Balcones

La sonrisa de Ben se ensanchó sencillamente con aquella pregunta. Se alzó, segura y firme, muy orgullosa e hinchando pecho. ¿Cuántas veces en la vida le habían hecho aquella pregunta? Podía contarlas con los dedos de una mano. Sonaba tan bien... Tan musical...

-Ah, sí, muchísimas gracias -respondió, encantada-. Normalmente no caigo así, no sé qué me ha pasado... Pero en fin, no ha sido nada, ¿ves? -Y se puso a dar saltos y a correr en el sitio un momento, zapateando luego contra el suelo, en un baile que duró un instante-. Perfecta. Ni un rasguño, ni una marca. Como nueva.

Las manos, ya sobre la flauta, comenzaron a moverse a toda velocidad, pese a que no se la había llevado a la boca y no salía de ella ningún sonido. Lo señaló con un gesto de cabeza.

-¿Y tú qué? -preguntó, risueña.

Ben se encogió de hombros, levantando el labio inferior y manteniendo la sonrisa.

-Bueno, algo me ha dolido, pero he salido de cosas peores -replicó, quitándole importancia, aunque feliz de que el recién conocido se la diera-. En cinco minutos ni me acordaré.

Vaya nombre complejo que tenía. Debía de ser de alta cuna, como mínimo. Ben lo observó con mayor detalle, en busca de algún objeto de valor que llamara su atención. No iba mal vestido, aunque ¿quién iba mal vestido en Brontë? Todo el mundo parecía tan bien acomodado que Ben empezaba a perder su capacidad para tasar sus objetivos correctamente. Tampoco importaba mucho en aquel momento. Nada de robar, promesita del niño Efestito. Y no pensaba romperla.

Miró a su alrededor, buscando alguien más a su alrededor. Y, pese a que estaba en sus mejores horas para ver, no encontró a nadie cerca.

-¿Suyo de quién? -preguntó, curiosa.

Se encogió de hombros cuando el preguntó, con una sonrisa traviesa.

-Estaba jugando -respondió, segura-. Bueno, ya sabes, trepando por ahí y así. La vez que salí de misión presencié una avalancha, así que mejor aprender a llevarse bien con la roca, no sea que...

Ben no podía evitar pensar que el hombre tenía un halo de excentricidad, pero en absoluto le parecía molesto. Más bien, lo llamaría entretenido. Además, aquel constante de preguntas sobre seguridad llegaba a enternecerla. Hasta había cogido algo de color en las mejillas de lo halagada que se sentía.

Miró la pared del castillo, sopesando la situación. Luego se volvió al aether.

-¿Tú crees? -preguntó, ladeando la cabeza-. Nadie me ha dicho nada. ¿Crees que es posible que un saquito de huesos como yo pueda hacerle algo a esta monstrosidad? Sería bonito...

Su sonrisa se ensanchó, de forma que llegó a enseñar los dientes, con la siguiente pregunta. Se encogió de hombros.

-No suelo caerme -repuso-. Y bueno, si me caigo, ya me levantaré.

Ben podría haber llegado a jurar que su corazón se había detenido un instante. Se había quedado muda de pronto, y sus ojos amarillos opacos se habían empañado de la más genuina ilusión. Parpadeó varias veces, tratando de recomponerse y movió los labios, indecisa entre una sonrisa y comenzar a hablar. Parecía reflejar el más absoluto agradecimiento.

-¿Tú crees... tú crees que sería importante? -preguntó, acercándose un paso, con la voz cogida de la ilusión.

Lo intentaba. De verdad se esforzaba mucho por ello. Pero, por más que lo hiciera, no lograba acostumbrarse a que otros la consideraran importante tan a la ligera. Aunque se hubieran conocido unos minutos atrás, los habitantes de Brontë parecían sentir un cierto aprecio, una cierta empatía por ella, o al menos por su vida. Y Ben estaba tan poco acostumbrada a aquel trato que no podía evitar emocionarse cada vez.

Miró por el balcón, como él indicaba. Tampoco estaban tan altos, en realidad. ¿Qué eran? ¿Un par de pisos? Sonrió.

-Es cuestión de saber caer -explicó-. Además...

Se encaramó de un ágil salto a la barandilla y se descolgó hasta el suelo del balcón, mirando hacia abajo, estudiando lo que quedaba bajo ella, y con los pies balanceándose en el aire. Con un hábil y rápido movimiento, impulsó las piernas hacia arriba, enganchándolas en la parte alta de la barandilla, y después se impulsó con las manos y tiró con las piernas para alzar el suelo. Cuando volvió a mirar a Adain, estaba sentada en la barandilla.

-Hay otro balcón debajo -confirmó-. Caería en él y podría agarrarme.

Tras calarse una vez más la gorra, se dejó deslizar para acabar de nuevo de pie frente a él.

Ben sonreía, entretenida. De verdad estaba contenta. Más que en mucho tiempo. También se sentía cómoda. Incluso confiada. Avanzó hacia el chico, alzándose de puntillas al llegar a su altura, acercando su cara a la de él.

-¿Cómo de pequeña crees que soy? -preguntó, divertida.

Se encogió de hombros. Recordaba la vez que se había roto las muñecas. Lo había pasado realmente mal, y había tenido que mendigar más que nunca. Había sido una temporada de especial hambruna, una de las que por poco no llevaban a la muerte. Pero por aquel entonces tenía quince años y estaba sola en las calles menos recomendables de una gran ciudad, donde podía ni estaba dispuesto a ayudarla. En comparación, Brontë, con sus comidas y camas gratis y su enfermería y su gente preocupada era un lugar tan seguro que la muerte no parecía siquiera posible.

-Sobreviviría -insistió, segura, cabezota.

*se van*

Me asomo un momento a los balcones, con gesto serio, y apoyo los codos en la baranda, asegurándome de todas formas de que el viento no trae la lluvia hacia el interior. Llevo los ojos algo encendidos, pudiendo leer de esa forma la carta que despliego, perezosa, con gesto algo anodina.
Lo de siempre. No es desagradable de leer, de tener noticias de la familia algo más lejana, por ejemplo, o de Eve quejándose porque me fui demasiado pronto como para celebrarlo.
Pensé en ello antes de irme. Me hubiese marchado un día antes si el día que me fui hubiese sido mi cumpleaños, todo sea dicho.

Dejo ir un sutil bostezo y guardo la carta, como he hecho con las otras. Hace algo de frío hoy. Es desagradable. Pero auguro días peores, de todas formas. Y más lluvia.
Qué incómodo.

Tampoco es lo peor que podría pasar.

*se queda*

El chrysos avanzaba con pasos lentos por los pasillos, palpándose con la derecha los amoratados nudillos de la mano izquierda, componiendo una mueca al notar el tacto de su propia piel sobre las heridas. No era una herida relevante, ni siquiera podía considerarse una lesión, pero sí resultaba desagradable, y el motivo por el que las tenía lo era aún más. Gruñó, y se pasó la derecha por la cara, apartándose unos cuantos mechones.

Al pasar por uno de los pasillos, reparó en que, pese a la lluvia, Alehyss estaba en los balcones. Lyam frunció el ceño, entre sorprendido y confuso, y la observó durante un segundo, plateándose si acercarse o no. Finalmente, terminó avanzando hacia ella.

—¿Ahora disfrutas de la lluvia? —inquirió, a unos pasos de ella.

Apretó la mano izquierda; luego la movió. Finalmente la relajó.

Alzo las cejas primero, al escucharlo, pero para cuando me vuelvo el gesto ya es normal, tranquilo. Esbozo una sonrisa y me encojo de hombros.

-Me temo que como no aprenda a disfrutar de ella voy a pasarme de mal humor hasta la primavera -comento, volviendo los ojos hacia el exterior de nuevo. La luz atraviesa algunas gotas, creando un efecto extraño. Tampoco es que fuese algo inusual, eh-. También con mal tiempo apetece tomar el aire algunas veces -explico entonces, pausada, acomodando las manos sobre la baranda.

Lo miro de reojo, examinándolo brevemente.

-¿Qué tal? ¿Has estado fuera?

El chrysos torció una sonrisa al escucharla y avanzó un par de pasos más, colocándose a su izquierda. Apoyó ambas manos en la barandilla, inclinándose un poco hacia delante, y observó el suelo, sin molestarse por la lluvia. Alzó ambas cejas.

—Creo que nunca había estado en un sitio en el que lloviese tanto —murmuró finalmente, recuperando la posición erguida, mirándola de reojo. Volvió la mirada al frente—. Mejor acostumbrarse, sin duda.

A él la lluvia tampoco le gustaba. No le producía un enorme desagrado, ni le ponía de especial mal humor, pero no le gustaba. Le parecía desagradable.

—He ido a dar un paseo —respondió. Se encogió de hombros, la miró de nuevo—. Y bien, estoy bien. ¿Tú, qué tal?

Apretó de nuevo la mano izquierda.

Lo sigo con la mirada un momento, pero cuando se coloca a mi lado la devuelvo al frente una vez más. El clima me resulta anodino, pero no es la vez que peor me está sentando la lluvia. Ahí Lyam tiene razón.
Llego a amagar una risa a su comentario.

-¿No llovía tanto en el sitio del que vienes? -inquiero con calma-. La verdad es que en Brontë llueve notablemente más que en mi casa -admito entonces.

Y podría haber dicho que es solo una impresión, pero acabo de estar allí y, desde luego, resulta evidente que es cierto.

Un paseo. Eso sí me tienta a estremecerme, sin embargo. No suena a algo que alguien cabal haría normalmente.
No suena muy normal.

-Yo estoy bien. Algo cansada, pero sorprendentemente bien-. Bajo un momento la vista, recorriéndolo. El movimiento de la mano se transmite al hombro y puede entreverse. Sin embargo no digo nada y, una vez más, lo miro a él-. Tengo cosas que devolverte. Siempre se me olvida hacerlo -indico, como si acabase de acordarme.

Estrictamente...

Negó con suavidad, curvando un poco los labios. En casa no llovía tanto. La zona no tenía el mejor clima de todos, nunca hacía demasiado calor, pero las lluvias eran menos constantes que en Brontë. También la nieve lo era.

—Oh, no, no llovía tanto. —La miró—. Hacía frío, pero no era un sitio húmedo. Tampoco nevaba demasiado, creo recordar.

Se encogió de nuevo de hombros. Luego apoyó los codos en la barandilla y volvió a observar el suelo, iluminando ligeramente los ojos. Se volvió cuando Alehyss volvió a hablar, sonriendo.

—No me corre prisa. Dámelas cuando quieras —respondió. Apoyó el mentón en la palma de la mano derecha—. ¿Sorprendentemente bien? ¿Ha pasado algo?

Torció la sonrisa.

Supongo que siendo Fulmen un continente tan extenso no debe haber sorpresa alguna a sus palabras. Comparar Fulmen con Ignis en humedad, por supuesto, da como resultado algo evidente. Pero que se conozca por eso, por sus precipitaciones, no implica que se extiendan del mismo modo por toda la extensión.

Me acomodo un poco la capa. Empieza a apetecer entrar dentro.

-Querría dártelas hoy, aprovechando que me he acordado. A cada día que pasa más resulta un asunto pendiente, y son cosas que ya no utilizo. Creo que les darás más uso tú -explico, pausada, llegando a sonreír. Cuando pregunta no pierdo tampoco la sonrisa, pero sí niego-. Desde que me fui de viaje me siento bastante relajada. No creo que haya pasado nada especial. Hoy no es el día que mejor me siento, pero no me quejo.

Se encogió de nuevo de hombros. Si quería dárselas, que se las diese: él no se iba a negar a recuperar finalmente sus cosas. No tenía tantas como para ir perdiéndolas porque sí.

—Vale entonces. —Se volvió hacia ella. Sonrió—. Sin duda, usaré más las camisas que tú. —Suspiró. Luego volvió la vista al frente, y observó durante un segundo el paisaje, antes de mirar los nudillos de su mano izquierda. Apretó los dedos—. Supongo que volver a casa y reencontrarte con alguien debe tener ese efecto.

La miró de reojo, torciendo una sonrisa.

Asiento, sin más. Es lo mejor. Debí haberlo hecho hace tiempo. De hecho, el no haberlo hecho todavía es una muestra bastante grande de desconsideración por mi parte. No me considero, ni pretendo, una persona considerada, pero no está de más cumplir con unas normas sociales siempre y cuando no intervenga con lo que quiero. Y, como él dice, él usará las camisas más que yo.

-No es el volver a casa y reencontrarse con alguien-. Me encojo de hombros, bajando un poco la voz-. O quizás sea eso mismo... Haber visto que las cosas siguen como siempre -casi todas- ha sido un poco extraño. Agradable de alguna forma. Me ha quitado un peso de encima.

No el ver que todo está bien. Eso ha sido agradable. Es más el ver que está todo bien sin necesidad de que esté ahí. Me he sentido liberada.

-¿Qué te ha pasado? -inquiero finalmente, haciendo un gesto hacia su mano-. ¿Te has peleado?

El chrysos, pese a que la miraba de soslayo, la escuchaba con cierto interés, atención. Él no conocía aquella sensación, pero podía llegar a entenderla, suponía, si se esforzaba un poco en imaginarse en una situación similar, cosa que, por otra parte, no tenía pensado hacer ni ahora ni en el futuro.
Curvó un poco los labios; luego volvió la vista al frente.

—Entiendo. Espero que las cosas sigan igual la próxima vez que vuelvas, entonces.

Bajó la vista al suelo. A veces, cuando estaba en lo alto de los tejados o un árbol, se preguntaba cómo quedaría su cuerpo si caía al vacío. Era un pensamiento extraño, especialmente para alguien que no tenía pensado dejar que su cuerpo cayese desde un punto tan elevado.

El gesto le cambió al escuchar la pregunta de la chrysos, tensándose. Apretó la mandíbula, frunció el ceño y la miró. Al instante suavizó la expresión, negando suavemente.

—Sí, y gané. Esto no es nada y se me pasará en unos días.

Observó de nuevo el paisaje.
Recordaba que de pequeño, siempre que algo no le gustaba, acababa buscando gresca en las calles, enfrentándose a cualquiera de los chavales del lugar.

fdr. pausado

No puedo evitar una sonrisa a su comentario, y me encojo de hombros. No le puedo quitar la razón, aunque tampoco creo que eso suceda pronto. Ha sido una visita prolongada, pero creo que no me ha quedado nada pendiente allí, y el resto de asuntos podré solucionarlos con una carta, imagino.

-Esperemos que sí. Que todo siga bien -me limito a decir, devolviendo la vista al frente.

En cuanto al tema de la pelea, no tarda en afirmar. Y por el gesto, por la tensión, diría que no se trataba de un asunto de Brontë. Aunque eso es solo una especulación.

-Supongo que si hubieses perdido las heridas estarían en la cara -apunto, con una sonrisa entretenida, mirándolo de soslayo. Lo evalúo un instante más antes de hacer un nuevo comentario-: Tenía que tener una nariz verdaderamente dura para haberte dejado así la mano -añado, dejando ir un resoplido.

No parece que sea algo de lo que quiera hablar. Supongo que si ahora preguntase por ello directamente no estaría siendo demasiado correcta.
Siento curiosidad porque él nunca ha sido de los que se lanzan directamente de buenas a primeras. Siempre evalúa un poco antes.

Suspiro levemente, diría que relajada, apartándome un poco de la lluvia.

FdR- MI POOOOOST ;O; ERA PRECIOSO

El chrysos se rió con suavidad. Aquel tío era grande. Ya cuando lo había visto por primera vez le había parecido grande, pero hoy había tenido la impresión de que era un gigante a su lado. Un gigante lento, con suerte, un gigante sin entrenamientos y que no había luchado como él había luchado durante toda su vida, pero un gigante, a fin de cuentas.

—Era muy grande... —murmuró, rozándose un segundo los nudillos de la izquierda. Suspiró—. Hacía mucho que no me peleaba con nadie.

Y hubiese pasado más tiempo si aquel tío no hubiese sido un imbécil, pero no se arrepentía de haberse metido en algo así. Nunca había sido tan buen chico.
Se volvió hacia ella, asintiendo brevemente, dándole la espalda a la barandilla, apoyando la espalda en ella.

Alzo las cejas, dibujando una sonrisa suave.

-¿Muy grande? ¿Cómo de dos metros? -inquiero, con tono inofensivo, curioso. Supongo que mientras no me meta en los motivos no pasará nada si pregunto un poco, aunque solo sea por sacar una conversación entretenida-. Me alegro de que le enseñases que el tamaño no importa -comento, con tono divertido, haciendo un breve gesto con ambas cejas, levantándolas a la vez por un instante.

Lo miro, curiosa. Me acomodo un mechón tras la oreja y luego, de nuevo, la capa. Hace algo de fresco. No resulta agradable.

-¿Cómo llevas la natación? ¿También sigues con este tiempo? -inquiero tras una leve pausa, manteniendo el gesto relajado.