Sala de baile

Sin duda la suerte no estuvo de mi lado y hundo la cabeza entre los hombros mordiéndome el labio inferior.- Vale vale, igual no ha sido la mejor idea, no hay que ponerse así.- Intento mitigar su ira lo más que puedo.
-Hablaré con mis hermanos, les enviaré una carta y les explicaré la situación y, cuando tenga una respuesta se lo diré, sin trucos ni tratos, ¿está de acuerdo?- Le sonrío y le doy un codazo amistoso suave.

Le veo.- Venga alegre esa cara. ¿Es por Silvanus? ¿Tan triste está?- Estiro los brazos hacia arriba, gesto típico perezoso mío y bostezo sutilmente.- A Silvanus no le gustaba la gente triste. Estaba todo el día "mimimivenga vamos a jugar"- imito con las manos.- "mimimihay que estar contento mimi"- Río.- Era un pesado al que se le acababa cogiendo cariño. ¿Verdad?- Sonrío.

Siempre me ha gustado tratar así a mi hermano, esté vivo o muerto. Es como soy y pese a todo, le quiero. Intentaré animar al viejo este al menos. Al fin y al cabo: no soy un monstruo. Aunque me pregunto si este viejo es ya uno o quizá aún se esté volviendo.

-¿Quiere que le toque algo animado? El pesado de Silvanus siempre quiso que le enseñase un poco a tocar en el piano de la escuela pero yo estaba más interesado en tocarle el culo a las chicas que las teclas a mi hermano.- Río, posando un par de dedos en la zona más grave del teclado.- Aunque un caballero siempre tiene que saber tocar algo de música para poder tocar algo más.- Expongo entretenido.

¿En serio el energúmeno este era el jefe de Sil? Bua... Si yo hubiese sido él me habría tirado en brazos enemigos antes de tener que aguantar a este tío.
-Bueeeno vaaale, ya me voy.- Coloco las manos en la nuca y le veo con algo de desdén y, aunque no lo deje entrever, algo de miedo acompaña mi respuesta. Ahora solo quiero irme y dejar a este tío solo. Un eslofrío me recorre justo después de salir de la habitación mientras niego con la cabeza. Parecía que hubiese acabado de ver al demonio a los ojos. Qué mal royo.
Chasqueo la lengua. Menudo cascarrabias... tiene pinta de ser el mitico enfermo que solo tiene dinero y está amargado porque le quedan 6 días de vida.

Bah, yo me largo. He visto un par de titis del servicio que ojojo quien fuera liguero.
Me encojo de hombros. Al menos soy ligón.

*se va*

A través de la ventana se veía algo que para mí resultaba nuevo: nieve. No la había visto antes, y aunque podía resultar bonita a primera vista solo traía de la mano otras cosas que no me gustaban nada: frío y humedad. Y ya había tenido bastante de aquello en el lugar desde mi llegada como para recibirlo de forma más intensa.
Allí dentro se estaba mejor.

Había descubierto aquella sala poco después de mi llegada, repleta de instrumentos y con una zona despejada suficiente como para moverse como uno quisiera. Pero no me sentía de humor para hacerlo. Si pensaba en bailar no podía evitar pensar en Ignis y en Altan.

Me acerqué a los instrumentos con gesto apático. Quizás hubiese alguno de los que tocaban los chicos en casa...

*se queda*

Ayne se había quedado sola aquella noche, así que aprovechó para explorar. No había nada nuevo que explorar, claro, pero explorar siempre le gustaba, aunque ya lo conociera todo. Así que no le molestaba corretear por los pasillos, asomándose a todas las puertas, en busca de algo que curiosear.

Lo encontró en la sala de baile. Había una chica que iba a tocar algo, y Ayne no la conocía. Así que mostró su mejor sonrisa y se acercó con paso animado hasta donde estaba ella. Era alta, y tenía el pelo bonito, un poco como Julia y el chiquillo.

-¡Hola! -saludó-. ¿Qué vas a tocar hoy?

Cuando la puerta se abrió me encontré con que tenía la guardia baja y estaba acariciando las cuerdas de un pequeño sitar de color oscuro que reposaba en un soporte. Me volví, con expresión seria, para mirar a la chica que había entrado en la sala. No me acostumbraba a los parvus, y no había muchos. La examiné con poca convicción, negando con gesto hosco.

-No iba a tocar nada -declaré, sin dejar de examinarla.

No tenía clara su edad. Resultaba especialmente difícil aventurarla por su estatura y aquella expresión alegre que tenía. Como muchos de los de por allí, no parecía alguien que luchas. Me pregunté qué parecería yo a aquellas alturas. La gente solía hablar mal de los recién llegados, y más cuando no intentaban integrarse con naturalidad y una cálida expresión. Y a mí no me sobraban sonrisas, y casi todas las reservaba para Pris, la única cara amiga en aquel lugar.

Ayne ladeó la cabeza, mirándola con curiosidad. El instrumento junto al que ella estaba le inspiraba curiosidad, pero no tanta como para tomarlo ella misma. Volvió la vista a la chica de pelo de familia.

-Oh -respondió, sin perder la sonrisa.

Terminó de adelantarse y se encaramó a la banqueta del piano, que dejó al descubierto antes de empezar a tocar. El piano podía sonar como ella quisiera, aunque no fuera música. Podía sonar suave o fuerte, estridente, agudo, grave. Ella lo escogía. Y eso le gustaba mucho, porque lo hacía satisfactorio. Tocó un par de teclas de forma alternada, lentamente.

-Yo tampoco iba a tocar nada -explicó-. Pero te he visto y he querido entrar. Si tocaras, se lo diría a Julia para que te escuchase. ¿Tampoco cantas?

La seguí con la mirada cuando se acercó al piano, y me alejé yo misma del sitar, dejando mis pensamientos enterrados tan posible como me fue posible.
También me llamaba la atención aquella forma que tenían de hablarse entre ellos, unos con otros, como si se conociesen. A mí no me conocían, ni a Pris, pero también nos hablaban de aquella forma. Nos tendían la mano. Y yo las rechazaba una y otra vez, con la convicción de que lo quería era estar sola, preguntándome cada vez si sería la última.

-Tampoco -la corté, algo seca, antes de que me pidiese que lo hiciese-. No he venido aquí por nada en particular.

Porque me gustaba la música.
Aquella sala me gustaba mucho, y me moría de ganas por probar el sonido de cada uno de sus instrumentos, muchos de los cuales nunca había visto. Pero a la vez costaba acercarse a uno y rasgar una cuerda.

Poco a poco, Ayne iba aumentado la velocidad a la que los dedos alternaban las notas. Y asintió al mismo ritmo, con los ojos fijos en los dedos que se movían sobre las teclas. Aunque después la miró a ella, claro.

-Yo tampoco -explicó, con una sonrisa-. Pero te he visto y entonces he entrado. Estaba explorando. Así te conozco a ti. Porque no te conozco, y yo conozco a mucha gente. Tienes el pelo como Julia. Me gusta.

Volvió la vista a las teclas, continuando con el aumento de velocidad.

Insistió en lo que había dicho de que, al verme, había entrado. Aunque no sabía si quería que preguntase por algo en particular, no lo hice. Las notas que tocaba, por otra parte, no resultaban demasiado armónicas. Dediqué una mirada al piano, muy breve, pero no le pedí que parase, aunque una parte de mí sintiese la tentación de hacerlo.

-No sé quién es Julia -terminé por decir, sin mucha simpatía-. No me he esforzado mucho en conocer a los que vivís aquí, así que no sé los nombres de mucha gente.

Ni tenía muchas ganas de saber quién era Julia.
Pris tenía el pelo como el mío, pero estaba segura de que no se trataba de ella.

Ayne dejó de tocar de golpe. Tras un momento de pausa, soltó una risita y se giró en la silla, volviéndose de cara a ella. Tenía una sonrisa en la cara tan enérgica que resultaba llamativa. Y no era para menos: llevaba mucho tiempo estando contenta.

-Julia es mi bebé -explicó, con un tinte de orgullo en la voz-. La niña más bonita del mundo.

Ayne, con una mirada ensoñadora, volvió a fijar la atención en aquel pelo. Se preguntó si Julia llegaría a tener una melena así. Sería bonito, aunque Ayne no conseguía imaginársela.

Mi primera reacción, sin que pudiera evitarlo, fue enarcar una ceja con cierta incredulidad. Lo cierto era que no esperaba una respuesta como aquella, y el recibirla no fue especialmente satisfactorio.

-¿Tienes un bebé y estás aquí? ¿No es eso muy peligroso? -le pregunté, sin dejar que mi voz se tiñese con desprecio, aunque el escepticismo no dejaba de ser evidente.

Algo había escuchado, algo sobre niños en Brontë, pero me parecía muy temerario que aquella chica hablase sobre su bebé, el bebé que tenía en aquel palacio en el que habían pasado cosas tan peligrosas, como si fuese lo más normal del mundo. ¿No pesaba en la niña? ¿Cómo crecería una niña criada en medio de la violencia y la sangre?

-No me parece el mejor ambiente para criar un hijo -terminé por decirle.

Podía hacer lo que quisiese, pero era mi opinión.

Ayne soltó una pequeña risita y negó con la cabeza. Julia estaba contenta y bien atendida. Julia le gustaba a los líderes, y ellos la protegían. Julia estaba en el mejor sitio en el que podía estar.

-Papá trabaja de guerrero y vive en el palacio. Mamá trabaja de guerrera y vive en el palacio -apuntó-. Julia crecerá siendo fuerte, más fuerte que todos, y estará contenta porque estará siempre con papá y mamá. No hay ningún sitio mejor para ella.

Ayne lo sabía de sobra. El chiquillo también. Julia no podía estar mejor.

¿Hija de dos guerreros? Aquello no le quitaba la responsabilidad para con su hija. Pero solo hice una pequeña mueca y no dije nada al respecto. Ya bastante había hecho con dar mi opinión sin que nadie la hubiese pedido. Quizás creciese siendo fuerte, sí, y quizás lo hiciese sin un padre, o sin los dos, criada por el servicio o por cualquier otro.
Suspiré y me crucé de brazos. Una vez más, me repetí, no era mi hija. Porque yo no...

-Bueno, en ese caso cuidadla bien. Vosotros sabréis -me limito a responder, aunque sigo dejando patente mi disconformidad con el asunto-. Soy Zaih'ra, por cierto -añado-. Suele ser apropiado decirlo.

Ayne rió de nuevo, divertida. Su preocupación le resultaba tierna.

-Sabemos -asintió-. Todos aquí saben. Julia tiene suerte.

Y Ayne tenía más suerte todavía. Tenía una familia preciosa solo para ella... y para su familia. Rió de nuevo al pensarlo. Luego se dio cuenta de que la chica de pelo de familia estaba hablando con ella Asintió, convencida.

-Sí, muchos lo hacen -coincidió-. Se lo diré a Julia. Y luego te la presentaré. Ya verás qué guapa es.

Parecía tan contenta que llegué a pensar que no se daba cuenta de lo que le decía, o al menos del tono. La examiné de nuevo, entonces, como si esperase encontrar algo nuevo en ella. Aunque su expresión no me decía mucho más de lo que me había dicho desde el principio.
Simplemente parecía despreocupada.

No me dijo su nombre a cambio del mío. Fruncí suavemente el ceño.

-¿Y no me dices el tuyo? -pregunté. No tenía mucha paciencia aquel día, y menos con el frío en los huesos-. Se supone que es lo que hace la gente cuando alguien se presenta. La gente educada, al menos.

Ayne la miró con una sonrisa traviesa, encogiéndose un poco, como si le diera vergüenza disfrutar así de su pequeño juego. Al final, sin embargo, saltó de la silla sin reparo y se acercó un poco más.

-A mí me gustan más los tesoros que los nombres -apuntó-. Y te he dicho el de Julia. Ese es más tesoro que el mío. Qué avariciosa, ¿eh?

Dio un par de saltitos hacia atrás, volvió junto al piano y bajó la tapa. Luego la miró otra vez, sin dejar de sonreír.

-Me voy a buscar a mi bebé. Hoy está conociendo la nieve, pero quiero llevarla al calorcito y darle un mimo. Y al chiquillo también -. Y echó a andar hacia la puerta entre saltitos, casi como si bailara. Antes de desaparecer por el pasillo, se dio la vuelta, todavía con su sonrisa-. Soy Stalon.

Y, entonces sí, se marchó corriendo.

*fin de escena*

Llevaba un buen rato allí, sentado al piano, con la partitura delante, y no era capaz de dejar de pensar que mis dedos eran demasiado grandes para las teclas. Quizás necesitaba uno de otra talla...

Durante mi infancia y adolescencia tuve que asistir a muchos tipos de clases, entre ellos de música. No estaba de más decir que nunca había sido lo mío. Y después de tantos años usando las manos para enarbolar una espada me costaba pensar que podía hacer algo tan delicado como pulsar aquella especie de dominó fuerte, pero no demasiado, y al ritmo deseado, siguiendo aquellos circulitos escritos en papel que me costaba tanto interpretar. Y bueno, si ya era difícil arrancar el sonido deseado y al ritmo que quería, hacerlo transmitiendo algo que no fuese frustración estaba ya muy por encima de mis capacidades.

Resoplé, me peiné el pelo hacia atrás en un gesto cansado y empecé de nuevo.

- ¡Vamos allá! -bramé, animándome a mí mismo.

Ataqué de nuevo, torpe, a aquella terrible canción a la que debía derrotar.

*se queda*

Un sonido perturbador llenaba el pasillo. Un sonido, hasta cierto punto, familiar, pero como si algo que conociera a conciencia se hubiera visto desfigurado en un terrible accidente. Al principio, de hecho, me pregunté qué clase de tortura estaba practicándose en las cercanías. Pronto me di cuenta, considerando el pasillo en el que me encontraba, de que tenía que tratarse por fuerza de la sala de baile. Y de aquello tenía las vergonzosas pretensiones de ser la melodía de un piano. Casi cualquier otro instrumento habría tenido perdón, pero ¿un piano? ¿Existía alguien capaz de destrozar así una pieza para piano?

Movido, para mi deshonra, por una curiosidad insana, me asomé discretamente a la puerta para ver quién tenía la osadía de entretejer semejante aberración. Y, cuando descubrí la respuesta, me reprendí internamente por no haberlo sospechado.

Dehnel. Por supuesto que era Dehnel. ¿Quién sino?

Puse los ojos en blanco, hastiado de su torpeza, y me separé de la puerta antes de que consiguiera llegar a verme. Mejor desaparecer cuanto antes. Mejor alejarme de aquel ruido atroz cuanto antes.

En busca de melodías menos ofensivas, o de cualquier otro tipo de entretenimiento soportable, me alejé por los pasillos.

*Se va*

Ben paseaba por los pasillos, tras una comida en condiciones que le había dejado el estómago más que satisfecho. A veces se preguntaba si estaría empezando a menospreciar los lujos de su vida palaciega, pero en momentos así sabía que no era cierto. Daba igual cuántos años pasasen, nunca dejaría de apreciar lo que allí se le ofrecía.

Tenía casi el absoluto convencimiento de que había aumentado de peso, incluso. Y eso que se sentía completamente en forma. Más que nunca, probablemente. A fin de cuenta, mejor descanso y sustento suponían mayor energía para rendir a lo largo del día.

Saludó con una sonrisa al hombretón con el que se cruzó en los pasillos que, al contrario que ella, se alejaba de unos sonidos cuanto menos particulares. Era uno de los amigos de Fif, si mal no recordaba, aunque casi nunca se paraba a hablar con él.

Continuó su camino hasta llegar a la sala de baile, de donde, como era lógico, provenía de aquella especie de composición experimental. Ben adoraba la música y se pirraba por desarrollar nuevas piezas, que no sabía si le convencía aquel estilo. Como mínimo, el pelirrojo frente al piano le ponía sentimiento. Aunque se preguntaba si se trataba del sentimiento adecuado.

Por pura educación (los modales ante todo) esperó a que terminase y aplaudió sus esfuerzos cuando lo hizo.

-Siempre está bien encontrar compañía por aquí -comento alegremente, recorriendo la sala con paso seguro. Le encantaba la amplitud de aquel lugar y la potencia con la que reverberaban los sonidos.

La concentración hacía que me doliese un poco la cabeza. Y recordaba una y otra vez las palabras de aquellos profesores que en su momento habían insistido mucho en todo lo que debía saber: espalda recta, hombros relajados, manos ahuecadas de esta forma, no tenses tanto los dedos. Al final, si cumplía con todas aquellas indicaciones al mismo tiempo me sentía tan incómodo y rígido que añadir lo de "tocar la tecla correcta" ya era demasiado. No obstante, lejos de aquellos años infantiles en los que mi cabeza no era capaz de concentrarse en algo como el piano, ansiosa por aventuras de todo tipo, en aquel momento mi enemigo no era un malhechor o un bandido, sino mi propia fuerza de voluntad y mi determinación. Quizás siempre me había faltado el motivo para esforzarme lo suficiente, ya que mis intereses eran otros. Pero aquella nueva oportunidad que le daba era decisión mía, y por frustrante que fuese, Rick Dehnel nunca se rendía si se proponía algo.

Alcé la vista creyendo escuchar un sonido en la puerta, repentinamente, dejando de tocar y escrutando la sala, pero no vi a nadie. Sonriéndome, negué un par de veces. ¡Demonios! Estaba un poco nervioso, cuánto menos.

Volví a las teclas, que se me hacían como pequeñísimos animales que debía atrapar con agilidad, pero sin herirlos de forma alguna. Mis manos no estaban hechas para aquello, me repetí. ¡Pero haría que lo estuviesen!

Finalicé uno de tantos intentos con un suspiro, pero conteniendo las ganas de fruncir el ceño y mostrar frustración. Y entonces, al volver a levantar los ojos, vi que, de hecho, sí había alguien en la sala. Aquel debía de ser el sonido que había escuchado.

- ¡Buenas! -saludé, dándome prisa en levantarme, algo tenso-. ¿Vienes a tocar? No te preocupes, yo ya estaba a punto de acabar-. Carraspeé, componiendo enseguida mi sonrisa amplia y mi gesto afable característicos-. ¡Siempre está bien encontrar compañía en todas partes! Y más aún tan agradable.

Haciendo memoria, recordaba haber visto que tocaba a veces una flauta o algo similar. Quizás podía pedirle algún consejo. Pero primero debía disimular, no quería que notase lo mal que se me daba aquello.

Ben le hizo un gesto con las manos para que se detuviera. ¡En absoluto venía con intención de robarle a nadie su música ni sus sesiones de ensayo! Todo lo contrario. La música era para compartirla, no para robarla.

-No, no, ni te preocupes, ¡tú dale candela! -lo animó con una sonrisa de oreja a oreja-. Si yo le doy más a la flauta que otra cosa. Que a ver, el piano mola, tiene ahí su toque y tal, y de vez en cuando también me gusta sacarle marcha, pero no venía a eso hoy.

Cogió una banqueta que había por allí, cerca del almacén de instrumentos, y se sentó felizmente.

-En realidad solo pasaba por aquí. Estaba reposando un poco la comida y tal.

Me rasqué la nariz un poco avergonzado. En cierto modo, hubiese querido que me robase el sitio antes de que me invitase a seguir, pero no me gustaba que me considerasen cobarde. ¡No era un cobarde!

- ¿Qué has comido? -pregunté, intentando centrar un poco mis pensamientos, mientras pasaba las páginas de la partitura adelante y atrás distraídamente, sin llegar a centrarme en nada particular-. Mmm... -. La miré de reojo-. ¿Sabes tocar bien el piano? Es que lo tengo algo oxidado y no me vendría mal... una mano.

Una mano más pequeña, por ejemplo.

Ben no contiene la sonrisa soñadora cuando le pregunta por la comida. Definitivamente, le cuesta pensar que en algún momento perderá esa sensación de gratitud de poder obtener un lujo como es un buen plato caliente en el momento en que lo solicite sin necesidad de vender su cuerpo para obtenerlo.

-Arroz con verduras a la plancha -responde con el orgullo y la satisfacción de haber saboreado del primer al último bocado-. El arroz de Brontë es increíble, da igual cuántas veces zampe, no deja de sorprenderme. Jamás decepciona.

Ladea la cabeza ante la pregunta de él. Ben no juzga. Bien podría tratarse de su estilo personal, sin más. Algo absolutamente respetable. Pero si busca ayuda con la música, tal vez ella pueda ser útil.

-Sí, claro, algo sé -explica-. Aunque de leer los puntitos esos nada, ya lo siento. Yo toco todo de oído. Pero vaya, que si te puedo ayudar en algo...