Jardines (2)

Una breve explicación y un innoble intervino. Me quejaría de su mala cara, desde luego. O no, pero solo por no ocasionarle problemas. ¡Pero sí le pediría una disculpa!

-Qué impertinente -murmuré, cuando ya no estaba, volviendo a mirar a Lea. Esbocé una sonrisa-. Bueno, pues ya hablaremos entonces. Ánimo-. Miré a Anna, que parece ser una elegida, también-. Y lo mismo a ti. Mucha suerte a las dos.

Las vi marchar, callado. Me froté el pelo, sacudiendo un poco de la humedad. Cuando ya no estaban dejé ir un suspiro. Iba a proponerle el entrenamiento al fin, pero no había elegido buen momento...
Pues vaya...

*se va*

La lluvia iba a volver muy pronto. Podía verlo solo con mirar al cielo, ya que unos amenazantes nubarrones empezaban a ocuparlo todo. No era algo que me preocupara mucho, en realidad. De hecho, la lluvia era muy agradable mientras entrenaba, ya que impedía que me acalorase demasiado.

Ya temprano por la mañana me dirigí a los jardines, dispuesta a correr un poco, calentar y espabilarme. Iba trotando por los caminos, sin meterme en las zonas decoradas, cambiando a ratos los ritmos de mi carrera y la dirección, avanzando y retrocediendo, alternando saltos, avanzando en lateral, soltando el cuerpo.

Recorrí los jardines tomando distintos rumbos, hasta que por fin decidí adónde me dirigía.

*Se va*

Atravieso los jardines trotando con dificultad. Llueve un poco, y no parece que vaya a parar, por lo que me he tenido que poner una capa para no mojarme, y pese a todo tengo los pies empapados. No sé cómo me ha dado hoy por salir, pero la cosa es que todavía no tengo claro si debo arrepentirme. Aunque lo peor de todo ni es la lluvia en sí misma, sino el barro. Cada vez que me topo con una zona especialmente embarrada, como pise mal, termino teniendo que hacer malabares para no caerme y comérmelo.

Respiro entre jadeos. Ya llevo un buen rato. Y notar la ropa se me pega al cuerpo, helada, es... Creo que, desde luego, no ha sido la mejor idea que he tenido. De todas formas, para lo que llevo ya termino, que tengo que volver de todas formas, ya sea andando o corriendo.

Llego al final de los jardines y freno de golpe. No debí hacerlo. El derrape está a punto de tumbarme, pero llego a controlarlo de nuevo, y suspiro aliviado. Me froto entonces la cara con el puño, secando un poco de agua que me resbala a la cara desde la capucha y me doy la vuelta.

Ahora deshacer el camino. Inspiro profundamente y empiezo de nuevo. Ahora intento ir un poco más rápido, para probar mi velocidad y reflejos bajo la lluvia y para llegar antes, entre otras cosas. Espero que no haya nadie por los baños a estas horas.
Llego a apoyar una mano y una rodilla en el suelo con uno de los escalones, pero no a caerme. Parece que hoy lo he conseguido un poco, pero lo de la lluvia sigue sin convencerme.

*se va*

La hierba olía y estaba mojada. Me agaché y la toqué, y mi mano también estaba mojada. La sequé en el pantalón y, agachada, avancé pasito a pasito, sonriendo. Había flores. Cogí una. La olí. La hierba olía y la flor no. Eso no era bien. La tiré.

Pensativa, me pasé un dedo por los labios, con el ceño fruncido. Luego cogí la flor otra vez y la miré. Arranqué un pétalo y lo dejé en la hierba. Luego otro. Y otro. Y despacito, iba haciendo un dibujo de pétalos. Luego saqué tres piedras y las puse en el dibujo.

Faltaba algo. Miré el camino. Sonreí. Me levanté y fui a coger más piedritas y arenas y cosas pequeñas. Luego volví y me puse a ponerlas en el dibujo.

*se queda*

Aprovechando la lluvia, y la época del año, me he armado con un libro de micología, una cesta de mimbre, un paraguas y he salido un rato. Las setas empezarán a salir pronto, creo, y el abuelo apenas me dejaba ir un par de días, acompañado, a ver los alrededores de la Torre. No obstante, aún estoy atravesando los jardines cuando me encuentro a alguien. Esbozo una sonrisa al instante, saludado un momento con la mano, animado. La verdad es que es una chica muy agradable.

Me acerco un momento, curioso, ya que parece enfrascada en algo. Mientras camino ya estoy tomando la pizarra.
Echo un vistazo a lo que podría llamar como su obra. Visto así, podría decir que soy un cotilla maleducado. Ni siquiera he pedido permiso...

"¿Qué es?", escribo, mostrándole la pizarra con una sonrisa tímida.

Volvía a salir de la hierba a por más gravilla cuando apareció el mudito. Sonreí mucho y lo saludé. ¡Hacía mucho que no veía al mudito! Me acerqué a él dando un par de saltitos y le di un abrazo.

Miré el dibujo.

-Un dibujo -expliqué, divertida. Le cogí una mano y la apreté fuerte, dando tironcitos, con una sonrisa enorme y enseñando todos los dientes-. ¿Sabes qué sabes qué sabes qué? -pregunté-. Tengo uno de verdad.

Me sorprende un poco la efusividad de su saludo. Un abrazo... No es algo que la gente haga todos los días. Y menos los fieros guerreros. Aunque cuanto más conozco menos fríos me parecen.
Asiento, con cierto aire divertido. Claro que es un dibujo. Supongo que si quiero saber de qué me toca esperar a que acabe.

Alzo las cejas, extrañado, cuando me toma la mano. Se me hace raro verla tan pequeña... Su raza ya determina ese tamaño, pero, ahora que me fijo, las mías parecen más grandes que antes... Aunque supongo que tener tan poca carne en los dedos los hará parecer algo más largos ya de por sí.

"¿Un qué de verdad?", inquiero, escribiendo rápido, mirándola curioso.

¿Me habrá comentado alguna cosa y me he olvidado? No me suena... Y en esas cosas no suelo despistarme. Aunque últimamente me creería todo, que...

Reí, divertida, agarrándome la barriga con las manos. Luego alcé los brazos, con las palmas hacia arriba, con energía. Y la sonrisa seguía jugando.

-¡Un bicho! -exclamé, contenta-. ¡Un bicho de verdad! ¡Me han dicho que es de verdad!

Y, tras un par de saltitos, corrí a por más gravilla y la llevé al dibujo. Luego recogí las piedras y las cambié de sitio, y otras dos veces más las cambié. Y luego miré al mudito.

¡Cuánta energía!

Arrugo un poco el ceño, confuso. ¿Utiliza "bicho" como genérico o se refiere a un insecto propiamente? A mí los bichos no me gustan mucho...

De todas formas recupero la sonrisa y asiento. Si ella está contenta es lo que importa. No he venido a amargarla.
Tiene mucha energía. La sigo un rato con la mirada, contemplando su labor, entretenido. En algún momento, sin embargo, me doy cuenta de la cesta que llevo en la mano.

"Yo voy a recoger setas.", escribo escueto, con una sonrisa.

Son lo mejor de la lluvia, en mi opinión. De lo que más me gusta del otoño.

Di un salto de pronto, levantándome y mirándolo con los ojos muy abiertos.

-¡Oh! -exclamé, entusiasta.

Entonces me agaché otra vez y cogí las tres piedras y las guardé, y luego revolví el dibujo y lo deshice, y después me sacudí las manos y me puse de pie y le cogí la mano. Y me brillaban los ojos.

-¿Y yo qué? ¿Yo puedo ir? -pedí, sonriente.

Su reacción me sorprende. La sigo con la mirada, de nuevo. Al final deshace el dibujo. Parece que ya no podré saber qué iba a ser.

Asiento con énfasis a su propuesta. Me gusta estar acompañado. Sería divertido.
Tras un momento de duda, y tras soltar su mano con un gesto suave para poder manejarme con tantas cosas a la vez, garabateo de nuevo en la pizarra. Me descuelgo el amuleto del cuello y se lo cedo con ella, para que lea.

"Ponte esto.", indica el texto.

Llegado a este pundo será lo mejor. Escribir mientras caminamos ya sería excesivo.

-¿Escuchas algo? -proyecto a su oído una vez lo tiene en torno al cuello.

La miro, curioso, expectante.

Sonreí aún más, tanto que me dolía la boca. Pero era bien porque podía.

Lo miré, curiosa, cuando me dio el colgante, y en seguida lo cogí y sonreí otra vez y lo miré bien y me lo puse.

-¿Es un tesoro para mí? -pregunté, entusiasta.

Y entonces di un salto. Y me tapé los oídos y lo miré con ojos muy abiertos. E hice una "o" con la boca.

-¡No eres mudito! -exclamé, decepcionada.

Niego un momento, algo alarmado, temiéndome que ahora piense que es un regalo. Desmentir esas cosas tiene que ser muy complicado: cuando a alguien hay algo que le hace ilusión...

Ya no me gusta mucho sacarlo, de todas formas. No con cualquiera.

-No puedo hablar, pero ese amuleto hace que puedas escuchar lo que quiero decir -explico, con una sonrisa cortés-. Es útil porque buscando setas no puedo pararme a escribir.

De hecho, voy a guardar la pizarra.
Ahora, mucho mejor.

-¿Entonces vamos al bosque? -inquiero, con cierta emoción-. ¿Sabes las que se comen?

Lo miré un momento, parpadeando. Ladeé la cabeza. Parpadeé otra vez.

-Eres un mudito de mentira -decreté, finalmente.

Le cogí la mano cuando echó a andar, poniéndome a su altura, y lo miré, sacudiendo la cabeza cuando preguntó. Luego fruncí el ceño.

-Cualquiera se come -repliqué-. Haces ñam y ya está. Pero no sé cuáles son las ricas.

Esbozo una sonrisa, encogiéndome de hombros.

-No de mentira. Es magia -le comento, satisfecho-. ¿Te decepciona?

Cuando dice lo de las setas me apresuro a negar. Agito un poco la cesta, como queriendo dar presencia, importancia, al libro que va dentro, aunque ella no lo vea.

-No, no, no -transmito, casi con alarma-. Hay algunas que son tóxicas. Hay que tener mucho cuidado con eso, eh.

La miro, asintiendo, sin dejar el avance.

Lo miré, seria, y me encogí de hombros y balanceé su mano.

-Es raro porque hablas -expliqué-. Normalmente es raro porque no hablas. Ahora es más raro que raro y es raro de raro. La magia hace magia.

Fruncí el ceño, aún bailando su mano, y levanté el labio inferior.

-¿Tóxicas? -repetí-. X. X. Tóxxxicas. ¿Y qué hacen las tóxxxicas?

Fdr.: ks ks oooceanix

Dejo ir una suave risa, aunque muda. Es algo que no es necesario transmitir, creo. Se me hace incómodo. Al fin y al cabo, por mucho que transmita ideas, esas son cosas naturales que a la gente le salen. De la misma forma, si me hiciesen daño no me saldría natural un quejido, supongo.

-Supongo que es raro, sí -admito, asintiendo suavemente, acomodándome el palo del paraguas sobre el hombro. No sé bien cómo voy a hacer para coger setas con tanta cosa en las manos.

A su pregunta frunzo un poco el ceño. Es importante. La gente que come lo primero que ve puede acabar mal. Hay muchas plantas y hongos que no son apropiados para el consumo.

-Pues desde un gran dolor de barriga hasta alucinaciones e incluso envenenamiento... Hay que ser responsable en su consumo. Y no comer una que no conozcas, nunca. Yo he traído un libro para comprobarlo, y aún así no me siento muy seguro.

Lo miraba seria, con los ojos muy abiertos. Luego sonreí y asentí, enérgica.

-Yo tengo que cuidar a mi bicho de verdad -expliqué-. Así que solo puedo comerme las mejores. Si me duele le puede doler al bicho. Aunque si veo cosas y las ve el bicho sería divertido. O a lo mejor le da miedo. Pero al chiquillo no le daría miedo, así que es bien. Pero solo las mejores.

Me solté de su mano y avancé un poco más sola, a saltitos. Cuando se quedó algo más atrás me giré y me incliné hacia adelante.

-¿Me enseñas cuáles puedo? -pregunté, sonriente.

Arrugo un poco el ceño, observándola mientras habla. Me confunde un poco esa forma de expresarse... No tengo claro qué quiere decir exactamente, aunque de todas formas entiendo el concepto: no quiere de las venenosas. Eso es normal, claro. 

Me detengo cuando pregunta y hurgo en la cesta, sacando el libro, sujetando el paraguas con el mentón y el hombro. A ver, a ver...

-Mira... -comienzo, acuclillándome, abriendo el libro y empezando a pasar páginas. Me detengo en la de las variedades comunes de Fulmen-. Veamos, creo que por aquí y en esta fecha... -. Echo una visual por encima hasta encontrar las que estuve viendo antes. La verdad es que las ilustraciones son bastante buenas-. Estas blancas con manchas marrones y un aro aquí, en el tronco, pueden comerse, pero estas que son rojas por debajo son malas y... Y estas amarillas tampoco. Pero estas más oscuras... -. Le voy señalando una a una las imágenes, dejando que las vea y lea la descripción si quiere.

Sonreí ampliamente cuando vi los dibujos. Leí un poquito y luego, de pronto, le pare la mano y fui unas páginas más atrás. Señalé una roja y amarilla muy alta y delgada y lo miré, asintiendo con seguridad.

-Vi de estas en el bosque -expliqué-. Y también...

Volví a pasar las páginas hacia adelante, volviendo a las que veía él. Señalé unas anchotas y pequeñajas que eran marrones, y una muy muy alta y rojo brillante.

-Esas las vi -comenté-. Pero quise cogerlas y nada. Estaban mal puestas y no me dejaron -.Fruncí el ceño, pasando más páginas-. No, no eran esas, era... ¿era esta? -Lo miré-. ¿Cuál era?

Me froto la nariz con un dedo, pensativo, mientras ella se dedica a señalar, prestando atención a las que me enseña. Alzo las cejas con algo de alarma en cuanto a las primeras.

-No las cogerías, ¿no? Aunque aquí pone que el polvillo que sueltan causa erupción cutánea, así que supongo que no -. Me encojo de hombros con una sonrisa divertida-. Te habrías dado cuenta, es decir.


Y de nuevo me muestra otras. Esta vez arrugo un poco la nariz, concentrado, pasando a leer las descripciones. Me rasco el pelo un momento, acomodando un poco el paraguas.

-Vaya, y estas, las marrones, sí se pueden comer, pero solo cocinadas. Al parecer ayudan a regular el colesterol... -. Dejo ir un resoplido por la nariz, a modo de risa. Desde luego, qué cosas...-. Pero las otras son malas y además saben a rayos. De todas formas, estas no son demasiado comunes-. Vuelvo a la página de antes, mostrando las dos comestibles más comunes, según el libro-. Casi diría de limitarnos a estas, que son comunes y nada peligrosas.

Reí, divertida, y negué.

-No, no -expliqué-. Solo cogí una una vez, pero no era de esas. Y no la encontré más. Esas no se podían coger porque estaban mal puestas. Pero yo quería.

Levanté el labio inferior y me pasé un el pulgar por los labios, con el ceño fruncido. Entonces levanté el índice y le toqué la nariz, alzando las cejas.

-¿Y si encontramos otra buena que no es de esas? -señalé-. ¿Qué hacemos entonces?

Asiento un par de veces. Supongo que lo mejor es que no se haya equivocado. Puede costar caro... Incluso si sin querer confundes dos muy parecidas... Por eso hay que estar atento. El Abuelo no me dejaba comer ninguna de las que hubiese cogido hasta que él las hubiese examinado todas, una a una, para asegurarse. Siempre ha sido un hombre muy cuidadoso, y con esas cosas aún más...

-Pues ahora ya sabes que las rojas no. Por lo general, cuando más vistosas son, de colores más brillantes o así, más peligrosas suelen ser. Como las serpientes. Hay que tener cuidado porque parecen las más bonitas, pero luego...

Pestañeo con fuerza cuando me toca la nariz, y no tardo en esbozar una sonrisa, encogiéndome de hombros, cerrando el libro con cuidado y guardándolo de nuevo en la cesta.

-Si pasa eso tendremos que ver qué hacemos. Tú busca esas dos, y si vemos una que no conozcamos miramos en el libro a ver qué pasa. ¿de acuerdo?

Me yergo de nuevo, acomodando el paraguas. Lo que habrá que hacer es ir yendo, de todas formas.

Fruncí el ceño y levanté el labio con enfado. Así no era divertido. Así no había tesoros buenos.

-¡Pero es que son las más bonitas! -protesté, dando una patada al suelo.

Pronto eché a correr de nuevo por el camino, y al final asentí. Cogería las feas, pero solo porque eran las buenas para el bicho de verdad. Si no, nada. Me volví.

-¿Y dónde vamos? -pregunté-. Aquí no hay. ¿Dónde hay?

Retrocedí hasta su altura y luego empecé a andar otra vez, a su lado, sonriendo.

Arrugo un poco el ceño. No es que no le dé la razón, pero es que tiene que entender las cosas como son, y por lo general las cosas son así...

-Son bonitas para engañarte. Pero hacen mucho daño. Las otras son menos bonitas, pero saben bien. 

Es un pensamiento menos superficial. Algo como "lo bueno está en el interior", o así. Lo más vistoso no es lo mejor. El aspecto exterior solo es una máscara de algunos animales o plantas para conseguir algo. La evolución sí que es preciosa. Cómo los organismos se transforman para adaptarse, y consiguen habilidades impresionantes... ¡Hay animales que vuelan! ¡Otros que respiran de agua! Es algo que me parece increíble...

-Vamos al bosque -indico, siguiendo la marcha-. Allí el terreno es más húmedo y estoy seguro de que podremos encontrar algunas.


*se van*