de desviar el tema.

Se rió con suavidad. Fuese lo que fuese que estaba haciendo, debía ser algo o muy embarazoso o muy difícil de explicar.

—La sala de baile es un buen lugar para no hacer nada, sin duda. —Sonrió—. Casi siempre está vacía. Aunque si yo fuese a hacer nada, tal vez me iría a las mazmorras. Poca gente va a las mazmorras por voluntad propia, así que...

Se encogió de hombros. Si él tuviese que esconder algo, realmente iría a los tejados, donde sí debía ser bastante difícil encontrarse a alguien. Además, si alguien preguntaba, siempre podías decir que contemplabas el paisaje. Observó la ventana; un relámpago había aparecido. Una lastima que la tormenta fuese la que era. Esbozó una mueca.

—Creo que el concierto se les está alargando demasiado —murmuró. Luego chasqueó la lengua—. Aunque con un poco de suerte acabará antes de que Brontë se convierta en una ciudad submarina.

Suspiró. Realmente esperaba que la tormenta terminase relativamente pronto, aunque el panorama, sumado al anuncio, donde se informaba que las catástrofes se estaba produciendo en todo el globo, daba a entender que duraría bastante más.

—Hace como siglos que no nos vemos —comentó, neutral. Miró a la muchacha—. ¿Qué tal estás?

Contuve una mueca. No estaba tan desesperada por ocultarme como para meterme en las mazmorras. Y, de todas formas, no tenía mucho sentido lo que decía. Es decir, podía no hacer nada en cualquier parte, en realidad. Y hacer algo también. Ocultar algo ya era otra cosa, pero seguía sin gustarme su idea.

-No me apasionan las mazmorras -repuse, tratando de sonar despreocupada-. De hecho, yo tampoco iría allí por propia voluntad. De ser por mí, iría a no hacer nada al lago, pero no parece buena idea estos días.

Estaba harta de estar aquí dentro. Asentí, completamente de acuerdo.

-En realidad, que se convierta en ciudad submarina a mí me da un poco igual -respondí-. Me preocupan más esos rayos. Y el granizo, desde luego.

Acaricié con un dedo la tecla que antes había limpiado, sin pulsarla. Me encogí de hombros.

-Sí que hace -contesté-. Pero en parte es normal, he estado fuera. Me fui a Aqua un tiempo. Aunque ya hace un par de meses de eso. ¿Tú no has ido a ningún sitio?

Alzó las cejas. Tenía sentido que a Massen no le molestase que Brontë se convirtiese en una ciudad submarina; era una piscis, a fin y al cabo.

—Con un poco de suerte, esto terminará antes de lo que esperamos y todos podremos hacer vida fuera de estas paredes. —Suspiró—. Aunque a saber cómo estarán las cosas fuera. No me sorprendería encontrar todo patas arriba.

De hecho, le sorprendería lo contrario, encontrarse con todos los terrenos de Brontë tal y como los había visto la última vez.

Dio un par de pasos, acercándose a una de las ventanas, y observó de nuevo el exterior. ¿Serían estas catástrofes naturales las primeras de una larga secuencia de fenómenos? Tal vez. Si las catástrofes derivaban de esa extraña energía, tal y como afirmaban en el anuncio, y si esta energía derivaba de un poderoso enemigo, era de esperar que más sucesos de naturaleza similar acabasen sucediendo. Aunque suponía que debía ser difícil imaginarlas, mucho menos adelantarse a ellas o algo semejante. ¿Qué sería lo siguiente? A saber.

Se volvió hacia la piscis. Sonrió.

—Nah. No he ido a ningún sitio; hace bastante que no salgo de Brontë. —Se encogió de hombros—. Aunque Aqua parece un lugar interesante. Nunca he estado, pero es la impresión que me da.

Sonreí, con confianza.

-Bueno, sí que es probable que este todo patas arriba -acepté-. Pero precisamente para eso estamos nosotros, ¿no? Para devolverlo todo a su lugar. Si está todo hecho un desastre, nosotros nos encargaremos de que deje de ser así.

Era lo mismo que la última vez, y que todas, en realidad. Cuando había vuelto de Aqua y me lo había encontrado todo destrozado, había ayudado a devolverlo todo a la normalidad. Y, tras la tormenta, sería lo mismo. Era mi trabajo, y estaba orgullosa de él. Y el abuelo, a aquellas alturas, ya no podía mirarme por encima del hombro.

Puse una mano ante mí, girándola a un lado y a otro, con gesto de poco convencimiento.

-Tampoco diría yo tanto -repliqué. Hice un gesto brusco con la mano, como si espantara una mosca-. Bueno, que tener, tiene de todo. Ciudad Nevada es un sitio precioso. Lo malo es que siempre está lloviendo. Y las islas son maravillosas. Al menos en las que he estado. Vale la pena verlo. Pero cuanto más al sur te vas, peor es todo. Solo hay frío por todas partes, y nada de gente. Es horrorosamente aburrido.

Sonrió ampliamente, y asintió. Por supuesto, aquel era su trabajo: arreglar las cosas, devolver todo a su lugar. Ya lo habían escrito en el anuncio: preparaos, concienciaos, sed fuertes para proteger vuestras vidas y las de aquellos que os necesitan. Visto así, daba la sensación de que todos los guerreros de Brontë eran un proyecto de héroe. Resultaba curioso, y gracioso de alguna forma.

—Por supuesto. —Ensanchó la sonrisa—. Y después de arreglar Brontë, iremos a poner orden donde nos llamen. Para eso estamos.

Probablemente habría mucho que arreglar después de las catástrofes. Se imaginaba todas las misiones que aparecerían cuando la tormenta cesase. ¿A dónde se los enviaría primero? ¿Y qué encontrarían allí? Mithos sabía, y él no estaba precisamente interesado en saberlo también.

—Entonces, si fuese un turista, lo más coherente sería que permaneciese en el norte, ¿no? —Alzó la vista al techo—. En una isla, o en la propia capital. —Asintió. Y sonrió de nuevo—. Tendré en cuenta tus consejos si algún día decido ir.

Asentí, entusiasta.

-Y, la verdad, me muero de ganas de que eso pase -comenté-. No porque quiera que a la gente le pasen cosas malas, evidentemente. Pero estoy deseando salir de aquí. Estar todo el día bajo techo me está volviendo loca. Aunque peor estáis vosotros, por lo que sé.

Cavilé un momento ante sus sugerencias. Acabé por asentir, más o menos convencida.

-Sí, son buenos sitios -respondí, finalmente-. También dicen que son muy bonitos los dos estrechos, sobre todo el del este. Yo solo he estado en el del oeste, que tampoco estaba mal. Pero claro, yo no iba de turismo, así que tampoco me pude parar mucho a apreciarlo. Además, la parte más bonita era la de Fulmen. Pero Ciudad Nevada es maravillosa, desde Amprophite hasta los arrabales. La gente aprecia poco los arrabales, y no debería. Tienen mucho ambiente. Y bueno, cada isla tiene su propia personalidad. A mí me gustan las que están más al norte, que hace mejor tiempo, pero todas las que conozco son muy bonitas.

Tenía la sensación de estar hablando demasiado, pero aquel tema tenía un interés especial para mí. Hacía mucho que no hablaba con nadie de ello, y menos con alguien que no lo conociera.

Asintió de nuevo, sonriente. La muchacha parecía tan entusiasmada con la idea de salir de Brontë que era casi imposible no contagiarse de su exaltación.

—Creo que todos estamos deseando salir de aquí. —Ensanchó la sonrisa. Luego miró unos segundos por una de las ventanas, y torció la sonrisa—. Creo que hay bastantes chrysos con problemas. A mí, por suerte, salvando algunos chispazos no me pasa nada. —La miró de nuevo—. Soy un afortunado bastardo.

Juntó las palmas de las manos y alzó las cejas. Definitivamente, podían pasarle cosas peores, por lo que había leído en el tablón, así que no se quejaba. Aún iba a ser verdad que tenía una suerte increíble.

Volvió a mirar a la piscis, interesado, cuando la muchacha respondió a su pregunta. Los estrechos, Ciudad Nevada, las islas. El norte en general. Si algún día iba a Aqua, iniciaría su exploración por esa zona. Parecía la más activa y la más atractiva para los turistas, además de ser mucho menos fría que la parte del sur.

—Estrechos, Ciudad Nevada, islas... —Por cada palabra que pronunciaba, levantaba un dedo, contando—. El norte. Interesante. —La miró, y esbozó una nueva sonrisa—. Si no te molesta la intromisión, ¿tú de dónde eres? ¿Ciudad Nevada o alguna isla?

Coincidí con un asentimiento y cierta expresión de preocupación.

-Es bueno saber que algunos estáis mejor -comenté-. Porque he visto un par de casos preocupantes. Pero bueno, supongo que todos se pondrán bien cuando pase la tormenta. Es cuestión de aguantar un poco.

Hice un asentimiento a cada elemento enumerado. Cuando preguntó de dónde era yo, me lo pensé un momento antes de responder.

-Bueno, donde más tiempo he vivido es en el glaciar Nevus, prácticamente lo más al sur que hay -expliqué-. Un sitio horroroso. Completamente deshabitado y frío. Apenas hay luz ni verano. Dan ganas de hibernar eternamente -roté los ojos, remarcando lo poco que me gustaba-. Pero nací más al norte, en la capital. Y ojalá me hubiera quedado allí para siempre, porque es un sitio mucho mejor para vivir.

Una niña de los arrabales. Un piojo con piojos. Así nos llamaba el abuelo. Y normal que le llamaran la atención, ¿qué piojo querría vivir en un sitio como el glaciar?

Frunció levemente el ceño, abandonando la sonrisa que había llevado desde prácticamente el inicio de la conversación. ¿Casos preocupantes? ¿Cuáles? ¿Quién? ¿Sería alguien a quien conocía? En ese caso, ¿quién? Pensó momentáneamente en la chrysos, y en lo cansada que la había visto el otro día, y no pudo evitar preguntar.

—¿Casos preocupantes? ¿Quién? —La miró, todavía con el ceño fruncido, sonando más preocupado de lo que le hubiese gustado. Luego en un tono mucho más animado, componiendo una tímida sonrisa, añadió—. Si no es mucho preguntar. Quiero decir, es la vida de otras personas, no hace falta que des más detalles.

Ensanchó la sonrisa, y después miró de reojo, de nuevo, los ventanales. Aparte de él mismo, los únicos chrysos que conocía en Brontë eran Alehyss y Gerald, y a Gerald lo había visto pasear tan campante como siempre hacía unos días. Con la chrysos también había estado, sí, pero tal vez le hubiese pasado algo antes. Quién sabía. Aunque también estaba la probabilidad de que los chrysos afectados fuesen del servicio.

Todavía observando el exterior, escuchó la respuesta de la piscis. Alzó ligeramente las cejas. El glaciar Nevus le sonaba por lo que había estado leyendo, aunque no sabía demasiado del lugar, salvo que estaba al sur. Miró de nuevo a la muchacha. Por lo que había estado diciendo, no se había imaginado que provenía de allí. Aunque, si se paraba a pensarlo, la gente tendía a ensalzar los lugares donde no permanecía todos los meses del año.

Le sonrió.

—Seguro que no era tan malo. —Torció la sonrisa, dejando salir una suave risa entre los dientes—. Yo vivía en un barrio de cerca de la capital, un barrio muy pobre y bastante horroroso. —Alzó las cejas—. Aunque si me paro a pensarlo tenía cosas buenas, como precisamente lo cerquita que estaba de la zona pija de Fulmen. —Negó con la cabeza—. Aún así, en mi viaje turístico excluiré el glaciar. No me veo en él.

La miró.

Negué con la cabeza y me encogí de hombros. De pronto, Lyam parecía preocupado, pero no había sido mi intención que así fuera.

-Bueno, hay bastante gente del servicio que lo está pasando mal -comenté, llanamente-. Basta con pasarse por la enfermería para ver el panorama.

Pensé en mencionar el caso de Gerald y Alehyss, pero ella parecía estar bien y afirmaba que, probablemente, lo del chrysos sería otra cosa. Así pues, mencionarlo sería preocupar al chico sin motivos.

Cuando trató de defender el glaciar, no pude sino esbozar una mueca de absoluta repulsión.

-No, no era tan malo -repliqué, algo seca-. Era tan peor. Imagínate. Cuatro casas perdidas en medio de un paisaje que es todo hielo y nieve. En su mayoría solo vive gente muy mayor allí, gente que nació allí y nunca llegó a marcharse. Los más jóvenes salen por patas, porque a nadie le apetece vivir en semejante desierto. Y antes aún podías hacer algo de comercio, pero ahora hay cosas mejores en otros sitios. La caza no se da tan bien como antes. O eso decía mi abuelo.

Sonreí a su comentario. Así que él también era de arrabales.

-Yo nací en los arrabales de Ciudad Nevada, y no me parecía en absoluto un mal sitio. Había muchas peleas y era fácil meterse en líos, pero a mí me gustaba. La ciudad era tan enorme... Parecía que pudieras ir a cualquier sitio. Y cuando había mercado nos colábamos entre los puestos para ver qué conseguíamos birlar, y luego hacíamos bote. O, a veces, nos íbamos al puerto a nadar o a pescar. Había quien nos dejaba subir a los barcos, incluso -. Qué nostalgia-. Era muy divertido. Aunque a mis padres no se lo debía parecer, porque un día hicieron maletas y nos mandaron al sur. Y hasta ahora.

Estúpido Loksass. Estúpida Allie. Ni que lo de Seranne hubiese sido para tanto. De haber pasado ahora, yo misma le habría podido curar ese estúpido corte. Yo hubiera sido muy feliz en los arrabales. Pero no, tenían que mandarnos al desierto.

Y, en mitad de mis confesiones y autobiografía, entró una segunda persona por la puerta. Mithos, debía de ser que la sala de baile estaba más concurrida de lo que yo había pensado. Definitivamente, la próxima vez tendría que buscar otro lugar.

-Ah, hola, Gerald -saludé. Tanto hablar me había animado bastante-. No te preocupes, hoy por ti, mañana por mí. ¿Qué tal todo?

Me pregunté si ya habría hablado con Frikka.