Sala de baile

Lluvia asintió, atenta, mirando a la caeruleus.

—A mí me gusta la tuya... —murmuró, sonriendo. Y cuando Ben tocó, la sonrisa de Lluvia se ensanchó. A la aether le gustaba cómo tocaba la caeruleus: parecía divertirse al hacerlo, y era bastante contagioso. No dijo nada, pese a todo, y permaneció en silencio, escuchándola, notando cómo la sonrisa se le borraba un poco, adoptando una expresión más seria, siendo de nuevo consciente de la vida complicada que probablemente había tenido la muchacha. Cuando terminó de hablar, Lluvia permaneció un segundo en silencio, sin saber qué decir.

—Seguro que hay gente en Palacio a la que no le importaría escucharte tocar. A mí no me importa, no me importaría. —La miró. Sonrió un poco—. Aunque tocar para uno mismo también está bien, ¿no?

Lluvia tampoco supo muy bien qué decir en cuanto a lo de la fiesta, pero finalmente, tras pensarlo, murmuró:

—Yo puedo ser la pianista si quieres hacer una fiesta. Puedo ayudarte, si quieres. —De nuevo, la miró—. También puedo ayudarte a tocar, si quieres, aunque no creo que lo hagas mal ni que yo sea una gran maestra o pianista.

Tras intercambiar un par de palabras más, hablando de todo un poco, de fiestas y demás, ambas abandonaron la sala.

*se van*

Aparece a sus espaldas, junto a la pared, y se limita a observarlo, sin intervenir ni dar señales de su presencia. El cambio desde que se fue es evidente. No necesita presenciarse ante él para saberlo. Después de todo, dejarlo en libertad implica vigilarlo, y así lo ha hecho. Pero ahora, solo y en silencio, está suficientemente tranquilo como para no causar problemas.

Cuando él se sienta, comienza a avanzar por la sala en su dirección, con movimientos calculados, despacio, y pese a todo parece que sea su forma natural de hacerlo. El suelo no emite ni un sonido en contacto con sus pies, como en un mudo respeto, hasta que ella así lo decide, dejando que un paso suene apenas, tan tenue que podría ser un sonido imaginado. Se detiene junto al piano, acariciando las teclas con una ternura en cierto modo sensual, y presiona una de las más agudas, un mi que resuena por toda la sala.

Sonríe, mirándolo.

Mantiene los ojos fijos en él, mirándolo tranquila mientras se acerca. Su mirada parece tener un efecto magnético, que para ella es tan natural que ni siquiera parece consciente de ello. Acaricia con el dedo la tecla que un momento antes pulsaba, retirando la mano del teclado y avanzando un par de pasos, aunque manteniendo aún la distancia, de la misma forma que él lo hace.

Ladea ligeramente la cabeza, dejando botar un mechón rizado sobre su pecho, mientras su sonrisa acompaña al gesto, al parecer divertida.

-Eso dependerá de cómo respondas, amor -murmura, con su habitual voz dulce y envolvente-. Ya veo que has tenido ocasión de vivir muchas cosas mientras has estado fuera.

Cuando ríe, su risa es incluso más envolvente que sus gestos, fluyendo por el aire como si se tratara de un fragante perfume, envolviendo el entorno como una tierna caricia. Parece relajar el ambiente, al mismo tiempo que lo tensa, adaptándolo a su propia presencia, que la hace un foco de interés en sí misma.

Avanza hacia él con su natural elegancia, su aire de felino, fluida, susurrante, y cuando llega a su altura lo evita en su camino, pasando a su lado, al tiempo que su mano izquierda, segura, se hunde en la base del pelo de él, acariciando su nuca mientras lo rodea, deteniéndose a su espalda.

-No te preocupes, cielo -responde en voz tenue, casi como una caricia de los labios en su oído-. He tenido ocasión de comprobar que te has aplicado bastante. Espero que no estés tan incómodo como para no seguir haciéndolo.

De sus dedos surge una corriente electrizante que se interna bajo la piel de él, extendiéndose por su cuerpo. El efecto no es especialmente significativo, pero sí suficiente como para que sienta un cierto alivio de la presión y pueda relajar un poco el cuerpo. No durará demasiado, pero es agradable mientras actúa.

Cuando él habla, su gesto cambia un instante, tan leve que parece que no lo ha hecho, tanto que no puede llegar a entenderse qué reflejaba. Y, cuando se gira hacia ella, buscándola, se desvanece antes de que pueda llegar a tocarla, apareciendo de nuevo a su otro lado, siempre fuera de su alcance.

-No, tesoro -lo arrulla con su voz de terciopelo, manteniendo la sonrisa y la mirada magnética-. No creo que me hayas visto nunca ser cruel.

Parece capaz de desenvolverlo con la mirada, de llegar a conocer hasta el más críptico de sus pensamientos tan solo con estar ahí, frente a él. En sus opacos ojos de hielo se refleja un deje de curiosidad, quizá el mismo que el de un felino jugando con su presa, pero al mismo tiempo tan natural que parece inocente.

-¿Has venido a volver a servirme, entonces? -pregunta, sugerente.

Lo analiza, lo estudia sin pudor alguno, con gesto que no esconde en absoluto sus acciones. Agrandando la sonrisa, llega a apoyar la punta de la lengua un momento en el canino izquierdo superior, antes de avanzar de nuevo. La punta de sus dedos se apoya en el mentón de Gerald, acompañando su movimiento mientras el se incorpora. Los retira en una leve caricia, que deja un nuevo cosquilleo agradable en su cuerpo, otra chispa de magia recorriéndolo.

-Trabajaremos en alargar ese tiempo tanto como sea posible, querido -declara, mirándolo fijamente-. Claro que tú tendrás que colaborar o nada de lo que hagamos servirá de nada. Que permanezcas en este frente mientras tanto será una gran ayuda.

Sus labios, jugando entre sonrisas y palabras, parecen llamarlo con fuerza. Aunque no tenga tiempo para decidir si quiere obedecerlos. Porque, tras sus palabras, la joven gira sobre sí misma, dándole la espalda. Y se desvanece en el proceso.

*Desaparece*

Entro bostezando y estirándome. ¿Que por qué? Porque me aburro como una ostra y tengo un sueño que me cago en la puta. Son dos buenos motivos. Y si he venido aquí de todos los sitios es porque nunca he estado y me gusta hacer ruido, aunque sorprenda esa confesión. Y hoy es una buena noche para ponerse a ello.

Primero, asegurándome de haber cerrado la puerta, recorro la sala dando vueltas sobre mí misma, con los brazos abiertos. ¿Es en estos sitos donde hacen esos bailes pijos? ¿Y para qué lo quieren? Somos guerreros. Aquí no baila ni Mithos.
Un dos tres, un dos tres...
Mi madre intentó que supiese bailar una vez. Lo intentó. Solo lo intentó.

Tras recorrer ávidamente el lugar me dirijo a los instrumentos, que ya tardaba. El piano es sencillo, pero no tengo ni puta idea, así que solo lo manoseo un poco antes de aburrirme. Aunque me siento un momento, muy solemne, y hago como que toco.
Vaya mierda.

Algo llama mi atención. Es un... no sé. No soy una experta en música, pero es como un tambor muy grande. Me acerco curiosa y doy un par de toques en la piel tensada con el puño. Suena como que vienen a buscar a mi hija virgen a casa para violarla antes de que se case y la llamada a la puerta es muy grave.

Termino por suspirar y sentarme. Ni siquiera esto es divertido del todo...

A ver... ¿Cuántos años tengo?
Soy algo tonta, además de todo.

*se queda*

Cuando la puerta se abre estoy agitando una maraca arrítmicamente. No encuentro la otra y me la suda, la verdad. No es que crea haber recibido la llamada para tocar maracas. El merengue me gusta más si se come que si se baila, y tal.

Y hablando de instrumentos, aquí viene uno que toca las pelotas. O solo una. No sabía que le faltase un testículo. Quizás por eso, fornicándose a lo que se ha fornicado, aún no lleve un par de polluelos bajo el brazo.

-Es que he mejorado tanto que me sobra una mano cuando peleo, y dudaba entre eso o hacer el corte de manga todo el rato. Pero no quiero cabrear al personal, ya sabes-. Agito la maraca un poco más rápido. La verdad es que es un vicio. Y por algún motivo el ritmo me recuerda al acto sexual, como tas tas tas tas... La dejo en su sitio y me incorporo-. ¿Has venido a confesarme que eres un apasionado del ballet? -inquiero, entretenida-. No me digas nada, ¡báilamelo!

Le dedico una sonrisa socarrona. No ha perdido su toque. Está muy bien. Hace que parezca que todo está bien, y eso no es desagradable. No si no puedes hacer nada al respecto, al menos.

-Me gusta agitarla, sí -respondo, tratando de sonar lo menos maliciosa que puedo.

Y yo qué sabré, digo yo. Será que llevo mucho despierta. Siempre me ha gustado fardar de todo, aunque no fuese cierto por completo.
Bah.

-Yo he venido porque predije que vendrías. Quería molestar, ya me conoces -. Me llevo las manos a la nuca, despreocupada. Su posición contra el piano es un poco gay, y la mía... Supongo que ambos tenemos ciertas maneras, ¿no? Qué irónico...

Y entonces hace ese comentario que solo pone la guinda en el pastel que es su homosexualidad. A ratos me pregunto qué diámetro tendrá su culo.
Es que nunca se la he visto a Cierzo...
El rey de la pista...

-¿Y cómo iba a saber si te cuesta moverla? A mí no me lo has enseñado nunca.

Me estoy metiendo en terreno pantanoso.
¿Dónde estará Narbe ahora? Debí de asustarlo de verdad...

Todo está siendo muy divertido, aunque no es la situación usual. Me siento algo rara. No es la mordacidad habitual, supongo. Aunque tampoco espero lo que pasa a continuación, porque se me acerca como un depredador. Lo cierto es que alguna de las células más internas y femeninas de mi cuerpo, esas que mamá se ha encargado de entrenar con tanto interés, se prepara para gritar que me violan o algo así en caso de que pase.
Bueno, tampoco es algo que pueda pasar, ¿no? Quiero decir...

Cuando me doy cuenta mi espalda ha chocado contra la pared. No hay a dónde recular. Estoy atrapada entre la pared y... la katana.
Ya no sonrío. Lo miro mientras habla. La verdad es que me siento acorralada. Genera mucha presión. Esto es algo que por mucho que mi padre intentase enseñarme nunca consiguió. Esa amenaza, esa presencia...
Yo no la tengo.

Lo sigo con la mirada, con los ojos. Se me ha acelerado el pulso. Lo siento en la garganta. Y cuando toma mi mano, antes de que pueda hacer nada...
Bueno, es que tampoco esperaba que...

No la aparto. Soy capaz de sentirlo a través de la ropa. Resulta un tanto soez...
¿Es aquí a donde quería llegar? ¿A esto? ¿Y ahora me arrodillo? Sería lo propio...

No puedo...
Yo siempre he estado en contra de eso. Yo no quiero ser una perra a la que ponen a cuatro patas. No quiero arrastrarme por un puto polvo... No quiero ser una fulana. Ni para él, ni para nadie. Pero menos para él, porque ha estado con muchas. No sería una puta. Sería una puta más.

Ladeo un poco la cabeza para romper el contacto visual directo, aunque lo mio de reojo, entonces.

-Yo ya... estoy con alguien -murmuro, aunque no demasiado convencida.

No sé si es porque es mentira o porque tengo la mano en su paquete. Pese a todo no la he apartado. No sabría explicarlo. No es que sea morbo... Es más como...
Siento que si me muevo pasará algo, ya sea bueno o malo. Algo.

Cuando se aparta siento enseguida cómo la presión deja de ser tan fuerte, como de pronto parece que puedo respirar mejor. La verdad es que era asfixiante, pero ahora también tengo una sensación desagradable que poco tiene que ver con eso. O mucho, según se mire. Al fin y al cabo todo es el mismo puto problema.

Él se ha vuelto. Yo no sé qué quiero. No sé qué me pasa. Le he mentido para poder pensar a corto plazo, porque la situación me superó. Pero al mismo tiempo su reacción me parece como...
Aprieto la mandíbula, dando un paso hacia él.

-¿Y qué más da? -pregunto seria, alzando la voz-. Claro que han pasado cosas. ¡Han pasado seis meses!

Ahora estoy alterada. Joder... ¿Qué es tan difícil?

-¿Te vas a largar por eso? ¿Solo me dirigías la palabra por mi puto himen? Porque lo dudo.

Después de lodo lo que hemos pasado, me resultaría difícil de creer. Ya lo rechazó, ¿no? ¿Y ahora se va porque ya no lo tengo?

¿Y él? ¿Se escucha él?
Vale, es cierto. No he estado muy fina. No suelo estar muy fina. Generalmente cuando tengo que hablar me aturullo y la cago. Es lo normal en mí. Y me jode, supongo. Aunque lo disimule con insultitos y chulería tengo sentimientos, vergüenza y todas esas mierdas. Y también...
¡No sé, joder! Pero, ¿irse? No están las cosas para peleas de mierda.

Para empezar, yo fui la primera. Yo empecé todo esto. Es algo que suelo hacer. Suelo hacer muchas cosas, y muchas cosas mal.

Massen, Lyam, Adain... ¿Voy por el mundo siendo borde y luego qué espero?
Aunque tú no te mereces amabilidad, Gerald. Has debido de tener mucha de niño, porque te lo crees demasiado.

Salgo tras él, furiosa.
Furiosa no es la palabra. Suena a despecho. Y realmente no sé qué mierda es todo esto.

*se va tras él*

Con las manos tras la espalda, con todos sus fríos dedos entrelazados, Lluvia observaba la lluvia, curiosa, con la cabeza ligeramente inclinada hacia la derecha, a un par de metros de las ventanas de la sala de música. Había estado tocando hasta hacia un rato, y en el atril del piano todavía estaban las viejas partituras que había estado tocando, colocadas todas ellas con el mayor rigor, de forma que en el conjunto no hubiese ningún pergamino saliente. Ahora, sin embargo, solo observaba la lluvia.

Lluvia siempre había sentido una fuerte indiferencia hacia la lluvia: ni le molestaba, ni le gustaba. Simplemente era lluvia. A sus padres les gustaba mucho la lluvia, recordaba a veces, y aquello siempre le resultaba curioso: cuando veía la lluvia, nunca encontraba algún motivo por el que a sus padres pudiese gustarle. A sus ojos, solo era un fenómeno meteorológico anodino, insignificante: no tenía la fuerza de una tormenta, o de un huracán, no asustaba como los truenos y no alegraba como un día de sol. Simplemente aparecía, mojaba y se iba, eso era la lluvia.

Alzó un segundo las cejas.
Tal vez por eso no le gustaba su nombre, pensó.

*se queda*

Cuando abro la puerta y la veo, sonrío. A veces, cuando paso por delante de la sala abro la puerta para ver si hay alguien. A Ben y a ella las conozco, sé que vienen por aquí bastante. Son unos segundos que pierdo si no hay nadie, algo muy nimio, pero cuando acierto es bastante gratificante.

Alzo la mano, sonriente, saludando. Cierro la puerta a mi espalda, tratando de no hacer demasiado ruido, y la miro algo interrogante, con suavidad, como pidiendo permiso para acercarme. Que claro, puede ser que esté ocupada y haya llegado yo...
Aunque ahora mismo no está tocando. Quizás se concentra...

Echo un vistazo a la ventana, que es lo que ella miraba cuando entré. La verdad es que ver tan poco sol termina agotándome...