Balcones

Me encuentro subido a una banqueta, olfateando el aire y mirando a lo lejos todo lo que mi vista alcanza, que en la oscuridad no es mucho, pero sí es más de lo que seguramente puedan creer los guerreros. No en vano soy... Bueno...
A mi lado, Jun, al que hablo, informándolo de las noticias.

-El hombrre que viene a buscarrte ha llegado hace un rrato -. Le revuelvo el pelo, tratando de mostrarme animado para que él mismo se anime. Sé que en cierto modo la idea no le hace mucha ilusión-. Pasarrá aquí la noche parra descansarr del viaje y me ha dicho que mañana le gustarría verr un poco los alrrededorres. Saldrréis pasado mañana, si no hay ningún contrratiempo. Te darré un caballo, él ya tiene, y alimentos. No os faltarrá de nada.

Miro de nuevo hacia adelante. Tengo a otra persona a la que buscar, pero recientemente no he tenido demasiado tiempo. Y todo lo que estudio me resulta tan inútil que es frustrante. Por si fuera poco, tras lo sucedido junto al pueblo las cosas han estado un poco movidas.

Hablamos un rato más. Lo típico que se le dice a un chico para animarlo. Que si una broma sobre chicas, sobre ya crecerás... Finalmente, tras revolverle el pelo de nuevo, me disculpo. Tengo cosas que hacer.

*se va*

Asiento a las palabras de Nagorr Brumm mirando al frente. Lo cierto es que apenas veo nada... Y siendo yo quizás hasta se me ocurra ir ahora a dar un paseo a la peligrosa cueva de la muerte, o algo así... Aunque mejor que no me mueva del palacio, no vaya a perderme y resulte una molestia de nuevo. Ya el otro día tuve un problemilla con el collar... Aún me duele el cuello.

Tras hablar un rato más con el señor Brumm, este parece tener que marcharse. Debe de ser un hombre muy ocupado. Y, aún así, pudo salvarme el otro día de aquel extraño que me atacaba.

Me quedo un rato más mirando la oscuridad, embobado. Luego decido irme. Tendré que despedirme de las paredes de Brontë y así... A saber si vuelvo algún día...

*se va*

El sol brillaba mucho, pero las nubes lo tapaban todo el rato. Con los ojos entrecerrados, yo lo miraba fijamente, sintiendo cómo dolía cuando las nubes se apartaban y cómo todo a mi alrededor se volvía de manchas violetas.

Era difícil mirar al sol. El techo me tapaba por encima, y la barandilla por delante. Tratando de superar este problema, traté de encaramarme, sin mucho éxito, a la barandilla.

No acababa de acostumbrarme al sol.

*Se queda*

— Como siga derrochando a este ritmo no voy a poder robar para trajes. ¿Por qué me dejas regalarlos como si fuesen gratis? —Ánor me miró con reproche— No me mires así, que sabes que tengo razón.

Ni con sobornos ni nada me habían dejado volver a las mazmorras, así que, aburrido como estaba, había decido dar una vuelta en busca de nuevo entretenimiento y algo de comer.

Al pasar por los balcones vi a una niña que intenta, sin éxito, encaramarse a la barandilla.
A los dos nos gustaban los niños, así que nos acercamos sin hacer ruido, como estábamos acostumbrados.

—Si miras al sol así te vas ha quedar ciega, y no creo que te guste eso.

Mirándola más detenidamente me di cuenta de que no era una niña, sino una parvus.

No es oro todo lo que reluce.

Ánor y yo nos miramos levantando los hombros.

Tras un fallido intento de saltar a la barandilla, volví a caer al suelo. Antes de que me diera tiempo a probar otra vez, oí una voz a mis espaldas. Me volví con el ceño fruncido y los ojos entrecerrados, poniendo la mano de visera. Una sombra de grande y una sombra de pequeño.

Con la mano libre, los saludé.

-Brilla fuerte cuando se destapa -comenté.

Parpadeé un par de veces con fuerza y me froté los ojos, tratando de ver algo. Tras un par de muecas un tanto extravagantes, conseguí encontrar sentido a las sombras. La pequeña tenía pelo. La señalé.

-Huala -dije solamente.

Y yo pensando que tenía problemas... con la luz.

—Yo no lo señalaría así, al último que lo hizo le arrancó el brazo —le dije con voz muy seria.

En respuesta, mi fiel enemigo se puso a chuparle el dedo.

— ¿Que hace una Parvus como tú en un balcón como este y con sol? No me gusta el sol hace que brille y si brillo me miran, no me gusta que me miren. Hola. Me llamo Nille y ¿tu?

La “niña” me miraba sin verme, así que opté por sentarme, y rápidamente el traidor se sentó en mi regazo.

—Taparse es útil —le dije señalando mi capucha.

Cuando recibí el lametón, solté una sonora carcajada y me miré el dedo, cubierto de manchitas violetas y oscurecido por la luz. Volví a frotarme los ojos. Las manchitas se iban difuminando. Parpadeé otra vez.

Señalé el sol sin mirarlo.

-Yo, en casa, no tenía de eso -expliqué.

Cuando se sentó, me senté frente a él, cruzando las piernas y apoyando las manos en las rodillas. Miré con interés a la sombra pequeña, y luego a la grande.

-La gente con capas es bonita -expuse. Señalé a la sombra pequena-. Él también.

FdR.: ayne es un poco rara, no se lo tengas en cuenta xD

—Si te soy sincero, yo tampoco tengo un sol en casa.

Cogí al peluche y se lo puse en el regazo. No lo haría con cualquiera, pero tampoco él le chupaba el dedo a cualquiera. 

—Y esta cosa bonita es Ánor.


Era divertido ver cómo se intentaba sentar en un sitio en el que entraba tan justo.

—Ahora que estamos sentados, ¿te apetece jugar a algo? Seguro que tengo algo que te pueda interesar y sino... lo robamos, ¿qué te parece? 

—Sonreí— Eres pequeña, seguro que no te prestan atención.


FdR: cuando son raros son más divertidos

Una enorme sonrisa de ilusión se extendió por mi cara cuando la sombra pequeña se puso sobre mí. La miré con atención, cada vez con la vista más clara, y la saludé de nuevo con la mano. Con precaución, como si tuviera miedo de hacer romperlo si lo tocaba, le acaricié la parte de atrás de la oreja con un dedo. Reí.

Las palabras de la sombra grande me hicieron alzar la cabeza con interés. ¿Algo que te pueda interesar? Tesoro?

-Yo tengo muchas cosas -afirmé con orgullo-. Pero podría tener más.

Parecía que esos dos se llevaban bien.

Los juegos no me interesaban, pero las “cosas”, sí.



—¿Qué cosas tienes? ¿Qué cosas puedes conseguir? Me gustan las cosas, conseguir cosas, coger cosas, hacer cosas. COSAS.



Conseguir un pequeño aliado, además de Ánor, siempre era interesante.

—¿Sigues viendo mal? ¿Quieres que vayamos a alguna parte con sombra? ¿Un dulce? —Le acerqué uno de los que había conseguido coger de las cocinas— Aún no me has dicho cómo te llamas.

Sonreí, complacida por su interés, al tiempo que, más confiada, le rascaba con un poco más de energía la oreja a la sombra pequeña. Era suavito.

Alcé la vista para mirar a la grande, con expresión de importancia.

-Tengo tesoros y regalos -expliqué-. Del chiquillo, y de Aren y de todos -. Callé un momento, pensativa-. Ahora ya quiero a Aren. Un poquito -admití.

Extendí la mano para coger lo que me tendía, contenta.

-¿Es un tesoro? Mi primer tesoro de comer -sonreí.

Bajé la vista a la sombra pequeña, negando con la cabeza.

-Es que no se entera, Ánor -le dije-. Ayne no se entera de que le dije que me llamaba Nille. ¿Por qué no se entera?

—No te preocupes Nille, es que Ayne es un poco tonto, pero no le hagas caso —dije, sonriendo, con lo que me imaginaba era la voz de Ánor.


Como una nube muy grande había tapado el sol me quité la capucha.

—No es un tesoro de comer —dije negando la cabeza mientras sacaba otro— Es un tesoro que se come —Me lo metí en la boca.

—Eno gue, ¿nosh vamosh? Engo um pogo de hambre —dije mientras me levantaba. Como no estaba seguro si había entendido lo que había dicho me quite el dulce— ¿Me enseñas tus tesoros?

Asentí, conforme con lo que Ánor decía. Luego me volví hacia la sombra grande, sonriente.

Bajé la vista al dulce y le di una prueba. Asentí, contenta. Rico.

Cuando la sombra grande volvió a hablar, la miré de nuevo. Aparté a la sombra pequeña con cuidado para poder levantarme.

-Si vienes contigo, a lo mejor te enseño los tesoros. Hay muchos.

Y, dicho esto, entré de nuevo y eché a andar en dirección al comedor.

*se va*

—Yo te acompaño donde tú quieras, y estoy seguro que Ayne también —dijo Ánor.

No tenía muy claro qué edad tenía pero... parecía pequeña y se comportaba como tal. ¿Qué más podía pedir? Ya tenía una compañera de aventuras.

Me quité el polvo de la capa y me puse la capucha otra vez, y dando pequeño saltitos de emoción me puse a seguir a la pequeña.

*se va felizmente*

El aire fresco me sentó mejor de lo que esperaba. Supongo que, en cierto modo, era lo que necesitaba. Aire, libertad, frescor... Y, aunque mis nobles ojos tratasen de hacer lo contrario, no iba a llorar. El desahogo llegaba a través del honor, de las buenas obras y de los cánticos, y no de las lágrimas. No en momentos como aquel, al menos.

Hinché los pulmones, triste, y comencé a entonar una balada que había oído cantar muchas veces en mi hogar cuando sucedían cosas tristes relacionadas con corazones rotos. Los Dehnel siempre habíamos tenido fama de sensibles, y en los temas del corazón todavía más.

"Olvidar tu rostro no puedo,
tampoco olvidar tus labios...
El deseo que me movía
no era la realidad...
Y ansío encontrarte
cada mañana a mi lado...
El calor de tu mano
ya se empieza a borrar...

¿Por qué estoy solo aquí...?
¿A dónde has idoooo?
Esa otra mujer fue solo un errooor...
Las que viste aquella vez
solo fueron para ver
que no había ninguna mejor que tú...

¿Por qué estoy solo aquí...?
¿Dóndeee estás tú...?
Me pregunto si alguna vez piensas en mí..."

Bajé la vista, triste, desanimado. El amor se suponía hermoso, pero el dolor...

*se queda XDDD*

Paseaba tranquilamente por los pasillos, camino de las habitaciones, cuando una extraña voz de barítono, proveniente de los balcones, llamó mi atención. Me dirigí hacia allí, dispuesto a comprobar quién era tan extraño cantante, ya que su voz me resultaba levemente familiar.

Avancé pues, hasta los balcones, y allí topé con una figura de espaldas anchas, fornida, que cantaba a la noche. Fruncí el ceño un poco más de lo normal, entre sorprendido y desconcertado. Si no me equivocaba, el curioso cantante no era otro que Rick Dehnel. Últimamente tenía una puntería desastrosa.

Sin decir una palabra, giré sobre mis talones y me marché sin más. Mejor no seguir oyendo semejantes cancioncillas.

*Se va XD*

La soledad se notaba más de noche. Quizás era la oscuridad, que anegaba los corazones de las personas, impidiéndoles ver el brillo de las cosas buenas. Tal vez por eso yo, que era un alma noble empedernida, veía tan mal en la oscuridad. Brillaba con fuerza, pero era demasiado sensible a toda aquella maldad y a todo aquel dolor.

Suspiré. Tenía los ojos húmedos. ¿Y era realmente por Inger? Ciertamente la añoraba, y la soledad siempre me había hecho sentir muy triste, pero la misión de Sara Elander me había dejado un gran vacío, e incluso antes...

¿Qué sentido tenían realmente las cosas?

Pasé bastante tiempo allí, en el balcón, mirando al cielo. Cuando estaba triste siempre solía aparecer alguien, desde que era pequeño, y su presencia me consolaba o distraía. Sin embargo, desde hacía un tiempo no conseguía el consuelo en ninguna parte. Me sentía tan apagado, tan poco vigoroso...

Suspiré. Al final nadie había acudido. En el fondo, pensé, sí era soledad, y no oscuridad.
Iría a buscar a Telma. Quizás ella me consolase.

*se va*