Sala de baile

Asintió. Al parece la piscis se refería a la gente de servicio. Aquello, por mal que sonase, era un alivio, aunque, pensó, tal vez debería pasar por la enfermería para comprobar el estado de los chrysos. Que a él no le hubiese pasado nada aún no significaba que no pudiera llegar a ocurrirle. O a alguien próximo.

—Supongo que tendré que pasarme por ahí. —Le sonrió—. Gracias.

Pasarse por la enfermería, además, muy probablemente le serviría para conocer los efectos reales que aquella tormenta tenía en los de su raza. Y también, tal vez, qué hacer cuando se presentaba algún síntoma. Recordaba lo nervioso que se había puesto al ver a Alehyss tan casada el otro día, cuando se levantó y él no sabía qué hacer o dejar de hacer, y no le gustaría verse en una situación en la que se quedase paralizado por no saber si llevar a alguien directamente a la enfermería o si ayudarlo antes, o si debía llevar a los afectados de alguna forma especial o qué sabía él.

Volvió a sonreír cuando Massen explicó cómo era el glaciar, que al parecer, por su mueca y sus palabras, era peor que lo que había pensado. Parecía, por cómo lo describía, un lugar desierto, repleto de nieve y poco más, sin un negocio claro, tal vez con diferentes tribus de piscis. Por algún motivo, no le extrañaría que en un lugar así hubiese comunidades de piscis con leyes diferentes de las que vivían en las grandes ciudades. Serían como los nómadas del desierto de Ignis, pero en versión nevada y azulada.

—Vale, vale, vale. Entonces a ese lugar ni acercarse. Entendido. —Ensanchó la sonrisa—. Nada de glaciares para mí.

La miró. Y cuando mencionó el lugar donde vivía, no pudo evitar reírse, con suavidad. Era hasta curioso que no sólo compartiesen el cumpleaños, sino, de alguna forma, tuviesen similitudes en sus lugares de origen.

—¡Peleas! ¡Robos! ¡Líos! —Rió—. Massen Dew, ¿no estarás describiendo mi barrio, verdad? —Negó con la cabeza. Frunció el ceño—. Bueno. En el mío no había barcos, pero por lo demás... —Sonrió de nuevo, y movió la mano, como si apartase algo invisible—. Recuerdo que cuando era joven y estúpido me metía en muchas peleas. —Asintió—. Estaba enfadadísimo con el mundo. Y que birlaba pan. Mithos sabe que las cosas robadas saben mucho mejor.

De reojo, volvió a mirarla, casi cómplice. Era extraño hablar del lugar donde había crecido, pero no resultaba tan desagradable como había imaginado que resultaría. De pequeño se metía en muchísimos líos, líos de los que la flamma solía sacarle porque siempre había sido más lista y mucho mejor maga en todos los sentidos, y que luego ella se enfadaba y su madre se enfadaba (hasta que no pudo enfadarse más y él decidió pagarlo con todos) y en general todo el mundo se enfadaba. Hasta él, a veces, cuando volvía a casa más roto que entero, se enfadaba, y se imaginaba cómo sería la próxima vez que se encontrase con su enemigo de la semana y cómo devolvería todos los golpes que le habían dado uno a uno, hasta dejarle la camisa tan roja como la suya. Le costó tiempo aprender a golpear bien, pero cuando finalmente lo hizo, pudo cobrarse su venganza personal, derivando más enfados, pero también mucho más orgullo y satisfacción, como si sus golpes hubiesen acabado con toda la ira que llevaba dentro. Si alguien le preguntaba ahora, no se esforzaría en negar que su yo adolescente era un completo idiota.

Sumido en sus pensamientos, no reparó en que otra persona, una indeseable, había aparecido hasta que Gerald habló. De reojo, esforzándose por no componer una mueca, el chrysos lo miró. Al final no se le había quedado atorado el palo del helado. Torció la sonrisa.

—Casual, diría yo.

Lo miró de reojo, luego observó a Massen. Al parecer la piscis le había hecho algún tipo de favor. Miró al chrysos. ¿Cuál sería?

Después de lo que había dicho, no me sorprendió mucho confirmar que, efectivamente, había tenido la clase de vida que yo hubiera querido. Probablemente, de haberme quedado en Ciudad Nevada, no habría tenido tanta prisa por venirme a Brontë. Pensé en lo distinto que habría sido todo. Tal vez hubiera acabado trabajando con Loksass en el taller, o Mithos sabe dónde.

Sonreí, pícara.

-A mí me encantaban los puestos de frutas -aporté, entretenida-. Aunque era tan pequeña que, la mayoría de las veces, con poner ojitos un momento me daban cualquier cosa antes de que tuviera tiempo de cogerla por mi cuenta. Supongo que eso es hacer algo de trampa, pero bien lucido quedaba el botín con una o dos manzanas. Ah, y los barcos... De ahí sí que se podía sacar una buena pieza. Los pescadores rechazan mucho de lo que pescan, así que solo queda pelearse con los pájaros por ello.

Recordaba bien todo aquello, a pesar de lo pequeña que era. Cuando me habían llevado de allí, me había disgustado tanto que había puesto gran empeño en no olvidarlo. Solía pedir a Leen o a Minta que me refrescaran la memoria con algunas anécdotas, hasta el punto de que en mi cabeza se mezclaba y confundía lo que de verdad recordaba y lo que me habían contado. Pero todo tenía un valor especial para mí.

Gerald, por su parte, parecía tan disgustado por la tormenta como los demás. Como si fuera una auténtica entendida, asentí con convicción a su mención de la cerveza.

Cuando se refirió al piano miré un momento el instrumento, y luego de nuevo a Gerald, con una sonrisa. Había que echarle un poco de morro.

-Tocar, tocar, no diría yo, pero para pulsar cuatro teclas, todos tenemos dedos -repliqué, encogiéndome de hombros-. Todo sería echarle un poco de imaginación.

Se rió entre dientes. Jamás hubiera imaginado que Massen Dew, la otrora pequeña Massen Dew, hubiese tenido esa clase de vida, mucho menos que se enorgulleciese de ello. Tal y como había dicho, parecía que se lo hubiese pasado en grande en el arrabal donde había vivido, es más, probablemente hubiese disfrutado de la vida que él había tenido en su barrio, de no ser por algunos detalles que ensombrecían bastante el relato y que no iban a ser mencionados.

Negó con la cabeza.

—Admito que lucirían bien, pero querida Massen, eso es jugar con ventaja. —La miró—. No todos tenemos la suerte de ganar poniendo ojitos, así que... —Negó de nuevo. Luego sonrió—. A mí la mayoría de los vendedores me miraban mal, creo que no les caía bien a ninguno. —Suspiró—. Aunque por suerte, jamás tuve que pelearme con pájaros.

Hizo una mueca. A Dena, sin embargo, sí la veían con mejores ojos, al menos hasta que creció lo suficiente para dejar patente que tampoco era alguien de fiar. Entonces la mayoría empezaron a observarla con desconfianza, aunque todavía había alguno al que podía encandilar para conseguir algo.

Gerald parecía disgustado por el tiempo, como todos. De reojo, lo miró, sin llegar a decirle nada. Miró una de la ventanas. Dada la oscuridad, la posición de la luna y la presencia del chrysos, calculaba que se iría en unos minutos.

Hice un gesto, tratando de llamar su atención sobre aquel aspecto concreto.

-¡Los pájaros! Las aves marinas son peores que ratas, y tienen una habilidad pasmosa para quitarte lo que sea que tengas en las manos -expliqué, con los ojos muy abiertos-. A esas sí que ni ojitos ni nada. Se lo llevan y punto. Y ya puedes quejarte, que como no te salgan alitas de pronto en la espalda, puedes olvidarte de lo que hubieras cogido.

Negué con la cabeza. Sí, de eso sí que estaba segura de conservar un buen par de recuerdos propios. Incluso un picotazo nada desdeñable.

Reí cuando Gerald probó suerte con el instrumento, y asentí, aprobando su muestra.

-Nada mal -valoré, divertida-. Más o menos estás al mismo nivel que yo.

Rió. Los pájaros, terribles criaturas. Jamás se lo hubiese imaginado, y ahora mismo también le costaba imaginarse a esos seres alados como las terribles criaturas que Massen trataba de describir.

—Jamás hubiese pensado que unos pájaros te hubiesen dado tantos quebraderos de cabeza, Massen. —Sonrió—. Aunque estoy seguro de que si vuelves ahora, ningún pájaro podrá hacerte sombra.

Ensanchó la sonrisa. Luego, de reojo, miró a Gerald y, sin borrar el gesto, añadió:

—Me guardo mis encantos. Los vendedores de los mercados no eran los hombres más agradables del mundo. —Miró a Massen, le guiñó un ojo—. Si no recuerdo mal, eran gruñones, prepotentes, se creían el rey del mundo y lo único que tenían era un pequeño mercadillo. —Negó con la cabeza—. Y luego todos con su mote al lado del nombre.

Volvió a negar. Pobres, pobres, pobres mercaderes. Además, él se tenía en cierta estima y no iba poniéndole ojitos a la primera que pasase, mucho menos si medían casi dos metros y llevaban un entrenamiento basado en la fuerza.

Me encogí de hombros. Era una cría, y esos bichos, lo sé de sobra, tenían muy mala uva. Y por entonces parecían monstruos enormes a los que era imposible enfrentarse. Por supuesto que, después de tantos años, las cosas eran diferentes. Eran animales lo suficientemente listos para no acercarse más que a los débiles.

-A estas alturas, ni siquiera se me acercarían -repuse-. Suelen ir a por los niños, porque es más fácil abusar de ellos. En cuanto te separas unos palmos del suelo, ya no se te acercan ni por casualidad. Saben lo que se hacen.

Miré a Gerald sin mucho convencimiento. La música no me atraía demasiado.

-Bueno, si me lo pides así, me lo pensaré, pero tampoco te creas que me hace mucha ilusión -comenté, sin mucho ánimo.

Me puse un poco tensa a la mención de Alehyss. Miré a Gerald, repentinamente seria.

-No, ninguno se parecía a ella -repliqué en un murmullo apenas audible.

Finalmente, Gerald se marchó, despidiéndose con un gesto. Disimuladamente, extraje el cuchillo y lo escondí en la manga de mi camiseta. Miré a Lyam, con una sonrisa.

-Yo creo que también me voy, que no son horas -comenté-. Ya nos veremos, ¿eh?

Y, sin más comentarios, me marché a dormir.

*se va*

Sonrió a la piscis.

—Una auténtica mafia alada, sin duda —murmuró, divertido.

Cruzó los brazos y, de reojo, miró al chrysos. Negó con la cabeza al escuchar su segundo comentario, y torció la sonrisa cuando Massen respondió. No obstante, no tardó en borrarla; cuando Gerald mencionó a Alehyss, el chrysos frunció el ceño y endureció el gesto, mirándolo mientras pasaba delante de él.

—Personalmente, pensaba en otro chrysos cuando los describí. Tal vez te suene: tiene ojos bicolores. —Sonrió. Luego miró a Massen, que parecía haber perdido parte del buen humor, y ensanchó la sonrisa—. Salúdale si lo ves.

Finalmente, el chrysos se marchó. Lyam se dispuso a hacer lo mismo, y la piscis también. Antes de que Massen se marchase, murmuró:

—Buenas noches. Y felicidades con retraso.

Sonrió ampliamente. Después, una vez a solas, le dedicó un rápido vistazo a la sala, antes de salir. La piscis era simpática.

*se va*

Estaba un poco embotada aquellos días. Quizá estaba recayendo en el catarro. Era extraño, porque llevaba toda la vida con un ambiente frío y húmedo a más no poder y, de pronto, parecía que mi cuerpo no lo soportase bien. ¿Tenía aquello algún sentido? ¿O solo estaba dándole vueltas a cosas que no tenían ninguna base? Tampoco lo había pasado tan mal con el tiempo la última vez que había ido al glaciar, y entonces era pleno invierno. Cuánto tiempo parecía que hiciera de aquello.

Apoyé una mano de golpe contra el teclado del piano, dejando salir un sonido fuerte y nada armónico. No era mi mejor día, aunque tampoco hubiera sabido decir por qué. Estaba algo deprimida, por alguna razón, y aunque eso me hacía querer estar sola, la soledad no ayudaba en absoluto.

Traté de jugar con el piano, por hacer algo. Distraerme sería útil. Aunque, al final, sabía que no iba a sacar una sola nota a derechas, pero eso era lo de menos.

*Se queda*

Voy de camino a mi cuarto. Todavía no me he atrevido a trasladarme al dormitorio de los chicos, por mucho que me llame cobarde una y otra vez, y como el señor Brumm no me mete demasiada prisa, y repite de vez en cuando que no me sienta presionado porque realmente no soy un guerrero, aunque tenga que hacer cosas, al final me acomodo. Al ver a Massen por el rabillo del ojo desde la puerta, sin embargo, me detengo. Por lo que suena, no debe de ser una experta en esto de la música.

Esbozo una sonrisa y entro, dando un par de toques a la puerta antes para avisar de mi presencia. Sé que es tarde. Podría tomármelo como que hoy voy a dormir poco, pero a lo mejor la impresiono: despierto a estas horas...

<<Buenas noches. ¿Cómo estás? Cuánto tiempo>>, sonrío con calidez mientras muevo las manos, llegando a su altura.

Al ver a Jun en la puerta detuve mis vagos intentos de sacar algo útil, apoyando sin cuidado un codo sobre las teclas. El sonido que salió casi parecía una queja, pero me dio exactamente igual. Di un leve cabeceo hacia él como saludo, poco animada. Y no por él, pero no estaba en mi mejor momento.

-Hola, Jun -saludé sin mucho ánimo-. No tengo muy buen día, pero bueno. ¿Todo bien?

Ni siquiera me tomé la molestia de practicar con las manos. No estaba de humor ni para eso. Al final, normal que me tuviera por un ogro, porque...

Ensancho la sonrisa, divertido, al escuchar el lamento del piano. La verdad es que ya que pulsaba al azar podría hasta haber sonado bien, pero parece que es desafortunada. Podría explicarle cómo funciona la música, que al final es física pura, pero no tiene cara de estar interesada en ese tipo de cosas. Ella misma admite que no es su mejor momento, la verdad, y entonces quizás... ¿Puede que haya llegado mi momento de redención? Le debo bastante a Massen, y siempre estoy metiendo la pata.

<<¿Ha pasado algo malo?>>

Me cuesta un poco preguntar porque tengo miedo de que sí, y de no saber reaccionar, pero es mi deber y no debo titubear. Quiero hacerlo.
En cuanto a mí...

<<Bien. He hablado con el seño Brumm. Un poco.>>

La miro. ¿Qué busco? Aprobación. Se va a creer que la necesito, que aunque el abuelo no esté yo... ¿Pero acaso no es verdad que...?

Me encogí de hombros, con gesto algo vago, haciendo una mueca. ¿Pasar algo? Pues no, la verdad, absolutamente nada. Quizá eso era el problema. Me metían meses de reparaciones y desgracias, propias y ajenas, y luego me dejaban con un vacío que a ver qué narices iba a llenarlo.

Bajé la tapa del piano y me apoyé sobre ella. Era más cómodo, y así me ahorraba quejidos asquerosos.

-¿Qué va? Nada de nada. Exceso de tiempo libre, supongo -respondí, tan seca como antes.

Lo miré un momento, preguntándome si trataba de decirme algo o simplemente de llenar el silencio. Personalmente, prefería no volver a ver al líder Brumm en la medida de lo posible. Bastante mal solía acabar cada vez que aparecía. Sacudí la cabeza. Prefería no pensar en ello.

-Ah, qué bien -respondí sin mucho entusiasmo-. ¿De algo interesante?

Suena poco convencida. Aunque después de lo que le ha pasado tampoco es raro que no esté saltando. Supongo que solo soy un poco insensible porque no entiendo bien las cosas. Es mi torpeza natural. Con Lluvia actué un poco mejor, creo, pero solo por casualidad. Y con ella he tenido mala suerte. Es un poco frustrante, pero seguro que lo es más para Massen que para mí, así que es mi deber mantenerme un poco estoico ante todo esto.

Pese a todo, su falta de entusiasmo termina por barrerme la sonrisa. La verdad... Está mal que lo piense así, pero me hubiese pensado un poco más el venir tan tranquilo de saber que estaba tan negativa. Si es un mal día quizás mañana estuviese bien. A lo mejor la estoy amargando. Eso sería lo peor...

Niego suavemente, recuperando un poquito la sonrisa. No creo que esté muy receptiva a esto ahora mismo, y ya bastante he hecho desanimándola otras veces.
Me paso la mano por el pelo. Ha crecido bastante, como yo, desde que vine.

<<Cosas. Nada que destacar.>> Esa la deletreo. No hago el gesto. No es el momento.

Me meto las manos en los bolsillos. Una de ellas palpa enseguida la pizarra, y cuando la saco está algo manchada de tiza blanca. La otra... Bueno, acabo de encontrar la piedra de Ayne. Es suave, y está caliente de ir en mi bolsillo.

Doy un paso adelante, hacia Massen, y la abrazo un poco, suave. No por nada. Ayne me abrazó a mí. Supongo que si yo soy abrazado por Ayne, a la que apenas vi un par de veces, debería ejercer como animador de Massen y reconfortarla. Al final siempre la hago cargar con todo y nunca se lo pago. Aunque cómo pagar eso, claro...

No tenía muy claro si era que solo estaba intentando sacar un tema de conversación o hacerse el interesante, pero tampoco me interesaba mucho. No en aquel momento, al menos. Me limité a asentir, por dar a entender que estaba escuchando.

-Oh, bien -murmuré, por decir algo.

Lo miré, algo sorprendida, cuando se acercó a abrazarme. Me quedé muy quieta un momento, sin saber muy bien cómo reaccionar. ¿Estaría abusando? Tampoco era que me hubiera hecho nada, y siendo como era, era capaz de pensarse que estaba enfadada con él. Me incorporé un poco, sin soltarme de su abrazo, mirándolo.

-Oye, que no pasa nada, ¿eh? -comenté, seria-. Estoy bien...

Tampoco sonaba muy convencida, pero no tenía realmente motivos para actuar como lo estaba haciendo. Quizá solo estaba un poco hastiada.

A mí siempre me da corte hacer estas cosas. No estoy acostumbrado. Por eso, cuando me dice que no pasa nada hasta me ruborizo un poco. Es que es como un rechazo. De pronto cuestionan tus actos, actos que te cuesta realizar, y eso da vergüenza porque ya bastante cuesta hacerlo. Sin embargo, antes de soltarla la oprimo un poquito más, que ya que estoy... Se lo debo.
Y luego, ya sí, me aparto algo azorado. Con lo que cuesta abrazar a alguien, como para que lo cuestionen. Aún recuerdo cuando Lluvia se echó a llorar... Al final creo que soy yo, que hago las cosas mal y no atino o algo así...

<<¿No puedo abrazarte si estás bien?>>

Cuesta un poco poner cara de controlar la situación, intento de ser mordaz, cuando te sientes avergonzado por tus actos. Pero al menos le he arrancado alguna palabra menos desvaída que las otras.
Debí haberle hablado de que Lluvia está mejor ya, y de los avances que llevo con lo de su ala, que es un tema optimista. Mencionar al señor Brumm no funciona para romper el hielo, desde luego.

Acabé por esbozar una sonrisa un tanto culpable. Cada vez que hablaba con Jun me daba la sensación de que le hiciera falta sacudirlo, a ver si espabilaba y dejaba clara su edad con algo más que con su repentino estirón. Y luego, cuando lo intentaba sacudir, solo conseguía que me pareciera aún más niño. A veces me preguntaba si el problema era suyo o mío.

Extendí una mano hacia él, tomándolo del brazo e invitándolo a sentarse a mi lado, haciéndole un hueco en la banqueta. Luego le cogí los brazos y me rodeé los hombros con ellos, apoyándome un poco contra él. Si es que al final...

-Sí, sí que puedes -respondí, tratando de sonar algo más conciliadora, aunque aún poco animada-. Es que a veces parece que hagas las cosas por obligación.

O siempre, más que a veces. Parecía hasta que se acercara a saludar por obligación. Me preguntaba si de verdad me tenía miedo. Me lo parecía. Aunque decirlo en voz alta no haría sino enfadarlo y que empezara a refunfuñar.

Me siento junto a ella, como quiere. No voy a contradecirla con algo tan simple si no lo hago con cosas mucho más importantes. Aunque quizás debería empezar por lo básico... Pero, por otro lado, es que realmente no tengo nada en contra de sentarme. Si lo hiciese solo por contradecirla para demostrar que puedo hacerlo sería un innecesario acto de rebeldía, de modo que, como es innecesario... Bueno, que me siento junto a ella. Y luego, cuando me hace abrazarla, sí me ruborizo de nuevo. Es extraño. Es que es el tipo de cosa que me da vergüenza, sin saber por qué. Es como cuando Lluvia me invitó a dormir en su cama en la enfermería, sin malicia por parte de ninguno, y aún así pues es como que da vergüenza, ¿no? Pues esto es igual.
Supongo que no es muy normal que la gente me abrace, y mucho menos que quiera dormir conmigo. El abuelo no permitía lo segundo, y lo primero era escaso. Por nada en particular...

Cuando habla la miro con indignación. Bueno, vale que me impone un poco algunas cosas a veces, pero tampoco es como sí... Bueno, algo sí... Soy un pusilánime... Ella es una mandona... Visto así, hasta hacemos buen equipo, ¿no? Ella me manda y yo acato. El abuelo es más mandón que ella, y lo bien que me iba... Bueno, no tan bien, pero si no lo sabes es como que no cuenta.
Eso es una soberana estupidez. Como aspirante a científico, puedo afirmar que desconocer una ley física no hace que se vuelva mentira. Ergo...

La oprimo un poco más y luego la suelto, haciéndome el ofendido. Para esto necesito la pizarra, así que la saco, escribiendo con letra prieta.

"Eres tan mandona que hasta quieres creer" "que hago obligado por ti lo que quiero hacer."

La miro muy serio, con un punto arrogante, afectado por sus palabras. Pero enseguida flaqueo, claro.

<<Es broma.>>, aclaro, ocultando como bien puedo el apuro, por si acaso, si es que puedo.

Acabó por soltarme de nuevo. Y, cuando volvió a hablar, casi me dieron ganas de hacerle tragarse la pizarra de marras. Porque mucha broma, sí, pero habría que ver hasta qué punto. Suspiré, apoyándome de nuevo en el piano, rotando los ojos. No estaba muy para bromas. ¿Qué me pasaba? Me estaba volviendo una amargada...

Traté de forzar una sonrisa, aunque no me salió muy bien del todo. Recostada sobre el piano, lo miré.

-Sí, es que vengo de una familia de jefes de tribu, no puedo evitarlo -ironicé.

Y podía sonar a broma sin más, pero la verdad era que, bien pensado, hasta tenía su punto amargo, teniendo en cuenta que a mi familia podría calificársela de cualquier cosa antes que de tribu. Quizá de... Bueno, mejor no darle vueltas, ya estaba de bastante mal humor como para tirar por ahí.

No entiendo bien su broma, pero he metido la pata otra vez. Parece que ni es su día ni va a serlo gracias a mí, desde luego. Quizás no he elegido el mejor momento para bromas. Si, desde luego es eso. Soy, lo que se dice, un torpe. Eso está claro. No necesito que me lo digan, tampoco; lo sé solo.

Pincho su mejilla con el dedo, con suavidad. La mancho de tiza sin querer, ni me paré a pensarlo, y se lo tengo que limpiar con los nudillos, entonces, adoptando una expresión de disculpas inmediata.

La miro un momento. La verdad es que me da como un poco de pena... Es que...
Ojalá pudiese hablar... La gente habla y entonces es difícil ignorarla, y es fácil consolar. Al final digo tonterías igual, escritas... Al menos, si pudiese hablar...

Algo que la anime... Venga, Jun... Algo que la anime...

<<¿Cuando deje de llover me enseñarás a nadar bien?>>

La miro, muy serio. He tenido que deletrear varias palabras, tendría que enseñarle más vocabulario, pero va bien. Sé que le gusta el agua, pero es un poco ridículo que a estas horas le diga algo como esto. ¿Para qué? ¿Animarla? ¿En serio? Quizás se animaría más si la dejase dormir y no intentase fallidamente más cosas como esta...

Lo miré cuando me tocó la mejilla. Luego parpadeé un momento, ligeramente sorprendida. Me quedé un momento callada, pensativa.

-Eh... Si quieres... -respondí, poco segura. Me encogí de hombros-. Hace mucho que no voy a nadar ni yo. Pero sí, claro, sin problema.

Podía decir lo que quisiera, pero seguía dando la impresión de que solo hablaba por sentirse obligado. De hecho, casi daba la impresión de que estaba allí por sentirse obligado. Era un tanto deprimente. ¿Siempre éramos así? Yo diría que no, que antes era diferente. Me sentía como un poco distanciada de él.

-¿Qué tal tu proyecto? -pregunté, por decir algo. Otra vez por decir algo. Por darle un empujoncito. Algo no andaba bien...

Sonrío, asintiendo contento. La verdad es que saber o no saber nadar bien no es algo que me quite el sueño, pero ya que empecé estaría bien que aprendiese. Y es una forma de pasar más tiempo con ella, que últimamente me da la sensación de que me paso el día solo, y tampoco es que sea lo más agradable del mundo.

Su pregunta requiere una respuesta bastante larga. A ver. Mejor pizarra, creo...

"Voy a hacer un prototipo para estudiarlo." "Va lento, pero avanza." "Por el momento hago lo que puedo," "pero estoy más interesado" "en otra cosa ahora mismo."

La miro con un ligero brillo en los ojos. Me lo noto. Es que me hace ilusión. Voy a conseguirlo. Espero que le guste. Lo espero de verdad... Porque es su regalo de cumpleaños.

Desde luego que se lo tomaba en serio. Ya podía apreciarlo Lluvia, porque de verdad se estaba esforzando. Tampoco sabía si era de boquilla o de verdad estaba trabajando, porque no había visto prácticamente nada de lo que había hecho, pero... ¿Pretendía engañarme? Era Jun, claro que se lo estaba tomando en serio. Mientras no implicara mucho ejercicio, haría lo que fuera.

Alcé las cejas, algo sorprendida por sus palabras. Primera noticia, oye. A saber qué se le había metido entre ceja y ceja. Cualquier idea absurda. ¿Cuchillas adheridas al cuerpo? No, demasiado violento para él.

-¿Ah, sí? Vaya, ¿y qué es? -pregunté, curiosa.