Baños de las chicas

Estoy dentro del agua de la bañera, con las membradas extendidas y los ojos semicerrados. Me duele el cuerpo entero, pesado, casi como magullado, y siento un leve escozor. No digo dónde. Para qué.
De verdad que es como si hubiese recibido una paliza. Quiero añadir, para no dar la imagen de una puta borde sin más, que es una paliza de la que creo que no voy a arrepentirme. Pero el resultado físico ha sido peor que el de entrenar durante tres horas seguidas. Y duelen zonas insospechadas.

-Aaaaaay... -murmuro, quejándome para mí, reacomodándome como puedo en la maldita bañera de agua templada.

Me hundo un poco, hasta la nariz, y echo fuera el aire de los pulmones, haciendo burbujas en el agua. Buena siesta me he echado.
Salgo de nuevo y dejo ir un suspiro, cansado. No tarda en acompañarlo un bostezo enorme, y me desperezo.
Paso a tomar algo de jabón y comienzo a frotarme el pelo, despacio, perezosa.

Estoy muy tranquila, pese a todo. Esta calma interior no se consigue ni meditando.

*se queda*

Entró en el baño tarareando, dando alguna que otra vuelta incluso, como en un pequeño baile. Parecía extrañamente contenta. Sin demasiado cuidado, se quitó la ropa en un momento, dirigiéndose en seguida a la bañera.

Fue entonces cuando la vio.

-¿Qué hay, camarada? -preguntó, con una enorme sonrisa-. Esto es un lujazo de los gordos, ¿eh?

Y, sin más dilación, se metió en la bañera, sentándose con las piernas cruzadas frente a ella.

-Ah... Creo que podría acostumbrarme a esto -murmuró, cerrando los ojos y arrellanándose.

Estoy a punto de salir del agua cuando veo llegar a retales, y esbozo una sonrisa. Abro un poco el tapón, mientras se desnuda, para vaciar algo del agua, y rellenar con más agua caliente, que creo que se ha templado de más. Si es que estoy de un buen humor que ya quisieran algunos que fuese así siempre...
Bueno, lo digo muy de broma pero, bien pensado...

-Hacía tiempo ya, Ben -saludo, sacando una mano del agua para llevármela a la frente, haciendo una forma simplificada del saludo militar con dos dedos-. Me alegra verte por aquí. ¿Cómo te va todo? -. Asiento, con una sonrisa-. Desde luego, bañeras como esta no las hay en todos los sitios.

¿Quién soy?

Le acerco el jabón que he estado usando y me estiro un poco más. Tampoco tengo prisa por sacar mi dolorido cuerpo de este sitio.

-Después de un día duro esto sienta de muerte -murmuro, dejando ir un suspiro satisfecho.

Ben se encogió de hombros, haciendo pequeñas olas en el agua con las manos, con una sonrisa. Alzó la vista.

-No pienso quejarme -declaró, con tono seguro-. Creo que este sitio es lo mejor que me ha pasado en la vida. Sin exagerar.

Tomó agua entre las manos y se la echó a la cara, soltando un nuevo suspiro. Agua caliente y limpia para ella. ¿Quién lo hubiera pensado? Y estaba allí siempre que la quisiera. Se acomodó un poco más y aceptó el jabón, mirándolo con curiosidad, palpándolo con los dedos. Jabón. ¿Cuánto contacto con el jabón había tenido a lo largo de su vida? Su sonrisa se amplió.

-Ah, que vas de día -comentó, algo sorprendida-. Yo creí que eras de las mías. ¿O nos piden que cambiemos el horario y yo no me he enterado?

Con mucha lentitud y suavidad, comenzó a extenderse el jabón, casi como si jugara con él, por un brazo. Sintió un escalofrío.

Dejo ir una risilla divertida. Desde luego, no puedo decir que el sitio esté mal. vale que mi casa tampoco es una mierda. Somos demasiados, hay más barullo que aquí, está mi señora madre, entre otras, tocando los cojones, pero está bien. Allí no hay peligro de que te rajen el cuello mientras duermes. O sea, lo hay. Lo hay en todas partes, ¿no? Pero se reduce si no formas parte de un ejército. Pero son gajes del oficio, y he terminado por acostumbrarme a esto. Hasta el peligro parece asustar menos.

-Vaya. ¿A ti te han llamado o lo has pedido tú, eh? -inquiero, bromista, aunque sin la malicia acostumbrada. Luego me acomodo de nuevo, estirando las piernas. Las ingles. Eso sí que duele-. Verás... No he estado despierta durante el día. Es un decir. La costumbre. Me he despertado hace unas horas. Lo duro fue la noche de ayer -. Asiento, convencida-. Una tiene muchas responsabilidades. Ya sabes. Cosas de guerreros.

La mentirijilla se me perdona por preservar mi intimidad, ¿no? Soy una chica discreta... No estoy para airear así como así algo como esto. No es propicio.

-¿Y qué has estado haciendo además de disfrutar de los lujos que te ofrece un palacio, Retales? -inquiero, plegando las rodillas, con una breve mueca, abrazándolas en el agua, agradablemente más caliente.

Ben abrió mucho los ojos, con evidente asombro.

-¿Se podía pedir? -preguntó, con cierta ansiedad-. ¿Y yo cómo no vine antes?

Hundió la cara en el agua hasta la nariz y empezó a hacer burbujitas. Cerró los ojos. Pero qué delicia...

Asintió, sin sacar aún la cabeza. Cosas de guerreros. Cosas que ella no estaba haciendo. Necesitaba un empujoncito, leches. U otro trabajito como el de la última vez. Quizás con Gunar. ¿Contaría aquello como servicio en nombre de Brontë?

Sacó la cara del agua para hablar.

-Menos de lo que debería, creo -respondió, algo nerviosa-. ¿Qué haces además de las misiones? No sé bien qué hacer aquí. Entrenar, o algo, supongo, pero no sé cómo... Pero bueno, he estado rondando la sala de música, que también es una tarea interesante. Aunque dudo que cuente como parte del trabajo.

Se rascó la nuca, algo apurada.

Niego con suavidad. No sé si me está siguiendo la broma y si ha colado. Es que soy la puta maestra de colarla, claro.

-No, que yo sepa. O te llaman o te jodes, creo. Aunque siempre podrías haber intentado colarte. No te aseguro el éxito, que no creo que estén para gorrones -comento, con una mueca.

Me pongo de pie. Ya ha sido suficiente. Salgo del agua, y de nuevo se me deforma la expresión un momento. Cada paso es un dolor entre las piernas. Mierda. Hostia. Puta. Pero creo que he disimulado bien esos pasos.
Cojo la toalla que he dejado preparada y me envuelvo en ella. Qué suave...

-Bueno, ya sabes... -. Me seco con calma, dedicando un instante a pensar-. Entrenar, ¿no? O mejorar, en general. En todo lo que pueda. ¿No sabes cómo? -. Alzo las cejas-. En la sala de entrenamiento hay material a saco. Y siempre puedes buscar compañía. No hay como un rival para estimularse.

Ben asintió, frotándose distraídamente el cuerpo. Sonrió, algo ausente.

-Entonces es lo que pensaba -comentó-. He tenido mucha suerte.

Cuando ella salió, se dedicó a terminar de asearse, tomando algo de velocidad. No porque tuviera prisa, pero el tema de conversación la ponía algo nerviosa. Aún así, sonrió.

-Claro -asintió-. Me preocuparé de ello.

Era sencillo, ¿no? Realmente no había motivo para darle vueltas. Solo tenía que... Bueno, eso. Echó la cabeza hacia atrás, mojándose el pelo, y procedió a enjabonarlo también.

Me seco un rato el cuerpo y luego me doblo un poco hacia adelante, inclinando la cabeza para que el pelo caiga y poder secarlo con fuerza, de forma que gotee sobre el suelo.

-Si te apetece, yo te echo una mano. Me gusta entrenar con gente -propongo, volviendo a echar el pelo hacia atrás e irguiéndome, con una sonrisa entretenida-. Podrás probar en tus propias carnes las habilidades de una verdadera y experimentada guerrera -añado, y el tono burlón insinúa que quizás exagere-. Siento curiosidad.

Dejo ir un suspiro. De verdad que me siento relajada de cojones.

-¿Te vas a aplicar después de lo que pasó? -inquiero, dejando la toalla en el banco, cogiendo las bragas limpias y haciendo algunos malabares para evitar el dolor que implica alzar una pierna-. ¿O solo es miedo a que te echen a patadas ahora que las cosas están tensas? -añado, con un deje burlón al final.

Se aclaró el pelo, y aunque no le apetecía realmente, salió de la bañera. Tenía algo de miedo de abusar de lo que se le ofrecía.

-¡Ah, claro! -aceptó, contenta-. Eso me vendría muy bien. Seguro que puedes enseñarme. Hace mucho que no uso mi arma, la verdad...

Exactamente, seis años. Pero eso nadie debía saberlo. Porque entonces todo estaría acabado, ¿no? Y ya no solo no tendría nada, sino que no podría aspirar a nada. Amplió la sonrisa un instante, aunque pronto le falló un poco. Parpadeó levemente y tragó saliva, envolviéndose en la toalla. En una encantadora toalla en la que se quedaría envuelta toda la vida, si tuviera oportunidad.

-¿Crees que echarán a la gente? -preguntó, tratando de mantener un resquicio de sonrisa.

Ella no tenía miedo de que la echaran por lo que había pasado. Ella siempre tenía miedo de que la echaran.

Ladeo un poco la cabeza.

-Oh, ¿en serio? Si confías en mí, no seré yo la que dude-. Me llevo el pulgar al pecho, desnudo. De ayer a hoy me siento como si fuesen un poco más grandes-. Cuenta conmigo. Con ello. Siempre es más divertido que hacer flexiones -comento, asintiendo con convicción.

Sigo vistiéndome hasta que habla de nuevo. Me pilla subiéndome los pantalones, y alzo las cejas. Parece realmente preocupada. Insiste mucho. Tampoco quiero minarle la moral, aquí.

-Claro que no -rechazo, tajante. Aunque... Al final una tiene que rectificar, que luego se come la mierda-. Bueno, no creo. Habías ido a una misión, ¿no? Y colaboraste cuando hubo que repararlo todo, y eso que acababas de llegar... ¿Fuiste a las clases para aprender el hechizo del líder parvus? -. Ya vestida me dedico a quitar un poco más de la humedad del pelo, que me espera toda la noche todavía-. No sé... Supongo que si mueves un poco el culo no tienen que quejarse. No está de más hacer ver que se tiene interés, claro, que dudo que estén muy contentos los de arriba con las últimas novedades. Yo poco más que entrenar hago, la verdad, que ya llevo tiempo sin salir de misión, pero si estamos dispuestos y preparados no debería haber queja, creo.

No, en serio. ¿Quién cojones soy?

Ben asintió, con una amplia sonrisa.

-Maravilloso -declaró-. Pues... ¿qué te voy a decir? Tú mandas, veterana. Cuando quieras nos ponemos a ello. Como si quieres ahora. O a mediodía. Tú sácame de la cama sin reparo, que yo me adapto a lo que sea.

Poco a poco se fue relajando un poco. Mientras la escuchaba, comenzó a secarse con la toalla. Asintió con suavidad a su pregunta, algo más tranquila. Al poco dejaba aquella maravillosa toalla para vestirse.

-Claro, supongo -murmuró-. El interés les importará mucho. Creo. Y... las mejoras. Tengo que mejorar. Lucharé. Iré a más misiones. No dejaré que crean que no me intereso.

Estaba segura, decidida. Tenía que esforzarse. Brontë era demasiado bueno como para perderlo.

Parece que todo va bien. Bueno, ahora mismo no es un buen momento para dedicarse al combate, pero asiento de todas formas, con una sonrisa traviesa.

-Te sacaré de las sábanas cuando menos te lo esperes. Tranquila que no me corto -prometo, recuperando el tono burlón.

Pronto todo vuelve a su cauce, y ambas estamos vestidas de nuevo. Supongo que ya que nos hemos juntado, y dado que somos nocturnas las dos, no habrá mejor cosa que dar una vuelta y charlar un poco. En lo personal, prefiero sentarme en algún sitio, quizás comer algo como excusa, porque cada paso es como arrastrar el coño por Ignis, hablando en plata.

Retales parece de acuerdo. Pronto hemos dejado el lugar.

*se van*

Entré en el baño casi de puntillas, con los hombros algo encogidos y aire serio, evitando en todo momento volverme hacia los espejos. Antes incluso de descalzarme me acerqué a la bañera y eché en ella una buena cantidad de jabón, abriendo a continuación los grifos al máximo. Solo entonces me preparé para el baño.

Me desnudé despacio, como si quitarme cada prenda requiriera una enorme delicadeza. Solté la coleta que llevaba, dejando las trenzas desparramarse por mi espalda; me quité los zapatos, empujándolos con los pies; me deshice de la ropa prenda a prenda, desde arriba hacia abajo.

De vez en cuando vigilaba el agua, asegurándome de que estuviera bien. La espuma surgía a borbotones, una enorme mancha blanca sobresaliendo de la bañera, frágil, inestable y temblorosa.

Me dirigí entonces, por fin, a los espejos. Lo hice con la vista baja, mirándome los pies, recordándome que no era tan terrible. Inspiré hondo y alcé la vista. Me estremecí. Sí lo era. Me pasé una mano por la cara, repasando la marca. Invoqué un fuuchi que no tuvo ningún efecto. Me la tapé, observando lo que quedaba de mi cara sin ella. Lo que había sido mi cara. Sentí una presión en el estómago.

Oí el agua derramarse. Sin perder tiempo, cerré los grifos y me metí en la bañera, sin preocuparme de limpiar lo que se había derramado. Me acurruqué en una esquina y me sumergí en la espuma hasta la altura de los ojos, quedándome muy quieta, mirando a ninguna parte.

Cuando entro en el baño veo que no soy la única que está en él. No obstante, no me molesta en absoluto la otra presencia: Massen. Desde que regresamos de Ignis he intentado estar todo lo pendiente de ella que he podido. Me frustra enormemente su estado, y una parte de mí se siente especialmente dolida por la causante de su herida. Sé que no era yo, pero no puedo evitar pensar en la ironía que implica, de alguna forma.

-Hola –la saludo, esbozando una sonrisa algo seca, acercándome a un banco para empezar a desvestirme.

La ropa resbala por mi cuerpo. Al final dejo visible la herida del muslo. Es mi propia marca por esta vez, aunque es una nimiedad en comparación con la suya, o con la otra de la misma pierna. Son marcas que no me dejarán olvidar fácilmente mis vivencias en Brontë, las consecuencias de mis actos.

-¿Cómo está el agua? –inquiero con suavidad, acercándome a la bañera, introduciéndome lentamente sin esperar su respuesta. Ha sido más bien una formalidad. Me acomodo entonces, no muy lejos de ella, pero dejándole su espacio-. ¿Cómo estás?

Alcé la vista al ver entrar a Alehyss, llegando a esbozar una pequeña sonrisa cuando saludó, aunque esta quedó oculta por toda la espuma. Acabé por murmurar un pequeño "hola" yo también, en vista de que mi respuesta a su saludo no parecía haber llegado a ninguna parte.

La observé desnudarse en silencio, sin moverme de donde estaba. Tan solo aparté un poco la vista cuando se acercó para entrar en el agua. Para cuando respondí a su pregunta, ya estaba entrando.

-Acabo de entrar -respondí-. Aunque no está muy caliente. Y creo que he usado demasiado jabón.

Su segunda pregunta me tuvo un momento más en silencio. Con las membranas abiertas, saqué las manos del agua, juntando y dando forma a la espuma ante mí y la vista fija en lo que estaba haciendo. Me encogí de hombros.

-Un poco cansada -respondí-. Se me pasará en unos días. ¿Y tú?

He de apartar algo de espuma para acomodarme, pero no me molesta. Es extraño, porque en el silencio hace una especie de sonido suave, debido a las explosiones y fricciones de las pequeñas burbujas, y me resulta un tanto relajante, incluso.

-Un baño de burbujas no sienta mal de vez en cuando –la disculpo, con tono calmado, mientras la observo actuar.

No es una respuesta extraña. Supongo que todos estaremos en las mismas. Yo no puedo poner muy buena cara al respecto, tampoco, pero creo que tengo menos queja que ella. Y no puedo imaginar cómo me sentiría en su lugar, aunque al final lo que uno tenga que valorar esté muy lejos de lo superficial.

-También lo estoy –coincido, estirando las piernas en el agua. Ignoro el dolor de la izquierda, que quiere instarme a tensar el gesto-. Ha sido un viaje muy duro -. La miro de nuevo, y acaricio su pelo un momento, con gesto sereno-. Lo has hecho muy bien. Hacía tiempo que no te veía en acción. Te has vuelto muy fuerte.

Ya no es una niña, supongo.

Asentí. Personalmente, no era de mis favoritos. Prefería bañarme en agua que en jabón. Pero, aquella mañana, en concreto, me apetecía. Quizá porque el jabón daba más sensación de limpieza que el agua. O quizá porque borraba, o como poco ocultaba, mejor las cosas.

Ella también estaba cansada. ¿Acaso alguien había vuelto descansado de aquello? Ni siquiera los líderes, probablemente. Yo, en concreto, había dormido más que de costumbre desde la vuelta, y aún me estaba acostumbrando a volver a la rutina. Más de lo que me había costado nunca.

Cerrando los ojos con fuerza, eché la cabeza hacia atrás para sumergir el pelo en el agua. Pronto volví a erguirme, dejándome acariciar.

-No lo suficiente -murmuré, desviando la vista. Pronto volví a mirarla-. ¿Sabes? Antes de irme estuve practicando un poco cuerpo a cuerpo. Poniendo en práctica lo que me habías dicho. No es que sea muy buena, pero creí que sería útil saber qué hacer si me atrapaban. Ahora creo que debería dedicarme a entrenar mi capacidad para esquivar.

Dejo ir un resoplido. Es un comentario gracioso, aunque no lo sea. Me puedo escuchar a mí misma diciendo exactamente lo mismo. No lo suficiente.

-Nunca es lo suficiente –declaro, sacando una mano del agua despacio, con la palma hacia arriba, dejando que esta resbale entre los dedos y quedándome solo con un poco de espuma en ella. La aprieto, haciendo que se escurra y caiga de nuevo a la bañera, justo a tiempo para mirarla-. Trabajemos juntas en ello –propongo, seria, volviendo a deslizar la mano dentro del agua templada.

Me acerco a ella, finalmente, hasta llegar a notar su muslo contra el mío. Entonces rectifico, dejando un ínfimo espacio, y comienzo a deshacer una de sus trenzas con calma. Ya no es la primera vez que hago algo como esto. También resulta relajante a su manera.

Sonreí, asintiendo. En cierto modo, éramos bastante parecidas en cuanto a exigencia. Aunque a mí ella seguía pareciéndome mucho más profesional, y por tanto un modelo a seguir. Asentí de nuevo, con más energía, ante su propuesta.

-Quería pedírtelo -expliqué-. Le he pedido a Jun que me enseñe a usar el arco, y a ti quería pedirte que me enseñes a aprovechar mi agilidad. Quiero intentar aprender a cubrir todos los flancos. No es que vaya a ser capaz de hacerlo todo a la vez, pero creo que me vendrá bien tener más posibilidades para actuar.

Me abracé las piernas, dejándole más espacio, y apoyé una mejilla en las rodillas, sintiendo cómo la espuma pegaba piel con piel. Por el rabillo del ojo, la observaba deshacer mi peinado, relajada.

Tiro con arco… Alzo un poco las cejas, con curiosidad, sin detener las manos en ningún momento, que deshacen trenza a trenza con lentitud y cuidado, evitando tirones.

-¿El niño ese sabe tirar con arco? –inquiero. Lyam también lo mencionó ayer de pasada-. Creí que no era un guerrero. Al fin y al cabo tuvimos que salvarlo hace tiempo, y no era más que un crío. Se fue y volvió, ¿no? -. Arrugo el ceño un momento, pensativa-. ¿Qué hace aquí?

Cuéntame lo que sepas. Es un buen momento para averiguar cosas sobre los que no conozco, aunque no vaya a vender esa información a nadie. De hecho, por ser mera curiosidad quizás sea más conveniente para todos.

-Saber de muchos campos es importante, aunque sea un poco. En cualquier momento la cosa más insignificante puede convertirse en algo útil-. No obstante, incluso yo a veces termino evitando ciertos saberes, ignorando mi propio consejo-. Creo que es una buena idea y me esforzaré por ayudarte-. Esbozo una sonrisa-. También yo aprenderé de ello, por supuesto.

Poco a poco, el pelo va quedando libre. Introduzco los dedos entre los mechones, acariciando directamente la cabeza con las yemas, antes de proseguir,

Al menos estamos vivas. No puede decirse que haya salido tan mal como la última vez que fuimos. Y también me siento más fuerte que la última vez.

Asentí.

-En la torre donde vivía, en Lumen, al parecer le enseñaron. No deja de ser raro, teniendo en cuenta que poco más le dejaban hacer que meter la cabeza entre libros, pero el caso es que sabe -expliqué-. No lo hace nada mal, aunque no tiene mucho espíritu de guerrero. Pero ahora tiene un arco, creo que se lo dio un líder, no sé quién, y está formándose en el ejército -. La miré con una sonrisa traviesa-. La verdad es que lo fui a buscar yo -reconocí-. Aunque cuando llegué iba con idea de hacerle una visita, no de que se viniera conmigo. Se escapó de casa y vinimos a Brontë -. Tomé yo otra trenza, comenzando a deshacerla-. Al parecer su abuelo es un señor muy sabio e importante en Lumen y tiene una especie de escuela de magia allí. El líder Brumm lo conoce, creo, y se puso en contacto con él para que dejara que Jun se quedase aquí. O algo así. Es una historia un poco complicada. Para mí que tiene una parte oscura, ese abuelo suyo nunca me dio buena espina. Y bueno, luego está el hecho de que Jun no se entera de nada, así que no se puede llegar a muchas conclusiones a partir de lo que cuenta.

Asentí de nuevo. La forma de luchar de Alehyss siempre me había gustado. No. No era la forma de luchar. Era la forma de moverse mientras luchaba. Aunque resultaba exótico, nunca había tenido interés en esa hoz suya. Lo que me llamaba la atención era cómo se movía, cómo parecía calcular cada movimiento para alcanzar a su objetivo, y la mayoría de las veces salir ilesa. Eso era lo que quería aprender.

-Creo que tú puedes enseñarme mucho -insistí. Luego ladeé la cabeza-. ¿Y qué quieres aprender tú?

Pasé una mano por la superficie del agua. La espuma se iba deshaciendo muy poco a poco.

Presto atención a la historia del chico. Apenas he podido interactuar con él, pero desde el preciso momento en el que se nos ordenó rescatarlo, y no de unos bandidos cualesquiera, teniendo en cuenta la capacidad de su líder, no podría decir que me resulte indiferente. Quizás vaya siendo el momento de que lo busque. Si es un guerrero más, las excusas para hablar con él son infinitas.

-Bueno, mientras se esfuerce por no resultar una carga aquí yo no tengo queja –murmuro-. Ya hemos tenido demasiadas pérdidas, y velar por la vida de gente que cree que está de vacaciones arriesgando la propia es algo que no hace gracia a nadie –resuelvo, metiendo los dedos entre los mechones de una de sus trenzas para deshacerla y estirar el pelo.

Esbozo una sonrisa a sus palabras. No me siento adulada, ni nada semejante. Yo misma opino que podría enseñarle, mucho. Me alegra, simplemente, que ella misma sea consciente de ello.

-Yo quisiera ser mejor en magia –murmuré, negando varias veces-. Aunque creo que eso ya es un caso perdido. Desde luego, no aspiro en llegar a tu altura a ese respecto. No obstante, un poco de práctica no me vendría mal. Cuando no eres hábil en algo termina siendo frustrante intentarlo, pero si no mejoro un poco terminaré por estancarme definitivamente-. Dejo ir un suspiro, sin perder la sonrisa escueta-. Quería probar también con algún arma a distancia. La que tengo me permite distancias medias, pero no tengo posibilidad de atacar a un enemigo alejado con eficiencia. Va siendo hora de cambiar eso.

Me encogí de hombros. No podía quitarle la razón, porque de hecho estaba completamente de acuerdo, pero me preguntaba cuál sería la reacción de Jun si la oyese hablar con tanta dureza. Pese a todo, acabé por sonreír.

-Creo que le ha costado un poquito hacerse a la idea de que no está de vacaciones -concedí-. Pero cada vez se lo toma más en serio. De hecho, como digo, hasta me está enseñando lo que sabe. Creo que acabará por hacerse fuerte si sigue así. Ha crecido mucho desde la vez que lo encontramos.

Conjuré un aquaerum en la mano, contemplándolo, mientras ella hablaba. Magia... Para mí la magia era prácticamente un asunto instintivo. Era cierto que había llegado a dedicarle mucho tiempo, porque de hecho la consideraba un instrumento muy valioso, pero no dejaba de ser algo que salía de mí por sí mismo. Deshice el aquaerum y la miré.

-Yo creo que le puedes sacar algo de partido. Además, tu magia se puede combinar muy bien con las armas, y eso es una ventaja. Podría practicar contigo, aunque no sé hasta qué punto lo que yo haga con mi magia puede serte útil -. Sonreí-. Siempre puedes añadir un chrysantae al agua para hacerlo un poco más molesto, eso sí -. Callé un momento, pensativa-. Asegúrate de escoger bien -advertí-. Y si quieres un consejo, que no sea una cerbatana. Supongo que lo básico es un arco... Podría irte enseñando yo lo que Jun me enseñe a mí. Aunque no sé si hay alguna otra arma a distancia que te inspire más.

Para mí, arco y lucha a distancia era una relación muy fácil. También tenía mi magia, claro, pero no quería ser tan dependiente de ella. Por eso me apetecía tanto aprender de Jun. Aunque, la verdad, no me había parado a pensar mucho en otras opciones...

Me alegra que la gente se mentalice, aunque sea tarde. No quiero ser la niñera de nadie. Si tengo que dedicar mi tiempo a ayudar a otros que no sea porque se dedican a desperdiciar el suyo, por lo menos. Eso es algo que me molesta mucho.

Observo el aquaerum que invoca, sin dejar mi trabajo. Ya llevo la mitad del pelo, pero cabe destacar que es una labor ardua y larga.

-La electricidad se combina bien con las armas –coincido-, pero no he acabado de encontrarle la clave-. Y tiempo he tenido de sobra, supongo-. Está ahí, la siento, puedo llamarla -. Me miro la palma de la mano, como esperando encontrar en ella la respuesta-, pero es como si respondiese a medias, según le apetezca; como si no dependiese de mí por completo.

Resulta de lo más frustrante. Y por mucho que me haya acostumbrado a ello, o, más bien, por mucho que lo tome como algo natural, no deja de resultar tremendamente incómodo.

-Un arco siempre es una buena opción –comento, asintiendo. La miro de reojo, dibujando una sonrisa escueta, divertida-. Aunque he estado pensando en cosas un poco más “específicas” –comento, con tono de estar hablando de un asunto privado-. Y también quería hacer unas mejoras en mi arma. La verdad es que tengo bastantes ideas al respecto y estoy buscando la forma de hacerlas factibles.