Balcones

El líder disfrutó de los temblores del muchacho durante un momento, deleitándose con sus palabras suspiradas. Por aquello era por lo que seguía encargándose del muchacho y por lo que se había encaprichado tanto con él. Su devoción lo hacía olvidar aquello que no valía la pena tener en mente, eliminar los esbozos de fracaso.

Pretendía retirarse junto a él para pasar la noche en sus dependencias cuando una aparición repentina lo hizo detener sus movimientos un instante antes de comenzar a escuchar los gritos desorbitados.

Su gesto se volvió cansino y rotó sus ojos con paciencia. Aquella mujer no resultaba más molesta porque no practicaba lo suficiente. Se Apartó ligeramente del muchacho, pero no se retiró de él, manteniéndolo en la posición que estaba. Ni siquiera se giró para hablar con la mujer.

—Tu imaginación vuela más rápido que tus pichones de de fuego, señora mía. Un chiquillo apenas podría diferenciar al muchacho, cuánto más podrás ver tú con tus ojos revenidos —Se quejó en un tono más elevado y algo provocador. Luego recuperó la calma y sacó la mano del pantalón del muchacho. Con su mano enguantada se limitó a sostenerlo todavía por el pecho.

—Tengo por seguro que más te gustaría estar gritando por estar en el lugar del muchacho que por maldecirme desde tu envidia, vieja pasa —Levantó el mentón con desdén y desapareció con el piscis frente a la anciana flamma. Cuando ya no quedaba ninguno de los dos varones, una voz fantasmal se transmitió a la líder flamma por el pensamiento.

—No temas por dormirte pronto, voy a estar indispuesto demasiadas horas —Recalcó antes de dar por finalizado el encuentro. Lo había molestado de sobremanera, pues le había roto un pequeño culmen. Pese a todo, no era nada que no se pudiese remediar.

*Desaparecen*

Abro las puertas que dan a uno de los balcones y salgo con gesto algo agobiado. Enseguida inspiro profundamente, cerrando los ojos un momento, y al espirar dejo ir un leve hilo de voz, con alivio. Abro entonces los ojos de nuevo, acomodándome las gafas, y cierro las puertas a mi espalda, acomodándome contra la pared con expresión más relajada, alejándome del borde para evitar la lluvia. 

El día es algo gris. El cielo está bastante nublado, y apaga un poco el color de todo el paisaje, haciéndolo un poco más otoñal. Ello se suma a las hojas marrones que empiezan a dejarse ver, tímidas, en algunas ramas, aunque el paisaje sigue siendo mayoritariamente verde.

Aliso un poco el vestido que llevo hoy, largo, de tela plisada de color marrón claro, con algunos detalles en verde, bastante simple. Por encima llevo una chaqueta de manga de tres cuartos de color beige, hecha a punto, con el cuello de tela, blanco. 

Es un conjunto sencillo, y basta para protegerse del fresco que hace hoy.

Cuando veo surgir dos manos del extremo de la barandilla no puedo evitar pegarme un poco más contra la pared. He palidecido ligeramente. Tengo los labios entreabiertos y los ojos bastante abiertos, más tirantes de lo normal. En apenas un segundo reacciono, avanzando un paso, extendiendo una mano hacia la barandilla, pero antes de que pueda hacer más una figura emerge y se acomoda sobre ella.
Me quedo paralizada, mirándola. Entonces, cerrando la boca, me acerco por completo a la barandilla y miro abajo.
Me acomodo las gafas con un dedo tembloroso, volviendo una vez más la vista hacia la chica.

-¿Vienes de ahí abajo? -inquiero, con tono algo intranquilo, más agudo que de costumbre. Tras un par de segundos agito un poco la cabeza, como volviendo en mí-. Hola -digo entonces, con gesto aturdido y el ceño algo arrugado, perdida.

Tardo un par de segundos en reaccionar a su comentario. Mi cabeza se mueve en una especie de asentimiento algo ausente, acompañando a sus palabras. De nuevo, dirijo una mirada abajo, al suelo, y otra vez a ella.

-Qué temeraria -murmuro, esbozando una sonrisa algo nerviosa-, si me permites el comentario. Yo ya con asomarme siento un poco de vértigo...

-Estoy bien, tranquila. Habrá sido el susto... Cuesta acostumbrarse a estar rodeada de gente capaz de hacer esas cosas sin despeinarse... -. La observo con atención un momento-. Estás empapada. Te convendría más que a mí cuidarte de la lluvia.

Poco a poco mi expresión se relaja, y para cuando habla de sí misma, de su infancia, ya visto una sonrisa bastante tranquila. Termino por dejar ir una suave risa a su comentario final, y le doy la razón con un leve asentimiento.

-Desde luego, no creo que sea la más apropiada. Pero créeme cuando te digo que si no lo hago no es por la ropa.

Me acomodo un poco, alejándome un par de pasos de la barandilla, volviendo otra vez bajo cubierto para evitar algunas de las finas gotas que penetran desde fuera. Echo un breve vistazo al cielo y aparto la vista de este casi con un gesto efímero de negación, volviéndola a ella, tras las gafas, una vez más.

-Un baño caliente es lo mejor para sacarse el frío de dentro después de estar a la intemperie en días como hoy -. Asiento, de acuerdo con sus palabras. De pronto, alzo un poco las cejas. Una nueva sonrisa, esta vez más animada, más abrupta, asoma a mis labios-. Ah, a ti no te he dicho nada. No sé si lo habrás oído, pero estoy haciendo armaduras de cuero para los guerreros de manera gratuita, para Brontë. Si estás interesada estaré encantada de hacer una también para ti, por supuesto. 

De nuevo, dejo ir una risa suave, y esta vez asiento al mismo tiempo.

-Por supuesto. Eres parte de Brontë, al fin y al cabo, ¿no? -. Termino por llevarme un nudillo a los labios para ocultar una nueva risa, leve-. No me des las gracias, entonces. Es mi trabajo. Y todavía no he hecho nada. Si cuando la termine te sientes en deuda me conformaré con que me toques una canción -propongo, señalando su flauta con un cabeceo-. Pues cuando quieras puedes pasarte por una habitación en la que trabajo. En nada tomo las medidas necesarias y en cuanto pueda me pongo a ello. Y si te coincide y puedes correr la voz te lo agradecería. Poco a poco se lo voy comentando a más gente, más de la que puedo cumplir a la vez ahora mismo, pero estaría bien hacerlo llegar a la mayor parte de guerreros posible.

Me acomodo las gafas desde la patilla, sellando finalmente los labios.

Ante la duda de no saber si tengo hambre, ganas de entrenar o de ir a la biblioteca o de qué abro una puerta y salgo a uno de los balcones del palacio, esperando que el aire me refresque las ideas y se lleve el aburrimiento que tengo encima.

Me apoyo en la barandilla metálica y miro lo que queda del día y cómo el cielo se llena poco a poco de estrellas y la noche va avanzando con su manto negro cubriendo de...Joder, me aburro.
Mis pensamientos se traducen en al exterior en forma de gruñido mezclado con queja, como un animal herido.

Normalmente en esta situación me tiraría balcón abajo, extendería las alas y daría una vuelta por ahí, pero claro. Puto castillo coñazo. La idea de dejarme caer empezaba a sonar tentadora, al menos acabaría este suplicio.

Me quedo un rato mirando al horizonte y debatiendo entre quedarme más o irme. ¿A dónde? Arg...