Dormitorio de las chicas

Al fin llego.

Entro en el cuarto de las chicas siguiendo las correctas indicaciones del jefe Nagorr y me encuentro con una nada despreciable cantidad de camas en la misma, habiendo un baúl a los pies de cada una.

Me paseo por el cuarto con curiosidad, sin tocar nada, hasta que veo que en una de las camas -la cual está pegada a la pared- se encuentra mi kusarinaga y el escaso equipaje que me fue arrebatado al llegar. Doy por hecho que me han asignado esa cama y me siento en ella.

Es cómoda; más que las ramas de los árboles y que el suelo de las mazmorras, desde luego, aunque no sé si la usaré demasiado.

Rebusco en mis cosas hasta encontrar una muda limpia de ropa que cojo. No debo bajar la guardia, pero asearse es ahora mismo lo primero.

*se va*

Tras el encuentro con Aren en las duchas regreso a la habitación y me siento sobre la que me han asignado como "mi cama". Me tumbo y miro al techo. Cierro los ojos. Mi misión ha empezado.

Aunque estoy cansada, la intranquilidad hace que tarde en dormirme y, cuando lo logro, es solo un sueño ligero e intranquilo; desconfiado.

*se duerme*

Abro los ojos con lentitud. Tengo la lengua pastosa y el estómago vacío. Mala combinación.

Me yergo. Me he dormido con la ropa, así que no necesito vestirme. Me pongo en pie, aliso un poco los pliegues de la cama y prendo mi arma a mi muslo derecho, sin que la cadena cuelgue.

Miro a mi alrededor. No hay nadie más, aunque si lo hubiera, sin duda, lo habría notado en cuanto llegase.

Ahora que estoy despierta y más despejada que ayer, puedo comenzar con la investigación.

Cuido de que nada quede fuera de su sitio y salgo.

*se va*

Me desperté hacia mediodía. La pereza y el tedio me hicieron mantenerme en cama un tiempo antes de levantarme y encontrar, una vez más, la enorme habitación vacía. Llevaba allí un par de días, y aunque era obvio que había alguien más durmiendo en mi misma habitación, todavía no había coincidido con ella. De hecho, quitando a los dos jefes y a algunos miembros del servicio, todavía no había visto a nadie por allí. Me vestí y me desenmarañé la melena con las manos, refunfuñando.

Centro de entrenamiento interrracial. Ya se veía. Más bien aquello parecía un hotel de lujo con pocos clientes. Pero no pensaba quejarme. Tampoco es que tuviera la necesidad de empezar con el entrenamiento. Supuse que estarían esperando a que llegase al Palacio un número más o menos grande de personas. Mientras tanto, yo me dedicaría a hacer excursiones. El Lago me llamaba con fuerza.

Inspeccioné a Loksass, la guardé en mi mochila tras asegurarme de que estuviera en perfecto estado y arreglé mis trenzas, que se estaban deshaciendo. Luego me recogí el pelo en una coleta, cogí la mochila y me dispuse a ir al comedor en busca de algo que comer.

*Se va*

Entro en el dormitorio y compruebo que no hay nadie. Cierro la puerta a mi espalda y serpenteo en dirección a mi cama. Abro mi baúl y hurgo en él, sacando un saquito con un cordel que me cuelgo del cuello. Luego camino de nuevo hacia la puerta, pero en el último segundo me quedo inmóvil.

Miro atrás.

¿Cuál es la cama de la joven piscis Massen Dew?

Al no saber esto, me dedico a ir una por una, mirando debajo de todas las camas y abriendo todos los baúles que encuentro.

Nada.

Ahogo un gruñido y salgo.

*se va*

Abro la puerta del dormitorio que, por supuesto, sigue vacío, pues, que yo sepa, todavía no ha llegado ninguna chica más al Palacio. Espero a que la pequeña piscis atraviese la puerta antes de cerrarla. Entonces, quedándome de pie, la observo, como esperando a que haga algo, diga algo o me pida algo.

Pronto me doy cuenta de lo ilógico de mi postura y camino hasta mi cama, depositando el libro encima. Mi mano tiene, de alguna forma, la marca del borde de sus tapas en la palma, debido a la presión realizada durante el ataque del flamma.

Me siento en mi cama y observo a la niña.

- ¿Necesitas algo...? -pregunto dubitativa.

Lo mío no es ser amable. Y menos tratar con niños. Se me da mal tratar con niños...

Entré en el dormitorio arrastrando los pies, con cara de alma en pena. Avancé detrás de Lester, que fue hasta su cama, del lado contrario a la mía y pegada a la pared. Yo me quedé por el camino, pues la mía estaba en la zona central de la habitación. Me senté pesadamente. Saqué de nuevo la carcasa de Loksass, con un suspiro triste, e intenté recolocar la tapa quebrada sin éxito. Sonreí a Alehyss Lester. La verdad, estaba siendo muy atenta. Realmente le estaba agradecida.

- Creo que ya te has preocupado bastante por mí hoy, ¿no? -medio bromeé-. Debes de estar aburrida de ayudarme. Voy a asegurarme definitivamente de que Loksass está bien. Ese animal podría haberle hecho mucho daño. Sólo hay que ver la mochila y la carcasa.

Miré a la chica. No sabía muy bien si debía dejarla tranquila o darle conversación. Por una parte, efectivamente tenía que estar hasta las narices de aguantarme. Por otra, aquella podía ser una oportunidad única de establecer una conversación cordial con quien, a fin de cuentas, iba a ser mi compañera. Mantuve mi sonrisa, esforzándome por no parecer demasiado cansada.

- Mañana preguntaré a alguien del servicio si pueden arreglar la carcasa. No es demasiado buena -se la enseñé. Era de madera, sin adornos, bastante tosca. A fin de cuentas, la había hecho mi hermano pequeño-. Pero me gustaría conservarla. Malo será que no haya alguien aquí que pueda ayudarme, ¿no crees?

Dejé la carcasa y miré a mi alrededor. Luego bajé la vista a mi mochila estropeada. No me preocupaba tanto. Yo misma podría arreglarla sin problemas. Entonces hablé de nuevo.

- Ese chico... El Flamma -miré a Lester-. La jefa de mi raza me dijo que dos recién llegados se había enfrentado. Erais vosotros, ¿no es cierto?

Cogí a Loksass una vez más, y la monté y desmonté un par de veces, asegurándome de que seguía siendo recta y de que no estaba astillada, antes de guardarla definitivamente. Luego, empecé a deshacer mis trenzas.

Mientras la pequeña piscis habla, dejo mi arma sobre la cama, junto al libro. Por suerte, no he tenido que utilizarla. Aunque, por lo que parece, el flamma chiflado me dará más problemas de los que esperaba.

No respondo a los comentarios que hace acerca de si estoy o no aburrida de ayudarla, pues son datos insignificantes que solo sirven para estrechar relaciones, no para recopilar datos. Sin embargo, como parece decidida a hablar, termino cediendo y la miro.

- Seguramente alguien sabe de artesanía... Y si no encuentras a nadie siempre se puede buscar en otro lugar...

Me siento en la cama y me descalzo. Hurgo en mi baúl y saco una camisa holgada de hombre. La miro unos instantes, casi con nostalgia, pero luego la dejo sobre la cama con todo lo demás y comienzo a desvestirme.

La última pregunta, sin embargo, logra llamar mi atención.

¿Jefa de su raza? Tomo nota mentalmente: la líder piscis es mujer.

Tardo un poco en responder, sintiendo cierta vergüenza por esos acontecimientos.

- Poco antes de llegar al palacio él me atacó sin previo aviso. Al parecer fue una confusión, pero no da entrado en razón. Creo que está loco... No deja de llamarme asesina. Yo solo me defendía...

Suspiro y me pongo la camisa. Me queda grande, pero me trae recuerdos y me gusta.

Clavo mis ojos en la pequeña piscis, prestando atención a su labor.

- Hmm... -murmuré-. ¿Crees que está mal de la cabeza? No parecía muy... ¿normal?

Adoraba desenredarme el pelo. Las pequeñas cuerdas que lo ataban iban cayendo a mi alrededor, mientras la melena se desparramaba en ondas. Casi me adormecía. Se me ponía el pelo tan suave...

Miré su camisa, con cierta envidia y vergüenza. Llevaba dos semanas sin cambiarme de ropa. Aunque la había lavado varias veces a lo largo del viaje, empezaba a estar demasiado sobada y desgarrada. Me mordí el labio, sin saber muy bien cómo hacer mi pregunta.

- Lester... ¿Crees que...? -tragué saliva, dudando si continuar. Finalmente, y a pesar del bochorno que me hacía sentir aquella pregunta, y de que mi cara debía reflejar por completo mi vergûenza, conseguí el valor suficiente para continuar-. ¿Crees que habrá algún lugar en el Palacio donde pueda encontrar ropa limpia? N-No tiene que ser nada especial, sólo algo que tengan guardado por ahí, algo que nadie use. ¿Crees que habrá algo que pueda servirme?

Bajé la vista, avergonzada. Había salido de casa con lo puesto. Casi podría decirse que me había escapado. Alguna consecuencia tendría que traerme...

- Estoy segura de que tiene algún problema psicológico, aunque solo sea ser estúpido... -farfullo.

Me desperezo, sintiendo placer al notar cómo los músculos de mi espalda se estiran.

"Lester..."

Vuelvo mi vista hacia ella sin poner ninguna clase de cara, aunque he de admitir que me hace gracia que me llame por mi apellido, especialmente por tratarse de una niña. Queda extrañamente serio.

Sonrío al escuchar su discurso. Es realmente gracioso ese punto inocente.

- Claro que sí -respondo. Tomo el libro y lo guardo en el baúl-. Hay muchas personas por aquí. Tiene que haber alguna de tu estatura.

Dejando la tapa de mi baúl abierto, la examino un instante. ¿No tiene más ropa que esa, entonces?

- Puedo dejarte algo para dormir hoy, si quieres -ofrezco de pronto, sorprendiéndome de mi propia amabilidad. Aunque... ¿Qué mejor forma de recopilar datos hay que ganándose la confianza del otro?

Miré a Alehyss Lester con los ojos abiertos de par en par. ¿Iba a dejarme ropa? ¿De verdad? ¿Ropa limpia? Casi no podía creer su ofrecimiento. No pude evitar una sonrisa entusiasta.

- ¿De verdad? -casi grité, encantada. Al darme cuenta de lo escandalosa que me había vuelto de pronto, carraspeé, retomando mi compostura-. Quiero decir... Te lo agradecería mucho. Si no es molestia. Pero no es necesario, en realidad. Puedo preguntar mañana a alguien del servicio. Seguro que encuentro algo.

Ya casi había terminado de deshacer las trenzas. Desvié la mirada de mi interlocutora. No podía evitar seguir mostrando cierta timidez. Me sentía ridículamente pequeña en aquel lugar.

- Es tarde ya. Seguro que estás deseando que me calle y te deje tranquila. Será mejor que haga eso. O mañana me pasaré el día aquí tirada. Y tengo mucho que hacer -señalé mi estropeada mochila, con una media sonrisa, como explicación.

La escucho hablar. Realmente, parece que no necesita que le responda. De hecho, es como si hablara ella sola y, únicamente de vez en cuando, esperase algún comentario mío para seguir dándose conversación a sí misma.

- Yo también creo que deberías descansar -murmuro.

Y realmente así lo creo. Adaptarse a un nuevo hogar es complicado, y más si las vivencias que experimentas en él son parecidas a la de hoy. No sé mucho de niños, pero sí tengo datos acerca de su aguante, y suele ser menor al de los adultos. Por mucha energía que la pequeña piscis parezca tener, debe de haber un límite en su resistencia, y no debería rebasarlo. Luego se pagan consecuencias.

Busco de nuevo en mi baúl y encuentro una camisa, esta vez mía, de color grisáceo. No sé ni por qué la traje. No recuerdo haberla usado jamás, aunque supongo que a él le gustaba que la tuviera.

Camino hasta su cama y la pongo encima de la colcha sin miramiento.

- Es un poco vieja, pero puedes usarla si quieres. No está envenenada, ni nada por el estilo.

Le lanzo una última mirada y luego regreso a mi solitario lecho. Me tumbo de espaldas a la piscis, sin taparme, con el cuerpo estirado y el mango de la hoz de mi kusarinaga entre los dedos.

- Buenas noches -murmuro.

La observé mientras rebuscaba entre sus cosas. Luego, vino hacia mí con una camiseta gris. Enrojecí levemente cuando me la ofreció, y no pude evitar soltar una risita ante su comentario. En realidad, ya no sentía la desconfianza que me había inspirado en un principio. La vi tumbarse, en una postura que sugería, ante todo, que no pensaba bajar la guardia ni en sueños. Me sorprendía que durmiera con su arma. Podría hacerse daño.

Finalmente, me decidí a desvestirme y ponerme su camiseta. Olía un poco raro, pero no era un olor desagradable. Incluso me gustaba, en cierto modo. Deshice la cama y me acurruqué tapándome hasta arriba, abrazada a mi almohada, con el pelo desparramado y una sonrisa de satisfacción en los labios.

- Buenas noches... -dudé unos segundos antes de añadir, en un susurro que, esperaba, ella no oiría-. Alehyss.

Y me sumí en una completa oscuridad.

*Duerme*

Tengo el ligero impulso de volverme, pero no lo hago. Ni siquiera cuándo sé que duerme. Ni siquiera tras darme cuenta de que debería inspeccionar el contenido de esa mochila ahora que no se dará cuenta.

No me vuelvo. No me muevo. Me quedo mirando hacia la pared en silencio, esperando a que el sueño se acerque.

El sueño suele tardar en llegar, especialmente fuera de casa. Normalmente es por desconfianza. Hoy simplemente es por una causa desconocida; tal vez la costumbre.

Mientras espero, procuro no pensar. Es más. Procuro pensar en mi misión. He de tenerla clara en todo momento.

Sin escrúpulos.

Sin preferencias.

Porque la misión es más importante.

*se duerme*

Me despierto temprano. Me desperezo y me visto.

Echo un breve vistazo a la piscis, que aún duerme. Luego, salgo.

*se va*

Me levanté de la cama después de mucho pensarlo, decidida a terminar mis asuntos pendientes. Me cambié de ropa (aunque era mucho más agradable, no quería ir por ahí con la camiseta de Alehyss Lester) y abrí por primera vez el baúl que tenía a los pies de la cama. Tras un momento de vacilación, metí en el baúl mi mochila. Rebusqué en ella y saqué a Loksass. Dejé la carcasa rota sobre la cama y volví a guardar mi cerbatana con todo el cuidado.

- Sólo de forma temporal -le aseguré-. Luego todo volverá a la normalidad.

Estuve a punto de guardar también la camiseta de Lester, pero luego cambié de idea. La doblé con cuidado y la dejé sobre la cama de la Chrysos. Por último, tomé la carcasa en una mano y abandoné la habitación.

*Sale*

En la habitación de las chicas, tumbada en mi cama, observo el techo. Mis manos abiertas acarician la colcha sobre la que me encuentro sin más interés que el de sentirla. A mi lado, mi arma, descansa también, fría y muerta por carecer de nombre. Mi cabello se desploma, suelto, a ambos lados de mi cabeza, creando formas azarosas.

Respiro en silencio.

Cierro los ojos. Los labios ligeramente entreabiertos, como si en algún momento hubiera estado a punto de decir una palabra.

Descanso.

*se queda*

Poco después entra la pequeña piscis. Asiento a sus palabras y sigo pensando en mis cosas.

Tras un rato, me duermo.

*se duerme*

Entré en el cuarto como una exhalación, en busca de Loksass y de Alehyss. Tuve la suerte de encontrarlos a ambos.

- Lester, escucha -dije, guardando un montón de ropa que había sobre mi cama en el baúl, y escogiendo una camiseta para dormir-. Me han encargado organizar una partida de caza. Rastrear y acabar con la bestia de la que me hablaste. Mañana tienes que ayudarme a reunir a la gente. Yo no conozco a nadie más que a ti -eso último no era del todo cierto, pero en aquel momento daba igual.

Me cambié, cogí a Loksass y lo guardé en la carcasa arreglada, que también estaba sobre la cama. Pensé en guardarla también en el baúl, pero entonces, observando a mi compañera, cambié de idea. Intentando que no lo notara, metí la carcasa bajo mi almohada. Luego me metí en cama.

- Buenas noches -murmuré. Y cerré los ojos, dispuesta a dormir.

*Se queda dormida*

Me desperte con una idea brillante en la cabeza, y me dispuse a ponerla en practica. Tras cambiarme de ropa, puse en marcha mi plan. Lo primero era peinarme. Repasé y apreté una a una todas mis trenzas, y las até en una coleta bien tirante, asegurando que cada pelo quedara en su sitio. Cuando todo estuvo perfecto, sonreí con satisfacción. A continuación, saqué la carcasa de mi arma del baúl, y saludé alegremente a Loksass. Entonces saqué el saquito de dardos que guardaba en el doble fondo de la caja, y los dispuse ordenadamente sobre mi colchón.

Uno a uno, los fui enredando entre mis trenzas. Tenía algo de miedo de hacerme daño (me habría sentido muy torpe) pero finalmente todos quedaron bien colocados, sin que ninguno sobresaliese. Así mismo, todos parecían perfectamente sujetos, y no estaban demasiado enredados como para que resultase incómodo extraerlos. Había hecho aquello mismo un par de veces, pero no a tan gran escala. Sin embargo, pensándolo bien, y después de la última experiencia (el chico grandote y escandaloso del pasillo) había llegado a la conclusión de que sería conveniente tardar lo menos posible en preparar a Loksass si era necesario.

Monté la cerbatana y me la colgué del cuello con un cordón. Antes de guardar la carcasa en el baúl, pensé en sacar los cinco dardos especiales, pero decidí que no era buena idea. Eran demasiado valiosos como para arriesgarme a perderlos. Cerré el baúl y salí de la habiación canturreando alegremente.

*Sale*

Seguí a la chica obedientemente, manteniendo la compostura. Poco antes de salir al pasillo, se quedó momentáneamente paralizada. Había alguien más en la sala, aunque no le había prestado mucha atención hasta entonces... La chica lo miró a él, por lo que supuse que algo tendría que ver. Qué curioso... Tendría que investigar ese dato.

Por alguna razón abandonamos enseguida los pasillos y entramos en lo que parecía unos dormitorios. Estaban vacíos (empezaba a acostumbrarme a ver el palacio vacío. Tal vez fuera un palacio fantasma...). Me giré hacia mi acompañante.

—Aquel hombre parecía fuerte... ¿Quién era? —abrí mucho los ojos— No conozco a nadie aquí, así que me vendría bien saber a quién debería evitar y a quién puedo acercarme... ¿Cuál de los dos es él?

Llegamos a los dormitorios sin demasiados problemas. No nos perdimos. No fuimos por un camino largo. Y, lo más importante, no nos habíamos encontrado con el jefe Darvenwish’s. Eso era bueno. Muy bueno. Sin embargo, la idea de que el jefe de Caligo estuviese en el Palacio no me reconfortaba. Esperaba que se hubiese ausentado de Caligo por algún otro motivo, no porque hubiese ido al Palacio de Brontë. Y ahora que estaba ahí descubría que no, que realmente él había acudido al Palacio en lugar de uno de "los cinco". Suspiré. A pesar de que la mayoría de la gente de Caligo prefería a Aren Darvenwish’s antes que al grupo de "los cinco", en mi familia opinabamos justo lo contrario y, en esos momentos, yo hubiese dado cualquier cosa porque uno de "los cinco" le cambiase el puesto en el Palacio a Darvenwish’s.

La voz de Sanae interrumpió mis pensamientos. La aether me preguntaba por la identidad del jefe Darvenwish’s. En un primer momento me extrañó que no lo conociese, pero luego pensé que era normal. A fin de cuentas, yo tampoco sabía la identidad de todos los líderes. También me preguntó por la gente del Palacio. Suspiré. Yo tampoco conocía a la gente que estaba ahí reunida. De hecho, salvando al Aether que me había acompañado al comedor y al Chico R, podría decirse que sólo conocía a algunos miembros del Servicio. Acordarme del Chico R hizo que me preguntase cómo estaría. Le había visto en el comedor, pero no podía haber hablado con él y no lo había visto desde entonces. ¿Estaría mejorandose de sus heridas?

Dejé escapar un nuevo suspiro. Luego miré a la aether.

— El hombre de antes era Aren Darvenwish’s, el lider de Caligo...

Me callé durante unos instantes. ¿Qué podría decirle del lider? No quería desvelar mi antipatía por el gobernador. Simon siempre decía que no podíamos ir mostrando nuestras "cartas" por ahí; que no podíamos expresar nuestras opiniones del regimen de forma abierta y que, si alguien nos preguntaba, tendríamos que dar una buena versión del lider. Sin embargo, no podía decirle que era un buen hombre, porque no lo era. Tras meditarlo unos instantes, decidí ofrecer una versión del lider que se encontrase entre ambas opiniones.

— Es un... Un lider estricto... No es que sea malo, pero... ... Pero sí que es muy estricto e inflexible... Yo de ti no me acercaría mucho a él.

Me llevé una mano al cuello.

— Yo tampoco conozco a mucha gente en el Palacio. Llegué hace un par de días y casi no he hablado con ningún alumno. De hecho, sólo conozco... Bueno, medio conozco a dos. Uno es un aether de, más o menos, mi edad. Me acompañó al comedor hace unos días. Se llama... ... Creo que se llamaba... Heylel, o algo así. Parecía simpatico, pero no hablamos mucho...
>> La otra persona es un chico... flamma, de pelo rojo y ojos... ... no sé, creo que oscuros. No sé su nombre, sólo que empieza por R. ¡Yo le llamo Chico R! — Guardé silecio durante unos segundos —. No he hablado con él, así que no sabría decirte como es... Pero... No creo que sea mala persona...

Sonreí. Realmente no sabía casi nada de ninguno de los dos.

A pesar de no ser capaz de hablar con tranquilidad, Inger parecía una persona bastante cándida. No era mala chica, pero no podía evitarlo, aquellas personas me ponían de los nervios. ¿Por qué no eran un poco más espabiladas? Así, cualquiera podría aprovecharse de ellos. Como yo.

Sin embargo, a pesar de que siempre parecía algo nerviosa, cuando respondió a mi pregunta comenzó a actuar de forma aún más rara. ¿Sería así con toda la gente? Conmigo estaba bastante tranquila, aunque claro, yo nunca había causado mucha impresión en la gente... Aquel hecho era a propósito, por supuesto. Solías conseguir más cosas si eras una chica guapa con aspecto delicado. Además, él era alguien importante; eso era nuevo. Si en el palacio iba a haber gente tan interesante, tal vez no habría sido tan mala idea venir... Una sonrisa traviesa asomó a mis labios, previendo todo lo que podría divertirme con la gente tan interesante que había aquí.

De todas formas, ya era muy tarde, y estaba cansada de tanto dar brincos todo el camino. Me excusé ante Inger, agradeciéndole varias veces lo bien que se había portado conmigo y prometiéndole devolverle el favor, y me retiré al dormitorio, donde finalmente podría soltar mi arco y el carcaj con las flechas.

*entra en la habitación*

Por suerte, Sanae no preguntó nada más acerca del lider de Caligo. Tampoco mencionó nada de los otros dos chicos. En su lugar, entró en el dormitorio, tras agradecerme la ayuda. Negué varias veces cuando dijo que me devolvería el favor. Realmente, no había nada que devolver.

Me despedí de ella y luego me fui. Todavía no estaba cansada, así que podría ir a dar alguna vuelta por ahí y aprovechar para pensar.

*se va*

Me levanto y miro a mi alrededor. No tengo tiempo para pararme en detalles ni para presentarme ante la joven aether que se encuentra en la habitación. Ni siquiera estoy segura de si es una más o está aquí por casualidad.

Tengo algo que hacer.

*se va con prisa*

Entré sin hacer ruido, intentando pasar desapercibida para la chica alada que estaba en la habitación (y a la que no había visto antes). Abrí el baúl y puse el tarro al fondo, tapado por ropa. Miré mi mochila, aún estropeada, y saqué de ella la carcasa de Loksass, que dejé en el baúl. Me recogí con una horquilla que encontré perdida por el baúl el mechón de pelo que el dragón de Kettleburn me había cortado, tomé la mochila (en la que se encontraba únicamente una cajita de herramientas) y me decidí a visitar los jardines, que aún no había visto. Allí tendría buena luz para arreglar la mochila.

*Sale*

Entro en el dormitorio. Me he encontrado a la pequeña piscis por los pasillos, por lo que doy por hecho que venía de aquí. Como no estoy de muy buen humor, me limité a hacer un gesto de saludo con la cabeza y a seguir caminando.

Me dirijo hacia mi cama y abro el baúl, depositando la capa en su interior y sacando el libro en su lugar. Ya que es tan patético, aprovecharé el viaje a la biblioteca para devolverlo, no vaya a ser que se me olvide.

*se va*