Escaleras

Ben amplió la sonrisa al oír la respuesta. Claro que podía. Como una auténtica campeona. Y ya iba siendo hora de que una auténtica campeona tuviera a bien arreglarle la gorra. Por mucho que la otra fuera nueva, más grande y mejor, eso no significaba que su gorra, la de toda la vida, tuviera que pasarse el resto de su existencia cogiendo polvo.

Con total confianza, cogió a la chica por la muñeca y tiró de ella para guiarla hacia las habitaciones. Mientras tanto, asentía.

-Sí, sí, ya verás, es solo un remiendo, un momentito de nada -explicaba.

*Se van*

Esta vez no se trata de contentar a Vilo, que de hecho se ha quedado fuera del palacio. Cada vez huye más del edificio. Sé que es bueno, pero lo echo de menos aquí dentro. En cualquier caso, tengo algo de que ocuparme ahora mismo. Llevo el pelo recogido, y me he permitido hacerlo con el coletero especial, el que hice yo misma con ayuda de Rheon. Me planto al pie de las escaleras, consciente de que Lis se pasea por la madera, muy cerca, siempre siguiéndome.

Ya he venido calentando un poco, pero sé que no es nada en comparación con lo que me espera. Me gusta sacar partido de mi resistencia, y así procedo. El entrenamiento en la nieve me fortalece las piernas, pero sigue siendo más complejo subir las escaleras corriendo que correr por la nieve. Subo los escalones con paso seguro, más bien rápido, consciente de que debo seguir un ritmo adecuado si quiero evitar el cansancio. Procedo con un paso tras otro, sin detenerme hasta llegar arriba, sintiendo cómo Lis me sigue.

Incluso al llegar arriba continúo corriendo en el sitio, evitando detenerme. Me doy entonces la vuelta y comienzo a bajar las escaleras de nuevo. Sigo haciéndolo a un paso que sugiere ejercicio, pero en comparación con la subida, la bajada es un descanso. Trato de no adelantar el ritmo, porque luego tendré que ralentizarlo y sé el efecto de fatiga que eso me puede crear. Y al llegar abajo vuelvo a trotar donde estoy un momento antes de proceder a subir de nuevo las escaleras.

Al principio mantengo la respiración controlada, igual que las pulsaciones. Poco a poco, el cuerpo empieza a resentirse por el ejercicio. Siento la tirantez del vientre como uno de los primeros efectos, así como la leve sensación de ahogo. También siento el hormigueo de calor que empieza a extenderse por mi cuerpo, y al poco, la fina capa de sudor que empieza a cubrirlo. Nada de ello me hace dejar el ejercicio, como no lo hace la sensación de pesadez en las piernas algo más tarde, ni la respiración convertida en jadeos, que tengo que esforzarme por mantener controlada.

Las subidas son más duras que las bajadas, pero todas las soporto. Me corresponde hacerlo. Tengo que estar preparada para aguantar mucho tiempo, para resistir bien los combates. Subo las escaleras con una carrera firme, y al llegar arriba vuelvo a bajar. Me imagino que Lis estará pensando que hago cosas muy raras, pero sé que es necesario. Si me empleo a fondo podré aguantar más, y ese es mi objetivo. Procedo una y otra vez, una y otra vez, y no detengo la carrera hasta que, bajando un escalón, una pierna me falla y estoy a punto de caer. Incluso entonces, ya con la respiración claramente alterada y una sensación de calor pegajoso rodeándome, me obligo a continuar hasta la parte más baja de las escaleras, y ni allí me detengo.

Me alejo por el pasillo todavía en mi trote, camino de los baños. No me detendré hasta llegar allí. Todavía puedo. Aún puedo seguir un rato más.

*Se va*

Es un buen lugar para detenerse, o eso piensa Johan, que llega a las escaleras y mira hacia abajo, contando uno a uno todos los escalones que faltan hasta alcanzar el pasillo inferior. Rina se lanza enseguida, escaleras abajo, buscando bajarlos todos, pero no es hasta que lleva ya cinco o seis que se da cuenta de que, de hecho, Johan no la sigue. Ha hecho algo que acostumbra a hacer: sin ningún esfuerzo a pasado a ponerse boca abajo, apoyando el peso de su cuerpo sobre las manos y un poco sobre la cabeza, que apoya contra la piedra para no cargar todo el peso en los brazos. Cruza entonces las piernas en el aire, como si se sentase, solo que estando del revés.

A Johan le gusta reflexionar así. Lleva haciéndolo mucho tiempo. Es la mejor forma de ver las cosas de otro modo. En ese momento, por ejemplo, las escaleras parecen subir, y no bajar.
Inspira profundamente y esboza una sonrisa, relajado. La gente suele extrañarse, pero a Johan le parece algo de lo más relajante.

Ben silbaba. Pero, cuando llegó a las escaleras, se le paró la canción de golpe. Miró al chico, sonrió, y miró al bicho. Luego miró al chico de nuevo. Por último, se frotó las manos, se caló la gorra con especial ahínco y se impulsó hacia el suelo, imitando la postura de él.

Ben estaba acostumbrada a caminar boca abajo, pero no tanto a subir escaleras así. De todas formas, pudo permitirse el esfuerzo, y al final alcanzó un escalón que le pareció suficiente.

-Esos bichos están de moda, ¿eh? -comentó.

La verdad era que eso que hacía él de apoyar la cabeza no parecía mala idea, pero supondría darle la espalda. Ben trató de buscar una postura desde la que pudiera hacerlo.

Johan alza (o baja) las cejas al escucharla, y enseguida esboza una sonrisa, ya con los ojos vueltos hacia ella. Trata de asentir, aunque en su posición solo consigue un gesto vago.

-Regalaban una camada en el pueblo de paso -le explica con una sonrisa. Cambia las piernas de postura, cruzándolas en la dirección contraria-. ¿Qué tal estás, chica del piano? ¿También te gusta darle otro enfoque a las cosas?

En lo que él habla Rina curiosea a cierta distancia, girando la cabeza mientras mira a la chica con sus enormes ojos, como si comprendiese por qué Johan está boca abajo, pero no lo entendiese de ella.

Ben volvió la mirada al cachorro con curiosidad. Tenía su gracia, aunque ella no estaba muy segura de querer cargar con uno. Con Thor le bastaba para jugar, y no se atrevía a asegurar que tuviera dinero suficientemente estable como para mantener a nadie. Una nunca sabía cuándo las cosas iban a cambiar completamente.

-Bueno, parece que no pasé por allí en el momento adecuado. ¿Hace mucho de eso? -preguntó, poco preocupada al respecto.

Ben acabó por sacudir la cabeza, dejando caer la gorra bajo ella. Quizás el pelo largo no era lo mejor para aquello, si lo pensaba bien. Por más que tratara de sujetarlo, no era lo mismo que cuando estaba corto. Pero bueno, no era tan grave.

-Dispuesta a lo que haga falta, como siempre -respondió, animada-. ¿Es así como lo llamas? Desde luego, no se ve igual. Me gusta, sí, me gusta mucho. ¿Lo has probado en el tejado?

Johan calla un momento, como si pensase, haciendo amago de contar mentalmente con el ceño algo fruncido.

-Unos cinco cuando llegué, pero decían que había llegado a haber ocho -termina por decir-. No sé qué hicieron con el resto. No parecían tener mucho éxito.

El ánimo con el que la chica responde arranca una nueva sonrisa a Johan, que mantiene estoicamente el peso de su cuerpo. Abre algo más los ojos entonces, a su pregunta, y asiente con algo más de firmeza.

-Una vez a la semana por lo menos, pero hoy llovía. Quizás vaya mañana. Si vas también podemos vernos allí, pero solo si no llueve -comenta, más reflexionando que proponiendo.

Ben ladeó la cabeza, lo que en su posición dio a su postura un aspecto bastante cómodo. Terminó de reacomodarse y se dejó estar, asentada ya.

-Bueno, espero que hayan tenido suerte. ¿Tú no tenías ya compañía? ¿Tanto te van las plumas? -preguntó, entretenida.

La sonrisa de Ben no hizo sino ampliarse con la respuesta.

-Vaya, parece que es un lugar más concurrido de lo que ha demostrado hasta ahora. O a lo mejor es que cada uno nos vamos a un sitio diferente y... Bueno, en cualquier caso, a mí se me puede ver por allí con lluvia o sin ella. Te buscaré cuando estén las tejas secas.

No puede evitarlo, y deja ir un par de carcajadas suaves antes de asentir de nuevo. Desde luego, es algo que le han dicho alguna vez, aunque esa no sea, de hecho, la pregunta que ella hace a Johan.

-Ya ves que me gustan, y yo les gusto a ellas. Fue un acto de compasión, de todas formas. Un servicio a la comunidad -le explica-. Teniendo bocas que alimentar, me da igual una que dos.

Balancea un poco el cuerpo, sin perder nunca el equilibrio. La sensación de la sangre bajándole a la cabeza le resulta muy familiar, no le molesta.

-¿Con lluvia también? Qué moral tienes. Yo con lluvia prefiero quedarme dentro. Más de uno habrá muerto resbalando de esas tejas por no andarse con cuidado.

Ben volvió a mirar al animal, que le devolvía la mirada sin mucha confianza. Se preguntó cuánto comería.

-¿Y cómo las controlas? ¿Hacen caso? -continuó.

Rió a su vez cuando él se extrañó de sus costumbres. Se le hacía un poco raro viniendo de un piscis, pero tampoco conocía a muchos, así que no podía decir.

-Ah, bueno, hay que saber agarrarse -apuntó, convencida-. Pero es hasta más emocionante. Y la lluvia refresca. Aunque la de ahora no es la mejor. Ya verás en verano.