Balcones

El líder Darvenwish se decidió a rondar los pasillos en busca de alguna anormalidad o, simplemente, por observar qué era de los pequeños guerreros durante aquellos días. Su último encuentro había sido de lo más acogedor y todavía se sonreía al recordar al muchacho caeruelus palpitante y deseoso de probar su fuerza y su dominio. ¿Le hacía gracia tener entre sus filas a un individuo que se doblegaba fácilmente al dolor frente a cualquiera? No demasiada, a fin de cuentas era una gran debilidad y tampoco sabía cómo le afectaba en batalla. Sin embargo, no estaba en su milicia así que tampoco le dio mucha importancia. A fin de cuentas Brontë se encargaba de seleccionar a la gente que sirviese como carne de cañón en pequeños grupos, no importaba demasiado. Y si podía relajarse y entretenerse con un chiquillo como ese al tiempo que éste se volvía más fuerte, pues un favor que se hacían ambos.

Estaba contento y diversos pensamientos interesantes le rondaban la cabeza. Sin embargo, no tardó en dar cuenta de uno de los grandes balcones abiertos a esas horas por los pasillos. La líder flamma, esa que vestía aquellas ropas tan holgadas y aparatosas mientras estiraba el cuello como un pavo, estaba tomando el aire. ¿Y quién era él para no hablar con una líder flamma? Sonrió de medio lado, aquella mujer era insufrible. Había tratado alguna vez con ella en las reuniones con los representantes de Ignis y era una verdadera molestia de mujer. O una mujer de las más molestas. Tomó aire. No había hablado con ella así que quizá fuese hora de hacerlo. Miró por encima de su hombro a Barthemius para indicar que lo siguiese y se encaminó hasta quedar bajo el marco del balcón.

—Flavia Gnaea Seia Herennia Sallustia Severa Magna —Llamó. Reconocía que su segundo nombre era un tanto desfavorecido, pero la carrera de nombres de la mujer se le hacía totalmente ridícula. Igualmente, sonrió con su más dulce sonrisa e hizo una ligera reverencia —Muy buenas noches y mejores si al fin tengo el placer de encontraros —Indicó con su habitual tono ladino y amable. —¿Ya os habéis aclimatado a Brontë? —Preguntó sin moverse del sitio, manteniendo una mano a su espalda.

El líder Darvenwish sonrió y asintió a modo de leve reverencia ante las primeras palabras de la mujer y, aunque en un principio quiso reprimir su necesidad de hacerle ver lo vieja y amargada que la veía a ella, la mención que hizo sobre el estado de los guerreros lo hizo cambiar de opinión.

—Desafortunadamente no puedo deciros lo mismo —Indicó con una sonrisilla juguetona, pero manteniendo el tono habitual. Luego echó a caminar lentamente hacia la baranda, no demasiado cerca de la mujer. Barthemius esperó en la puerta de la balconada. —Lamentablemente sí. Pero suele ser el resultado de un ejército que recoge migajas por el mundo en lugar de formalizarse e impartir milicia —Indicó, como siempre desairado, alejándose de toda culpa posible. Él había criticado la idea de Brontë desde el inicio a fin de cuentas.

Al su mención sobre Blues Splash amplió ligeramente la sonrisa mientras apoyaba las manos sobre la baranda, sin mirar a la mujer.

—Sinceramente, a mí tampoco me agrada demasiado tener el placer de hablar con esa mujer —Bromeó dentro de su diplomacia. No tomaba en serio a casi nadie y menos a viejas chismosas y quejicas como aquella. Ante la mención de sus guerreras, el líder giró la cara para mirar a la mujer con falso interés.

—Vaya, así que habéis hecho algo útil con vuestras chiquillas. Si ahora rondan por el palacio predispuestas, me agrada tal novedad... —Le dedicó una sonrisa zalamera y se humedeció los labios, entornando ligeramente los ojos. Después prestó atención a lo que aquella cotorra seguía contándole y fue ampliando la sonrisa a medida que esta recalcaba sus comentarios sobre su matrimonio fallido.

—Supongo que es preocupación y no un sentimiento más egoísta lo que os mueve para hablarme —Indicó, alzando las cejas y dándose la vuelta para apoyar la espalda en la baranda sin dejar de mirar a la mujer —Mi querida prometida tiene la belleza, juventud y capacidades que a vos os vienen ya faltando con los años —Indicó, picajoso pero divertido. Luego se acercó más a la mujer, quedando bastante cerca de ella. —Y respecto al enlace, fue una verdadera pena que las circunstancias impidiesen tal acontecimiento. Pensad en lo que supondría para Fudo, un enlace internacional con uno de los hombres más influyentes de todo Mithos. Una pequeña provincia elevada a una potencia gubernamental... Creo que vuestra rivalidad con los Ethrial es antigua, ¿cierto? —Una mujer como aquella, que más parecía una maruja anticuada no le atraía, sin embargo las mujeres de esa clase se sentían muy incomodadas con ciertas situaciones. Alargó una mano y la posó sobre una de las manos de la mujer —En lugar de perder vuestra clase echándome en cara tal enlace, ¿por qué no intentasteis concebir una hija que pudiese daros tales beneficios? —Comentó con un tono suave y ladino, más parecido a un susurro, acariciando la mano hacia la muñeca y aprovechando la posición estratégica que ésta tenía sobre el pecho de la flamma. Sostuvo la mirada de ésta un momento y luego se apartó de ella —Lamentablemente ya no estáis en edad y como mucho os quedan vuestras guerreras de categorías inferiores. Es una lástima, pero tratad de no llenaros de rabia por vuestro error. Dicen que la envidia envejece —Comentó, malicioso, levantando el mentón.

El líder Darvenwish dejó escapar un leve bufido ante las palabras de la flamma. Sandeces, pensó.

—Con migajas no se hace pan. El pan se hace con la masa y horno apropiado. Si juntas un puñado de migajas lo único que obtendrás son migajas agrupadas —Indicó, continuando con la absurda metáfora. Escuchó las "hermosas" palabras de la flamma sobre la confianza en los guerreros y el pueblo y el deber y demás parafraseos poéticos.

—Todo eso es muy bonito, pero no voy a confiar en un grupo de críos de los cuales muchos no saben siquiera empuñar un arma y los otros no tienen idea de cómo controlar un conjuro básico. ¿Entrenamiento? ¿Estudio? Bien, primero que se plantee una organización correcta como demandé en su día y después tendrán toda mi colaboración. A día de hoy, no serán más que ganado más o menos resistente. En cuanto me demuestren sus cualidades y su empeño por formar un ejército, entonces se ganarán mi respeto y mis ayudas —A la flamma le gustaba hablar más de lo debido. Era obvio que no había entablado conversación con ninguno de los guerreros, no había vivido con ellos, no los había visto comportarse como idiotas, desobedeciendo, haciendo caso omiso, perdiendo el tiempo... Pocos habían sido los que él había considerado dignos y, por supuesto, esos tenían su apoyo. Pero no perdería su tiempo en explicaciones. La información es poder.

Ignoró el comentario sobre Blues Splash y se centró en la flamma cuando se adelantó para advertirle sobre sus chicas. El líder no pudo sino sonreír, enseñando los dientes, y pasar su bífida lengua por ellos.

—¿Y me miras a mí, Flavia? —Dijo, abandonando las formalidades ahora que ella lo había hecho. El hecho de que ella mencionase que esas chicas eran todo lo que tenía no hacía más que enardecer al líder —¿Acaso no confías en la entereza de tus chicas? ¿No es el fuego lo suficientemente fuerte? En ese caso yo diría que no soy yo el culpable... Dos no pelean si uno no quiere —Canturreó, maleficente, aprovechando el temor que la mujer había dejado entrever respecto al tema. Interesante punto. —¿Y qué vas a hacer, Flavia? Me gustaría saberlo —Entornó los ojos, acercándose más a la flamma y haciéndolos brillar por un momento. Frunció ligeramente el ceño, amenazador, sin amedrentarse ante las palabras de la mujer. ¿Iba a temer a un vejestorio como ella? Por favor.

Se separaron y ella habló de nuevo, haciendo que otro bufido saliese de la boca del líder carueleus.

—En tu situación no hablaría de retrasos —Se cruzó de brazos y le dedicó una sonrisa apretando las comisuras. Luego escuchó de nuevo las sandeces de la mujer. Dejó escapar una risotada y se llevó una mano a la cara.

—En serio, Flavia, eres toda una eminencia respecto a intelecto —Comentó, irónico y ya sin pararse en ningún punto de etiqueta. Ella ya no merecía ningún tipo de respeto ya que su lengua la perdía. —Obviamente no soy un hombre tan altruista como para ceder todo el beneficio a un país extranjero. Es cierto que Caligo también gana influencia con el enlace, sin embargo, Ignis y los demás países continentales pecan de su extensión. Caligo es un isla, es cierto, pero su gobierno es firme y sus avances los más progresistas de Mithos, con una industria pionera. Y de un tamaño similar al de Lumen en su conjunto, por si tus estudios geográficos han sido escasos. ¿Qué es Ignis? Un enorme desierto dividido en pequeños fragmentos donde cada uno gobierna a su manera? ¿Donde, cuando uno tiene problemas, los demás se lavan las manos, pero cuando hay un pequeño triunfo todos tratan de echar mano? Lo siento, pero sin duda Fudo salía ganando en la empresa, ganando influencia y poder sobre Ignis y dando sombra a las zonas mediocres. Tus ademanes de grandeza son bastante patéticos para lo que regentas. Dices que lo das todo por tu patria, pero sigo viendo intereses individuales en tu empeño por alejarme de Cynara —Indicó, divertido por sus palabras. Por supuesto que la vieja arpía estaba que trinaba de envidia con aquello. Su egocentrismo y sus ansias de poder sobre Ignis hacían que viese de forma muy negativa el acuerdo de Fudo y Caligo. A fin de cuentas eran sus mayores enemigos dentro de Ignis. El líder se reía mucho con aquella mujer y su falsa modestia. Se dedicó a mirar por el balcón.

—Por cierto, eso de que cada uno se quede en su sitios por designios de Mithos y demás... En mi opinión es propio de una mente anticuada y cerrada —Indicó, girándose para mirar a la mujer —Con los tiempos que corren y la creación del ejército de Mithos, el pensamiento sobre la individualización de los continentes comienza a quedarse obsoleta. Hace ya bastante que yo acepto entre mis filas a grandes guerreros de otras razas que demuestran su valía y mucho más que tengo una fuerte y leal amistad con uno de los líderes parvus. El hecho de comenzar a romper fronteras no me parece sino un avance —Indicó, firme y relajado —Además, eso de Mithos, Efesto... Son... Bonitas leyendas, pero la religión es algo que no tiene demasiada cabida hoy en día. Pensar en que lo que pasa a nuestro alrededor es por capricho u orden de dioses es algo bastante... Cómo te lo diría, algo propio de ignorantes —Dedicó, con una mirada lúcida y rasgada. Si algo no soportaba era amparar en la religión los acontecimientos que se debían tratar.

Volvió a soltar una risilla respecto a la edad.

—La belleza es influencia, Flavia. Ya que tanto te gusta ese concepto, tenlo en cuenta —Indicó, ladino. Luego escuchó, ignorando cómo la flamma toqueteaba a Barthemius. Le apeteció, no obstante, poder beber un trago para que la conversación se le hiciese menos tediosa.

—Para mí hay un solo elemento de control y es este —Indicó, señalando su sien con el índice con un cuidado movimiento. —Hablando de confianza, hace un rato estabas preocupada porque me acercase a tus chiquillas, ¿tengo que tomar nota de esa "confianza" que tienes en ellas? No sé, por mucho que ahora te arrodillases frente a Barthemius, a pesar de resultar un espectáculo bastante nefasto, no me preocuparía lo más mínimo. Y dudo que al príncipe de la luz le importase —Indicó con una sonrisa de escualo, desairado y ya maleducado. Con las mujeres de tal edad resurgía aquel niño mimado que llevaba dentro y, llegado un punto en el que lo atacaban de aquella manera, no le importaba faltar al respeto.

El líder dejó pasar el comentario sobre las mujeres manteniendo la sonrisa. La vieja bruja nunca reconocería lo zorrillas que podrían llegar a ser sus jovenzuelas, a esas prontas edades y privadas de cualquier desahogo...

Soltó una carcajada seca y jactanciosa ante los comentarios de la mujer respecto a la estirpe.

—Soy un transgresor, no lo olvides —Indicó, apretando los labios en una sonrisa. —Soy un Darvenwish, pero no uno de tantos. Soy Aren Darvenwish, único e inigualable y no voy a seguir los pasos de los que vinieron detrás. Al contrario que la gente común, atada a ideas preconcebidas, comuniones y costumbres, yo trazo mi propio camino, así que no creas que sabes juzgarme con tu vara de medir —Indicó, divertido. Se apoyó en la baranda con los codos, relajado y sosegado. Se sentía muy jovial con aquella discusión con la carcamal. —Si verdaderamente conocieras tanto a "las tuyas" no me tendrías en tan poca estima. Cynara puede y es tan perra como zorro soy yo —Indicó con un gesto de su mano como si brindase por sus palabras. —Y, sinceramente, no es algo que me preocupe. Soy un hombre que cree en que la mejor forma de escapar a la tentación es ceder ante ella —Se pasó una mano por el flequillo, para apartárselo con sutileza.

—"Las razas están para mantenerse" grandes palabras —Satirizó. —Y me lo dice la mujer cuyas herederas son jovencitas que ni siquiera pertenecen a su estirpe y cuya procedencia es una mezcla continental. Creo que deberías hablar con un poco más de propiedad, líder flamma. O, al menos, ser consecuente con tus actos. —Añadió. Ante las creencias, amplió su sonrisa. —Creo que todavía no te he acusado de creer en patrañas. Si quieres que respete tus ideologías empieza por dejar de juzgar mis relaciones —Indicó, llevándose una mano al mentón como si deliberase.

Se rió con el comentario de la flamma sobre su madurez.

—Yo respondo al igual que me tratan. Tú me adviertes de que no meta mis asuntos en tus chicas, yo te respondo que no es apropiado que tú te metas en los asuntos de Barthemius —Comentó, asciendo un asentimiento.

Cuando la mujer cambió de conversación, el líder se recompuso. Se irguió, se recolocó la chaqueta con indiferencia y tomó aire.

—Tú lo has dicho, es lo que hay, así que no brames por lo que puedas encontrarte. Por otra parte, si tú, la representante de Ignis en estos momentos, no quieres ni acercarte a la zona clave, ¿cómo piensas que lo hagan los chiquillos? —Comenzó a caminar hacia Barthemius. —Ah, sigues igual, Flavia, cuánto moralidad, cuánto "yo me preocupo por los míos", pero luego que sean ellos los que vayan allí a morir mientras yo doy órdenes y chismorreo desde mi cómodo asiento. Juzgas a los demás líderes y resultas bastante patética hablando de esa forma —El líder le dio la espalda, bastante aburrido ya de la cháchara. A sus preguntas, sonrió con cierta malicia pero no se volvió. —¿Temer a una panda de traidores? ¿Temer a un par de bestias eléctricas? Soy Aren Darvenwish, sea lo que sea lo que haya ahí en medio, debería estar temiendo por mi llegada... —Con un gesto imperceptible dio una orden a Bathemius para que se retirase tras de él una vez cruzó el umbral del balcón. Cuando iba a perderse en el pasillo, se detuvo sosteniendo el dintel y, ahora sí, mirando a la flamma.

—Ah y, Flavia, ya que te has tomado tantas libertades toqueteando a Barthemius, me temo que me tomaré las mismas confianzas —Le dedicó una sonrisa pícara y se desapareció junto a su vasallo un par de pasos después de adentrarse en los pasillos.