Comedor

Continué entretenido en mi comida, sin dejar de escucharle. Aunque, para ser del todo sinceros, tampoco estaba diciendo demasiado. Suponía que muchos, como él, se habrían limitado a tomar asilo en aquel lugar y disfrutar de la vida palaciega. No se lo reprochaba. De hecho, era muy probable que en cuanto hubiera completado mi negocio, dedicara mi vida a aquello.

-Muy poco tiempo -respondí, con un pequeño encogimiento de hombros, perfectamente calculado para evitar dolores innecesarios pero que resaltaba, muy a mi pesar, mi condición de tullido. Las alas acompañaban al movimiento por inercia, de una forma un poco macabra-. Y tampoco puedo decir que haya hecho mucho hasta ahora. Si os soy del todo sincero, no conozco muy bien la organización de este ejercito.

Una de mis alas, a pesar de lo nimio de mi gesto, se había enganchado con la otra. Cerré los ojos un momento, entre humillado y rabioso, y llevé mi mano al hombro para llevarla a su sitio con un brusco tirón. Pude sentir el latigazo que había intentado evitar hasta entonces, lo que se reflejó en mi rostro casi más como una mueca de odio que como una de dolor. Giré lentamente el cuello para tranquilizarme, con un sordo gruñido, y volví a mi desayuno como si nada hubiera pasado.

Alguien entró, y Zacharyas desvió un momento la mirada hacia la puerta. Le sorprendió ver a Fier, y se quedó mirándola un segundo, por vergüenza y respeto hacia Cierzo no lo hizo mucho rato y mantuvo sus ojos en el hombre mientras este le explicaba que no hacía mucho que había llegado a Brönte.

Cuando vio partir a Fier y esta los saludó hizo un torpe gesto con la mano. Ella salió y Zacharyas miró a Cierzo enfurruñado. Le hubiera gustado más mantener una conversación con aquella mujer que con él, que apenas le dirigía un par de palabras.

Sin embargo, un gesto de Cierzo no le pasó desapercibido y a Zacharyas le brillaron los ojos mientras dirigía su mirada hacia las alas. Pronto se había olvidado de que Fier había estado allí.

-¿Te duele algo? -preguntó, casi sin poder ocultar un repentino deleite.

FdR- Segunda vez en la vida que una mujer turba a Zach u.u

Enarqué una ceja, en una mezcla de indignación, sorna e interés. El fantasmita parecía muy interesado, de pronto, en dolores. El brillo de sus ojos no me pasó desapercibido. ¿Sería acaso un estudioso de la medicina? No tenía mucha pinta de ello. Por simple divertimento, decidí ser absolutamente sincero y explícito.

-¿Alguna vez habéis oído hablar de fiebres que dejan secuelas? -pregunté, entornando los ojos en una sonrisa lobuna-. Os lo explicaré. La fiebre se extiende por vuestro cuerpo y paraliza cada miembro, parte por parte. Os sentís como si os hubieran arrojado a una hoguera y las llamas os estuvieran lamiendo como una sabrosa golosina -hice una pausa para tomar un nuevo bocado-. Si la parálisis llega a vuestro corazón, estáis muerto. Se acabó todo y os sentís en el paraíso, porque el dolor ya no existe. Si sobrevivís a las fiebres, en cambio, se van retirando de vuestro cuerpo, junto con el dolor, y recuperáis la movilidad. En parte. Muchas veces, solo la fiebre se va del todo. En mi caso, el dolor dejó de retroceder en la espalda y la parálisis en las alas. Probablemente, es tan fácil como cortar las alas para cortar el dolor, pero nadie se ha molestado en hacerme ese favor. Actualmente, daría todo lo que tengo por que alguien me las arrancara de cuajo, así se llevase mi alma con ellas.

De nuevo, tomé un bocado que mastiqué con calma antes de tragar. Levanté de nuevo la vista, exhibiendo mi más encantadora sonrisa.

Zacharyas bebió de las palabras de Cierzo. Ni se molestó en preguntarse si le contaba aquello a él por algo en concreto o si trataba de asustarlo, pues no le cupo la menor duda de que lo que decía era tan cierto como que estaban allí hablando. El deleite que había en sus palabras llegó al éxtasis cuando pronunció la última palabra.

Su cara se deformó en una mueca casi psicópata y Zacharyas notó que su corazón se aceleraba. Siempre había sido un chico tímido, pero en aquel momento nada de él lo hacía callar. Es más, cada partícula de su cuerpo le chillaba para que hablase.

Su voz, lenta, sosegada y rasposa no tembló ni un instante cuando, como poseído, habló.

-¿Quieres que lo haga yo? -le preguntó ansioso.

Cualquiera hubiera podido ver en aquel momento el mayor placer reflejado en sus ojos.

No pude evitar una enorme y sonora carcajada. Para ser del todo sinceros, no recordaba la vez que me había reído con tantas ganas en toda mi vida. Cuando por fin me calmé, lo miré fijamente a los ojos, con una sonrisa feroz. No me había equivocado con aquel espectro. Y eso era muy, pero que muy interesante. Tuve que contenerme para no asentir y ponerme a su disposición. Por el bien del fantasmita. En el fondo, no tenía ninguna intención más allá de divertirme, y se había mostrado como un libro abierto. Me había dado cuenta de que su interés era tal que se había olvidado de mantener unas formas a las que, desde luego, no estaba acostumbrado, pero que había intentado mostrar al principio de nuestra conversación. Decidí corresponder con lo mismo. Al final, el protocolo no hacía más que perseguirme, y me moría por prescindir de él.

-¿Crees que vale la pena? -pregunté, volviendo a mi sonrisa salvaje-. Una vez que lo hayas hecho, tendrás persiguiéndote a buena parte de la nobleza de Ignis y Ventus durante el resto de tu vida.

Borré mi sonrisa lentamente, para dar paso a una expresión de tremendo cansancio, y negué con la cabeza.

-Eso ya lo he intentado muchas veces, puedes estar seguro -comenté-. La gente no tiene tantos escrúpulos como muchos piensan, y un par de monedas de oro compran a casi cualquiera. Pero eso no funciona. Tengo un adorable espíritu protector muy ineresado en que mantenga mi tortura en su sitio. Cuando me libre de mi carga, quiero que sea por completo y sin consecuencias más allá de las que yo elija. Necesito un accidente. He venido a Brontë a buscarlo.

Zacharyas apretó la mandíbula mientras desorbitaba los ojos al mirarlo.

-Me da igual -siseó.

Aquel hombre lo había tentado y ahora no podía dejarlo estar tan fácilmente. Su yo interior había logrado resquebrajar el muro y ahora imploraba por tener aquello que le habían ofrecido.

-Te pagaré yo a ti -gruñó en un alarde de locura-. Batámonos en duelo... Podré odiarte tanto que será normal que te seccione cualquier miembro.

Su voz, cada vez más ronca, comenzaba a alzar su volumen.

-No lo hago por ti, no te confundas, no sería un favor. Ni siquiera has de pedírmelo, pues lo que has dicho basta para que no abandone el deseo.

Ya no era él quien hablaba, sino su parte negra, la que controlaba cuidadosamente.

Desde luego, había resultado muy interesante. Más interesante incluso de lo que yo esperaba. Sin embargo, no me dejé asustar. Una parte de mí pedía a gritos que le concediera aquel deseo al caeruleus, ya que parecía que, efectivamente, aquella acción iba a proporcionarle tanta satisfacción. Ni siquiera me planteé el sentirme ofendido. Parecía claro que no tenía nada contra mí, que todo se limitaba a aquello.

-Te gusta el dolor, ¿eh? -dije, en un tono helado.

Con total calma, tomé el último trozo de queso, lo coloqué sobre lo que quedaba de membrillo y me lo llevé a la boca, saboreándolo con gusto.

-Créeme, es muy tentador -admití, en el mismo tono de antes-. Pero no lo suficientemente calculado. Meditaré sobre tu oferta, de todas formas. No pierdas la esperanza. No me importaría que tú lo hicieras más que que lo hiciera cualquier otro, siempre y cuando pueda crearse una versión oficial convincente. Y créeme, necesito una muy convincente.

Dicho esto, me levanté con la misma calma e hice un pequeño gesto de despedida. Para evitar mayores problemas, oculté las alas bajo mi capa y abandoné el comedor con una sonrisa. Nunca hubiera imaginado que fuera a ser tan fácil. Definitivamente, había encontrado el lugar adecuado. Más me valía mantener a aquel Zacharyas cerca.

*Se va*

El hombre se fue sin dar oportunidad a Zacharyas a rogar más. Con los ojos desorbitados, el caeruleus lo miro irse. Cuando logró reaccionar, Cierzo ya no estaba. En un loco alarde de locura, tomó el cuchillo del aether y corrió hacia la puerta. Tenía intención de demostrarle que no aceptaba un no porque no era un favor, sino su deseo. Y aquel que avivase su deseo debía saciarlo con sangre. No le importaba parecer un loco. Así lo habían llamado siempre, ¿y acaso no era cierto?

Quizás era poco llamarlo loco. Mejor era monstruo. Pues en el fondo no era otra cosa que eso. Una bestia oscura, un monstruo de alma maldita.

*sale a los pasillos*

Llego al comedor ya limpito y dispuesto a comerme un buen plato de arroz con verduras, maíz a ser posible. Me acerco a una de las mesas, me siento, doy las muy buenas tardes y pido mi plato de comida favorito.

En lo que tardan en traerlo me quedo contento mirando a mi alrededor. Tras haber hablado ayer con Alehyss estoy muy contento ya que, con el paso del tiempo, Brontë me ha aportado grandes amigos que pensé que nunca llegaría a conocer. Hace tiempo que no me paro a hablar con Hewina o que no veo a Inger más allá de mis paseos por la biblioteca, también hace mucho que no hablo con Silvanus o Ri...

Una sensación de malestar me cierra el estómago y me borra la sonrisa. Ya hace más de medio año que Silvanus ha desaparecido y no se ha vuelto a saber de él. Me llevo la mano al chaleco y lo agarro con cierta angustia, pues pocas posibilidades existían de volver a verle con vida. Recuerdo las primeras semanas tras su desaparición: el revuelo, el pánico, las deducciones con Hewina y los demás chicos... Todo eso, junto con la esperanza de volver a verlo habían ido desapareciendo lentamente de entre las paredes del palacio, como si el viento hubiese renovado el aire... Nuevos chicos llegan a Brontë, otros tantos lo abandonan y Silvanus se ha quedado olvidado entre estas paredes sin que pudiéramos hacer nada. Aprieto los dientes y pienso en todas las comidas que hemos compartido, siempre con su sonrisa y su enorme devoción. Cuando me traen el plato lo ignoro ya que ahora mismo he perdido el apetito.
Aquel muchacho risueño con tantos sueños que ponía tanto empeño en estar a la altura del ejército de Brontë... Los ojos se me humedecen, ya no recordaba el dolor de aquella pérdida y, todavía hoy, no hay nada que pueda hacer más que lamentarme.

*se queda*

Una mano junto a una voz suave y poco conocida me saca de mis pensamientos y al ver a una figura blanca y radiante tan cerca me sorprendo ligeramente para luego caer en que se trata de Fier, la mujer que había conocido en este mismo lugar hace poco. En cuanto vuelvo al mundo sonrío con cierta tirantez debido a mis anteriores pensamientos, pero trato de apartarlos para no resultar incómodo para ella.

—Buenas tardes, Fier. Por favor, toma asiento —La invito, ya con cierta confianza que quizá no sea cortés pero que soy incapaz de no profesar. —Dime, ¿todo bien? ¿Qué tal te adaptas a Brontë? —Pregunto iniciando el hilo de conversación para despejarme un poco.

Me anima ver que se desenvuelve a hablar y complacerme con su experiencia general por el palacio con lo que vuelvo a sonreír con algo más de ánimo, pero todavía con un deje preocupado. Cuando pregunta por mí lo agradezco en silencio.

—Siento haberte hecho partícipe de mi mala cara, solo pensaba en un joven amigo que desapareció hace un tiempo y no he vuelto a saber de él —Luego recapacito un poco en mis palabras y niego con la cabeza. —Bueno, más que desaparecer, se lo llevaron... Pero fue hace mucho y ahora lo estaba recordando... Era un buen chico aunque pareciese algo distraído y caprichoso, te hubiese gustado... —Vuelvo a sonreír con tristeza mirando hacia la mesa hasta que caigo en mi plato y mis modales.

—Oh, lo siento. Como ves iba a comer así que si quieres compartir mi plato o simplemente mi mesa, eres muy bienvenida —Comento sin empezar todavía. Aunque creo que la comida ya está algo fría.

La respuesta de Fier no es siquiera un comentario, pero no la culpo, no esperaba que dijese nada sobre el tema ya que ni siquiera conocía a Silvanus. Luego me agarra el brazo con gentileza, con la misma con la que me ha tocado antes el hombro y aunque me siento un poco incómodo por el acercamiento, no me aparto para no ser descortés.

Agradezco cuando, antes de responder, me suelta para invitarme a que comience mi comida antes de pedir la suya.

—Buen provecho entonces —Digo con un gesto de cabeza para empezar con mi plato. Ahora que he recuperado algo de apetito prefiero aprovecharlo. Después de un par de bocados, me animo a continuar la conversación. —Y cuéntame, Fier, ¿qué le pareció a tu familia que vinieses? Bueno, disculpa, si es que tienes familia, mucho de por aquí no la tienen —Comento con curiosidad.

Asiento con curiosidad para luego dar un par de bocados más a mi comida y beber un poco de agua.

—Entiendo, debió ser duro para tu madre pensar que su hija se iba a la guerra —Comento poniéndome en situación. Si yo fuera padre... Ay, si yo fuera padre sería el hombre más feliz del mundo y solo me imagino a los chicos correteando por ahí como pequeños angelitos de la altura de parvus y con alitas sin desarrollar. Y no tener que participar en guerras, ni disputas ni misiones peligrosas. Tendría una vida tranquila, sí...

Mientras yo ya casi me estoy acabando mi plato Fier consigue su bollo al fin y parece disfrutarlo ampliamente. En cuanto lo muerde parece muy concentrada en disfrutar de su sabor y me hace gracia.

—Se ve que te encanta... —Comento con el último trago de agua para dar por finalizada mi cena. —Hum, la verdad es que a mí también me gusta el dulce. Creo que pediré algo para llevarme antes de dormir —Comento con amabilidad mientras ella disfruta su bocadito.

A mi comentario permanece en silencio y entonces hace algo que intento impedir.

—Ah, no, no, no, no, no, por favor... Es tuyo... —Digo, intentando apartarme a tiempo para que no me agarre la mano y me coloque el trozo de bollo en ella. —Podría pedir otro en cualquier momento... —Explico con gesto algo cohibido por haberla privado de su pequeño placer. Al final suspiro con cierta frustración, pero cuando estoy a medio decir "gracias" me sobresalta echándose a reír enérgicamente de modo que llega a atragantarse.

(FdR: Carita de D: XDD)

—¿E... Estás bien? —Pregunto, entre sorprendido y divertido por lo extraña de la situación. Entonces me explica que no quiere retrasar mi partida. Bueno no es que me fuera a ir corriendo... Igual es que quiere que me vaya rápido... Me quedo en silencio y asiento entonces, poniéndome en pie. Querrá disfrutar de su bollo en soledad, además yo ya le he robado un trozo e igual intenta proteger lo que es suyo.

—Bueno, eh... muchas gracias, Fier. Me alegro de verte y sí, ya... ya me voy. Buenas noches —Le dedico una sonrisa amable y me marcho de allí sin dudar mucho más. Me como el trozo que me ha dado. Pues sí que está rico, sí. Es una chica un tanto curiosa...

*se va*

Entré en el comedor con los dos sobres (aún sin abrir) en la mano, decidida a descifrarlos aquella misma noche. Tomé asiento de espaldas a la puerta en una de las mesas y abrí el primer sobre, el de letra conocida que había venido con el paquete. Apenas había empezado el primer renglón cuando una claritas vino a preguntarme qué quería cenar. Pedí sopa de arroz, y cuando la mujer se fue retomé la lectura.

Mi Massen:
Feliz cumpleaños. El año pasado no pude enviarte nada, pero éste me he encargado de tener algo preparado con tiempo. Creo que...

La claritas volvió con mi cena y di las gracias. Tomé la cuchara y, mientras cenaba, continué lentamente mi lectura, con enorme esfuerzo.

...las medidas se adaptan bastante bien a tu arma (espero que la conserves). Si me necesitas por cualquier motivo, envíame una carta. Llegará a mí. Te quiere,
*Firma ilegible*

*Se queda*

Guardé la carta, aún intrigada, y terminé mi cena. Me inquietaba un poco que una persona de la que apenas tenía datos supiera tanto de mí, y me pregunté si corría algún riesgo. No parecía ofensivo, pero no pensaba dejarme embaucar. De todas formas, en el palacio me sentía segura.

Después de terminar la cena, abrí la otra carta. Suspiré, abatida al ver su extensión, pero me propuse leerla de todas formas. En cuanto hube descifrado las primeras líneas, me vi sorprendida, al tiempo que animada a seguir leyendo. Aquel era el último remitente que habría esperado, pero consiguió sacarme una enorme sonrisa:

Querida Massen:
¿Cómo estás? Sock está enfadado porque no le contestaste y no me quiso escribir una carta para mandártela. He aprendido a escribir para poder mandarte mi carta igual. El abuelo me hizo prometer que no volvería a mencionarte si me enseñaba. Ahora estoy portándome bien.
La chica salamandra vino a vernos. Me ayudó a escribirte porque Sock y el abuelo no querían. Ella sabe escribir. Escribe muy bien.
Inwir se va a casar con un chico. Tiene los ojos muy raros, y la abuela me ha dicho en secreto que es de un sitio cerca de donde estás tú, pero que no lo conoces. Se llama Jell.
A Dannick y Sill no les gusta nada Sock porque es muy pesado, y prefieren a Solce. Yo les he dicho que tú eras mucho mejor y que contigo estarían más contentos. Sill se acuerda un poco de ti, pero Dannick no. Hemos decidido que cuando seamos mayores iremos a vivir contigo y seremos guerreros como tú. Sock nos vigila mucho, pero este verano se va a ir a vivir al templo de Aqua y nos dejará en paz. Entonces la mayor será Inma, que es mucho más buena con nosotros.
Te escribo porque quería decirte que felicidades. Todos los que estamos en casa te echamos de menos. Sock y el abuelo también, aunque sean tontos. Ahora Sock tiene barba y está feo. Nem dice que no te diga esas cosas, pero es la verdad.
¿Vas a escribirme? Inma es quien recoge las cartas y me ha prometido que si me contestas, me dará la carta antes de que el abuelo la vea. Tenemos que bajar porque la cena ya está.
Un beso,
Arennette.

P. D. (de Nem): Felicidades también de mi parte, Massen. Inwir me ha dicho que hace un tiempo que le perdió la pista a vuestra madre. El último sitio donde sabe que estuvo es Caligo. Mi padre y yo hemos intentado investigar por nuestra cuenta, pero no hemos encontrado nada. No sé qué es lo que hacéis en Brontë, pero si tienes oportunidad de indagar un poco, en Aqua e Ignis esperamos noticias. Un saludo.

Tardé un montón en leerla, y la letra tortuosa de mi hermana no me lo hacía en absoluto más fácil. Traté de analizar toda aquella información como pude, pero me costaba demasiado. De pronto, fui consciente de cuánto tiempo llevaba fuera de casa.

Por otra parte, la petición de una respuesta me pillaba por sorpresa. Sock tenía razón al estar enfadado, y Arennette se enfadaría también si no le contestaba a ella, probablemente. En cuanto a mí, no sabía si estaba preparada para tanto. Aquel día, desde luego, ya era un poco tarde para eso.

Guardé las cartas y salí del comedor, pensando en la ingente cantidad de información nueva que había recibido. Costaba asimilar tantas cosas de golpe.

*Se va*

El brazo de Seth es la cosa más calentita del mundo y el viaje hasta el comedor se me hace realmente corto debido a mi bienestar, ya que se me pasa el tiempo volando.
Entramos y nos sentamos y le pido al camarero que nos sirvan la cena: una sopa caliente. Perfecta para este frío.
-Bueno, dime Seth- comento mirándole con adulación, mientras suspiro constantemente al ver sus preciosos hoyuelos. - Dime, eres de Ignis, ¿verdad? una vez estuve, pero cerca de la costa -afirmo mientras pasa el tiempo de espera por la cena.

Al fin, esta llega rauda y yo caliento mis manos contra el cuenco, mientras soplo.- Por cierto, dime. ¿Tienes amigos por aquí? ¿Con quién sueles moverte?- saco tema contenta.