Balcones

Uno tenso y la otra sosa... menuda panda de aburridos. Sigo teniendo hambre.



Antes de que pueda hacer nada con la carta se la quito rápidamente. Por muy guerrera que seas, si te esperas un truco de magia no estás a lo que tienes que estar.

—Si no la miras no tiene gracia— digo poniendo mi mejor voz de indignado.

Vuelvo a guardar la baraja.



Un público difícil.

Miro al pajarito y parece que me vaya a comer.



En fin.



Me quito la capucha poco a poco para darle más dramatismo al ambiente.

—Me llamo Ánor y acabo de llegar desde Ignis. He estado dando un paseo pero no he visto a nadie. Perdón si os he asustado. Y... —levanto a mimosín— esta cosa tan mona es mi fiel guardián Nille. ¿Quienes sois vosotros?

Y así es como Nille se divierte. Gracias por jugar.

*se va*

FdR: Me escapo ya porque no creo que pueda estar hoy por aquí y no quiero retrasaros >o<

Tuerzo algo el gesto cuando me arrebata la carta, pero simplemente bajo la mano, dejándola a un lado del cuerpo, sin decir nada. Luego, finalmente, guarda la baraja y se quita la capucha, dejando su rostro a la vista.
Tiene un aspecto estilizado, pero su cabello rojo y su piel brillante me hace dudar. Sus ojos opacos también confunden. Desde luego, es un mestizo de flamma y chrysos, pero no podría asegurar qué raza predomina. Tiene un aspecto bastante exótico. Dice venir de Ignis y nos presenta a su pequeña mascota.
Aprieto la mandíbula, recordando. También nosotros venimos de Ignis... ¿Cómo estará Silvanus?

-Alehyss Lester -respondo sin más a Ánor, tras dejar presentarse a Heylel.

El aether no tarda en anunciar su partida, por lo que le dedico un breve gesto para despedirlo y luego me vuelvo de nuevo hacia el mestizo. Lo observo un buen rato antes de despegar los labios.

-Si quieres parecer poco sospechoso no deberías cubrirte el rostro mientras haces juegos de cartas -digo con voz monocorde. Mis ojos chispean un instante.

El “papá” se va y me quedo con la “peligrosa”, en fin, no me puedo quejar. Ha torcido el gesto al verme y me advierte que debo ser menos misterioso si no quiero levantar sospechas. Como odio que me miren raro.

—Lo siento —me disculpo poniendo mi carita más inocente—. Ha sido un largo camino en carro andando y tanto sol no era bueno para mi piel. He entrado muy cansado y se me ha olvidado quitarme la capucha. Lo siento si os he asustado.

—Hechas las presentaciones... ¿Qué debe hacer un recién llegado para que le den un poco de comida y un sitio donde dormir? ¿Tienes novio?



Veamos de qué pie cojea.

—¿Hacen buenas natillas aquí? Tengo antojo de natillas y Nille creo que también. ¿Verdad? —Mis caritas de bueno suelen derretir a la gente.

Niego con lentitud, quitándole importancia. Realmente mi consejo no es más que eso. A mí no me importa demasiado las capuchas que quiera llevar puestas.

-No me has asustado -murmuro sin más, algo desagradable.

Eso sí, es molesto. Como mucho, me ha resultado sospechoso, pero necesitaría más que una capucha y un cachorro para asustarme.

Tras presentarse, pregunta lo que preguntaría cualquier recién llegado. Es normal querer saber en qué lugar se encuentran los dormitorios y dónde se puede comer. Sin embargo, su última pregunta me hace fruncir el ceño, aunque evito hacer comentarios al respecto.

-Te puedo llevar al comedor y al dormitorios, si lo deseas -comento, relajando un poco el rostro, aunque todavía seria. Frente a su pregunta sobre las natillas me encojo de hombros-. No las he probado. No suelo tomar dulces.

Sus rasgos son extraños. Lo observo un poco más.

—Deberías admitir que un poquito si te has asustado —contesto con el mismo tono que ella.

—¿A qué viene tanta formalidad? No soy tu superior, sino todo lo contrario. —Me pongo teatralmente en posición de firmes—. Permiso para hablar, señora... digo señorita. Como no me ha contestado a la pregunta verdaderamente importante no sé cómo dirigirme a usted... Espera espera espera. ¿No tomas dulce? ¡Con lo dulces que son!

Arggg no para de mirarme. Tengo que salir de aquí antes de que algo explote.

— En fin, ¿serías tan amable de guiarme hasta los dormitorios? Creo que necesito dormir un rato.

Enarco una ceja. Es francamente enérgico. Y directo. Son cualidades que apreciaría mucho más si no fuese por el ardor que siento en el costado, fruto del corte hecho por "Madame Desmarais".

-Señorita -digo al fin, esbozando una escueta sonrisa, premiando su insistencia-. Y no, no aprecio demasiado el dulce -añado, enarcando una ceja y ladeando la sonrisa un instante, resaltando cierto doble sentido oculto en mis palabras.

Niego para mí y recupero mi semblante serio, aunque algo más relajado que antes. Luego asiento con lentitud.

-Sígueme. Te llevaré a los dormitorios.

Tras comprobar que me sigue, salgo de los balcones.

*se va*

Al final he conseguido que se relajase. El público difícil es mi especialidad.



Vuelvo a ponerme la capucha, no quiero que nadie vea más de lo que debe. 
Dejo a Ánor suelto para que siga estirando las patitas. Espero que pronto pueda ir montado en él, andar cansa demasiado y nunca hay un grupo de guardias cuando se los necesita.

La imagen de la “sonrisa” de Alehyss vuelve a mi mente y como si fuese un hechizo intento grabarlo en mi cabeza.



—Creo que al final nos vamos a llevar bien —le digo mientras la sigo.




*Se va*

Era un día bastante nublado, pero la temperatura no era desagradable. No me apetecía mucho salir fuera, pero sí quise asomarme a los balcones. Tristán, ajeno a lo que yo hacía, revoloteaba de aquí para allá.

Estaba bastante desanimada. Hacía días que no veía a Nagore, no encontraba a Alehyss ni a Silvanus por ninguna parte, tenía miedo de encontrarme con Follow... Y, por encima, aquella chica de ayer me había dejado un tanto preocupada. Al fin y al cabo, ¿no tenía razón? Cuando fui a recibirla, acababa de volver de la enfermería después de un combate que había perdido.

Tampoco había vuelto a escribir a Allie ni a Arennette, ni mucho menos a Sock. De hecho, lo más relacionado que hacía con ellos era revolver una y otra vez en aquella caja de muñecas, sacando a alguna de vez en cuando, tal y como había hecho aquel día. La muñeca piscis me observaba, muda e inerte, sentada sobre la barandilla. Le devolví la mirada. ¿De verdad era tan especial?

*Se queda*

Una voz desconocida me distrajo de mis pensamientos. Giré la cabeza, sorprendida y curiosa, y me encontré con una figura de aire imponente y poderoso. La contemplé un momento en silencio. Por algún motivo, su aspecto me recordó al líder caeruleus. Tenía algo que le daba un aspecto imponente.

Se acercó a mi altura, llamándome por mi nombre. Empecé a sentirme insegura. ¿Por qué todo el mundo conocía mi nombre en el palacio y yo el de nadie?

-Eh... sí -balbuceé, algo nerviosa. Tragué saliva-. Y... ¿y usted?

En un gesto reflejo, atraje hacia mí la muñeca. Tristán, por su parte, también se acercó, posándose en la barandilla junto a mi brazo, mirando a la recién llegada con recelo.

La contemplé en silencio. ¿Quién sería? Desde luego, no parecía una guerrera, y mucho menos alguien del servicio. Ni siquiera Alexander, que venía de un entorno mucho más elevado que la mayoría de nosotros, tenía un aura o una actitud semejantes. No; esta mujer estaba por encima de eso.

Asentí a su presentación. No tenía ningún problema con el trato. De hecho, eso quizá confirmaba de alguna forma mis sospechas respecto a ella. Traté de mostrarme firme y seria, aunque me inspiraba mucha inseguridad.

-Es todo un placer -respondí con tono sumiso.

Se acercó un poco más, y tuve que contenerme para no retroceder, y más aún para no desviar la mirada. Tristán, por su parte, sí retrocedió un poco, escondiéndose detrás de mí, pero sin quitarle ojo de encima.

Ante sus palabras, el mantener la mirada se me hizo casi imposible, pero resistí. No pude evitar, eso sí, un evidente enrojecimiento en las mejillas. Carraspeé.

-Hago lo que puedo -respondí, azorada, en voz baja.

Al final se me hizo imposible mantener la mirada, y tuve que bajarla un momento al suelo, tratando de disfrazar el gesto de parpadeo. Volví a alzarla en seguida, escondiendo tanto como podía mi debilidad. Cuando se alejó, apenas pude contener un suspiro de alivio, que traté de hacer tan sutil como pude. Volví a tragar saliva.

Me encogí de hombros a su comentario. Le había dado muchas vueltas a todo aquel asunto, tantas que ya había aceptado que no, que no había sido un buen trabajo. Pero, al igual que no sabía quién era ella, no tenía ni idea de qué podía saber y qué no; y, por sus palabras, no debía tener mucha información.

-Me alegra mucho tenerlo de vuelta -respondí, tratando de desviar el tema de la misión a mi compañero en sí mismo-. Ha estado tanto tiempo desaparecido que había llegado a desesperar. A ver si se recupera pronto y puedo hablar un poco con él.

Me humedecí los labios, nerviosa.

No respondió a mi comentario. Por una parte, eso significaba que me estaba alejando de lo que a ella le interesaba. Por otra, implicaba que dejaría el asunto en paz. A no ser que, simplemente, estuviera dando un rodeo al tema que le interesaba. Porque, visto lo visto, dudaba seriamente que estuviera allí para hablar por el simple placer de hablar. Quizá era eso lo que me ponía nerviosa.

Al desviar ella la vista, me relajé un tanto más, y la aparté yo también. Cambié el peso del cuerpo de una pierna a otra, sin hacer demasiados movimientos. De reojo, contemplé a Tristán, que se mantenía en guardia contra ella.

En el momento en que volvió a hablar, mi cabeza se giró hacia ella como un resorte, y tuve que contenerme para no esconder la muñeca a mi espalda. La miré con desconfianza. ¿Sabría algo...?

-Fue un regalo -respondí, seca-. Ya hace bastante que la tengo. Aunque no creo que sea fácil averiguar dónde me la compraron.

¿En qué lío me había metido Allie?

Me abrumaba. Podía sentir como si, tan solo con mirarme, pudiera saberlo todo sobre mí. Tampoco era una persona que tuviera mucho que ocultar, pero la sensación no era agradable en absoluto. Y, por encima, parecía interesada en lo único que podría querer yo ocultar.

La pregunta me cogió tan de improviso y con tanto nerviosismo que no pude evitar retroceder un paso, sosteniendo la muñeca contra mí con fuerza. La miraba desesperada, como una presa que se ha encontrado justo de frente con su depredador.

-Es muy delicada -balbuceé atropelladamente, tratando de buscar una excusa decente para no dársela, y notando crecer mi nerviosismo al no encontrarla-. Tengo que...

"Mantenerla lejos de manos peligrosas", pero no me atreví ni por asomo a completar la frase. Lo que tenía que hacer era dejar de pasearme con las muñecas por Palacio. Las guardaría en la caja, en el fondo del baúl y las mantendría en secreto. Lo que estaba pasando se debía exclusivamente a mi falta de cuidado.

No me gustaba en absoluto la situación, pero era evidente que no estaba en situación de quejarme. Me mantuve en mis trece un momento más cuando repitió la petición, como tratando de asegurarme de si de verdad no tenía una salida. Efectivamente, no. Allie me mataría si se enterara.

Con manos temblorosas, se la tendí, tratando de cogerla con sumo cuidado, casi como si fuera un ser vivo. Estaba completamente aterrada, sin saber bien si atenderla a ella o a la muñeca. Tragué saliva. No me creía que fuera simple curiosidad, y menos siendo la muñeca que era. Abrí un momento la boca para hablar, pero callé. Finalmente, me atreví a formular mi pregunta.

-¿Por qué es tan importante? -pregunté, con voz tan segura como pude (que no era mucho).

Ahora que ya le había dado lo que quería, aunque me sentía desvalida, también me sentía algo más segura. No entendía bien el motivo, pero me dejaba llevar por la sensación. Solo, por favor, que me la devolviera pronto...

Ignoré su comentario casi con enfado. Creía evidente que ninguna de las dos consideraba que que la muñeca fuera bonita o fea tuviera la menor importancia. Y, ya que lo preguntaba, tampoco me parecía de una belleza destacable.

Tuve que contenerme para no fruncir el ceño. ¿Por qué tenía que ser tan condescendiente? Ya sabía que ella jugaba con ventaja en todos los sentidos, no necesitaba que me lo restregase. Eso sí, saber menos no me parecía una ventaja; tenía siete muñecas muy extrañas en mi poder y no sabía nada en absoluto sobre ellas. Más allá, claro, de que debía tener cuidado con ellas. Y ni siquiera estaba segura de que supiera que significaba en este caso "tener cuidado".

Me limité, pues, a tomar la muñeca tan pronto como la puso a mi alcance, apretándola contra mí como si fuera mi posesión más preciada. Tranquila, Massen. Ella tampoco sabía tanto sobre lo que yo tenía, ni el por qué.

A aquellas alturas, tenía una respuesta preparada para su pregunta. Reprimí como pude el escalofrío que me provocaban sus uñas y la miré fijamente a los ojos, sin flaquear.

-Fue un envío anónimo -dije con firmeza, tratando de no sonar demasiado desafiante. Al fin y al cabo, no le estaba mintiendo.

No me gustaba. No me gustaba en absoluto. Su tono de seguridad, su aparente conocimiento de todo lo que pasaba a su alrededor... ¿Era fingido? No lo parecía.

Al fin, decidió despedirse, y solo con saberlo comencé a sentir que me embargaba una sensación de impaciencia. Estaba deseando que desapareciera de mi vista.

-Igualmente -respondí, aunque, evidentemente, esta vez sí mentía.

Se dio la vuelta para marcharse, y no le quité ojo en todo momento. Cuando se giró de nuevo, me puse tensa. No me dijo, sin embargo, nada que no supiera ya. Otra vez lo mismo. "Tú no sabes de qué va esto, pero cuida las muñecas como si tu vida dependiera de ello." Casi daban ganas de destrozarlas todas solo para dejar de oír aquella cantinela.

Antes de desaparecer de mi vista, dejó caer un último comentario que me dejó un tanto descolocada. ¿Qué se me había perdido a mí en las mazmorras? Ni siquiera había bajado nunca allí, ni tenía precisamente ganas de hacerlo. Casi me sonaba más a amenaza que a dato a tener en cuenta.

Finalmente, se marchó. Suspiré con alivio, dándome cuenta de lo cansada que estaba después de haberme mantenido tan en tensión. En fin, ya tenía algo que hacer: guardar aquella muñeca, con las otras, en el fondo de mi baúl. Lo que quiera que hubiera de interés en las mazmorras, si es que había de verdad algo, podía esperar.

Con esta idea en mente, le hice un gesto a Tristán y entré en Palacio, camino de las habitaciones.

*Se van*